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Full Version: [Fantasía Épica] Novela Río
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Guardian Ciego ha dado queja de que este personaje no es lo suficientemente viril para su gusto, pero a mi me ha terminado gustanto esta tortuguita que me he creado.


Nombre: Kwiki

Edad: 43

Raza: Kappa

Armas: Cerbatana, dagas, maza, y tridente

Equipamiento: Armadura de tipo gusoku pero modificada para ajustarse a los de su raza. Es decir, está diseñada para proteger el vientre y las extremidades. Las grebas, brazaletes y yelmo son lo suficientemente delgados para permitir que pueda meter los brazos, piernas y cabeza dentro de su coraza natural incluso llevandolos puestos. Esto hace que protejan mucho menos que otro tipo de armaduras.

Acompañantes: Un conejito de nombre Jaguya al cual encontró la forma de que fuera poseído por espíritus del plano astral. Esto significa que Jaguya posee el intelecto de un humano u otras razas conscientes y su vida ha sido expandida para ajustarse también a la de estos. Resulta muy útil para espionaje o robo. Aunque no puede hablar, Kwiki y él usan un sistema de comunicación basado en un juego de cartas.

Apariencia: El de un kappa. Tiene brazos y piernas de rana, cara de tortuga, y un caparazón. El color de su piel es una combinación dispar de verde pera, oliva, trébol y esmeralda, mientras que su caparazón es más oscuro, más parecido al musgo y al enebro. Tiene barba y una corta melena, ambos de color alga. Sus ojos son amarillos. Tiene una larga lengua que puede usar para atrapar moscas u otras cosas. Puede aguantar la respiracion bajo el agua por varias horas.

Personalidad: Cuando era un renacuajo solia ser timido y pusilanime, pero a medida que su habilidad navegando por el plano astral se iba desarrollando de forma extraordinaria, empezo a volver mas osado e incluso arrogante. Tambien posee un gran sentimiento patriotico hacia la teocracia, siendo este mayor que el amor que pudiera sentir por su hogar en Roca Musgosa o por su raza.

Trasfondo: Hijo del primo tercero de un señor feudal kappa regente de un pequeño castillo kappa hecho de bambú, rocas de río y adobe. El nombre del castillo es Roca Musgosa y está ubicado en medio de un lago. Se requiere de alrededor de una hora en barca para que un humano pueda llegar a ál. Los siervos del feudo viven en pequeños poblados de cáñamo esparcidos por el lago y por los estanques y ríos circundantes. Viven de la pesca, la caza de aves, el cultivo de arroz, la manufactura de toda clase de objetos y herramientas de madera, la cerámica, y de la alquimia.
Desde que era un pequeño renacuajo kappa, Kwiki prefería refugiarse en la soledad, a menudo buceando en las profundidades del lago donde no hubiera ningun otro kappa o adentrándose en ríos y estanques lejanos. Solía llevar consigo libros y pergaminos que robaba de la biblioteca del castillo y se la pasaba leyéndolos a la sombra de un helecho o a la orilla de un charco. Solia leer epopeyas sobre las grandes batallas de antiguos señores feudales y de reinos lejanos. Un día conoció a quien se convertiría en su mejor amigo: un conejito al que batizó como Jaguya. Continuara....
jajaja Yo no dije que fuera poco viril, yo dije que su nombre era poco viril para el papel que se supone cumplirá...
Pero ahora que lo pienso, una solitaria tortuga lectora de epopeyas no suena al perfil psicológico del que se volverá un conquistador XD
¿Kwiki?

¿Se llama rapidín o rapidito?

El "rapidín" o el "rapidito". Big Grin
En efecto, es una tortuga muy rapida.
Tengo el relato de una Yuki-Onna, por si lo quieren leer.
Un relato para introducir cómo funciona el sistema de magia y otras cosas.


La Mano de la Princesa

Otshui nunca se fiaba de su amigo Duncaho cada vez que este le ofrecía sustancias nuevas para probar. Era su amigo desde que tenía memoria y le confiaba todos sus secretos y pasiones. No había nadie que lo conociera mejor en el mundo, ni nadie a quien conociera mejor, y se fiaría de él en cualquier otra circunstancia. Pero cuando se trataba de probar bebidas o hierbas nuevas, Duncaho era un poco... demasiado abierto. 

Le gustaban drogas raras de las cuales Otshui prefería mantenerse alejado. Su padre era el dueño del restaurante de ramen más prestigioso de la ciudad. No eran ricos, ni mucho menos, pero algún día Otshui heredaría el lugar y no podía dañar su reputación y la de su familia metiéndose en drogas. Y menos ahora que el nuevo restaurante de fideos les estaba quitando todos los clientes. 
Además, Otshui tenía la intención de pedirle la mano a Minata Otsukaki, o como solían llamarla en el vecindario, "la princesa". Era actriz de teatro. Su mejor papel era el de la princesa Shinki siendo raptada por los kappas en la obra sobre la guerra de los Kunshis. Era la joven más hermosa y amable de todo el mundo, con su largo pelo que le llegaba hasta las caderas, los enormes ojos azules, y esos labios hipnóticos. Iba a necesitar mucho dinero para poder pedirle la mano y pagarle un “yunio” digno de ella, y si el nuevo restaurante de fideos les quitaba todo el negocio, eso nunca iba a pasar.
Es por todo eso que, cuando Duncaho vino un día con una pipa y un saco de algo que él llamaba "Sekh", Otshui no pudo más que fruncir el ceño.

—Ya sabes que no quiero drogas raras. 

—Esto no es una droga, amigo, créeme. Esto es real.
 
—Eso dijiste la última vez... —dijo Otshui poniendo los ojos en blanco. 

—Pero aquella vez lo dije en sentido figurado. Esta vez es real de verdad. 

—También dijiste eso la última vez.

—Esta vez es incluso más real que la otra droga. 

—¿Entonces sí que es una droga? Maldita sea, Duncaho, Minata nunca me aceptará si ando por ahí en las nubes alucinando. 

—¡Exacto! Puedes andar en las nubes. Literalmente. 

Otshui suspiró. 

—¿Estás drogado? 

—¿Quién necesita drogas pudiendo entrar en el plano astral? 

Otshui lo miró sin entender. 

—¿Plano astral? 

—No muchos lo conocen, pero se está empezando a poner de moda. Es un mundo, como el nuestro, pero diferente. Es un mundo de espíritus. 

—Lo tomaré como un sí, entonces. Estás drogado —Otshui se dirigió a la puerta y la abrió-. Ha sido un placer volver a verte, Duncaho, pero mañana tengo trabajo. 

—¡Que no, que no estoy drogado! Es la verdad, lo juro. Esto es real, el ejército usa el plano astral para comunicarse en secreto y espiar...
 
—Genial, y ahora empiezas con las teorías conspirativas. 

—Pruébalo una sola vez. Solo una. Si miento, te daré la ninjato de mi padre. Lo juro. 

Otshui ponderó lo que decía por un momento. La ninjato llevaba en la familia de Duncaho por generaciones, y era muy valiosa. Si la vendía, estaría más cerca de pedirle la mano a Minata. Y Duncaho nunca se echaba atrás en un trato. 

—Está bien. Una sola vez.

Otshui se sentó en el suelo y tomó la pipa. Siguiendo las instrucciones de su amigo, fumó de ella y luego meditó un rato. Nada ocurrió ni se sintió diferente. Se levantó, sin saber si sentirse aliviado o decepcionado, y luego se volvió a Duncaho, que estaba de pie en el umbral de la puerta.

—Bueno, pues supongo que me debes la ninjato de tu padre. La quiero mañana mismo y sin demora. 

Pero en vez de decir algo, su amigo se limitó a reírse mientras señalaba algo detrás de Otshui. Cuando este se dio la vuelta, tuvo que llevarse las manos a la boca para no gritar. 
Se vio a si mismo sentado en el sitio donde había estado antes, a lado de Duncaho.

—Qué me has hecho fumar...

Duncaho no dijo nada y siguió riéndose.

—Esto no son más que alucinaciones. Me has hecho tomar algo para alucinar, muy gracioso. Algo parecido me paso una vez en un sueño, donde me veía a mí mismo fuera de mi cuerpo, así que me sigues debiendo la ninjato. 

—Esto todavía no es nada, amigo. Sígueme.

Duncaho lo guió fuera de la casa y entonces lo vio. En la calle había docenas de figuras luminosas flotando entre los edificios. Parecía que estuvieran hechas de papel y una luz brotara de sus interiores, como en las fiestas de lámparas. Pero cuando Otshui afianzó mejor la vista, vio que no estaban hechas de ningún material. Es como si su carne fura luz misma. Vestían kimonos y vagaban por el aire sin prestarles atención. 

—Eso son los yūrei —dijo Duncaho—. Están por todas partes, son los más comunes de los espíritus. 

—Podemos… ¿hablar con ellos? —dijo Otshui, aunque todavía dudaba de si todo aquello no era una simple alucinación. 

—¿Por qué no les preguntas tú mismo?

Y entonces Duncaho dio un salto y comenzó a flotar él también junto con el resto de yūrei. Otshui no pudo ocultar más su desconcierto. Imitó a su amigo y, para su sorpresa, él también se elevó en el aire con tan solo imaginarse que podía. Estalló en carcajadas al mirar al suelo y ver a los ciudadanos caminar bajo sus pies. No parecían ser capaces de verlo. ¿Era aquello legal? La incógnita lo aterrorizó por un momento y perdió la concentración, cayendo sobre los adoquines del camino. 

Para su sorpresa, a pesar de que cayó de rodillas, no se hizo daño. Duncaho bajó y se le unió. 

—Nada te puede hacer daño en este mundo —le explicó, como si le hubiera leído los pensamientos —. Eres etéreo, mira. 

Se acercó a un peatón y le atravesó el pecho con su brazo. El hombre ni se inmutó, siguió caminando, siguiendo su rutina como si nada hubiera ocurrido. Duncaho sacó el brazo de dentro del hombre y rio. 

—Somos como fantasmas, entonces. Nadie puede vernos —dijo Otshui. 

—Exacto. Podemos ir a cualquier lado y nadie nos verá, aunque no intentes colarte en el palacio, que hay guardias espirituales. Tampoco está permitido meterse en casas ajenas, razón por la cual el resto no suele frecuentar mucho la ciudad. 

—¿El resto? 

—Sí. ¿No te pensarás que somos los únicos que pueden entrar en el plano astral? Ya te dije que se está poniendo de moda. Ven, sígueme. 

Duncaho se elevó una vez más en el aire y salió volando a una velocidad exorbitante. Otshui no pensaba que fuera capaz de alcanzarlo, pero para su sorpresa, nada más intentarlo él también cruzó toda la ciudad en cuestión de segundos. Vio bosques pasar por debajo suya, montañas, ríos, lagos e incluso mares. Al cabo de unos minutos, Duncaho se detuvo en un castillo cuya arquitectura se le hacía extraña a Otshui. 

—¿Dónde estamos? —preguntó. 

—En el castillo de Choi Soo In. 

Otshui abrió mucho los ojos. 

—Eso no es posible. El castillo de Choi Soo In está en el reino de Byung Sang. Cuando en nuestro reino es de noche, en Byung Sang todavía es de día, así de lejos están. No puede ser. 

—¿Todavía dudas de lo que es posible en este mundo? Como te dije, el ejército de la teocracia usa el plano astral para llevar información muy rápido sin ser vistos. Puedes recorrer bastas distancias en tu forma astral si así lo deseas. Puedes ir a cualquier parte, y hablar con gentes de diversos reinos sin moverte de tu casa —. Luego señaló el castillo en ruinas—. Este es un punto de encuentro habitual entre habitantes del plano astral. Vamos a saludarlos. 

Entraron en el castillo derruido. Otshui nunca antes había visto a gente vestida de formas tan coloridas y variadas. Escuchó a varios hablando en una lengua que no conocía, otros equipados con armaduras que no se parecían en nada a las de cualquier guardia o soldado que hubiera visto, y gentes con instrumentos y objetos extraños cuya función desconocía.  Se volvió a Duncaho. 

—¿Se pueden traer objetos del mundo real a este?

—He oído que hay extraños artefactos que pueden viajar entre ambos mundos, pero creo que es solo una leyenda. No, no conozco a nadie que traiga cosas del mundo “real”, como tú lo llamas. Pero sí puedes crear objetos etéreos. Mira.

Extendió su mano y la ninjato de su padre se materializó. 

—¿No la querías? Ahora puedes tenerla, aunque solo sea su versión astral. 

Otshui se concentró y trató de imaginarse que tenía la ninjato, y al poco rato esta apareció. Trato de golpear a su amigo con ella, pero el filo pasó a través de él sin dejar ninguna marca. 

—¿Tratando de cortarme, eh? Bueno, pues déjame mostrarte otro truco, a ver si cortas esto. 

Y entonces Duncaho, de un momento para otro, ya no era Duncaho. Se había convertido en Minata, para el desconcierto de Otshiu. 

—No tiene gracia…

—Pensé que te alegraría la vista —repuso Duncaho, volviendo a convertirse en él mismo. 

—¿Te dije algo de que dejases de ser ella? ¡Vuelve a hacerlo! 

—Que por cierto, aunque no puedes hacerle daño a otras personas en el plano astral, sí puedes usar tus cinco sentidos con ellos… si sabes a lo que me refiero. 

Los dos amigos rieron y se pasaron el resto de la noche hablando con toda clase de personas de todos los rincones del mundo. Otshui tuvo que admitirlo; aquella vez Duncaho había dado con algo genial. 

—Se me acaba de ocurrir algo—dijo Otshui en el camino de vuelta —. Si hay gente de todas partes del mundo en el plano astral, eso significa que podemos dar a conocer nuestro restaurante de ramen a más gente. Mi padre tiene carteles y anuncios colgados por toda la ciudad, pero obviamente no tiene ninguno en Shijui, o en Kissinato, o en Rikkiudai, la capital. ¿Y si cambiamos eso y creamos carteles etéreos por todas las ciudades vecinas? ¡Podríamos atraer a clientes de todo el reino! 

—Es una idea genial —dijo Duncaho. 

Otshui le sonrió a su amigo. Sabía que podía confiar en él para lo que necesitara. 

—En fin, ¿y cómo salimos de aquí? 

—Simplemente imagínate con todas tus fuerzas que estás de nuevo en tu cuerpo.

En las semanas siguientes decidieron dedicarse a visitar todos los lugares que antes solo podían imaginarse que visitaban. Vieron ciudades más impresionantes incluso que Rikkiudai, y maravillas que les hacían pensar que gigantes habitaban el mundo. Duncaho cogió la costumbre de siempre estar en la forma de Minata, lo cual a Otshui no le desagrada. No fue hasta que quedaron saciados de recorrer el mundo que decidieron ponerse manos a la obra con el asunto de los carteles. Al principio ponían todos los carteles etéreos que les daban las fuerzas para conjurar alrededor de las ciudades, pero pronto descubrieron que, en el momento que abandonaban el plano astral, estos también desaparecían. 

—No podemos estar en el plano astral todo el día todos los días —señaló Otshui. 

—Ponme a prueba. 

De todas formas, siguieron intentándolo. Cuando divisaban a alguna figura voladora que no fuera un yūrei, se le aproximaban y le hablaban del restaurante y de lo genial que era. Mucha gente nunca había probado el ramen y se sentían atraídos. Se leían con curiosidad los panfletos etéreos que Otshui y Duncaho sujetaban. 

—Prometo que le daré una visita a Tsushiko y buscaré vuestro restaurante —prometió un señor. 

—Aquí solo tenemos fideos fritos —dijo otro. 

—Iré en cuanto mi señor esposo vuelva de su travesía comercial —afirmó una vez una señora gorda. 

—Iremos en nuestra próxima visita de negocios a Tsushiko—afirmó una pareja.

Al cabo de unos meses, el restaurante de su padre bullía de tantos clientes que venían a probar el ramen. Otshui y Duncaho se sentían victoriosos, especialmente el primero, que no tardó en reunir el dinero suficiente para poder pedirle matrimonio a Minata y ofrecerle un “yunio” como el que se merecía. Le llevó un tiempo armarse de valor, pero un día al fin lo hizo. 

—Buena suerte —le deseó Duncaho, dándole un apretón en el hombro. 

Cuando al fin llegó al teatro y le pidió matrimonio a la princesa, esta lo miró de arriba abajo y estalló en carcajadas. 

—¿Crees que eres el primero que viene a pedirme matrimonio? ¡Ja, y esta vez un cocinero de un restaurante de ramen! El otro día fue un peletero. Os hacéis con unas pocas monedas por una vez en vuestras vidas y ya os pensáis que sois hombre suficiente para ser dignos de mi mano. ¡Lárgate, antes de que llame a los guardias! Solo un noble de verdad puede aspirar a mi afecto. 

Otshui se aguantó las lágrimas hasta que hubo llegado al plano astral, donde estaba Duncaho en su forma de Minata. 

—¿Qué pasó? 

—¡Que más que princesa es la puta más cara, eso es lo que pasó! 

Otshui lloró y lloró mientras su amigo lo consolaba. 

—Olvida a esa actriz de poca monta. Mañana iremos a las cataratas de Onoshima, donde viven los kappas y se liberó la guerra de los Kinshis. Ella solo puede pretender que está en ese sitio, mientras que nosotros podemos visitarlo de verdad. 

Otshui miró a su amigo a los ojos. Esos grandes ojos azules llenos de ternura y amabilidad, y esos labios carnosos y rojos. Entonces pasó lo que tenía que pasar y lo besó. 

—Yo… lo siento —dijo Otshui casi al instante —. Estoy muy confuso. 

—Yo no —dijo Duncaho—. Me estaba preguntado cuándo lo harías. 

Y entonces lo besó también. Decidieron irse a las cataratas de Onoshima, e hicieron el amor sobre un acantilado mientras los kappa cantaban sin saber que ellos estaban ahí. Entonces los yūrei aparecieron en gran número, y se colocaron en espiral alrededor de ambos al mismo tiempo que llegaban al éxtasis.
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