29/10/2015 01:30 AM
Buenas y santas.Vengo a acercarles un relato que elabore para un concurso de un foro ajeno a este. En ese concurso se requería la historia de un héroe y se exigía un límite de 1000 palabras lo que lo dejó algo trillado, pero espero sea de su agrado. Saludos
Triste Sacrificio
La brisa en contra, daba con su rostro pálido, entumecido. Su aliento gélido penetraba en el aire en forma de nube, no podía seguir así toda la noche. Su perro Kovothe tal vez continúe y así, al menos, uno de los dos sobreviviría. Ya deberían estar en las cercanías de Lordaeron, pero desde que creyó que los seguían, se desviaron del camino principal.
Trataba de recordar si alguna vez paso la noche en los bosques, quizás lo hicieron con su abuelo en cierta oportunidad, solo que ahora se encontraba solo con su amigo, un trozo de cerdo en salazón y dos cebollas. Lo principal era buscar un buen lugar, algo que pase desapercibido y que pueda funcionar como un pequeño fuerte. Agradeció llevar consigo la daga de obsidiana que Galven Martillopiedra, el armero de la villa, le obsequió en su doceavo aniversario.
—Ojalá nunca tengas que usarla, chico. En estos tiempos no se puede andar por ahí sin un arma, y esta es la adecuada —dijo en esa oportunidad— .La hoja es de obsidiana, ligera y firme. Como tú, chico.
Para ese entonces, Arstan ya era un hombre. Había festejado su catorceavo aniversario hacía tres lunas. Para él, la vida era viajar y leer, aunque no tenia libros. Últimamente no encontraba tiempo para sus cosas, ya que invertía casi todo en su trabajo. Realizaba mandados a los ancianos del pueblo y en tiempos de cosecha aprovechaba para sumar unas monedas a su bolsa. Pensó en viajar a la capital, donde la paga era mejor, según los viejos.
En el poblado escuchó alguna vez, que su madre fue una puta de las tierras de Stratholme. Ese mismo día zarpó. Escuchó también, acerca del reclutamiento en la guardia imperial. Bastó con mirarse los brazos para convencerse de que no era buena idea. Supuso que conseguiría alguna otra labor.
Adentrándose en el bosque encontró un gran árbol, encorvado y robusto, que posiblemente los refugiaría del viento. Convino en su mente que no encendería una fogata. Imaginó que sería más complicado pillarse una fiebre a que los bandidos los hallaran en el fragor de las llamas. Al momento de alimentarse, notó las cebollas muy blandas de textura y con un color apagado y oscuro. No hubo alternativa que arrojarlas a la maleza, puede que alguna ardilla las añada a su cena. Cortó el trozo de cerdo con la daga y la compartió con Kovothe que se debatió con su porción por un buen rato.
El frio se hacía a cada momento más presente y una tenue neblina se palpaba en el aire. La luna dejaba atisbos de luces por entre la copa de los arboles que perturbaban a Arstan con la proyección de sus sombras. Le hubiese gustado tener un libro para relajar la vista y distraerse un buen rato, pero supo de antemano que esa noche no tendría descanso. Por suerte para ambos, Arstan no escatimó con la ropa y bien sabía que las noches se sufrían en aquellas tierras. Estaban dotados de buenos abrigos y para aumentar el calor se apretujaron contra el árbol. Kovothe estaba rodeado por los brazos de su compañero cuando cerró los ojos para hundirse en sueño. <<¿Los perros también tienen sueños?>>.
La penumbra caía del cielo con cada parpadeo, a cada segundo era más y más costoso mantener la vista en alza. De un momento a otro el plano se torno completamente oscuro por segundos. Escapar al limbo de las realidades paralelas se torno imposible y Arstan se vio inmerso en un oscuro bosque frondoso. El mismo bosque, a los pies del mismo árbol, abrazado al mismo perro, pero esta vez sus ojos estaban completamente abiertos. No hizo más que analizar su alrededor. Giro a su derecha y luego a su izquierda... y nada. <>. Fue en ese momento en el que todo perdió la lógica. Primero fueron dos los destellos que surgieron de la maleza, luego otros dos y en segundos fueron decenas de luces propagándose entre la neblina y haciéndose incontables. <>. Parejas de pequeños y brillantes ojos amarillos, a veces rojos y otra vez amarillos, se acercaban con sigilo por entre las ramas de la vegetación. Arstan intentó ponerse en pie, pero las piernas congeladas no reaccionaban. Sentía un peso insoportable sobre su cuerpo, bajo la vista y ahí estaba. Con tajaduras por doquier, Kovothe sangraba ya sin vida sobre los muslos del joven muchacho. Como un suspiro rojeó hacia delante y las bestias de los destellos saltaron contra él con sus filosas zarpas.
Como la reencarnación de un ave fénix, Arstan recuperó sus sentidos y su vista se incrustó entre los árboles. Había despertado a los pies del árbol y junto a su amigo Kovothe. La oscuridad dominaba aún el raso neblinoso de la frondosidad y el crujido de unas hojas lo puso alerta. Sacudió al perro que se levanto de inmediato y arrojó un tenue gruñido al viento.
—¡Silencio, Kovothe! —susurró.
—¡Ahí está!, es el niño del puñal y su perro —gritó un figura oscura por el sendero principal.
Arstan se echó a correr por entre los árboles y Kovothe siguió sus pasos. Los dos bandidos con los rostros cubiertos los perseguían con dagas de hierro.
—Devuelve el puñal, pequeño esbirro. —gritó uno.
Como un rayo de tormenta, Kovothe volteó y corrió hacia ellos con su pelaje blanco que reflejaba la luna. Embistió sobre el cuello del primero matándolo de un mordisco y giró para atentar contra el segundo. El perro mordía una de las piernas de aquel hombre, pero no pudo impedir que este hundiera la daga en su cuerpo.
Una lágrima cruzó la fría noche y Arstan quedo completamente en blanco. Sus piernas se movían de forma involuntaria. No podía interpretar la situación, tal vez fuese otro extraño sueño. Pero todo terminó cuando tuvo a la vista tres guardias apostados a orillas de una torre vigía. Había llegado a Lordaeron, pero nunca sabrá qué hacer con el puñal.
Triste Sacrificio
La brisa en contra, daba con su rostro pálido, entumecido. Su aliento gélido penetraba en el aire en forma de nube, no podía seguir así toda la noche. Su perro Kovothe tal vez continúe y así, al menos, uno de los dos sobreviviría. Ya deberían estar en las cercanías de Lordaeron, pero desde que creyó que los seguían, se desviaron del camino principal.
Trataba de recordar si alguna vez paso la noche en los bosques, quizás lo hicieron con su abuelo en cierta oportunidad, solo que ahora se encontraba solo con su amigo, un trozo de cerdo en salazón y dos cebollas. Lo principal era buscar un buen lugar, algo que pase desapercibido y que pueda funcionar como un pequeño fuerte. Agradeció llevar consigo la daga de obsidiana que Galven Martillopiedra, el armero de la villa, le obsequió en su doceavo aniversario.
—Ojalá nunca tengas que usarla, chico. En estos tiempos no se puede andar por ahí sin un arma, y esta es la adecuada —dijo en esa oportunidad— .La hoja es de obsidiana, ligera y firme. Como tú, chico.
Para ese entonces, Arstan ya era un hombre. Había festejado su catorceavo aniversario hacía tres lunas. Para él, la vida era viajar y leer, aunque no tenia libros. Últimamente no encontraba tiempo para sus cosas, ya que invertía casi todo en su trabajo. Realizaba mandados a los ancianos del pueblo y en tiempos de cosecha aprovechaba para sumar unas monedas a su bolsa. Pensó en viajar a la capital, donde la paga era mejor, según los viejos.
En el poblado escuchó alguna vez, que su madre fue una puta de las tierras de Stratholme. Ese mismo día zarpó. Escuchó también, acerca del reclutamiento en la guardia imperial. Bastó con mirarse los brazos para convencerse de que no era buena idea. Supuso que conseguiría alguna otra labor.
Adentrándose en el bosque encontró un gran árbol, encorvado y robusto, que posiblemente los refugiaría del viento. Convino en su mente que no encendería una fogata. Imaginó que sería más complicado pillarse una fiebre a que los bandidos los hallaran en el fragor de las llamas. Al momento de alimentarse, notó las cebollas muy blandas de textura y con un color apagado y oscuro. No hubo alternativa que arrojarlas a la maleza, puede que alguna ardilla las añada a su cena. Cortó el trozo de cerdo con la daga y la compartió con Kovothe que se debatió con su porción por un buen rato.
El frio se hacía a cada momento más presente y una tenue neblina se palpaba en el aire. La luna dejaba atisbos de luces por entre la copa de los arboles que perturbaban a Arstan con la proyección de sus sombras. Le hubiese gustado tener un libro para relajar la vista y distraerse un buen rato, pero supo de antemano que esa noche no tendría descanso. Por suerte para ambos, Arstan no escatimó con la ropa y bien sabía que las noches se sufrían en aquellas tierras. Estaban dotados de buenos abrigos y para aumentar el calor se apretujaron contra el árbol. Kovothe estaba rodeado por los brazos de su compañero cuando cerró los ojos para hundirse en sueño. <<¿Los perros también tienen sueños?>>.
La penumbra caía del cielo con cada parpadeo, a cada segundo era más y más costoso mantener la vista en alza. De un momento a otro el plano se torno completamente oscuro por segundos. Escapar al limbo de las realidades paralelas se torno imposible y Arstan se vio inmerso en un oscuro bosque frondoso. El mismo bosque, a los pies del mismo árbol, abrazado al mismo perro, pero esta vez sus ojos estaban completamente abiertos. No hizo más que analizar su alrededor. Giro a su derecha y luego a su izquierda... y nada. <>. Fue en ese momento en el que todo perdió la lógica. Primero fueron dos los destellos que surgieron de la maleza, luego otros dos y en segundos fueron decenas de luces propagándose entre la neblina y haciéndose incontables. <>. Parejas de pequeños y brillantes ojos amarillos, a veces rojos y otra vez amarillos, se acercaban con sigilo por entre las ramas de la vegetación. Arstan intentó ponerse en pie, pero las piernas congeladas no reaccionaban. Sentía un peso insoportable sobre su cuerpo, bajo la vista y ahí estaba. Con tajaduras por doquier, Kovothe sangraba ya sin vida sobre los muslos del joven muchacho. Como un suspiro rojeó hacia delante y las bestias de los destellos saltaron contra él con sus filosas zarpas.
Como la reencarnación de un ave fénix, Arstan recuperó sus sentidos y su vista se incrustó entre los árboles. Había despertado a los pies del árbol y junto a su amigo Kovothe. La oscuridad dominaba aún el raso neblinoso de la frondosidad y el crujido de unas hojas lo puso alerta. Sacudió al perro que se levanto de inmediato y arrojó un tenue gruñido al viento.
—¡Silencio, Kovothe! —susurró.
—¡Ahí está!, es el niño del puñal y su perro —gritó un figura oscura por el sendero principal.
Arstan se echó a correr por entre los árboles y Kovothe siguió sus pasos. Los dos bandidos con los rostros cubiertos los perseguían con dagas de hierro.
—Devuelve el puñal, pequeño esbirro. —gritó uno.
Como un rayo de tormenta, Kovothe volteó y corrió hacia ellos con su pelaje blanco que reflejaba la luna. Embistió sobre el cuello del primero matándolo de un mordisco y giró para atentar contra el segundo. El perro mordía una de las piernas de aquel hombre, pero no pudo impedir que este hundiera la daga en su cuerpo.
Una lágrima cruzó la fría noche y Arstan quedo completamente en blanco. Sus piernas se movían de forma involuntaria. No podía interpretar la situación, tal vez fuese otro extraño sueño. Pero todo terminó cuando tuvo a la vista tres guardias apostados a orillas de una torre vigía. Había llegado a Lordaeron, pero nunca sabrá qué hacer con el puñal.