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[Novela Río] Un diamante entre las nieves. - Jaden Diamondknight - 19/07/2020

La ventisca abrasaba las montañas de Katamari. Poco se podía ver a través del polvo de diamantes. No muchas personas se adentrarían a la bruma gélida, especialmente no los aldeanos de la villa al pie de la cordillera. Pese a todo esto, a mí no me molestaba. Ya ni recuerdo desde qué época he merodeado en las cúspides, cada vez que empieza a nevar tan intensamente. 
He visto decenas de personas morir atrapadas en el manto helado. Todos ellos me culpan a mí, cuando yo solo intentaba rescatarlos. Duele… Duele mucho que me traten así, cuando yo solo intentaba ayudar…
Ahí estaba. Un aldeano bastante joven, de cabello castaño, piel un poco tostada y una barba recortada, deambulando entre la ventisca. Parecía bastante joven, no más de treinta años. Se tambaleaba entre la nieve, intentando caminar desesperadamente. Pero no importaba cuanto esfuerzo metiera. Al final, se cayó al suelo y empezó a ser enterrado por ese manto helado. No podía permitirme ver esa escena desalentadora. Tenía que hacer algo…
Tomé al caballero entre mis brazos y me lo llevé a una cueva para resguardarlo de la ventisca, inmediatamente. El muchacho perdió la consciencia. Debe haber sido por el frío… Pobrecito. ¿Tanto tiempo ha pasado desde que me molestaba el frío? Ya ni recuerdo cómo fue que me volví una “Yuki Onna”. Lo último que recuerdo fue que me extravíe en el bosque cercano, junto con mi esposo. Estaba nevando. Algo me cayó encima, pero no recuerdo que fue. Solo recuerdo sentirme muy cansada y ese frio…
Un rato después, los dos llegamos a una caverna, escondida entre la maleza. Lo más cercano a lo que puedo llamar “mi hogar”. Si fuera por mí, me mudaría a la aldea humana. ¿Pero quién iba a aceptar a un “Yokai” como yo? No dudaría más de un día. Prendí una fogata para que el aldeano se calentara y me alejé lo más que pude de ahí. Desde que me convertí en una “Yuki Onna”, me ha lastimado tanto el simple hecho de aproximarme a una fuente de fuego.
Y así como así, esperé a que el muchacho reaccionara, de cualquier manera. No importaba si era un gemido de dolor. Con tal de que no muriera de frío. Justo cuando iba a tirar la toalla, el chico abrió los ojos.
— ¿Dónde estoy?
El aldeano se tornó a mirarme a mí. Le sonreí de vuelta, aliviada por el hecho de que haya sobrevivido.
— ¿¡Quién eres tú!?
El muchacho estaba por levantarse, cuando de pronto lo detuve.
—No te vayas­—comenté al chico. —La tormenta no ha cesado. Espera aquí hasta que se haya terminado.
Él se veía agitado y asustado. Solo podía esperar a que se tranquilizara.
—Prometo que no te lastimaré. Yo te saqué de la ventisca y te llevé hasta aquí. Por favor, ten confianza en mí.
El chico no parecía estar muy convencido de mis palabras, más al final cedió a mi petición y volvió a sentarse. Ahí fue cuando me levanté del suelo y fui a servirle un poco de sake, para que su cuerpo se mantuviera caliente.
—Espero que no te moleste beber esto. Es sake.
Le entregué un poco de sake al muchacho. No fue sino hasta que olió el aroma de la bebida hasta que él se sintió lo suficientemente cómodo como para dar un sorbo.
—Es lo más que puedo hacer, hasta que pase la ventisca.
Y así fue como pasamos el resto de la “velada”. El aldeano y yo conversamos por un rato. Él me dijo que su nombre era Kazuma Watanabe. Él era nada más que un humilde leñador, quien había subido por madera. Cuando de pronto se avecinó la ventisca. Intentó regresar lo antes posible al poblado, pero ahí fue cuando yo lo encontré. Menuda suerte la nuestra, de ser así.
Kazuma me preguntó por mi nombre. No supe cómo responderle. Ni siquiera yo misma lo recordaba. Para ese punto, el chico ha sido tan honesto conmigo. En verdad no deseaba mentirle, pero tampoco podía dejarlo sin una respuesta. Mejor me invento un nombre de la manga.
—Mi nombre es Hanabi. Un placer, Kazuma.
Un rato después, el alcohol le llegó a la cabeza a Kazuma y se cayó dormido. Ya no corría riesgo de morir congelado, más era mejor estar precavida. Varias horas después, la ventisca pasó. Era de mañana. El cielo resplandecía con la luz del sol más irradiante que tenía. Kazuma se despertó.
—Por favor, ven conmigo a la villa, Hanabi. Quiero que todos conozcan a la chica que me salvó la vida.
Me negué inmediatamente. De ninguna manera me iban a aceptar, el momento que se enteren que no soy humana.
—No puedo. Tienes que marcharte de aquí, sin mí. Este es mi hogar.
El muchacho no se veía muy convencido por mis palabras. Su mirada se tornó en una expresión de misericordia y compasión.
— ¿Así lo quieres?
Simplemente asentí con la mirada. No debía decirle lo que en verdad era.
—Lo entiendo… gracias por todo.
Y así como así, Kazuma se marchó a su pueblo. Parte de mí quería acompañarlo, más mi cobardía no me lo permitió. A pesar de lo mucho que dolía verse alejar esa silueta masculina, no me moví de mi lugar.
Desde ese entonces, he escuchado varias historias y rumores de gente de la aldea, con respecto a lo que le pasó a Kazuma. El muchacho comentó a sus vecinos sobre lo que le aconteció en la montaña. “Juro por los dioses que fui salvado por una mujer de cabello negro y piel tan blanca como la nieve”. Muchos de ellos no le creyeron. “Pero si esa perra ha matado ya a muchos de nuestros aldeanos. Estarás loco y viste cosas o tuviste una pesadilla”, fueron algunas de sus respuestas.
Bien sabía que algo así iba a pasar. ¿Qué más daba si es que le salvé la vida a un pobre muchacho que se extravió entre la nieve? Mi reputación ya me precede. Por más que me duela la crítica ajena, supongo que es lo mejor. Podré estar sola, pero al menos tengo a mi amada montaña. Aunque… si tuviera la oportunidad, me encantaría encontrarme con alguien quien me aceptara… ¿¡En qué estoy pensando!? El frío ya me está afectando. Mejor me quedo en la cueva, hasta que me muera- Quizás así, pueda encontrar paz interna...