Archivo de Fantasitura - Tu comunidad de literatura fantástica y afines

Full Version: [Fantasía] Zirisia (Capítulo 4)
You're currently viewing a stripped down version of our content. View the full version with proper formatting.
Pages: 1 2
Muy buenas. Soy un escritor con experiencia en prensa de videojuegos y recientemente inicié una novela de fantasía épica.

Si alguien está interesado en leer mi historia, los capítulos están disponibles abajo de la imagen y en Wattpad a través de este enlace. ¡Estoy abierto a comentarios!

[Image: Sin-t-tulo.jpg]

Prólogo

Las civilizaciones del mundo arden en un caos continuo tras la muerte de sus líderes en la guerra. Algunos sobrevivientes renunciaron a sus espadas ante el terror de la batalla, pero ejércitos más poderosos se preparan para un decisivo combate por el dominio de los reinos desgobernados.

«Será la guerra más devastadora de nuestros tiempos», pronostican los sabios desde las tribunas de las plazas, pero las familias asustadas se esconden en sus hogares implorando a los cielos por su protección divina o la aparición de un valiente guerrero que proteja a los débiles. Algunos menos optimistas prefirieron partir a peregrinar en busca de las tierras sagradas donde la paz es absoluta. Mientras tanto, los delincuentes y soldados deshonestos aprovechan la anarquía para extorsionar, robar y asesinar a quienes les apetece.

Pero dentro de un fuerte oculto en lo profundo de un desierto remoto, las huestes de Zeo esperan pacientemente el momento de la batalla cuando advierten las siluetas de un grupo de jinetes en el horizonte.

Casi cien soldados habían partido un año antes bajo las órdenes del rey Bastes a saquear las ciudades asoladas por la guerra, pero ni fueron bien recibidos por los habitantes, ni la suerte los acompañó en el camino de vuelta. Ahora que el rey ha muerto, solo unos pocos exploradores regresan, heridos y exhaustos, a dar parte del viaje a su hermano y heredero, el general Zeo.

Capítulo 1: Audiencia con el soberano

Las cadenas zigzagueaban en la arena como una serpiente acechando a su presa. El esclavo corría descalzo detrás de las tenues nubes de polvo que levantaban los caballos, mientras el radiante sol sacaba destellos de sus grilletes. El intenso calor evaporaba el sudor de los jinetes y el intenso bochorno les impedía discernir la forma exacta de la muralla en la distancia.

Un centinela a las afueras del muro fue el primero en avistar sus siluetas desde la punta de un colosal monolito. Se apresuró a soplar un enorme cuerno cuyo estruendo se repitió varias veces dentro del fuerte, alertando a guardias y habitantes por igual. Los guerreros en el interior comenzaron a moverse levantando armas y colocándose las armaduras, mientras los niños y adultos incompetentes en el combate ayudaban a mover los suministros. En un instante la caballería pasó galopando a toda velocidad por mitad de la plaza hacia la entrada; enseguida se abrieron las puertas frente a ellos y se cerraron detrás del último caballero.

—¡Son cuatro exploradores heridos a caballo y dos prisioneros, capitán! —reportó a gritos el centinela. La caballería estuvo a punto de partir, cuando el vigilante se pronunció de nuevo—. ¡Parece el escuadrón de Aldre!

El capitán endureció el gesto y dio la orden de bajar las armas y esperar en la entrada, ignorando su tarea de interceptarlos para descartar amenazas. Sin embargo, en cuanto los viajeros enfrenaron frente a ellos, supieron que no representaban ningún peligro: estaban hechos un desastre.

Aldre tenía una herida punzante en el hombro y el brazo, pero no era nada en comparación al resto de su brigada, que lucían severas abolladuras en sus piezas de armaduras sucias e incompletas, así como rastros de quemaduras sobre sus túnicas manchadas de sangre. Incluso en sus caballos se percibían indicios de maltrato y hambruna. A la derecha, una mujer de cabello oscuro cargaba un ornamentado carcaj en la espalda; era la única que no tenía heridas visibles, pero parecía estar a punto de desmayarse.

Sin embargo, nadie en el grupo se veía peor que el prisionero que llegó corriendo a pie un momento después; al capitán le pareció increíble que pudiera moverse a ese ritmo, considerando que tenía la complexión de un indigente y el cuerpo vendado del cuello para abajo. Estaba claro que tuvieron algunos altercados por el camino, pero aun así era extraño que regresaran después de tanto tiempo.

—¿Dónde demonios te habías metido, Aldre? ¿Cómo terminaron así? —inquirió el capitán.

—No sé por dónde empezar —respondió él con la vista cansada bajo su turbante. Su yegua era la que mejor apariencia tenía en todo el grupo, y quizá por eso era la que transportaba a una muchacha inconsciente atada a la montura—. Los kretnia nos persiguieron hasta el cruce llano. Los perdimos, pero no tardarán en seguirnos el rastro. Debemos prepararnos.

—Esas puertas no se abrirán hasta que alguien me explique dónde está el resto —declaró el capitán mirando las caras de todos los acompañantes, pero estos bajaron la cara. Solo Aldre mantuvo la vista fija en el capitán.

—Creo que ya lo sabes, Olver. Fui el único que sobrevivió, a estos los contraté en el camino para que me ayudaran a regresar.

—¿Y dónde está Nervala? —quiso saber Olver de inmediato.

—Los bandidos nos emboscaron varias veces, tienen trampas en todo el camino. Nervala nos salvó una noche haciendo de distracción pero... tuvimos que huir sin ella. Lo siento.

El capitán bajó la mirada en silencio hacia la cresta de su negro caballo y se mantuvo así por un momento. Entonces alzó su lanza, enorme y reluciente, y apuntó con ella a Aldre con los ojos enardecidos tras la visera del casco.

—Ni siquiera traes las armas —advirtió apretando dientes—. ¡Dame una razón para no matarte aquí mismo!

—¡Olver, cálmate un poco! —le rogó Aldre alzando las manos—. A-así no vas a resolver nada. Escucha, traigo información importante. —Los dedos le temblaban al intentar explicarse—. Necesito hablar con Zeo de inmediato, o no...

El estruendoso sonido del cuerno estalló de nuevo.

—¡Más corceles por el norte, capitán! —informó el centinela—. ¡Doce lanceros de estandarte violeta con varios cautivos!

Los guardias desenvainaron sus espadas y los arqueros en la muralla templaron sus arcos. El capitán estrujó las riendas al ver las siluetas detrás de las colinas, soltó gruñó y se hizo a un lado penetrando a Aldre con la mirada.

—Estoy seguro de que Zeo te matará cuando te vea; y si no lo hace él, lo haré yo más tarde. ¡Solven! —Uno de sus soldados se acercó—. Guíalos hasta el templo, y no les quites el ojo de encima. ¡Abran las puertas y protejan los muros! ¡Nosotros intentaremos negociar! —ordenó, y un momento después partió al galope seguido por la caballería.

Aldre no pudo esconder su gesto aliviado. Los guardias no tardaron en obedecer y, en cuanto las puertas empezaron a abrirse, algunos arqueros salieron en fila a tomar posiciones estratégicas. Solven les hizo una seña para que lo siguieran: los viajeros retomaron la marcha y los guardias en la entrada se hicieron a un lado para permitirles el ingreso.

Un único sendero conectaba la entrada con el otro extremo del fuerte al borde de un risco, y por cada lado del camino estaban instaladas montones de jaimas raídas y estructuras en ruinas pero habitadas. Los familiares de los soldados, que trabajaban desde la herrería hasta el comercio, presenciaron su entrada con curiosidad y murmuraron al verlos pasar. Algunos contemplaron horrorizados sus prendas ensangrentadas y se lamentaron imaginando las desventuras del largo viaje, pero la mayoría estaba más interesada en ver el botín; aunque parecía un cargamento muy reducido.

Después se fijaron en el desdichado prisionero, que caminaba indiferente a pesar de los pesados grilletes y cadenas que apresaban sus miembros. Su cabello tenía un bonito degradado marrón y su rostro seguro habría sido atractivo en otros tiempos, pero ahora tenía los huesos marcados como un mendigo, la barba descuidada de un náufrago, y los ojos resignados de un moribundo. En contraste, la hermosa muchacha de rizos casi plateados lucía tan bien cuidada, que en poco tiempo iniciaron las apuestas para adivinar el nombre de la familia de nobles a la que pertenecía.

—Si no paramos pronto voy a perder los planos —advirtió la mujer acercándose al oído de Aldre para que Solven no escuchara—. Quieren desbordarse, puedo sentirlo.

A Aldre le corrió un escalofrío por el espinazo, como le sucedía cada vez que aquella siniestra mujer le dirigía la palabra. Meditó en silencio un momento tratando de ignorar las indiscretas miradas, y entonces asintió.

—¿Crees que podamos parar a beber agua, Solven?

—Preferiría que no —respondió el oficial—. Algunas de esas heridas parecen graves, y no quiero cargar con la muerte de alguno.

—Atravesamos todo el desierto así, podemos resistir un poco más —arguyó Aldre—. Y si no bebemos nada pronto, terminaremos cayendo de todas formas, ¿no crees?

Tras pensarlo un momento, Solven accedió y más adelante les indicó que se detuvieran junto a un rudimentario pozo de piedra seca construido alrededor de un pequeño manantial. Estaba vigilado por un par de guardianes disparejos: un anciano tuerto que roncaba tendido sobre un montículo de hojas de palma, y un bronceado jayán concentrado en amolar su maza.

—¡Chafi! Veo que las guerras no tienen efecto sobre ti —bromeó Aldre descabalgando.

El anciano abrió de golpe su único ojo para ver al grupo desatando sus botijas del cargamento. Entonces notó a Aldre a un lado, sonriendo.

—¡Cuidado, pero si es Aldre el cobarde! —exclamó jubiloso—. ¡Te daba por muerto a estas alturas! Aún estás a tiempo de escapar, Zeo no está muy contento últimamente; cada victoria le sabe peor. —Entornó el ojo colocando una mano como sombrilla—. Por cierto, a estos no los había visto. ¿Son amigos tuyos?

—Así es, me ayudaron a regresar —confirmó Aldre acercándole el manojo de botijas de porcelana sin añadir más detalles—. Llénalas y ahora te pago. Voy camino a reunirme con Zeo —el tuerto arrugó la cara—. No tengo opción. Ah, y necesito ropa nueva. Préstame alguna y te la pagaré mañana.

—Ni lo sueñes, no veo que traigas ese arsenal que te encargaron. Zeo te arrojará a los leones —vociferó Chafi sobre su hombro levantándose para extraer agua del pozo con un cucharón—. ¡Una moneda por prenda! ¡Dáselas a Paac cuando termines, y ni se te ocurra...!

—¡Ya sé, ya sé! —lo cortó Aldre dirigiéndose a una jaima cercana. El grandullón soltó el esmeril y lo siguió con la maza en la mano; tuvo que agacharse para entrar detrás de él.

Chafi masculló algo no muy amable. Advirtió con su ojo receloso que los viajeros intercambiaban susurros mientras revisaban sus heridas. Uno de ellos era un chico mancebo de rasgos suaves y piel morena, mientras que el otro era mayor, pelirrojo y con una desagradable quemadura en el rostro. La mujer junto a ellos tenía el cabello tan largo que apenas permitía ver los símbolos circulares en su mejilla, y pasaba desapercibida por arrastrar un aura sombría que lo impulsó a desviar la mirada. Entonces puso su atención en la inmaculada prisionera que dormía plácidamente, y tuvo un presentimiento más extremo que el de los lugareños: estaba seguro de que habían raptado a una princesa.

De repente un caballo relinchó moviéndose hacia el abrevadero, y solo en ese momento Chafi notó al esclavo parado junto a los corceles. Su primera impresión fue que el joven había muerto de pie, pues sus frívolas pupilas estaban perdidas en el horizonte, pero un segundo después el muchacho hizo contacto visual con él y abrió la boca muy despacio. Sus labios se movieron lentamente sin emitir sonido alguno, pero el anciano entendió perfectamente lo que quiso decir: «a-gu-a». Chafi contempló su enjuto cuerpo vendado temiendo que la sed fuera el menor de sus problemas: las heridas o el hambre lo matarían primero. Pero no iba a ser él quien cargara con el muerto en la consciencia, así que llenó el cucharón a rebosar y se dirigió hacia él.

—¡No des un paso más, anciano! —clamó la mujer metiendo una flecha en su ballesta—. ¡Dale siquiera una gota de agua y te clavo una flecha en la nuca! —Solven desmontó desenvainando su espada, pero los viajeros cubrieron a la chica sacando sus sables.

—¡Ea ea, no hay necesidad de amenazar! —exclamó Chafi juntando las cejas—. No pensaba cobrarles esto, pero me detengo y ya está. Me dio un poco de pena, eso es todo.

Enseguida retrocedió a la fuente para retomar sus deberes y los demás bajaron las armas; aunque los viajeros intercambiaron miradas suspicaces con el guardia. Mientras llenaba el abrevadero, Chafi comprobó con un rápido vistazo que el esclavo había retomado su estado de trance. El anciano recordó con amargura que a su edad no valía la pena apiadarse de un desgraciado que de todas formas tenía los días contados.

—Solo guardas basura aquí —le reprochó Aldre saliendo de la tienda con varios trapos en la mano.

—Aun así tienes que pagarla —gruñó Chafi mirando hacia Paac. El fortachón asintió y volvió a ocuparse de su maza—. Me debes cuatro monedas por el agua. Paga y lárgate de aquí, que el pozo se estresa con el olor a muerte.

Aldre rió; le entregó cuatro monedas para recuperar sus vasijas cargadas de agua —pagó el doble por la suya, que era la más grande—, y otras cinco monedas por la ropa. Antes de despedirse se detuvo a admirar su entorno: escuchó una conmoción en la entrada, y vio a los niños pasar empujando cajas de suministros que los soldados terminaban usando como mesas para desplegar mapas en los que discutir sus estrategias. Le extrañó la expresión recelosa de Solven desde su caballo, pero asumió que debía ser por el calor. Se protegió de los rayos del sol con un brazo y contempló el extenso cielo despejado dando pequeños sorbos de agua; disfrutó del momento como quien sospecha que puede ser el último. Un momento después se despidió, montó en su yegua y retomó la marcha por el sendero junto al resto; incluyendo al esclavo enclenque que avanzó detrás de ellos sin protestar.

El templo era la única construcción dentro del fuerte que todavía mantenía su forma original, a pesar de los destrozos. La estructura indicaba el final del camino, y allí los esperaba un joven sentado en las escaleras. Tenía el cabello castaño amarrado en una coleta con unos cuantos mechones a la altura de los ojos, y aunque vestía elegantes prendas de seda propias de la clase alta, tenía diferentes armas colgadas del cinturón. Al verlos llegar sonrió de oreja a oreja, se puso de pie y colocó una mano en la empuñadura de su delgada espada.

—¡Bienvenidos, queridos hermanos! Si son tan amables, desmonten y tiren sus armas.

Su tono fue bastante cordial, pero Aldre no vaciló en bajar del caballo e instó a sus compañeros a hacer lo mismo. Un par de guardias se acercaron a retirarles el carcaj con flechas, la reluciente ballesta, varios modelos de dagas, frascos con veneno, un escudo, un par de sables y las piezas de armadura sueltas. Cuando estos estuvieron satisfechos, el joven que los recibió hizo una exagerada reverencia.

—Mi nombre es Gerby Echanseki, los llevaré con el general —afirmó, exhortándolos a entrar en el templo.

Los viajeros acataron de inmediato, aunque con movimientos débiles y pausados.

—Nunca te había visto tan obediente —le comentó a Aldre uno de sus compañeros mientras caminaban por el largo pasillo del templo. Tuvo que ponerse hombro con hombro para que no lo escucharan los escoltas que cargaban con la muchacha desmayada—. ¿Quién era el de la cara de ángel?

—Le dicen «Echanseki de las mareas», no esperaba verlo aquí —respondió Aldre en un débil tono de voz—. Es el campeón de Astóreo, va a ser un problema. No creo que podamos ac...

—Es muy tarde para arrepentirse —lo interrumpió el viajero de golpe. Su voz era grave incluso al susurrar—. Hay siete guardias afuera contando a los escoltas, más los que hayan adentro. ¿Puedes encargarte tú del campeón?

—¿Que yo me…? ¡Por supuesto que no! Ese chico es tan monstruoso como cualquiera de ustedes. Se dice que con catorce años participó en los juegos de las islas Carsi —Aldre se acercó a su oreja—. ¡En todas las islas al mismo tiempo!

Sus palabras resonaron más de lo que pretendía. Se giró nervioso, esperando que Echanseki no escuchara nada. Este le dedicó desde atrás una sonrisa agradable que no tenía nada que ver con sus extravagantes ojos saltones de calamar.

—¡Bajen la voz! —les pidió el más joven del grupo cuando los guardias los hicieron detenerse al final del pasillo—. A partir de aquí no hablemos más entre nosotros.

Entonces las puertas se abrieron y un resplandor dorado los deslumbró. Al recuperar la visión se encontraron frente a una sala inmensa con un amplio agujero en el techo, por donde los ardientes rayos del sol impactaban directamente contra los azulejos del suelo y se reflejaban en las paredes de mármol. A cada lado se extendían varias filas de pilares ornamentados que no sostenían nada, y junto a estos había decenas de mesas largas ocupadas por hombres y mujeres de ropa holgada y gesto feliz. Estaban tan entretenidos conversando, comiendo y bebiendo, que ya no le prestaban atención ni a las puertas ni a lo que ocurría afuera. Una alfombra verde se extendía por el centro de la sala hasta un altar donde un hombre veterano con actitud desganada alimentaba a un fornido león con carne de su propio plato; parecía el único entre tantos que no disfrutaba de la celebración.

Un heraldo bajito se acercó a Echanseki e hizo un esfuerzo para hablarle a través del bullicio. Entonces adoptó una postura firme, inhaló profundamente, e hizo sonar un pequeño clarín que llevaba colgado del cuello. El agudo pitido silenció la estancia de inmediato.

—Soberano regidor, general Zeo, poseedor de horizontes —Los soldados hicieron un jubiloso brindis desde sus mesas, aunque el gobernante no lucía halagado—. Tras un año de su partida, el explorador del escuadrón de saqueo exterior, Aldre Macenta, regresa de su viaje implorando un momento de su atención para presentar el fruto de su expedición.

El gesto del nuevo rey se volvió severo. Era un hombre enorme e imponente, de barba larga y oscura como sus ojos pequeños, parcialmente oculto de la luz que entraba por el orificio del techo; aunque aun en la penumbra resaltaba el oro incrustado en su armadura. Con un rápido movimiento de sus dedos repletos de anillos aprobó la audiencia, así que los guardias los escoltaron por en medio de las acaloradas miradas de los soldados. Aldre calculó que habrían por lo menos cien guerreros más de los que contó su compañero, quizá doscientos.

Se detuvieron frente al altar, elevado a ocho escalones por encima de ellos, desde donde el general los observó altivo con las piernas separadas. Los soldados retomaron sus almuerzos en un alegre alboroto, mientras que los viajeros –exceptuando al esclavo– hincaron una rodilla en el suelo. Pero antes de que pudieran hablar, un hombre apareció detrás de Zeo para comentarle algo al oído.

A Aldre se le erizó la piel al reconocer su rostro. Se giró para comprobar que Echanseki seguía detrás de ellos, y este le devolvió una sonrisa satisfecha: era él, observando cínicamente desde atrás, al mismo tiempo que dialogaba con Zeo desde el trono con una túnica diferente. Notó el desconcierto en la cara de sus compañeros, que ya no parecían tan confiados. Para Aldre era obvio que no podían dejarse llevar por la apariencia inocente del campeón: por dentro era una abominación y tenían muy poco tiempo para descifrar cómo lidiar con él.

—Encárgate tú de defender el este —le ordenó el general tras meditar un poco. Echanseki asintió desde arriba, pero para sorpresa de Aldre, el guerrero se quedó de pie a un lado del trono—. Nos atacan de todas partes —explicó Zeo con dejadez—. Sospecho que no buscan el oro sino la gloria, el renombre, la fama; una vez en el campo, todas esas sandeces le importan más a un guerrero que la paz por la que iniciaron la guerra. Como sea... Me alegra verte con vida, Aldre.

—Es un placer volver a estar en su presencia, su alteza.

—Aún no me nombran rey, Aldre —replicó Zeo—. Por ahora sigo siendo un general.

—Si mi señor me disculpa, eso es una mera formalidad. Siempre ha sido su destino gobernar el reino, aunque signifique perder al mejor general que hemos tenido.

Aldre siempre fue muy versado con las palabras y confiaba en ellas para salir de cualquier situación, pero al ver el gesto severo de Zeo ante sus halagos, sospechó que esa tarde calurosa era diferente.

—Preferiría ser un humilde cantero y poder celebrar con mi hermano, que gobernar mil reinos de cobardes yo solo, que conozco la infamia cometida en la conferencia.

—P-por supuesto —Aldre palideció ligeramente, pero hizo un esfuerzo para mantener la compostura—. Lloré hasta el cansancio la muerte del rey Bastes. La noticia me llegó en el peor momento, cuando me desangraba en los calabozos de Geyin tras ver morir a muchos compañeros; casi pierdo la voluntad de continuar. —Notó el gesto suspicaz de Zeo—. Emm… Pero, mi general… creo que finalmente traigo buenas noticias para el reino, entre tantos infortunios.

—Oh, ¿buenas noticias? Esos pueblerinos mentirosos... No creerías lo que se han inventado de ti, Aldre. Dicen que perdiste a mis setenta guardias a manos de unos bandidos —Aldre intentó intervenir, pero el general alzó la voz—. Y que en lugar de dirigirte a Pricia como te ordené, intentaste invadir unos insignificantes manglares... ¡Y fracasaste! Ni siquiera saqueaste el mausoleo de Otorio. Sin embargo, se comenta que trajiste a un par de esclavos: un moribundo demasiado débil para trabajar, y la hija de un rey muerto al que no le podemos pedir rescate. Contéstame ahora: ¿son solo inventos de las malas lenguas, o tengo ante mí los supuestos frutos de tu viaje?

Entre codazos y chistidos, la algarabía de las mesas se fue silenciando progresivamente detrás de ellos. Aldre sintió el peso de las penetrantes miradas en su espalda, y percibió el sonido de los guardias desenvainando lentamente sus espadas; esperaban la orden para atacar, y Zeo parecía deseoso por darla. Tuvo que esforzarse de nuevo para no perder la concentración: tenía que elegir con cuidado sus siguientes palabras. Si se quería salvar, debía saltarse las excusas y explicaciones, e ir directo a lo que todos querían escuchar:

—Tengo en mi poder el arma más peligrosa de los doce reinos. —El general levantó la mano y sus guardias bajaron las armas; Aldre pudo volver a respirar—. No solo traigo conmigo a la princesa Deliquia, supuesta heredera al trono de todas las tierras de Otorio. El prisionero a mi lado no es nada menos que Meriito, la temida bestia de los caminos.

Zeo recostó un pómulo sobre su puño y tamborileó con los dedos de su otra mano, mientras contemplaba la escena con repugnancia.

—¿Me dices que tú, un simple saqueador, capturaste a Meriito? Debes tomarme por tonto. ¿Qué deberíamos hacer con ellos, caballeros? —En cuanto hizo la pregunta, la sala se llenó de voces exaltadas unas sobre otras:

«¡A pedradas!», «¡No, desmembramiento a caballo!», «¡Estos se ganaron la hoguera!». Los gritos eran tantos que nadie se ponía de acuerdo, hasta que un hombre robusto y ruborizado se puso de pie sosteniendo una daga: «¡Propongo una punzada por persona hasta que se desangren!», y todos aprobaron con un clamor enloquecido.

A Aldre se le congeló la piel al notar que no solo los guardias habían desenvainado sus espadas, sino que los soldados se levantaban entusiasmados de sus mesas con cuchillos y navajas en mano, ansiosos por participar. Alguien puso una mano en su hombro y al girarse vio que Echanseki desprendía el látigo de su cinturón, con los clamores ebrios demandando sus vidas de fondo.

La respiración le fallaba, sus piernas temblaban, pero consiguió el valor para un último intento. Juntó las manos y se hincó de rodillas.

—¡Por favor, mi señor, le imploro que me permita mostrárselo! —rogó al borde del llanto—. ¡Co-concédame una oportunidad y juro, le juro que entenderá todo! ¡Solo le pido un momento, y no se arrepentirá!

El general alzó la mano una vez más, y los pendencieros soldados no tuvieron más opción que contenerse.

—Te daré una oportunidad, aprovéchala —sentenció Zeo cruzando los brazos. Pero Aldre no perdió tiempo hablando; en su lugar, descolgó la enorme botija de su cintura y se la arrojó al prisionero. Este la atajó haciendo tintinear las cadenas con un movimiento desapasionado.

—No ha bebido nada en todo el viaje, mi señor. En cuanto se hidrate, él mismo despejará todas las dudas.

Con un gesto exánime, el muchacho destapó la botija y comenzó a beber; de repente sus ojos se abrieron como si cobraran vida, hasta que retiró de golpe el contenedor jadeando con intensidad. Paseó la vista por el espacioso salón con los ojos muy abiertos mientras recuperaba el aliento. Pareció sorprendido, casi asustado, al fijarse en la multitud de soldados malencarados a su espalda. Entonces encontró a Aldre con la mirada, y su expresión incrédula se oscureció.

—No me esperaba esto de ti, corderito. —La voz del prisionero sonó suave y peligrosa al mismo tiempo. Un mar de murmullos despertó a su alrededor.

—Yo… nunca dije que fuera tu aliado —replicó Aldre mirando al suelo—. Nos necesitábamos para escapar, por eso colaboramos. Pero ahora… ahora eres mi p-prisionero, y si no me escuchas, van a matarla.

Aldre señaló por encima del muchacho, a donde un guardia cargaba a la chica adormecida sobre su hombro; los demás viajeros retrocedieron unos pasos, intentando pasar desapercibidos. Cuando el joven vio a la muchacha, su gesto se agudizó como el de un felino hambriento. Le lanzó una eufórica mirada a Aldre, pero este habló primero:

—¡Ya no hay tiempo, Meriito! —Aldre también dio unos pasos hacia atrás—. L-lo siento, pero cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo. Ahora por favor intenta contenerte, o nos matarán a todos.

Meriito hizo contacto visual con el imponente general. Tras unos segundos, meneó la cabeza resignado y se llevó la botija a la boca.

—Los dioses castigan a los farsantes de formas atroces —añadió antes de tocar la boquilla con sus labios, y entonces dio un trago.

Bebió largo y tendido; el agua descendió por su garganta por lo que pareció una eternidad, hasta que por fin bajó la botija vacía al nivel de su abdómen, se secó los labios con el antebrazo, y todos frente a él se impresionaron viendo sus pupilas dilatarse como diminutos granos negros.

Un frío gélido irrumpió en el templo, a pesar de que los rayos solares seguían lloviendo en mitad de la sala. Detrás de la turba agitada, las mesas vibraron y algunas se quebraron en pedazos de golpe. Los soldados temerosos llamaron desde sus asientos a sus compañeros, y aunque algunos retrocedieron suspicaces, otros estuvieron demasiado absortos en castigar a los viajeros para atender a lo que ocurría alrededor. El general se incorporó con su atención fija en el muchacho, prolongando la ansiada ejecución; pero eso no contuvo al tumulto. Se oyeron bramidos, algunos improperios, los borrachos se apremiaban entre sí, y de un momento a otro la horda se abalanzó sobre los viajeros.

Pero en cuestión de un instante el esclavo dejó caer la botija, y junto a ella cayeron sus grilletes y cadenas. Esquivó las primeras puñaladas dando un salto hacia adelante, se giró hacia ellos y estiró la mano como agarrando algo invisible en el aire; fue como si al cerrar el puño un intolerable zumbido aturdiera a la multitud, haciéndoles chillar apretando los dientes. El esclavo entonces arrastró el brazo hacia atrás y las articulaciones de los soldados frente a él perdieron el vigor, sus músculos desaparecieron y las armas resbalaron de sus dedos envejecidos.

De inmediato retrocedieron a patadas y empujones. El chico parecía una bestia: la cólera enrojeció su rostro, sus miembros se volvieron corpulentos y ya no se le marcaban las costillas a través de las vendas. Avanzó hacia el oficial que cargaba a la princesa, cuando dos guardias desenvainaron sus filos y se metieron en medio. Meriito estaba perdiendo contextura rápidamente, pero repitió el movimiento de mano y los tres guardias cayeron de bruces contra el suelo, al mismo tiempo que su cuerpo se fortaleció de nuevo. Saltó a detener la caída de la princesa; sin embargo, al tocarla retiró sus brazos de inmediato como si se quemara; ella cayó al suelo soltando un débil quejido. Se oyó un chasquido, y un repentino latigazo azotó a Meriito en la espalda poniéndolo de rodillas con un alarido; Echanseki, ardiendo de emoción, agitó el látigo de nuevo para aprehender su brazo derecho, sacó su espada y embistió a toda velocidad hacia él.

—¡Detente, Gerby! —exclamó el general poniéndose de pie; Echanseki se detuvo en el acto, aunque claramente insatisfecho—. Así que este es el famoso Meriito que escapó del vacío de Almena y acabó con la corte otoriana. Los rumores no mencionan que seas tan joven, o que parezcas tan frágil… —Acarició su barba estudiando al chico, que no paraba de gimotear de rodillas a medida que perdía musculatura—. Aunque no hay duda de que eres alguien de su nivel. Pero si es cierto, explícame entonces cómo acabaste prisionero de un grupo de meros exploradores.

El ambiente quedó silencioso como un sepelio. Los soldados observaron sorprendidos a sus compañeros recuperar el vigor de sus brazos mientras Meriito volvía a parecer una momia muy delgada; incluso sus apretados vendajes, que debieron estallar con sus músculos inflados, parecían intactos. Era como estar viendo a un espectro al que la vida se le escurría por la piel.

—Es por el agua, mi señor —intervino Aldre ansioso por romper el silencio—. Los kretnia nos capturaron juntos. La noche en que me llevaron a la celda, me confesó que estaba a apunto de perder el conocimiento y me pidió que protegiera a la princesa. Pero no se desmayó, sino que entró en un estado de trance muy extraño debido a la deshidratación. Su cuerpo respondía, pero él no.

—¿Y qué tiene que ver la princesa en todo esto?

—No estoy seguro, mi señor. Sé que está enferma y necesita atención urgente, pero Meriito no puede tocarla por alguna razón. Pensé que si el maestro Reviere pudiera curar su enfermedad, podríamos negociar con Meriito para que pelee por nosotros en la guerra; creo que hará cualquier cosa por salvarla. Y como ha podido ver, es un guerrero a tener en cuenta en un combate. Creo que es la mejor arma que pude encontrar afuera, mi señor.

Zeo examinó al prisionero con la mano en el mentón por unos segundos.

—¿Es verdad eso? ¿Pelearías para mí si puedo curarla?

Meriito se restregó un ojo con la muñeca, después el otro, y entonces asintió lentamente. Zeo sonrió ampliamente.

—¡Y justo cuando empezaba a resignarme! ¡Bien hecho, Aldre! Te recompensaré como es debido cuando termine la guerra. —Aldre finalmente recuperó el color del rostro. De repente, Zeo le dirigió una mirada rigurosa a Meriito—. De acuerdo, enviaré a alguien por Reviere de inmediato, pero no lucharás para mí. —Los viajeros intercambiaron miradas confusas—. Ya tengo a los mejores guerreros de mi lado y no me arriesgaré a enviarte con ellos. Tengo un dilema mayor: presiento que esta guerra puede ser la última, pero esta vez nos faltará más que fuerza para ganar. Se dice que has viajado mucho por todas partes. Creo que la información que manejas puede ser la pieza final que necesita mi ofensiva. Quiero saber todo lo que has visto en las tierras que no debe pisar el hombre, hasta el más mínimo detalle. Quiero que me cuentes lo que es cierto sobre tu mito, entre tanto que ha llegado a mis oídos.

—Es una larga historia... —advirtió Meriito con la voz quebrada, sin mostrarse sorprendido. No era la primera que alguien se interesaba por sus secretos.

—Moveré mis tropas en un mes, tienes todo ese tiempo para contarnos tu historia mientras Reviere sana a la princesa.

—Supongo que no tengo otra opción... —Fulminó a Aldre con la mirada—. Pero tengo una condición: deben curar a Deliquia aquí mismo, frente a mis ojos; no pienso separarme de ella. Y me darás tu palabra de que no le harán daño. —Entonces se puso de pie resistiendo el látigo enrollado en su brazo—. Nadie más debe pagar por mis pecados.

—¿Asesinaste a su familia y ahora pretendes protegerla? —A Zeo le resultó gracioso—. Está bien. Libéralo, Gerby. Mis guardias instalarán una tienda para la chica aquí adentro, así la vigilarás mientras nos entretienes con tu leyenda. Pero dejemos claro algo, muchacho: si descubro que nos mientes, guardas información, o que no eres quien dices ser; la mataré sin contemplación y tú serás el siguiente. —El Echanseki de arriba interrumpió a Zeo para susurrarle al oído una vez más, pero este le restó importancia con un gesto de la mano. Llenó una copa de vino, caminó de espaldas hasta el trono y se sentó complacido—. La aborrecida «bestia de los caminos», estoy intrigado. Adelante, cuéntanos cómo te convertiste en un engendro.

—Necesitaré más agua —advirtió el muchacho palpando la marca del látigo en su antebrazo.

—¡Traigan agua y comida! —demandó Zeo acariciando al león—. ¡Y algo para sentarse!

Los guardias de inmediato le acercaron un banco, una vasija con agua, un cuenco de plata vacío y varios platos atiborrados con carne y verduras. Meriito solo bebió un poco de agua al tomar asiento. Vio a Aldre recostaba cuidadosamente a Deliquia en un muro a su izquierda donde los soldados hacían espacio para levantar una carpa, y sus ojos volvieron a llenarse de muerte. Echó un vistazo por la ventana detrás del altar y pudo distinguir con claridad parte del abismo rocoso detrás del fuerte, luego pasó la mirada por las piedras preciosas que adornaban las columnas destrozadas, y finalmente puso la vista en el altar, donde el nuevo rey se acariciaba la barba recostado al respaldo del trono.

—¿Y te sentarás a escuchar una historia mientras tu pueblo combate?

Zeo frunció el ceño.

—¿Sabes cuál es la diferencia entre mi hermano y yo? Él fue un rey temerario, siempre acompañaba a su ejército en el campo sin dudarlo, ya ves cómo terminó. Yo, por otra parte, entiendo que hay muchas maneras de hacer la guerra. Ahora mejor preocúpate por contarme tu historia, desde el principio. Deseo saber qué clase de abominación eres, si de verdad eres quien dices ser —concluyó entornando los ojos.

Meriito simplemente exhaló un suspiro; el calor despiadado volvía a invadir la sala.

—De acuerdo. Entonces, empecemos.

Capítulo 2: Entre piedras y garabatos

Primero quisiera aclarar que Meriito no es mi verdadero nombre, sino un título que me gané en uno de mis largos viajes; sí, esos viajes de los que tanto se habla últimamente. Pero antes de la fama, existió un joven humilde, inocente y dispuesto a cualquier cosa por ayudar a otros. Una verdadera lástima, porque ese altruismo que antes nos liberó, mañana nos traerá la ruina, ya que cargué con nuestra causa en mis manos, y al condenarme, nos condené a todos.

Solo pido a los presentes que no me escuchen codiciando mis secretos; mi historia no es una guía para obtener poder, sino una oportuna advertencia, de que siempre se debe escuchar al corazón, y de jamás jugar con fuerzas desconocidas.

Respecto a mi verdadero nombre, seguro que mis padres me habrán dado uno muy bonito; jamás lo sabremos con certeza. Fui abandonado cuando era un bebé y solo puedo evocar unas cuantas escenas de mi infancia temprana. Todo lo que sé sobre esa época es lo que otros me han contado, así que tendrán que creer en mis palabras como yo tuve que confiar en las de ellos. De modo que, si todo es cierto, mi historia inició una agitada noche oscura:

Una mujer llamada Preya escapaba de una tormenta cuando escuchó un desesperado lloriqueo cerca de un río. Intrigada, se dejó caer por la cuesta pedregosa del cauce, pero le costó ubicar el origen del llanto con la lluvia picando sus ojos y oídos. Una violenta ventisca la sacudió de un lado a otro hasta la orilla, y de repente pudo escuchar mis quejidos con claridad. Movió unas cuantas rocas y allí me encontró, llorando a moco tendido en la espalda de una tortuga, a la que estaba amarrado con múltiples sogas.

Se apresuró a intentar desatarme, pero el agua había complicado los nudos y el río seguía creciendo a su lado. Recogió una piedra y la frotó con ímpetu contra una de las cuerdas hasta que los hilos se soltaron; pero aún quedaban muchas otras y el estrépito de la corriente le decía que no había mucho tiempo. Preya movió la cabeza buscando ayuda, pero no hubo señales de otra persona alrededor; debía hacer algo rápido. Entonces se amarró el cabello, flexionó las rodillas y, enterrando con firmeza sus dedos bajo las ataduras, alzó con todas sus fuerzas a la tortuga en su espalda, aun conmigo afianzado al caparazón.

Juntos pesábamos tanto, que a Preya le flaquearon las piernas de inmediato. Su intención era alejarnos de la orilla, pero no contaba con que los feroces vientos le impidieran moverse con libertad. Peor aún, estábamos atrapados entre las dos paredes del lecho, y ella no tenía otra opción más que seguir recto por el sendero de grava hasta hallar un camino por el que subir a la planicie. Pero solo había avanzado un poco cuando oyó un chasquido, una capa húmeda cubrió sus tobillos, y al girarse vio cómo el voraginoso río se nos vino encima. Fuimos tragados en sus aguas oscuras y revolcados sin piedad en una turbulencia que finalmente silenció mi llanto. Preya se sujetó a la tortuga  y como pudo metió un brazo bajo las cuerdas, echó un vistazo a mi pálido rostro, y mis ojos serenos fueron lo último que vio antes de desmayarse.

Despertó escupiendo el agua que había tragado hasta que pudo volver a respirar. Se encontraba tendida en una superficie blanda, aunque el aire alrededor era denso y húmedo. Fuertes tronidos sacudieron la tierra, pero ella no llegó a ver los rayos. Tampoco pudo percibir la luna. De hecho, lo único que alcanzaba a vislumbrar era una tenue luz azul a la distancia, desde donde se escuchaba una corriente fluyendo como una cascada. Entonces entendió que el torrente la había arrastrado hasta una gruta con una pequeña isla rodeada por el agua que discurría del río. También dedujo por el estruendo que la tormenta seguía arreciando afuera, y no había mucho que pudiera hacer al respecto. El cuerpo le pesaba una tonelada, así que cerró los ojos y un momento después ya había caído en un profundo sueño.

Quién sabe cuánto pasó hasta que espabiló de nuevo. Se incorporó ahogada, mareada y con un intenso dolor de cabeza. De fondo se escuchaba un lloriqueo constante que le recordó de inmediato al responsable de su padecimiento. Se levantó tambaleando y dio unos pasos siguiendo mis lamentos desesperados hasta que me halló, aún atado al enorme reptil. Buscó a tientas una estalagmita con la que finalmente pudo cortar las ligaduras una por una. Tanteó mi cuerpo en busca de heridas y no encontró más que las marcas que las sogas dejaron en mi piel. Me tomó en sus brazos y me meció suavemente intentando calmarme, pero un rato después ya estaba segura de que mi llanto, al igual que la tormenta, no iba a detenerse pronto.

Por mucho tiempo ignoré de dónde sacó el calor o el alimento para mantenernos con vida durante los seis días que duró la tempestad, pero lo más importante es que en honor a esa catástrofe en la que nos conocimos, Preya me dio mi primer y más preciado nombre: Torva, que significa remolino de lluvia. También le debo a la tormenta haber descubierto aquella cálida gruta, que aunque no era el sitio ideal para un niño sin padres, terminó por convertirse en mi hogar.

En cuanto la lluvia cesó, Preya usó los restos de cuerda para amarrar mi tobillo a una roca y se marchó. Regresó al día siguiente con algunas bayas verdes que trituró hasta convertirlas en pulpa, y con eso me alimentó por un tiempo hasta que aprendí a comer otros tipos de fruta. Crecí siendo un niño sano y vistiendo las prendas que Preya me obsequiaba. En ocasiones la vi llegar al refugio con una talega llena de carne, que ella misma asaba en la fogata mientras me hablaba del mundo como las madres le hablan a sus hijos; sin embargo, todas las tardes sin falta, se despedía y me dejaba a mi suerte en la oscura caverna.

Decenas de veces me aseguró que no había peligro alguno en la zona, pero ni eso evitó las muchas noches que pasé acurrucado a mi manta, temblando de miedo y llorando en silencio hasta quedarme dormido. A menudo tenía que resistir el impulso de ir a buscarla, pues creía saber a dónde iba. Más allá de la cuesta del cauce, había una montaña alta cubierta de un negruzco bosque muerto; sus árboles viejos apenas tenían hojas y se ocultaban detrás de una espesa neblina, pero justo en la cima había una zona pequeña con frondosos árboles forrados de hermosas hojas verdes. Era el único lugar donde podía crecer la fruta.

Preya siempre evitó el tema, aunque cada vez que podía me advertía sobre las trampas y animales feroces que protegían la sublime cumbre de los visitantes inesperados. Tuve muchas pesadillas con esos peligros desconocidos, hasta que me resigné a las noches solitarias. Cuando me sentía intranquilo, me consolaba pensar en que Preya regresaría al refugio el siguiente día, y entonces todo estaría bien. En ocasiones la vi llegar muy temprano para llevarme a cortar leña; ella talaba y yo la ayudaba a llevar los pedazos. Mientras la carne se asaba, solía leerme historias a la luz del fuego o aprovechábamos para zambullirnos en el agua; dentro de la gruta, claro, ya que solo entraba al río cuando necesitaba cruzarlo.

Una tarde, Preya me sugirió pausar nuestra lección de escritura para comer: la cazuela humeaba sobre la lumbre y ella meneaba el caldo gentilmente con un punzón. Había encendido el fuego con unos trozos de piedra rojiza que encontró en la gruta. Le tuve que insistir mucho para que me prestara alguno para garabatear las paredes, ya que sus misteriosos trazos brillaban en la oscuridad. Ella accedió porque le pareció que ya me tocaba aprender a escribir, y porque era una buena oportunidad de enseñarme a encender la fogata, de manera que nunca pasara frío en las noches.

Justo estaba practicando mis letras cuando ella me llamó. Dejé la piedra en el suelo y crucé el pozo nadando. Salí empapado a quitarme el calzón, vestí mi túnica seca y me senté en la arena a observarla servir el almuerzo: recuerdo que me pareció muy alta, su piel morena destellaba junto a las llamas, y sus ojos redondos como un búho lo veían todo con ternura. Entonces, se me ocurrió preguntarle algo que me llevaba inquietando mucho tiempo.

—Ey... Preya... ¿Por qué tus brazos son transparentes? —inquirí con inocencia. El tazón se le resbaló de las manos y se estrelló bruscamente contra suelo. Ella por reflejo escondió los brazos en la espalda—. Es que... los míos no son así, no puedo ver a través de ellos.

—Mis brazos... emmm... n-no hay razón, Torva. Siempre han sido así. Los cielos sabrán por qué nos hacen como nos hacen. —Me miró nerviosa por unos segundos—. ¿Te incomodan?

—No, para nada. Solo tenía curiosidad. Antes creía que eran de agua, o de viento. Pero eso no puede ser porque siempre estás levantando cosas.

—Vaya, eres muy listo —me dijo con media sonrisa después de un suspiro, y comenzó a sacar los brazos con timidez—. Es algo diferente al agua. Fluye y es transparente, pero al mismo tiempo duro como los huesos. Y está lleno de vida... —Su voz se suavizó de repente—. Se parece más al fuego, en muchos sentidos.

Me quedé un momento apreciando uno de sus brazos. Los bordes parecían densos, pero el interior era traslúcido y contenía otro líquido más oscuro que iba buceando de un extremo a otro, dejando un rastro de partículas.

—Ya veo —comenté fascinado—. ¿Y cómo se llama? ¿Puedo tocarlo?

—Emm... mejor no. No me veas así —Se acercó y enterró sus dedos diáfanos en mi cabello—. Me hace feliz que seas tan curioso, pero me preocupa que un día te topes con alguien... menos tolerante, y eso te traiga problemas. Es mejor que no sepas tanto del tema, ¿de acuerdo? —Me sonrió cuando asentí. Entonces sacudió su albornoz y levantó el tazón del suelo—. Ahora comamos para que practiques tu lectura. Si aprendes rápido te traeré algunas historias para que leas cuando estés solo.

Aquella vez accedí de buen grado y comencé a practicar en cuanto terminé de comer, principalmente porque sus brazos parecían ser un tema sensible para ella y no quería molestarla. Pero ahora tenía más dudas que antes.

Aprendí a leer poco después. No había mucho que hacer en mi tiempo a solas, así que cuando no estaba arrojando peñones al río, estaba leyendo en la cueva, sin importar que no entendiera la mitad de cada historia. Muchas trataban temas de política, religiones o amoríos que un huérfano como yo no podía entender, pero de vez en cuando encontraba relatos sobre héroes antiguos que habían recorrido el mundo por motivos más trascendentes que el oro; batallaban por honor o en defensa de sus seres queridos. Me gustaba jugar a que era uno de ellos, que tenía una espada de viento y la usaba para cortar a través del campo de batalla ficticio al borde del río. Eran solo fantasías tontas, ya lo sé, pero es posible que esas tardes de combates imaginarios fueran las que cultivaron mi espíritu valeroso, y me animaron a ser más atrevido y audaz.

Los años transcurrieron tranquilamente, pero creo que tenía once esa mañana en que las cosas comenzaron a cambiar. Preya no había regresado por un par de días, aunque me dejó con un montículo de frutas que tardarían varios días en deteriorarse. Con mis lecturas agotadas, resolví salir a buscar otras superficies en las que escribir, pues mis letras ya ocupaban las paredes de la guarida por dentro y por fuera. En vano visité el bosque (los árboles estaban tan viejos y deteriorados que se quebraban sin siquiera tocarlos), así que me armé de valor para probar mi suerte río abajo.

El paisaje era hermoso: la corriente se ceñía al sendero de gravas hasta el horizonte. A mi derecha se extendía una enorme vertiente pedregosa que no dejaba ver más allá, y al otro lado del río había otra vertiente sobre la cual se veía mucho más del bosque muerto. Me sorprendí al notar que el área verdosa en la cima se había extendido un poco más, como si la montaña estuviera cobrando vida desde su punto más alto.

Me pregunté si Preya estaría ahí. Seguro había un refugio más grande con alimentos por doquier, y un lago donde los niños podían bañarse con tranquilidad. ¿Se habría olvidado de mí? ¿O tal vez le había pasado algo? Tuve que secar las lágrimas que me empezaron a caer por el rostro mientras caminaba.

—Cuidado te tropiezas, compañero —me advirtió una voz áspera pero alegre. A unas piedras por delante me observaba un hombre con sombrero de paja, una sonrisa de oreja a oreja y los ojos muy abiertos. A su lado había una cesta y en sus manos una caña de pescar con el hilo sumergido en el río.

La impresión me dejó tiezo, haciéndome olvidar mis preocupaciones. Era la primera vez que veía a otra persona además de Preya, y no se parecía a ella en lo absoluto. Tenía el cabello largo y maltratado, una barba enmarañada y el cuerpo tan delgado como arrugado. Al ver que no respondía, el anciano bajó la caña, metió la mano en la canasta y sacó una trucha pálida.

—¿Por qué esa cara triste, cuando la vida es tan generosa? —me preguntó sonriendo; le faltaban casi todos los dientes. Me timbré cuando dio unos pasos hacia adelante agitando el pescado en su mano. Él se detuvo al notarlo, dejó la trucha sobre una roca y retrocedió—. No te contengas pequeño, ¡que esto no es todos los días!

—¿Qué es eso? —le pregunté indeciso; tampoco había visto un pescado en mi vida. Él soltó una carcajada.

—Eso que ves es una buena trucha —me explicó levantando las cejas—. Tuvieron que aparecer recientemente, ya que estuve por aquí hace tres rotaciones y el río estaba desolado. ¡Pero hace unos días me dio por revisar y mira! ¡¿Se puede tener más suerte?! ¡Tú también aprovecha muchacho, antes de que esto se vuelva un infierno de pescadores!

El júbilo en su voz era contagioso y al mismo tiempo intimidante. Sin quitarle un ojo de encima, me acerqué lentamente y levanté el pescado por la cola con dos dedos como pinzas.

—¿De verdad se come? —cuestioné arrugando la cara. Olía bastante mal.

—Hijo, hay quienes no comen otra cosa. Primero debes asarlo, claro. ¿Sabes hacer una fogata?

Asentí.

—¡Bien! —celebró recogiendo su caña—. Tú solo ponlo al fuego y disfruta. ¡Ah, y cuidado con las espinas!

Observé al sujeto regocijándose en su pesca por un momento, luego al inexpresivo pez muerto, y una vez más al anciano.

—Gracias —le dije. Él volvió su atención hacia la espumosa agua, y dejó escapar una risita que me pareció más dirigida a sí mismo que a mí.

Me di la vuelta lentamente y arranqué a correr dando saltos con el pescado en la mano. Irrumpí espantado al refugio, atravesé una gran roca en medio, y prácticamente me lancé bajo mi manta a vigilar la entrada fijamente. Mi cruel imaginación me hizo ver al pescador aparecer varias veces con un cuchillo en mano y dando gritos con su voz gastada, pero cayó la noche sin que sucediera realmente nada.

Sin embargo mi estómago rugía más que el río. No había comido nada desde la mañana y el marcado olor del pescado me recordaba las palabras del anciano, así que decidí darle una oportunidad. Preparé la yesca y la encendí chocando mi piedra roja contra una pirita. Perforé el pescado con un hilo como hacíamos con la carne y lo colgué sobre la candela. Mientras esperaba a que se cocinara le di un mordisco a una manzana; empezaba a tener un ligero sabor amargo. Más tarde esa noche, quitando la sorpresa de las espinas, me fui a dormir alegre de haber probado el pescado.

Preya no regresó los días siguientes y las frutas se agotaron antes de estropearase. El hambre me impulsó a salir de la cueva, así que probé a asomarme al río: podía ver la silueta de los peces nadando a toda velocidad en lo profundo, pero por alguna razón no me atrevía a meter la mano. Mi estómago gruñía cada vez con más frecuencia, hasta que al mediodía decidí descender una vez más por el sendero de grava. Encontré al anciano en el mismo lugar con su canasta rebosada de pescados. Sin embargo, esta vez tenía las cejas muy juntas y el gesto desanimado. Hice algo de ruido al llegar para llamar su atención.

—Así que regresaste —notó sin una pisca de entusiasmo—. ¿Qué te pareció la trucha?

—Es cierto, se come —respondí. Él asintió con amargura. No parecía la misma persona con los ojos decaídos y los labios tristes—. ¿Sucede algo?

—Siempre, siempre sucede algo —se lamentó con un sonoro suspiro—. Esos brutos lo quieren todo sin mover un dedo... ¡Ojalá no vuelvan de la guerra!

—¿Guerra? ¿Hay una guerra? —pregunté por seguir la conversación, aunque en realidad estaba interesado en la pesca. Creí tenerlo resuelto: Todo consistía en enganchar a los peces. Justo en ese lugar había una piedra grande que dividía la corriente y sacaba espuma en la superficie. No se podía ver el fondo, pero el agua parecía más calmada.

El pescador me observó con los ojos casi cerrados, como intentando descifrar si no le estaba prestando atención, o si le estaba jugando alguna broma. Entonces frunció el ceño.

—¿Acaso vives bajo una roca? —Cabeceó de un lado a otro—. No importa. El hecho es que esos soldados salvajes están requisando lo que les da la gana. ¡Que me puede pasar un accidente si no les llevo pescados, dicen! ¡Son unas bestias! ¡Unos bárbaros! ¡Unos... unos... —exhaló un suspiro—. Como sea. ¿Quieres otro pescado, verdad?

—Quisiera unos cuantos, no tengo más comida. —lo dije con buena intención, pero en mi inocencia, desconocía lo mal que podían caerle esas palabras.

—¿No escuchaste lo que dije, muchacho? ¡Me están robando mi mercancía! Apenas me queda para vender. No, solo te puedo dar uno. Tómalo rápido y lárgate, que si los soldados te encuentran seguro te llevarán a la guerra.

Asentí rápidamente y me acerqué a recoger una trucha, pero antes de irme metí una mano en mi túnica y saqué mi piedra roja. La sopesé en mi mano buscando alrededor la roca más grande e hice dos rayas largas en ella; así podía regresar luego. Me giré listo para marcharme cuando un grito me hizo detenerme.

—¡Espera! —Al voltearme noté que el anciano tenía los ojos encendidos, y el júbilo había vuelto a su rostro—. ¿De dónde sacaste esa piedra que tienes en la mano?

—Yo... la encontré —Sentí un aura siniestra en el anciano, pero no podía decirle dónde estaba el refugio. Comencé a retroceder unos pasos, pero él se agachó, recogió un frasco lleno de carnada y me lo arrojó a la pierna.

Gemí de dolor al caer sentado sobre las rocas. Una sonrisa aterradora apareció en el rostro arrugado del pescador mientras se acercaba con pasos lentos pero vehementes, cuidando de no regresar. Le apunté a la cara con la piedra; confiaba en mi puntería, aunque no sabía si sería suficiente. Pero él se detuvo angustiado, y entonces entendí lo mucho que quería mi piedra. Giré sobre mí y apunté al río.

—¡No te muevas o la lanzo! —le espeté, y funcionó. El anciano levantó las manos y comenzó sudar.

—¡Alto, para, para! ¡Está bien, dime qué quieres! ¿Tenías hambre verdad? Puedo darte más pescados, emm... cinco pescados. ¿Qué te parece?

Mientras pensaba, el anciano aprovechó de dar un paso, así que me erguí y me moví más hacia el río; me sentí poderoso al verlo retroceder.

— Los quiero todos —le exigí esperando que me rechazara y se diera por vencido, pero su respuesta fue inmediata.

—¡Son tuyos! Todos tuyos, si me entregas esa pequeña joyita.

Me había quedado sin opciones. Si arrojaba la piedra, el pescador seguro me arrojaría detrás de ella; pero si aceptaba el intercambio, podía sobrevivir lo suficiente para aprender a pescar yo mismo. Después de todo, ya había marcado la zona y podía regresar cuando él no estuviera.

—De acuerdo —accedí—. Pero aléjate, más, eso es, no te muevas de ahí.

El anciano siguió obedientemente mis indicaciones sin quitarme los ojos de encima. Yo me acerqué, levanté la cesta y arrojé la piedra detrás de él. Saltó sobre ella como un lobo hambriento, cayó de rodillas y soltó una victoriosa carcajada al palpar la gema entre sus dedos. Yo, queriendo alejarme tan rápido como fuera posible, proveché su regocijo para darme la vuelta y escapar.

—¡Vuelve si tienes más de estas, te daré lo que quieras! —escuché a la distancia, pero no me giré. Crucé el río en cuanto vi una zona estrecha y seguí corriendo por ese camino para despistar al anciano, en caso de que me estuviera siguiendo.

Me temblaba el cuerpo cuando avisté el refugio al otro lado del río a la luz del ocaso. Por un momento me sentí aliviado, pero entonces un rumor de voces y pasos llamó mi atención. Di un salto hacia la vertiente para esconderme detrás su sombra y dejé la canasta en el suelo; no vi a nadie alrededor, ni por donde vine, ni más adelante. Me di cuenta entonces que las voces venían de arriba, y entre ellas estaba la de una mujer.

«Preya», pensé escalando la vertiente, y entonces los vi. Cinco criaturas plateadas discutían entre sí al pie del bosque muerto. Una mujer se separó de ellos con los brazos cruzados y se detuvo tras dar unos pasos. Giró la cabeza, los estudió un instante con sus fríos ojos azules, y entonces les espetó:

—¡¿Qué esperan para entrar?!
Antes de pasar a comentar el texto, hacer un par de comentarios sobre otras cosas: lo primero, bienvenido al foro, si te apetece puedes presentarte aquí, no es obligatorio, pero siempre está bien saber un poco más de los compañeros recién llegados; lo segundo, ¿la portada la has hecho tú? Está muy bien, porque sin ser un estilo muy complejo, consigue transmitir sensaciones de lo que va a ser la obra, y también de pasar la idea de ciertos elementos importantes. Aunque debo decir que no sé si es esta versión que has decidido subir o si ya era así desde un origen, esto es un mapa de bits, y lo suyo es que fuera una imagen vectorial, porque lo de que se vea algo pixelado queda feo (y sí, sé que en Wattpad no se ve así porque la imagen está en pequeñito).

Ahora al lío.



Las cadenas azotaban la arena como una serpiente acechando a su presa [la metáfora no tiene sentido. En todo caso las cadenas se arrastran como las serpientes, que es eso lo que hacen al acechar una presa]. Los grilletes en sus [¿de quién? Acabas de introducirnos el mundo y ni siquiera sabemos dónde nos situamos; la única imagen que tenemos es de unas cadenas azotando la arena, y ahora nos hablas de los grilletes en los pies de alguien que no sabemos quién es. Si el posesivo este proviniera de un capítulo anterior, el no reintroducirlo, aunque no estaría del todo correcto, podría tener un valor narrativo, pero aquí no hay de eso] pies descalzos destellaban entre las nubes de polvo que levantaban los caballos. El sol castigaba a los jinetes con un calor abrasador que amenazaba con dejarlos inconscientes [muestra, no cuentes], pero cargaban un botín que los motivó a atravesar el desierto. Más de sesenta exploradores habían invadido los manglares para nutrirse de nuevas armas, pero ni fueron bien recibidos por los habitantes, ni la suerte los acompañó en la vuelta a casa. Ahora solo regresaban unos pocos, pero estaban convencidos de que todo había valido la pena.

Un centinela fue el primero en avistar sus siluetas desde la punta de un monolito. Se apresuró a sonar un enorme cuerno que se repitió dentro del fuerte, alertado a guardias y habitantes por igual. Los guerreros adentro comenzaron a correr de un lado a otro levantando armas y colocándose las armaduras, mientras los habitantes corrientes, niños y adultos incompetentes en el combate [niños y adultos incompetentes en el combate debería ir entre parentesis, porque da la impresión de que niños y adultos forman parte de un listado junto a habitantes corrientes], ayudaban a mover los suministros. En un instante la caballería pasó galopando a toda velocidad por mitad de la plaza hacia la entrada. Las puertas del fuerte se abrieron antes de que llegaran y se cerraron tras atravesarlas [debe ser tras ser atravesadas. De hecho, el llegaran debería ir acompañado de un sujeto porque el sujeto de esta frase es las puertas del fuerte, que además tienen concordancia con la forma del verbo llegar (por mucho que el sujeto de ese verbo sean los jinetes), pero ahí todavía se puede sobreentender, pero en el caso que he señalado es una construcción verbal que además de estar mal por el mismo motivo queda extraña dentro de la frase]. Allí en la entrada detuvieron a los caballos y esperaron a los viajeros.

—Son cuatro corceles, señor —reportó a gritos [¿y los gritos? Para eso están las exclamaciones] el centinela—. Exploradores heridos y dos prisioneros. [deberías decir cuatro exploradores heridos a caballo (sin necesidad de decir primero lo de cuatro corceles), porque hablar de cuatro corceles y luego de exploradores no implica necesariamente que los exploradores sean cuatro y que van en los caballos] Parece el escuadrón de Aldre.

El líder de los caballeros endureció el gesto al confirmarlo con su propios ojos. Los viajeros parecían muy maltratados: sus armaduras incompletas estaban sucias y abolladas; tenían heridas antiguas y recientes en sus cuerpos; y los caballos que los transportaban comenzaban a verse famélicos. Pero nadie en el grupo estaba tan maltratado como el prisionero que los perseguía corriendo a pie. Al capitán le pareció increíble que pudiera moverse a ese ritmo, considerando que tenía la complexión de un indigente y el cuerpo vendado del cuello para abajo. El capitán esperó a que estuvieran lo suficientemente cerca para hacer el primer contacto. [esto me parece puro infodumping, más que nada porque se entiende que ese escuadrón está lejos todavía, así que es raro que el líder pueda ver cómo tienen heridas antiguas por el cuerpo o cómo los caballos se ven famélicos... Esa descripción tiene sentido tras la toma de contacto porque se entiende que ahí ya están cerca. Además ese punto debería ser dos puntos porque conecta directamente con el diálogo que viene a continuación]

—¿Qué sucedió, Aldre? —le espetó. A diferencia de sus acompañantes, Aldre no parecía tan lastimado. [otro problema de la descripción anterior, es que entonces ahora dices esto que contradice lo anterior porque en ningún momento hacías diferencias entre los viajeros. En cambio si lo describes aquí puedes hacerlo como es debido]

—No sé por dónde empezar —respondió él. Su cabello largo y rojizo era un desastre, y sus ojeras estaban muy marcadas. Su yegua, que tenía la mejor apariencia entre los corceles, también transportaba a una muchacha inconsciente atada a la montura—. Los Kretnia [tiene que ir en minúscula] nos persiguieron hasta el cruce —le informó exhausto—. Los perdimos, pero no tardarán más de un día en seguir nuestro rastro. Debemos entrar y prepararnos.

—No vas a entrar hasta que me digas dónde está el resto —aseguró el caballero echando un vistazo a los otros viajeros. Habían dos soldados con cascos, hombreras y algunas heridas punzantes en el resto del cuerpo; habrían perdido sus armaduras en la batalla. A la derecha había una mujer con un carcaj en la espalda, que parecía estar a punto de desmayarse por el calor.

—Creo que ya lo sabes, Olver. No sobrevivieron.

— ¿Y Nervala? —preguntó de inmediato el capitán.

—Los bandidos nos emboscaron varias veces, tienen trampas en todo el camino. Nervala nos salvó una noche haciendo de distracción, tuvimos que huir sin ella.

El capitán bajó la mirada hacia las riendas de su caballo y guardó silencio por un momento. Entonces alzó la frente y apuntó a Aldre con su brillante lanza; sus ojos enfurecidos casi se veían arder a través de la visera del casco.

—Dame una razón para no matarte aquí mismo—demandó eufórico—. No veo que traigas las armas, a Zeo no le importará.

—Por favor, cálmate—le pidió Aldre levantando las manos—. Estoy agotado, no lucharé contigo. Pero traigo información importante —a Aldre le costaba explicarse con aquella lanza amenazante apuntándolo [muestra, no cuentes]—. De verdad necesito hablar con Zeo cuanto ant...

El estruendoso sonido del cuerno estalló de nuevo alertando a los caballeros.[falta espacio. Aunque en realidad debería ir en un párrafo distinto]—Son diez corceles—informó el centinela—. Quince lanceros por el norte con algunos cautivos—. Los guardias desenvainaron sus espadas y los arqueros en las torres templaron sus flechas. Olver apretó sus puños con fuerza al ver las siluetas apareciendo detrás de las colinas. Entonces condujo su corcel hacia un lado. [para empezar en el diálogo del centinela vuelven a faltar exclamaciones, por otro lado, lo señalado no debe ir con el diálogo porque no es ninguna acción del que habla, e incluso aunque así fuera, el punto antes de Los guardias debería ir pegado a cautivos]

—Esto no ha terminado —le advirtió el capitán—. Zeo te matará cuando le des la información. Y si no lo hace él lo haré yo más tarde. Solven los escoltará hasta el templo, es mudo [esto es más infodumping porque si esta gente viene de este pueblo sabrán ya este detalle (sino tampoco sabrían quién es el Solven de quien habla), pero si por algún motivo no lo supieran, no aporta nada a los que les quiere decir que es que les va a escoltar y vigilar], pero no les quitará el ojo de encima —dijo antes de dirigirse hacia sus compañeros—. ¡Abran [abrid, es un oficial dando órdenes] las puertas! Intentaremos negociar, el resto proteja [proteged] los muros —ordenó partiendo al galope seguido de la caballería. Las puertas no tardaron en abrirse y algunos arqueros salieron a tomar posiciones estratégicas. Solven, un caballero mudo [además de lo dicho antes, si mencionas en el diálogo que Solven es mudo, decir ahora Solven, un caballero mudo, es repetitivo], les hizo una señal: Aldre puso a su yegua a andar y los guardias en la entrada se hicieron a un lado para permitirles el paso.

En el fuerte había un único sendero que conectaba la entrada con el otro extremo en el borde de un risco, y por cada lado del camino estaban instaladas montones de jaimas raídas y estructuras en ruinas. Los inquietos herreros, mercaderes y otros familiares de los soldados que estaban a la expectativa, los vieron entrar con curiosidad y murmuraban cosas unos con otros [murmuraban entre sí. Si murmuras ya implica que serán cosas, y unos con otros es más largo que entre sí sin aportar nada a nivel narrativo] al verlos pasar. Algunos se horrorizaron con las heridas de los viajeros, pero la mayoría estaba más interesada en sus pocos bolsos; parecía un cargamento muy reducido. Se fijaron también en el desdichado prisionero, que caminaba tranquilamente a pesar de los metálicos grilletes y cadenas que apresaban sus miembros. Su cabello tenía un bonito degradado marrón y su rostro habría sido guapo en otros tiempos, pero ahora tenía los huesos marcados de un mendigo, la barba descuidada de un náufrago, y los ojos resignados de un moribundo. En contraste, la hermosa muchacha de rizos plateados se veía tan cuidada, que en poco tiempo se rumoreaba que era una princesa o alguna noble.

—Debemos preparar los planos —sugirió en voz baja la mujer del carcaj—. Tenemos poco tiempo—. Aldre observó de un lado a otro sin decir nada y luego asintió.

—Paremos un momento a beber agua —le pidió al oficial que los escoltaba. Solven dirigió una mirada temerosa a los viajeros heridos—. No te preocupes, aguantarán un poco más. Y el agua nos vendrá bien a todos —añadió, pero el guardia solo continuó marchando. Poco después se detuvo señalado hacia la derecha, a un rudimentario pozo vigilado por un par de sujetos extraños: el primero era un anciano tuerto recostado sobre varias hojas de palmera, que parecía perdido por completo en su descanso; el segundo era un ayudante enorme lleno de cicatrices, muy concentrado en amolar su maza.

—¡Chafi! Veo que las guerras no tienen efecto sobre ti —bromeó Aldre al descabalgar. Al abrir los ojos, el anciano vio a al grupo de aventureros desamarrando sus botijas del cargamento.

—¡Pero si es Aldre el cobarde! Te daba por muerto —exclamó el anciano en tono jubiloso—. Estás a tiempo de escapar, Zeo no está muy contento últimamente. Sigue perdiendo batallas y... —se detuvo entornando los ojos y colocando una mano sobre ellos como una sombrilla—. A tus compañeros no los había visto, ¿son nuevos?

—Así es. Ellos son Gred, Marty y Hezia, me ayudaron en el viaje —explicó Aldre, y le acercó el manojo de botijas sin dar más detalles—. Llénalas todas. Debo reunirme con Zeo —el tuerto meneó la cabeza—. No tengo otra opción. Ah, necesito ropa nueva. Préstame alguna y te la pagaré mañana —le propuso encaminándose a una tienda cercana.

—Nada de prestar. No veo que hayas vuelto con un arsenal, Zeo te entregará a los leones —vociferó Chafi sobre su hombro mientras sacaba agua del pozo con un cucharón—. ¡Una moneda por prenda! Entrégaselas a Paac cuando termines. Y no intentes...

—Ya sé, ya sé —lo cortó Aldre desde la tienda. El anciano masculló algo no muy amable y Paac rió entre dientes. Entonces observó desconfiado a los acompañantes de Aldre que habían desmontado para estirar las piernas. Uno de ellos era un chico bastante joven de rasgos suaves, mientras que el otro era un hombre adulto de pelo corto y rostro endurecido. Observó a la hermosa prisionera que dormía plácidamente y llegó a la misma conclusión que todos: traían una princesa como prisionera. Solo en ese momento notó al esclavo parado entre los caballos. Chafi tuvo la impresión de que el chico se había muerto de pie, pues sus ojos parecían perdidos en el espacio, pero de repente el muchacho hizo contacto visual y abrió la boca.

Sus labios se movieron lentamente sin emitir sonido alguno, pero el anciano lo entendió perfectamente: "a-gu-a". Viendo su enjuto cuerpo vendado, pensó que la sed sería el menor de sus problemas; probablemente las heridas o el hambre acabarían con él primero. Aun así, no pudo evitar compadecerse de su desventurado destino, así que llenó el cucharón de agua y se acercó hacia él.

—¡Ey, detente! —le advirtió la mujer llevando una flecha a su arco. Solven se acercó a ver lo que ocurría— Es nuestro prisionero, no pueden darle nada—objetó. El guardia sacó la espada y se dirigió hacia ella.

—¡Alto, evitemos problemas —suplicó Chafi levantando las manos en un gesto conciliador—! A veces soy demasiado bueno y me dejo llevar, pero no ocurrirá de nuevo. Seguiré haciendo lo mío —prometió dando la vuelta para retomar sus deberes en la fuente. Echó otro vistazo al chico; parecía haber regresado al estado de trance. La mujer bajó el arco y el guardia envainó su espada, ambos vigilando cada movimiento del otro. A partir de allí Chafi hizo un esfuerzo por no mirar al chico; no valía la pena apiadarse de un esclavo que de todas formas tenía los días contados.

—Solo guardas basura aquí—le reprochó Aldre al salir de la tienda más tarde con algunos trapos en la mano.

—Aun así tienes que pagarla —gruñó el anciano llevando la vista hacia Paac. El grandulón asintió y volvió a ocuparse con su maza—. Ahora recoge tus cosas y lárgate de aquí, el agua se estresa con tu olor a muerte.

Aldre recuperó sus vasijas cargadas de agua y aprovechó para echar un rápido vistazo al su alrededor: se escuchaba conmoción en la entrada, los niños corrían moviendo cajas de alimentos y los soldados planificaban sus ataques. Solven los observaba atentamente a sus compañeros desde el camino. Aldre se cubrió con la mano de los rayos del sol para contemplar el cielo despejado y se llevó la botija a la boca. Mientras saciaba su sed tuvo la certeza de que el calor empeoraría estos días. Montó en su caballo dando la orden de partir. Sus compañeros retomaron la marcha detrás de él y el sediento esclavo los siguió sin protestar.

El templo era la última estructura del fuerte y allí los esperaba un joven sentado en las escaleras. Tenía el cabello claro amarrado en una coleta con varios mechones a la altura de los ojos, vestía prendas de seda y de su cinturón colgaba una delgada espada. Al verlos llegar sonrió de oreja a oreja, se puso de pie y colocó una mano en la empuñadura de su arma.

—¡Bienvenidos! Todos abajo y tiren sus armas —les ordenó con una entusiasta sonrisa. Aldre se apresuró a obedecer e instó a sus compañeros a hacer lo mismo. Los guardias se acercaron a comprobar que no dejaran nada y luego se llevaron el carcaj con flechas, varios modelos de dagas, frascos de veneno, un escudo, espadas y las armaduras. Cuando estuvieron satisfechos, el joven hizo una reverencia y los exhortó a entrar al templo —Mi nombre es Gerby Echanseki, seré su escolta.

—Nunca te había visto tan obediente —le comentó Marty a Rapzo cuando iban por el pasillo. Tuvo que colocarse hombro con hombro con él y susurrar para que los guardias que cargaban a la chica no los escucharan_. ¿Quién es ese?

—Lo llaman Echanseki de las mareas, no esperaba verlo aquí —respondió Rapzo bajando su voz al nivel de un respiro—. Es el campeón de Terio-3 [un nombre de esta clase me lo esperaría en una obra de ficción científica y no de fantasía], va a ser un problema. No creo que podamos ac...

—Es muy tarde para arrepentirse —lo interrumpió el joven lleno de convicción—. Hay cinco guardias afuera, siete contando a los escoltas, más los que hayan adentro. ¿Puedes encargarte del campeón?

—No, claro que no —Aldre era bueno con la espada [dijo Aldre, y luego ya añades lo demás, porque en el diálogo era entre Marty y Rapzo, si dejas de añadir el interlocutor es porque el lector entiende que es una sucesión entre dos personajes], pero Echanseki tenía muchos más méritos con la mitad de su edad—. Ese chico es igual de monstruo que ustedes. Dicen que se presentó a los juegos de Carsi —se acercó más a la oreja de Marty—. ¡En las cuatro islas al mismo tiempo! —Aldre temió que sus palabras sonaran más alto de lo que pretendía. Al voltearse, Echanseki lo observaba con una sonrisa amigable, aunque tenía los ojos de un calamar [no estoy seguro de qué pretendes describir con esta comparativa].

—Te he visto pelear, puedes con él —replicó el compañero cuando los guardias los hicieron detenerse al final del pasillo—. No hay otra opción.

Entonces las puertas se abrieron y el resplandor dorado los encandiló. Al recuperar la visión vieron una sala inmensa con un amplio agujero en el techo. A cada lado había una serie de pilares destrozados que no sostenían nada, y junto a estos habían mesas ocupadas por decenas de soldados tan entretenidos almorzando, conversando y bebiendo, que ni les prestaron atención al entrar. Una alfombra se extendía por el centro de la sala hasta un altar donde un hombre grande y vestido de emperador [decir esto y no decir nada es lo mismo, porque no estás describiendo esa vestimenta] alimentaba a un par de leones con carne de su propio plato.

Un heraldo bajito habló con los guardias a través del bullicio. Entonces adoptó una postura firme e hizo sonar un pequeño clarín que llevaba colgado de la espalda. El ruido hizo callar a la sala entera.

—General Zeo, poseedor de los horizontes —los soldados brindaron felizmente—. El explorador Ripzo implora su atención para entregarle un importante regalo.

El general frunció el ceño con un gesto severo. Era un veterano enorme e imponente, de barba larga y ojos pequeños, parcialmente oculto donde la luz que entraba por el orificio en el techo no lo alcanzaba por completo. Un momento después los invitó a acercarse haciendo un gesto con los dedos llenos de anillos: los guardias los acompañaron por en medio de las miradas de repudio y desprecio de los soldados; a Aldre le costó contar cuántos eran, pero calculó que habrían por lo menos cien guerreros desarmados, o quizá el doble.

Se detuvieron frente a un altar elevado a ocho escalones por encima de ellos, desde donde el general Zeo los observaba detenidamente con los brazos cruzados; su armadura de oro relucía contrastando con su cabello oscuro. El alboroto regresó a la sala cuando los soldados retomaron sus almuerzos, y los viajeros hincaron de inmediato una rodilla en el suelo. Sin embargo, antes de que pudieran hablar, un hombre apareció detrás de Zeo para comentarle algo al oído.

A Aldre se le hizo un nudo en la garganta al reconocer su rostro. Se giró para comprobar que Echanseki seguía detrás de ellos, y este le devolvió una sonrisa satisfecha: era él, observándolo cínicamente desde atrás, mientras dialogaba con Zeo desde arriba al mismo tiempo en una vestimenta diferente. Notó el desconcierto en el rostro de sus compañeros; incluso Maty dejó de parecer tan confiado. Aldre sabía que no podían dejarse llevar por la apariencia inocente del campeón: por dentro era un monstruo abominable y tenían poco tiempo para descifrar cómo lidiar con él.

—Encárgate tú de defender el este —le ordenó el general tras meditar un poco. Echanseki asintió desde arriba, pero para desgracia para Aldre, el guerrero se quedó de pie a un lado del trono—. Nos atacan de todas partes —explicó Zeo—. Sospecho que buscan la gloria y no el oro. Me alegra verte con vida, Aldre.

—Es un placer volver a estar en su presencia —afirmó Aldre. Siempre fue muy versado con las palabras—. Y traigo buenas noticias, señor.

—¿Ah, buenas? —Zeo no parecía muy convencido—. Me entristece entonces lo mentirosa que es la gente. No te creerías lo que han inventado sobre ti. Dicen que perdiste a los setenta nobles guardias que te presté a manos de unos bandidos —Ripzo intentó hablar, pero el general lo cortó alzando su voz—. Y que en lugar de ir a Pricia como te pedí, intentaste invadir unos manglares, y fracasaste. Ni siquiera saqueaste el mausoleo del [por lo que pone luego, Otorio es un nombre propio de una persona, así que debe ser de y no del] Otorio ni su arsenal. Sin embargo, comentan que trajiste a un par de esclavos: un moribundo demasiado débil para trabajar, y la hija de un rey muerto al que no le podemos pedir rescate. Contéstame ahora: ¿son solo inventos de las malas lenguas?

La tensión se apoderó del ambiente cuando la sala volvió a quedar en silencio. Aldre sintió el peso de las torvas miradas en sus hombros, pero se tomó un momento para meditar su respuesta. Escuchó que los guardias sacaban lentamente sus espadas esperando la orden de atacar, y tenía la impresión de que Zeo estaba deseoso por darla. Finalmente decidió que en lugar de explicar lo ocurrido, lo más seguro era ir directo a lo que quería escuchar.

—Traigo la mayor arma que pude encontrar —el general alzó la mano y sus guardias bajaron las armas; Aldre supo de inmediato que había captado su atención—. He capturado a la bestia de los caminos, Meriito, así como a la princesa Deliquia, hija del difunto rey Otorio.

—¿Me dices que tú, un explorador, capturaste a Meriito? —Zeo parecía furioso y ofendido—. Debes creer que soy un tonto. ¿Qué haremos con ellos? —preguntó dando un grito que resonó por la sala, y en un instante el lugar se llenó de voces exaltadas proponiendo malignas ideas.

A Aldre se le aceleró el corazón cuando vio que no solo los guardias habían desenvainado sus espadas, sino que los soldados se levantaban de sus mesas con los cuchillos y navajas en mano para participar en la ejecución en cuanto Zeo diera la orden. Una mano lo tomó por el brazo y al girarse vio a Echanseki que sacaba un látigo al ritmo de los clamores borrachos que demandaban sus vidas. Su respiración se empezaba a cortar y sus miembros temblaban, pero consiguió tranquilizarse para dirigirse a Zeo una vez más.

—¡Puedo probarlo! —gritó con convicción, pero ya nadie lo escuchaba_. Por favor, solo necesito un momento _entonces el general levantó la mano una vez más, y los pendencieros guerreros hicieron un esfuerzo por detenerse.

—Tienes diez segundos para explicarte, disfrútalos —sentenció Zeo. Aldre no perdió tiempo hablando, solo se descolgó la botija del cinturón y se la acercó al prisionero para que bebiera.

—No le hemos dado agua en todo el viaje. Él lo explicará todo—. El muchacho tomó la botija con sus manos encadenadas y bebió largo y tendido. El agua bajó por su garganta durante una eternidad hasta que finalmente retiró el contenedor. El muchacho se secó los labios con el antebrazo y dirigió una mirada a Aldre—. Adelante —dijo este después de asentir. [y dirigió una mirada a Aldre, quien asintió y añadió—: adelante.]

Las mesas detrás de la turba comenzaron a vibrar y partirse en dos. Los soldados que no se habían levantado de sus asientos llamaron a gritos a sus compañeros pidiéndoles retirarse, pero algunos estaban tan ansiosos por atacar que ignoraron los avisos. El general entornó los ojos pero no dio ninguna orden, porque quería observar lo que sucedería. De repente el tumulto se descontroló y de un momento arrojaron se abalanzaron hacia ellos. El esclavo dejó caer la botija y junto a ella cayeron sus grilletes y cadenas. Esquivó los cuchillos moviéndose hacia adelante y estiró la mano para agarrar algo invisible en el aire. Entonces cerró el puño y fue como si un zumbido intolerable aturdiera los oídos de los soldados haciéndoles gemir y apretar los dientes. Finalmente haló su mano [halar se refiere a tirar de algo sujetándolo, para halar su mano debería sujetarla con la otra mano, cosa que además de no describirse, no tiene mucho sentido] hacia atrás y los brazos de los soldados frente a él perdieron el vigor, sus músculos desaparecieron y sus dedos envejecidos soltaron las armas.

La aglomeración se retiró espantada a patadas y empujones. El muchacho de repente dejó de ser flaco: sus brazos y piernas tenían músculos y ya no se le marcaban las costillas. Se movió hacia el guardia que sujetaba a la princesa y otros dos guardias sacaron las armas y se interpusieron. Notaron que el prisionero volvía a perder contextura, pero al repetir el movimiento de mano, los guardias cayeron de bruces contra el suelo y su cuerpo se fortaleció de nuevo. Corrió a tomar a la princesa en sus brazos, pero al tocarla retiró las manos de inmediato como si se hubiera quemado; ella cayó al suelo y soltó un gemido de dolor. Echanseki, encendido de emoción, agitó su látigo para poner de rodillas al esclavo dando un bramido, y con un segundo latigazo le sujetó [logró sujetarle] el brazo. Entonces sacó su espada y corrió a toda velocidad hacia él.

—¡Alto, Gerby! —exclamó el general poniéndose de pie. Echanseki se detuvo en el acto, aunque claramente insatisfecho—. Así que este es el famoso Meriito que escapó del vacío de Almena y arrasó con la corte de otoriana [si otoriana es un adjetivo sobre el de, si es un nombre propio va en mayúscula]. No tendrás más de veinticinco años, los rumores no mencionan que seas tan joven —enterró los dedos en su barba estudiaba al chico [joven. —Enterró los dedos en su barba mientras estudiaba al chico]que gimoteaba de rodillas—. Pero sin duda eres alguien de su nivel. Ahora dime, ¿qué haces aquí? Porque está claro que no eres su prisionero.

La sala entera había quedado en completo silencio. Los soldados heridos comenzaban a recuperar la musculatura en sus brazos, mientras que Meriito volvía a parecer una momia muy delgada. Pasó un momento, pero el chico no respondió.

—Hicimos un trato —confesó el chico, aun sin aliento. Era como si el látigo le impidiera recuperarse.

—Es la chica —intervino Rapzo, aun agitado por la situación—. Está enferma, necesita la experiencia curativa de Reviere. Accedió a luchar por nosotros si la sanamos con éxito.

—¿Es cierto eso? —preguntó Zeo con júbilo. El muchacho se estregó los ojos con la muñeca y asintió lentamente—. Muy bien, traeré a Reviere, pero tengo una condición. Me estoy preparando para una guerra, la mayor que haya existido. Esta vez la fuerza no será suficiente para ganar, necesito información que nadie más maneje. Quiero la verdad sobre tu leyenda, que me digas lo que es cierto y lo que solo ha sido un mito.

—Es una larga historia... —advirtió Meriito. No era la primera que alguien se interesaba por sus secretos.

—Partiremos al combate en un mes, tienes todo ese tiempo para contar tu historia mientras sanan a la princesa.

—De acuerdo —aun le costaba hablar, pero aun así su voz sonaba suave y peligrosa al mismo tiempo—. Pero tienen que curarla aquí frente a mis ojos. Y nadie puede hacerle daño. [falta el punto] —Entonces se puso de pie resistiendo el látigo enrollado en su brazo—. Nadie más debe pagar por mis pecados.

—¿Asesinaste a su padre y ahora pretendes protegerla? —a [A] Zeo le pareció gracioso—. De acuerdo —accedió—. Echanseki, libéralo. Guardias, instalen una tienda para la chica. La podrás vigilar mientras me cuentas tus secretos. Pero si descubro que nos mientes, guardas información o que no eres quien dices ser, los mataré a todos empezando por ella —el Echanseki a su lado lo interrumpió susurrando algo al oído, pero Zeo le restó importancia agitando la mano. Caminó de espaldas hasta su trono, llenó una copa con vino y se sentó complacido—. Estoy intrigado por tu historia, la famosa "bestia de los caminos". Vamos, cuéntanos cómo te convertiste bestia.

—Necesitaré más agua —advirtió el muchacho palpando la marca del látigo en su muñeca.

—¡Traigan agua y comida _demandó Zeo_! [además de haber puesto guión bajo en lugar de raya, la exclamación (y la interrogación) no se cierra tras la intervención del narrador sino antes, y tras la intervención del narrador va un punto (y es un error que cometes más veces)] ¡Y algo para sentarse! — Los guardias de inmediato le acercaron un banco, una vasija con agua, un cuenco de plata vacío y varios platos con carne y verduras. El muchacho se sentó y bebió un poco más de agua. Observó cómo Aldre recostaba cuidadosamente a Deliquia en un muro cercano donde los guardias estaban haciendo espacio para armar la carpa, y sus ojos se llenaron de angustia.

Entonces observó al general acariciándose la barba con impaciencia.

—¿Y te sentarás a escuchar una historia mientras tu pueblo combate?

—He lidiado con la guerra desde que era un niño, lucharé sin miedo cuando llegue el momento —le aseguró Zeo en tono impaciente—. Mejor deja que yo me preocupe por eso. Tú preocúpate por contarme tu historia, desde el principio. Quiero saber qué eres, si de verdad eres quien dices ser —declaró el general entornando los ojos. El muchacho simplemente exhaló un suspiro.

—De acuerdo. Entonces, empecemos.



Aspectos técnicos: En general está bien escrito, aunque tienes un gran problema con el tema de la puntuación en diálogos y debes repasarlo bien.

Historia y mundo: Aunque la historia que se plantea es interesante, principalmente por el poder de Meriito y por el grupo de Aldre, el tema del general acaba sonando demasiado cliché y si no tiene alguna vuelta de tuerca a lo largo de la historia debería ser algo secundario o que se resuelva pronto.

Del mundo no se ve mucho para poder hablar, parece interesante lo de vivir en lo que parece ser un fuerte que ha sido abandonado y está en ruinas, pero más allá de estar en un desierto y que tenga jaimas (dándole una cierta lejanía del mundo de fantasía cliché), tampoco se diferencia tanto de otros universos fantásticos.

Personajes: Aunque tienen potencial, casi no vemos nada de los personajes (por ejemplo de Aldre se dice que es un cobarde, pero no vemos nada que de esa idea, ni siquiera comentarios de otros personajes) y aunque eso funciona en algunos elementos (como Meriito, la princesa o los múltiples Echanseki) porque da juego a ir desvelando poco a poco cosas en el futuro, el hecho de que ni de Aldre ni de sus compañeros que básicamente son los personajes principales podamos saber lo bastante para llenar una lista con diez cosas sobre ellos muestra que hay un grave problema en cuanto a este aspecto de la narración.

Lo mejor: El planteamiento de la obra llama a seguir leyéndola incluso con los puntos flojos.

Lo peor: Los diálogos; además de los problemas de puntuación, les falta naturalidad.

Destacados: El poder de Meriito es interesante y distintivo.

Sugerencias: Procurar que si los capítulos no tienen un único punto de vista, que este no vaya saltando de un lado a otro. Que las cosas se nos describan en lugar de que se nos cuenten, que lleguemos a saber más de los personajes a través de sus pensamientos y actos. Trabajar en los diálogos; no solo en el tema de las normas de escritura, sino también en darles naturalidad y agilidad para que podemos saber más de los personajes simplemente por su manera de expresarse y relacionarse con otros.
¡Hola JP! Muchas gracias por tomarte la molestia de dejarme un feedback tan enriquecedor, eres un grande.

Aprecio mucho tus puntos de vista. Muchos errores que señalaste eran frases que a mí mismo me parecían extrañas pero no sabía decir por qué (y sospecho que las empeoré intentando arreglarlas). También ocurre que estoy intentando utilizar un español neutro. Soy venezolano (viviendo en Venezuela) y trabajé muchos años en prensa española de videojuegos, pero ahora que estoy haciendo mis propias historias siento que utilizar un español más similar al que mejor domino me da más soltura al escribir. También existe la opción de hacer dos versiones, una con revisiones en castellano y otra en español neutro, pero de momento sería demasiado trabajo.

Me ha encantado tu feedback, tienes mucha razón en todo. Detectaste de inmediato mi mayor fuente de ansiedad: los diálogos. Quizá es porque no soy bueno hablando con las personas, pero mis diálogos siempre terminan sonando como un discurso presidencial. Seguiré intentando fortalecer ese aspecto con técnicas para practicar los diálogos.

"Que las cosas se nos describan en lugar de que se nos cuenten, que lleguemos a saber más de los personajes a través de sus pensamientos y actos."

Este es otro defecto que conozco y he estado intentando aligerar. Me sucede mucho porque los autores que más me han influenciado, principalmente de literatura clásica, solían contar más de lo que mostraban. Pero he estado estudiando el concepto "show, don't tell" de otros escritores de fantasía épica moderna y espero mejorar en ese aspecto pronto. También estaré encantado de revisar tus correcciones de puntuación y narrativa una por una hasta entender cada error, para no repetirlos.

Respecto a los personajes, en realidad no tenía planeado desarrollarlos hasta el final del relato porque tengo un giro inesperado en mente que me parece divertido probar. Por eso decidí no meter más detalles sobre ellos en ese momento. También tengo un giro planeado para otros personajes. Ciertamente necesito hacer algo para que el general sea más interesante que solo "el general" o "el rey", pero no he decidido si hacerlo en el prólogo o más adelante. Por cierto, me preocupaba que el prólogo fuera demasiado largo, me extraña que no lo mencionaras, tenía pensado cortar algunas partes.

Sobre la imagen: sí, la hice un par de días antes de publicar la historia. Es bastante minimalista porque también soy un principiante dibujando, de hecho es mi primer diseño terminado y lo hice solo para poder publicar en Wattpad. Trabajar con vectores me habría ayudado mucho, ya que la final Wattpad me hizo reducir la imagen y se terminó perdiendo calidad. Sin dudas lo aplicaré de aquí en adelante. Planeo hacer otros dibujos para la historia, intento siempre dibujar cuando no estoy escribiendo.

De nuevo muchas gracias por tu valioso feedback, espero que nos llevemos bien por aquí. Como dije antes, socializar se me da un poco mal, pero intentaré presentarme en el foro en breve.
(05/06/2021 04:52 PM)AdrianHK Wrote: [ -> ]¡Hola JP! Muchas gracias por tomarte la molestia de dejarme un feedback tan enriquecedor, eres un grande.

Aprecio mucho tus puntos de vista. Muchos errores que señalaste eran frases que a mí mismo me parecían extrañas pero no sabía decir por qué (y sospecho que las empeoré intentando arreglarlas). También ocurre que estoy intentando utilizar un español neutro. Soy venezolano (viviendo en Venezuela) y trabajé muchos años en prensa española de videojuegos, pero ahora que estoy haciendo mis propias historias siento que utilizar un español más similar al que mejor domino me da más soltura al escribir. También existe la opción de hacer dos versiones, una con revisiones en castellano y otra en español neutro, pero de momento sería demasiado trabajo.

Me ha encantado tu feedback, tienes mucha razón en todo. Detectaste de inmediato mi mayor fuente de ansiedad: los diálogos. Quizá es porque no soy bueno hablando con las personas, pero mis diálogos siempre terminan sonando como un discurso presidencial. Seguiré intentando fortalecer ese aspecto con técnicas para practicar los diálogos.

"Que las cosas se nos describan en lugar de que se nos cuenten, que lleguemos a saber más de los personajes a través de sus pensamientos y actos."

Este es otro defecto que conozco y he estado intentando aligerar. Me sucede mucho porque los autores que más me han influenciado, principalmente de literatura clásica, solían contar más de lo que mostraban. Pero he estado estudiando el concepto "show, don't tell" de otros escritores de fantasía épica moderna y espero mejorar en ese aspecto pronto. También estaré encantado de revisar tus correcciones de puntuación y narrativa una por una hasta entender cada error, para no repetirlos.

Respecto a los personajes, en realidad no tenía planeado desarrollarlos hasta el final del relato porque tengo un giro inesperado en mente que me parece divertido probar. Por eso decidí no meter más detalles sobre ellos en ese momento. También tengo un giro planeado para otros personajes. Ciertamente necesito hacer algo para que el general sea más interesante que "el general" o "el rey", pero no he decidido si hacerlo en el prólogo. También me preocupaba que fuera demasiado largo, me extraña que no lo mencionaras, tenía pensado cortar algunas partes.

Sobre la imagen: sí, la hice un par de días antes de publicar la historia. Es bastante minimalista porque también soy un principiante dibujando, de hecho es mi primer diseño terminado y lo hice solo para poder publicar en Wattpad. Trabajar con vectores me habría ayudado mucho, ya que la final Wattpad me hizo reducir la imagen y al final se perdió calidad. Sin dudas lo aplicaré de aquí en adelante. Planeo hacer otros dibujos para la historia, intento siempre dibujar cuando no estoy escribiendo.

De nuevo muchas gracias por tu valioso feedback, espero que nos llevemos bien por aquí. Como dije antes, socializar se me da un poco mal, pero intentaré presentarme en el foro en breve.

Escribir en venezolano (o en cualquier otro dialecto del español, incluyendo el castellano) no es malo, lo malo es usar muchos localismos porque si pretendes que la obra la lea gente de otros países puedes sacarles de la lectura; aunque usar localismos sigue siendo mejor que ciertas frases que has construido en ese intento de un español neutro (cosa que no existe al 100%). Es evidente que si las frases te suenan raras es porque precisamente no estás usando el lenguaje con el que más cómodo te sientes...

Para escribir diálogos no necesitas ser extrovertido, salir de fiesta cada fin de semana y hablar con todo el mundo; igual que para describir duelos no tienes que ser un soldado o un duelista. Evidentemente controlar del asunto ayuda, pero puedes compensar la falta de conocimiento consumiendo obras, y el diálogo es justo una de esas cosas que es muy fácil mejorar consumiendo otras obras y a diferencia del estilo narrativo o las descripciones, es algo que puedes mejorar incluso si no estás leyendo novelas, sino con películas, series o videojuegos...

Hay autores clásicos que cuenta mucho en lugar de mostrar, pero obviando que ya ha llovido desde entonces, el problema es que tampoco cuentas (como es debido); como en la parte del calor, me cuentas que tienen calor, pero tampoco me estás contando nada más acerca de ellos o el escenario, así que me deja indiferente.

Y no necesitas profundizar en cada personaje, pero si vamos a seguir viéndolos sí deberían tener una profundidad mínima, por mucho giro que tengan. Es más, el hecho de darles profundidad hace que el giro sea más chocante; digamos que la princesa esa se transforma en un monstruo sediento de sangre las noches de luna llena o tiene una segunda personalidad que es sádica y disfruta asesinando, descubrir eso no causa el mismo efecto si no sé nada de ella que si sé que es una joven dulce que se preocupa por todos incluso si es alguien que le causa un mal a ella o a los demás.

Un saludo.
Interesantes consejos, no había pensado en estudiar los diálogos de otros medios. No soy mucho de películas, pero sería una razón para animarme a verlas. Los libros tendré que elegirlos con cuidado, porque después de La Iliada y Odisea, mis escritos tienen un aire a narración griega. Creo que empezaré algo más moderno y del género de fantasía.

Ya he estudiado mis errores en el primer borrador y realicé varios cambios, pero tengo que detenerme porque podría seguir realizando cambios hasta convertirlo en una historia diferente. Por ahora me centraré en el primer capítulo aplicando lo que aprendí con el prólogo. ¡Muchísimas gracias por todo el feedback!
Hilo editado para añadir el capítulo 2: Entre piedras y garabatos.
Nuevo capítulo disponible:

Capítulo 3: El clamor de la montaña

Tres antorchas arrojaban una débil aura de luz sobre las corpulentas criaturas con cuernos en la cabeza que entraron al bosque cargando hachas más largas que yo; nunca había visto un monstruo, pero debían lucir así. Un hombre canoso de vestimenta elegante se quedó junto a la mujer sosteniendo una antorcha en una mano, y un carcaj de flechas en la otra.

Ella tenía la piel nívea, los rasgos finos y el cabello negro embutido en el cuello de su inmenso abrigo. Siguió a los guerreros con la mirada hasta que se perdieron en la niebla, y entonces exhaló un suspiro, tomó un relicario que llevaba colgado del cuello y susurró unas palabras que no alcancé a descifrar. Un largo aullido estalló dentro de la espesa neblina seguido de múltiples golpes secos. Frunció el ceño, levantó la quijada dirigiendo la vista al cielo sin nubes, se mantuvo quieta por un momento, y de repente miró de reojo en mi dirección; el área estaba demasiado oscura para que pudiera verme, pero percibí que un halo celeste comenzaba a surgir alrededor de su ojo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, cuando un estruendo metálico retumbó detrás de ella.

—¡Ayuda! ¡Necesitamos ayuda! —clamó una voz dentro del bosque. La mujer chasqueó la lengua, se llevó su colgante a los labios y volvió a susurrar algo.

No me quedé a averiguar si podían verme. Descendí la vertiente deslizando mis pies para no hacer ruido, cuando me sobresaltó otro lúgubre aullido desde la montaña. Levanté la canasta, corrí hacia el río y me zambullí sin pensarlo mucho. Todo quedó en silencio mientras me hundía aferrándome a la canasta, y en el proceso un par de peces muertos volvieron a las mismas aguas que antes recorrieron con vida. Mientras braceaba a la otra orilla con un solo brazo, noté que la corriente fluía más suave que nunca, y jamás había estado tan fría.

Salí empapado y temblando, pero me alegré al comprobar que no había ni una antorcha a la vista, ni ningún ruido extraño proveniente del bosque, así que levanté la canasta y fui directo al refugio, deteniéndome solo para atravesar la roca en la entrada. Vadeé el pozo de la caverna hasta la pequeña isla, dejé caer la cesta en la tierra y abracé mis hombros tiritando mientras buscaba con la vista mis piedras carmesí; sonreí al ver que aún quedaban cuatro. Usé una para encender la fogata con mis dedos temblorosos, y disfruté el calor reconfortante al colgar un par de truchas sobre el fuego.

Estaba tan hambriento que casi me trago las espinas, y no comí más porque sabía que debía administrar las truchas con cuidado, por lo menos hasta que aprendiera a pescar; pero ese era una tarea para otro día. Esa noche me tiré satisfecho en la arena, sintiéndome afortunado por haberme librado de todo. Me arropé con mi manta y, tras un lapso de temblores y estornudos, pude quedarme dormido. Es curioso que solo en los días más agitados podía dormir profundamente, pero más extraño aún fue el sueño que tuve esa noche, porque presencié cosas que hasta entonces desconocía.

De repente era un niño de nuevo sobre los hombros de una mujer muy fuerte que me llevaba sonriendo por la plaza de un pequeño pueblo; los tablones de las casas tenían preciosos ornamentos de madera y tela de colores muy vivos. La mujer se detuvo ante una fuente, me sentó en un peldaño y besó mi frente con cariño, justo antes de comenzar a transfigurarse delante de mí: su mitad derecha se volvió traslúcida y se recubrió de telas color crema; del lado izquierdo se desplegó un vestido escarlata sobre una piel blanca como las nubes. A la derecha los ojos amarillos acompañaron una amable sonrisa, a la izquierdo los gélidos ojos azules centelleaban como los colmillos que se desprendían de su boca maliciosa. Le crecieron brazos, crestas, alas y otras partes de animales que jamás había visto. Entonces me tomó del cuello con sus garras y abrió las fauces, pero no emitió palabras sino un sonido muy exótico, una rara mezcla entre el crepitar del fuego y el soplido de la brisa, que de inmediato confundió mis sentidos. La mujer sonrió con ojos llenos de avaricia, el ruido se hizo más y más fuerte, tan insoportable que me estremecía los huesos, un ave plateada se posó en mi hombro y una decena de pirañas aleteaban sobre las nubes.

—¡Preya! —grité exaltado al despertar, y mi voz se repitió dentro de la caverna vacía. Traté de recuperar el aliento cuando me llegó un intenso olor a madera chamuscada y pescado. Fui a lavarme en el pozo, aunque interrumpido de vez en cuando por algún estornudo. El resfriado me recordó que debía buscar más madera si pretendía sobrevivir otra noche igual de fría; además de que necesitaría el fuego para cocinar. Llené la canasta de agua y dejé remojando las truchas con la esperanza de que eso las mantuviera frescas; no sabía si se conservarían hasta el regreso de Preya, pero quería guardarle una.

Pero había un inconveniente con la leña. Estaba seguro de que no necesitaba un hacha en aquel decadente bosque; los árboles estaban tan podridos que ya no tenían hojas y sus ancianos troncos se quebraban como galletas. El problema era el repentino miedo que sentí de abandonar la gruta con esas espantosas criaturas sueltas. Además, mi experiencia con el pescador y la pesadilla que tuve parecían haber debilitado mi espíritu. Preferí no salir de la gruta; allí estaba a salvo, podía intentar comer las truchas crudas, e incluso estaba la posibilidad de que Preya regresara en cualquier momento. Terminé vomitando el pescado y, por supuesto, Preya no apareció. Más tarde, el hambre y el resfriado se turnaron para hacer de mi noche un infierno, y antes de que me venciera el sueño, tomé la decisión de escabullirme al bosque por la mañana.

Era muy temprano cuando llegué al pie de la montaña. Admiré temerosamente su inmensa ladera sobrevolada por enormes nubes de bruma, y un escalofrío me recordó no adentrarme demasiado. Miré cuidadosamente en todas direcciones asegurándome de que no hubiera nadie, y de inmediato me puse manos a la obra:

Comencé dando golpecitos en los árboles buscando algún tronco que sonara hueco. Encontré varios, pero elegí el más alto y delgado; me sorprendió lo fácil que atravesé su corteza de una patada, y lo rápido que se ensanchó el hoyo moviendo mi pie alrededor. Fue tan divertido que jugué a ser uno de los guerreros famosos de mis lecturas como Tomero Iglu o el veloz Espéncer, y lancé una furia de golpes y patadas que pronto hicieron que el árbol se viniera abajo estrellándose contra el suelo.

Sonreí sobando mis nudillos; Preya nunca me dijo lo entretenida que era esta parte. Los pedazos eran ligeros pero no podía llevarlos todos a la vez, así que tuve que hacer varios viajes al refugio. Pero cuando regresaba por cuarta vez a cargar los últimos trozos, escuché unos pasos que venían desde arriba, y las monstruosas siluetas aparecieron en la cortina de niebla. Hice un amague de recoger la madera pero me detuve porque no me iba a dar tiempo, así que la dejé y me oculté detrás de un árbol. Sonó un traqueteo metálico acompañado de algunos quejidos y bostezos.

—¡Ni uno solo, te lo juro! ¡No siento mis pies! —exclamó una voz muy aguda, gritando como a quien no le preocupa ser escuchado—. ¿Tú dormiste algo?

—Emmm, quizá... —respondió otro. Su voz era grave y estiraba las palabras—. No lo... recuerdo.

—Bueno, yo alcancé a dormir un poco —confesó el de la voz chillona pasando a mi derecha, y su enorme compañero bostezó a mi izquierda. Me congelé en el acto aguantando la respiración, pero eso solo despertó mi resfriado.

—¡Achú!

—Gloria —le deseó el de la voz chillona sin detenerse.

—A todos —agradeció su somnoliento amigo sin darle importancia.

Desde atrás pude verlos mejor: corazas plateadas, hachas, cascos con cuernos, una coleta roja y botas de cuero; no eran monstruos sino caballeros, y por alguna razón, eso me pareció más emocionante.

—De todas maneras, ya estoy harto de esto —se quejó el de la coleta con su voz aguda—. ¡No lo soporto, ya no! ¡Juro que me volveré loco si paso otra noche sin dormir!

—«A jé, a jé» —lo apaciguó su amigo a mitad de un bostezo—. Mira, yo también estoy harto y... no es que me agrade la comida de estos bastardos. Pero mira el lado bueno... No vamos a la guerra.

—No me importa, Orbin —aseguró su amigo—. Jir Vaedlla me va a escuchar, tiene que parar esta locura. Y si no le apetece, puede traer su noble trasero a la montaña a ver qué le parece. ¡Yo no pienso regresar a este infierno!

Eso fue lo último que escuché antes de que salieran del bosque. Mi cuerpo estaba congelado en el lugar y al mismo tiempo sentía un intenso deseo de seguirlos, pero un pensamiento me hizo espabilar para regresar con urgencia al refugio. Escapé tan rápido  que olvidé el resto de la leña, y aunque tuve que taparme la nariz al entrar en la caverna porque cada vez olía más a pescado, no dejé que eso me distrajera y fui directo a buscar mi libro de Mafvir el Torcedor.

Mafvir era un héroe atrevido y musculoso que se dio a conocer por doblar el hocico de una familia de caimanes que se merendaron sus ovejas. Su hazaña se hizo tan famosa que el mismo rey solicitó su ayuda para deshacerse de un peligroso leviatán que se estaba zampando los barcos de suministros. Mafvir fue llevado hasta la recámara del líder por unos imponentes caballeros de «armaduras plateadas con formas de toro y otros animales». Sonreí intrigado, pero también angustiado. Más adelante en la historia Mafvir descubre que el leviatán no existe y en realidad eran los soldados del rey quienes interceptaban los cargamentos en el mar y escondían los barcos. Pero antes de poder informar al respecto, Mafvir fue traicionado por los caballeros y enviado muy lejos a trabajar como esclavo.

Pasé el día pensando en los diferentes tipos de caballeros. Estos parecían un grupo pequeño y, viéndolos de cerca, no lucían peligrosos... ¿Pero qué querían en la montaña? ¿Habían venido persiguiendo a algún fugitivo, o quizá buscaban las frutas de la verdosa cumbre? Y aquella mujer de mirada gélida... ¿Qué relación tenía con ellos? También pensé mucho en Preya, en dónde estaría y lo que seguro me diría: «no quiero que salgas». Esa solía ser su respuesta para todo, pero por alguna razón ya no estaba para cuidarme.

La pregunta más importante era «¿Qué harán si me encuentran?». El demente pescador había mencionado que los guardias me llevarían con ellos, lo que no sonaba nada mal pues me gustaba la idea de convertirme en caballero, pero primero debía asegurarme de que no fueran como aquellos que traicionaron a Mafvir; y si lo que intentaban era llegar a la cima, incluso podían ayudarme a localizar a Preya. Esa noche mientras masticaba un trozo de pescado decidí empezar por hacer un poco de espionaje.

A la luz del alba me armé de valor para visitar el bosque una vez más, eché un rápido vistazo a los alrededores y me puse a trabajar nervioso pero sin detenerme. Con una rama destruí la parte superior de un árbol hueco y escondí los trozos de madera que se desprendieron. Entonces moví una roca, me subí en ella, salté dentro del tronco con mucho cuidado de no romperlo, y presioné el dedo contra la corteza para abrir un hoyo de cada lado; quedé encorvado y muy apretado a pesar de ser muy delgado, pero había conseguido infiltrarme.

Aguardé en silencio, encorvado, cada vez más nervioso de que me descubrieran, y la respiración casi se me cortó cuando escuché los pasos acercándose.

—¡Silencio! —El de la coleta volvía a estar de mal humor—. ¡Tu voz me molesta, tus botas apestan, tu cara es muy fea!

—Ya, ya... —lo quiso calmar su compañero con los ojos casi cerrados—. Solo aguanta un poco más y dormiremos un poco.

—Esta vez sí, esta vez sí, Vaedlla tendrá que escucharme o no regreso.

—De nuevo con eso, Ferrión... Creo que tendrías más suerte hablando con el rey.

—¡Que te calles, gordo irritante! —explotó de nuevo con su tono chillón—. ¡Va a cancelar este sinsentido, ya verás! ¡No voy a dejarle otra opción!

Casi sentí lástima por el tal Ferrión. Pero fuera lo que fuera que quería lograr, no parecía haber tenido suerte, porque regresaba cada día prometiendo que sería el último y quejándose de todo lo que cruzaba su mente: el mundo, los otros guardias, su ropa, aparentemente todo lo volvía loco.

Esos días me hice una rutina: por la mañana escuchaba sus quejas, por la tarde intentaba capturar un pez en el río —que había recuperado su turbulencia—, y por las noches analizaba sus conversaciones mientras cenaba. Desafortunadamente la mayoría eran detalles inútiles como los nombres de sus familiares, los platillos que se les antojaban o múltiples quejas sobre un reino lejano. Pero entre tanto parloteo algo estaba claro: Más de veinte guardias estaban siendo obligados a pasar la noche en diferentes áreas de la montaña sin poder pegar un ojo. También extraje un nombre que se repetía constantemente en sus desahogos: Jir Vaedlla.

Pero tras varias jornadas, aún no tenía claro si eran peligrosos; el grande lucía temible y el de la coleta tenía un carácter fuerte, pero estaban siempre tan exhaustos que seguro me confundían con uno de ellos si me los topaba de frente. Pensé en Preya y exhalé un largo suspiro; mi reserva de truchas estaba por agotarse sin haber averiguado un solo indicio de lo que sucedía en la montaña, eso sin mencionar mi fracaso en el arte de la pesca. Entonces recordé mi encuentro con el anciano en el que mencionó algo sobre los guardias: ¡Quizá él podía saber algo! Pero antes se había puesto un poco agresivo, así que debía idear una manera segura de aproximarme.

Al día siguiente cuando llegó con su caña en la mano, yo lo estaba esperando de pie en medio del área de grava; su ropa estaba reluciente, tenía una caña de pescar nueva y un sombrero muy elegante. Venía acompañado de dos personas: un señor delgado de cuello largo, camisa blanca y pantalón abombado; y una chica de cabellera castaña, de mi edad o un poco más joven, que cargaba un palo largo y puntiagudo en la mano. El anciano intentó adelantarse al grupo en cuanto me reconoció.

—¡Alto! —grité con la mano levantada y todos se detuvieron, probablemente por curiosidad—. Antes... dijiste que viniera si tenía otra piedra.

—¡¿Tienes otra?! —El anciano casi dio un brinco de felicidad. Su acompañante lo observó con una ceja alzada, y de repente sus ojos se ensancharon como platos.

—¡Ebraél, viejo embustero, dijiste que se la sacaste a un pez gordo! ¡Este pez tiene piernas! —reclamó el sujeto asiendo al anciano por el cordel de su jubón. La chica no dejaba de observarme con preocupación.

—Cálmate, Cebreo —pidió el viejo alejando el cuello y levantando las palmas—. Tenía mucho estrés ese día y pensé que había imaginado todo el asunto del niño, sabes que sería incapaz de ocultarte nada. ¡Estoy tan sorprendido como tú! —aseguró estregándose los ojos. El hombre frunció el ceño.

—Emmm... ¿sí quieres la piedra, verdad? —intervine.

—¡Claro! —respondieron ambos, y el sujeto se volvió hacia el anciano—. Iremos a medias, Ebraél, si no quieres que los guardias se enteren de esto.

—De acuerdo, de acuerdo —accedió el Ebraél librándose de su agarre—. Aquí tengo otra canasta de pescado, muchacho —Cebrero lo miró con la boca abierta y las cejas levantadas—, acabamos de salarlos para que se conserven más. ¡Ahora muéstranos la piedra!

—La escondí en el río —dije—. Pero solo les diré dónde está si...

—Si te damos todo lo que tenemos y confiamos en que no escaparás corriendo, ¿verdad? —Un eufórico Ebraél comenzó a acercarse lentamente—. Por tu contextura sé que no te estás alimentando muy bien, y no puedes almorzar piedras, ¿verdad? Será mejor que nos lleves al lugar donde tienes las joyas o yo mismo te ahogaré en el río.

—Yo... yo... —Comencé a dar pasos atrás. El anciano se iba a arrojar sobre mí, me sentí débil y airado de que me amenazara de nuevo. Entonces se me ocurrió algo—. Conocí a los guardias. —De inmediato noté un cambio en el gesto del anciano, así que continué—. Bueno, a un par. Orbin y Ferrión, ¿los conoces? Me han estado hablando de su familia en Monte Perno y lo mala que es la comida de aquí. Creo que... podría comentarles de ti.

—E-espera —me rogó de repente el viejo Ebraél—. ¿Cómo es que... Bueno, está bien, de acuerdo. Confío en que tienes más piedras de esas... Pero nosotros no tenemos mucho, ¿qué otra cosa quieres? —preguntó arrojando la canasta cerca de mí.

—Eso. —Señalé a la chica y ella se alarmó—. Lo que tienes en la mano. ¿Es una lanza, verdad?

—Eh... Esto es u-un arpón —respondió sobándose el antebrazo—. Lo uso para pe-pescar, no es un...

—Lo quiero —dije de inmediato. La chica miró a su padre y este asintió, así que arrojó el arpón a mis pies con el rostro afligido—. Y... quiero una cosa más. ¿Qué saben sobre Jir Vaedlla?

El anciano se timbró, me observó receloso y botó el aire por la nariz. No dijo una palabra, pero Cebreo dio un paso al frente.

—¿Te refieres a los de Vaedlla de Pristina, no? Son una familia de nobles muy respetada. Hace poco el tal Jir se casó con la princesa, creo que ahora comanda un ejército del rey. Dicen que es alguien tímido pero muy apuesto... —entonces frunció ligeramente el ceño—. Pero no son cosas que le atañan a un niño. ¿Cuál es tu interés en...

—No importa —lo interrumpí levantando el arpón y la canasta sin quitar los ojos del anciano, que tenía los brazos cruzados como un niño regañado—. La piedra está detrás de esta roca a mi derecha, no me sigan —añadí empezando a correr.

Pero ellos se aventaron en mi dirección como unas gacelas hambrientas; Ebraél quiso seguirme, pero su compañero lo detuvo.

—¡Déjalo Ebraél, aquí está! ¡Tengo la esgamita! —escuché detrás de mí, pero no me detuve a mirar atrás.

Más tarde en la caverna me dejé caer sobre la tierra blanda con la respiración acelerada, el corazón agitado y un curioso ataque de risa. La verdad es que me sentía muy vivo, poderoso incluso, como los aventureros de las leyendas. Una vez más conseguí alimento por mi cuenta, sin contar el arpón y toda la información recolectada. Era un estado en el que lo bueno parecía diez veces mejor y lo malo diez veces peor, así que aunque me sentí capaz de cualquier cosa, me golpeó una preocupación tremenda: Preya. Sentí que no podía esperar más, era momento de encarar a los guardias. Hubiera preferido hacerlo en la mañana cuando estaban más débiles, pero tenía que aprovechar el ímpetu que me recorría el cuerpo en ese momento, así que llené mis pulmones, me puse de pie de un salto y fui directo a esconderme en el tronco de siempre.

Sin embargo, mi plan se arruinó al verlos llegar en una cuadrilla de quince soldados que me intimidaron de intimidado. Múltiples antorchas se detuvieron cerca de la entrada del bosque y un momento después comenzaron a desplegarse en varios grupos por diferentes direcciones; entre ellos vi pasar a Ferrión, el de la coleta. Abajo solo quedaron el hombre canoso de las flechas y la escalofriante dama a su lado.

—Solo dos... —lamentó la mujer, claramente exasperada—. ¿Por qué no pueden traerme solo dos, Cergal?

—La brecha es demasiado grande, mi señora. Si retrocediéramos un poco a esperar por...

—¡Calla! —ordenó ella con voz severa, colocando el relicario junto a su oreja. Asintió ligeramente un par de veces antes de volver a hablar—. No quise decirte esto con ellos presentes, pero necesito usar a un par de tus soldados. Estoy preparando algo interesante, pero no puedo mover los cántaros.

¡Necesitaban ayuda! Sentí que ese era el momento ideal para presentarme ofreciendo una mano, pero la conversación continuó un poco más:

—¿Usar? Mi señora... no se estará refiriendo a...

—Shhh... Siempre quieres hablar de más Cergal, como si tus palabras tuvieran valor. Olvídalo, te avisaré cuando requiera a tus hombres, ahora necesito otra cosa de ti —se inclinó hacia el arquero y le susurró algo al oído. Él alzó las cejas en un gesto de angustia.

—Pero... mi distinguida Vaedlla —Me sorprendí al escuchar el apellido, pero me entretuvo la expresión ansiosa del arquero—, no podemos rebajarnos a eso. ¿Qué diría su padre de...

— ¡Haz lo que te ordeno, Cergal! —insistió ella crujiendo los dientes. El sujeto miró nervioso hacia la montaña, después hacia atrás por encima de su hombro, y entonces con el rostro pálido me miró directamente a mí.

Mi primera reacción fue apartarme del pequeño agujero y contener el aliento. Levanté el mentón temiendo que alguno se asomara desde arriba, cuando justo por encima de mi nariz pasó volando una flecha, atravesando la corteza de un lado a otro. Mi corazón dio un vuelco, las palabras se me atascaron en la garganta; escuché de nuevo la vibración de la cuerda y una segunda flecha atravesó el tronco clavándose en mi pierna izquierda, justo por encima del tobillo. El impacto me hizo bramar un largo y tétrico aullido de dolor.
Te recomiendo apuntarte al Dragón Lector. Ahora está medio parado, aunque en parte es una ventaja porque tardarás menos en llegar al primer puesto de la lista.

Por un lado tiene el beneficio evidente de que sabes que te van a leer y comentar sí o sí (a diferencia de aquí, que incluso aunque te lean, tal vez no comenten, o sean comentarios escuetos tipo me gusta / no me gusta); por el otro, corregir al resto puede ayudar a ver errores que tú mismo tienes pero no eres capaz de ver en tus propios textos, con lo cual también vas a mejorar como escrior
JPQueirozPerezTe recomiendo apuntarte al Dragón Lector. Ahora está medio parado, aunque en parte es una ventaja porque tardarás menos en llegar al primer puesto de la lista.

Por un lado tiene el beneficio evidente de que sabes que te van a leer y comentar sí o sí (a diferencia de aquí, que incluso aunque te lean, tal vez no comenten, o sean comentarios escuetos tipo me gusta / no me gusta); por el otro, corregir al resto puede ayudar a ver errores que tú mismo tienes pero no eres capaz de ver en tus propios textos, con lo cual también vas a mejorar como escrior

Hola, JP, muchas gracias por la sugerencia. Quisiera participar, pero este tipo de formatos chocan un poco con mi estilo, ya que la espera es muy larga para un texto tan corto. Estoy dispuesto a leer y comentar, pero no me veo escribiendo algo de 1.500 palabras a menos que se trate de una escena en específico. Probé la misma actividad en otro foro y parece desequilibrada la espera de dos meses por comentarios sobre solo una escena.

Estoy más interesado en encontrar un grupo de escritura. De hecho, creo que la actividad funcionaría mejor haciendo grupos pequeños, de tres o cuatro personas máximo dependiendo de la disponibilidad de todos. Al ser menos textos escritos, todos pueden leerse y recibir críticas por lo menos una vez cada dos semanas.
(01/07/2021 09:47 PM)AdrianHK Wrote: [ -> ]JPQueirozPerezTe recomiendo apuntarte al Dragón Lector. Ahora está medio parado, aunque en parte es una ventaja porque tardarás menos en llegar al primer puesto de la lista.

Por un lado tiene el beneficio evidente de que sabes que te van a leer y comentar sí o sí (a diferencia de aquí, que incluso aunque te lean, tal vez no comenten, o sean comentarios escuetos tipo me gusta / no me gusta); por el otro, corregir al resto puede ayudar a ver errores que tú mismo tienes pero no eres capaz de ver en tus propios textos, con lo cual también vas a mejorar como escrior

Hola, JP, muchas gracias por la sugerencia. Quisiera participar, pero este tipo de formatos chocan un poco con mi estilo, ya que la espera es muy larga para un texto tan corto. Estoy dispuesto a leer y comentar, pero no me veo escribiendo algo de 1.500 palabras a menos que se trate de una escena en específico. Probé la misma actividad en otro foro y parece desequilibrada la espera de dos meses por comentarios sobre solo una escena.

Estoy más interesado en encontrar un grupo de escritura. De hecho, creo que la actividad funcionaría mejor haciendo grupos pequeños, de tres o cuatro personas máximo dependiendo de la disponibilidad de todos. Al ser menos textos escritos, todos pueden leerse y recibir críticas por lo menos una vez cada dos semanas.

En realidad es el doble de palabras, y como te digo, hay poca gente haciendo subidas ahora así que a lo sumo esperarías un mes a lo sumo.

Sobre los grupos de escritura, obviando que en realidad es el mismo concepto que el Dragón, siempre es una propuesta que puedes presentar en el foro.
Pages: 1 2