03/04/2018 04:17 PM
Abro este hilo a raíz de lo último tratado en este otro: http://clasico.fantasitura.com/thread-1412-page-3.html
Zarono comentaba que, si los autores de fantasía juvenil intentasen ser algo más verosímiles, no podrían escribir para un público juvenil como tal. Yo planteo lo siguiente: ¿realmente está reñida la verosimilitud con la fantasía juvenil? Pensemos en novelas de fantasía como La historia interminable o El castillo ambulante, obras que tal vez no hayan sido concebidas como juveniles durante su creación, pero que pueden ser leídas fácilmente por un público juvenil y que han aparecido en colecciones juveniles muchas veces -de hecho, yo me leí por primera vez La historia interminable con ocho años, y me enteré perfectamente-. Esas dos novelas que he mencionado, aunque resulten atractivas para el público juvenil, están bien construidas y resultan verosímiles en todo momento. Personajes como Bastian, Howl, Atreyu o Sophie son enormemente humanos y creíbles, y si sus historias avanzan no es gracias a deus ex machina absurdos de esos que tanto se usan para complacer a la gente joven. Tal vez alguien me señale que en La historia interminable hay un deus ex machina muy gordo -el AURYN-, pero el tema de que pueda acabar volviéndose contra su portador resulta una limitación bastante lógica para la historia que la mantiene en los límites de lo cabal.
Lo que quiero decir con esto es que si Michael Ende y D.W. Jones han logrado crear obras de fantasía digeribles por un público juvenil, cualquier otro autor con talento podría hacerlo. Pero en su lugar abundan más los deus ex machina reiterados, absurdos y poco creíbles de obras farragosas con estructura bastante endeble, como lo son Harry Potter, El ejército negro o Memorias de Idhún. Creo que se debe, más que nada, a lo mucho que se complacen los lectores inmaduros con las historias en las que todo sale bien porque sí; desde luego es una forma de abstraerse de la realidad, pero creo que a la larga les sería mucho más grato el acostumbrarse a obras mejor construidas para poder distinguir lo malo de lo bueno y no conformarse con cualquier obrilla de tres al cuarto.
Zarono comentaba que, si los autores de fantasía juvenil intentasen ser algo más verosímiles, no podrían escribir para un público juvenil como tal. Yo planteo lo siguiente: ¿realmente está reñida la verosimilitud con la fantasía juvenil? Pensemos en novelas de fantasía como La historia interminable o El castillo ambulante, obras que tal vez no hayan sido concebidas como juveniles durante su creación, pero que pueden ser leídas fácilmente por un público juvenil y que han aparecido en colecciones juveniles muchas veces -de hecho, yo me leí por primera vez La historia interminable con ocho años, y me enteré perfectamente-. Esas dos novelas que he mencionado, aunque resulten atractivas para el público juvenil, están bien construidas y resultan verosímiles en todo momento. Personajes como Bastian, Howl, Atreyu o Sophie son enormemente humanos y creíbles, y si sus historias avanzan no es gracias a deus ex machina absurdos de esos que tanto se usan para complacer a la gente joven. Tal vez alguien me señale que en La historia interminable hay un deus ex machina muy gordo -el AURYN-, pero el tema de que pueda acabar volviéndose contra su portador resulta una limitación bastante lógica para la historia que la mantiene en los límites de lo cabal.
Lo que quiero decir con esto es que si Michael Ende y D.W. Jones han logrado crear obras de fantasía digeribles por un público juvenil, cualquier otro autor con talento podría hacerlo. Pero en su lugar abundan más los deus ex machina reiterados, absurdos y poco creíbles de obras farragosas con estructura bastante endeble, como lo son Harry Potter, El ejército negro o Memorias de Idhún. Creo que se debe, más que nada, a lo mucho que se complacen los lectores inmaduros con las historias en las que todo sale bien porque sí; desde luego es una forma de abstraerse de la realidad, pero creo que a la larga les sería mucho más grato el acostumbrarse a obras mejor construidas para poder distinguir lo malo de lo bueno y no conformarse con cualquier obrilla de tres al cuarto.