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RE: [Nuc] Nirak - Muad Atreides - 19/09/2021

Gracias por leerlo, Mode. Ya está corregido, la verdad es que lo acabo de escribir y subir. Sé que no debería ser así, pero se me hizo una costumbre. Lo que sí voy a intentar es darle más un formato de capítulo y no que sea algo que escribo y publico. De todos modos este cierre me da pie para empezar algo más trabajado. Creo que queda mal que el nombre de la marhad se sepa recién ahora, pero se me ocurrió que el "cuando el nombre murió" supla ese descuido.
Dune, ufffff, estoy esperando ver esa pelí, aunque ya que leí el libro unas cuantas veces no sé si me emocione tanto al verla. Te envidió por estar leyendo ese libro por primera vez XD. Puede que inconscientemente esté metiendo algo de Dune en los asdarh, ya de por sí cuando creamos nuestro wolverine ya sabía que Dune se había infiltrado en mi desierto.


RE: [Nuc] Nirak - Muad Atreides - 11/11/2021

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Su cabello atraía las miradas de los asdarh de una manera que la alagaba y asustaba al mismo tiempo. Comprendió que los habitantes del desierto profundo no se parecían en nada a lo que había imaginado en un principio. Tal vez sus prejuicios se veían alimentados por la sociedad meridiana en la cual había crecido (Salia recordaba muy poco de su tierra natal), y ya que era la primera vez que visitaba otra nación, no era de extrañar que todo aquello la tomara por sorpresa.
Se hallaba en la pequeña tienda que los asdarh les habían asignado: una armazón sencilla construida con cueros y ramas flexibles. La emisar se sintió a gusto de inmediato, ya que dentro imperaba cierto frescor. Afuera el sol hacía estragos, por lo que agradeció aquel momento de solaz. Sobre todo pensando en Nirak, quien descansaba despatarrado junto a ella, quien con sus ronquidos espaciados terminaron por tranquilizarla. No podía creer lo relajado que se  veía ahora; sabía que había logrado conectar con la yegua de la marhad de una manera tan eficaz como íntima. Tal vez había utilizado el patrón de la empatía, algo que podía llegar a ser peligroso. Y de algún modo el animal había aceptado su nueva condición. Claro que ahora era un ser totalmente diferente, y se preguntó si su abuelo había previsto el impacto que esto podría tener en la tribu asdarh.
Con estos inquietantes pensamientos abandonó la tienda. El sol la encandiló sin misericordia. Cubrió sus ojos de la intensa luz del mediodía con ambas manos, justo a tiempos para ver a unos niños que se abalanzaron sobre ella, inquietos y excitados, como si de una antigua diosa se tratase.
—¿Ese viejo es tu hombre o tu sirviente? —quiso saber una niña de rizos castaños y piel cetrina.
No debería contar con más de nueve años, por lo que su pregunta se le antojó un tanto invasiva. De todos modos no pudo evitar una mueca al escucharla, recordando que la gente del desierto no conocía las normas básicas de cortesía. Aunque tal vez ella ya había actuado de una manera ofensiva según sus costumbres. Por alguna razón que se le escapaba la niña parecía aguardar su respuesta con gran expectación.
—Ninguna de las dos —contestó muy seria—. Es mi abuelo.
La niña emitió un sonido que parecía indicar que lo comprendía a medias. ¿Tal vez sería porque entre los asdarh aquel tipo de parentesco no poseía la misma fuerza que en Meridian?
Mientras reflexionaba sobre esto sintió unas manos inquietas jugando con su cabello. El niño en cuestión era casi un infante que seguramente hacía muy poco que había comenzado a  caminar. Sin embargo era el que más fascinado estaba con su pelo, y especialmente con el intenso color rojizo que a esa hora parecía encenderse con los rayos del sol. La joven sonrió al percatarse de la felicidad del pequeño y decidió quedarse quieta para que siguiera con lo suyo. Se sorprendió cuando el niño se sentó en su falta y la observó con detenimiento, centrándose en sus ojos e intentando, en vano, quitarle las pecas del rostro.
Ensimismada con aquel niño no se percató de los jinetes que se acercaban hasta que los tuvo a solo unos metros. Llevaban sus monturas por las bridas y el polvo del desierto cubría sus botas negras. Aquellos rostros curtidos por el sol la observaron sin disimulo. Era difícil descifrar qué querían expresar con dichas miradas, pero Salia sintió que el temor la invadía, e instintivamente hurgó en el bolsillo de su casaca hasta encontrar el último fragmento de hueso que le quedaba y aferrarse a él con algo parecido a la desesperación.
—Son tus ojos.
Aquellas palabras la sobresaltaron de tal manera que, en contra de su voluntad, dio un respingo. Quien habló fue Irize, la joven asdarh que se había encargado de la montura de la marhad aquella misma mañana.
—¿Qué tienen mis ojos? —quiso saber con curiosidad.
—El color de tus ojos —explicó la asdarh—, es sagrado para nosotros. Creemos que hay parte de un dios en las personas con esos ojos.
Salia sonrió, no muy segura de si Irize se estaba burlando de ella. Sin embargo, al notar cómo la joven la miraba, con algo parecido a la adoración, supo que estaba diciendo la verdad.
—¿Tu abuelo está bien? —preguntó entonces la asdarh, intentando no incomodad a la extranjera más de lo que ya debía estar.
—Solo está cansado —contestó de manera escueta Salia.
Irize asintió y le hizo un ademán para que la acompañara, al tiempo que masculló una reprimenda a algunos de los niños que aún seguían cerca, revoloteando a su alrededor como inquietas moscas.
—No me molestan —dijo Salia.
—Aún no, pero lo harán —le contestó Irize—. De todos modos no deberían verte como alguien a quien pueden acosar con sus preguntas cada vez que te vean.
Salia asintió, cayendo en la cuenta que se había visto liberada del constante acecho de aquellos niños. Luego se fijó en las botas de su guía, de un negro llamativo que contrastaban notoriamente con su indumentaria: una casaca desgastada y sucia que, al igual que su pantalón, era del color del desierto.
 Irize se dio cuenta del escrutinio de la emisar y sonrió al decir:
—Pronto mi atuendo será como el de ellos.
Habían llegado a una zona libre de tiendas, en donde se hallaba el corral en el cual Nirak había caído exhausto horas atrás. Por un momento creyó verlo en medio de la tierra reseca, muy quieto, como si jamás fuera a levantarse.
Las monturas de los guerreros del desierto eran llevadas a los establos por jóvenes asdarh, todos ellos jóvenes que trataron con reverencia a los sudorosos caballos.  Mientras, los jinetes se reunieron a las puertas del corral, alabando sus monturas y gastándose alguna broma. Todos ellos iban vestidos de negro. Sin los turbantes que cubrieran sus rostros se veían menos peligrosos, o eso pensó Salia mientras se acercaba.
A pesar de que sabía que las mujeres tenían gran relevancia entre los asdarh, no pudo dejar de sorprenderse al notar que la mayoría de ellos eran de su mismo género. Al igual que la marhad, muchas de esas mujeres llevaban el cabello corto. En contrapartida, había hombres que se lo habían dejado crecer. Aunque todos ellos, sin excepción,  en trenzas de peculiares diseños. También había mujeres que ostentaban dichas trenzas y hombres con el cabello corto, por lo que concluyó que los jinetes poseían la libertad de llevar el cabello como quisieran. «Después de todo terminarán cubriéndoselos con un turbante», razonó Salia.
La emisar los observó disimuladamente mientras era guiada por Irize más allá de los corrales. Ellos también la estudiaron, aunque sin disimularlo en lo más mínimo. Pensó, no sin cierta inquietud, que era probable que muchos de ellos hubiesen formado parte del enfrentamiento contra el Varanus. Sus rostros le dejaron bien claro que no sentían ningún respeto o admiración por ella, algo que sí habían comenzado a sentir por Nirak.
Cuando una de las jinete sonrió de manera provocativa, Salia se sonrojó al comprender que, probablemente, creyeran que era la amante del brujo. Tal como la niña había asumido minutos atrás. Y no podía culparlos, ya que, al igual que Nirak, ella no llevaba el atuendo de un emisar.
—Irize, ¿qué creen que soy? —preguntó señalando con la cabeza al grupo.
—Probablemente que eres una esclava —admitió la joven.
—Creía que tenían a las mujeres en mayor estima.
—Y así es —confirmó Irize—, solo que piensan que las extranjeras como tú son muy... ¿tiernas?
Salia observó de nuevo a la mujer que había sonreído. Se había separado del grupo y ahora la observaba desafiante, con la sonrisa insolente en su rostro curtido por el sol.
—¿Así que tiernas? —dijo, al tiempo que se separaba de Irize unos pasos.
La joven asdarh respetaba y temía demasiado a los jinetes como para inmiscuirse en un desafío como ese, aunque suplicó con la mirada a Salia para que no hiciera nada de lo que luego pudiera arrepentirse.
La emisar hizo caso omiso de su guía y se encaró a la jinete:
—¿Ves algo gracioso? —le preguntó mientras se encaraba a ella.
El cabello de la jinete era negro como la noche, al igual que sus ojos, y su rostro, curtido por los años a la intemperie, daba la impresión de haber sido tallado en piedra y lijado con la arena del desierto. Sin embargo su sonrisa vaciló un instante, como preguntándose por qué una simple esclava se atrevía a hablarle de aquella manera. Luego sonrió, pues los desafíos eran algo que los habitantes del desierto buscaban a diario, ya que cabía la posibilidad de que hallaran su karys dagorh, el camino infinito, el cual todo hijo del desierto creía que estaba destinado a seguir tarde o temprano.
—Tu piel se está calentando, yufis. ¿No quieres cubrirte del sol?
Salia no se alteró, a pesar de saber que aquel término era un insulto que significaba, si no recordaba mal, esclava, o tal vez puta. O quizás las dos cosas, no estaba segura. Por segunda vez tanteó el hueso en su mano, lo notó tibio, preparado para entregarle su poder cuando ella lo requiriera. Aun así, dudó, ya que por sobre todas las cosas la joven emisar tenía buen juicio, o eso creía. Claro que ante la carcajada de la mujer no pudo contenerse, y mientras iba recreando el patrón del viento en su mente comenzó a correr hacia la asdarh, sorprendiéndose al escuchar un grito de rabia que hasta ese momento jamás había emergido de su garganta.
La jinete se tensó y desenvainó su daga, cuya hoja resplandeció de forma letal mientras la movía de un lado a otro esperando confundir a su adversaria. Cuando Salia se halló a solo unos metros, el poder del viento embistió a la asdarh como el rugido de un varanus prehistórico. La mujer fue arrojada varios metros hacia atrás. Cuando la guerrera se incorporó su rostro mostraba ira, pero también temor, pues ahora sabía que se enfrentaba a una bruja.
Salia se tomó un momento para sonreír. La mujer corrió hacia ella, silenciosa pero decidida. La emisar no se amedrentó, pues confiaba en su viento más que en cualquier otra cosa. Cuando estaba a solo unos metros, la jinete fintó hacia un lado y rodó hacia el otro, evitando el viento que la joven emisar ya había comenzado a arrojar sobre ella. Sorprendida por aquella maniobra Salia supo que ahora se hallaba en peligro de muerte, ya que no podría moverse a tiempo para detener el ataque.
Fue entonces cuando escuchó, por primera vez, una voz en su interior. Aquella voz le susurró en un idioma que jamás había escuchado, y que sin embargo entendió a la perfección. De pronto una idea absurda se formó en su mente: deja que el viento decida lo que es mejor para ti. En un principio se le antojó ridículo, pero luego, sin saber muy bien cómo lo hacía dejó que el viento hallara a la jinete por sí solo, quien a esa altura se preparaba para asestarle el golpe de gracia.
La asdarh se vio sorprendida por una ráfaga que la arrojó al piso, perdiendo el equilibro y dándose de bruces contra la abrazante arena. La caída no solo había sido poco elegante sino ridícula.
Salia se volteó a tiempo para ver cómo la mujer levantaba su rostro y mostraba sus dientes, curiosamente de un inmaculado blanco, en una mueca de fiereza que más que asustarla irritó a la emisar. Aquello mujer no se rendiría jamás, y entonces comprendió que quizás ese enfrentamiento fuera a muerte.
Canalizó en su mano todo el poder que podía obtener y envolvió a su rival en un torbellino de viento y arena. Luego la alzó como si fuese uno de los viejos y arrugados pergaminos de Nirak. La jinete se vio levantada del suelo, pataleando indefensa y con un pánico creciente en sus ojos, algo que satisfizo sobremanera a Salia.
Recordó lo que había logrado la noche anterior con una pequeña roca y se preguntó si podría hacer lo mismo con algo más pesado. Con una sonrisa en los labios envió a la asdarh hacia el cielo, cada vez más y más alto. Aquel cuerpo desesperado se perdió en aquella inmensidad azul, y ni las aves carroñeras podrían decir donde estaba exactamente. Luego la dejó a su suerte. Sabía que ahora la jinete estaba cayendo a gran velocidad, pero confiaba en que la vería de un momento a otro. Había tenido mucho cuidado en dirigir su viento directamente hacia arriba. Por supuesto, había una pequeña posibilidad de error, por lo que luego de observar a los jinetes unos segundos (se veían preocupados, aunque aceptando la suerte de la jinete con admirable estoicismo), manipuló el viento para hallarla.  Por un momento la incertidumbre la invadió, a pesar de lo cual intentó ocultar su inquietud de los presentes.
Entonces la vio: un punto negro que apenas parecía moverse; se había desviado más de lo que había previsto. Rápidamente envió su viento hacia ella, dándole pequeños y precisos empujones, de manera que cayera directamente sobre el grupo de jinetes. Soltó su presa sobre la asdarh voladora y observó una vez más a los jinetes, quienes, curiosos y algo preocupados, observaban el cielo en todas direcciones, sin percatarse que su compañera regresaba a ellos con la fuerza del mundo.
Salia concentró el poder sobre sus cabezas, comenzando a crear un muro horizontal. Aquello era algo que jamás había hecho y sintió la misma excitación que la noche anterior, ya que no solo había logrado que el viento quedara atrapado en un lugar específico, sino que convirtió ese lugar en algo fuera de toda ley natural; algo que desalojaba el poder del mundo y volvía inservible todo lo que sabía hasta entonces sobre la fuerza del mundo. Sintió una oleada de pánico que atenazó su vientre, como un pulpo inquieto que se revolviera en su interior. De manera absurda esto le dio fuerzas para seguir tejiendo su muro, que de a poco fue tomando forma de una burbuja ovalada. Podía sentirla, mas no verla con los ojos.
La asdah se acercaba a su destino velozmente, y Salia se preguntó si el lugar  que acababa de crear sería suficiente para frenar la caída. Estuvo tentada en amortiguar su llegada; sabía que podía hacerlo, pero luego recordó cómo la jinete había estado a punto de matarla, por lo que decidió aguardar impasible el desenlace de aquel experimento.
De pronto los jinetes se encogieron al sentir sobre ellos una vibración, seguida de una brisa ardiente que surgió de la nada y pareció expandirse a su alrededor. Alzaron sus rostros para descubrir, asombrados, el cuerpo de su compañera flotando justo encima de ellos.



RE: [Nuc] Nirak - Miles - 04/01/2022

¡Ostras! me había perdido esto, no sabía que habías publicado otro fragmento. Me ha gustado mucho todo el tratamiento de la magia y cómo Salia mejora cada vez más su habilidad capítulo a capítulo, a este paso se va a comer a Nirak como protagonista.

Se pone interesante.