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Full Version: [Fantasía épica] Infierno de dioses
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El libro es bastante largo. Así que cuelgo un fragmento, para tomarle al menos el pulso a la opinión del foro sobre lo que escribo. No os cortéis. Cualquier crítica es bienvenida.

Es solo una escena fuera de contexto, pero creo que se puede leer de forma aislada, sin referencias argumentales añadidas.


Varios estandartes blancos, que ostentaban un semental negro y encabritado, asomaron tras las suaves lomas. Una avanzadilla de unos cien jinetes apareció con ellos. Los recién llegados se quedaron sobre las lomas, pero pronto un grupo más osado avanzó hasta los árboles que se alzaban a unas trescientas varas de aquella sección de las murallas, aislados en la planicie que se extendía alrededor de la vasta ciudad. Los defensores de Dhys permanecieron a la expectativa. No pasó mucho tiempo hasta que de las sombras de la arboleda surgió un jinete. Al escuchar las voces, Erdrig subió a las murallas exteriores, donde se habían reunido la guardia y los soldados armados, y se hizo un hueco entre sus compañeros, junto a Cuird. El jinete se acercaba a galope tendido. Aquel hecho no dejaba de ser extraño y nadie se movió. No llevaba bandera blanca y no aparentaba ser un mensajero. El desconocido se detuvo al alcanzar la calzada, a cierta distancia de las puertas. Y arrojó ante ellas un fardo enrojecido. Enseguida volvió grupas y se alejó espoleando furiosamente a su montura, para internarse de nuevo entre los pinos y robles. El bulto rodó sobre la nieve como una pelota de trapo, hasta detenerse a unas cincuenta varas del umbral oeste de Dhys. La ostentosa tela marfil se había desenvuelto y entre sus pliegues asomaba una cabeza cortada.
—¿Quién es? —preguntó Erdrig.
—Por el blasón negro y gualda de ese ropaje, diría que es Yan de Maeen. Uno de los deudos del rey, al cargo de la torre que custodia el paso del río Bewr. A un día de aquí —le respondió Cuird roncamente—. La guerra ya ha empezado.
El capitán, que se hallaba cerca, se volvió hacia el patio.
—¡Tú! ¡Tráela! —le ordenó a uno de los hombres que pasaban por allí—. Después de todo se trata de la cabeza de un conde —gruñó después.
Erdrig se apoyó en la almena, intrigado por lo que podía significar aquella manifiesta provocación. Bajo él, las puertas se abrieron con un gañido prolongado. El soldado, a pie, se dirigió hacia aquella sangrante burla que ponía en entredicho el honor del rey de Kriuh. A medio camino cayó al suelo como un saco. Con una flecha entrándole por el ojo izquierdo y asomando por detrás de la oreja derecha. Por un instante todos se quedaron sin resuello.
—¿Desde dónde disparan? —dijo alguien al fin.
La arboleda, al sudoeste, se erguía muda y quieta.
—¿Desde los árboles? ¡Por todos los dioses! Si son más de doscientas cincuenta varas.
—¡Serán hijos de puta! —masculló el viejo capitán. Tenía el cabello sudoroso y blanco pegado al rostro. Se pasó la mano nerviosamente por la barba cana—. Tres hombres más que salgan a por ella. Con escudos. Y sin bajar la guardia.
Los hombres del patio se miraron entre sí, dudosos.
—¡Vamos, perros! —gritó el veterano soldado, desde lo alto de las murallas—. ¿O es qué esperáis que venga rodando sola? Tras vuestros escudos estaréis seguros.
Tres hombres salieron por las puertas, encogidos tras la recia madera. Ni uno solo consiguió acercarse a su objetivo. De hecho el último de ellos había caído, corriendo desesperado de nuevo hacia los batientes entreabiertos. El capitán estaba completamente sobrepasado por la situación, cuando varios jinetes entraron en el aquel patio de armas. El comandante de los ejércitos del rey Hroan descabalgó. Subió al adarve, envuelto en una gruesa capa de piel de oso. Los hombres se apartaban a su paso. Se detuvo junto a su capitán y contempló el desastre que se extendía ante aquellas puertas de la ciudad.
—Traed los escudos largos. Haremos un muro con ellos que ninguna flecha pueda atravesar.
Los escuderos se apresuraron hacia la armería del patio oeste y no tardaron mucho en volver, cargando una decena de escudos, casi tan altos como un hombre. Los dejaron estrepitosamente en medio de un corro de soldados, que contemplaban la pila de cuero y metal con expresiones ensombrecidas. El comandante de las tropas los observaba desde el adarve.
—Seis hombres fuertes de la guardia que puedan cargarlos con facilidad —. Al advertir la renuencia que flotaba a sus pies, añadió —. Cada uno de ellos recibirá una moneda de oro, al regresar con la cabeza del conde Maeen.
Al escuchar aquello, algunos de los presentes parecieron menos reacios. Varios se adelantaron y tomaron los escudos largos, lentamente, uno por uno. Eran guerreros veteranos y por eso el comandante requería aquel servicio del cuerpo de guardia. Seis formaron un muro de metal, sin apenas el menor resquicio. El comandante los estudió con atención. Nada parecía ser capaz de atravesarlo. Las puertas se abrieron de nuevo y aquella pesada pared de escudos avanzó con desesperante lentitud sobre la nieve encharcada, encarada hacia la arboleda y pisando sin reparos los cuerpos caídos. Por fin se deslizó por encima de la cabeza del conde. Apoyaron los escudos en el suelo, encogidos tras ellos, y uno de los guardias la recogió. Los que observaban desde las murallas rompieron en vítores. Después sus camaradas retrocedieron de espaldas, llevándose su botín con ellos, sudorosos, cargando los pesados hierros. Ninguna flecha se había hecho presente aún. Hasta que, de repente, uno de los guardias tropezó con un cadáver cuando retrocedía. Desequilibró a sus compañeros. El muro de escudos se abrió como la cáscara de un huevo. Dos flechas casi seguidas derribaron a dos hombres. A treinta varas de las puertas, el recio muro se transformó en una desbandada. La cabeza rodó, abandonada a su suerte, entre la nieve roja. Ninguno de los guardias que habían salido de las murallas consiguió atravesarlas de nuevo de vuelta. Fueron cayendo uno tras otro, como monigotes de feria. Heridos en los pies mientras huían, o en los hombros, y rematados en la frente. El último ante los mismos umbrales de Dhys, rozándolos apenas con los dedos. Por aquel entonces ya había una decena de cadáveres desparramados en un sangriento sendero que partía del portón.
El capitán había palidecido, pero el comandante observaba la nieve manchada y pisoteada que se extendía a sus pies, casi como si se tratara de un acertijo. Apoyó los puños enguantados y grandes sobre las almenas blancas de nieve, sin dejar de observar aquel reguero de cuerpos cosidos a flechazos. Sólo un celestial podía alcanzar tal distancia con un arco. Y si lo que aquel bastardo pretendía era que Dhys vomitara todo un ejército por sus puertas, para recuperar aquella cabeza frente a un único arquero del norte, añadiendo así la burla al oprobio, no iba a concedérselo. Si conocía bien a su rey, sabía que no probaría aquel plato con gusto.
—El rey quiere esa cabeza. Diez monedas de oro para el que vaya a buscarla —dijo en voz alta y firme.
Se volvió hacia el patio, donde se habían reunido la mayoría de los defensores a una seña de su capitán. Nadie se había movido. Descendió por las escaleras.
—El rey quiere esa cabeza —repitió imperturbable, cuando llegó abajo.
No añadió más. No intentó justificar el desperdicio de vidas. Las palabras que habían salido de sus labios no necesitaban de más argumentos dentro de aquellos muros. La tarde se acercaba a su fin y parecía que aguardar a la llegada de la noche podía otorgarles alguna ventaja, o al menos eso pensaban los hombres. Pero Hroan quería el despojo de su primo. Y lo quería de inmediato.
—Y la tendrá.
Los ojos grises del comandante recorrieron a los guardias, ataviados de negro entre los soldados, como si los pesara. Y aquella mirada era como el dedo huesudo y blanco de una parca, balanceándose caprichosamente ante ellos. Iba a condenar a muerte a uno de los presentes en el patio y ni el brillo de cien monedas de oro podría enmascarar eso. Los hombres tenían los rostros contraídos, los dientes apretados, pero ninguno despegó los labios para rehusarse o hizo el menor amago de retroceder. El pozo de las jaurías de Hroan era aún peor destino.
El comandante posó su atención en uno de los hombres, de miembros fibrosos, rostro curtido y ojos helados. Se fijó en que le colgaban del cinto dos espadas. Ambas armas estaban perfectamente limpias y las hojas se entreveían por entre las filigranas de las vainas, afiladas, del mejor acero templado de Ressena. Tratadas con tanto mimo como si fuera amantes. Los labios del comandante se contrajeron apenas. Aquel huesudo guardia parecía digno de ser sacrificado por una nimiedad, al capricho de un rey. Que había de verse cumplido a como diera lugar. El tenso cuerpo de Cuird se aflojó de golpe, al comprender de forma inevitable lo que iba a ocurrir.
—Tú, elige a dos hombres para que te acompañen. A caballo. Al menos uno de vosotros debería conseguir volver con ella —le dijo el comandante, con la seguridad de quien sabe bien que sus órdenes no van a ser discutidas.
El guardia se volvió hacia sus compañeros, intentando disimular la rigidez de su expresión, pero no se quebró. Respiró hondo. Ahora era él quien sostenía el hacha del verdugo. Se centró en los rostros que tenía enfrente. En realidad para él sólo eran necesarios dos requisitos. Que se tratara de un consumado jinete, capaz de recoger aquel fardo sin desmontar siquiera, y que él se la tuviera jurada. Al menos se llevaría a la tumba consigo a cualquiera que lo hubiera jodido en el pasado. Una satisfacción insignificante en una situación tan negra, pero una satisfacción al fin y al cabo.
—Odäh.
El hombre grande, de cabellos oscuros y piel blanca y pecosa, a punto estuvo de  derrumbarse al escuchar su nombre, pero se contuvo y después de un instante se dirigió con paso un tanto lento hacia los caballos que traían los mozos de cuadra.
El silencio era increíble. Incluso el susurro del viento se arrastraba por los rincones del patio como si fuera el único sonido existente en el mundo entero. Erdrig avanzó un paso. Cuird arrugó el gesto.
—¿Erdrig? —preguntó casi sin darse cuenta.
No era a él a quien había pensado elegir en segundo lugar. Aquel joven que habían traído con las últimas levas, tan pagado de sí mismo y de su espada, realmente le caía como una patada en el estómago, pero nunca lo había visto montar. Y ni siquiera pertenecía a la guardia. Sin embargo una vez pronunciado aquel nombre ya no había vuelta atrás. A Cuird se le escapó un mohín de impaciencia. Se preguntó cuanta codicia latía bajo la piel tersa y morena de aquel muchacho, para lanzarse de cabeza a semejante despropósito.
En seguida se dirigió a los caballos, seguido de Erdrig. Mientras comprobaba las cinchas, se volvió a sus dos camaradas.
—No se trata de hacer filigranas. Ninguna estrategia nos va a servir esta vez. Se trata de correr tan deprisa como conejos, recoger la cabeza del conde sin bajarse del caballo y volver como si nos persiguiera una legión de demonios. Está apenas a treinta varas, así que tenemos una posibilidad. El que llegue primero a la cabeza y la recoja, tendrá ventaja. Los demás deberán cubrirle y proteger sus espaldas durante el regreso a las murallas. ¿Queda claro?
Odäh arrugó apenas el labio superior para dar a entender que lo había comprendido.
—Me parece bien —asintió Erdrig, con sorprendente soltura.
—Como si contara para algo que a ti te parezca bien —gruñó Cuird, sin mirarle. Aún no comprendía que le pasaba a aquel necio por la cabeza. Montó sin añadir más.
La tarde languidecía, cuando las puertas se abrieron al paso de los tres jinetes. Salieron espoleando a sus monturas con saña, enzarzados en una carrera a vida o muerte, para llegar antes que sus compañeros de galopada a los patéticos restos que aguardaban en el frío paraje. El portón se cerró sonoramente tras ellos.
Odäh tomó una ligera ventaja, pero solo para darse antes de bruces con la furia de su enemigo. Cayó del caballo a medio trayecto, sin un gemido, con una flecha atravesándole de lado a lado el cuello. Cuird ya contaba con aquel desenlace y ese era el único motivo de que lo hubiera dejado ir delante. Echado sobre el flanco derecho de su montura, para ocultarse casi por completo a los ojos del arquero, apareció tras su camarada caído. Erdrig le pisaba los talones. Cuird se descolgó hasta rozar el suelo, alcanzó antes la cabeza y la agarró por el cabello. Sin detenerse se cambió de lado con agilidad, mientras hacía girar a su caballo. Al verlo, Erdrig, oculto también tras el cuerpo de su bayo, lo rodeó para pasar tras él. Se cambió rápidamente de estribo y giró para seguirle. Al poco de haber vuelto grupas, su montura se desplomó de repente. Con una flecha enorme clavada en los ijares. El joven salió despedido, a punto de romperse la crisma. Con la velocidad del pensamiento se dijo que los celestiales debían estar ciegos de rabia para matar a los caballos. Nunca había oído que lo hicieran antes intencionadamente. Se acercó a su agonizante montura para recuperar el escudo, con la nariz pegada a la nieve. Cuando lo tuvo en las manos, se giró en la tierra embarrada y lo apretó con fuerza contra su pecho, mientras recuperaba el aliento. Volvió la cabeza. El caballo de Cuird también estaba tendido en la nieve, más cerca de las puertas que de él, en medio de un charco de sangre. Pero no podía ver al jinete.  
—¡Vamos a morir por una estupidez! ¿Qué importancia puede tener esta cabeza para su majestad? —gritó Erdrig, para comprobar si aquel desgraciado aún coleaba
—¡Para ese hijo de puta de rey es cuestión de orgullo! —respondió Cuird al cabo de un momento. Su voz se escuchó rota.
—¡Cómo no tiene que venir él a recogerla! —renegó Erdrig.
Se deslizó un poco, para intentar verle, protegiéndose tras el escudo de madera. Sintió el impacto de una flecha, con tanta fuerza, que le dolió el brazo con que lo sostenía. Retrocedió de inmediato. ¡Dioses, ¿con que arcos monstruosos les estaban disparando?! Había visto vagamente a Cuird, tendido tras su caballo, herido de flecha en un pierna y desangrándose como un cerdo. Pero lo que realmente llamó su atención fue la cabeza, liberada de su paño, que había dejado atrás. Erdrig la tenía casi al alcance de la mano. Después el robusto cuerpo de Odäh y algunos hombres más, tendidos sin vida, le ofrecían cierta protección hasta llegar a Cuird.
—¡Deja ya de farfullar, cojones! ¡Qué eres el menos indicado para hablar de estupideces! ¿Qué se supone que estás haciendo aquí cuando yo ni siquiera te señalé? —le recordó Cuird. Gimió al quebrar la flecha que le atravesaba el muslo.
—No creí que fuera a complicarse tanto —gruñó Erdrig—. La mierda esta estaba casi en la puerta.
—¿Qué tienes en la cara en lugar de ojos? ¿Es que no viste lo que les pasó a los que enviaron antes?
Erdrig tomó aliento. Salió de detrás de su estremecido caballo y se arrastró de espaldas, protegiéndose tanto como pudo con el escudo. Deslizó una mano bajo el borde de hierro y, tanteando a ciegas, cogió al fin la cabeza. Una flecha silbó y acabó con la agonía de su montura atravesándole el cráneo. En menos de un instante otra se clavó en su escudo, sacudiéndole todo el cuerpo. Apretó el asidero de cuero con que lo sujetaba, conteniendo a duras penas el impulso de levantarse y salir corriendo. Se forzó a tranquilizarse. Sosteniendo el escudo con su brazo izquierdo y el pelo ensangrentado con la mano derecha se deslizó hacia Cuird. Con su primer movimiento, otra flecha se clavó en la madera que lo protegía, aquella vez con tanto ímpetu que la atravesó. El joven apartó la cara. Había sentido el roce en la mejilla.
—Con esta luz... A tanta distancia. Con tanta fuerza. Tienen que ser ellos los que disparan. Nadie puede tener tan buena puntería desde tan lejos. ¡Se están divirtiendo con nosotros! —maldijo bruscamente.
Ya era la tercera punta de acero que llevaba clavada en el escudo. Desde tan cerca pudo ver una "E" repujada en el metal de la que lo había atravesado. Erren de Pernmar. Así que era él. Se decía que aquel celestial tenía alma de cazador, pero en aquella ocasión había cambiado los animales salvajes por soldados de Hroan.
Alcanzó el cadáver de Odäh y se encogió tras él. De morros con su cara ancha, de ojos abiertos y vidriosos. La lengua ensangrentada le asomaba por la boca. Ahogó un gesto de asco.
El muchacho volvió la cabeza hacia atrás. Hacia las murallas de Dhys. Nunca una distancia de apenas quince varas le había parecido tan larga. Reptando entre cadáveres, alcanzó por fin a Cuird y se deslizó tras su caballo muerto, junto a él. En adelante, ya no quedaban más cuerpos tras los que refugiarse.
—Ya estamos casi en la puerta —jadeó—. ¿Puedes andar?
—¿Tengo pinta de poder hacerlo? —masculló Cuird ásperamente.
Su herida era limpia, pero sangraba mucho. La nieve estaba completamente roja a su alrededor. Cuird había perdido su escudo y solo les quedaba el suyo. Erdrig quebró las flechas que tenía clavadas y se lo dio.
—Cuélgate el escudo a la espalda. La dichosa cabeza también. Y llega a la puerta como puedas. Yo te cubriré.
Los ojos azules y vacuos de Cuird lo miraron como si estuviera ido.
—¿Cómo? ¿Dejándote clavar una flecha en un ojo?
—Diría que si echo a correr hacia la puerta como una gallina descabezada, conseguiré lo mismo, pero en la espalda. Así que lo prefiero de esta manera.
Ya suponía que Cuird no entendería su comportamiento. Levantó la vista hacia el firmamento. Oscurecía.
—Además, está claro que es un celestial el que nos está disparando y según se dice esos seres ven de noche con la misma claridad que ven de día. Así que no vale la pena esperar. Te vas a desangrar para nada.
Cuird no respondió. Si aquel mozo estaba desquiciado, pues mejor para él. Sólo envolvió la cabeza en su propia capa y se la ató a la cintura. Después se colgó el escudo a la espalda. Tras una rápida mirada a Erdrig, salió de la protección que le ofrecía su montura y se arrastró hacia la puerta igual que una lombriz, apretando los dientes, resoplando como el fuelle de una herrería y dejando un rastro de sangre tras él.
Erdrig se levantó, cubriéndole. Estaba rebozado de nieve y tiritaba de frío. O al menos eso quería creer. Por un momento estuvo tentado de arrojarlo todo por la borda, pero empuñó la espada. Su cálido aliento se le escapó entre los labios transformándose en una tibia columna de vaho. Quizá el temblor era en realidad excitación. Nunca se había sometido a sí mismo a una prueba como aquella.
Al otro lado de la planicie, una figura salió de las sombras que yacían entre los troncos y se detuvo a unos pasos. Mirando en su dirección.
Erdrig escuchó el vuelo de la primera flecha antes de verla. Por instinto su espada se movió por si sola y la golpeó, aún sin saber siquiera donde estaba. Cayó sordamente sobre la tierra helada. Presintió la siguiente y se arrojó al suelo para evitarla, sin tiempo de blandir su espada. Los que observaban desde las murallas no daban crédito a lo que veían sus ojos. Cuando Erdrig se incorporaba sobre una rodilla, una tercera saeta rebotó contra la espada que estaba levantando justo ante su pecho. Con tanta fuerza que la hoja lo golpeó al retroceder. Desviada, la punta de acero de la flecha le rasgó la cota de malla, sobre las costillas. Edric sintió el palpitar acelerado de la sangre en sus sienes como si le fuera a estallar la cabeza. Aquella vez había sido pura suerte. Se puso en pie sin atreverse a correr hacia las murallas. Cuird ya casi había llegado al portón. Parecía que Erren de Pernmar se había centrado tan solo en aquella insólita presa que tenía en la mira de su arco y dos soldados se arriesgaron a salir apenas para ayudar al portador de la cabeza, presurosos, parapetados tras sendos escudos largos. Sin embargo era evidente que no irían más lejos por su compañero. Erdrig tomó aire y esperó con la espada en alto. Si salía en estampida hacia la salvación acabaría con una flecha entre ambos omoplatos. Y si se quedaba... Incluso su don tenía un límite. Por una vez sentía los pies pegados al suelo como si fueran de plomo, sin saber qué hacer. Cuando cayó en la cuenta de lo prolongada y peligrosa que había sido aquella indecisión, al mismo tiempo lo fue de que durante todo ese tiempo no había sucedido absolutamente nada. Sorprendido, el joven retrocedió de espaldas, paso a paso, manteniéndose de lado para ofrecer el menor blanco posible y esperando una flecha en cualquier momento... que no llegó. No hubo más disparos. El horizonte permaneció enrojecido y callado, como muerto, tornándose en tinieblas. Erdrig se preguntó por qué demonios Erren de Pernmar había dejado de dispararle. Se detuvo un momento antes de atravesar el portón, escrutando la pálida silueta a lo lejos. Incluso entre sombras desprendía un halo que era como un soplo que le erizaba el vello. Quizá fue un momento demasiado largo. Y recibió una advertencia. Una nueva saeta fue a clavarse en la nieve, entre sus pies. Erdrig comprendió que Erren de Pernmar le ofrecía una oportunidad de escapar. Se deslizó de inmediato por la portezuela entreabierta. Caprichosos celestiales...
Cuando sintió que la puerta se cerraba a su espalda, Erdrig se relajó tanto que tuvo que apoyarse en el muro para no caer. A sus pies, Cuird yacía tendido en el suelo. Su compadre, Gwinegal, le estaba haciendo un apresurado torniquete en el muslo. Se acercaban hombres corriendo desde las almenas, desde donde lo habían observado todo, y antorchas, precediendo al comandante de Hroan. El jinete, arrebujado en su capa de piel, se detuvo frente a ellos, montado en un hermoso semental castaño.
—Bien. Asunto cerrado —dijo con singular desapasionamiento.
—¿Qué hacemos con ella? —le preguntó el capitán, de pie junto a él, contemplando el costoso trofeo que habían traído sus hombres.
El comandante de las tropas miró también un momento el sucio fardo, por el que asomaba la cabeza hinchada, desfigurada por los golpes. Los rizos castaños, emplastados de sangre seca, parecían alambre retorcido.
—Echádsela a los perros.
Cuando Erdrig oyó aquellas palabras sintió que se le encogían las entrañas de rabia. Apretó los dientes. Se irguió y se apartó del muro. Al darse cuenta Gwinegal dejó lo que estaba haciendo y lo aferró del brazo. El joven ni siquiera lo miró, a pesar de sentir los dedos del guardia hundidos en su carne. No podía apartar la mirada de aquel hombre alto y frío. Tantos soldados muertos... ¿para eso?
El comandante Sifgh Avernayen ya había vuelto grupas. Alcanzó lo alto de las murallas y se alejó por el vertiginoso paso de piedra que, de arco en arco, las comunicaba con la lejana ciudadela real, muy por encima de las irregulares techumbres. El levadizo de madera de aquella senda elevada cayó tras él, dejando un ancho vacío.
Mientras lo observaba marcharse con amargura, Erdrig escuchó a Cuird murmurar a su espalda.
—Aun no puedo creer que hayamos salido con vida de esto.
Erdrig ni siquiera se volvió. En realidad para él no resultaba tan sorprendente.
Buenas, Momo,

creo que todavía no te había dado la bienvenida por el foro así que bienvenida!

Bueno, como es una escena fuera de contexto, como dices, es difícil hacerse una idea de la trama principal de la historia, pero por lo demás me lo he pasado bien leyéndolo: la narrativa es amena, no me he perdido en ningún momento y el problema que tienen con la cabeza es bastante gracioso.

Eso sí, ¿cuál es exactamente el objetivo del celestial matando a todos los soldados que salen? Da una imagen bastante tramposa y despiadada de los atacantes y desde luego se carga toda posibilidad de negociar, aunque a lo mejor es lo que pretende!

Como me gusta mucho pensar en los posibles fallos, ahí van los que he visto:

- Cuando dice Cuird al principio: «Uno de los deudos del rey, al cargo de la torre que custodia el paso del río Bewr. A un día de aquí —le respondió Cuird roncamente—. La guerra ya ha empezado.» ¿puede ser que nadie en la torre de ese paso haya conseguido huir o bien mandar alguna paloma mensajera para avisar de que estaban siendo atacados? Bueno, en realidad, podría ser, por supuesto, así que sólo lo comento.

- Sólo hay una de las salidas que me parece un poco rara, cuando salen con los escudos. Dices que son soldados veteranos, y así y todo cuando se cae uno, luego parece que todos se desbandan, y debo decir que me dejó un poco extrañada: para mí hubiera sido más lógico que hubiesen tapado el hueco. Por otro lado, traspasar eso ya es bastante difícil, y no te cuento ya las armaduras. No sé, me parece un poco fulgurante cómo se los va cargando el celestial.

Por lo demás, como digo, todo se lee bien, el final deja en suspenso y siento curiosidad por conocer más a Erdrig y a Cuird Smile

He apuntado las erratas que he visto, te las pongo a continuación:

- hay un pequeño fallo en la tipografía aquí, con los guiones: «—Seis hombres fuertes de la guardia que puedan cargarlos con facilidad —. Al advertir la renuencia que flotaba a sus pies, añadió —. Cada uno de ellos recibirá una moneda de oro, al regresar con la cabeza del conde Maeen.» donde debería ser: «—[…] con facilidad. —Al advertir la renuencia que flotaba a sus pies, añadió—. Cada uno de ellos […]»
- Tratadas con tanto mimo como si fuera amantes -> fueran?
- Se preguntó cuanta codicia latía bajo la piel tersa -> cuánta
- Aún no comprendía que le pasaba a aquel necio por la cabeza -> qué
- Montó sin añadir más. -> sin añadir nada más?
- La tarde languidecía, cuando las puertas -> ¿de verdad hace falta una coma aquí?
- ese era el único motivo de que lo hubiera dejado ir delante -> motivo por el que lo hubiera?
- debían estar ciegos de rabia -> debían de estar
- aún coleaba -> falta el punto.
- Cómo no tiene que venir él a recogerla -> Como, sin tilde
- con tanta fuerza, que le dolió -> no hace falta la coma ahí
- con que arcos monstruosos -> qué
- Después el robusto cuerpo de Odäh -> no sé si entiendo ese «Después», ¿quieres decir «Más lejos/después de»? A menos que signifique un «Luego», en tal caso sería más claro poner una coma después del «Después», no sé.
- ¡Qué eres el menos indicado -> Que
- aún sin saber siquiera donde estaba -> aun - dónde
- Aun no puedo creer que hayamos salido con vida de esto. -> Aún

Espero que te animes a poner más textos por aquí. Siempre es un placer leer historias de los conforeros!

Saludos,
Hola, Kaoseto,

Gracias por pasarte y comentar. La verdad es que demuestras ser lo suficientemente audaz para comentar un texto sin tener todos los datos.

La verdad es que era un riesgo colgar un escena sin contexto, pero no quiero torturar a nadie con páginas y más páginas, siendo una recién llegada. No he venido a conseguir opiniones, sino a intercambiarlas.
Sin embargo he colgado una muestra porque es justo exponerme también a las críticas de los demás, ya que eso es lo que yo estoy haciendo con los textos de otros. Por ende mostrar mi forma de escribir también sirve de baremo para poder colocar mis comentarios en su justo nivel.
Los tuyos me resultan muy útiles. Es evidente que por veces que releas lo escrito, siempre hay algo que se te escapa.
Yo y las comas, por ejemplo, tenemos una relación de amor/odio. A veces se caen de mis dedos sobre él texto sin saber cómo.
Y me encanta que saques a relucir las incongruencias que veas, porque es algo que a mí me rechina mucho en las historias que leo e intento evitarlas con denuedo. Algunas se me pasan de todas formas.
Tendría que entrar en detalles para intentar justificarlas. Según la opinión del rey que describo los defensores de la torre son carne de cañón. Lo que he colgado es el principio del cap. 7. En la ciudad son muy conscientes de lo que se les viene encima y el rey los utiliza tan solo para retrasar el avance de sus enemigos.
En cuando a la entrada en pánico de los guardias, quizá está un poco cogida por los pelos. Pero se están enfrentado a alguien que desde una distancia inmensa es capaz de darle a cuatro dedos de pie que asoman por debajo de un escudo. A una leve porción de hombro que no puede cubrir el metal. El arquero primero hiere para después, con la presa desestabilizada y más al descubierto, rematar.
Intento que no haya ni buenos, ni malos completos. Aunque tengo debilidad por los personajes retorcidos.
Y desde luego no quieren negociar en absoluto, pero para justificar eso tendría que explicar todo lo que ha pasado antes. Como la escena esta huérfana de contexto es normal que ciertas cosas parezcan no tener demasiada base. Francamente espero que con el texto entero todo tenga más sentido.

Este es el prólogo del libro, para que entiendas un poco más.

El prisionero estaba de rodillas en medio del salón, circundado de mesas, encadenado al suelo. La reina pubescente en cuyo honor se celebraba el banquete, ensordecida por las voces y las risas, no apartaba la mirada de él. Aquel hombre rubio llevaba un singular bocado en la boca que le impedía hablar y tampoco apartaba la mirada de ella. Aquella mirada la estaba poniendo nerviosa. No había probado el jabalí de su plato, ni el vino. Al notarlo, el temible anfitrión de su marido hizo un gesto y uno de los guardias abofeteó al prisionero. Lo golpeó varias veces, hasta que éste bajó el rostro. Ya no volvió a alzar la mirada. Briseyd no comprendía por qué aquel hombre joven la miraba tanto, no comprendía por qué estaba allí encadenado, ni por qué lo golpeaban. Un llave enlazada en una cadena de oro colgaba a la espalda de la reina, en el muro principal, diminuta, de una de las enormes lanzas cruzadas que adornaban el salón. Briseyd supo que pertenecía al cautivo. Entonces su esposo la hizo levantarse, cogiéndole una mano y alzándosela por encima de la cabeza. La hizo girar como si fuera una dorada peonza, envuelta en brocado y perlas, jaleada por las cadenciosas voces de los comensales. Orgulloso de su belleza. La soltó en medio del salón y ella danzó, envuelta de brisa. Con cada giro veía al prisionero que casi sin levantar la cabeza también la contemplaba. Y en sus ojos vio algo que no comprendió, pero que la hizo llorar, mientras seguía bailando como un torbellino.
Su canoso esposo la atajó en medio del salón. La cogió por la cintura y la hizo inclinarse como a una flor. Hundió el rostro en su escote. Pero cuando levantó los ojos, no la miraba a ella, sino al prisionero. El joven había intentado levantarse, pero su cadenas no se lo permitieron y los golpes que recibió lo derribaron de nuevo. Briseyd en brazos de su rey, lo contemplaba todo con sus ojos de niña muy abiertos. En apenas dos días se había convertido en esposa, reina y amante, pero solo tenía trece años. Y no entendía nada. El mundo era grande y extraño. Los hombres que manejaban sus entresijos eran tan poderosos como crueles y durante su viaje de nupcias no había encontrado bondad en ningún lugar, ni en ningún rostro. En realidad hubiera querido que se la tragara la tierra, pero siguió dócilmente a su marido hasta la cabecera de la mesa. Y ya no volvió a mirar al cautivo.
Sin embargo aquella noche, después de satisfacer a su esposo y dejarlo dormido en el lecho, Briseyd regresó al salón. El joven rubio se incorporó en el suelo al oírla entrar y la siguió con la mirada, mientras ella tomaba la llave que pendía del muro. La reina quiso abrirle los grilletes con ella, pero aquella llave tan pequeña no era para las cadenas. El prisionero hizo un gesto negativo y le señaló el bocado. Briseyd se lo quitó.
—¿Por qué has venido? —le preguntó el cautivo en voz baja y presurosa.
Pero Briseyd estaba absorta contemplándole.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó como si no le hubiera oído.
—Férenwir. ¿Y tú?
—Briseyd.
—Briseyd es un nombre extraño para ti —dijo él—. Es un disfraz. Dioses, lo he sabido en cuanto te he visto.
—¿El qué?
—Quién eres. Eres como yo. Ellos no me lo han dicho, pero sabían que yo lo presentiría —Férenwir hizo un gesto de rabia—. Lo han hecho solo para hacer daño. Como todo lo que hacen.
La delicada reina no le comprendía, pero no dejó de observarlo. Férenwir le devolvió la mirada, pensativo. Parecía dudoso entre hablar o callarse.
—Eres tan joven... —murmuró él—. ¿Cómo ha podido Caens caer tan bajo?
—Sólo se ha casado conmigo —murmuró Briseyd con melancolía, intentando asimilar ella misma lo que aquello significaba.
—No ha hecho solo eso. No debes confiar nunca en él, ni debes perdonarle —. Los ojos de Férenwir ardían. — A partir de ahora debes ser muy cuidadosa, Briseyd.
—¿Por qué?
Aunque quizá ya no volviera a tener la oportunidad de hablar con ella, Férenwir había decidido no revelárselo todo. Eran aún demasiado joven. En sus ojos brillaba una chispa demasiado ardiente y temía lo que pudiera ocurrirle.
—Porque eres una celestial. Como yo lo soy.
La reina había oído cuentos sobre ellos. Seres mitad humanos, mitad dioses, barridos de aquellas tierras por una guerra pavorosa. Meneó apenas la cabeza, incrédula. Y sin embargo sabía que era cierto. Deseaba acurrucarse entre los brazos de Férenwir y dormirse allí. Olvidarse de todo. Presentía lo que los unía y no podía explicar.
Los pasos de la guardia de noche se acercaban.
—¡Debes irte! —siseó Férenwir—. ¡De ninguna manera deben encontrarte aquí! No deben saber que te he dicho quien eres en realidad. Ponme el bocado. Todo tiene que estar igual que cuando llegaste.
Los pasos habían alcanzado la puerta y Briseyd apagó su vela. Le pareció que los ojos de Férenwir brillaban en la oscuridad como dos luciérnagas azules. Entre sombras se acercó para colocarle el bocado de oro y cuero. Al inclinarse para cerrar el candado en su nuca, sintió su respiración como un soplo de brisa en el cuello. Se estremeció. Era como si aquel leve roce borrara de golpe todas y cada una de las asquerosas caricias de su rey. No se contuvo. Se volvió y lo besó un tanto precipitadamente en la comisura de la boca. Le ajustó el bocado de inmediato, sin mirarle, temerosa de su reacción. Férenwir había alzado las cejas y la miraba. Sonrió apenas, con tristeza, pero Briseyd no pudo verlo, porque aquella suave sonrisa quedó atrapada bajo el bocado que le acababa de poner.
Sonrojada y con los ojos bajos, la muchacha aún mantenía sus manos sobre los hombros de Férenwir. Él comprendía muy bien cómo se sentía. Intentó hablar, pero ya llevaba aquella dichosa mordaza. Apoyó la frente en el hombro de Briseyd. Ella hundió el rostro en aquellos cabellos tan rubios. Y sus quedos sollozos rompieron la pesada quietud del salón. Férenwir no sabía cómo consolarla y la abrazó con fuerza, a pesar de las cadenas. Los apagados pasos de los centinelas se alejaban por los corredores. Haciendo un esfuerzo, Briseyd se levantó. Volvió a colgar la pequeña llave de la lanza y se marchó con una última y rápida mirada. Aun tenía los ojos húmedos.


Por cierto, ¿tienes algún relato colgado donde pueda usar mis afilados instintos destripatextos? Mf_swordfight
Buenas, Momo,

ahora leyendo el prólogo ya empiezo a entender un poco la condición de los celestiales, y entiendo que alguno pueda estar sediento de venganza, como el celestial de la otra escena, aunque no dejo de pensar que así como los jefes de aquella ciudad son unos sicópatas, el celestial lo es un poco también ^^

Está bien el prólogo, da ganas de saber más cómo se va a desenvolver la historia y cómo se desencadena esa guerra. El estilo, como digo, es ameno, aunque debo decir que en los dos primeros párrafos me dio la sensación de que estaba todo un poco “silencioso”, como si todo fuese un sueño, lo malo es que no sé muy bien por qué, y de todas formas a lo mejor era el objetivo. No queda mal así tampoco. A veces no es fácil explicar una impresión.  Undecided

Quote:Por cierto, ¿tienes algún relato colgado donde pueda usar mis afilados instintos destripatextos?

Pues en el mismo subforo hay algún hilo mío, si te apetece destripar no lo dudes Smile

Saludos!
Nueva víctima detectada. En cuanto acabe con Baile de Sombras empiezo contigo. (¿No hay un emoticono afilando un hacha ensangrentada  Tongue ). Me he asustado al principio, porque he visto 23 capítulos, pero luego me ha parecido que son bastante cortos.
Y si cuelgo mi historia empezaré por el principio, como es lógico. Me lo estoy pensando, porque he optado por un enfoque adulto y a veces puede resultar incluso desagradable. La verdad es que me parece que puede ser difícil de digerir. Ya me lo direis si llega el caso.
De momento a relajarse leyendo a a otros.
Buenas Momo,

Un placer tenerte por aquí!  Wink

Sobre el texto, aunque está aislado, creo que se puede leer sin problemas, como dices. Veamos, por partes:

Mi impresión general es muy buena, destaco la recreación y ambientación, que resultan creíbles y sumergen al lector en la historia. La ortografía y gramática, bien (salvo el corrector de kaoseto, que no deja pasar ni una Tongue ).
Me ha gustado también la tensión que vas creando a medida que avanza la escena, para saber si finalmente recuperarán la dichosa cabeza. Quizá si no supieran quién dispara las flechas sería todavía más inquietante, pero supongo que el desarrollo del argumento lo marca así.

Como siempre me gusta poner un pero, hay algo que no me ha encajado: ¿después de todas las peripecias, el mismo que ha ordenado conseguir la cabeza como sea, la echa a los perros? No le veo ningun sentido. A lo mejor es que es un personaje caprichoso y medio tarado, y no se muestra en este fragmento, pero yo lo he encontrado inverosímil...

Pues nada, si quieres seguir compartiendo nos pasaremos a criticar Big Grin

Un saludo, nos leemos!
Buenas, Aljamar.

Gracias miles por pasarte.
Me estoy animando a colgar el primer capítulo, aunque solo si me prometeis decir la verdad y solo la verdad. Nada de ser políticamente correctos (aunque tampoco hace falta que me hincheis a palos. Supongo que ya sabreis encontrar el punto). Hace mucho tiempo que asumí que para gustos colores. Así que, aunque las críticas negativas siempre pican, tampoco son insuperables y muchas veces es posible extraer algo positivo de ellas.

Te agradezco mucho que hayas sacado a relucir el tema de por qué la dichosa cabeza va a parar a los perros. La incongruencia que comentas es justamente la vuelta de tuerca de la escena. Sin ella sería tan solo una escena de acción más, de unos guerreros que se juegan el cuello (aunque sea a la fuerza) para recuperar una cabeza decapitada. Para mí personalmente eso no tiene nada de especial. Escenas como esas las hay a montones y algunas muy buenas, por cierto. Cuando no es una cabeza, es una joya mágica o Indiana Jones recuperando el ídolo de los bosquimanos amazónicos.
El punto es que realmente la cabeza no tiene ningún valor intrínseco en sí misma. No me veo escribiendo un entierro solo para esa cabeza machacada a golpes, además de un noble derrotado. Es solo lo que representa lo que desencadena todo lo que ocurre a continuación. Por parte de los sitiadores es un desafío, una burla, por parte de los sitiados es el símbolo del orgullo de un rey puesto en tela de juicio y el echársela a los perros una vez conseguida solo pone de manifiesto lo absurdo de todo ello y lo poco que valen las vidas humanas que se desperdician en su rescate para aquellos que detentan el poder. Ese último gesto de desdén hacia un trofeo que ha costado tanta sangre es, en definitiva, un último gesto de desdén del rey hacia aquellos que han intentado humillarle. ¿Creíais que me importaba? Pues solo he salido a buscarla porque me ha salido de los huevos. Como dice uno de los personajes: Claro, como no tiene que ir él a recogerla…

De todas formas sé que es difícil cogerle el punto a esto, ya que no se tienen referencias previas de lo bárbaro que puede llegar a ser dicho rey. Es por lo que lo próximo que cuelgue será el principio.

Por cierto, leí algo tuyo la primera vez que entré y me pareció bueno. De hecho fue en el primer hilo en que me metí. Tengo pendiente de seguir, si puedo.  Eso si no te importa que te diga borbotones lo primero que me pase por la cabeza. No me he fijado en si es muy largo. Generalmente lo que hago es copiarlo en mi kobo y leerlo después, como hice con Baile de Sombras.

Nos leemos.
Buenas compañera Momo, pues a pesar de que ha pasado bastante más tiempo del que pretendía, ya estamos aquí para husmear en tu proyecto.
Como bien han comentado los compañeros, tienes una escritura amena y fluida, muy correcta con las palabras, sin excesivas descripciones, aunque las justas para hacer que el lector se ponga en escena. La idea de el tirador, y la de los soldados que intentan salir de la fortaleza para recuperar la cabeza, me pareció una idea atractiva. Un poco como una escena de película, que es más o menos como me lo imaginé. He podido darme cuenta de que debes de tener tu mundo muy bien desarrollado y atado, con sus regiones, ciudades y razas. Lo que es un muy buen punto si no te apetece acabar igual de atrancado que yo cada dos por tres. Me han gustado las conversaciones, muy rollo soldadesca, lo cual le dan más credibilidad a la lectura. Me tienen intrigado los Celestiales por otro lado. Concuerdo un poco con Aljamar con el tema del comandante. Por las primeras conversaciones y la forma de actuar de este, no se deduce que en realidad es un oficial muy pagado de si mismo, o cuanto menos tan desgraciado. Ninguno en todo el texto deja ver que el tipo vaya a ser un personaje despreciable que pone la vida de los soldados en juego por nada. Quizás alguna mención sobre que este es un petimetre despreciable, o un personaje que irritaba a todos a pesar de su grado, hubiese hecho ese punto bastante más creíble. Por lo demás me parece un gran texto. El único pero, es que en este extracto el lector no llega a conectar con ninguno de los personajes que aparecen. Bueno, mejor dicho, yo no he conseguido conectar. No sé como explicarlo,me ha faltado que hicieras más hincapié desde el punto de vista de un personaje en concreto, contarnos lo que esta sucediendo desde una posición concreta, de esta forma, es como si nos mostraras un plano general de todos. No se si se comprende lo que intento decir, pero es la sensación que me ha causado el texto. Fuera de eso, me ha parecido una escena con mucho gancho y atractiva para quienes buscan acción. Mañana me paso por el prologo, que veo que ya lo tienes colgado. Probablemente tendría que haber empezado por él. Un saludo compañera, y hasta mañana.
Hola de nuevo Momo,

Primero, por supuesto que puedes pasarte por mis historias y destripar, no hay ningún problema! Para eso están aquí...

Segundo, he releído el pasaje del comandante problemático, y creo que ya sé lo que no me encaja: no es tanto que sea un personaje caprichoso, voluble, etc etc sino que habla en nombre del Rey. Cuando dice que el Rey quiere esa cabeza, y luego que la echen a los perros, parece que sea decisión suya, desobedeciendo al Rey. Si fuera el mismo Rey quien interviniera al final, sería más lógico, no? O si no apareciera el Rey, y fueran todo decisiones suyas...

Bueno, es otra cosa que se me ha ocurrido, por si sirve de algo...

Saludos, nos leemos!
Quote:Hola de nuevo Momo,

Primero, por supuesto que puedes pasarte por mis historias y destripar, no hay ningún problema! Para eso están aquí...

Segundo, he releído el pasaje del comandante problemático, y creo que ya sé lo que no me encaja: no es tanto que sea un personaje caprichoso, voluble, etc etc sino que habla en nombre del Rey. Cuando dice que el Rey quiere esa cabeza, y luego que la echen a los perros, parece que sea decisión suya, desobedeciendo al Rey. Si fuera el mismo Rey quien interviniera al final, sería más lógico, no? O si no apareciera el Rey, y fueran todo decisiones suyas...

Bueno, es otra cosa que se me ha ocurrido, por si sirve de algo...

Saludos, nos leemos!

¿Qué si me sirve? ¡Parece que me has leído el pensamiento! Justamente esta tarde estaba pensando que el problema era que no quedaba claro que el comandante (un personaje tremendamente frío en realidad) solo es el ejecutor de las ordenes/deseos del rey. Le da lo mismo matar un niño que asaltar una fortaleza. Y creo que eso no queda claro en la escena. La orden de recuperar la cabeza simplemente para lanzarla a la basura es del rey. El comandante es un mero intermediario.

No sabéis lo útiles que me están resultando vuestro comentarios. Y lo digo en serio.

Ahora estoy con Kaoseto, pero eres el siguiente en mi lista.

No leemos.
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