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¿Qué será de mi? - Celembor - 09/05/2019 Pues estaba procrastinando un poco viendo entradas viejas de mi blog y he visto una reflexión que me gustó en su día. Está dedicada a mi hija pequeña (aunque ahora ya no lo es tanto) y he pensado en compartirla por el foro. Hola Leire. Hoy te voy a hablar de algo que siempre causa incomodidad. Supongo que tarde o temprano te asaltarán preguntas o dudas sobre la muerte. Yo te voy a dar mi punto de vista, que aunque puede parecer desolador, al fin y al cabo es lo que pienso en estos momentos. He de decirte que no siempre pensé así y puede que cambie de opinión, pero creo que es una buena reflexión para que me conozcas un poco mejor.
¿Qué queda de nosotros cuando morimos? Si te fijas, en los cementerios las lápidas existentes apenas contienen restos de personas con más de cien años allí, ya que para hacer sitio se molesta a los difuntos. El llamado «descanso eterno» apenas llega a un siglo. Para el común de los mortales, solo los hijo o padres visitan al muerto, y algunos incluso renuevan las flores. Pero los nietos ya no lo hacen muy a menudo y los biznietos nunca. Solo las personas famosas tienen mausoleos o tumbas en catedrales o palacios, donde generaciones de sirvientes limpian y adecentan. Pero ni siquiera estos tienen «descanso eterno». ¿Cuántas tumbas conoces de mil o dos mil años? La tierra se ha vuelto demasiado pequeña tanto para los vivos como para los muertos. Antiguamente los restos mortales de las personas tenían el derecho de existencia garantizado mientras los vivos los recordaran. Guardamos los recuerdos de parientes, amigos, compañeros de trabajo. Pero la memoria no va más allá de tres generaciones, siendo generosos. De la misma manera que nosotros nos desasimos del recuerdo de abuelos u otros seres queridos, habrá también quien nos abandone en la nada más absoluta. Nuestra memoria puede tener una vida más larga que nuestra carne, pero al final seremos olvidados como han sido olvidados los miles de millones de seres humanos en la Historia de la Humanidad. Las corrientes del tiempo acabarán llevándonos no solo hasta el olvido, sino hasta la «no existencia». Las fotografías y vídeos son un buen medio para mantener el recuerdo de las personas. Se llenaban álbumes enteros, que ahora se han convertido en gigas de espacio en disco, con instantáneas de nuestra vida en un intento de arrebarle al olvido retazos de nuestra existencia. Pero como puede que compruebes, pocas veces se miran las fotos de años pasados, ya que crean una nostalgia difícil de llevar y siempre viene a la cabeza la recurrente y conocida frase de «cómo pasa el tiempo». Al final, las fotos terminan pudriéndose y los discos duros estropeándose. ¿Qué queda de nosotros entonces? ¿Dios, Ala, reencarnaciones…? Puede que para mucha gente le sirva de consuelo. Le servirá para llevar mejor esa oscuridad aterradora que es la muerte y el olvido, la «no existencia». Las religiones y sus derivados se crearon para dar explicación a las preguntas cuyas respuestas el hombre desconoce y para crear cierto orden social. Pero eso a mi no me sirve. Para mí creer en Dios es como creer en Chtulhu. Un acto de fe. Creer por creer, por sentirte mejor, por pertenecer a un grupo, por aliviar, como ya he dicho antes, la sensación de vacío al asomarte al abismo de la muerte. Entonces, ¿qué me queda? Para mí, son los hijos. Tú, como única hija biológica, y tus hijos, y los hijos de tus hijos. Será porque tal vez te parezcas a mi, porque te considere una extensión de mi mismo, tal vez una rama de mi tronco. Me siento unido a ti por los lazos biológicos, sin duda, pero hay mucho más detrás. Es como si una parte de mi ser hubiese sido traspasada y cuando yo muera seguiré vivo como una parte de ti. En tus rasgos se reflejan la mezcla de la persona a la que amo y los míos. En tus gestos, tus expresiones, me identifico a mí mismo y me recuerdo que yo también fui así. Eres una prolongación de mí mismo que funciona de forma independiente. Pero yo no soy el modelo a partir del que se han generado las copias ulteriores, sino solo una quimera, construida a medias con los rasgos de mi padre y madre, que a su vez lo fueron de los suyos. Creo que no tenemos nada que nos sea propio, sino que somos el resultado de una interminable mezcla de piezas de mosaico que existen con independencia de nosotros y que se combinan en una miríada de estampas casuales que, a su vez, tampoco poseen un valor propio y que se vuelven a descomponer una y otra vez. ¿Merece la pena que me sienta orgulloso de esos dedos de los pies pegados que considero mío, pero que en realidad ha viajado por cientos o tal vez millares de cuerpos a lo largo de miles de años? Sí. Para mí si. Merece la pena eso y mucho más. |