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Full Version: [Nuc] La Chica de Vestido Blanco que Miraba las Estrellas
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La Chica de Vestido Blanco
que Miraba las Estrellas



   Entonces, ¿qué hay más allá, papa?
   —Quién sabe pequeña. Tal vez haya en este mismo instante alguien en uno de esos puntos brillantes y lejanos que mire al cielo con tu mismo sobrecogimiento. Quién sabe, tal vez incluso se hagan tu misma pregunta. 
    
   Roxatia cerró los ojos tras sentirse profundamente embargada por los recuerdos. Su vestido blanco ondeaba en el lo alto de aquel volcán aletargado meciendo cada brisa, cada suspiro que el viento enviaba a acariciar su cuerpo. Era de agradecer, las temperaturas en el archipiélago eran cálidas incluso por la noche. 
   Respiró profundo y volvió a abrirlos. Su mirada volvió a encontrarse con el cielo estrellado. Acercó su vista al telescopio, un aparato que constaba de diversas lentes superpuestas y que a diferencia de otros instrumentales de la orden no necesitaba del polvo de hueso para funcionar. 
   Es verdaderamente interesante, se dijo y acto seguido introdujo una nueva lente en el cilindro para aumentar su alcance. Tenía que reconocerse que el Archipiélago Ambarino tenía una de las noches más adecuadas para su actividad. Otra lente. Volvió acercar su vista mientras entrecerraba su ojo izquierdo. Entonces una pequeña estrella fugaz atravesó el firmamento. 
Estrella fugaz observada número 3457 sobre el cielo de Ambaria, apuntó en su cuaderno. Cada vez estoy más convencida de que no se trata de verdaderas estrellas y son tan solo objetos extraños  que arden en violentas y bellas explosiones al entrar en contacto con la cúpula celestial. Dejó de escribir y miró al cielo pensativa. De estar en lo cierto, mi teoría sobre los antiguos Entes podría confirmarse. 
   No pudo evitar sentir como la invadía la emoción. De ser cierto pasaría a ser una de las eruditas más conocidas de su tiempo y a una edad irrisoria. Motivada por sus fantasías continuó esforzada con su tarea hasta que el tiempo se le hecho encima. ¿Qué habían pasado? ¿Horas? 
   Descansó la vista un instante y sin querer se apoyó en el telescopio torciendo su trayectoria. Mierda, maldijo. Miró de nuevo a través del objetivo tratando de situarlo de nuevo en la dirección adecuada… Por Tor-Ailox, ¿qué era eso? Una fuente de luz ardiente había atravesado el espectro. Estaba cercana, Roxatia retiró numerosas lentes para enfocar al nuevo objeto. La extraña luz parecía acercarse a su dirección. Retiró más lentes y pudo ver con claridad el origen del fuego. 
   ¡No, por favor no! 
   En la distancia, en esa franja que la oscuridad impedía distinguir el cielo del mar, se acercaban al menos siete barcos. 
   Era un ataque a las costas de ambaria. 
   Los ejércitos Electos desembocarían sin resistencia en la isla si no daba la alarma. Tendría una tres horas como mucho antes de su llegada. Y se encontraba en la cima del volcán Ukanakia.
   Dejó su telescopio apuntando solitario al cielo y corrió tan solo iluminada por las estrellas montaña abajo. Trato de evitar a toda costa alguno de los charcos de azufre que daban su particular color amarillento a la isla. En ciertas zonas donde el azufre cristalizaba no había peligro, pero si pisaba alguno de los charcos… mejor no averiguarlo.
   Descendió cuidadosa por la ladera, hasta que a simple vista pudo distinguir las luces en la distancia. No había tiempo, para precauciones. Corrió sin dejar espacio a la duda. Entonces pisó el primer charco y un cosquilleo desagradable la invadió. Los vapores alcanzaron sus pulmones y las lagrimas se mezclaron con toses desagradables. Pero eso no la paró. Siguió descendiendo sin tener en cuenta los síntomas del contacto con el azufre.
    Preciosas y malditas Islas, pensó mientras aceleraba aún más el paso.
   Horas después, con los pies llenos de quemaduras, la garganta reseca, el vestido amarillento y el pelo enmarañado llegó al pie del volcán sagrado de los ambarinos. Pero había cometido un error terrible. Confusa por la oscuridad había descendido por la ladera equivocada. La ciudad de Okrea con su palacio al pie de Ukanakia, estaría a media hora más de camino, no llegaría a tiempo porque ni siquiera sabía que dirección tomar. En lugar de eso corrió en dirección a las luces, hacía la costa, deseando encontrar a alguien en su tortuoso camino.
  Los pies se le llenaron de ronchas y el vestido se le engancho en los arbustos hasta no ser más que un montón de harapos. Renunciando a todo decoro y a todo sentido de la autoconservación, Roxatia siguió adelante movida por una inquebrantable determinación.
  Cuando desfalleció no fue debido a su espíritu. Fueron sus piernas las que flaquearon, no su mente. Fueron sus pulmones los que dijeron basta, no su entereza. Por ello siguió arrastrándose hasta que sus ojos empezaron a nublarse. 
   Entonces chocó con algo.
   Entrevió una tela granate con patrones de olas.
   Entrevió un pelo dorado bajo una tez oscura. 
   —Nos atacan… —dijo a respiraciones entrecortadas—, nos atacan.
   El hombre miró en dirección a la costa y asintió. Por fin pudo cerrar los ojos, había logrado avisar.
   Unos brazos fuertes la sujetaron y la levantaron sin esfuerzo. 
   Se dejó ir.
   Cuando volvió en sí, la posaban con delicadeza sobre la arena en un recodo que formaban unas rocas.
   —¿Quién eres? —susurró.
   —Mi nombre es Okanu. Quédate aquí pase lo que pase.
   El hombre caminó erguido hacía las luces que desembarcaban mientras su toga roja ondeaba dando marejada a los patrones de olas. Caminó hasta mojar sus pies descalzos sobre la orilla. Entonces desenfundó un sable de al menos tres cuartos de su tamaño, lo extendió en paralelo al mar y gritó a los barcos.
   —¡Aquí solo os espera la muerte! ¡Si pisáis estas costas es que aceptáis su abrazo!
   Centenares de soldados con armadura saltaron a la costa. 
   El Kae alzó su espada mientras una vorágine se cernía sobre él.
    
  El volcán Ukanakia tembló brevemente como acostumbraba a hacer hasta que llegaba la fecha del apaciguamiento anual. El sagrado pago en huesos permitía a los ambarinos que el volcán durmiera por otro año. Un año más de margen para reunir el pago para su deidad, pero eso nunca evitaba que temblara amenazante. El «mecer del Ukanakia lo llamaban». 
   Uno de eses temblores inclinó el telescopio de Roxatia. Tal vez, si ella se encontrará allí en aquel momento podría haber visto la inmensa bola de luz que paso por el objetivo… y tal vez, y solo tal vez… eso habría cambiado su mundo.


© Created by Miles.
Tremenda historia, Mode. Me encantó, y a pesar de que es cortita, me introdujo en Nuc de inmediato. Ya sabes, sentí que volvía a este mundo después de un tiempo. Quedan muchas interrogantes por saber, y eso no está mal, todo lo contrario. Creo que cuando un cuento nos deja preguntándonos muchas cosas sin por ello dejar incompleta la historia, está muy bien, y más cuando te deja con ganas de saber más. 

Siento curiosidad por saber qué es lo que ella descubriría de los antiguos. Y un personaje tan importante como Okanu no puede morir ahí, porque este es el pasado ya que aún es un kae. Me pregunto si algo de lo que pasará a continuación será la causa de su destierro. Y al final esa bola de fuego que podría cambiar el curso de la historia de haberse visto es el broche de oro.
En fin, me gustó mucho.