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Full Version: [Nuc] Mentiras y Miitos
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Mentiras y Mitos
La joven se detuvo en el borde del precipicio. 

Apenas lo había visto a tiempo a causa de la hierba alta entre la que corría. Y ahora se daba cuenta de que había tomado la ruta equivocada. Ahora sus opciones se resumian a dos: A sus espaldas, el sol naciente y los asesinos invasores con sus intenciones siniestras. Adelante, una caída de un kilómetro de altura y un camino por el cual nadie la seguiría.

Nadie en su sano juicio tomaba El Paso de los suicidas. Era un viaje de alrededor de mes, sobre lo que algunos describían como una espada de roca. En realidad la roca no era ni afilada ni recta. El oleaje había labrado la parte baja, y la parte superior se había  caído a pedazos sin ningún tipo de patrón.

Se suponía que muchas generaciones atrás, era la única vía empleada para entrar y salir de los Territorios Acráticos, y que había haciendas y caseríos a un lado del camino. No era tan improbable, pero hoy en día, no había señas de eso. En las áreas más estrechas, apenas había espacio para dos personas caminando juntas, más adelante parecía haber tramos del ancho de una casa. Pero había derrumbes por todos lados y, tanto académicos como supersticiosos, suponían que  pronto se partiría en dos.

Sólo tenía que caminar unos pasos a su derecha para llegar a ese camino. Pero ¿de verdad era mejor que ser alcanzada por los soldados “Electos”?

Una corriente de aire atrapó su capa color azul antiguo, y la emisar estuvo a punto de perder el equilibrio y caer a su muerte. Retrocedió un poco y miró sobre su hombro. La densa barrera de hierba seguía entre ella y los guerreros, pero ya podía oír sus voces. Eran demasiados como para evadirlos o resistir sus ataques. Posiblemente también eran más de los que hubiera podido vencer, aunque tuviera los medios.

—"Me llaman Ilvana" —recitó, entre dientes, sujetando el cayado de hueso con algo más de fuerza. Sus manos temblaban aún más que su voz—, "y acepto la carga de guiar a otros emisars a la senda de las órdenes puras, por su bien y el de todos los que les rodean.”

Según los archivos, en la época en que se redactó La Promesa no existían los Ígnores. Nunca la habían cambiado para incluirlos porque no había nada que hacer por ellos.

—"Jamás tomaré a la ligera las Antiguas Nociones, y sólo intentaré recurrir a ellas en su estado puro, con mis ideas claras y los motivos correctos."

Nunca tenía tiempo de pensar en la ironía de utilizar justo esas palabras en lugar de una orden mental pura, como debía ser. Sus motivos eran desesperados y sus ideas sólo estarían claras cuando terminara.

—"Preservaré la memoria de los Antiguos, y el conocimiento que nace de ella."

A decir verdad, esa era la única parte de la Promesa que había estado cumpliendo a cabalidad desde que se había unido a la Orden de los Emisars Verdaderos, casi una década atrás. La razón por la que los había buscado para empezar.

—"Y si, a pesar de todo, un día mis Órdenes acarrean destrucción, sólo tendré descanso tras haber restaurado hasta lo más pequeño."

Ella ni siquiera creía que lo destruido pudiera restaurarse por completo, pero siempre había hecho lo que podía.

—"Yo, Ilvana, sin apego a ninguna tierra, prometo ser digna de mi lugar entre los Emisars Verdaderos."

Esa parte sonaba mal y se sentía peor. Los datos que la identificaban, rompían el ritmo (ya de por sí escaso) de la Promesa. Y ella jamás había sido realmente digna. Sólo había sido muy hábil escondiendo sus transgresiones al reglamento.

Y aún así, ellos eran el único vínculo que tenía; sus bibliotecas eran la puerta del conocimiento que siempre había amado. Por eso, a pesar de la clara ironía, recitar La Promesa le permitía evocar el Patrón Mental necesario para convertir el hueso de los Entes Antiguos en la más rara de las habilidades: la frialdad y las ideas claras que ahora necesitaría para recorrer aquella trampa mortal.

El extremo superior del bastón de caminata en el que se apoyaba, se convirtió en vapor azul y paz mental.

Sus manos ya no temblaban cuando desprendió el broche de su capa, y no entró en pánico cuando el viento se la arrancó de las manos.

Dio un par de pasos, firmes, y se volteó para alzar una barrera de roca tras ella, a lo largo del borde. Eso evitaría que los electos pudieran dispararle desde ahí. Se detuvo antes de que la habilidad se extinguiera. Sabía que no tendría oportunidad de concentrarse lo suficiente para absorber la magia de otro trozo de hueso, así que era mejor conservar lo último para una emergencia.

Así pues, se puso en marcha.

Evitó los bordes y detectó sabiamente las partes más peligrosas. No corrió cuando escuchó las explosiones con las que sus perseguidores intentaban destruir la barrera. Tardarían mucho en conseguirlo y ella caería en un segundo si actuaba con prisas.

Ya caía la noche cuando escuchó caer la pared. Alzó otra barrera justo a tiempo para protegerse de los primeros disparos. Ya había hecho otras dos cuando esa se rompió. Y no tenía más roca. Sólo podía seguir avanzando.

Bastó.

Para cuando cayó su última defensa, ya no alcanzaban a apuntarle.

No había, entre ellos, ninguno lo bastante fuera de sí para intentar seguirla. Ahora su único enemigo era el Paso de los Suicidas.

Antes de que la noche cayera por segunda vez en su viaje, comprendió que esto la mataría. El viento era peor entre más avanzaba, el sol era directo durante todo el día y la inclinación descendente del terreno, aunque  fuera apenas perceptible, podía jugarle una mala pasada en cualquier momento. Sería difícil arreglárselas con el agua y alimentos en el bolso que cargaba a su espalda.

Peor todavía: los quejidos agonizantes que se oían desde ambos extremos, así como el chapoteo de rocas cayendo al océano, eran tan malos como todos pensaban. Una vez ahí, armada con la cabeza fría provista por su magia, entendía que esto iba a caerse a pedazos antes de que ella llegara al otro lado.

—Mentirosa —dijo una voz indescriptible a sus espaldas. No sonaba como un juicio, más bien como si la llamara.

No volteó de golpe. Quizá por eso no vio a nadie.

Pero, por supuesto, la verdad era que ahí no había otras personas. Seguramente alucinaba por pasar tantas horas sin dormir.

Se prometió descansar en cuanto llegara a una parte de camino un poco más amplia que estaba a poco menos de dos horas de distancia. Temía que uno de esos derrumbes la dejara sin suelo mientras dormía, pero era un viaje de no menos de tres semanas, aún para ella. No tenía más remedio que dormir, con precaución.

—Detente —escuchó, y obedeció por la pura sorpresa.

Respiró profundo. Con todo y las alucinaciones, aún tenia la claridad mental que se había dado con magia. Duraría al menos la tercera parte del viaje.

Decidió de inmediato que lo mejor era seguir descendiendo, pero no había dado el segundo paso cuando se vino abajo una considerable porción del suelo, a menos de un metro de ella.

La impresión la hizo retroceder, y por un instante estuvo segura de que caería al vacío. Fue como si una corriente de aire se pusiera de su parte en el último instante, y cayó sentada en el centro del camino.

No podía anticipar todos los derrumbes, pero no tenía más remedio que continuar.

Avanzó hasta un área bastante amplia en comparación con el camino a sus espaldas. Uno de los carruajes amplios de los madereros hubiera podido estacionarse ahí y hubiera quedado buen trecho para pasar a ambos lados. Por lo que alcanzaba a ver desde ahí, habría más trechos así a lo largo del camino.

El ruido de las olas, y de las rocas cayendo, la hizo soñar que todo se venía abajo. Despertó más de una vez sujetando su bastón con fuerza, como si en lugar de sostenerlo, se sostuviera de él. ¿Había más derrumbes que antes, o eran más evidentes a esta hora? Suponía lo primero, por desgracia.

Era la hora más oscura cuando por fin pudo descansar, arrullada por un océano más iracundo que antes, pero sin derrumbes.

—Hasta la próxima, mentirosa —dijo una voz etérea, y luego ella dormía tan profundo que ni los truenos del sur, ni el oleaje unos kilómetros más abajo, llegaron a sus sueños.

Despertó con el sol de mediodía, aferrando sólo un trozo de lo que había sido su cayado. No creía haber sido ella. Aún si fuera posible consumir magia en sueños, nadie podría utilizar tanto hueso a la vez. Y ella no veía ninguna evidencia de magia en los alrededores, ni la sentía en su interior.

El viento había amainado, pero el sol era implacable. Ilvana decidió absorber algo de la magia restante para poder construirse un refugio de tierra y descansar hasta que el sol cayera. El viaje fue mucho más largo siguiendo ese proceso, y cuando llegó al otro lado ya no quedaba nada del bastón. Pero estaba con vida.

Unos días después, cuando le contó lo sucedido a un erudito, la joven dejó por fuera las palabras, tanto las que había usado al inicio del viaje, como las que había oído durante esa segunda noche.

No creía haber sido asistida por esos supuestos espíritus que sus abuelos llamaban “ecos”. No había registro convincente de que algo así existiera. Pero hasta eso parecía menos descabellado que la conclusión a la que llegó el anciano después de escucharla.

Ella jamás creería  haber hecho una barrera mágica que detuviera los derrumbes, y ningún académico lo puso en los libros. Sin embargo, todavía hay quien susurra su nombre antes de recorrer el Paso de los Suicidas, bien sea en agradecimiento o “porque da  buena suerte”.

No es la voz de Ilvana la que los acompaña cuando pierden la confianza durante el segundo día de camino.


Temas:
  • La Promesa y el atuendo de la Orden de los Emisars Verdaderos.
  • Los seres no terrenales (“Ecos”, los llamaban donde creció Ilvana)
  • El Paso de los Suicidas
  • Al parecer hay una villa de madereros que tiene unas carretas muy anchas.
  • Ilvana, que se unió a la Orden a los 13 años o por ahí, solo por interés en la historia de los Entes Antiguos, ya que creció escuchando que “son el lado de la familia del que no sabemos nada”...pero eso es otra historia. 
  • Los Electos agreden a emisars solitarios de vez en cuando