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[Fantasía Épica] Profecías de Ceniza y Acero: Libro Primero - FrancoMendiverry95 - 27/01/2018

Hola foreros! Aquí les dejo lo que prometí, la primera parte de un capítulo del primer libro de la trilogía que aun estoy escribiendo. No es el primer capítulo ni el último, así que puede que haya cosas que no se comprendan, pero es uno de los capítulos que más me gustan. Espero lo lean y me cuenten que les parece. La segunda mitad esta en las respuesta como me aconsejo JP

                                                                                               6
                                                          
                                                                        Las brujas fétidas
                      
Alguien llamaba a la puerta. Uno trás otro, tres golpes fuertes y  enérgicos. Wardric llevaba despierto un tiempo pero se había quedado acostado en la cama, pensando en Herstein, en el dragón, en la suerte que tenía de seguir con vida.
–Te espero abajo –le dijo quien llamaba a la puerta, ningún otro que Gardar, su voz era inconfundible–.  Ya pedí el desayuno.
El zegriense se deshizo de las sabanas y apoyó ambos pies en el suelo. No era muy adepto a las supersticiones, pero primero apoyó el pie derecho, luego el izquierdo. Se colocó las botas y descolgó el cinturón de la pata de la cama. Se lo ajustó bien fuerte, dejando a Harmrid al lado izquierdo de su cadera. Se puso la camisa y el manto sobre ésta. Por último, cargó al hombro el escudo de la Forja de Haanvakal.
Gardar lo estaba esperando junto a la puerta de la posada. El nórdico vestía ahora una cota de malla de anillas de hierro que le protegía desde el cuello hasta los muslos, y también los brazos, hasta la zona del codo, mediante dos mangas holgadas. Además, contaba con una cofia del mismo material unida a un yelmo redondeado de hierro. Éste le protegía los ojos y la nariz de posibles ataques gracias a una mascarilla similar a un antifaz. Ajustada  al cinturón llevaba un hacha y sobre la espalda un gran escudo circular.
Gardar, al verlo bajar, revisó entre sus bolsillos y sacó una verde y reluciente manzana.
–Aquí tienes el desayuno –le dijo arrojándosela–. Ja ja ja Disfrútala.
Su risa retumbo en toda la sala.
Wardric hizo una mueca de decepción. Las palabras del Forjado le habían hecho imaginar que habría un gran desayuno esperándolo sobre la mesa.
–Veo que conseguiste el escudo.
–Sí.
–¿Qué mensaje te dio Ernmund para mí?
–Dijo que la próxima vez que le mandes a alguien como yo a hablar con él, te sacaría los dientes y haría un collar con ellos.
–Ja ja ja, ese viejo desgraciado, siempre se le ocurre algo. Imagino que no le has caído muy bien.
–No creo que haya alguien que le caiga bien –repuso él totalmente convencido.
–Ja, puede que tengas razón, extranjero.
Los guardias apostados en la puerta de la ciudad le dirigieron un amigable saludo a Gardar. Al parecer lo conocían muy bien. Wardric y el Forjado pasaron por debajo de la muralla exterior y continuaron por el camino delante del establo.
–Tenemos que seguir este camino al norte –indicó el nórdico una vez llegaron al Cruce del Río Magno, menos de una hora después.
Así lo hicieron por una treintena de kilómetros, dejando atrás la corriente de agua que continuaba al este. Lo que no dejaron de ver por largo tiempo fueron las granjas, extensos territorios cultivados, las astas de sus molinos moviéndose, triturando dentro de ellos lo cosechado. Gardar le contó a Wardric a que familia pertenecía cada una de esas granjas. Los Asmund, Los Eldgrim, los Steingrim y Las Tierras Reales del Jarl. Luego las llanuras dieron paso a un estático paisaje forestal de pinos mullidos, nunca dejando una gran porción de terreno abierto a los lados del camino.
–Esas montañas de allá marcan el final del territorio perteneciente al Jarl Degras, y también el de nuestro viaje por hoy –dijo Gardar abandonando la carretera-. No es necesario cansarnos por demás.
Wardric se puso tenso por ese hecho, por alejarse de la aparente seguridad del camino, pero no dijo nada al respecto; si había alguien que debía conocer la zona, ese era su compañero. Sin embargo, con cada metro que se adentraban la oscuridad se cernía con rapidez sobre el cielo de Fasnarím.
El zegriense no tardó en preguntarse dónde pasarían la noche.
–¿Trajiste contigo una tienda de acampar?
–¿Para qué?
–Pues para acampar ¿O quieres dormir en el suelo helado?
–¿En el suelo? ¿No creerás en serio que haré algo así contigo, extranjero? –preguntó Gardar riendo otra vez de manera estruendosa. Su risa era muy contagiosa, la verdad–. Pasaremos la noche al abrigo de las ruinas de El Pino Vigilante, la antigua torre de vigilancia construida por nuestros antepasados –explicó orgulloso el nórdico–. Tiene un buen punto de observación del Cruce Pálido y las tierras circundantes.
–¿Ruinas? ¿Fue atacada?
–No, hace tiempo fue abandonada. Aun no entiendo por qué los Imperiales o los Hachas Resurgidas no la utilizan como punto estratégico para sus tropas.
–¿Queda cerca? No la veo por ningún lado.
–Porque ya está oscuro, a plena luz del día podrías verla incluso desde el balcón trasero de La Estrella Dorada. Ya estuve ahí antes, hará un año, y sé cómo llegar. Está en la cima de una colina. –Wardric arqueó las cejas, eso no parecía sencillo–. Ja ja, descuida, hay escalones.
El zegriense suspiró, ansioso pero a la vez satisfecho con saber lo que le esperaba.
Gardar lo guio a través de un grupo de pinos y por fin llegaron a la base de la colina. Una vez allí, sí pudo deslumbrar la silueta cilíndrica de una construcción que se elevaba varios metros del suelo, ayudada no sólo por su propia altura, sino también por el sitio escogido para erigirla.
Los escalones que los llevaron hasta la entrada estaban excavados profundamente en la roca y aunque en su tiempo debían de ser prolijos y rectos, ahora estaban surcados por el agua y se habían vuelto desiguales. Ni bien llegaron arriba, y ya bajo la luz de la luna, pudo ver que las paredes de piedra de El Pino Vigilante estaban tapadas de musgo y de enredaderas que crecían del suelo.
–Entremos –dijo Gardar–. Encenderemos fuego para iluminar mejor la estancia.
La puerta de dos hojas chirrió al ser empujada por las manos pesadas del nórdico. Wardric entró detrás y amagó a cerrar la puerta, pero el Forjado le sujetó el brazo y dijo con voz seria y firme:
–Aun no, no sabemos si nos quedaremos todavía.
Wardric pensó, que en otras palabras, Gardar quiso decir que no cierre la puerta porque no sabía si había algún peligro ahí dentro con ellos. No había que tapar su posible única vía de escape.
Sí antes de entrar creía que afuera estaba oscuro, no tuvo palabras para describir la casi total oscuridad de ahí dentro. Precisamente, ese casi era gracias a la luz que entraba por la puerta que acababan de abrir.
–Allí hay una mesa –el nórdico señaló hacia un rincón–, deja tus cosas sobre ella si quieres.
No encontró la mesa, así que sólo apoyo su equipaje contra la pared. Por su parte, Gardar conservó su equipamiento y caminó a oscuras hasta una habitación contigua, blandiendo su hacha. Al poco tiempo regresó, con el hacha de nuevo en la cintura, cargando un manojo de ramas secas y pequeños troncos, lo arrojó a un costado y recién después se quitó el yelmo, apoyó su escudo y en el suelo, todo de forma ordenada, y se sentó sobre la fría piedra.
–Ahora sí, cierra la puerta.
Obedeció, dejando el interior de la torre en absoluta oscuridad. Gardar se agachó junto al puñado de ramas y arrimó su yelmo hacia él. Enseguida se oyeron tres chasquidos, acompañados por un resplandor anaranjado que inundó el recinto, y después una chispa cayó sobre la yesca, encendiéndola poco a poco, primero produciendo humo, luego brazas pequeñas y por último unas brillantes y cálidas llamas.
–¿Cómo hiciste eso?
–Golpeando este cristal de cuarzo contra el hierro de mi yelmo, por supuesto –le dijo mostrándole con cinismo una piedra plana transparente–. No me mires así, no soy ningún mago. No me vas a decir que ustedes en Zegridor no saben eso, si se creen los más inteligentes de Ralzenn. Aunque ahora que lo pienso… no me los imagino usando esta técnica para encender el fuego en sus elegantes chimeneas ja ja ja.
–Yo no conocía este método, y nunca había visto a nadie usarlo.
–Antes yo lo encendía a la vieja usanza, como un tarado, haciendo girar rápidamente una ramita sobre la yesca, pero desde que vi a un herbolario encender una hoguera con esta cosa –le mostró el cristal de cuarzo–, decidí usarlo yo también, y la verdad es que funciona muy bien.
El fuego cumplió con su cometido. Bajo su luz, pudieron visualizar un tanto mejor su entorno. El lugar donde estaban, la planta baja, tenía pocas cosas para distinguir de cualquier manera. Sólo había una mesa, la que había mencionado Gardar, tres sillas alrededor de ésta, y un anaquel de armas vacío. También había una escalera y una puerta, o lo que quedaba de ella en realidad, que daba a la habitación donde el nórdico había conseguido la leña.
–¿Qué es esa habitación? –preguntó Wardric.
–Que era querrás decir. Creo que la despensa, o la cocina quizás. No hay más que cajas desordenadas, y la mayoría deben estar vacías.
–Iré a ver.
–Hazlo, y cuando regreses comeremos algo. Si encuentras una olla o sartén, o aunque sea un tarro de acero, no dudes en traerla.
Asintió y sacó un leño de la hoguera para utilizarlo como antorcha. Resultó menos efectiva de lo que imaginaba, pero sirvió mínimamente para no llevarse nada por delante. No había, o no pudo ver, algún indicio de que se tratara de la cocina, pues no había mesa, ni horno, ni materiales propios de una habitación destinada a ello. Quizás los soldados se lo habían llevado todo antes de abandonarla por completo, pero era más probable que se tratara de la despensa. Decenas de cajas, comunes y corrientes, cubiertas completamente por una gruesa capa de polvo y mugre variada, así lo señalaban. Sin duda todas estaban vacías, los ratones no acostumbran a desaprovechar algo así.
Además de las cajas, dos repisas grandes descansaban en el fondo de la habitación; una destartalada e inclinada hacia la izquierda, y la otra caída hacia adelante, al parecer sana. Se abrió paso hasta ellas e inspeccionó el contenido de sus estantes: sólo encontró heces de rata en los objetos caídos del mueble sano… oh, y varios tarros y sartenes también. Sin embargo no fue una buena noticia, ya que el fondo de todos estos estaba (o mejor dicho ya no estaba) carcomido por el óxido y la humedad.
Regresó a la hoguera con la curiosidad saciada, negando con la cabeza ante la mirada interrogante de Gardar.
–Podremos comer de todas maneras –comentó el nórdico mostrando tranquilidad–, aunque no tendré ocasión de preparar algo más elaborado.
–¿Puedo saber que vamos a comer? –preguntó Wardric realmente interesado. No se olvidaba que apenas había comido una manzana en todo el día.
–La cocinera de Haanvakal se ocupó de prepararme las provisiones… mmm veamos… Bollos de canela, un pastel de manzana y… la mitad de una orma de Queso Viejo. ¡Le dije que este queso no me gusta! ¡Para qué rayos me molesto en decirle las cosas a esa mujer, siempre hace lo contrario!
–A mí sí me gusta el queso, sea cual sea. Con gusto me lo comeré.
–Muy bien, ten, atáscate. Yo me comeré algunos bollos de canela antes de que se echen a perder.
–Déjame probar uno antes –pidió el zegriense estirando la mano para tomar uno.
–Ni lo pienses –lo retó golpeándole la mano extendida–. Tú cómete el queso oloroso ese, los bollos son míos.
Wardric miró el rostro de su compañero esperando ver alguna sonrisa que revelara que estaba bromeando, pero el gesto de Gardar era totalmente adusto. Estaba hablando muy en serio.
<<Está desquiciado>> pensó con un sonrisa.
–Lo siento si mis modales no te gustan, pero yo me eduqué así. Nos educaron así, a mi hermano y a mí. Siempre estuvimos rodeados de guerreros y mercenarios y ellos no se andan con vueltas.
–¿Sus padres son Forjados también?
–No, no lo eran. Eran, o son, no lo sé, granjeros. Ellos nos dieron a Ralnir cuando éramos unos críos, a cambio de un trabajo muy costoso que los Forjados realizaron para ellos –dijo Gardar despreocupado.
–¿Pagaron con sus hijos?
–Sí, es raro ¿no? Ja ja pero Ralnir nos aceptó. Si, para enseñarnos las tradiciones de los Forjados y asegurarse que perduraran. Aun hoy hay cosas que todavía nos enseña el viejo.
–¿Recuerdas el nombre de tus padres?
–Si
–¿Y nunca has intentado averiguar donde viven, si es que es así?
–Nunca –afirmó tragando un bollo entero–. Ya tengo un padre, y varios hermanos de escudo, además de uno de sangre, no necesito de esas trivialidades de la familia tradicional.
–La familia no es algo trivial, Gardar. Es lo más importante que tiene uno en la vida.
–¿Y dónde está tu familia entonces, eh, extranjero? ¿Por qué deambulas por ahí dejándolos solos en casa? ¿Dónde están tus tan amados padres?
–Están muertos –dijo y bajó la mirada, dolido por el recuerdo.
Esas fueron las últimas palabras de aquel 23 de marzo. Wardric no pudo seguir hablando. Gardar comió en silencio y luego se  acostó sobre un manto que arrojo al cálido piso de piedra. Ninguno siquiera dijo “buenas noches”.
 
El amanecer de un nuevo día llegó a las tierras frías de Fasnarím, y con él, una llovizna ligera. A pesar de esto, la temperatura dentro de la vieja torre, lejos de ser perfecta, era bastante agradable. Gardar se había encargado de poner la leña suficiente en la hoguera para que durara toda la noche, y lo había conseguido. Ya no tenía llamas, pero las brasas todavía emitían un calor que se reflejaba en las rocas del suelo y las paredes a su alrededor, caldeando el ambiente.
Wardric fue el primero en levantarse. Ya vestido, y con el cuidado de no despertar a su compañero, subió lentamente la escalera de caracol hasta la cima de la torre. Allí arriba había una silla, y acomodándose en ella oteó el horizonte, con el manto sobre la cabeza cayendo a uno y otro lado de su rostro para protegerse de la lluvia. Vio con claridad la inmensa ciudad de Viloras, con los techos dorados de sus casas recibiendo un reflejo blanco por el rocío. También observó el camino que habían tomado desde que salieran de la ciudad, y lo siguió con la mirada para ver hacia donde continuaba. La carretera avanzaba al norte y creaba la sensación de que se fundía a la distancia con una cadena de colinas que parecía no tener fin, una sombra negruzca que se extendía todo a lo ancho en el horizonte.
En ese momento oyó pasos subiendo la escalera y poco después el rechinido de la puerta por la que había llegado al mirador. Ataviado de la misma forma que él, y cargando una silla, apareció Gardar. El nórdico la apoyó cerca de la suya y se acomodó suspirando.
–Buenos días, compañero –dijo el Forjado.
–Buen día.
–¿Admirando la belleza de esta tierra?
Wardric asintió desganado con la cabeza.
–Sigues molesto por lo de anoche ¿eh? Mira, lo siento si te herí de alguna manera con lo que dije. Muchas veces hablo sin pensar.
Wardric giró su cabeza y lo miró.
–No es tu culpa, no tenías manera de saber lo de mis padres. Sólo estoy pensando en ellos, intentando recordarlos. Antes de venir aquí tenía un relicario con su imagen, pero lo he perdido en la... lo perdí. Y ahora tengo miedo de… –se detuvo de pronto.
–¿De qué? ¿A que le tienes miedo?
–De olvidarme de sus rostros. Podrás opinar que eso es una estupidez, pero es importante para mí.
–No tienes que preocuparte por tu memoria, extranjero –le dijo apoyándole una pesada mano en el hombro–. El recuerdo de nuestros antepasados no se aloja allí, sino en nuestros corazones. Ahí siempre estarán a resguardo.
Wardric suspiró largamente.
–Espero que sea así. Que Ellos no permitan que suceda lo contrario.
–Créeme, lo es. Cambiando de tema, ¿quieres desayunar?
–La verdad que no tengo hambre.
–¿Ni siquiera si te convido algunos bollos?  –Gardar sacó un palito de su abrigo, en él había clavado varios bollos. Se echó a reír.
–Eso cambia mi opinión –Wardric rio también.
Sentados bajo la lluvia, comiendo deliciosos bollos de canela, miraron juntos al horizonte.
–¿Aquel es el Cruce Pálido? –preguntó el zegriense señalando el lugar donde la carretera se fundía con las montañas.
–Sí, cerca de las Colinas Jorobadas. Allí el camino se abre hacia el oeste y el este, es ahí adonde debemos llegar. Serán otros veinte kilómetros más.
–Y luego tendremos que encontrar a las Brujas.
–No sólo encontrarlas –repuso Gardar–. Tendremos que eliminarlas.
Poco más tarde regresaron a la planta baja. El nórdico salió al exterior con su hacha, Wardric se quedó preparando las cosas para salir. Por si acaso, se aseguró de apagar la hoguera que aún permanecía encendida.
Gardar regresó trayendo consigo otra pila de leña recién recogida.
–Es la costumbre aquí dejar leña en un refugio antes de salir, el próximo que venga la aprovechara sin duda.
 Sin tardar más, luego de cerrar la puerta tras ellos, recibieron otra vez el frio abrazo de la llovizna matutina.
 
Llegaron al Cruce Pálido varias horas más tarde, con la ropa húmeda a pesar de que la lluvia ya se había detenido. El sol no salió en ningún momento de su escondite tras las nubes, así que la ropa se secaba a ritmo de tortuga.
–¿Hacia dónde queda el viejo templo?
–No lo sé concretamente.
–¿Cómo que no lo sabes?
–Sé que está cerca de aquí, pero nunca lo vi. No soy muy devoto de la Diosa de la Esperanza.
Wardric se restregó la cara.
Había varios posibles lugares donde podría estar el templo y tenían que investigarlos antes de que llegara la noche. Las colinas del norte, las montañas al oeste y el bosque al sureste, todo debía ser inspeccionado.
–¿Por dónde quieres empezar, extranjero?
–Mmm… no estoy al tanto de qué clase de lugar prefieren estas criaturas.
–Y yo nunca me encargué de la tarea de andar pensando donde anidan las criaturas que hay que matar. Para eso traigo a Gudrik justamente, él es el que piensa.
–Pero estuviste antes en una de sus guaridas ¿o no?
–Claro que sí.
–Entonces tienes que recordar en qué clase de lugar fue.
–Lo recuerdo, fue en una cueva húmeda y apestosa. Aj –se asqueó al acordarse–, nunca antes había sentido un olor tan putrefacto como ese.
–Pensemos –dijo Wardric rascándose la barba del mentón, que ya había alcanzado una longitud considerable– ¿Dónde puede haber un lugar húmedo por aquí?
–Hay un pequeño lago al este, no muy lejos, del otro lado de esos árboles, el Lago Terest.
–Puede ser ese lugar.
–Esperas encontrar el templo debajo del agua ¿no?
–¿Debajo del agua? –preguntó sonriendo, por un momento creyendo que era una broma. La cara de Gardar, otra vez, le dijo que no era así. Sin duda los Creadores no habían sido generosos cuando les tocó dotar de inteligencia al nórdico–. No, Gardar, no debajo del agua, sino en la orilla, contra la pared de la montaña.
–Ahh, claro, claro, tiene sentido –respondió Gardar, aunque se lo notaba confundido–. Ja ja ja, me gusta tu estilo, extranjero, inmiscuyéndote en cada detalle para sacar una… ¿Cómo se dice?
–Conclusión.
–¡Eso!, una conclusión. ¿Entonces vamos al este, hasta el lago?
–Eso haría yo –dijo con verdadera modestia.
 
Tan pronto como terminaron de hablar comenzaron a caminar al este siguiendo el Rizo de las tres Urbes, ya que según Gardar pasaba junto al lago.
Apenas les llevó una hora ver la superficie plana e imperturbable del Lago Terest. El agua era cristalina y seguramente muy fría. Lo rodearon hasta llegar a la orilla sur, la que daba contra la base de las montañas. El borde de ese lado estaba plagado de árboles, a diferencia de la otra –debido a la tala para construir la carretera–, y la hierba les llegaba hasta las rodillas, verde y mullida.
La bruma se volvió densa. Los grillos y sapos croaban desde algún lugar cercano al agua, y desde los árboles los petirrojos los acompañaban con su chip-chip metálico y seco. De vez en cuando también se oía una urraca.
Entonces Gardar señaló hacia un costado.
–Allí está.
Un edificio sin techo se asomaba entre la bruma.
Avanzaron.
En el camino se encontraron con la estatua que seguramente alguna vez estuvo en lo alto del edificio y que ahora estaba acumulando hongos y moho parcialmente enterrada en la hierba. Ya más de cerca pudieron apreciar los vitrales resquebrajados en las paredes de piedra y la puerta fuera de sus goznes. Gardar asomó la cabeza hacia dentro. Por algunos segundos no se movió.
–Parece despejado, pero está oscuro –dijo–. Encendamos un par de antorchas y miremos más de cerca. ¿Tienes afilada esa espada, extranjero? –preguntó examinando a su vez el hacha que acababa de desenfundar–. Vamos a necesitarla. ¿Tienes una daga también? –Wardric negó con la cabeza–. Ten, toma esta, por si acaso. Te la regalo, tengo muchas. No, espera que haces, las dagas no van en la cintura, sino agarradas a la pantorrilla, allí nadie las ve. Bien, así está bien. Recuerda, en cuanto veas a una de ellas, arroja la antorcha al piso y sostén el escudo. Sabes que las Brujas usan hechizos ¿no?
–Supuse que por eso las llaman brujas –repuso Wardric.
–Y lo de Fétidas va por el olor que desprenden. Saben mucho sobre magia, no querrás que las llamas o el hielo que sale de sus manos te alcance –dijo haciendo un gesto exagerado con sus manos, que aunque tontos, Wardric entendió a qué se refería. Había oído hablar mucho de los magos de la corte del Rey Harold Dinkeld, el soberano de Zegridor.
Prendieron las teas y entraron.
Avanzaron por entre los bancos, algunos quebrados por el tiempo, otros sanos pero cubiertos de polvo. No había bustos ni nada parecido a los lados, quizá se los habían llevado al abandonar el templo. Cuando llegaron al final de las filas de asientos, se encontraron con el altar de piedra, partido al medio.  Junto a él, en el piso, había un libro abierto. El zegriense lo levantó y una gran cantidad de insectos salió de debajo de él en todas direcciones. Luego del susto, examinó las amarillentas páginas. La tinta estaba borroneada y no pudo leer más que algunas palabras sueltas.
–Aquí hay una puerta –dijo Gardar–. Fíjate si encuentras otra.
Wardric dejó el libro sobre el altar y se concentró en seguir la indicación del nórdico. No había otra. Lo único que halló fueron telarañas uniendo las paredes de piedra enmohecida y cuencos y flores secas desparramadas por el suelo. Le sorprendió no ver ninguna rata ni ninguna otra alimaña que aprovechara el abandono.
Pasaron bajo el arco que el Forjado había encontrado. Los depositó al comienzo de un largo pasillo, desde donde alcanzaron a divisar muchas aberturas que daban a otras habitaciones.
–Un buen lugar para una emboscada –indicó Gardar, frunciendo los labios–. Confiemos en que no nos estén esperando. Las puertas están enfrentadas unas a otras. Tú te encargas de las de la izquierda, yo de las de la derecha.
Asintieron sellando el acuerdo.
El pasillo era lo bastante ancho para permitirle ir a la par, con un brazo elevando la antorcha por un lado y el arma estirada por el otro, además de los escudos que agrandaban su espalda. El ligero tintineo metálico de la armadura del nórdico al ritmo de sus pasos se multiplicaba por culpa del silencio de ultratumba del templo. Sería difícil sorprender a las criaturas de ese modo.
Una a una, fueron recorriendo las habitaciones. Cuartos pequeños, sin ventanas ni rejillas de ventilación, que encerraban dentro varios años de soledad y abandono. Muchas de las sabanas no eran más que retazos desteñidos, pobres cubiertas para colchones flacos, hogar de cientos de chinches y escarabajos.
–¿Cuánto lleva abandonado este lugar? –pensó Wardric en voz alta.
–Menos de lo que te imaginas –murmuró Gardar–, pero todo en este reino envejece rápido.
De pronto ambos se detuvieron en medio del pasillo. Cada antorcha iluminaba una pared distinta, pero los dos vieron lo mismo en cada una, al mismo tiempo. Estiraron una mano hacia las paredes y arrastraron los dedos a lo largo de tres surcos que las recorrían paralelamente hasta el final. Entonces giraron las cabezas y sus miradas se encontraron. El nórdico asintió concluyentemente, Wardric tragó saliva.
Marcas de garras. 


RE: [Fantasía Épica] Profecías de Ceniza y Acero: Libro Primero - JPQueirozPerez - 27/01/2018

Te recomiendo poner la siguiente parte en una respuesta a este tema en lugar de abrir uno nuevo; y ya que no es el primer capítulo, un resumen de lo que ha pasado hasta ese momento estaría muy bien.
Si puedo por la noche me paso y me lo leo.


RE: [Fantasía Épica] Profecías de Ceniza y Acero: Libro Primero - FrancoMendiverry95 - 27/01/2018

De pronto ambos se detuvieron en medio del pasillo. Cada antorcha iluminaba una pared distinta, pero los dos vieron lo mismo en cada una, al mismo tiempo. Estiraron una mano hacia las paredes y arrastraron los dedos a lo largo de tres surcos que las recorrían paralelamente hasta el final. Entonces giraron las cabezas y sus miradas se encontraron. El nórdico asintió concluyentemente, Wardric tragó saliva.
Marcas de garras.
Las siguieron hasta el final del pasillo, donde se encontraron con una arcada que daba a unas escaleras. Gardar tomó la delantera al bajar, y a mitad de camino una repentina nube negra emergió chillando de las profundidades y les pasó por encima de la cabeza, apagando la antorcha del nórdico.
-Malditos murciélagos –dijo Gardar.
Wardric apretaba la mandíbula y había aumentado la presión de sus manos sobre la empuñadura de Harmrid. Cuando el nórdico lo vio, no pudo contener una carcajada jugosa.
-Ten la antorcha –dijo el zegriense intentando hacer que su compañero se callase.
Tenían otras dos, pero era mejor dejarlas para el regreso. Eso les dio un poco de ánimo, el hecho de darse cuenta de que en verdad esperaban regresar.
El aire fue haciéndose cada vez más denso, hasta llegar a un punto en que viajaba inundado por un olor tan desconocido para Wardric como asqueroso. Gardar no dudo. Sólo dijo dos palabras, en una voz baja pero clara:
–Están cerca.
Siguieron de forma más cautelosa. La luz baja que emitía a esa altura la tea luego de estar encendida por varios minutos les fue favorable. Iluminaba su camino, pero no emitía un resplandor brillante que los delatara ante una mirada casual. No tardaron mucho más en oír ásperas voces que parecían ascender desde los escalones que se internaban en la espesa negrura.
–Aghhh hermaanas, se noos estaa acabaando la comida –dijo una carrasposa voz, que ocasionaba un ronco retumbo al estirar algunas de las silabas de cada palabra.
–¡Teneemos que mataar más de eesos sucioos mercadeeres! –siseó otra–. Al último lo saaboreé por diias enteeros.
–Hay quie serr precaviidas, hermaanas –añadió una tercera, con una voz más aguda pero igualmente horrible –. No quieremos que eesos hummanos se preocuupen en enviiar guerreeros contra nueestro Aquielarre.
–Aghhh, ¿Acaaso tu quieeres segguir comienndo raatas y gusaanos de porquieria? –replicó la segunda.
–¡Nnooo! –gritaron varias a la vez–. No quieeremos eso, hermaana.
–¡Poor supuesto quie no lo quieremos! –exclamó la que al parecer intentaba liderar a estas criaturas, la segunda voz que oyeron Gardar y Wardric, la más grave–. Yo sé quiee mis hermaanas estaan deseoosas de caarrne hummana, juggosa y blannda caarrne hummana. Y si usteedes me ayuudan, hermaanas, yo consegguiré lo quie el Aquielarre necesiita.
Wardric y Gardar se miraron uno al otro. El nórdico dijo que si con la cabeza, dando a entender que lo que estaba por suceder era muy en serio. Y vaya si lo era. Estas criaturas estaban hablando de comer gente, y el zegriense, que en un principio había creído que interceptaban a las caravanas de comercio por la mercadería que transportaban, se puso pálido.
–No dudes, extranjero. No importa lo que veas o escuches, nada más tienes que saber que aquí dentro estamos tú, yo, y ellas. Nadie más. Tú sólo concéntrate en acabar con cada criatura que no tenga este yelmo, ¿me entiendes?
–Sí.
–Entonces ya es hora.
Ya estaban al final de la escalera cuando dejaron de concentrarse en lo que decían las voces, aunque siguieron escuchándolas en todo el último tramo. Gardar se asomó por la esquina de la escalera y analizó el entorno. Era espacioso, como el salón de un palacio, sólo que en lugar de copas y bandejas sobre una mesa, había calderos, carne podrida y huesos sobre un sarcófago de piedra. Todo era perfectamente visible. Una hoguera crepitaba con fuerza en medio del recinto, reflejando en las paredes de la cripta las largas y móviles sombras de las brujas reunidas a su alrededor. Las criaturas se encontraban sentadas: sería fácil sorprenderlas y eliminar aunque sea a una antes de que las otras pudieran hacer algo al respecto. El nórdico dejó caer la antorcha y pasó su brazo por las enarmas del escudo.
–A la cuenta de tres, extranjero. Uno, dos, y…
Irrumpieron en la reunión. Armados y protegidos por su armadura y escudo, entraron con un grito de batalla. Gardar se apresuró en llegar hasta la Bruja Fétida más cercana, y cargó contra ella con un hachazo vertical que se incrustó en la encorvada espalda. La bruja chilló y sus hermanas le correspondieron con aullidos, poniéndose de pie y retrocediendo.
–¡Attaquien hermaanas! –gritó la líder, la que prometió conseguirles carne humana.
La orden no tardó en cumplirse. Una de las brujas agitó hacia atrás y luego hacia adelante sus brazos, con las palmas de la mano abiertas, impactando al escudo del zegriense con ardientes llamaradas. Wardric no salió ileso de eso, el ropaje por debajo de la altura del escudo y algunos de los largos y oscuros cabellos de su cabeza quedaron chamuscados. Pero el flujo de fuego no duró mucho, y pudo alcanzar a la Bruja Fétida responsable del ataque con un tajo diagonal que por poco no logró atravesarla por completo. Quedaban tres, la de la voz grave, la que comunicó que ya no había comida y otra a la que no habían escuchado. El alarido de la bruja caída llenó de ira a las que quedaban en pie. El siguiente ataque fue simultáneo. Dos de las brujas movieron sus manos, de la misma forma en que alguien la movería para decirle a otra persona que se vaya, y de sus ásperas palmas salieron pequeñas y puntiagudas esquirlas de hielo. La mayoría se incrustó en los escudos de los guerreros, y otras tanta se destruyeron al chocar contra las paredes de piedra. Pero una le dio al nórdico en el muslo, justo por debajo del escudo. Gardar no gritó, la adrenalina hizo que no diera cuenta de la herida.
La criatura de la voz grave gritó, ordenándoles a las otras que se dieran prisa en acabar con los humanos. Pero no pudieron. Con cada esquirla de hielo que salió de sus manos la magia se les fue agotando como si fuera la cerveza de un barril. Y por fin se agotó. Sin embargo, no por ello dejaron de ser peligrosas; aún tenían sus garras, tan afiladas como las de un wuffauc.
Gardar hizo sencillo lo difícil arrojando su escudo sobre la cabeza de una de las brujas, dejándola aturdida el tiempo suficiente para que su hacha se agitara en el aire e hiciera el resto del trabajo. Inmediatamente después, la bruja líder usó su magia para apagar la hoguera y así poder desaparecer por algún recoveco justo después de que Wardric y Gardar abatieran a la restante criatura. La oscuridad llenó el campo de batalla.
–¡Tenemos que atraparla! –gritó el nórdico entre jadeos, notando recién entonces el trozo de hielo clavado en su carne. De un brusco tirón, se lo arrancó– Agg. ¡No permitamos que escape!
Corrieron detrás de la bruja, siguiendo la dirección por donde la habían visto antes de que el fuego se apagara de repente. Allí hallaron un pasadizo. Lo recorrieron palpando las paredes, acostumbrando su vista a la penumbra. De pronto ya no tuvieron nada en que apoyarse, el pasadizo los había llevado a otra zona amplia. Una sombra pasó fugazmente frente a ellos.
–¿Qué fue eso? –preguntó Wardric.
Gardar no contestó, no estaba seguro si había sido algo que se movió o simplemente una ilusión óptica.
De pronto una voz se hizo oír leve y lejana. Wardric abrió los ojos como platos y luego se los restregó con los nudillos de las manos. La voz sonaba como la de su padre.
–¿Qué haces aquí, hijo mío? –preguntó la voz, y ya no tuvo duda de que era él–  ¿Por qué no estás en casa cuidando de los caballos?
Miró al nórdico para comprobar si también lo había oído, pero el rostro de su compañero aparecía distorsionado.
–Lo siento, padre –contestó impulsivamente, ensimismado por la voz que resonaba en su mente–. Tuve que vender el establo, ya no podía mantenerlo más.
–¿Qué dices? –le preguntó Gardar– Creo que no te escuché bien.
–¿Lo vendiste? –preguntó  la voz de su padre, claramente decepcionado.
Entonces Wardric no sólo pudo oírlo, sino también ver la figura de Oslac de pie frente a él. Como por arte de magia la oscuridad de la cueva se había extinguido.
–¡Yo tuve el negocio por más de veinte años! Sabía que no podía confiar en un mocoso como tú para que lo conservara –dijo su padre mirándolo cara a cara.
–Pero, padre, no fue culpa mía. Hice todo lo que estuvo a mi alcance.
Gardar comprendió lo que estaba sucediendo e intentó hacerlo reaccionar de la única forma que se le ocurrió, dándole una fuerte bofetada. Wardric lo miró sorprendido.
–No todo –escuchó el zegriense-. Estabas más preocupado en conservar la amistad de ese sucio nórdico que en el trabajo, y eso fue lo que te llevo a venderlo. Sólo me fui de viaje un par de meses, y eso te bastó para echarlo todo por la borda.
–¿De viaje? Yo te enterré, padre. Tú estás muerto.
–¡Despierta, extranjero! –exclamó el nórdico zarandeándolo– ¡Lo que ves no es...!
La bruja que había huido lo interrumpió con un empujón que lo envió contra otra de las paredes de la cueva. El yelmo de hierro voló por los aires.
-Estoy aquí, Wardric, no me des la espalda –le dijo su padre desde la otra dirección. Él volteó, buscándolo.
Todo era obra de las artimañas de la maliciosa criatura. Ella estaba jugando con su mente.
–No podría estar más decepcionado contigo, Wardric –continuó el imaginario Oslac–. El haberte concebido fue el error más grande que tuve en mi vida.
–¡No digas eso, padre! –suplicó con un gemido– ¡He hecho cuanto pude!
–Lo único que has hecho en tu vida fue acabar con la de tu madre –espetó su padre desde las sombras–. Mi vida era feliz hasta que tú apareciste en ella.
Las garras de la Bruja Fétida arañaron la pared justo un segundo después de que Gardar se hiciera a un lado. Volaron chispas, el lugar se iluminó momentáneamente. El nórdico asió su mano armada hacia atrás para preparar el golpe, pero los dedos huesudos y fríos de la criatura lo sujetaron fuertemente por la muñeca. La apariencia de la bruja antes los ojos de Gardar era de una mujer escuálida, pero en realidad era un ser con mucha fuerza, quizás incluso más fuerte que él. La terrible presión hizo que dejara caer el hacha al suelo y quedara desarmado.
–Aghhh –gruñó la criatura olfateando a Gardar de una manera desagradable–, juggosa y blannda caarrne hummana.
Gardar sujetó entonces la muñeca de la mano de la bruja que no lo sujetaba a él con toda la fuerza que logró reunir. Llegaron así a una situación sin vuelta atrás. Aquel que aflojara sus fuerzas, seria quien no viviría otro día.
Wardric seguía absorto. De alguna manera sabía que aquello no podía estar sucediendo, algo le decía que no había forma de que su padre este ahí con él. Pero algo más fuerte lo impulsaba a hablarle a aquella figura. Sentía dentro de su cabeza como si alguien manoseara sus pensamientos, su mente.
Si Gardar quería sobrevivir, debía despertar a su compañero de aquel trance. El nórdico ya había vivido una situación parecida, en una de sus primeras misiones como miembro de los Forjados. Sólo que aquella vez fue él quien cayo rendido antes las dotes controladoras de una bruja. Si su hermano pudo despertarlo en aquel momento, se dijo que podía hacer lo mismo con el extranjero. Recordó que Gudrik había recurrido a sus recuerdos.
–Lo que ves no es real –insistió Gardar al mismo tiempo en que forcejeaba por su vida–. Recuerda el día en que tu padre murió, el día en que tuviste que sepultarlo.
El zegriense no sufrió cambio alguno. Siguió de pie, inmóvil, hablando en susurros.
–Tienes que despertar. ¡Concéntrate! Tú sabes que tu padre no está aquí contigo, recuerda cuanto lo lloraste.
Una voz que sonaba lejana comparada con la de su padre apareció en la cabeza de Wardric. Parecía estar desesperada. Suplicaba, pedía algo que no alcanzaba a entender. Tampoco supo de quién era esa voz.
–Yo no tuve la culpa de lo que le sucedió a mi madre –dijo–. Y tú lo sabes bien, padre, fuiste tú quien me explicó que había sido cosa del destino. Dijiste que los Dioses necesitaban de su bondad.
–Ja ja, el destino no existe, Wardric –respondió su padre–. ¿Bondad? Tu madre no era una santa, era una víbora maliciosa que esperaba el momento adecuado para soltar una mordida.
–Recuerda a tu amigo, Wardric –volvió a hablar Gardar–. Recuerda que estas en Fasnarím para que él no sufra lo que tú, eso fue lo que me dijiste. ¡Tienes que reaccionar, tienes que ayudarme!
La Bruja Fétida pudo zafar su mano del agarre del nórdico, que se había ido debilitando poco a poco. Ahora era ella quien dominaba. Colocó su entonces mano libre en el cuello de Gardar y comenzó a estrangularlo.
–Juggosa y blannda caarrne humana. Hoy te connvertiiras enn mi cena.
–Wardric… Wardric, piensa en tu madre –balbuceó el nórdico.
<<Piensa en tu madre>> eso es lo que dijo esa voz que intentaba abrirse paso en su cabeza.
Wardric lo hizo.
No había tenido la suerte de conocerla, pero a través de los relatos de su padre y el relicario que este le había regalado de pequeño, había logrado armar una imagen muy aproximada de ella. ¿Qué es lo que decía mi padre de ella?, pensó rebuscando en sus pensamientos.
<<Tu madre era una mujer sin igual, Wardric, tienes que saberlo –le había contado–. No había nadie que se preocupara tan poco por su beneficio, y tanto del de los demás. Una mujer valiente, alegre y segura de sí misma. Era la perfección en persona>>
La imagen de su padre se hizo más borrosa. La mente de Wardric estaba ocupada por otra persona.
–¿Acaso te duelen mis palabras? –preguntó Oslac– Nunca te atreverías a contradecir a tu propio padre, eres un gallina.
–Tienes razón, nunca lo haría –dijo–. Pero tú, tú no eres mi padre.
–¿Qué estás diciendo, hijo?
–Tú no eres mi padre. Mi padre está muerto, y así lo han querido los Dioses. Tú no eres mi padre, y por eso no te daré más mi atención.
Wardric giró sobre sus pies y pareció despertar de un largo trance, de un profundo sueño. La imagen de su padre desapareció detrás suyo como si nunca hubiese aparecido, y frente a él vio a su compañero de viaje, luchando con sus últimas fuerzas para mantenerse con vida.
–Wardric… –farfulló Gardar–. …Ayúdame.
El zegriense levantó con mucha tranquilidad su espada del suelo y se acercó a la criatura. Inmutable, apoyó el extremo de la hoja de Harmrid en la espalda curvada de la bruja.
–Suéltalo, horrenda criatura –aseveró.
La presión sobre el cuello y la muñeca de Gardar disminuyó. La criatura levantó las manos y permaneció inmóvil. El nórdico dio un largo respiro jadeante.
–Eres una criatura vil y maliciosa –dijo-. Morirás sin piedad.
Wardric hundió la hoja de su espada hasta que la espalda de la bruja rozo las manos que rodeaban la empuñadura. La Bruja Fétida chilló gravemente y cayó al suelo. Ya no iba a comer nada más en su miserable vida, ni gusanos ni jugosa carne humana. Su último reflejo fue intentar alcanzar a Gardar con sus garras. El nórdico se hizo a un lado, se arrastró hacia donde estaba su hacha y luego, con el arma en una mano, avanzó decidido hasta el cuerpo inmóvil de la criatura. Sin emoción alguna en su rostro, la decapitó.
–Esto será un recuerdo –dijo mientras miró con asco la cabeza que sostenía por los largos y sucios cabellos–. Ahora encontremos lo que vinimos a buscar y vámonos de aquí.


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RE: [Fantasía Épica] Profecías de Ceniza y Acero: Libro Primero - FrancoMendiverry95 - 29/01/2018

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