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[Fantasía oscura] La oscuridad encajonada - JPQueirozPerez - 09/12/2020

He perdido ya la cuenta de los días que lleva la lluvia arreciando. Los riachuelos se han convertido ya en torrentes que arrasan todo a su paso. El viento hace su parte y arranca de cuajo árboles y destruye edificios. Pronto estaré muerto, pero todavía guardo la caja.
    La vieja caja de ébano llegó a mí en herencia de un tío de mi madre, Gert, mercader que la consiguió en las lejanas tierras de Ma. La familia le tomaba por un loco, «las fiebres de oriente», decían; yo escuchaba sus hazañas cuando era un muchachito y me estremecía de los horrores que narraba sobre los extranjeros que encontró en sus viajes y los ritos que practicaban.
    Algunos adoraban a dioses de los que jamás había oído hablar, pero otros lo hacían a las mismas deidades que guardaban nuestro hogar, pero de una manera repulsiva: pagando en sangre y espíritu los dones de los dioses. Y no tendría yo más que unos seis años cuando me habló por primera vez de la caja.
    «Esta caja guarda todo lo bueno del mundo, pero todos la quieren», fue lo primero que dijo antes de enseñármela. Para un muchachito como era yo en ese momento, parecía enorme y hubo algo en su interior que me causó un rechazo inmediato; quise alejarme y tropecé, empecé a llorar a mares y entonces madre se acercó a ver qué ocurría. Ese día fue también la primera vez que hablaron de la locura del viejo tío.
    Madre y tías me aseguraron que no pasaba nada, que el viejo tío no quería asustarme, pero él no me asustó; fue la caja. De ébano lacado, dando la impresión de que lo que la rodeaba era más oscuro que el resto del ambiente; glifos grabados que era incapaz de comprender, mas me hablaban directamente a lo más profundo de mi ser, de los horrores que allí se guardaban y que jamás debían ser liberados; ¿y qué decir de la forma?, no tenía ninguna cerradura, a decir verdad, no tenía nada que dijera que estaba realmente ante una caja y no ante un bloque de madera tallado. Pero era una caja, lo supe en cuanto la vi, porque me habló de la oscuridad que contenía en su interior.
    No volví a ver la caja en años. Evité al viejo Gert siempre que me era posible, y, las pocas veces que no lo fue, la existencia de la caja no era mencionada; él me hablaba de sus viejos viajes, pero con un aire melancólico, anhelando algo más. Lo cierto es que desde aquel encuentro que tuve con la caja, la salud del viejo tío se resintió y parecía envejecer de manera sobrenatural, como afligido por una maldición; creo que cuando yo era un infante, él era un hombre fuerte, ahora ya es difícil recordarlo, pero lo que sí recuerdo es lo decrépito que fue en sus últimos años de vida.
    Esos últimos años no tardaron en llegar, tendría yo unos diez u once, cuando un día, nada más despertar, madre me dijo que al viejo tío le quedaba poco tiempo de vida; supe que volvería a ver la caja cuando él muriera como la certeza que tenía uno con volver a ver la luz del día al caer la noche. Después dijo que él quería despedirse de mí, y aunque quise implorarle que no, ya no era un niño; no podía portarme como tal. Por tanto, me dirigí en silencio al cuarto del viejo, detrás de mí escuchaba la conversación de las mujeres pero era un murmullo que me llegaba como un eco lejano, y ni siquiera me había alejado todavía del gran salón. 
    Al alcanzar la gran escalinata un sudor frío empezó a humedecer mi frente, empecé a respirar con dificultad y me quedé ahí quieto durante lo que me pareció una eternidad. Durante esa eternidad algo me agarró el hombro y di un sobresalto; se trataba del joven Ot, un mozo que ayudaba a los criados de la mansión. El grito que di alertó a mis familiares, que se acercaron a ver qué ocurría.
    Creyeron que algo me había hecho ese mozo y por tanto fue castigado duramente; quise decirles que se equivocaban, pero sólo pude abrir la boca y soltar bocanadas de aire mientras copiosas lágrimas recorrían mi rostro. Por supuesto, cuando heredé esta casa recompensé al joven Ot por el castigo que recibió por mi culpa; aunque creo que nunca me culpó porque vio el horror en mi rostro e incluso él se sintió espantado. 
    Madre me acompañó al cuarto del viejo tío y esperó en el umbral mientras yo me acercaba, como impulsado por una fuerza mayor. Entonces creía que era la caja, ahora sé que eran ellos, de los que me habló el viejo tío al presentarme la caja, los que hoy arrasan nuestro hogar buscando la caja.
«Acércate, hijo», me dijo Gert desde su lecho, aunque estaba ya muy cerca; lo hice, no por mí, sino por ese impulso superior. Agarró mi mano y me miró o lo que se asemejaba a una mirada dentro de esa vista perdida en algún punto del pasado. En mi mano dejó un trozo de pergamino mientras murmuraba: «Ahí vas a encontrarla, búscala, cuídala, no dejes que la tengan». Me quedé quieto y en silencio, como así hizo él. No sabía si madre seguía ahí o no porque no me atrevía a mirar atrás; temía que no fuera ella quien estuviera acechando en el umbral.
    Mis temores se vieron alimentados cuando, en un ataque de locura, gritó el viejo «¡Los recolectores! ¡Los recolectores!», señalando a un rincón del cuarto que se hallaba iluminado por la débil luz del alba que entraba por los ventanales. Su otra mano se había convertido en una garra que aferraba la mía con una fuerza que no podía tener alguien en su condición. Golpeé su mano para intentar separarme y fui incapaz, como incapaz fue madre, que vino a rescatarme. Nuestros gritos de auxilio hicieron que algunos trabajadores de la finca vinieran a ayudar; fueron necesarios cuatro hombres fuertes para hacer que el viejo Gert me soltara.
    Mi mano estaba dolorida y agarrotada, no me sentía capaz de abrirla. El curandero, que fue avisado para dar una pócima para hacer dormir al viejo tío, la observó con atención, mas no vio en ella nada fuera de lo común así pues consideró que simplemente estaba así por la impresión. Tomé una pócima relajante y me fui al jardín a tomar el aire.
    Al salir a la luz del día fui capaz de abrir la mano, ahí estaba el pergamino arrugado. No entendí los glifos que allí estaban escritos pero los reconocí, eran los mismos que habían en la caja; aquí no había una voz que me hablara directamente descifrándome el significado de este texto, así que ahí me quedé, hasta que el sol estuvo alto en el cielo y madre vino a buscarme para decirme que el viejo tío había muerto. Ese día pensé que me había equivocado y que no volvería a ver la caja; durante años ese alivio evitó que pensara en ella, hasta que empecé a soñar con la oscuridad.
    «Acércate, hijo», me dijo Gert desde su lecho, aunque estaba ya muy cerca. No, no era Gert, recordaba esa escena de haberla vivido pero había algo diferente; no me acerqué. «Acércate, hijo», insistió ese ser que fingía ser mi viejo tío; seguí sin acercarme. «¡Ven!», la orden fue superior a mí o a cualquier elemento lógico, porque aparecí a su lado y mi manita infantil volvió a ser presa de una férrea mano, pero ya no escondía su aspecto y se trataba de oscuridad pura; cuando levanté el rostro, lo que vi era un rostro informe hecho de tinieblas, como si hubiera una oscuridad más sombría que otra que le daba algo de semejanza a un rostro humano pero sin ser capaz de imitarlo.
    Desperté empapado en sudor, me había orinado encima y no fui capaz de volver a dormir esa noche. No sería el último sueño que tuve, y cada vez eran más frecuentes, empezando como una escena cotidiana de mi vida que era depravada por esa oscuridad que me llamaba y me exigía buscarla. Naturalmente acabé obsesionándome por descifrar ese mensaje que me dejó el viejo tío, de otro modo acabaría enloqueciendo por los sueños.
    En esos años madre me impuso un tutor para aprender diplomacia, quería que me uniera a la corte real para que hiciera alianzas con los nobles del reino, cosa que nunca llegué a hacer. Mi tutor decía ser un mago aunque no dio muestras de ninguna clase de poder; en otras circunstancias habría hablado con madre para que echara a patadas a ese impostor de nuestra finca, sin embargo después de todo lo vivido estaba mucho más abierto a creer.
    Hice bien, porque cuando ya tuve la confianza suficiente con mi tutor le mostré el mensaje, y aunque le costó un poco traducirlo, pudo darme el último mensaje de mi tío: «Bajo los pies del primer gigante extranjero». Agradecí a mi tutor por el mensaje aunque no entendí de qué hablaba.
     Esa noche volví a soñar. «Esta caja guarda todo lo bueno del mundo, pero todos la quieren», fue lo que dijo el viejo tío antes de mostrarme la caja. Por supuesto recordaba la escena pero, esta vez, fue diferente, no fui capaz de alejarme ni de tropezar ni de llorar. Estaba solo con esa caja y mi tío, pero sabía que no era mi tío, que era oscuridad; «¡Encuentra al primer gigante extranjero, encuéntrame, guárdame!».
    Fui de inmediato a despertar a madre aunque fuera plena noche. Creí que ella iba a reñirme por hacer algo así pero vio mi expresión horrorizada, así que fue a buscar al curandero para que me administrara una pócima para dormir; luché por evitarlo, pero me fue imposible, madre había hecho venir a criados a que me sujetaran para que el curandero cumpliera su mandado.
    Dormí y soñé, dormí y pasé todo ese tiempo con la oscuridad que me rodeaba y me torturaba.
    Desperté y esperé a estar tranquilo, o lo que más podía asemejarse a la tranquilidad, para hablar con madre. Me disculpé por mi comportamiento y le dije que había tenido una pesadilla. Ella parecía estar al tanto de que mis pesadillas eran recurrentes, así que tuve que decirle el motivo; mentí o no mentí, porque le dije que me obsesionaban las últimas palabras del viejo tio Gert. Ella creyó que hablaba de su mención a unos recolectores, así que dejé que así lo hiciera, habló de algo de que en su juventud el viejo Gert había trabajado en cosechas antes de hacerse a la mar; sabía que no eran esos recolectores a los que hacía referencia, pero no importaba, madre siguió hablando, parecía llevar mucho tiempo queriendo hablar de su tío y no tenía con quién hacerlo; al parecer, sus hermanas no tenían el menor interés en el viejo que le había cedido la mansión y los terrenos de la finca a madre. No es que importe ahora, pero incluso entonces sabía que el motivo era que, aunque madre fuera la más joven, había tenido descendencia a diferencia de ellas.
    Pero volvamos a lo que importa, a las historias que me contó madre. Empezó a contarme los viajes de su tío como marino, de cómo pasó de ser un grumete a ser un mercader con su propia flota, y de cómo empezó a importar objetos del extranjero, entre ellos árboles de Ma. 
No sabía de la existencia de dichos árboles, así que quise que madre me los enseñara. Tuvimos que recorrer un buen trozo de la finca para hallar un bosquecillo al sudeste de la casa en el que estaban esos árboles; ébano de Ma. Ahí estaba la caja, aunque estaba claro que madre desconocía cuál fue el primero de esos árboles en ser plantado.
    Pasé varias noches cavando aquí y allá, sin hallar nada; al menos los sueños se fueron. Lo peor empezó cuando quedaban pocos árboles en los que buscar, pues empecé a verme acosado por sombras y bultos que me observaban en la lejanía y que a veces desaparecían ante mis ojos; empezaba a preguntarme si no estaba sufriendo yo también las fiebres de oriente.
    Al séptimo día hallé la caja. No, al séptimo día la caja me halló a mí, esa era la forma correcta de decirlo, porque cuando estuve cerca me llamó y me guió hasta ella.
    Verla otra vez fue extraño, porque no sentí horror, sentí un profundo alivio. Sentí paz, una paz que duró poco cuando vi como unos sombríos sabuesos se acercaban trotando o tal vez flotando, era difícil asegurarlo en la penumbra de la noche. Escuché sus gruñidos y gañidos, hasta que me abracé a la caja y entonces pararon quietos. Poco a poco se fueron desvaneciendo y mi vista se fue acostumbrando a la noche, al punto de que a lo lejos pude ver una figura humana que me observaba; dicha figura simplemente se dio la vuelta y se marchó.
    Ahora mis noches eran tranquilas, me sentía protegido teniendo la caja en mi poder; pero mis días… ¡ah, mis días! ¿Cómo podía mi viejo tío haber vivido así tanto tiempo? En cada rincón de mi hogar me sentía observado; cuando me dirigía a la ciudad, cada desconocido que me miraba parecía querer arrebatarme la caja; cuando hablaba con alguien escuchaba una especie de eco, como una segunda voz por debajo de la de mi interlocutor que me exigía que devolviera la caja.
    Eso fue así hasta que me enamoré; la conocí en uno de mis viajes comerciales al extranjero. Empecé a hacerlos con unos dieciséis o diecisiete, porque madre ya no tenía buena salud para hacerlos y no confiaba en nadie más, y fue esto lo que evitó que acabara en la corte real; muchas veces me he preguntado si eso fue una bendición o una maldición.
    Entonces llevaría yo algo más de un año desde que empecé a hacer estos viajes. Aun habiendo hecho varios en el país y unos pocos en el extranjero (incluso ya había hecho uno a Ma), seguía con esa sensación desagradable en la que no me sentía capaz de confiar en nada ni en nadie. «Todos la quieren» fueron las palabras del tío Gert y al fin era capaz de comprenderle. 
    Ella era diferente, su presencia me causó paz, una paz que sólo he sentido con aquella caja que guardaba con tesón; era una joven lavandera de aspecto sucio y cuya belleza era propia de la villanía que estaba más preocupada en la supervivencia que en la estética. Aún así, me cautivó y quise conocerla. 
    No tardó en venir a vivir a mi hogar y que nos prometiéramos. Me preguntó si acaso no pensaba entregarle una dote, y le dije que no era necesario, que todo lo mío sería suyo en cuanto estuviéramos desposados, porque era la luz de mi vida.
En algo menos de un año nos desposamos y esa primera noche ella volvió a recordarme mis palabras: «Todo lo tuyo es mío ahora, ¿no es así?» fueron sus palabras antes de sujetar suavemente mi rostro. «Así es, luz de mi vida» respondí yo. «Entonces entrégame la caja». Me quedé sin habla, nadie debía conocer la existencia de la caja, nadie mortal al menos.
    «Hiciste una promesa, ahora debes cumplirla» exigió mi amada esposa, pero aunque me asustó su actitud y su conocimiento de la caja, no hizo ademán de retenerme cuando salí del cuarto. El pasillo parecía más iluminado de lo que debería para esas horas y, cuanto más me alejaba de allí, más brillante parecían ser las luces; me desorientaban y olvidaba dónde estaba yendo; al llegar a la escalinata, caí rodando por ellas. A sus pies me esperaba mi amada esposa.
    «¿Por qué rehuyes de tu amada esposa? ¿Por qué no pagas la dote que prometiste a la luz de tu vida?». Yo sólo me cubría de esa luz que quería adentrarse en mi ser y robarme la localización de la caja que protegía. «Mírame» me dijo, «mírame» repitió y esta vez la miré; no me sentía atacado por la luz, a decir verdad estaba incluso ligeramente oscuro y eso me agradaba. Ella me miraba serena, pero noté que estaba furiosa, las últimas palabras que me dirigió así lo dejaron claro: «Si quieres alejarte de la luz de tu vida, yo haré que te alejes para siempre».
    Lo último que vería es como el que había sido el amor de mi vida empezaba a titilar y se convertía en una silueta brillante, mucho más brillante de lo que nunca hubiera visto, luz pura que, aun con los ojos cerrados, seguía viendo. Grité para que parara, grité y grité hasta que los criados vinieron a socorrerme. Mi esposa ya no estaba; tampoco mi vista.
    De todo esto ha pasado toda una vida, no volví a ver a los que venían tras la caja pero siempre supe que seguían ahí, vigilando, esperando que volviera a acercarme a ella. Jamás lo hice, la tenía a buen recaudo y mucho mejor resguardada de lo que la dejara el viejo Gert. 
    Pero ya soy viejo y ellos lo saben, por eso te la lego a ti, pronto de esta casa no quedarán ni los cimientos, pero para entonces Ot ya te habrá llevado a ti y a tus padres lejos. Allí donde os lleve tendrás las directrices para saber el lugar donde oculto la caja, conócela y luego escóndela en otro lugar más seguro aún. Y cuando conozcas una moza que hinche tu pecho... ¡Mátala! No te dejes engañar como hice yo, no pagues con tu vista los errores de amar la luz.
    ¡Ahora márchate!, pero antes apaga esa luz, no puedo verla pero la noto, y quiero estar en paz en la oscuridad, porque ya acechan los recolectores.