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Full Version: Mis últimas palabras serán mías
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Esta es la versión corta de la historia de un mago creciendo en un mundo sin magia, desde el día en que le cedió su voluntad a la primera persona con el valor para ocuparse de él, hasta el momento en que tuvo que  elegir entre ese protector y su mejor amigo.
Así es como te haces una vida, y así es como la pierdes.



Mis últimas palabras serán mías
  • ~ 0 ~
  • Transgresor      (1 -- 2 -- 3)
  • Luz y Sombra   (4 -- 5 -- 6)
  • Talento             (7 -- 8 -- 9 -- 10 -- 11 -- 12)
  • Temible            (13 -- 14 -- 15 --  16 -- 17 -- 18 -- ...)  
  • No                   (...)
  • Hogar              (...)
  • Obediencia       (...)
  • ~ ~
  • Óbito                (...)
No quiero morir.


Pediría clemencia, si tan sólo tuviera algún tipo de justificación para todas las cosas que he hecho para mantener feliz a Eutal,mi sudgrau.

Tenía que hacerlo.  Pero no porque no tuviera opción; a veces, yo veía las opciones, aunque no debería.
Un sudgrau es quien te protege y decide por ti. Los esud debemos seguir sus instrucciones a ciegas, así que ellos asumen la responsabilidad. Pero yo pensaba demasiado, a menudo veía las opciones y entendía las consecuencias. Supongo que  eso es decidir, y es justo que ahora deba pagar por  ello.

Pero, a pesar de todo, siempre sentí que sólo una de las opciones era aceptable. Siempre  me sentí obligado a hacer lo que hice.
Cuando yo no daba nada más que problemas, Eutal me acogió, me educó, alimentó y protegió.  Yo sólo quería corresponder a lo que recibía. Yo tenía que  hacerlo, si no quería perder todo.

Fue lo mismo ese día, cuando me ordenó... eso.

No quiero morir, pero no me arrepiento de la decisión que me trajo aquí.
Culpable

Capítulo 1
Traus no sabía que era especial.

De hecho, no conocía esa palabra. Había muchos términos que él ignoraba, y otros tantos cuyo significado sólo adivinaba.

No recordaba a su primera madre tratando de enseñarle su primera palabra. De hecho, no recordaba casi nada de ella, ni de la vida que tuvo antes de dejarla. Incluso recordaba poco de la época que vino después, cuando cada sudgrau que lo recibía en su casa se apresuraba a pasarlo al siguiente  o intentaba devolverlo al anterior. Sí recordaba a los más recientes, y la forma en que la gente solía hablar  sobre él, pero casi nunca con él.

Feightvad lo había dejado quedarse; pero aquí, del otro lado de las paredes que dejaban fuera la luz y mantenían ese olor agrio atrapado en el interior. El sudgrau no le había dirigido la palabra en lo que parecía ser una eternidad. Nadie lo había hecho.

Trauss escuchaba muy pocas palabras, generalmente pronunciadas fuera de la bodega dónde el vivía. Había aprendido que  las palabras no eran buenas para él, pero no podía evitar interesarse por ellas.

No tenía forma de saber que precisamente las palabras lo hacían especial.

Otra cosa sobre sí mismo que ignoraba, era que tenía poco más de catorce inviernos, y el peso que se esperaría de un niño de siete.

Había perdido cualquier esperanza de ser aceptado y, aunque todavía prestaba atención a las conversaciones que venían de afuera de la bodega, empezaba a  dejar de intentar descifrar el significado de las palabras nuevas. De todas formas, suponía que nunca vería aquello a lo que se referían. Su curiosidad natural no había desaparecido, pero no tenía esperanza alguna de satisfacerla.

Era más o menos lo mismo con el hambre.

Empezó a salivar en cuanto escuchó el quejido de la puerta al abrirse, a pesar de que no podía sentir ninguno de los olores que asociaba con comida.

Además del tintineo de llaves que identificaba a una de las pocas personas que venían de vez en cuando, había una voz nueva. Eso era emocionante.

No es que tuviera grandes expectativas sobre los desconocidos. Nunca le dedicaban más que una mirada de repulsión.  Pero, por algún motivo, siempre se esforzaba por verlos, aprovechando la luz que los acompañaba. Memorizaba sus voces, si podía.

Necesitaba reconocer las voces para tratar de seguir cada conversación que se colaba desde afuera. Era la mejor forma de pasar el tiempo. Sobre todo porque la alternativa era comparar las jaulas que estaban lo bastante cerca para poder distinguirlas en la oscuridad; y lo único que variaba entre ellas, eran los daños que presentaban y la cantidad de garras y espinas que se les habían incrustado.

La jaula que él ocupaba estaba en perfecto estado, salvo por ese hueso afilado que ahora mismo estaba demasiado cerca de su tobillo.

—¿No es muy poco espacio? —dijo la voz nueva.

—No lo era cuando Feightvad lo metió ahí —respondió el otro, sin darle importancia—. Podía estar de pie entonces.

A pesar de que el hombre daba la espalda a la luz, el niño podía adivinar la mueca de asco en su cara cuando estuvo lo bastante cerca de la jaula.

—Eso no puede ser saludable —dijo el desconocido, mirando directamente al chico.

—Limpiamos seguido —se defendió el otro.

—No lo digo sólo por la suciedad. Apuesto a que estás incómodo, ¿cierto, niño?

Traus tuvo la impresión de que estaba hablando con él. Quizá porque seguía mirándolo, o porque sabía que la palabra “niño” no describía al hombre de las llaves.

—Bueno, no hay mucho que hacer. Rompe las ataduras. Incluso las más fuertes.

El visitante torció el gesto y Traus entró en pánico. No había dónde ocultarse, así que se encogió sobre sí mismo y trató de mostrarse arrepentido por el crimen que nunca había podido dejar de cometer.

—Ey, ey. Tranquilo —dijo el desconocido, mientras hincaba una rodilla en el suelo, con lo que ahora estaba aún más cerca—. Sólo siento curiosidad. ¿Para qué lo hiciste, eh? ¿Para evitar un castigo? ¿Quizá otro de los protegidos de tu sudgrau dijo algo sobre tus ojos viejos y quisiste darle una lección?

Traus se estremeció.

De verdad parecía que el hombre hablaba con él. Pero sonaba tranquilo. Como Mag cuando hablaba sobre plantas o sobre ese lugar que llamaba “costa”. A veces, también parecía que Mag estaba hablando con él (“Algún nombre debes tener”, “¿Estos inútiles te dan de comer cuando no estoy?”); el resto del tiempo, parecía hablar con la oscuridad de la bodega, o consigo misma. Traus no veía nada de raro en eso, él lo hacía todo el tiempo, aunque sólo en su mente. El sudgrau anterior había dicho que si oía su voz de nuevo, lo degollaría antes de que terminara de decir una palabra.

Hacía mucho que nadie le hacía preguntas a Traus, pero recordaba lo enojados que estaban todos al hacerlo, y cuánto lo asustaban. Este hombre, no asustaba.

Aun así, soltó un gemido de terror y volvió a encogerse cuando el desconocido extendió su mano hacia él. Hizo falta toda su fuerza de voluntad para no resistirse cuando el hombre lo obligó a levantar la cabeza para mirarlo a la cara.

—¿Puedes hablar, niño?

Traus parpadeó dos veces. Sintió que su mente iba muy lento y su corazón demasiado rápido. Asintió, esperanzado.

—Entonces, contesta. ¿Por qué rompes los hechizos de atadura?

Traus se incorporó un poco, entusiasmado. Daba lo mismo el tema, este hombre de verdad estaba hablando con él.

—No quise hacerlo —intentó asegurar.

Su voz estaba demasiado fuera de uso; en esas simples palabras cambió de escala y se quebró y desapareció y fue demasiado alta. El resultado fue un sonido cavernoso, interrumpido por algún quejido ocasional, y algo parecido a unas pocas sílabas.

De inmediato, el chico tosió y trató de aclararse la garganta, con la intención de repetir su respuesta lo más pronto posible. Tenía miedo de que el extraño se enfadara, o peor, que decidiera que no tenía caso intentar hablar con él.

—Tranquilo, tranquilo. ¿Mucho tiempo aquí sólo, eh?

Traus supuso que respondía la verdad al asentir de nuevo. No tenía idea de qué tanto tiempo había sido, pero se sentía como toda su vida.

—Una lástima —dijo el hombre, poniéndose de pie.

Fue como despertar de un sueño agradable: de pronto, Traus no estaba seguro de si era cierto que en algún momento ese hombre le había hablado amablemente. Y aunque hubiera sido real, ahora sólo estaba en su cabeza. Justo como el sabor de la sal, el olor del fuego y la voz furiosa de cada sudgrau por el que había pasado.

El tono reprobatorio, dirigido a otra persona, era la realidad.

Ni siquiera intentó suprimir los sollozos.

De todas formas, ninguno de los hombres volvió a mirarlo antes de salir de la bodega, llevándose la luz y cualquier tipo de esperanza de contacto humano.