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[Fantasia Épica] El ciclo del sol negro - El Ouroboros - Anzu - 08/12/2015

Esta es mi segunda historia basada en el Ciclo del Sol Negro, el mundo que originalmente fue creado para mis campañas de D&D pero que he ido modificando en el transcurso de este año para crear mi historia original. La historia del Ouroboros se centra en la guerra de los Caudillos, una rebelión que por cuarenta años ha ido fragmentando al Imperio Teloniano, y los efectos que esta violenta confrontación tendrán para el Ciclo del Mundo, una poderosa magia que fuerza al Mundo a repetir la línea de tiempo despues de que ocurra cierto evento.

Decidí abrir otro post para esto puesto que la historia original que iba en el otro post está tan cambiada con la versión final que he estado publicando en Wattpad, que ya no siento que tengan que ver. Si los mods ven problemas, puedo combinar los dos post,  octopus Para los interesados en leer la nueva versión de la primera historia (un cuento corto en el cual hago introducción de algunos personajes que aparecen en esta historia, y algunos conceptos como tal del mundo), les dejaré su dirección de wattpad.


Links de wattpad:
El Creador de Muñecas
El Ouroboros



CICLO DEL SOL NEGRO
EL OURUBOROS


Año 999 del Cómputo de Akron.
El último año del milenio.

Son tiempos adversos para el Imperio. Con la muerte del Emperador Philene III, los Caudillos de las fuerzas rebeldes han aprovechado el caos político entre las casas nobles y el conflicto de los príncipes herederos por el trono para expandir su influencia por todo el territorio imperial.

Mientras las fuerzas imperiales se debilitan luchando en una guerra de desgaste contra los rebeldes, los ejércitos del reino magócrata de Argenta marchan a las fronteras sureñas, esperando recuperar los territorios que algunas vez les fueron arrebatados, forzando al Imperio a dividir sus ejércitos para enfrentarse a ambos bandos, augurando la más cruenta de las batallas en la historia del Imperio…

Ocultos en las sombras, ciertos seres de la oscuridad, a quienes esta era de caos y guerras ha llamado la atención, esperan el momento adecuado para intervenir en la batalla...



Prologo:
Renacimiento

«La historia del mundo no es más que el eterno show de marionetas de una contienda interminable.»
J. Mishley

La realidad se distorsionaba frente a él por primera vez desde que llegó allí, a su prisión amebiana, gelatinosa. Antes de dicha eventualidad había estado en letargo durante mucho tiempo. Tanto que había comenzado a olvidar. «¿Cómo había terminado así?», se había preguntado infinitas veces. Recordaba una batalla borrosa, lejana… sus amigos se habían vuelto contra él, le habían traicionado. Pero, ¿por qué? Eso no podía recordarlo por más que lo intentaba. Aunque luchó con valentía, sus antiguos camaradas lograron derrotarlo y lo expulsaron del mundo material, sellándolo en los abismos que existen más allá del cosmos con una magia muy poderosa. Incluso hasta para él, uno de los magos más grandes de todos los tiempos, si no es que el más grande de todos.

Y ahora estaba por salir de allí. De donde fuera que “allí” fuese. Podía sentir como la realidad se resquebrajaba a su alrededor, cómo las paredes del espacio se hacían añicos ante sus incrédulos ojos y se partían como si se tratase de un cristal que se venía abajo; fue expulsado de su prisión y regurgitado en el mundo mortal como si una madre lo estuviese dando a luz. El líquido gelatinoso que lo envolvía empezó a evaporarse tan pronto como el mago tocó tierra, y vio como la distorsión en la realidad desaparecía, como si nunca hubiera ocurrido en primer lugar. Al tocar sus ropas se dio cuenta de que no estaban siquiera mojadas. Respiró profundamente, saboreando el aire como aquel que come después de varios días de no haber probado bocado, y sintió como las corrientes arcanas invadían su cuerpo una vez más. El poder que antaño poseía comenzó a regresar poco a poco, con un torturante pero placentero cosquilleo por toda su piel. Se fijó en uno de los anillos que llevaba en su mano derecha. Era muy simple, una sencilla banda de oro con un rubí miniatura de forma hexagonal incrustado en su centro. No recordaba porqué ese anillo era más importante que todos los demás que poseía.

—Levántate —escuchó de repente.

El mago levantó su rostro y se sintió fascinado y a la vez temeroso por lo que vio. Allí, frente a él, se encontraba su propio reflejo. Había cobrado vida propia y le miraba fijamente. Alto, de tez pálida y azulada, cabello dorado, vistiendo su misma túnica azul celeste. La única diferencia entre los dos era el color de sus ojos, dos orbes perlinos y opalescentes sin pupilas. Los de él eran azules, los del reflejo eran complemente rojos. Un rojo ardiente y maligno.

—Fascinante, sencillamente fascinante —murmuró el mago—. ¿Qué eres tú, que osas tomar mi forma? ¿A quién debo agradecerle mi repentina libertad?

—A nadie más que a ti —respondió el reflejo—. Yo no soy más que tu reflejo, un hechizo que dejaste en éste mundo en caso de que lograses salir de tu prisión. Estoy aquí como tu guía para que te adaptes al paso de la historia. Tu magia ha funcionado bien, solo que ha sido lenta. Han pasado casi mil años desde que fuiste encerrado.

El mago se mostró perplejo al principio. Usando su voluntad manipuló las corrientes mágicas para leer las memorias recientes del mundo. Era un ritual complejo, que tardaba normalmente días y requería cientos de materiales alquímicos e implementos exóticos para su ejecución. Pero el anillo de rubí era un objeto poderoso que le permitía superar las barreras impuestas por cualquier clase de hechizo. Inconscientemente lo usó y en solo unos segundos supo cuanto quería saber. En efecto, habían pasado mil años desde que fue encerrado. Sus viejos compañeros de aventuras no habían ensuciado su nombre, por lo que las leyendas de sus hazañas lo mostraban como un benefactor para los mortales, un héroe que había sacrificado su vida para salvar al mundo de un antiguo mal. Mientras estuvo atrapado en su prisión fuera del cosmos planeaba vengarse con los descendientes de sus traidores amigos, pero esto lo hizo cambiar de idea. Por ahora, los dejaría vivir.

—¿Sabes dónde estoy? —preguntó al reflejo una vez hubo regresado de su trance.

—En el reino magocrático de Argenta. Una nación pequeña, sin importancia en el orden de la historia actual. Nos encontramos dentro de una de sus fortalezas más antiguas, en la frontera meridional.

—¡Una nación gobernada por magos! Eso es algo que no existía en mi época. ¿Y me dices que es poco importante en esta era? ¿Qué clase de idiotas la gobiernan?

—Los magos de Argenta son gente pacífica y su nación es muy joven aún. Pronto usted verá todo con sus propios ojos. Ahora que ha regresado, mi función ha llegado a su fin. Una vez mi esencia se reúna de nuevo con usted, tendrá acceso a todos los recuerdos que almacenó en mi, así como a los nuevos conocimientos que he adquirido en su ausencia.

El reflejo se desvaneció de repente en una nube de polvo arcano que se fusionó con el cuerpo del mago. Nabu, pues así se llamaba aquel milenario mago, abrió los ojos con admiración y confusión al ver como aquellos conocimientos se despertaban en su mente. Era como si siempre hubieran estado ahí, como si nunca hubiera olvidado nada. Miles de conocimientos, sensaciones e imágenes afloraron en su mente en tan solo unos segundos.

—¡Al fin he regresado…! —sonrió eufórico. Y no se percató del ominoso brillo carmesí que emitía su anillo mágico.


RE: [Fantasia Épica] El ciclo del sol negro - El Ouroboros - Anzu - 08/12/2015

Capitulo I:
Karesia y Alegast





Y vi caer del cielo cientos de estrellas, y aquellas eran las que traían los fuegos de la destrucción. Y los llantos de los hijos de Enuma clamaban a lo alto: ¡Oh Diosa! ¿Por qué nos has abandonado? ¿Por qué nos envías estas estrellas de la destrucción? ¡Oh! Sagrada Diosa, responde a la pregunta de tu siervo: ¿por qué nosotros debemos sufrir estas calamidades?

Y aquella Diosa de facciones humanas sonrió con ojos bondadosos:

«Porque aquellas estrellas encarnaran a los hijos de Eva...»


Tomado del Libro de las Crónicas Oscuras


I


Recordar la vida antes de la aparición del Muro era difícil. La portentosa construcción cubría gran parte de la ciudad y sus paredes, completamente transparentes, reflejaban la infinita bóveda celeste, como si un pedazo de esta hubiera caído del firmamento y se hubiera tragado la tierra más allá de la sección occidental de la sagrada Telos. Se alzaba sobre las murallas y las torres más altas de la Capital Imperial, y aún el imponente palacio de gobierno parecía pequeño ante aquella construcción misteriosa. Había aparecido de la nada una noche hacía tres años, y desde entonces todas las noches, cuando las lunas estaban en su cenit, emitía un pulso mágico de una longitud de onda de diez kilómetros, que interfería con todos los fuegos —sea de las lámparas o los hogares, e incluso aquellos de naturaleza mágica— a su alcance, aunque no les hacía nada, solo los congelaba por unos instantes. Magos e investigadores de todo el Imperio, e incluso algunos de otras naciones, habían viajado a Telos para poder estudiar este portento.

Pero a Karesia eso poco le importaba. Desde su habitación en una de las plantas altas del palacio observaba el Muro todas las noches. Le atraían bastante las instalaciones que el difunto Emperador, su padre, había hecho construir alrededor del Muro para los investigadores, a las cuales estudiaba con sumo interés. A veces se recostaba en el marco de la ventana, dejando que la luz de las lunas bañase su hermosa y delicada figura; otras veces, cuando el clima era fresco y la brisa corría suavemente, se animaba a salir al balcón o incluso a la azotea del palacio. Pero esa noche lo hacía desde su cama, un enorme mueble redondo adornado con sabanas de seda de muchos colores y docenas de almohadas de la más fina hechura. La joven, en medio de la oscuridad, observaba el fragmento de cielo con esperanza nostálgica, añorando algo que nunca había tenido y que tal vez jamás tendría.

Esa noche era la víspera de su décimo séptimo cumpleaños, y pese a ser la hija consentida del Emperador, estaba más sola que de costumbre. Detestaba la hipocresía de las damas de la corte y de los zalameros burgueses y mercaderes que todos los días iban a rogar audiencia con su hermano mayor, el príncipe Dovarian, mientras fingían que todo estaba bien, pero a sus espaldas la miraban con lastima y susurraban entre sí. Todo se debía a aquella mala experiencia que había sufrido a los diez años, desde la cual aborrecía a las muñecas y miraba con desconfianza a los hombres. Aún así, era feliz. No le importaba que la gente hablara a sus espaldas y se compadecieran de ella, ya que vivía tranquila. Ni siquiera le había afectado la muerte de su padre.

Los nobles, por su parte, no hacían sino hablar de eso. La muerte de Philene III, otra pobre victima de la Plaga, había sido un duro golpe para el Imperio, desestabilizando una paz de por sí bastante frágil. Sin un líder que arengase a los ejércitos en su contra, los Caudillos de la rebelión ahora campaban a sus anchas en las tierras más alejadas de la capital. Y pese a las cruentas batallas que habían estallado desde entonces, la gente solo hablaba del difunto Emperador, especulando quién podría ser su sucesor, como si tratasen de ignorar el destino de los pobres infelices que vivían más allá de las murallas de Telos.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando entró su anciana nodriza, una mujer ourana —pues su piel era morena, diferente a la piel trigueña de la gente del Imperio y las tierras centrales—, y como de costumbre se quedó mirándola con devoción casi religiosa antes de ponerse a hacer sus quehaceres. Aunque a Karesia le disgustaba que lo hiciera, era una reacción natural de las personas "normales" al ver a alguien de la estirpe teloniana. Karesia, como todos los telonianos, tenía tanto los ojos, enmarcados por cejas arqueadas, como el cabello de un inhumano color dorado, y de su cabello resaltaban los dos mechones azules, casi violáceos, a cada lado de su despierto y pálido rostro. Aquellas facciones inspiraban miedo y respeto en los plebeyos, quienes consideraban a los telonianos descendientes de los dioses.

En aquel momento el pulso mágico, una onda circular de energía verdiazul, atravesó su habitación agitando el fuego del hogar que la mantenía cálida e iluminada. No era la primera vez que Karesia veía eso. Todas las noches desde la aparición del Muro se quedaba despierta hasta tarde solo para observar el pulso, y la extraña onda de lucecillas que despedía.

—¿Viste eso, Norta? —preguntó Karesia sin mucho interés—. ¿Viste las luces verdes que flotan en el aire?

—No, no he visto nada querida... —respondió la anciana, enfrascada en sus quehaceres.

Y era una respuesta que Karesia esperaba. Cuando vio esas luces por primera vez se emocionó demasiado, y trato de hablar con sus hermanos y con otras personas que estudiaban el Muro, pero cuando todos le dijeron que ella era la única que decía ver esas luces, se desanimó bastante y decidió no decir nada más.

Una segunda pulsación emanó del muro y recorrió toda su habitación, brillando como un sol de color verde. Eso era inusual. Jamás había ocurrido una segunda pulsación. Además, esta era mucho más fuerte que la primera, y las pequeñas luces verdiazules eran más abundantes.

—¡Es muy bonito! —exclamó Karesia maravillada ante la preocupada mirada de su nodriza—. No sabes de lo que te estás perdiendo —le sonrió guiñándole el ojo.

Sin embargo, la joven fue interrumpida por un fuerte sonido que comenzó a oírse repentinamente por toda la ciudad. Al principio parecía como el ruido del aleteo de una libélula cerca del oído, después comenzó a sonar mucho más grave, haciendo resonancia con todos los edificios del área, causando un temblor en todo el distrito imperial. A medida que pasaban los segundos, el temblor se hizo más fuerte, haciendo que la cama de Karesia comenzara a bailar.

—¡Es un terremoto! —gritó la nodriza.

—¡Mira! —señaló Karesia con el dedo al Muro, que ahora resplandecía.

Una gran concentración de energía se hizo visible como un haz de luz que se levantaba hacia el firmamento.

—¿¡Qué rayos está pasando!? ¿¡Qué es esa luz!? —se escuchó gritar a uno de los guardias que hacía su ronda esa noche cerca de la habitación de la princesa.

—¡Oh! ¡Por el Sol! —gritó la nodriza al ver aquel resplandor—. ¿Qué es esa luz?

El ruido desapareció en ese instante. El temblor se detuvo y una inquietante tranquilidad reinó en ese momento. La luz, más resplandeciente que antes, iluminaba todos los rincones del cuarto de Karesia. La princesa vio como los nobles salieron a las ventanas de sus mansiones cercanas al palacio para ver qué era lo que iluminaba en la noche como si fuese un nuevo sol. Durante tres años el muro había parecido inactivo y las personas ahora estaban asustadas y preocupadas. La gente comenzó a especular, y en los pocos minutos en los que había durado aquella calma, las más disparatadas teorías se podían oír en las conversaciones, desde el fin del mundo hasta la posibilidad de un ataque de los magos de Argenta.

Para Karesia las cosas eran muy diferentes. El resplandor verde era más abundante y resplandeciente, y emanaba del muro como una cascada de luz. Aquellos raudos caudales lo envolvían todo, incluyendo su cuerpo, y la sensación de estar sumergida en un mar de electricidad estática que le ponía la piel de gallina embargaba su cuerpo. Entonces, fue cuando todo ocurrió.

—¿Qué demonios es eso...? —fue lo único que alcanzó a murmurar.

La luz del muro explotó, elevándose hacía el cielo como un domo de energía y envolviéndolo todo, tragándose el palacio y la mitad de Telos antes de que alguien pudiese darse cuenta de que era lo que estaba ocurriendo.


RE: [Fantasia Épica] El ciclo del sol negro - El Ouroboros - Anzu - 08/12/2015

II

La Rosa de la Corona era el más famoso y legendario collar del que se tuviera registro alguno en el Imperio. Concebido como un obsequio para la emperatriz Marann en el 546 C.A., era un estrafalario collar hecho de perlas, diamantes y rubíes traídos de las exóticas tierras del norte. Quién se cree fue su creador, el joyero Basili, había sido ejecutado por el celoso emperador Baorn poco después por su atrevimiento, aunque la familia teloniana conservó la joya, que era de una magnifica hechura. La leyenda decía que el collar luego había sido robado de la bóveda del palacio y desmontado por miembros de la Cofradía del Reposo en el mes del Cielorroto del 687 C.A., y luego recuperado por las fuerzas imperiales tras arrasar por completo la villa de Monfell en el mes de la Segunda Semilla del mismo año. Actualmente la susodicha joya pertenecía a la princesa Tristania, la mayor de las hijas del difunto Philene III.

Aquel collar era el objetivo del ladrón, un sujeto de pasos ligeros y figura esbelta que portaba una armadura negra bastante simple, que consistía en un jubón de cuero oscuro y un peto prominente con solo una hombrera en su flanco derecho, y en sus brazos llevaba sendos guanteletes terminados en garras. Su rostro estaba cubierto por un yelmo negro que contrastaba con su plateada cabellera y del que sobresalían dos enormes orejas de elfo. Dicho yelmo tenía la forma de una cabeza de cuervo, que revelaba bajo su visera el sonriente rostro del ladrón que escalaba en silencio las paredes del palacio de gobierno valiéndose de una cuerda con un gancho de acero en su extremo y una habilidad inhumana para poder trepar por una pared totalmente plana. Se trataba de Alegast, el caballero ladrón, elfo y maestro de la magia, y considerado una vez héroe del Imperio.

Tras de sí brillaban a la luz de las estrellas las níveas columnas de mármol, los tejados de las mansiones de los nobles y las cúpulas de los edificios de gobierno. Más allá se encontraba el prístino templo de los dioses, en el que se veneraba no solo al dios-sol, Zoliat, sino también a los dioses más viejos por costumbres de los telonianos, y a dioses extraños, traídos de las naciones que comerciaban con el Imperio. El elfo no pensó mucho en la religión de los humanos. Sabía que aquella religión, como todo lo que se refería a los usos y costumbres de los humanos, era intrincada y compleja y había perdido en gran medida su esencia en medio de un laberinto de fórmulas y rituales innecesarios.

Y más allá del templo estaba el traslucido Muro, que reflejaba la luz de las hermosas lunas amarillas. El elfo observó el Muro por un momento y luego continuó su ascenso. El Muro le inquietaba. Telos estaba envuelta en magia caótica, que salía de aquel Muro en pulsaciones moduladas diariamente, todas las noches. Y no había forma de que la magia caótica se manifestase de forma natural en el mundo de los humanos, lo que implicaba que alguien estaba detrás de la aparición de aquel portento. Pero alejó esos pensamientos de su mente al llegar al marco de la ventana y haciendo uso de su Arte abrió el pestillo de la misma. Dio un pequeño brinco y, apoyando su mano en el marco, se impulsó para infiltrarse de un salto en el palacio.

Los pasillos estaban oscuros y parecían desiertos, pero el ladrón se movió con cautela. Pese a que se suponía que las princesas se encontraban en la capilla de los dioses rezando por el alma de su padre, y que estarían fuertemente vigiladas para evitar que los seguidores de alguno de los herederos al trono las matasen, supuso que aún quedarían suficientes guardias protegiendo el palacio como para que se relajase. Atravesó los pasillos como una pantera al acecho, hasta llegar a su objetivo, un cuarto sellado tras una enorme puerta doble de madera.

—Cerrada —murmuró Alegast al tratar de abrirlas—. Nunca he logrado entender la fascinación de los humanos por las puertas...

Y haciendo pases con sus manos, manipuló las corrientes arcanas en busca de la presencia de la magia y al cabo de un rato percibió una docena de trampas mágicas ocultas en la superficie de la madera, que no solo servían para dañar a intrusos con un manto de hielo y fuego, sino también para alertar a los guardias de su presencia. Sacó de un pequeño zurrón que llevaba atado a su cinturón una rama de pasto y se la llevó a la boca, tras lo cual hizo con algunos pases de manos frente a la puerta. Al terminar escuchó un delicado chirrido mientras la magia de las trampas se desvanecía como polvo en el aire.

Con mano cautelosa y hábil, Alegast empujó un poco la puerta y ésta se abrió sin ofrecer resistencia; acto seguido miró con recelo al interior, en guardia contra lo que pudiera suceder. Tras la puerta vio una habitación que servía de bóveda para diversas joyas y cerámicas, armas y armaduras, y cuyas paredes estaban decoradas con cortinas y pinturas de valor incalculable. No había sillas ni mesas; se veían unos dos o tres lechos cubiertos de seda, con hermosos bordados en oro, y varios cofres de caoba con refuerzos de plata encantada con protecciones mágicas. En el centro de la misma, puesta sobre un pedestal de marfil se encontraba la Rosa de la Corona, cuyas piedras preciosas iluminaban la habitación con su brillo rutilante. No había señales de vida.

Tomó la rama de pasto, que aún llevaba entre sus labios, y lanzó en dirección del collar. La rama, cargada con magia, voló rauda a su objetivo hasta que se topó con una pared mágica que la carbonizó en el aire. Al ver esto, Alegast sacó unos polvos mágicos de su zurrón y los esparció en el aire, haciendo que se formase una luz azulina que delató inmediatamente la presencia de todas las protecciones y trampas de naturaleza mágica frente al elfo. Haciendo uso del Arte, Alegast se movió ligero como el viento y fue deshabilitando una a una las trampas y protecciones, hasta llegar junto al pedestal donde reposaba la joya. Fue en ese momento cuando percibió una agitación en las corrientes arcanas, y fue eso lo que le salvo la vida, pues le permitió esquivar a tiempo el ataque mortal de una sombra que le atacó velozmente.

Se trataba de un constructo, un ser humanoide hecho de magia solidificada y llamas azules que había sido conjurado como última defensa en caso de que las demás protecciones fallasen. Sus ojos, dos orbes rojos en medio de un rostro sin rasgos, centelleaban con un brillo maligno y le perseguían mientras el ladrón se movía en círculos y se preparaba para contraatacar. La pelea fue breve, al momento en que el constructo le disparó una bola de fuego, Alegast la esquivó mientras se apoderaba de esta, hacía pases con las manos y la redirigió a su atacante modificada con su propio conjuro, un hechizo de disipación de magia que desintegró al constructo cuando la bola de fuego azul le impactó.

Había parecido una pelea fácil pero Alegast no se confió. Se ocultó en las sombras esperando a los guardias, quienes debieron haber sido alertados por el estallido del constructo, pero al cabo de un rato nadie llegó. A su vez, el elfo se encontró con algo que no esperaba. La pulsación del Muro y las volutas de magia verde que inundaban el ambiente. Pudo ver como las llamas azules, restos del constructo con el que había luchado, se paralizaban al contacto con el pulso de magia y volvían a moverse poco tiempo después. El pulso pasó por su cuerpo y le causó malestar antes de seguir su camino. Sin esperar más se dirigió al pedestal y tomó la Rosa de la Corona, guardándola en un paño de seda especialmente preparado para ella, cuando una segunda pulsación ocurrió. Sabiendo que aquello no era bueno, el elfo salió corriendo de la bóveda en dirección a la primera ventana que viese. Mientras abría la ventana, el Muro empezó a emitir un fuerte sonido, como el zumbido de las libélulas, que se hizo gradualmente más fuerte hasta hacer retumbar el palacio y las construcciones aledañas a este.

Alegast salió por la ventana y comenzó su lento descenso por las paredes del palacio. Mientras bajaba, observó como el Muro se había convertido en un enorme pilar de luz, y como las personas salían a las ventanas y balcones de sus casas para mirar que era lo que estaba ocurriendo, visiblemente asustadas. El sonido y el temblor desaparecieron en ese instante, siendo reemplazados por un océano de volutas de magia caótica que inundaban el palacio y el barrio de los nobles, y posiblemente el resto de la ciudad con su inmundicia. Pese al malestar que eso le causaba a su cuerpo, Alegast continuó bajando hasta llegar lo suficientemente cerca del suelo para llegar a este de un brinco y salir corriendo en dirección de las murallas que protegían el palacio. Pero fue en ese momento cuando el Muro explotó, liberando una onda de magia caótica en forma de un gigantesco domo de luz brillante como el sol.

—Esto no pinta nada bueno —masculló entre dientes mientras era tragado por la luz.


RE: [Fantasia Épica] El ciclo del sol negro - El Ouroboros - Aljamar - 09/12/2015

Buenas Anzu,

Aquí estamos de nuevo con otra historia que parece interesante... Veamos, sólo me he leído el prólogo, pero te comento:

me gustan las historias de magos, así que muchos puntos por ahí (pero cuidado con el tema del uso de la magia y sus reglas, que he visto cosas bastante decepcionantes!)
en general el planteamiento muy bueno, el recurso del hechizo me ha gustado y además no avasallas con la típica avalancha de datos/nombres.

Sugerencias:

- me ha chocado que el diálogo entre el mago y su "reflejo" cambio del tú al usted... yo creo que queda mejor con tú...
- aunque me ha gustado el planteamiento, creo que le falta algo de "gancho" o de "tensión"... está claro que no todas las historias pueden comenzar igual, pero creo que con algo más el lector podría engancharse más. Tal vez simplemente con mejorar la ambientación, alguna descripción...

En cuanto pueda sigo con los siguientes capitulos!

Saludos y nos leemos!


RE: [Fantasia Épica] El ciclo del sol negro - El Ouroboros - Anzu - 09/12/2015

Hey, Aljamar, y gracias por comentar.

Arreglaré lo que dices del reflejo, pero, ¿podrías ser más especifico en cuanto a lo que debo mejorar de la intro?  ¿Te refieres a describir donde están? Siente que le quitaría el misterio a la escena, pero veré que puedo hacer.

EDIT: La última parte del primer capitulo. He cambiado el nombre de Karel a Karesia porque muchos me han insistido que Karel es un nombre masculino.



III

El alba estaba rompiendo cuando recuperó la conciencia y la intensa luz hizo que abrir sus ojos fuera un verdadero martirio. No sabía dónde estaba, ni cómo es que había llegado ahí. Karesia se encontró a sí misma en medio de un oscuro bosque, con sus ropas humedecidas por el rocío de la mañana pero extrañamente limpias pese a haber estado en el suelo toda la noche… al menos, eso creía ella. El punto donde se encontraba parecía haber sido víctima del impacto de un meteorito, pero ella se encontraba en el centro del cráter causado por este. Daba la impresión de que había sido ella, y no un meteoro, lo que había caído del cielo.

Se quedó tendida en el cráter por mucho tiempo luego de que recuperase la conciencia. Se sentía enferma, mareada. Miró al firmamento sin poner atención a lo que estaba viendo hasta que notó una roca gigante flotando en el cielo, moviéndose entre las nubes. Entonces se dio cuenta de que algo estaba mal. Había más rocas como esa, flotando en el cielo como pedruscos en el agua, y más allá de estas un enorme círculo luminoso era lo que producía la luz que ella erróneamente había atribuido al sol del amanecer. Dicho circulo estaba divido en siete discos superpuestos, cada uno en diferentes matices del rojo, oscuro el del centro y más claro a medida que llegaban al disco exterior, el cual era también de color oscuro; los discos oscilaban uno en dirección opuesta del otro, salvo el disco del centro, que no giraba.

Retiró el fleco de cabello de su cara con fastidio y se levantó del suelo como un gato; ágil y rápida, con sus ojos abiertos de par en par, en parte sorprendida, en parte asustada. Al salir del cráter se encontró frente a un gran árbol hecho de hierro, en un bosque desconocido conformado por cientos de esos árboles hechos de metal. Aunque en un principio se creyó perdida, soltó un suspiro de alivio al divisar más allá de las hojas metálicas el palacio de gobierno, tras la muralla que separaba al barrio de los nobles del resto de la ciudad, y entonces supo que aún se encontraba en Telos.

Una explosión detrás de ella la devolvió en seco a la realidad y la envolvió en una cortina de humo negro que invadió sus pulmones, haciéndola toser con fuerza. Escuchó el choque del acero y los gritos desesperados de guerreros tratando de reagruparse. Se trataba de una batalla. Una que ocurría en medio de la ciudad. Necesitaba ver lo que estaba ocurriendo con sus propios ojos, pero estaba muy débil para moverse rápido. La incertidumbre y el maldito humo la hicieron proferir juramentos en voz baja.

—¿¡Cómo es posible qué un solo oponente haya acabado con la guardia del Emperador?! ¿¡Quién eres!? —escuchó la voz del capitán de la guardia del palacio, un veterano de las guerras contra los rebeldes.

Más no hubo respuesta alguna a las preguntas del combatiente, solo chillidos y gritos, y el sonido de más explosiones. Al cabo de un rato la cortina de humo empezó a ceder, y Karesia pudo ver con sus propios ojos la batalla que ocurría frente a las murallas del palacio, aunque no podía dar crédito a lo que estaba viendo. El capitán de la guardia, un soldado viejo y canoso, se enfrentaba por si solo a un ser de naturaleza demoníaca mientras los demás miembros de la guardia imperial se encontraban tirados a sus pies, aniquilados.

El demonio, que cargaba en cada mano cadáveres mutilados de los defensores de la ciudad, estaba cubierto por un exoesqueleto de repulsivo color morado, y su cuerpo era larguirucho y escuálido, con la forma de un insecto humanoide, con tres garras tanto en manos como en pies, y una larga cola prensil. Dos grandes protuberancias en la espalda, con la forma de huesos largos y rectos en forma de ángulo de noventa grados apuntando hacia el suelo, le servían como alas. Portaba un yelmo astado que carecía de rostro, pero que tenía seis horrendos ojos rojos que se movían convulsivamente en todas direcciones. De su hombro derecho resaltaba una protuberancia alargada e independiente de su cuerpo, una especie de arma decorada con un humeante cristal verdoso y que estaba unida al cuerpo del demonio por venas palpitantes de diferentes colores y grosor.

La criatura gorgoteo burlona mientras liberaba una poderosa bola de energía blanca del arma en su hombro, la cual no solo desintegró al capitán al instante, sino que destruyó el suelo bajo sus pies y la muralla detrás de él, y levantó una inmensa nube de polvo en medio de una sorda explosión.

—¡Miserable! —espetó Karesia entre dientes, mientras se armaba con la espada de uno de los soldados muertos y se abalanzaba contra el demonio.

La princesa se movió ágilmente y con solo un corte abrió una profunda herida en el brazo de la infernal criatura, la cual emitió un horrendo chillido y contraatacó con un potente y rápido coletazo, enviando a la joven contra la muralla. Karesia, aunque sangrando y aturdida, tenía aún fuerzas para reincorporarse y pelear, pero se dio cuenta de que la hoja de su espada se había mellado al golpear la piel del monstruo, tan dura como la roca, y llegó a la conclusión de que un segundo ataque con esa misma arma no solo sería inefectivo sino que la dejaría en una precaria posición. Trató de buscar otra arma, en vano, pues el demonio se preparaba en ese instante para darle el golpe de gracia con su arma mágica.

Justo antes de que el arma se disparase, un relámpago retumbó en el aire y golpeó a la criatura, forzándola a retroceder, mientras al mismo en lo alto de la muralla se encontraba un sujeto de armadura negra en una pose de combate, con energía mágica chispeando entre sus manos.

—¡Alegast, el poderoso, hace su entrada! — exclamó el individuo con una carcajada exagerada y arrogante, un elfo cuyo rostro estaba cubierto por un yelmo con forma de la cabeza de un cuervo.

Anonadada por su entrada, Karesia se volvió a ver su salvador justo en el momento en que el demonio cambiaba de objetivo y disparaba su arma mágica contra este. Alegast saltó ágilmente esquivando el poderoso ataque, que en su lugar destruyó la muralla detrás de él, mientras dibujaba un círculo mágico en el aire usando una piedra negra de aspecto repulsivo como pincel.

Al insertar la piedra en el centro del círculo el tiempo se hizo más lento. Del círculo mágico brotó un manantial de energía verdosa que envolvió el cuerpo del elfo, y de la cual se manifestó el mango de una espada, hecho de hueso y cuero rojo, en cuyo pomo iba la piedra negra y que terminaba en una guarda que tenía una forma similar a las alas de un dragón. Esta guarda llevaba incrustada en su centro un horrendo ojo verde que fulguraba con una rojiza luz, observando al mundo con ira y desprecio. La guarda dio lugar a la hoja de una espada, que era serpentina y alargada, y estaba compuesta de un metal negro que se tragaba la luz a su alrededor. Una vez la hoja hubo salido en su totalidad del círculo, éste desapareció y el flujo del tiempo regresó a la normalidad, permitiendo a Alegast caer de pie frente al demonio.

—¡Hay dos estrellas de la calamidad brillando en el cielo! — exclamó al momento de abalanzarse contra la criatura, la cual no tuvo tiempo de reaccionar. El elfo atacó con un swing rápido y antes de que el demonio pudiese asimilarlo, su cuerpo se partió en dos a su vez que el brazo derecho había sido separado del torso—. Tienes muy mala suerte de que se hayan posado sobre ti hoy… —sonrió.

La criatura dijo algo en su idioma blasfemo y luego cayó al suelo con un golpe seco, muerta, formando un charco de sangre verde y viscosa a su alrededor. Karesia se acercó al elfo, con su cuerpo dolorido por el combate y tratando aún de asimilar lo que había pasado.

—¿Eres Alegast, no es así? El ladrón… —preguntó mientras miraba el cadáver del demonio.

Como todos en la corte la princesa conocía las historias que se contaban de Alegast, el ladrón inapreciable al que se le atribuían las más disparatadas proezas y se lo otorgaban los dones más variopintos. Conocido era por operar solo en los castillos y las mansiones de la nobleza, y su última y pintoresca anécdota era aquella en la cual se había negado a robar la valiosa colección de arte pre-imperial del lord regente de la ciudad de Danfort cuando descubrió que aquellas reliquias no eran autenticas.

—Es un placer conoceros, lhiannan —respondió Alegast con una educada reverencia quitándose su yelmo al mismo tiempo que la espada en sus manos se convertía en un montón de ceniza, de la cual quedó solo la piedra negra que se había usado para invocarla.

Karesia se sonrojó al ver el rostro del elfo, de rasgos finos e inhumanos, con ojos de un sobrenatural azul y piel morena casi cobriza, que de alguna forma le recordaba a la tierra o a la corteza de los árboles.

—Por vuestros rasgos, sois una dama teloniana, ¿o estoy equivocado? — preguntó Alegast tratando de emular la cortesía humana, algo que se le daba fatal.

—En efecto —sonrió Karesia presumida—. Quinta princesa del Sacro Imperio Teloniano, Lady Karesia Dragul Fastrade Maevaris Portia ir'Drakengast. Es todo un honor para alguien como vos el conocerme.

—Caramba, ese es un nombre demasiado extenso… —replicó perplejo Alegast, rascándose la barbilla—. Si me lo permite, creo que mejor le llamaré Kari, lhiannan.

—Pues no se lo permito —arguyó Karesia, roja de la indignación y la ira.

Más en aquel momento fueron interrumpidos por un pelotón de soldados imperiales que provenía de las barracas de la muralla exterior de la ciudad, a la cabeza de los cuales iba Drego ir’Delacroix, Comandante de la Quinta Escuadra de Élite de las fuerzas militares del Imperio.

A diferencia de los soldados que pertenecían a la guardia del palacio, que usaban simples cotas de malla, que portaban sobre un uniforme azul oscuro que servía para distinguirlos de los soldados otras divisiones, y no llevaban más armas que espadas o ballestas, los soldados al mando de Delacroix portaban vistosas armaduras de placas plateadas, estaban armados con lanzas, espadas y alabardas, y llevaban con orgullo sus grandes escudos que tenían grabado el blasón imperial —un dragón volando sobre el disco solar—. Delacroix portaba además la capa purpura y un yelmo con penacho rojo, que lo identificaba como el oficial de más alto rango.

Delacroix era un tipo delgado y de aspecto delicado, de piel blanca, ojos café y cabello cenizo, lo que revelaba la sangre teloniana que corría por sus venas, si bien no era alguien del linaje puro de los telonianos, como Karesia, sino quizá el fruto del romance prohibido de un teloniano y alguien de la plebe. Aún así, al ser medio teloniano, estaba por encima de cualquier otro ser humano en el imperio, o eso creían los de la estirpe teloniana.

Mylady, ¿se encuentra usted bien? —preguntó arrodillándose ante la princesa, cosa que sus oficiales imitaron.

—Así es. Y no gracias a ustedes —les reprendió indignada—. De no ser por este buen elfo, ya estaría muerta.

—Hablando de eso… Alegast el ladrón, se encuentra usted bajo arresto por los cargos de pillaje, hurto, allanamiento de morada, secuestro y otra larga lista de crímenes que solo los dioses sabrán —encaró Delacroix al elfo una vez hubo terminado de presentarle sus respetos a Karesia.

Ante las palabras de su comandante, los demás soldados le rodearon, a lo que Alegast respondió con una sonrisa, dispuesto a hacer uso del Arte para escapar en cualquier momento. No había robado la Rosa de la Corona para que se la quitaran sin que nadie hubiese notado el hurto. Por otro lado, podía dejarse capturar y luego escapar de las mazmorras, o incluso del cadalso, que según los carteles de “se busca” iba a ser su destino si le atrapaban. Eso daría un espectáculo digno del pueblo y dejaría humillados a los soldados imperiales por muchos años.

Pero Karesia tenía sus propios planes, pues se puso frente a Delacroix y con un ademán le ordenó detenerse.

Ser Alegast viene conmigo, comandante. Es mi invitado de honor y se dirige hacia el palacio conmigo en este instante —dijo con determinación, e ignoró la expresión abobada que hizo Delacroix al escuchar las órdenes de la princesa.


RE: [Fantasia Épica] El ciclo del sol negro - El Ouroboros - Aljamar - 12/12/2015

Hola Anzu,

Ya he encontrado un rato para leer la parte I y II, pero primero te explico mi comentario anterior:

- quizá 'mejorar' es algo inapropiado, simplemente es una sugerencia y subjetiva. Lo que quería decir es que veo el prólogo algo breve. Como tú dices, alguna descripción de dónde está, o sus pensamientos/sensaciones... o alargar la conversación. No sé decirte nada en concreto, sólo es que me quedé con la sensacion de que era muy corto.

Respecto a la parte I: otra vez buena introducción progresiva de datos/nombres sin avasallar. Narrativa fluida y sin nada que objetar. En cuanto al contenido, al principio me quedé algo confuso con el Muro. ¿Rodea la ciudad? Entonces, ¿no pueden salir? Y también me ha parecido una descripción demasiado 'científica' para mi gusto, con la longitud de onda, etc etc. Pero repito que es simplemente mi opinión.

Respecto a la parte II: ahí tenemos al elfo! bien! añades intriga y misterio y ya calentamos motores con una pequeña escena de lucha. bien, bien. Me ha venido a la mente la típica secuencia de Mision Imposible o similar Big Grin aunque esta vez no he tenido esa sensación de 'ciencia ficción' que te decia sobre el muro.

Pues eso, la historia promete y habrá que seguir leyendo!

Saludos y nos leemos!


RE: [Fantasia Épica] El ciclo del sol negro - El Ouroboros - Anzu - 14/12/2015

Gracias por comentar. Big Grin

Y bueno, a lo de la parte de ciencia ficción, ya lo diría la emblemática Agatha Heterodyne: "Cualquier magia lo suficientemente analizada es indistinguible de la ciencia".

EDIT:

Capitulo 2, listo :v



Capitulo II:
Fuegos de Guerra

I

“Argenta era una pequeña nación sureña gobernada por la cábala de magos local. De gentes simples y una cultura estancada en costumbres y tradiciones que no habían cambiado en generaciones, era un país que nunca había resaltado en la historia de Eria. Nadie creería que de todas las naciones del sur, sería la única que pudiera hacerle frente al poderoso ejército del imperio teloniano.”

Fragmento del Compendio Histórico de Eria.

El sol del amanecer se vio cubierto por la polvareda que se levantaba al sur de la Cordillera del Dragón, en la frontera imperial meridional, mientras el suelo temblaba ante la avanzada del ejército de Argenta, la nación magócrata que estaba al otro lado del Mar de las Estrellas, lo cual era un signo inequívoco de la gran batalla que se avecinaba. Las cosas no estaban tranquilas desde la aparición de las criaturas extrañas en medio de la Ciudad Sagrada de Telos, pero la situación política entre las diversas naciones de Eria se encontraba bastante tensa desde mucho antes.

Las cosas habían empeorado cuando los Caudillos, líderes de las fuerzas rebeldes que se oponían a la familia Imperial, habían roto la tregua tras la muerte del Emperador y ahora se enfrentaban entre sí, iniciando uno una guerra de facciones en busca de anexar más territorios a sus autodenominadas “zonas independientes”, regiones que habían proclamado bajo su dominio. A pesar de ello, el mayor peligro para el Imperio lo representaban las fuerzas extranjeras. Y de entre esas la más peligrosa era Argenta, una nación pequeña y otrora poco importante en el orden político mundial, pero que de repente se había convertido una potencia militar con el poder para desafiar incluso al Imperio. Los diplomáticos ya había intentado negociar la paz, pero los magos de Argenta había sido adamantinos y habían rechazado toda posibilidad de compromisos con el Imperio.

A lo lejos, los desesperados habitantes de Valeholm se encontraban preparándose para evacuar a la seguridad de las Tierras Centrales, en el corazón del Imperio, pues las fuerzas invasoras se encontraban tan solo a media jornada del Fuerte del Ave de Plata, la única defensa que protegía la región meridional del Imperio. Aquel puesto de guardia era una reliquia de las guerras Társias, habiendo servido como escudo contra las invasiones zooantropas de oriente unos cien años atrás, cuando los caminos comerciales a Telos estaban prohibidos y este era el único paso que ofrecía un acceso a la Ciudad Sagrada, y aquellos hombres bestia intentaron dominar las tierras del valle al sur de la cordillera.

Del histórico Fuerte salían ahora los raudos defensores imperiales, al mando del Capitán Durgen, un tipo que portaba una monstruosa armadura de placas y un yelmo astado, y exigía de sus temerosos soldados una victoria aplastante o una muerte gloriosa en el campo de batalla. Aquel Durgen era veterano de la guerra civil, aunque carecía de meritos para el rango que ostentaba. Muchos decían que su promoción a capitán se debía más a conexiones con los nobles que a recompensa por un servicio militar excelente, pues tenía fama entre los círculos militares de ser cruel y autoritario, y de no tener piedad con nadie, tratando a enemigos y civiles por igual.

Los ejércitos de Argenta, por su parte, eran comandados por la Encantadora Levkova, una de las magas más jóvenes de la nación sureña e infame por su linaje, pues era una cambión, el fruto de los amoríos de un mortal y un demonio, aunque aquello poco importaba a los ojos de sus superiores, pues estos apreciaban más la efectividad de sus estrategias y el tremendo poder de sus conjuros. Con la muerte de Philene III, los magos de Argenta, envalentonados, habían encargado a Levkova que recuperase los territorios al sur del Imperio, que otrora habían pertenecido a la nación magócrata. En los pocos meses que había durado la campaña, varios pueblos y villas del Imperio ya habían caído ante su poder arrollador.

La batalla comenzó tan rápido, que para el momento en que los habitantes de Valeholm se dieron cuenta, la llanura se había convertido en una carnicería. Los defensores del Fuerte del Ave de Plata contaban con legiones fuertemente armadas, soldados veteranos bien entrenados y equipados con armas de la mejor calidad, y superaban en número a las fuerzas invasoras, pero al cabo de un rato se vieron obligados a retroceder y ceder el territorio de las llanuras al sur del Fuerte. Pues aunque Argenta contaba con una fuerza de caballería e infantería bastante insignificante, y unos cuantos magos que servían como artillería, el grueso de sus fuerzas estaba compuesto por enormes gólems de piedra, constructos autómatas que por sí solos tenían el poder para acabar con batallones enteros.

Mientras observaba con preocupación desde una de las atalayas más altas del Fuerte, Lord Wendell, el General de las Fuerzas de Defensa Fronteriza, se preguntó como los magos de una nación de segunda habían adquirido de repente los medios para crear tales constructos. Aquel viejo soldado rozaba en la mediana edad, con el cabello totalmente cano y los ojos cansados, emperifollado en una armadura púrpura que denotaba su estatus como uno de los oficiales de más alto rango en el Imperio, que por haberse granjeado la ira de uno de los hijos Philene III había sido enviado a servir en tierras tan alejadas de la Capital.

Al ver que sus fuerzas cedían cada vez más terreno tomó el cristal de comunicación, un artefacto novedoso que tenía la forma de un espejo cóncavo y redondo, y permitía comunicarse con alguien que tuviese otro cristal, mientras ambos estuviesen sintonizados, que llevaba en un zurrón atado a su cinturón.
—¿Cuanto más debemos esperar para intervenir? —preguntó a Balzac por el cristal de comunicación.

La imagen de Balzac, de largo cabello blanco, barba corta bien cuidada y anteojos redondos, se materializó poco después en el cristal. Se trataba de uno de los magos más viejos que pertenecía a la Cábala, el gremio de magia más importante de Imperio, cuyo poder político era similar a ese de los nobles y los príncipes mercaderes.

—Aún no tenemos órdenes de intervenir. Por ahora, encárgate de rescatar a los civiles sobrevivientes y contener la batalla en la llanura. El Príncipe Dovarian no quiere que más regiones se vean envueltas en esta conflagración —respondió Balzac. Luego suspiró, y replicó en tono desanimado—. No sé que estamos esperando para acabar con esta situación de raíz…

–Órdenes son órdenes —concluyó Lord Wendell de muy mala gana, y se dispuso a preparar al resto de las fuerzas defensoras para lanzar una contraofensiva y rescatar a los soldados que se enfrentaban al increíble poderío de las fuerzas Argénteas.


RE: [Fantasia Épica] El ciclo del sol negro - El Ouroboros - Aljamar - 15/01/2016

Buenas Anzu,

Veamos las novedades:

el final del capítulo I, lo veo correcto, en la línea de lo anterior. Me quedo con el principio y el final; la conversación entre el elfo y la princesa me parece poco aprovechada...

Sobre el capítulo II, aún hay poco para comentar... habrá algún personaje en medio de la batalla para tener un punto de vista más subjetivo? o la historia va por otros derroteros y la batalla se queda como 'fondo'? Veremos...


Un saludo y nos leemos!


RE: [Fantasia Épica] El ciclo del sol negro - El Ouroboros - Haradrim - 16/01/2016

Muy buena historia, bien contada, llamativa, hay un par de cosas, de partida no explicas como es el asunto del muro magico y transparente, es decir si es solido, si se puede atravesar, etc, es una duda menor pero molesta.

Y luego esta frase, que necesita pulirse: Dicho circulo estaba divido en siete discos superpuestos, cada uno en diferentes matices del rojo, oscuro el del centro y más claro a medida que llegaban al disco exterior, el cual era también de color oscuro; los discos oscilaban uno en dirección opuesta del otro, salvo el disco del centro, que no giraba.

Osea que el disco mas claro sigue siendo oscuro.

Saludos.