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[Fantasía] El mal del vecino - tyess - 12/08/2020

No sé si ya había traído piezas de esta "novela" a este foro (cuando estaba trabajando en esta versión la puse por todos lados), pero aquí planeo dejarla ordenadita, si hay público.


Sinopsis

Teresa por fin tiene su vida en orden.

No tiene más preocupaciones que aprobar el curso, evadir las citas que le organiza su prima, y pegarle a los chicos que le hacen bullying a su hermano menor. Todo eso es manejable.
Tiene  tiempo para lidiar con un enamorado que salió de la nada o con un hechicero de otro mundo que roba la vida de algunas personas cuando están vulnerables.
Pero, ¿porque tenían que pasar  ambas cosas a la vez?

Por desgracia, no es ninguna coincidencia.

Índice

Ladrones (I - II - III - IV)


RE: [Fantasía] El mal del vecino - tyess - 12/08/2020

Ladrones


~ 1 ~


“Todos los caminos pasan por La Tierra”.

Era una broma difundida por los usuarios de magia de traslación. Según ellos, cualquier error de pronunciación, falta de  concentración, viajes accidentales… todo podría llevarte por casualidad a La Tierra.

Y aún así, casi todos los terráneos seguían sin saber sobre toda la vida, ciencia y magia que había más allá de su atmósfera y sus prejuicios. Era lo que llamaban un mundo no libre, pues aún lo restringia por la ignorancia.

Cada vez había menos de esos mundos, y mas leyes para protegerlos de algún vecino que intentara aprovecharse de sus limitaciones.

Vecinos como Kamnaid, gobernante de un mundo conocido como Kren, sólo que nadie sabia que estaba afectando a La Tierra. Sólo sabían que estaba destruyendo su propio mundo, algo en lo que La Sociedad de Mundos Libres había decidido no intervenir hacía casi catorce años.

Y  sin embargo, uno de sus Guardias de Paz había conspirado contra Kamnaid, y luego lo había atacado directamente, sólo para ser asesinado como todos los retadores legítimos que habian entrado antes a la Sala del Trono. Todos los que le habían ayudado morirían también.

Lo que  nos lleva al dia de la ejecución de Idmeik.

En La Tierra, era Sábado. Dos chicas hablaban de la carrera universitaria que querían seguir, y un adolescente hacía la tarea de una chica bonita en su cafetería predilecta. Nada extraordinario.

En Kren, dos cazadores arrastraban a un hombre hasta un enorme salón en dónde el gobernante lo esperaba para apuñalarlo.

No fue una herida severa, pero Idmeik sabía que sólo era el inicio de su castigo.

No suplicó por su vida como había suplicado por la de su familia. En cambio, se obligó a mirar a la cara a su asesino: a mostrar orgullo por primera vez. Al hacerlo vio el collar que colgaba del cuello del gobernante. Reconoció la magia de su amiga, brillando como fuego blanco dentro de un cubo de cristal.

No pensó en lo que haría, o para qué. Sólo extendió su mano, sujetando con fuerza el pequeño contenedor mientras pronunciaba una palabra extranjera. Desapareció en el acto.

Kamnaid no intentó detenerlo. El veneno haría su trabajo de todas formas. No se daba cuenta de que el traidor se había llevado un pequeño trofeo, así que no le importaba su paradero.

Mientras el gobernante de Kren seguía con su día, el hombre al que había descubierto conspirando contra él, estaba en un lugar desconocido. La luz y el sonido parecían excesivos, aunque los amortiguaban los altos edificios que había a ambos lados del callejón.

Se le ocurrió que siempre había estado destinado a traer esta magia a un mundo en donde nadie sabría reconocerla. La dueña original no hubiera querido que Kamnaid la tuviera.

El fugitivo se puso tan cómodo como podía estar en sus circunstancias, sentado contra un muro áspero en un callejón húmedo. Muriendo Lentamente.

Después de lo que parecío ser un siglo, escuchó pasos. No tuvo la fuerza para alzar la vista. ¿Serian ellos? No importaba. Ya nada importaba. Sólo… Deseó desesperadamente una última noticia de su hijo menor.

―Ya hizo un amigo―dijo el chico que acababa de llegar―. Todavía extraña su hogar y está aterrado, pero estará bien. Kamnaid ni siquiera se acuerda de él.

La voz aún tenía algún matiz de la preadolescencia, pero ese tono paciente lo hacía sonar como alguien a quien Idmeik conocía.

Cuando el recién llegado se arrodilló frente a él, no le sorprendió descubrir que tambien se miraba como el eco de su amigo.

―¿Frankie? ―logró susurrar, mientras intentaba alzar su mano para ofrecerle el pequeño trofeo.

Su interlocutor negó con la cabeza. Sus ojos no tenían la misma compasión y madurez que los del hombre con quien Idmeik lo había confundido. Jamás había visto a esa persona con quien tanto se parecía. Sin embargo, aceptó el collar de Meridyia como si siempre hubiera sido su destino recibirlo, y sostuvo la mano del moribundo hasta el final.

A diferencia de Idmeik, Ángel no creía en el destino, pero sabía reconocer un evento trascendental. Convencido de que esta era una oportunidad, la tomó como lo había hecho Idmeik al robar la joya:  sin un plan, sin un propósito, y tratando de ignorar el hecho de que la muerte estaba justo ahí.

Era la primera vez que veía morir a alguien, aunque sus pesadillas de niño solían ser tan vívidas que esto no había sido tan malo.

Al menos había dado algo de paz a este hombre.

Pero no podía quedarse más tiempo. Kamnaid ya había notado que le habían robado y enviaría  a sus cazadores tras el rastro de Idmeik.

Ángel sabía que no tardarían, así como había sabido que Idmeik estaba aquí. Así como sabía exactamente qué era el objeto que acababa de obtener. Ese era su don: enterarse de todo tipo de información sin tener que buscarla.

Por instinto, fue al parque en dónde estaban su hermana y su prima.

Jugaban baloncesto, solas. Nunca nadie quería jugar con ellas. La más alta, con su cabello corto y teñido de un rojo horriblemente llamativo, era demasiado agresiva. La de la voz estridente, que parecía estar divirtiéndose más, era conocida por hacer trampa en los juegos.

Al principio no se fijaron en el chico. Él suponía que debía decir algo, pero no sabía qué, así que se sentó en una banca y se quedó ahí, mirando al piso, hasta que ellas decidieron acercarse. La pelirroja se sentó a su lado, con el ceño fruncido, pero fue la otra la que habló.

―¿Tú perceptividad te está abrumando de nuevo, Angelito? ―preguntó Soham, su prima.

―¿De qué te acabas de enterar? ―Teresa parecía más preocupada.

Ángel no dijo nada, simplemente le dio el collar a su hermana.

―¡Brilla! ―exclamó la otra, escandalosa como siempre, observando el objeto.

Era cierto que el cubo brillaba, pero sólo en el interior, como si encerrara luz. No era natural. No en este mundo.

―Es magia ―comprendió Teresa, mientras sostenía la cadena a la altura correcta para que el cubo estuviera frente a sus ojos llenos de curiosidad―. ¿De dónde sacaste un contenedor de magia en nuestro mundo?

―Un ladrón acabó aquí mientras escapaba con él ―explicó Ángel, con voz tensa―. El dueño del contenedor lo mató. Así que ahora… lo tenemos nosotros.

Las chicas creyeron entender.

―No parece magia tan poderosa como para morir por ella ―comentó Teresa, mientras enrollaba la cadena para ocultar la joya en su puño cerrado.

―¿Y nosotros para qué lo queremos? ―quiso saber Soham, con tanto entusiasmo que parecía que obtener un objeto mágico la hacía la mujer más dichosa del planeta.

En realidad ella siempre era así: llena de energía y curiosidad.

―Hay dos motivos —respondió el muchacho—: el dueño del cubo lo querrá de vuelta, y otra persona tiene planes para esa magia.

―¿Debemos devolverlo? ¿No podemos usar ese collar para... ―Soham hizo una serie de gestos que con esfuerzo podían interpretarse como pases mágicos―, ya saben... hacer travesuras imposibles? ¿Con la magia?

―No podemos sacarla ―explicó la otra joven, más seria―. Sólo algunas personas pueden tomar magia ajena.

―Oh, qué lástima ―Soham no parecía tan decepcionada―. Entonces, está bien, hay que devolverla... ¿A quién? ¿El dueño tiene un hijo simpático?

―¡Que te oiga Lucas diciendo esas cosas! ―comentó Teresa, en son de burla.

―Si no le gusta un espíritu libre, que busque otra novia. Pero no estoy buscando un chico para mí, Teresa; es para ti. Realmente necesitas un...

―¡Por enésima vez, deja de buscarme novio!

―¿Aunque sea un mago y…?

―No vamos a devolverla ―dijo el muchacho, de pronto, para sorpresa de ambas―. El dueño del contenedor no tiene que recuperarlo nunca.

―¿Y la otra persona? ―pregunto su hermana, preocupada.

―No tendrá más remedio que venir a buscarlo, ¿cierto? ―respondió Ángel, con una sonrisa de satisfacción. Se negó a decir una palabra más sobre el asunto.

El dueño del contenedor, ese que creía tener derecho sobre la magia ahí dentro, era un hombre muy importante y temido. Pero a Ángel le daba lo mismo. Emboscar al otro, en cambio, era algo con lo que sólo había podido soñar.


RE: [Fantasía] El mal del vecino - Iramesoj - 15/08/2020

Es interesante el giro argumental que da nada más empezar, con el tal Idmeik transportándose a otro mundo y dando la joya a Ángel, que hace de nexo entre dicho objeto y la protagonista.

Está bien escrito, y de momento parece menos triste y oscuro que lo que estoy acostumbrado en tus obras. Aunque al principio hay un asesinato, enseguida cambia a jóvenes haciendo deporte y pasándoselo bien. Me gusta más consumir una historia


RE: [Fantasía] El mal del vecino - tyess - 03/09/2020

Gracias por comentar, @Iramesoj. Creo que tienes razón en que esta historia lleva un tono más alegre. Creo que eso viene de la época en que lo escribí. Tanto así que la escena de Idmeik no existía en la historia original. ¿Por qué parece cortado tu mensaje?

Continúo con la historia.


Ladrones
~ 2 ~
Emnaid estaba teniendo un ataque de claustrofobia.

Las personas de La Tierra hubieran supuesto que era porque las enormes ventanas de cristal habían sido cubiertas con tablas y cartones. Pero él no tenía un problema con eso. Había pasado casi toda su vida bajo tierra.

Pero su pequeña habitación en el palacio subterráneo respiraba. Murmuraba los eventos que presenciaba, a menudo guardándose aquellos que eran secretos. Este edificio era frío y carente de vida: nada más que concreto y metal.

El sonido que venía del exterior contaba historias sobre un caos permanente y cientos de soledades que, por casualidad, ocurrían en el mismo lugar y momento.

Emnaid quería escapar, no del edificio abandonado del que podía salir cuando quisiera, sino de ese mundo tan extraño.
Éste era un planeta cálido, con un sol relativamente cercano; pero en el fondo era frío. No parecía vivo, con todos esos edificios muertos y personas hastiadas. Y aun así seguía moviéndose desesperadamente, como si esperara llegar a alguna parte distinta, siguiendo siempre el mismo camino. El joven heredero al trono de Kren no hubiera sido el primero en decir que era un poco patético.

Él prefería a los monstruos con vida, letales pero hermosos. No quería estar en este lugar. Pero no era su decisión. El gobernante era su padre, nadie más tomaba decisiones en ese mundo.

―¿Emnaid? ―llamó una voz familiar, del otro lado de la puerta.
―Entra, Félix.

La puerta se abrió y dio paso a un hombre alto, pulcro desde los clavos en la suela de sus botas, hasta su rubia cola de caballo. Todo en él tenía un aire elegante, salvo por la cicatriz que iniciaba a la derecha de su coronilla y atravesaba la frente hasta llegar a la mitad de su nariz. El guerrero había notado las reacciones: unos miraban fijamente, otros luchaban para no mirar. Incluso la gente que lo veía a diario en el palacio de Kren.

Emnaid era una excepción.

―Tenemos una respuesta ―informó Félix―. Sobre Idmeik.

Los dos sabían que su tono había dejado claro lo ocurrido, así que él mayor no dio más detalles.

―Pero… hay una buena noticia ―agregó.

Emilio lo dudaba, pero dejó hablar a su guardaespaldas.

―Robó el contenedor. Ha pasado por manos terráneas, y ahora lo tiene una muchacha.
―¿Una muchacha terránea? Al menos no puede sacar la magia. ¿Fraild fue a buscarla?
―No. Insiste en no dejarse ver en este mundo. Y de todos modos… no sabemos dónde la tiene. Eba carece de tacto y yo… ―él hombre señaló la cicatriz, demasiado fácil de reconocer o de describir.
―¿Así que tengo que pedírselo yo?
―Es la opción evidente. Pero si no está listo…
―Iré. Pero si se pone difícil, sólo la traeré a rastras y Eba le sacará respuestas con uno de esos cuchillos que nunca la he visto usar.

Fue con Fraild, su mentor, para que le diera la información necesaria para encontrar e identificar a la chica terránea.

A la mañana siguiente, fue a buscarla.

Como de costumbre, intentó manejarlo con discreción. Podía darse el lujo de una investigación de un par de días en lugar de llamar la atención. Primero, le hizo conversación en la parada de autobús, asegurándose de que todo pareciera casual.

Teresa fue amable, aunque distante, hasta que descubrió que él no estaba mirando precisamente sus ojos mientras hablaban. No se sorprendió. Estaba tan convencida de que los muchachos eran animales, que decidió perdonar su evidente conducta pervertida porque había sido breve e inofensiva. Se limitó a mantener la distancia y descartar la amabilidad.

Juzgaba mal al muchacho: Emnaid estaba asegurándose de que no hubiera un cubo de cristal brillante colgando de su cuello. No lo había. Tampoco lo llevaba en su mochila ni en los bolsillos, aunque él no podía comprobar eso.

Si Emnaid quería saber en dónde estaba el contenedor, tendría que robarle la respuesta o ser lo bastante confiable para que ella le dijera lo que él quería saber. Hubiera podido torturarla, quizá, o dejar que su tutor siguiera buscando información a su modo. Él no sabía si una cosa o la otra hubieran rendido frutos, pero aún así, optó por la forma civilizada, porque había algo en la ira de ella que le había causado una buena impresión.

Viajó con ella en silencio y ella lo toleró pero no le dió excusas para entablar conversación.

Cuando bajaron del bus, Teresa habló de nuevo. Justo como él había supuesto.
―¿Estás siguiéndome?
―No.
―¿Y entonces, porque bajas del autobús en mi parada?
―Es mi parada.
―¿Y también vas a mi colegio?
―Así parece.

La chica le dirigió una mirada incrédula, que él fingió ignorar.
No entró al colegio con ella, pero esperó a que saliera. Eso sí: en un sitio desde el cual podía verla sin ser visto.


RE: [Fantasía] El mal del vecino - Iramesoj - 12/09/2020

No sé por qué sale cortado, como me preguntas, pero está dicho practicamente todo lo que quería y solo hay una frase cortada. Quería decir “me gusta más consumir una historia de este tipo”. ¡Un saludo tyess!


RE: [Fantasía] El mal del vecino - tyess - 07/10/2020

Aquí, cambiando el capítulo 1. Básicamente, modifiqué la parte dónde Angel llega para que sea más claro qué es lo que está pensando Idmeik, y agregué esto al inicio:


Quote:“Todos los caminos pasan por La Tierra”.

Era una broma difundida por los usuarios de magia traslacional. Según ellos, cualquier error de pronunciación, falta de  concentración, viajes accidentales… todo podría llevarte por casualidad a La Tierra.

Y aún así, casi todos los terráneos seguían sin saber sobre toda la vida, ciencia y magia que había más allá de su atmósfera y sus prejuicios. Era lo que llamaban un mundo no libre, pues aún lo restringia por la ignorancia.

Cada vez había menos de esos mundos, y mas leyes para protegerlos de algún vecino que intentara aprovecharse de sus limitaciones.

Vecinos como Kamnaid, gobernante de un mundo conocido como Kren, sólo que nadie sabia que estaba afectando a La Tierra. Sólo sabían que estaba destruyendo su propio mundo, algo en lo que La Sociedad de Mundos Libres había decidido no intervenir hacía casi catorce años.

Y  sin embargo, uno de sus Guardias de Paz había conspirado contra Kamnaid, y luego lo había atacado directamente, sólo para ser asesinado como todos los retadores legítimos que habian entrado antes a la Sala del Trono. Todos los que le habían ayudado morirían también.

Lo que  nos lleva al dia de la ejecución de Idmeik.

En La Tierra, era Sábado. Dos chicas hablaban de la carrera universitaria que querían seguir, y un adolescente hacía la tarea de una chica bonita en su cafetería predilecta. Nada extraordinario.

En Kren, dos cazadores arrastraban a un hombre hasta un enorme salón en dónde el gobernante lo esperaba para apuñalarlo.

No fue una herida severa, pero Idmeik sabía que sólo era el inicio de su castigo.