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Os acordáiss??? - Sashka - 24/04/2018

Buah, lo tenía que subir... Aquí está la mayoría de asiduos al antiguo foro como personajes del relato que concursó en un reto. Creo que a los que siguen por aquí les hará gracia recordar. Y ya está, ya no subo más, no quiero pasarme.

Épico


Entraron, por fin, al cálido salón; salpicaron con la sangre de sus siervos las níveas paredes, arrastraron sus cuerpos hasta postrarlos a sus pies, dejaron mares de rojo sobre el mármol blanco. Ella se mantuvo sobria y arrogante en su trono, enterró muy adentro sus miedos y encaró al invasor con el rostro orgulloso y la cabeza alta.
Ludwig avanzó pisando la sangre sin ningún respeto y lanzó algo que rodó hasta los pies de la hechicera. Sólo entonces pareció, durante un segundo, perder el aplomo. Sólo entonces, cuando reconoció la cabeza de su hijo. Después, su mirada azul hielo se posó de nuevo en los ojos castaños del hombre. Él no era menos soberbio. Viéndola allí, desafiándole con la mirada aún en la derrota, sintió hervir sus vísceras. Sacó un afilado cuchillo de su cinto y se abalanzó sobre ella. Agarró sus largos cabellos del color de la Luna y la obligó a echar la cabeza hacia atrás, exponiendo su blanco cuello.
—¡No! —le gritó Theraxian, el chamán de su corte—. No lo hagáis, mi señor. Recordad la maldición hacia aquél que derrame una gota de su sangre.
—Déjala, Ludwig, ¿acaso no has oído? —dijo Kiefer a su hermano menor.
Ludwig se detuvo el tiempo que duraron sus palabras pero, tan pronto como cesaron,  pasó el filo por la hermosa garganta de la bruja. Una línea roja se dibujó durante un segundo; luego la sangre brotó a raudales, resbalando, muy roja, por su pecho, encharcándose en su regazo. El cruel hombre la miraba agonizar con odio, esperando en vano un lamento de su boca. Ella no apartó su mirada de la del hombre y, justo antes de morir, le sonrió con desdén. Ludwig gritó con rabia, con la rabia del depredador burlado.
—¿Qué has hecho? —le increpó Kiefer cuando se recuperó de su estupefacción, blanco como el papel—. ¿Acaso estás loco, hermano? ¡Has lanzado sobre nosotros esa terrible maldición!
Ludwig avanzó dos pasos y le agarró bruscamente de la pechera.
—No era ella. Buscadla, no debe andar lejos —ordenó.

Melköra, vestida a la manera de los hombres para ir por el bosque, avanzaba a través de la foresta. No se atrevía a tomar el camino, sabía que Ludwig la perseguiría. Tenía que llegar a Kilgor, la tierra oscura de las brujas, para estar a salvo al amparo de sus hermanas. El bravo bárbaro no se atrevería a entrar allí.
No podía creer que su hijo hubiera caído. Su bien ganado castillo postrado ante esos bárbaros crueles e incivilizados… Chuy sería vengado. Pobre Chuy…

Ludwig subió a la más alta almena y silbó fuerte, introduciendo dos dedos en la boca. Esperó, impaciente y preocupado, hasta que vio a una pequeña paloma levantar el vuelo hacia él desde unos árboles cercanos al castillo. La paloma blanca voló directamente hasta su mano extendida y él la aproximó a sus labios y besó su pico. La estrechó con cuidado contra su pecho; la pequeña ave permaneció entre sus manos dócilmente.
—Eowyn, mi amor… La bruja ha huido del  castillo. La atraparemos, te lo juro. Sé a dónde se dirige. Cree que no la seguiré, pero no hay lugar en este mundo donde pueda esconderse de mí. Todo volverá a ser como antes, tú volverás a ser como antes… Eowyn…
La paloma arrulló contra su pecho y al fiero guerrero le resbaló una lágrima cristalina que se estrelló en las níveas plumas de su compañera.

El patio del castillo era un hervidero. Los bárbaros saqueaban las despensas, los dragones devoraban el ganado y los dos magos discutían acaloradamente.  Ludwig salió del castillo y buscó a Kiefer, que se hallaba escuchando los argumentos del chamán y su colega.
—Hermano, debemos partir sin demora. Acomoda a Eowyn en su jaula y protégela con tu vida si fuera necesario, pues yo montaré a Lanay en esta ocasión.
Kiefer asintió y tomó al avecilla, se alejó para buscar la jaula de oro de Eowyn. Al momento, los dos magos se abalanzaron hacia su líder, atropellándose mutuamente con sus verborreas.
—¡Uno a uno, por los Dioses! —se quejó el rey bárbaro.
—Mi señor, si estáis pensando en entrar en Kilgor necesitaremos ayuda —dijo Theraxian.
—Naturalmente que la necesitaremos, en eso estamos de acuerdo —recriminó Helkion a su colega—, pero no estoy de acuerdo con la naturaleza de esa ayuda.
—¿A qué demonios os referís? ¡Hablad claro! —se molestó Ludwig, a quien la prisa mordía las carnes.
—¡A esa ayuda! —exclamó Theraxian señalando a un extraño hombre de cabello blanco que se afanaba en ensillar una yegua. Las miradas del rey y del aludido se cruzaron durante un instante, y el bárbaro se sobrecogió al ver sus insólitos ojos.
—¿De dónde ha salido ese engendro?
—De las mazmorras de Melköra. Es un brujo, mi señor. Nos sería de gran ayuda en nuestra empresa —insistió Theraxian.
—¡Un brujo es lo que menos necesitamos! ¡No son de fiar! —se opuso Helkion.
—No suelo dejar que nadie decida por mí, deberíais saberlo. Pero bien es cierto que necesitamos toda ayuda posible para adentrarnos en Kilgor, así que hablaré con él y… decidiré— zanjó Ludwig—. Llamadle.
Theraxian se apresuró a allegarse al tal brujo. Habló brevemente con él y ambos desandaron camino hasta el rey.
—Majestad —dijo el brujo—, ¿deseaba Vuestra gracia parlamentar con mi persona?
—Sí, si es que es cierto que sois un brujo.
—Lo soy. Geralt de Rivia, para serviros.
—Nos vendría bien un brujo para entrar en Kilgor. ¿Estaríais dispuesto?
—Depende de la bolsa de oro que me ofrezca Vuestra merced.
—El oro no es problema. ¡Maurus! ¡Prepara dos bolsas con cuatro mil monedas!—ordenó el bárbaro a su contable, que se hallaba en la entrada del castillo contando una y otra vez el tesoro saqueado a la hechicera, como si no le cuadraran las cuentas — ¿Os conviene la tarifa?
—Contad con mi hierro… y mi plata—se avino el brujo haciendo alusión a su espada para monstruos, hecha de ese metal.
El rey se volvió hacia sus desordenadas huestes.
—¡Pher, Sham! ¿Dónde están mis generales?
Dos figuras imponentes se abrieron paso entre los guerreros. Sham entregó la barrica de vino que llevaba a uno de ellos antes de presentarse ante Ludwig.
—¡Aquí estamos!
—Montad a Nikto y a Yandrak, debemos  encontrar a Melköra antes de llegue a Kilgor —luego se dirigió a su hermano, que volvía con Eowyn en la jaula—. Volaremos hasta el desfiladero que da entrada a la tierra oscura, allí patrullaremos para impedirle la entrada; vosotros, a los caballos. Batid el bosque para obligarla a avanzar hasta nosotros, y, con un poco de suerte, la rodearemos. Ordena a todo el mundo partir en cuanto alcemos el vuelo.
Los tres bárbaros se acercaron a los dragones despacio. Las fantásticas criaturas estaban satisfechas tras el festín y se doblegaron a los deseos de los guerreros sin dificultad. Ludwig montó a Lanay, una dragona roja joven y, dentro del mal carácter de esos seres, afable. Sham montó a Nikto, el dragón negro, fiero y malcarado donde los haya, cuya naturaleza sólo se doblegaba ante tal jinete porque poseía un carácter aún peor que el de la montura; Pher subió a la silla de Yandrak, el dragón verde, el más extravagante de los tres: afable en apariencia, pero tozudo como una mula e inamovible si se negaba a cumplir una orden que no le apeteciera. Sólo las palabras y paciencia de Pher conseguían vencer su resistencia en las ocasiones en que se empecinaba.
Tan pronto como las patas de los dragones dejaron el suelo, el resto de los bárbaros subieron a sus caballos y abandonaron el castillo, ahora muerto y silencioso, de la bruja Melköra.

El viento alborotaba su melena castaña, los árboles del bosque pasaban raudos bajo él, su ceño fruncido para evitar que los ojos le lagrimearan, él, Ludwigwolfgang, el bárbaro de corazón más implacable, se afanaba por descubrir algún rastro de la bruja que destrozó su vida. Maldito el día que conoció al ser más vil y manipulador que el mundo produjera jamás… Melköra.
Pretendió utilizarle para sus fines mezquinos, pero él no cayó en su trampa. Estuvo a punto de provocar un conflicto bélico con el reino vecino con sus mentiras y maquinaciones, todo por la desmedida ambición de la pérfida bruja. El rey guerrero ordenó su captura, pero consiguió huir, no sin antes maldecir a su prometida tan sólo por mortificarle: la transformó en una paloma, un ser frágil, blanco de cazadores y depredadores por igual. Ninguno de los magos, ni los propios ni los que ordenó traer, fue capaz de revertir el conjuro.
Mucho le había costado encontrar la guarida de la bruja como para dejar que esta escapara. Además, Eowyn parecía estar olvidando su propia identidad. Ludwig temía que, cuando consiguiera deshacer el hechizo, fuera demasiado tarde. Debía capturarla lo antes posible y obligarla a deshacer el mal. Él conocía métodos muy persuasivos.
Llegaron a la entrada del desfiladero un cuarto de hora después. Mientras Pher patrullaba desde el aire, Nikto y Lanay se posaron en el suelo. Ludwig bajó de su cabalgadura y extrajo un frasco que le diera Theraxian. Espolvoreó con él un semicírculo alrededor de la boca del desfiladero, a cien metros de la misma: si Melköra intentaba pasar transformada en cualquier cosa, los polvos mágicos revelarían su verdadera forma. Ya sólo quedaba esperar.
Los bateadores rastreaban la maleza con rapidez, pero eran los familiares de los chamanes quienes seguían el rastro. Ambos magos seguían de cerca a sus canes montados a caballo, en estado de alerta, puesto que sabían cómo las gastaba la bruja. En un momento dado, Elperroverde y Cordis Lupus se detuvieron al pie de un árbol, señalando hacia arriba.
—Vaya —exclamó Helkion—. Melköra ha decidido despistarnos.
—Seguro que se transformó en algo, probablemente en ardilla. Parece tener prisa por llegar a Kilgor—conjeturó Theraxian.
—El lobo y el perro ya no nos sirven. Dejémosles descansar de vuelta a su plano astral—recomendó el primero.
Los dos familiares se diluyeron por voluntad de sus magos.
—Avisemos a Kiefer y a Reb Copdo que aceleren la marcha —sugirió Theraxian, dando la vuelta al caballo—. El tiempo de jugar al escondite ha concluido.

Melköra se aproximó al extremo de la rama para otear el claro que conducía al desfiladero.  Vio a los dos dragones y sus jinetes montando guardia en la explanada y al tercero describiendo círculos sobre su cabeza. Percibió con sus poderes  el  semicírculo de polvos mágicos. Mala cosa. Sólo quedaba una opción: pasar bajo tierra. El problema era que únicamente se podía acceder al desfiladero desde la propia boca del mismo, pues poderosa magia impedía entrar en Kilgor por aire o bajo tierra.  Y allí, en la salida de la hondonada, esperaba el Guardián Ciego, centinela colosal de la puerta del país de las brujas.  
La ardilla bajó rauda el tronco del  roble hasta el suelo,  calculó la distancia desde allí hasta el desfiladero y se transformó en topo.  Ya oía las pisadas y relinchos de los caballos bárbaros en retaguardia, no demasiado lejos, así que empezó a excavar con premura un pequeño túnel y por él desapareció.

Kiefer y Reb Copdo, seguidos por los demás bárbaros, entraron en la explanada.  Se reunieron con su rey y general en el centro de la misma.
—Ni rastro de ella, señor —informó Reb Copdo.
—¿Qué dicen los magos? —preguntó Ludwig.
—Atención, Helkion —dijo Theraxian—. Convoquemos a nuestros familiares de nuevo. Tiene que estar por aquí escondida. Señor, ha llegado transformada en ardilla seguramente, pues perdimos su pista en la base de un árbol. Una ardilla es difícil de rastrear, es rápida y ágil, el mejor método para atravesar un bosque.  Un pájaro sería visible a los dragones, así que no tenemos duda.
—Haced como decís, y rápido —ordenó el rey.
Acto seguido, silbó con fuerza a Pher para que descendiera al suelo.
Los dos chamanes convocaron a Elperroverde y a Cordis Lupus de nuevo y les encargaron la misma tarea. Ambos cánidos comenzaron a olfatear en dirección al bosque, buscando un rastro, y no tardaron en encontrar el pequeño agujero en el suelo.
—¡Por los dioses! —exclamó Sham—. ¡Bajo tierra!,  ¿cómo no lo pensamos?
—¡Vigilad la entrada al desfiladero! —gritó Helkion.
Varios hombres, incluido el propio Ludwig, se precipitaron hacia el lugar a la carrera. Pero en ese momento un topo emergió y se transformó en una liebre, la cual corrió a gran velocidad a través  de la hondonada hasta la propia puerta de Kilgor, seguida por los bárbaros.  La liebre se convirtió en la mujer, que pronunció rápidamente unas palabras arcanas y secretas, y pasó al coloso sin más problemas, perdiéndose tras las puertas mágicas. Los problemas los tuvieron los bárbaros, pues el Guardián Ciego se preparó para la lucha.
Los bravos generales y la soldadesca extrajeron sus espadas para hacerle frente, pero la voz de Sham, gritando a pleno pulmón, les increpó a apartarse. El guerrero avanzaba montado en Nikto, el feroz dragón negro a quien gustaba en extremo la camorra y el conflicto; tan pronto el Guardián Ciego estuvo a tiro, Nikto lanzó hacia él una terrible llamarada que dejó al titán confundido y chamuscado. Pronto los demás dragones unieron su aliento al primero, dejando un tocón negro en el lugar donde el coloso se erigiera.
Nada había ya que impidiera la entrada a Kilgor a los bravos guerreros. Helkion les detuvo antes de que emprendieran la marcha más allá de las puertas.
—Hay al menos tres ardides antes de arribar al castillo de las Cuatro Hermanas. Tened mucho cuidado, pues no es país este donde rija  otra cosa que la malicia, el engaño y la confusión. No confiéis en vuestros sentidos, pues hasta lo más inocente puede resultar letal.  Y no os apartéis del grupo bajo ningún concepto —les aconsejó Theraxian.
—Y no abandonéis el camino —concluyó Helkion.
En silencio y expectantes, con las armas prestas y los ojos bien abiertos, todos penetraron en Kilgor. No bien habían recorrido doscientos metros, una criatura les salió al paso. Una enorme criatura alada aterrizó frente a ellos con un estruendo, levantando tierra por la violencia de la colisión.  Los bárbaros recularon ante su irrupción, prudentes y algo asustados: un dragón bicéfalo de gran envergadura. Además, hablaba.
—¿Quién osa entrar en Kilgor sin ser invitado? —preguntó una cabeza.
—Siiiiiiiiiiiiii, ¿quién habría de ser tan necio? —dijo la otra.
Theraxian y Helkion se adelantaron.
—Y ¿quién es tal criatura que pretende cerrarnos el paso? —interrogó Helkion al dragón.
—¡Somos Pafman-Wherter, el terror de Kilgor, bestia arcana y legendaria de quien mil relatos se escribieron! —se jactó la cabeza llamada Wherter.
—¿Qué queréis de las brujas? —quiso saber la cabeza llamada Pafman.
—Buscamos a Melköra. Tenemos un asunto con ella —explicó Theraxian—. Te pedimos humildemente, oh gran Pafman-Wherter, heroico dragón de mil y un romances, que nos dejes pasar. Por cierto, ¿qué hacéis aquí, en Kilgor?
—Ah, mago, terrible historia la nuestra… Atrapados y sometidos por aquella pérfida bruja a quien perseguís. Con gusto no uniríamos a la caza, mas no podemos quebrar la poderosa magia que nos subyuga… —dijo Pafman.
—Sin embargo… podemos hacer, gustosamente, la vista gorda… —sugirió Wherter—. Una única condición os impongo: no le hagáis daño a Gothic, el oso, ni a Krivus, el mono.
—Así será, oh grande entre los grandes —le halagó Helkion.
—Gracias —intervino Ludwig—. Cuando atrapemos a Melköra, te prometo que serás liberado.
El dragón bicéfalo agachó levemente las cabezas en señal de despedida y emprendió el vuelo, dejándoles el camino libre.
Ya vislumbraban el castillo cuando el oso y el mono les salieron al paso. Gothic se puso a dos manos, amenazando con sus zarpas y sus colmillos, tratando de intimidar a los guerreros para que retrocedieran. El mono Krivus, sin embargo, les saltó encima con la intención de molestarles y distraerles.
—¡No les hagáis daño! —gritó Helkion a los demás hombres—. Lo hemos prometido.
—¿Cómo sortearemos al oso? —preguntó Kiefer—. No es prudente salir del camino.
—¡Llamad a Hal! —pidió a voces Reb Copdo—. Es tan grande y tan peludo como Gothic, que lo distraiga para que podamos pasar.
El aludido apareció entre los guerreros, se adelantó y sobrepasó la posición de los de vanguardia, directo al oso. El hombre realmente asemejaba un pariente de Gothic disfrazado de Bárbaro. Sin más preámbulos, se lanzó contra el animal.
—¡Recuerda: no le hagas daño! —le repitió Theraxian mientras pasaban a la carrera.
—…Descuida… —respondió el hombretón mientras hacía lo que podía para inmovilizar las terribles zarpas.
No bien habían pasado todos, Kiefer se paró en seco.
—¡Eowyn! ¡El mono se lleva a Eowyn!
En efecto, el simio había desatado la jaula de la silla del caballo de Kiefer y huía con ventaja hacia el castillo, cargando con esta.  Varios guerreros lanzaron sus caballos a la carrera en pos de Krivus, pero el mono saltó a un árbol y se perdió entre las copas.  Ludwig no aminoró la marcha, siguió los movimientos de las ramas junto al camino, pero pronto fue evidente hacia dónde se dirigía el simio. Directo al castillo.
De repente, el caballo negro azabache de Ludwig se desplomó, alcanzado por una misteriosa flecha roja. El bárbaro cayó por encima de la montura, rodando varios metros por el suelo.  Lanay bramó, los otros dragones se revolvieron, nerviosos, y Kiefer se detuvo en seco junto a su hermano, descabalgó y se agachó a su lado.
—¿Estás bien, Ludwig? —le preguntó al verle intentando levantarse.
—¿Qué son unos rasguños para un bárbaro, Kiefer? —respondió, resuelto a seguir tras el mono, ignorando las sangrantes heridas que se había producido al rodar por el suelo—. ¡Te cojo el caballo!
—¡Alto ahí! —le gritó un hombre que salió de la espesura—. No se te ocurra moverte…
En ese instante, Reb Copdo lanzó su hacha de mano al extraño, pero éste flexionó la cintura hacia atrás y la esquivó sin dificultad. En respuesta, disparó una flecha de su ballesta al bárbaro, que el brujo desvió con su espada anteponiéndose de improviso. Geralt de Rivia bajó su espada y se dirigió al hombre.
—¿Ahora usas ballesta, Geberth?
—¡Geralt! ¿Qué se te ha perdido en Kilgor? —se sorprendió el extraño personaje.
—Cuatro mil monedas de oro.
Geberth lanzó un silbido de admiración.
—No es mala cifra.
—¿Y tú? ¿Qué hace un brujo mercenario al servicio de las Cuatro Hermanas?
—Bueno, Geralt… ¿has estado alguna vez con cuatro hembras desenfrenadas?
—Demasiados problemas, Geberth.  Una sola ya me lleva de cabeza. Supongo que no pondrás reparos en dejarnos pasar…
—En absoluto. No hay hembra capaz de hacerme levantar mi brazo contra un hermano brujo. A más ver, Geralt de Rivia —dijo poniendo la ballesta en su hombro antes de desaparecer tal como había aparecido.
El grupo llegó, por fin, al castillo de las brujas. Las hermanas no habían previsto que nadie lograra llegar hasta allí, por lo cual la puerta no estaba protegida ni cerrada con llave. Todos los hombres la franquearon, los dragones y los caballos se quedaron fuera.
En silencio y en guardia, los bárbaros penetraron en el castillo sin oposición alguna. Extrañados y desconfiados, llegaron al salón principal, donde cuatro mujeres se ofrecían al ocio de distintos modos. Una tocaba el arpa con delicadeza, la segunda escribía con una bella y vistosa pluma de faisán, la tercera sostenía un orbe de invocación entre sus manos, absorta con lo que había dentro, y la cuarta leía abstraída un voluminoso libro. La que escribía percibió movimiento y levantó la vista, descubriéndoles.
—Hermanas, tenemos visita… —advirtió Mifkhen—. Tigana, ¿quieres dejar de tocar el arpa, querida? Ivriniel, deja ya ese insoportable libro.
Tigana rompió la nota y dejó de tocar. Se levantó del taburete.
—Pero, ¿qué es esto? ¿Una invasión? ¡Sashka, deja el orbe! —habló Ivriniel.
—Está manejando un campeón en los Campos de Justicia. Es inútil, no va a hacerte caso… —dijo la primera.
—¿Qué queréis, osados guerreros, de las Cuatro Hermanas? —les preguntó Tigana.
—Queremos a Melköra. ¿Dónde está?
Una explosión resonó en el salón a la par que una nube de humo negro apareció  junto a las mujeres, que exclamaron sobresaltadas.
—¡Aquí! ¿Cómo os atrevéis, cretinos, a entrar no sólo en Kilgor, sino en mi propio castillo? –gritó Melköra pareciendo entre el humo. La bruja sostenía a Eowyn entre sus manos.
—¡Hija del demonio, acabas de arruinarme el juego! —gritó Sashka, a punto de lanzarse contra la recién llegada.
—Tranquila, hermana, déjame hacer y te verás recompensada —la bruja centró entonces su atención en el líder de los bárbaros—. ¡Túuuuuuuuuuu! ¡Mataste a mi hijo y vas a pagar por ello!
—¡Devolvedle a mi prometida su apariencia! —gritó el rey bárbaro—. Hacedlo y no os mataremos, nos marcharemos de aquí en paz.
Las brujas se rieron de su magnanimidad. Las cinco.
—¡Que te has creído tú eso! ¡De aquí no va a salir nadie! —se rió Milfkhen —. Hermanas, preparaos.
Los bárbaros, ante la amenaza, enarbolaron las armas y cargaron.  Las brujas lanzaron rápidamente un hechizo que los barrió hacia atrás, impidiendo que se acercaran.  Todo voló por la sala, arrastrado por el vendaval desatado, golpeando a los hombres desprevenidos que, agachados intentando asirse al suelo, se arrastraban intentando llegar a las mujeres. Los chamanes, a trancas y barrancas, lanzaron un contraconjuro  que paró en seco el viento huracanado.
—¡Los dragones, Sham! —ordenó Ludwig.
Sham silbó con fuerza e, inmediatamente, una gran vidriera estalló hacia adentro y la cabeza de Nikto asomó por el hueco del ventanal, seguida por las de los otros dos dragones.
—¡¡La vidriera de cristal emplomado de mamá!! ¡Se la han cargado! —exclamó Tigana indignada.
—Huy qué penaaaaaaaaaaa…—dijo Sashka con una sonrisilla apenas disimulada.
Los dragones aspiraron aire para soltar sus letales llamaradas, pero Ivriniel fue más rápida y lanzó un conjuro. Los dragones desaparecieron.
—¡Nooooooooooooooooooooooooooo! —gritó Pher, desesperado, enarbolando el hacha de guerra mientras corría, ciego de rabia, hacia Ivriniel—. ¡Les has matado!
—¡Qué va a matar ella a un dragón, con lo que le gustan!—intervino Tigana, mientras movía la mano para lanzarle un hechizo paralizante—.   Sólo los ha encogido… un poco.
Ante la mirada atónita de Sham y los demás hombres, tres miniaturas de dragones que cabían de sobra en una mano, volaron hacia las brujas lanzando ridículas bocanadas de fuego.
—¡Qué bien, tres encendedores nuevos! —dijo Sashka, aficionada a fumar en pipa, cogiéndolos al vuelo.
—¡A los arcos! —ordenó Ludwig.
—Pfffff, no va a servir de nada… —murmuró Theraxian.
Las Cuatro hermanas levantaron una defensa mágica, pero Helkion logró disiparla mientras los arqueros cargaban las flechas.
—¡Deteneos, si no queréis que retuerza el pescuezo a la paloma! —amenazó Melköra, que agarraba a Eowyn con una mano y su cuello con la otra.
—¡Alto! —gritó Ludwing levantando una mano para enfatizar su palabra—. ¡No disparéis!  
Los bárbaros bajaron los arcos, obedientes. La bruja sonreía triunfante.
—Bien, bien, bien, eso está mejor. Y ahora… ¡Proceded!
Las Cuatro hermanas realizaron un hechizo, ante la divertida mirada de Melköra.  Todos los hombres se desvanecieron en humo, y este fue succionado por la esfera de invocación de Sashka, incluidos los dragones.
—¡Ah, la venganza! —susurró Melköra—. No hay mayor placer en el mundo…

Más tarde, esa misma noche, Tigana volvía a tocar el arpa y Melköra daba de comer grano a su nueva mascota, la paloma Eowiyn. Sashka, Ivriniel y Milfkhen  estaban de pie en un círculo de cinco personas, cada uno de ellos con un orbe de invocación en las manos. Se preparaban para jugar en La Grieta del Invocador  contra otro equipo de magos de un reino remoto. Vestían las capas moradas con capucha obligatorias para los participantes de élite.
—Bueeeeeeeeno, a ver si ganamos con las nuevas adquisiciones… —dijo Ivriniel.
—Celembor, ¿a quién escojes? ¿Mago, melee, support? —preguntó Sashka.
—¡Yo escojo a Ludwig, voy a top! —se adelantó pabcn, el invocador del extraño nombre.
—¡Maldita sea, pabcn! Pues no sé si escoger al brujo o a uno de los jinetes de dragón… —dudó Celembor.
—¡Eh! No, no, al brujo déjamelo a miiiiiiiiiiiii, muahahahahhahah! —dijo Milfkhen—. Me pido mid.
—Pues yo escojo al Hal, el bárbaro-oso como jungler —decidió Sashka.
—¡Entonces yo carry! Escojo a Pher y su dragón Yandrak —se apresuró Ivriniel.
—¡Otra vez support! —se quejó Celembor, el mago—. Está bien, me pido a uno de los chamanes de reciente adquisición… Por cierto, ¿cómo conseguisteis esa cantidad de campeones nuevos?
—Bah, fueron tan insensatos como para penetrar en Kilgor. Y ya sabes, Kilgor es reacio a  cualquier tipo de introducciones y alimenta nuestra magia de un modo espectacular —le aclaró Milfkhen con una pícara sonrisa.
—¡Venga, menos cháchara, que ya empieza la partida! —se impacientó Sashka.
—¡Buena suerte, invocadores, a vencer!


RE: Os acordáiss??? - Telcar - 27/04/2018

Jeje, menuda historia épica, cargadita y chispeante, no es fácil meter a tantos en tan poco espacio. Yo no estuve en este reto (no recuerdo el motivo), pero reconozco a casi todos los que aparecen aquí.

Un saludo.


RE: Os acordáiss??? - Sashka - 28/04/2018

Claro, es que los que están dentro del relato participaban en el reto. Por eso no estás. Un saludo también para ti.


RE: Os acordáiss??? - PHER - 30/04/2018

Jejeje qué recuerdos! A ver si poco a poco van volviendo más venteranos... que los retos se nos quedan cortos últimamente...


RE: Os acordáiss??? - Sashka - 30/03/2019

Joooder, si no lo hubiera puesto aquí, me serviría para un reto cambiando los nombres de los participantes... Nch, qué poco previsora.


RE: Os acordáiss??? - Wherter - 03/04/2019

Osti, al principio no me acordaba para nada de la historia, pero poco a poco fui recordando hasta que llegamos pafman y yo convertidos en un dragón bicéfalo. Pues nada, la he vuelto a disfrutar años más tarde...

Qué recuerdos y cuánta gente perdida (quizás para siempre?). En fin, que esto siga y que nos vayamos reencontrando!!!