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Full Version: Recopilación de poemas de fantasía y épica
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En este tema iré publicando poemas y fragmentos de temática acorde con el foro, fantasía, terror, épica, etc. Serán poemas con repercusión histórica o de poetas reconocidos.
Quien quiera participar, puede hacerlo comentando los poemas ya posteados y compartiendo poemas ya publicados o reconocidos, la condición es que no sean propios.

Índice de poemas

El Rey de los Elfos / Johann Wolfgang von Goethe

Romance de la Doncella Guerrera / Anónimo

Romance del Infante vengador / Anónimo

Romance del moro de Antequera / Anónimo

Los Elfos / Ricardo Jaimes Freyre

El canto del cosaco / José de Espronceda
El Rey de los Elfos
Johann Wolfgang von Goethe


¿Quién cabalga a través de la noche y el viento?
Es un padre con su hijo.
Tiene al pequeño en su brazo.
Lo lleva seguro, lo mantiene caliente.

"Hijo mío, ¿por qué escondes asustado tu cara?"
"¿No ves, padre, al rey de los Elfos?
¿El rey de los Elfos con corona y manto?"
"Hijo mío, es la neblina."

"¡Amado niño, ven conmigo!
Jugaré contigo a maravillosos juegos;
flores de muchos colores están en la playa,
Mi madre tiene muchos vestidos dorados."

"Padre mío, padre mío, ¿no oyes
lo que el rey de los Elfos me promete?"
"Tranquilo, mantente tranquilo, hijo mío;
el viento mueve las hojas secas."

"¿No quieres, buen niño, venirte conmigo?
Mis hijas te cuidarán bien;
mis hijas danzarán en el corro nocturno,
Y ellas te arrullarán, bailarán y cantaran para que duermas."

"Padre mío, padre mío, ¿no ves acaso ahí,
A las hijas del rey de los Elfos en ese lugar oscuro?"
"Hijo mío, hijo mío, claro que lo veo:
es el resplandor de los sauces tan grises."

"Te amo; me seduce tu hermosa forma;
y si no eres obediente, utilizaré la violencia."
"¡Padre mío, padre mío, ahora el me agarra!
¡El Rey de los Elfos me ha hecho daño!"

El padre horrorizado, cabalga veloz,
lleva en sus brazos al niño que gime,
llega a la casa exhausto;
en sus brazos el niño estaba muerto.
Romance de la Doncella Guerrera
Anónimo

Pregonadas son las guerras  de Francia para Aragón,
¡Cómo las haré yo, triste,  viejo y cano, pecador!
¡No reventaras, condesa,  por medio del corazón,
que me diste siete hijas,  y entre ellas ningún varón!

Allí habló la más chiquita,  en razones la mayor:
—No maldigáis a mi madre,  que a la guerra me iré yo;
me daréis las vuestras armas,  vuestro caballo trotón.
—Conoceránte en los pechos,  que asoman bajo el jubón.
—Yo los apretaré, padre,  al par de mi corazón.
—Tienes las manos muy blancas,  hija no son de varón.
—Yo les quitaré los guantes  para que las queme el sol.
—Conocerante en los ojos,  que otros más lindos no son.
—Yo los revolveré, padre,  como si fuera un traidor.
Al despedirse de todos,  se le olvida lo mejor:
—¿Cómo me he de llamar, padre?  —Don Martín el de Aragón.
—Y para entrar en las cortes,  padre ¿cómo diré yo?
—Besoos la mano, buen rey,  las cortes las guarde Dios.

Dos años anduvo en guerra  y nadie la conoció
si no fue el hijo del rey  que en sus ojos se prendó.
—Herido vengo, mi madre,  de amores me muero yo;
los ojos de Don Martín  son de mujer, de hombre no.
—Convídalo tú, mi hijo,  a las tiendas a feriar,
si Don Martín es mujer,  las galas ha de mirar.
Don Martín como discreto,  a mirar las armas va:
—¡Qué rico puñal es éste,  para con moros pelear!
—Herido vengo, mi madre,  amores me han de matar,
los ojos de Don Martín  roban el alma al mirar.
—Llevarasla tú, hijo mío,  a la huerta a solazar;
si Don Martín es mujer,  a los almendros irá.
Don Martín deja las flores,  un vara va a cortar:
—¡Oh, qué varita de fresno  para el caballo arrear!
—Hijo, arrójale al regazo  tus anillas al jugar:
si Don Martín es varón,  las rodillas juntará;
pero si las separase,  por mujer se mostrará.
Don Martín muy avisado  hubiéralas de juntar.
—Herido vengo, mi madre,  amores me han de matar;
los ojos de Don Martín  nunca los puedo olvidar.
—Convídalo tú, mi hijo,  en los baños a nadar.
Todos se están desnudando;  Don Martín muy triste está:
—Cartas me fueron venidas,  cartas de grande pesar,
que se halla el Conde mi padre  enfermo para finar.
Licencia le pido al rey  para irle a visitar.
—Don Martín, esa licencia  no te la quiero estorbar.

Ensilla el caballo blanco,  de un salto en él va a montar;
por unas vegas arriba  corre como un gavilán:
—Adiós, adiós, el buen rey,  y tu palacio real;
que dos años te sirvió  una doncella leal!.
Óyela el hijo del rey,  trás ella va a cabalgar.
—Corre, corre, hijo del rey  que no me habrás de alcanzar
hasta en casa de mi padre  si quieres irme a buscar.
Campanitas de mi iglesia,  ya os oigo repicar;
puentecito, puentecito  del río de mi lugar,
una vez te pasé virgen,  virgen te vuelvo a pasar.
Abra las puertas, mi padre,  ábralas de par en par.
Madre, sáqueme la rueca  que traigo ganas de hilar,
que las armas y el caballo  bien los supe manejar.
Tras ella el hijo del rey  a la puerta fue a llamar.
Los Elfos
Ricardo Jaimes Freyre

Envuelta en sangre y polvo la jabalina,
en el tronco clavada de añosa encina,
a los vientos que pasan cede y se inclina
envuelta en sangre y polvo la jabalina.

Los elfos de la oscura selva vecina
buscan la venerable, sagrada encina.
Y juegan. Y a su peso cede y se inclina
envuelta en sangre y polvo la jabalina.

Con murmullos y gritos y carcajadas
llena la alegre tropa las enramadas,
y hay rumores de flores y hojas holladas,
y murmullos y gritos y carcajadas.

Se ocultan en los árboles sombras calladas,
en un rayo de luna pasan las hadas:
llena la alegre tropa las enramadas
y hay rumores de flores y hojas holladas.

En las aguas tranquilas de la laguna,
más que en el vasto cielo, brilla la luna;
allí duermen los albos cisnes de Iduna,
en la margen tranquila de la laguna.

Cesa ya la fantástica ronda importuna,
su lumbre melancólica vierte la luna,
y los elfos se acercan a la laguna
y a los albos, dormidos cisnes de Iduna.

Se agrupan silenciosos en el sendero,
lanza la jabalina brazo certero;
de los dormidos cisnes hiere al primero
y los elfos lo espían desde el sendero.

Para oír al divino canto postrero
blandieron el venablo del caballero,
y escuchan, agrupados en el sendero,
el moribundo, alado canto postrero.
Me gocé como elfo, que diga, como enano al leer tan deliciosas rimas.
Pero a mí no me gusta herir cisnes, sino tomar esa esencia pura de los escritos que has subido, mi amigo @Guardián Ciego.

El hijo del rey, nada tonto vio que esos ojazos no eran de varón, y sin importar nada fue tras ellos.
Esperamos que la haya conquistado. Me hizo recordar a Mulán.
Me encantó la parte que dice:
—Corre, corre, hijo del rey  que no me habrás de alcanzar
hasta en casa de mi padre  si quieres irme a buscar.
Campanitas de mi iglesia,  ya os oigo repicar;
puentecito, puentecito  del río de mi lugar,
una vez te pasé virgen,  virgen te vuelvo a pasar.


Hay que desenvainar la espada y matar al rey de los Elfos por haber matado al niño.
Hay que vengar su muerte matando a las hijas del rey de los Elfos.
Ojo por ojo, diente por diente.
Ojo por ojo, jejenta y cuatro...  Big Grin
El canto del cosaco
José de Espronceda

Donde sienta mi caballo los pies
no vuelve a nacer yerba.

Atila


Coro
¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín:
Sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

¡Hurra, a caballo hijos de la niebla!
Suelta la rienda a combatir volad:
¿Veis esas tierras fértiles? las puebla
gente opulenta, afeminada ya.

Casas, palacios, campos y jardines,
todo es hermoso y refulgente allí,
son sus hembras celestes, serafines,
su sol alumbra un cielo de zafir.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Nuestros sean su oro y sus placeres,
gocemos de ese campo y ese sol;
son sus soldados menos que mujeres,
sus reyes viles mercaderes son.

Vedlos huir para esconder su oro,
vedlos cobardes lágrimas verter...
¡Hurra! volad, sus cuerpos, su tesoro
huellen nuestros caballos con sus pies.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Dictará allí nuestro capricho leyes,
nuestras casas alcázares serán,
los cetros y coronas de los reyes
cual juguetes de niños rodarán.

¡Hurra! Volad a hartar nuestros deseos,
las más hermosas nos darán su amor,
y no hallarán nuestros semblantes feos,
que siempre brilla hermoso el vencedor.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Desgarraremos la vencida Europa,
cual tigres que devoran su ración;
en sangre empaparemos nuestra ropa,
cual rojo manto de imperial señor.

Nuestros nobles caballos relinchando
regias habitaciones morarán;
cien esclavos, sus frentes inclinando,
al mover nuestros ojos temblarán.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Venid, volad, guerreros del desierto,
como nubes en negra confusión,
todos suelto el bridón, el ojo incierto,
todos atropellándoos en montón.

Id en la espesa niebla confundidos,
cual tromba que arrebata el huracán,
cual témpanos de hielo endurecidos
por entre rocas despeñados van.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Nuestros padres un tiempo caminaron
hasta llegar a una imperial ciudad;
un sol más puro es fama que encontraron,
y palacios de oro y de cristal.

Vadearon el Tíber sus bridones;
yerta a sus pies la tierra enmudeció;
su sueño con fantásticas canciones
la fada de los triunfos arrulló.

¡Hurra, cosacos del desierto...

¡Qué! ¿no sentís la lanza estremecerse
hambrienta en vuestras manos de matar?
¿No veis entre la niebla aparecerse
visiones mil que el parabién nos dan?

Escudo de esas míseras naciones
era ese muro que abatido fue;
la gloria de Polonia y sus blasones
en humo y sangre convertidos ved.

¡Hurra, cosacos del desierto...

¿Quién en dolor trocó sus alegrías?
¿Quién sus hijos triunfante encadenó?
¿Quién puso fin a sus gloriosos días?
¿Quién en su propia sangre los ahogó?

¡Hurra, cosacos! ¡Gloria al más valiente!
Esos hombres de Europa nos verán:
¡Hurra! nuestros caballos en su frente
hondas sus herraduras marcarán.

¡Hurra, cosacos del desierto...

A cada bote de la lanza ruda,
a cada escape en la abrasada lid,
la sangrienta ración de sangre cruda
bajo la silla sentiréis hervir.

Y allá después en templos suntuosos,
sirviéndonos de mesa algún altar,
nuestra sed calmarán vinos sabrosos,
hartará nuestra hambre blanco pan.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Y nuestras madres nos verán triunfantes,
y a esa caduca Europa a nuestros pies,
y acudirán de gozo palpitantes,
en cada hijo a contemplar un rey.

Nuestros hijos sabrán nuestras acciones,
las coronas de Europa heredarán,
y a conquistar también otras regiones
el caballo y la lanza aprestarán.

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín,
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.
¡José de Espronceda! Recuerdo que cuando era un niño, la maestra nos ponía a cantar. "Es mi barco mi tesoro, es mi dios la libertad...".  Character07
Romance del moro de Antequera
Anónimo
Edición: Guardián ciego


De Antequera salió un moro,  de Antequera, aquella villa,
cartas llevaba en su mano,  cartas de mensajería,
escritas iban con sangre,  y no por falta de tinta,
el moro que las llevaba  ciento y veinte años tenía.
Ciento y veinte años el moro,  de doscientos parecía,
la barba llevaba blanca,  muy larga hasta la cinta,
con la cabeza pelada  la calva le relucía;
toca llevaba tocada,  muy grande precio valía,
la mora que la labrara  por su amiga la tenía.
Caballero en una yegua  que grande precio valía,
no por falta de caballos,  que hartos él se tenía;
alhareme en su cabeza  con borlas de seda fina.

Siete celadas le echaron,  de todas se escabullía;
por los cabos de Archidona  a grandes voces decía:
—Si supieres, oh rey moro,  mi triste mensajería,
mesarías tus cabellos  y la tu barba vellida.
Tales lástimas haciendo  llega a la puerta de Elvira;
vase para los palacios  donde el rey moro vivía.
Encontrado ha con el rey  que del Alhambra salía
con doscientos de a caballo,  los mejores que tenía.
Ante el rey, cuando le halla,  tales palabras decía:
—Mantenga Dios a tu alteza,  salve Dios tu señoría.
—Bien vengas, oh moro viejo,  días ha que te atendía.
¿Qué nuevas me traes, oh moro,  de Antequera, esa mi villa?
—No te las diré, oh buen rey,  si no me otorgas la vida.
—Dímelas, oh moro viejo,  que otorgada te sería.
—Las nuevas que, rey, sabrás  no son nuevas de alegría:
que ese infante don Fernando  cercada tiene tu villa.
Muchos caballeros suyos  la combaten cada día:
aquel Juan de Velasco  y el que Henríquez se decía,
el de Rojas y Narváez,  caballeros de valía.
De día le dan combate,  de noche hacen la mina;
los moros que estaban dentro  cueros de vaca comían,
si no socorres, oh rey,  tu villa se perdería.
Romance del Infante vengador
Anónimo


Helo, helo por do viene el infante vengador,
caballero a la jineta en un caballo corredor,
su manto revuelto al brazo, demudada la color,
y en la su mano derecha un venablo cortador;
con la punta del venablo sacarían un arador,
siete veces fue templado en la sangre de un dragón
y otras tantas afilado porque cortase mejor,
el hierro fue hecho en Francia, y el asta en Aragón.
Perfilándoselo iba en las alas de su halcón.

Iba buscar a don Quadros, a don Quadros, el traidor.
Allá le fuera a hallar junto al emperador,
la vara tiene en la mano, que era justicia mayor.
Siete veces lo pensaba si lo tiraría o no
y al cabo de las ocho el venablo le arrojó;
por dar al dicho don Cuadros, dado ha al emperador,
pasado le ha manto y sayo, que era de un tornasol,
por el suelo ladrillado más de un palmo lo metió.
Allí le habló el rey, bien oiréis lo que habló:
—¿Por qué me tiraste, infante? ¿Por qué me tiras, traidor?
—Perdóneme su alteza, que no tiraba a ti, no,
tiraba al traidor de Quadros, ese falso engañador,
que siete hermanos tenía, no ha dejado si a mí, no.
Por eso delante de ti, buen rey, lo desafío yo.

Todos fían a don Quadros y al infante no fían, no,
sino fuera una doncella, hija es del emperador,
que los tomó por la mano y en el campo los metió.
A los primeros encuentros, Quadros en tierra cayó.
Apeárase el infante, la cabeza le cortó
y tomárala en su lanza y al buen rey la presentó.
De que aquesto vido el rey, con su hija le casó.