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“El albor de nuestra era fue el fruto del final de otra. Del cadáver aún humeante de un pasado otrora grandioso y ahora olvidado, nació el mundo que conocemos.
De las cenizas de la avaricia nos levantamos, perseverantes. En los anales de la historia antigua se relata cómo los antiguos hombres, nuestros precursores, pusieron fin a su existencia mediante sus más peligrosas armas; el poder y el miedo. Muchos fueron quienes lucharon contra el poder, pero muchos más los que perecieron ante el miedo.
Ella no pudo soportar más el dolor de ver su obra consumida por el fuego de la corrupción y entonces despertó; para borrar el tablero y volver a comenzar su trabajo.
Algunos pueblos la llamaron Al-lat, Gea o Anu entre otros, pero el más pronunciado siempre fué Mephitis; perdurando este hasta nuestros días.
Mephitis surgió de las entrañas de la Tierra, solo su despertar provocó temblores alrededor del mundo y embraveció los océanos. Arrasó todos los pueblos del antiguo mundo uno tras otro con ayuda de sus vástagos; movió montañas y partió continentes en dos como el ser todopoderoso que es. Los hombres se unieron para luchar, en lugar de arrodillarse y suplicar el perdón, y por eso Mephitis, la Madre Tierra no tuvo contemplación alguna con aquellos que poblaron su jardín antes que nosotros. No destruyó el mundo realmente, solo lo cambió; dió una segunda oportunidad a aquellos que consideró dignos para que construyeran una nueva era falta de los pecados del pasado. La energía de la creación que emanaba de Mephitis trajo nueva vida, y el ser humano dejó de ser la raza predominante. La línea evolutiva, no solo del hombre, si no de todas las criaturas, se dividió como las ramas del árbol que crece en la colina acunado por la brisa y la gracia de la Madre Tierra. Entre las razas que pueblan hoy los jardines de Mephitis, las predominantes son los halusir, los kainen y los humanos; pero no son las únicas.“

El origen de nuestra era Libro primero de catorce.