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[Fantasía épica] Las espinas de las Rosas - Rocolons - 20/06/2015

Hola a todos! soy nuevo en este foro, busqué por mucho tiempo algún foro sobre fantasía y lo he encontrado. Ésta es una historia que he comenzado a escribir durante un tiempo, me gustaría que la critiquen y opinar para seguir avanzando, muchas gracias de antemano. Subí el primer capítulo, y en un rato subiré el segundo. Gracias!!




“Desde la rebelión de los elementos los Dioses condenaron a los seres humanos a vivir en tierras mundanas, sometidos al hambre, sed y al sueño. Sin embargo, el origen divino de cada elemento no pudo ser borrado del alma humana…”
Libro de los Elementos, El Gran Antiguo Norg

I.
Cassia Rossal se levantó temprano aquel día. Aún era otoño y las secas hojas de los árboles se habían colado por las grandes ventanas de la habitación, pensó que su criada, Pierina, había olvidado cerrar los pesados postigos que la aislaban de las frías corrientes, ya que era una anciana que no tenía la suficiente fuerza para realizar aquella acción.
El agua en la que se sumergió por largos minutos estaba tibia y burbujeante, permitió que su criada le lavara sus castaños cabellos, ya que últimamente una ola de piojos había invadido Fuerte Roble y no podía permitirse estar incómoda en su último banquete. Lord Domen, su señor padre, había invitado a todos los Lores y Damas de la región, incluyendo a Altaír Lemar, noble hijo de Lord Ricker, Señor de Muros Blancos. Cassia se preguntaba a menudo cómo era posible que Lord Ricker siendo un hombre poco agraciado pudiera haber engendrado a un hombre tan hermoso como era Altaír.
«Altaír El Bello» Se refería a él a menudo cuando cuchicheaba con sus amigas.
Pero Cassia no solo estaba emocionada por ver al joven heredero de Muros Blancos, sino que principalmente porque al llegar la luna llena partiría a la Capital para convertirse en una de las damas de honor de la princesa Edda Folmener, conocería al Rey y a su familia real, los largos pasillos del Palacio de Verano, las hermosas playas de agua cristalina que rodeaban el castillo, asistiría al mítico baile del Nuevo Mundo y estaría rodeada de las personas más influyentes del Reino.
― ¿Y si hago mal todas mis tareas y decepciono a la princesa?―preguntaba sin pausa Cassia mientras la criada peinaba su cabello―. Ella ya no me querrá y me devolverá hacia aquí; seré la vergüenza de la Casa Rossal.
― ¡Oh, dulce niña!― canturreaba la anciana―. Si la joven princesa os ha elegido personalmente es porque ha visto algo en usted. Aprenderás a realizar vuestras tareas en cuanto llegues allí, la paciencia es arma y armadura.
― No conozco a la princesa personalmente, ni siquiera al Rey o a la Reina―protestó preocupada mientras su criada trenzaba sus largos cabellos―. Mi padre sólo ha recibido la carta con la invitación.
― Grandes invitaciones son enviadas a grandes Casas― sentenció la anciana en un tono sombrío.
Cassia se miró al espejo y comprobó el peinado; su oscuro cabello estaba recogido en dos grandes trenzas que formaban una gran rosa. «Como las que decoran el escudo de nuestra Casa» pensó mientras se paraba del tocador de roble ennegrecido. Pierina la vistió con un camisón de lino blanco que había lavado en lejía y encima depositó un largo vestido de lana fina que tenía un color rojo oscurecido y que era ocasionalmente utilizado para media estación; parecía ser un día donde el sol brillaba, pero el viento corría fuerte.
Cassia se pasó la mañana cosiendo un nuevo vestido de lana mientras Pierina guiaba sus puntos, la joven soñaba con poder confeccionarle un vestido de fiesta aterciopelado a la princesa Edda o tal vez ser la dama de los peinados.
«Quién sabe, si soy lo suficientemente buena, podría hasta convertirme en dama de honor de la mismísima Reina» pensaba.
Y así entre pensamientos, el atardecer no demoró en caer sobre ellos. Alguien golpeó suavemente la puerta de su habitación y luego de unos segundos entró su madre, Lady Lena. Era una mujer alta, de cara solemne y de cabellos dorados.
― Los cocineros ya están terminando el banquete―anunció su madre mientras se acercaba―. Mandé a que compraran los mejores mariscos y pescados del puerto, también ordené que se hicieran grandes porciones de ensalada con los frutos del bosque, como te gusta a vos.
―Muchas gracias madre―contestó Cassia mientras se ponía encima un abrigo gris de lana gruesa―. Estoy algo nerviosa, quiero que todo salga perfecto, deberíais ordenar que los músicos afinen sus instrumentos dentro del salón, el banquete que celebramos para el día de la cosecha fue conocido por las horribles melodías que ofrecimos. Y quiero que recibamos a Altaír con grandes honores, decidle a Ser Fernan que prepare una bienvenida con el escudo de la Casa Lemar.
Su madre asintió sin objeciones. Cassia conocía ese gesto, lo había hecho cuando trató de decirle que el mar de los Dioses había tragado al mayor de sus hermanos, Taro, o cuando su amiga Nadia había sido raptada por unos bandidos del Reino Agua.
― ¿Qué sucede madre?
― En el atardecer llegó un jinete proveniente de las Tierras de los Minerales y nos ha entregado una carta; Lord Ricker y Lady Eleana han muerto.
Cassia se levantó de la incómoda silla.
― ¿Cómo ha sucedido?―preguntó casi gritando.
―Se encontraban en Montehierro, tierra natal de Lady Eleana― contestó su madre con el mismo tono―. Al parecer iban camino a una justa que se realizaría por los Caballeros de Hierro, las ruedas de la carroza no resistieron las quebradas y cayeron al vacío.
Cassia pensó lo peor y soltó un pequeño grito que fue callado con su propia mano.
― ¡Es horrible! ¿Estaba Altaír con ellos?
― Afortunadamente no― situó una mano en el huesudo hombro de Cassia―. El joven Altaír estaba en Muros Blancos cazando jabalíes con sus primos.
El alma volvió rápidamente al cuerpo de la muchacha.
―Eso significa que no vendrá―se dijo para sí misma lamentándose.
―Lo dudo, hija mía. ¿Queréis escribirle una carta expresando tus condolencias? El jinete partirá al anochecer de vuelta a Muros Blancos y podríamos poner vuestra carta junto a la de vuestro padre. Altaír lo valorará mucho en estos momentos.
― ¡Por supuesto madre!―dijo Cassia juntando sus manos.
― Creo que es hora de que bajemos y reunamos a la familia― cambió de tema Lady Lena― Buscaré al castellano para que arme la bienvenida en el patio central.
Lady Lena no esperó respuesta y se marchó de la habitación. Esta noche no podría ver a Altaír El Bello, pero había un banquete que celebrar y bailes que danzar.

El frío se apoderaba de la incipiente noche. La niebla proveniente de los bosques de Roble entraba cautelosa por las murallas del castillo mientras los invitados se apresuraban a entrar al Gran Salón. Era una habitación amplia y alta, diez columnas de sillares de piedra oscura se erguían paralelamente en el salón, mientras que en los huecos de cada columna una escultura de un importante Lord reposaba con firmeza. Los candelabros colgaban del alto techo e iluminaban el suelo recubierto de madera clara y que tronaba cada vez que una persona caminaba. Un gran rosetón con vidrios rojos dejaba pasar la luz de la luna e iluminaba la pálida piel de Cassia, la mesa en donde la familia Rossal estaba sentada se ubicaba en un altillo mientras que los demás lores y damas invitadas se repartían en largas mesas por el salón.
Cassia estaba sentada en el quinto lugar de la mesa, naturalmente su padre estaba primero, seguido de su madre, su hermano menor Lander y su hermano Myro, luego venía ella y su hermana Iona.
Lord Domen dio dos aplausos cortos y la servidumbre entró rápidamente. Grandes bandejas de fruta de temporada comenzaron a repartirse por las distintas mesas. Cassia observaba como Lord Hagnos Follet no dejaba avanzar al pobre muchacho que servía las frutillas, sacaba un puñado con su mano y cuando terminaba de introducírselas a la boca ya tenía su rojiza mano entre la bandeja. Por otro lado, Lady Mena Pinore prohibía a sus gemelos que comieran frutillas o arándanos debido al sarpullido que les provocaba.
«Será una gran noche» pensó. Y así fue.
Luego de ingerir las frescas frutas, la servidumbre sirvió los platos fuertes; por un extremo de la habitación había jabalí bañado en salsa de arándanos y perdices en jugo de ciruela, mientras que en el otro los invitados comían guiso de almejas con salsa amarilla y pescado escabechado.
Lander Rossal tomaba lentamente de su copa de bronce, parecía ingerir su contenido con una expresión de disgusto. Había cumplido trece años hace dos lunas llenas anteriores y no le gustaba el sabor de la cerveza, pero según su padre, la cerveza era la bebida de los hombres y él ya estaba a punto de convertirse en uno. Su pequeño hermano Myro comenzaba a quedarse dormido sobre la larga mesa, Lady Lena ordenó a una de las nodrizas que lo llevara inmediatamente a la cama ya que el baile estaba a punto de comenzar.
Los músicos comenzaron a subir al altillo ubicado entre los pilares oscuros. Cassia podía escuchar los pequeños soplos que realizaban con sus flautas, luego escuchó los suaves deslices de un arpa y la música empezó.
―Al parecer Lord Hagnos quiere bailar contigo―le susurró al oído su hermana Iona―. Ha estado mirándote desde que la sidra se terminó.
«Es verdad, me ha estado observando con sus grises ojos toda la velada» pensó mientras un rubor invadía sus marcados pómulos.
―Callad tu boca―le dijo Cassia en voz baja―. Es un hombre mayor, tiene dos hijas y un joven heredero.
―He escuchado que no se ha comprometido desde que su esposa murió― Iona esbozó una extraña sonrisa―. Quizá no ha traído a su heredero porque está interesado en buscar una novia apropiada para él mismo.
―Cuando estáis callada parecéis una dama apropiada―contestó molesta―. Te quedaréis sola. Es tarde para que una pequeña como tú esté aún en un banquete―Cassia miró rápidamente a su señora madre―. ¡Madre! Iona está muy cansada y desea irse a la cama.
Iona intentó decir algo pero la nodriza ya estaba a su lado tomándole la mano para llevarla a la cama. Cassia le sonrió y tomó un poco del vino que había sido traído del Valle Rojo, no le gustaba el sabor pero en un banquete como el de aquella noche debía hacerlo.
Lord Hagnos Follet se levantó tambaleante de la mesa, sus dos hijas trataron de sujetarlo pero él se liberó rápidamente. Caminó hacia la mesa de los Rossal esquivando a la muchedumbre que bailaba las animadas canciones de los músicos.
Cassia al divisarlo, se disculpó con sus padres y empujó la gran silla de roble oscuro hacia atrás, se levantó y bajó apresurada del altillo.
― ¡Miladi!―lo sorprendió por la espalda Lord Hagnos―. Los Dioses de Tierra la han bendecido con una belleza sin igual.
«Está bebido, muy bebido» pensó.
―Muchas gracias Milord―sonrió nerviosa―. Agradezco vuestro esfuerzo al venir desde Jardines de Lágrimas.
―Largos e incómodos viajes siempre tienen su recompensa―puso en su lugar un castaño cabello de Cassia que se había escapado del peinado en forma de rosa―.
―Disculpadme Lord Hagnos―dijo retrocediendo un paso y observando a su madre― Me gustaría tomar un poco de aire fresco.
― ¿Queréis compañía Miladi?
«Sois estúpida, ahora te seguirá donde nadie podrá vernos» pensó furiosa.
― No será necesaria tal molestia Lord Hagnos―intercedió Lady Lena con una voz firme―. Vuestras hijas están esperándolo.
―Por supuesto―contestó el Lord sorprendido―. Que tengáis una buena velada Lady Lena y agradezco vuestra invitación.
El Lord se marchó tambaleante y desapareció entre la multitud que continuaba bebiendo.
―Gracias madre―dijo Cassia sonrojada― ¿Podría tomar un poco de aire fresco? Me siento un poco mareada.
―Por supuesto, Ser Fernan está afuera custodiando las puertas, decidle que no te quite el ojo de encima.
Cassia caminó hacia las puertas, saludando a los nobles caballeros y damas que se encontraba en el camino, hasta que por fin Ser Fernan abrió las puertas y una fría brisa danzó en sus pómulos ruborizados. El castellano la acompañó hacia el patio central y montó guardia.
La noche estaba despejada e iluminada por las estrellas que se repartían en el firmamento, la joven notó que en el establo aledaño al patio había un caballo observándola, era blanco y mediano, Cassia comprobó que su pelaje era suave como el aterciopelado de su habitación. De pronto el caballo retrocedió bruscamente y una sombra emergió desde el fondo y caminó hacia ella.
Cassia intentó gritar pero antes de que la voz saliera de su boca reconoció a la silueta; era Alexandor Goldtur, hijo del castellano Ser Fernan, trabajaba en los establos del castillo y conocía a la doncella desde que eran niños de pecho. Era un joven delgado, alto para su edad, de cabellos largos y castaños como el roble del bosque y de piel pálida como la nieve que caía en las tierras del invierno.
― Espero no haberla asustado Miladi―dijo Alexandor― Noté que le ha gustado Luna.
― ¿Es así como se llama?―respondió Cassia observando al hermoso caballo.
― Es la única que ha nacido de éste color, nació en una noche donde las estrellas estaban ocultas y lo único que iluminaba el establo era la gran luna. Su madre murió cuando dio a luz, así que tuvimos que ponerla junto a otros recién nacidos.
―Es realmente bella.
―Sin duda Miladi―dijo acariciando el lomo a Luna―. He oído que se irá a Piedrafuego para servir a la princesa Folmener.
―Habéis escuchado bien, partiré a la Capital en luna llena― respondió con una gran sonrisa―. No puedo sentirme más ansiosa.
― Es un largo viaje Miladi― dijo mientras dejaba en el suelo un pesado balde con agua― Disculpadme, pero ¿Acaso no extrañará dejar Fuerte Roble?
« ¿Éste castillo de madera podrida?» pensó mientras los jóvenes se ponían en marcha hacía el Roble más alto que decoraba el patio.
― Por supuesto que lo haré Alexandor― mintió mirando el suelo de tierra―. Pero la grandeza demanda sacrificios.
― ¿Pero qué grandeza sería esa?―dijo el joven frunciendo el ceño.
― Tener el gran placer de servir a la corona― respondió sorprendida Cassia.
― Disculpadme nuevamente Miladi―dijo el joven con una voz firme mientras se detenían bajo el gran roble― ¿Por qué debemos servir a la corona Folmener si estas fértiles tierras pertenecen a la corona de los Dugues?
― Los Folmener provienen de una de las dinastías más antiguas del continente― contestó ruborizada y exaltada―. Ellos expulsaron a los hombres de la Sombra de estas mismas tierras cuando nos invadieron desde el Aguijón.
― ¿Por qué debemos obedecer al Fuego cuando hemos sido engendrados por la Tierra?― preguntó apresurado.
― Eh…Sois todo un rebelde― respondió Cassia con una sonrisa incómoda―. No dejéis que tu padre te escuche.
Ambos jóvenes observaron el suelo, Alexandor parecía molesto y un silencio reinó en el gran patio. Las hojas del roble comenzaron a caer desde las ramas pero ninguna se depositaba sobre ellos, Cassia las observó sorprendida mientras que Alexandor la miraba anonadado. Las ramas crujieron y se doblaron fácilmente sobre ellos. La joven dio un paso al lado y lanzó un pequeño grito. Alexandor la siguió preocupado y las ramas parecían estar firmes nuevamente.
― ¿Habréis visto eso?― preguntó la joven con la respiración agitada.
― Sin duda Miladi, el viento se está comportando de manera extraña― sentenció Alexandor mientras observaba las secas hojas que se habían acumulado a su alrededor. ― Los vientos del sur soplan cada vez con más fuerza, quizá se acerca una tormenta.
― Así veo…― lo observó temblando― .Será mejor que vuelva al festín, de repente me ha entrado un frío terrible.
Cassia caminó hacia la gran puerta y observó que Ser Fernan dormía de pie frente a la entrada. De pronto la joven sintió un gran deseo de irse de Fuerte Roble.



RE: [Fantasía épica] Las espinas de las Rosas - fardis2 - 20/06/2015

Buenas compañer@ Rocolons, pues he visto tu hilo colgado por aquí y no me he podido resistir ahora que tenía algo de tiempo libre para leer algunos textos de los compañeros.
Bueno al lío. Tienes una narrativa muy amena que se deja leer muy bien, tus descripciones son detalladas pero sin abrumar, a pesar de que en un principio se siente la lectura un poco cargada por nombres que nos son ajenos, pronto van cogiendo raíces que demuestran que tienes un (reino, continente, tierra, mundo) bien definido, lo cual no es moco de pavo. Sobre la historia y su argumento es difícil sacarle ninguna conclusión pertinente, demasiado pronto para especular. Ahora, resaltar que a mí me ha resultado un principio ameno en cualquier caso. En fin, supongo que eso es todo por el momento. A medida que vayas colando capítulos, mejor idea se podrá ir haciendo el lector sobre ellos. Hasta entonces. Un saludo y nos leemos.


RE: [Fantasía épica] Las espinas de las Rosas - Rocolons - 20/06/2015

Muchas gracias por leerme fardis2! Aprecio mucho que lo hayas leído y a la vez leer tus comentarios. También he notado lo cargado de nombres del principio, a continuación publicaré el segundo capítulo que tendrá que ver con los personajes que se han nombrado en el principio. Gracias nuevamente!


RE: [Fantasía épica] Las espinas de las Rosas - Rocolons - 20/06/2015

II.
Altaír Lemar leía un antiguo libro sobre los  primeros hombres que poblaron los Reinos de los Elementos hacia siglos, se decía que habían emergido de lo más profundo de la tierra, de los mares azules, de los volcanes y de las alturas de los cielos y que eliminaron a los Hombres de la Sombra, quienes habían ensuciado las sagradas tierras fértiles con sus pecaminosos estilos de vida y construcciones traídas de los confines… «Siglos después vendrían a reclamar de vuelta sus tierras desde el Aguijón» pensó  mientras volteaba hacía la siguiente página.
Se relataban las seguidillas de  batallas que se libraron entre los Reinos de los Elementos luego de eliminar a las Sombras. Según las antiguas leyendas, existían hombres y mujeres capaces de mover montañas, crear tormentas, hacer arder a sus enemigos o ahogarlos con gigantescas olas. Y así fue como el agua atacó al fuego, el aire a la tierra y los reinos sangraron hasta la destrucción. Le resultaba doloroso recordar como Lord Ricker, su señor padre, pasaba noches enteras recitando poemas sobre ésas antiguas batallas a su señora madre, con ojos caídos, a él y a Nora. «Y aun así, después de escucharlo largas horas, no sonreía hasta que todos nos paráramos a aplaudir». Una leve brisa entró en la oscura biblioteca, las velas se derretían en los plateados candelabros y un fuerte olor a rosas penetraba en la habitación. Las grandes estanterías se alzaban como murallas infinitas, algunos libros estaban apilados en la esquina del salón, mientras que los otros estaban en la mesa de transcripción.  Los Lemar eran conocidos por su predilección hacia los libros, ostentaban la biblioteca más grande en el Reino Tierra después de Los Antiguos.  Sin embargo, no tenían suficientes campos de entrenamiento para los hombres de la guardia y generalmente éstos eran tomados como pupilos de otras Casas.
Los oscuros ojos de Altaír comenzaban a entrecerrarse, desde la muerte de Lord Ricker y Lady Eleana, el joven había permanecido una semana entera dentro de la biblioteca, pensando en qué hubiera pasado si en vez de ir a cazar jabalíes con sus pesados primos, hubiera estado camino a la Justa de los Caballeros de Hierro. «¿Habrán sentido dolor? ¿O fue todo de manera inmediata?»
El Castellano Keont se había encargado de la administración de Muros Blancos pero muchos jinetes arribaban con mensajes de peticiones y reclamos desde Montehierro. Altaír El Bello no solo había heredado los grandes muros de piedra caliza, sino que también las ricas Tierras de los Minerales. «Ahora sois un Conde, Milord» le había dicho su pequeña hermana Nora cuando entró a la biblioteca a dejarle un guisado.
De pronto las largas puertas de la habitación se abrieron de golpe.
― ¡Milord! ¡Milord!―el Antiguo Thorum corría con la respiración agitada y su voz retumbaba en la gran biblioteca. ― Disculpadme la interrupción, pero es un asunto de suma urgencia.
―Decidme de una vez que sucede― sentenció Altaír mientras se paraba con el libro entre las manos.
―Nadie lo ha visto venir―prosiguió el sacerdote. ― ¡El príncipe Ronn Dugues está en las afueras del castillo con una veintena de hombres!
« ¿El príncipe? Un Dugues no saldría de su Reino ni aunque estuviera lloviendo oro» pensó Altaír mientras dejaba el libro en la oscura estantería.
― ¿Ser Keont lo ha recibido en el patio?
― Me temo que no, Milord―dijo Thorum con su característica voz suave. ―el príncipe está esperando fuera de los muros blancos.
― ¡¿Qué?! ― gritó Altaír mientras caminaba apresurado hacia la salida.
― Milord, usted sabe que Ser Keont desprecia abiertamente a los Dugues. ―lo seguía mientras levantaba levemente su túnica blanca para no tropezar.
Un largo y lúgubre pasillo conectaba la biblioteca con el gran salón de banquetes, unos pocos criados estaban parados sobre inestables escaleras mientras limpiaban y reforzaban la pintura blanca de las paredes. Altaír divisó a la encargada de la cocina y pidió de forma urgente un pequeño banquete para el príncipe y la preparación de siete habitaciones de huéspedes, la mujer parecía preocupada y corrió hacia las cocinas esquivando las escaleras. El techo del pasillo y del salón de banquetes estaba decorado con pinturas que habían realizado los primeros Lores de Muros Blancos, tenían la forma de antiguos Dioses en forma de Árbol y de colosales Montañas. Cuando el Antiguo Thorum y Altaír llegaron al final del pasillo dos guardias abrieron las pesadas puertas que conectaban el patio central y los largos muros blancos. Altaír debía encontrar al castellano cuanto antes, sabía que era de carácter duro y era capaz de dejar morir de hambre a la mismísima Reina de los Dugues. Despreciaba a la Casa Real de Tierra desde La Gran Guerra de la Sombra, ya que según él, fue el Fuego quién expulsó a las sombras mientras la Tierra se escondía bajo el polvo.
 Los cabellos rizados de Altaír danzaban con las frías corrientes que provenían del sur, el patio central estaba cubierto de cerámicas azules y de orquídeas que se esparcían en largos maceteros, el pueblo vivía fuera de las murallas, preferían asentarse junto al mar de los Dioses, aunque el mercadillo y algunas tabernas estaban ubicadas en el gran patio. El joven divisó la gran muralla blanca que brillaba con el sol de otoño, junto a ella había cinco hombres de la guardia, y Ser Keont, de cabello cano, estaba parado firme frente a los garrotes de hierro.
― Como ya lo habréis escuchado, el pequeño Señor está ocupado y no aceptará a un Dugues amenazando a las puertas de su hogar.―dijo el castellano Keont mientras el príncipe observaba callado.
De pronto los hombres de la guardia Lemar se irguieron firmes con sus lanzas apuntando el cielo. Altaír avanzó entre ellos y se acercó a Ser Keont, quien lo miraba sorprendido aunque aún con el rostro rígido.  
― Perdonad la actitud de nuestro castellano, Mi Príncipe.― dijo Altaír observando al joven real. ― Soy Altaír de la Casa Lemar, Señor de Muros Blancos y Montehierro. ¡Dejad entrar al príncipe Ronn y a sus hombres!
Los hombres encargados de las puertas comenzaron a girar las manivelas y los barrotes subieron lentamente. El príncipe se bajó de su fuerte caballo y avanzó lentamente hasta la entrada; era más alto que Altaír y fornido, de cabellos tan largos como una dama, aunque atados en forma de cola que caía por su hombro derecho. Se situó frente a Altaír y lo observó a los ojos, un pequeño silencio se formó en el patio y los campesinos que se encontraban cerca del mercadillo se acercaron a observar.
« ¿Qué estará esperando?... ¡Debo arrodillarme, es un hombre de la realeza!» pensó mientras miraba de reojo a los hombres de la guardia real que entraban con sus finas armas. Hincó su rodilla derecha bajando lentamente su cuero, aunque las calzas de verde oscuro bordado con hilos blancos que llevaba puesto le apretaba  las piernas.  Llevó la mano hacia su corazón y agachó su cabeza.
― Mi príncipe―dijo con una voz seca.
Todos los presentes se arrodillaron ante el príncipe al ver que su Lord lo hacía. Ser Keont se mantuvo de pie, apretó su puño y clavó una fría mirada hacia el joven Altaír.
― Levantaos― respondió el príncipe levantándolo con ambas manos―. No hay necesidad de tanta formalidad.
« Los ojos del príncipe son celestes como el cielo despejado, es guapo, mucho más guapo que yo».
― Lamento absolutamente lo que aconteció a vuestros padres― dijo el príncipe con una voz profunda.― No alcancé a conocer a Lady Eleana, pero vuestro padre, Lord Ricker, visitaba muchas veces Colina Dorada para comprar libros. Era un hombre decente.
― De eso no hay duda― intercedió Ser Keont―.  Ya habéis ofrecido vuestras condolencias al pequeño Señor. Lamento que hayáis tenido que viajar cientos de leguas desde tu Capital hacía aquí.  
Ronn Dugues observó de reojo a su Guardia Real.
― ¿Estáis acaso echando a vuestro príncipe de éste castillo?― preguntó un Guardia Real con la voz firme y agarrando el puñal de su gran espada.
―Él no es mi príncipe―sentenció el viejo castellano.― Mis príncipes son Lorrick Folmener y Olaf Folmener, mis príncipes son de Fuego, no de Tierra.
El corpulento hombre de la Guardia desenvainó la espada, el estruendo del metal asustó a Altaír, quien retrocedió lentamente.
―Él tiene razón― dijo el príncipe observando al guardia.― Guardaos vuestra espada Ser Bodoc. Estas tierras ahora pertenecen a los Folmener, nosotros sólo somos una visita que no recibió invitación.
―Siempre seréis bienvenido, Mi príncipe― intervino el Antiguo Thorum suavemente.
―Así es…― se incorporó Altaír.― Permitidme invitaros a vuestros aposentos, hemos preparado habitaciones para usted y su Guardia Real, los demás hombres podrán armar campamento en las afueras de las murallas. Dentro de unas horas celebraremos un pequeño banquete en su honor.
―No tenéis necesidad Milord― contestó el príncipe esbozando una amplia sonrisa.―Antes de darme un baño, me gustaría conversar algo con usted, en privado.
―Por supuesto…. Por supuesto― repitió rápidamente Altaír. ― Acompañadme a nuestra biblioteca.
El príncipe comenzó a caminar mientras sus cadenas de oros que rodeaban su cuello sonaban con cada paso que realizaba, Ser Bodoc y los demás guardias reales lo seguían sin pestañear. Antes de que Altaír pudiera dar un paso, el castellano Keont lo agarró fuertemente del brazo.
―Estáis cometiendo un grave error, Milord― sentenció entrecerrando sus aceitunados ojos.
Altaír sacudió levemente su brazo librándose del castellano y siguió su camino junto al Antiguo Thorum. «Todavía creen que soy un niño… » Comprendió molesto.
Cuando entró a la gran biblioteca, dos criadas jóvenes terminaban de cambiar las velas de los candelabros y se retiraban rogando perdón, se observaba en sus ojos la emoción de ver a un príncipe, quizá no el príncipe de fuego que el pueblo tanto amaba, pero al fin y al cabo era miembro de una realeza que alguna vez fue amada.
El sol comenzaba a ocultarse y apenas se filtraban por las pesadas cortinas negras que resistían la luz. El príncipe avanzó observando las altas columnas repletas de libros que se alzaban a su vista, parecía sorprendido.
―Este lugar hace justica a tantas canciones que he oído sobre los Lemar y sus libros― dijo el príncipe volviéndose hacia Altaír.― ¡Tenéis la historia completa de todos los reinos!    
―Me alaga, Mi príncipe― respondió sin pensarlo y se acercó hacia el mesón en donde escribía sus cartas.― ¿Queréis una copa de vino?
―Tomaré una.
El príncipe parecía encantado con el lugar, se sentó frente a Altaír quien sirvió temblorosamente el vino.
« Es un príncipe, no un Dios, pude mostrarme amable y firme allí afuera con el pueblo mirándome ¿Por qué no lo podré hacer aquí, sin nadie más observándome?».
―Curioso lugar es Muros Blancos―dijo Ronn Dugues luego de tomar un sorbo de vino.― ¿Habéis escuchado lo que sucedió en estas tierras cuando los Hombres de la Sombra invadieron el Reino Aire y avanzaron hasta aquí?
―Todo hombre, mujer y niño lo sabe―sentenció Altaír mirándolo a los ojos.―Mutilaron a los hombres para sus rituales negros, violaron y convirtieron en esclavas a las mujeres y se comieron a los niños esa misma noche.
―Y se libró una sangrienta batalla―prosiguió el príncipe observando al vacío.― por suerte tu aún no habías nacido y yo era un niño de pecho que se quejaba y lloraba el día entero en Colina Dorada. El Reino Aire debía mantener a los Hombres de la Sombra alejado de las planicies de la costa, pero es sabido que esos cobardes viven en montañas tan altas que son tragadas por las nubes. El ejército de mi padre esperó en El Paso Silencioso, pero nunca aparecieron; los bastardos se dispersaron por los valles y lograron entrar por Las Tierras de las Flores.
El príncipe dejó la copa vacía en la mesa. Altaír entendió que deseaba más vino y sirvió en silencio.
―Cuando habían llegado aquí era demasiado tarde, la mitad del ejército de Tierra había muerto, algunos grupos aislados atacaban los campamentos de noche, se robaban las provisiones y envenenaban a los caballos― sus celestes ojos seguían observando fantasmas del pasado.―La Batalla Blanca se llevó acabo al amanecer, se dice que mi señor padre junto a sus guardias reales asesinaron a doscientas sombras aquél día. Hasta Lord Ricker Lemar luchó aquel día ¿Te había contado tu padre eso?
« ¿Mi señor padre utilizando armadura y llevando una espada? »
―No― respondió Altaír perplejo y situó su copa a medio llenar en el gran mesón.
―La muerte danzó por estas tierras aquél día...
― Hasta que el Ejército de Fuego avanzó por El Cruce, ganó la batalla, quemó a los sobrevivientes y expulsó a los Hombres de la Sombra de los Reinos.
―Hasta que los Folmener los expulsó…― repitió el príncipe asintiendo levemente la cabeza.― Y de paso anexaron las Tierras de las Flores y las Tierras de los Minerales.
― Estaban en su derecho―respondió cuidadosamente Altaír al notar la ironía del príncipe.― Ellos salvaron al Reino de las peligrosas sombras.
El príncipe sonrió con los ojos y pasó su mano por sus oscuros cabellos.
―Disculpad la pregunta, príncipe Ronn. ¿Por qué habréis venido hasta aquí?
―Muchos jinetes de Montehierro han llegado a Colina Dorada con cartas de pequeños señores que ruegan ayuda―la voz del príncipe Ronn se tornó solemne.―Al parecer un grupo de mercenarios está saqueando las minas de oro, convirtiendo en esclavo a los hombres y enviándolos más allá del Aguijón. El ejército de Montehierro no está organizado y no es capaz de combatir a esos bandidos. Me sorprende verlo tan tranquilo, Milord.
« Ser Keont se encargaría de estos asuntos »
―Eh…Este…Ser Keont mandará a algunos hombres capaces de organizar la guardia de Montehierro y...
―Me he fijado que no tenéis campos de entrenamiento, Milord―lo interrumpió el príncipe.― ¿Es que acaso sabéis algo sobre como gobernar pequeño Conde?
― Estoy haciendo lo posible por aprender a ser un buen Conde, sin embargo, la política de mi señor padre y de nuestros ancestros siempre ha sido un libro por sobre una espada― contestó sin pensarlo.―El conocimiento es más efectivo que mil espadas.
― ¿Vais a detener a un grupo de mercenarios expertos en guerra lanzándoles libros?― volvió a esbozar esa sonrisa que comenzaba a molestarle a Altaír.― No tengo dudas en tu voluntad de convertiros en un buen Conde. Es precisamente por eso que he cabalgado hasta aquí, Altaír Lemar.
Un silencio se apoderó de la habitación entera, sólo se escuchaba como la cera de las velas caían hacia el suelo.
« Vamos, decidlo de una vez »
―Os quiero invitar a Colina Dorada, a la Corte Real― rompió el silencio el príncipe.― Eres una espada por afilar, o mejor dicho un libro que aún debe ser escrito. Podéis aprender de los expertos en el arte de gobernar.
 « ¿La Corte Real? Podré estar rodeado de los intelectuales de la capital… Pero no puedo irme de aquí, soy un Conde.»
―No puedo príncipe. ¿Qué pasará con mi pueblo? soy el Señor de Muros Blancos, de Montehierro y Conde de Las Tierras de los Minerales.
― Un buen Conde siempre piensa en el bien de su pueblo―contestó el príncipe suspirando.― ¿Qué creéis que pasará cuando los mercenarios lleguen a Muros Blancos? Mis hombres y mi guardia real no estarán aquí, y como he dicho, no tenéis hombres ni campos de entrenamiento.
― ¿Y si acepto vuestra propuesta…?
― Tendréis trescientos hombres en vuestro castillo y mil quinientos hombres en Las Tierras de los Minerales.
― Pero si estaré en Colina Dorada ¿Quién se encargará de éste castillo y de Montehierro? ¿Mi hermana Nora?
― Por supuesto que no, Milord― soltó una carcajada. ― Yo mismo podría encargarme por un tiempo de dirigir las tropas y eliminar de raíz a esos mercenarios, establecer un poco de orden en la explotación de las minas de oro y organizar una buena cosecha. ¿Sabéis tu algo de eso? ¿Cosechar, piedras preciosas o manejar tropas?
―No, Mi Príncipe.
―Entonces ¿queréis ser un buen Conde?―preguntó Ronn erguido en la silla.― ¿Queréis ser recordado como tu padre, Lord Ricker Lemar?
«Todavía creen que soy un niño…―se repetía a si mismo― Dejaré de serlo desde ahora y demostraré lo que puedo llegar a ser… »
―Sí, quiero.



RE: [Fantasía épica] Las espinas de las Rosas - kaoseto - 21/06/2015

Buenas, compañero,

apoyo lo que dice fardis, la narrativa es muy amena, uno se imagina las escenas muy bien y la trama se desarrolla por el momento con coherencia. Creo que los caracteres de los personajes están por el momento bien creados, y eso que en dos capítulos no es fácil conseguirlo. Hay diversos detalles intrigantes, como lo que ocurre con las ramas del árbol, y también la guerra de los Elementos. Bueno, si nada ocurre en camino, parece que los dos protagonistas van a encontrarse en la misma ciudad. Veo así y todo que Altaír es un joven que se deja convencer fácilmente de dejar sus tierras en manos de otras personas, je, pero de todas formas ciertamente no va a poder luchar contra guerreros lanzándoles libros XD

Por lo que se refiere a la construcción en sí de las frases, creo que a veces unes frases con comas cuando sería más claro poner un punto y coma o directamente un punto. Por ejemplo en la segunda frase del primer capítulo:

Quote:Aún era otoño y las secas hojas de los árboles se habían colado por las grandes ventanas de la habitación, pensó que su criada, Pierina, había olvidado cerrar los pesados postigos que la aislaban de las frías corrientes, ya que era una anciana que no tenía la suficiente fuerza para realizar aquella acción.

Creo que sería más natural poner un punto y coma entre «habitación» y «pensó», son dos oraciones distintas que no van ligadas con un conector lógico. Y ocurre más de una vez, aunque no tanto como para frenar la lectura.

Luego, me ha chocado la manera con la que la gente se trata: utilizan el voseo antiguo que va muy bien con el ambiente, pero dudo que en épocas pasadas realmente se dijera «tú habéis», y he encontrado cosas del estilo.  Vamos, en las películas, siempre he oído decir «vos habéis, tenéis, sois», y utilizando «vuestro» y no «tu». Y a veces creo que mezclas también el tuteo con el usted (o voseo, no sé), como aquí: «Espero no haberla asustado Miladi―dijo Alexandor― Noté que te ha gustado Luna.» Bueno, a mí en todo caso me suena raro.

Por lo demás, la historia es entretenida, bien llevada y prometedora y espero que postees más capítulos por aquí!

Saludos,


RE: [Fantasía épica] Las espinas de las Rosas - Rocolons - 21/06/2015

Compañero Kaoseto, muchas gracias por tener el tiempo de leerme y opinar al respecto. Tengo mucha dificultad con el español antiguo o de voseo (soy latinoamericano), revisaré todos los diálogos para otorgarle una fluidez. También me gustaría escribir algún apéndice donde se mencione y describa los diferentes Lugares y Reinos que existen en este mundo, ya que se verá más adelante que existen más continentes. Muchas gracias por leerme y seguiré subiendo capítulos a medida que los vaya escribiendo. Saludos!


RE: [Fantasía épica] Las espinas de las Rosas - Rohman - 21/06/2015

Buenas Rocolons, me he leido la primera parte y ahora te dejo mis impresiones. Veamos, no se porque pero me recordo un poco a juego de tronos( tambien un poco los muro blanco) no es malo en absoluto(aunque no me gusta la saga..xD) Lo que si que diria a tu favor que tienes dialogos con fuerza, con acción se nota que los tienes claros. Sobre la historia no puedo opinar demasido, aunque seguiré leyendo. Sobre los nombres que dice fardis es algo que a todos nos ocurre, a mi me pasa tambien. Sin empezar en accion de combate, logras medianamente atrpar el lector para ver que ha ocurrido en ess carruaje, aunque creo que podrías dramatizarlo más, como si llegara un caballo en la forateleza y el consejor se reune o algo por el estilo( solo lo digo como posible ayuda) Un gusto leerte y yo tambien tengo una novela, que no esta terminda que haber si la subo por aqui.


RE: [Fantasía épica] Las espinas de las Rosas - Rocolons - 24/06/2015

Quote:Buenas Rocolons, me he leido la primera parte y ahora te dejo mis impresiones. Veamos, no se porque pero me recordo un poco a juego de tronos( tambien un poco los muro blanco) no es malo en absoluto(aunque no me gusta la saga..xD) Lo que si que diria a tu favor que tienes dialogos con fuerza, con acción se nota que los tienes claros. Sobre la historia no puedo opinar demasido, aunque seguiré leyendo. Sobre los nombres que dice fardis es algo que a todos nos ocurre, a mi me pasa tambien. Sin empezar en accion de combate, logras medianamente atrpar el lector para ver que ha ocurrido en ess carruaje, aunque creo que podrías dramatizarlo más, como si llegara un caballo en la forateleza y el consejor se reune o algo por el estilo( solo lo digo como posible ayuda) Un gusto leerte y yo tambien tengo una novela, que no esta terminda que haber si la subo por aqui.

Hola Rohman, primero que todo, muchas gracias por leerme y espero que sigas haciéndolo. Tiene mucho de Juego de Tronos en el tema de la política y el poder, aunque ahondaré en temas menos recurrentes. Como decía otro compañero de foro, a tí también te resultó un poco enredado tantos nombres, me gustaría cambiar aquello y dramatizar más como dices tu la escena de la noticia sobre los Lemar. Nuevamente muchas gracias y nos leemos!


RE: [Fantasía épica] Las espinas de las Rosas - Rocolons - 26/06/2015


III.
Cuando Taro Rossal sintió el abrasador calor del fuego ya era demasiado tarde; la añeja tela de la tienda ardía como leña seca. El corpulento joven saltó inmediatamente de la cama que había improvisado y se cubrió el rostro con sus manos. El humo comenzaba a imposibilitar la respiración y su visión se tornaba difusa. Luego de unos segundos logró escabullirse por un agujero que el mismo fuego había provocado. Afuera el ambiente no era mejor; las centenas de tiendas que habían sido armada hacía dos lunas anteriores ardían hasta ser convertidas en cenizas mientras que los gritos de los hombres se perdían entre el espeso bosque. Luego escuchó las ráfagas de las flechas.
«Los jodidos nativos» pensó Taro mientras buscaba desesperadamente algo entre el fuego de su tienda. Las flechas caían estrepitosamente a su alrededor hasta que por fin levantó algo que brilló por las llamas que se esparcían; era una larga espada afilada, adornada con un mango de madera dorada y una insignia en forma de dos rosas que se cruzaban. Taro guardaba aquel regalo desde el día en que fue expulsado de su hogar y no lo perdería por nada del mundo.
El estruendo que causaba las flechas precipitándose al suelo se detuvo y los indios nativos se adentraron al abrasado campamento. Los indios se dividían en pequeñas manadas, estaban armados de lanzas y grandes cuchillos que eran capaces de cortar una garganta con tal solo una leve segada. El resto de los hombres que no fue calcinado por las llamas fue alcanzado por una flecha, una lanza o una estocada, pero el corpulento joven conocía muy bien la península en donde estaban, ya que desde que se marchó de Fuerte Roble se había dedicado a robar a pequeñas colonias del sector.
Taro se alejó rápidamente del campamento atravesando con su larga arma a tres indios en el recorrido, cuando por fin llegó al espeso bosque guardó su sangrante espada en la vaina sin limpiarla.
Los árboles que rodeaban al joven tenían una tonalidad amarilla, era comúnmente llamado Bosque Espeso por la sensación de profundidad que el bosque producía, aunque era bastante seco en comparación a los bosques de las tierras más norteñas. Taro se había acostumbrado al Nuevo Mundo, llevaba poco menos de tres años viviendo en las nuevas tierras.
Desde que la corona de los Folmener y de los Dugues comenzaron a colonizar las nuevas tierras, estos enfrentamientos entre indios y gente-caballo ―como los indios se referían a los habitantes del continente― eran cada vez más frecuentes, si bien ya había pasado casi cincuenta años desde el descubrimiento de los fértiles dominios, habían muchos grupos de nativos que se resistían a ser sometidos a una de las coronas y precisamente así era como Taro se sentía; despojado de los títulos nobles que sus hermanos y padres seguían poseyendo, sin la necesidad de asistir a los aburridos bailes, banquetes o ceremonias de boda. Incluso había hasta olvidado cómo tratar de su señoría a los nobles.
«Sólo me sirvo a mí y a nadie más que a mí » recordaba Taro cada mañana al despertar.
Luego de una larga caminata, el joven se detuvo junto a un estanque, se sentó en un gran peñasco y bebió agua juntando ambas manos. Observó su reflejo en el agua; era un hombre fuerte, de rostro cuadrado, nariz aguileña, ojos magnos color miel y de cabellos dorados como lo tenía su madre Lady Lena.
Se preguntó si Koll y Marcus habrían logrado escapar de la emboscada de alguna manera, ellos fueron los primeros en enseñarles las reglas del grupo cuando Taro arribó a Puntablanca. No era fácil pertenecer a un grupo de mercenarios en el Nuevo Mundo, ya bastaba con los piratas que generalmente navegaban fuera de las rutas comerciales establecidas por los Folmener y Dugues, acechando a barcos cargados de piedras preciosas o simplemente de especias que cosechaban en las Islas, sin embargo, cuando el flujo de embarcaciones escaseaba, algunos piratas se aventuraban a navegar hacia las colonias portuarias de Fuego o Tierra para robar y tomar mujeres, otros en cambio, preferían encallar en zonas no colonizadas y atacar a los salvajes indios, allí era donde el grupo de mercenarios tenían problemas, Taro Rossal lo sabía bien, puesto que ya se había enfrentado con los piratas en muchas ocasiones cuando ambos grupos intentaban asaltar una misma villa o campamento.
Koll era delgaducho pero letalmente rápido, le llamaban Koll El Rayo, provenía del Reino Agua, al igual que la madre de Taro, sin embargo no era de sangre noble como de los Rossal y se había aventurado al Nuevo Mundo escapando de la pobreza que lo sucumbía.
Marcus, por el otro lado, era un extranjero proveniente de más allá del Aguijón, donde las sombras convivían con los hombres y las antiguas pirámides se erguían majestuosas. Era un hombre alto, de piel morena y de ojos color olivo. Tenía un acento extraño, aunque hablaba fluidamente la Lengua de los Elementos, es más, pasaba las noches enteras relatando historias de su lejana tierra a Taro y a Koll mientras afilaba las puntas de sus flechas.
De pronto recordó la sonrisa de su hermana Cassia, la dulce voz al cantar de Iona y las travesuras de Lander y Myro. Los recuerdos parecían lejanos y difusos, sentía que habían pasado centenares de años desde que se embarcó hacia las nuevas tierras.
«Y ahora estoy aquí a miles de leguas. ¿Me creerán muerto? ¿Qué les habrá dicho mi padre? »
Sus recuerdos y pensamientos se esfumaron apenas escuchó unos galopes lejanos, había estado sentado en aquel estante durante algunas horas. El viento corría entre los secos árboles y los pájaros comenzaban a volver a sus nidos.
«Los indios debieron haber saqueado el campamento completo y se han devuelto a sus tierras» pensó Taro.
Caminó hacia el Este siguiendo el ruido del galope, quizá eran hombres de Fuego o Tierra que se dirigían a las colonias con mercancía y oro, quizá eran mercaderes o hasta podía ser un caballero errante, pero fuera quien fuera, aquello lo llevaría al camino de tierra que llegaba hasta las colonias.
El galope cada vez se escuchaba más fuerte y el joven tenía agarrada la vaina de cuero y metal que cubría su espada. Las ramas rasguñaban su rostro y las grandes piedras lo hacían tropezar. De un momento a otro saltó torpemente hacia el camino y el ruido de su espada desenvainada hizo parar al gran carro. El carruaje era de madera recubierta de un extraño color púrpura, dos caballos blancos tiraban de él, mientras que las ruedas parecían estar desviadas.
El hombre que tenía las riendas de las bestias tenía un rostro frío y duro, observó fijamente a Taro mientras sus grandes manos soltaban lentamente las correas.
―Bajad, dad media vuelta y abrid el carro―ordenó Taro apuntando con su gran espada. Pero el hombre seguía con el mismo rostro y no se movía de su asiento. ― ¡Vamos! ¿Acaso sois un maldito retrasado? Bajad… ¡Ahora!― Taro se acercó lentamente frente a los caballos.
El hombre bajó mansamente del asiento delantero del carro con ambas manos y dio un brinco hacia el suelo. Taro impactado empuñó con fuerza el mango de su espada. El hombre era solo torso, no tenía piernas en las cual pararse, sin embargo utilizó sus dos manos a modo de pies para caminar hacia el final del carro, donde golpeó repetidamente la madera que lo cubría. Luego de unos segundos, la pequeña puerta se abrió y bajaron cinco personas, si es que Taro podía llamarlas de esa manera, algunos eran deformes «más que deformes» pensó.
― ¿Qué sucede?― dijo uno que no era deforme y que tenía pinta de juglar.
―Éste idiota quiere robarnos― contestó el hombre que sólo tenía torso observando detenidamente a Taro.
El juglar, que vestía un jubón amarillo, soltó una carcajada melodiosa.
― ¿De verdad vais a querer robarle a un grupo de artistas? Apenas ganamos unas cuantas monedas para comer.
―Vosotros no sois artistas―respondió Taro observando de reojo al grupo entero.―sois monstruos.
―Todos los artistas son monstruos―el juglar acomodó la pluma que adornaba su sombrero.― Nos convertimos en las cosas que la mayoría de los hombres comunes temen o rechazan.
Taro se acercó al grupo aferrando el puñal de su espada. Divisó a un hombre de cabello canoso que tenía dos muñones en los brazos y un colmillo de puma atravesaba su nariz. A su lado yacía una mujer de cabello azulado y ojos caídos, vestía una túnica extremadamente larga y un broche en forma de serpiente sujetaba la vestimenta.
«Es una adivina devota de Marduk, la serpiente de la Sombra, el que viene de los cielos. Marcus decía que son capaces de predecir cada movimiento. No te muevas»
La mujer sacó su brazo que tenía escondido entre la larga capa y la situó en el hombro de Taro, quien intentó sin éxito sacudirse, pues parecía estar paralizado.
―Ambos sabemos que no lo haréis― la adivina tenía una voz profunda y ronca.― Queréis llegar al mismo destino que nosotros.
Taro observaba el color de los ojos de la mujer, eran verdes por fuera y azules por dentro.
― ¿Adónde os dirigís?
―Nuestra intención era llegar a Puertoamargo antes que el sol se escondiera por las montañas―contestó el juglar juntando ambas manos detrás de su espalda.― pero luego de tu fallida representación de bandido, dudo que alcancemos a llegar.  
―Ya veréis si esto es una representación― contestó Taro situando la punta de su espada en el delgado cuello del juglar.
El resto del grupo retrocedió un paso mientras el bardo observaba el filo de la espada.
―Vamos, eh… no tenéis sentido del humor…―canturreaba nervioso el juglar.―Dejadlo ya.
― ¡Basta!―exclamó el hombre que solo era torso.― ¡Dejadnos ir! ¿Es que acaso no tenéis decencia? Hay centenares de carruajes rebosados de piedras preciosas y de finas hierbas y vos os molestáis a nosotros.
»No tenéis comida, no tenéis oro, solo una espada y parecéis ocuparla apropiadamente para conseguir las dos cosas anteriores, pues nosotros tampoco tenemos comida, ni mucho menos oro, pero tenemos nuestra propia arma―apuntó a su inexistentes pies―y tenemos que aprender a utilizarla a nuestro favor. Al final sois como nosotros.
―Yo no soy como vosotros―contestó Taro apretando los dientes.
Sin embargo el joven sabía que en el fondo el hombre sin piernas tenía razón. Apartó la espada del cogote del juglar y la guardó en su funda. Dio media vuelta y comenzó a caminar junto al camino de tierra. Los fenómenos subieron velozmente al gran carro y los caballos blancos comenzaron a galopar mansamente.
El armatoste púrpura alcanzó los largos pasos que realizaba Taro.
―Venid con nosotros―reconoció la voz de la adivina que emergía de una pequeña ventanilla― Os dejaremos en Puertoamargo o en alguna villa cercana a cambio de que os protejas con vuestra espada.
«Koll, Marcus y los demás debieron haber arrancado hacía las montañas del oeste, si me adentro al Bosque Profundo moriré antes que el sol se ponga».
Taro Rossal se limpió el sudor que caía por su frente y agarró firmemente la mano del juglar que salía del carruaje. Cuando entró, percató que el lugar parecía mucho más espacioso de lo que se veía por afuera; tenía siete asientos, paredes recubiertas de un aterciopelado oscuro y un lugar donde habían depositado dos viejos baúles y un pequeño orinal de porcelana.
―Sé reconocer el carruaje de un noble―dijo Taro observando a los cuatro.― ¿De dónde lo habéis robado?
― ¿Robar?―contestó una mujer regordete que tenía tres tetas.― Es nuestro por derecho.
― ¿Cómo sabéis que es un carruaje de un noble? ―preguntó la devota de Marduk.― ¿Habéis entrado a robar antes a uno?
―Sí, muchas veces―respondió orgulloso.―Aquí y en el Viejo Mundo.
― ¿Cómo os llamáis?―intercedió el bardo.
Taro lo pensó un momento.
―Taro del Reino Tierra.
― Yo soy Alder―dijo el juglar.―el de los muñones es Balwin, la preciosura con tres pechos es Donna y nuestra adivina es Jendayi La Serpiente.
»Es difícil ver a alguien de esas tierras por aquí― prosiguió Alder.―las colonias de los Dugues son escasas y pobres.
―Ya no soy capaz de recordar cómo era el Viejo Mundo― intervino Balwin.― Yo arribé a estas tierras junto a los primeros barcos.
― ¿Conocisteis a Wolfmein El Explorador?―preguntó Taro sorprendido.  
―Wolfmein era bravo, esquivo y fuerte―contestó el hombre juntando sus muñones.―Recuerdo haberlo visto en Punta Salvaje el día en que me enlisté en la compañía junto a mis hermanos, pero ya han pasado casi cuarenta años de aquello.
»Muchas leyendas se han fundado y canciones cantado―prosiguió el hombre.― Lo único real que sé de Wolfmein El Explorador es que adoraba cazar Weligos.
― ¿Qué son los Weligos?―preguntó Taro sujetándose del asiento mientras el carruaje viraba bruscamente.
―Antiguas criaturas que habitaban los profundos bosques de las tierras del norte, en edad adulta superaban tres veces el tamaño de un puma, eran fuertes, de pelo grueso y de colmillos tan afilados como tu espada.
― ¿Qué les sucedió?
― Wolfmein cazó hasta el último de ellos―soltó una carcajada Balwin.―Dejaron de existir hace muchísimos años.
―No sabéis mucho del Nuevo Mundo ¿Eh?―canturreó Alder que se encontraba sentado a su lado.― Podría cantaros algunas canciones sobre las hermosas mujeres que abundan y del vino que brota de los colosales viñedos.
―No sabéis mucho, pero habláis de manera apropiada ―intervino Jendayi.― ¿De qué castillo eráis?
Taro apretó su mandíbula y guardó silencio por un momento.
―Fuerte Roble.
― ¿Sois un noble, Milord?―preguntó sorprendido Balwin.
―Sí…Es decir, lo era…Ya no―se ahogó en sus palabras.―Los nobles no tienen mucho valor en estas tierra.
―Tenéis razón, Milord―contestó Alder. ― ¿Por qué ya no lo sois? ¿Por qué estáis tan lejos de tu hogar?  
―No me tratéis como vuestra señoría o te romperé esa fina nariz que tenéis―contestó molesto Taro.―No quiero hablar de eso, estoy muy cansado. Dormiré un poco.
El joven Rossal cerró lentamente sus ojos y cayó en un profundo sueño, cuando los abrió una oscuridad reinaba dentro del carruaje. No había rastro de ningún pasajero y podía apreciar un brutal silencio. Taro se levantó un poco mareado y corroboró que su espada seguía en la vaina de cuero, decidió abrir la pequeña puerta de golpe y saltó hacia el exterior.
Los caballos blancos seguían atados al carro mientras que una pequeña fogata brillaba unos pasos más allá.
Los fenómenos estaban junto a la hoguera, el hombre que solo era torso dormía junto al fuego, Alder parecía arreglar su laúd mientras que Donna, la mujer de tres pechos acercaba sus manos a la entrepierna del juglar. Balwin regresaba con dos conejos despellejados entre sus muñones cuando se tropezó con Taro.
― ¿Por qué no me habéis dicho que íbamos a pasar la noche en el bosque?―preguntó recuperándose del sueño.
―Disculpadme, os queríamos dejar descansar. Mañana tendremos que pasar por el Paso del Sol y necesitaremos vuestra espada.
Ambos caminaron hacia la hoguera, Taro pensaba cómo era posible que Balwin pudiera cazar a los conejos con sus muñones y sin armas, pero luego se dio cuenta que era un experto en trampas.  Al tiempo que llegaron donde las llamas danzaban en la oscuridad Donna retiró su mano de la entrepiernas de Alder mientras él se sonrojaba. La luz de las llamas acentuaba los rojizos cabellos del juglar, quién comenzó a tocar algunas cuerdas de su instrumento.
― ¿Dónde está la adivina Jendayi?―preguntó Taro observando las llamas.
― Las mujeres de la Sombra acostumbran rezar en la oscuridad― respondió Donna un poco agitada.― La Serpiente busca a su Dios todas las noches, excepto en luna llena.
»Según las creencias de la Sombra, cuando la luna se llena de leche, Marduk baja desde los cielos a buscar una doncella pura y virgen, para así llenarla con sus serpientes y engendrar al Rey que conquistará a los traidores hombre de los elementos.
― Debe tener demasiada urgencia en convertirse en un hombre para bajar a nuestras tierras cada luna llena.―contestó Taro con un tono irónico.
―Para conquistar a los hombres un Dios debe convertirse en uno de ellos― emergió la voz de Jendayi desde lo profundo del bosque.
― ¿Cómo sabréis que Marduk se ha convertido en hombre y que la virgen doncella está encintada?―preguntó Taro observando a la deslucida mujer.  
―No habrá manera de saber cuándo Marduk se introducirá en el vientre de la límpida doncella―dijo Jendayi casi susurrando mientras se acercaba a la hoguera.― Pero cuando Marduk La Serpiente Renacida esté lista para encabezar La Liberación, el sol será inundado con las sombras y una oscuridad se cernirá sobre las tierras por unos momentos.
Marcus le había contado muchas cosas sobre las tierras más allá del Aguijón, pero nunca había profundizado en el Dios que las habitaba, el joven de piel aceitunada y ojos verdes no creía ni en los Dioses de los Elementos ni en el de las sombras.
Cuando todos volvieron al fuego, Balwin empaló a los dos pequeños conejos y los depositó en cerca de las llamas; el olor a conejo asado hizo crujir el vientre de Taro, no había ingerido alimento alguno desde la mañana del día anterior.
El viento comenzó a soplar fuerte por el bosque y la música que surgía del laúd se perdía entre las ramas. De pronto un ruido se escuchó junto a la colina.
― ¿Habéis escuchado eso?―preguntó Balwin levantándose del suelo.
― Ha venido desde el carruaje―dijo Taro situando su mano en la empuñadura de la espada.
El ruido se escuchaba cada vez más fuerte, parecía ser un seco golpe sobre la madera. De repente el relincho de un caballo asustó al grupo. Taro marchó decidido hacia la colina.
«Deben ser unos jodidos indios, los de Bosque Profundo roban cuando nadie está cerca, son unos malditos carroñeros».
Atrás había quedado la luz de las llamas y la oscuridad devoraba a Taro cada vez más. El joven desenvainó lentamente su espada para no realizar ningún ruido que fuera a espantar a los indios. Taro quería atravesarlos con su espada.
Sin embargo, el joven resbaló junto a dos grandes peñascos y cayó de bruces hacia el suelo, mientras que su espada saltó lejos. El sonido metálico inundó la escena.
― ¡Taro! ¿Estáis bien?―escuchó el grito de lejos de Alder.
El seco golpe sobre la madera se detuvo bruscamente. El joven intentó levantarse de golpe para buscar su arma. Avanzó unos pasos a ciegas y escuchó un fuerte gruñido.
Taro paralizado observó un par de ojos rojos que emergían de las sombras, ojos que nunca había visto en su vida, ojos que manifestaban odio, sufrimiento y dolor.



RE: [Fantasía épica] Las espinas de las Rosas - Rohman - 26/06/2015

Bueno veamos la segunda y tercera parte de tu escrito; Tengo que resaltarte lo bueno y lo malo, vamos por lo malo:Hay bastantes frases muy largas(sobre todo la tercera parte) las frases largas mejor usarlas para descripciónes tipo poéticas, ya que sobrecargan al lector y saturan. Intenta meter algun punto y coma. Otro apunte, la primera parte intriga mucho, pero los siguientes pierden algo de punch( siempre con la fuerza del primero). Ahora lo bueno, hay historia sobre todo lo del carruaje( yo indagaria mucho en eso) hay buenas narraciones como ya te dije, tu punto más fuerte.. Puliendo detalles puedes tener un comienzo muy prometedor. Si quieres estaríaencantado de ser tu beta reader. Un saludo.