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[Fantasía épica] El nunca amado 02 - Juno Natsugane - 10/01/2016

Hola, compañeros.

Estaba leyendo uno de los textos que tengo en mi ordenador, de aquellos que no he corregido todavía y que tienen "muuuuuchos" errores pero sin embargo, creo que se pueden leer. Repeticiones, palabras mal colocadas... el punto es que lo leí y quise compartirlo por acá.

Este texto pertenece a la segunda parte de la historia que estoy posteando en el dragón.

Bueno, quienes la están siguiendo tal vez comprendan algunos nombres raros o se les hagan familiares. Acá los dejo pues, con un texto sin editar.





Cuando Rodas de Gonesse derribó la puerta de un puntapié, su vista quedó nublada por una borrasca de humo. El caballero soltó el mandoble y se llevó las manos a los ojos enloquecido por el ardor. Su cabello de plata se le pegó al rostro como una telaraña, al tiempo que un olor a huesos quemados lo asfixiaba.
Rodas dio un paso atrás, sobre el barro. Retrocedió desarmado mientras la estela de humo seguía brotando hacia el bosque.
Luego de unos segundos los ojos le seguían ardiendo y el caballero quedó rodeado por gritos de guerra y un llanto amargo. El sonido del acero cortando carne; el chasquido de las mazas sobre el metal, la maderas y los cráneos; el silbido de los virotes aullando y el ruido de un manantial, rojo, áspero, húmedo, sobre las charcas. Pero también el sonido de unas pisadas.
«Atento… Escucha…», se recordó.
Y casi fue demasiado tarde. Porque una corriente de aire silbante sopló junto a sus dedos como queriendo cortarlos. Pero Rodas se movió. Rápido. Raudo. Como si fuese un sable empuñado. El viento, empero, silbó nuevamente. Y esta vez con una melodía distinta; un sonido hiriente y tornasolado, pero también desesperado y tonto. El caballero se tambaleó como si perdiera el equilibrio y el sonido del metal sobre el quijote de una armadura cantó dos veces.
Chischás.
Chischás.
«Demonios…»
Rodas retrocedió. Se arrodilló en una pierna perdiendo el equilibrio y recibió un golpe inesperado en la barbilla. Un golpe con un objeto metálico y oblongo, similar a un escudo.
«¡Ay…!»
Y luego recibió otro. Esta vez en el hombro.
Pum.
El tercer golpe, sin embargo nunca llegó.
Cuando su enemigo intentó golpearlo, el caballero detuvo el arma con las manos. Era un arma metálica, como de hojalata, y sin filo. Se la quitó. Y la hizo volar por los aires. Luego tomó a su agresor por los cabellos, y con la mano que le quedaba libre le arreó un puñetazo en el centro del rostro. El caballero sintió que rompió huesos y cartílagos. Pero no paró. Rodas golpeó de nuevo. Una y otra vez. En el mismo sitio. Con fuerza. Y con más fuerza. Hasta que sintió que golpeaba una maza húmeda. De carne y huesos molidos.
«Es suficiente… Ya detente…»
Su respiración, agitada, le decía que su enemigo estaba muerto. Que no representaba peligro. El ardor en los ojos había disminuido transformándose sólo en una molestia leve. Pero al fin al cabo, una molestia.
Silencio….
Rodas de Gonesse abrió los ojos con lentitud. Como si tuviera miedo. Y vio el cadáver flotante al cual sujetaba de las greñas.
El rostro del muerto ya no era rostro. Sino una masa carnosa e indescriptible. Una abominación.
―Qué diablos…―musitó el caballero sin poder disimular su horror. Un horror palpitante y perenne que le recordaba lo que en realidad era. Un asesino…― Pero si sólo es un niño… Por la puta mierda…
Rodas aspiró el olor a quemado que seguía emanando de la cabaña, e, incrédulo, soltó el cadáver sobre del pasto fangoso. El caballero estaba paralizado. Después de tantos combates, cruzadas, guerras y carnicerías en las que había tomado parte, nunca se imaginó haber cometido una canallada de semejante caudal. Del otro lado del campo de batalla, la sombra de un lobo royendo la carne de un cadáver le decía que no era el único. El cuerpo que roía, que era el de una mujer gestante, había sido partido en dos más menos a la altura de la pelvis; y Rodas pensó que podía ser la madre o algún pariente del crío al que había asesinado. Pensó que lo había confundido con el asesino de esa mujer, y que por eso lo atacó.
El caballero, por segunda vez en lo que iba de la noche, sintió un profundo dolor en el corazón, mientras las garras de un pasado horrendo lo atrapaban. Cuando era niño, Rodas de Gonesse también había visto a su madre morir. Unos bandidos le hicieron un corte en el vientre y, poco a poco, le arrancaron las tripas. Pero antes había observado cómo se turnaban para violarla, y después, como violaron su cadáver. Cuando terminaron lo habían violado también a él, mientras le hundían la cabeza en las entrañas de su madre muerta. «Probaste su leche. Ahora dime a qué sabe su sangre», eran las palabras que resonaban en su memoria cada vez que volvían esos recuerdos.
Rodas movió la cabeza de un lado a otro para olvidar. Pero le era difícil. En ese momento, junto al cadáver del niño, se sintió como uno de los bandidos que habían arruinado su infancia.
«¿Para eso te convertiste en caballero? ―se preguntó, sintiendo nuevamente una presión en el pecho― ¿Para eso, realmente…? Quizá ya sea el momento de desertar, Rodas… Quizá haya llegado el momento de mandar todo la mierda y ser fiel a tus principios. Creo que ya has tenido suficiente de estas porquerías. La Orden de los Caballeros Mendigantes ya no es ni la sombra de lo que era.»
Rodas de Gonesse, con las manos temblantes, tomó el medallón que colgaba de su cuello. Era un medallón negro, fraguado en plata, con la figura de una cruz astada. Entonces se lo arrancó. Lo arrojó lejos, describiendo una curva sobre el bosque, y se perdió tras los tejados de las cabañas abandonadas. Desde esa mañana pensó que ese gesto sería el inicio para convertirse en un hombre nuevo. En el hombre que siempre había deseado ser. Sin embargo, no sería tan fácil borrar la vergüenza que sentía por la sangre derramada en el nombre del Clero y del Árbol de Hierro.
El caballero, sin proponérselo, vio que Rencornegro, el lobo que devoraba a la embarazada, trituraba la cabeza de un feto con los colmillos. A ojos vista se notaba que al lobo le parecía un manjar sabroso. Rodas se volvió hacia atrás, donde se encontraban las demás cabañas.
―¡Rodas! ¡Rodas! ―escuchó que alguien lo llamaba poco antes de levantar la vista. Al inicio se encontró con el panorama desolador del bosque. Pero una sombra alta, armada con sables, maza y cota de maya, comenzó a acercase rompiendo la niebla.
Rencornegro detuvo su merienda, y se volvió a la sombra del guerrero que corría apresurado. Era Bèri Marquié, un lobero de cabellos rojos y caballero de la cruz astada.
―No la hemos encontrado… ―musitó luego de alcanzar a su compañero, dando respiros ininterrumpidos―. No la hemos encontrado… mierda… Dijeron que la bastarda estaba aprisionada en este asentamiento. Pero Andriet y Jivete tampoco la han hallado. Solamente encontraron huesos, pieles humanas, y caldos a medio servir. También se han tenido que cargar a unos tíos. Yo creo que alguien estuvo aquí antes. Que alguien se nos adelantó. ¿Y a ti como diablos te ha ido, Rodas?
―Igual que tú. He matado… a algunos. Pero no he entrado a todas las chozas. En esa de allí, de donde sale humo ―dijo con una voz gruesa y arrepentida― perdí mi espada. El humo me dio a los ojos y por un momento no pude ver. Luego me atacaron y… tuve que defenderme. Tuve que salvar mi vida. Escucha… Escucha… Esto ha sido sin querer.
Bèri bajó la mirada y observó el cadáver desfigurado. Luego se volvió al de la mujer, al cual su lobo seguía devorando. El lobero, de pronto, se pasó la lengua por los labios.
―No lo sientas ―susurró bajo la niebla―. El asentamiento estaba poblado por antropófagos. No son nada más que escoria. Sólo abominaciones que merecen la muerte.
Rodas sabía cuán peligrosos eran, pero nunca pensó que fueran padres o madres, ni que a sus hijos les enseñaran una de las costumbres prohibidas: la castigada antropofagia. Cada ataque y cada emboscada a los ciudadanos de Cadeburg, los antropófagos la habían planificado al detalle. Cada trampa. Cada secuestro. Cada asesinato. Era por eso que los Peces Sangrientos se habían alzado en armas. Y al mando de sus capitanes, habían empezado una carnicería sin medida, en la que no distinguían sexo, edad, ni raza. Rodas de Gonesse, aunque había enfrentado a clanes de comedores-de-hombres anteriormente, conocía sus límites, y hacía ciertas distinciones. Una elección que tarde o temprano podía costarle caro.
El caballero, durante los últimos meses, había servido en las filas de Rembrandt le Courdier. Y en las incursiones al Bosque de los Ahorcados, había luchado hombro a hombro no sólo junto a Rembrandt, sino también, junto a soldados como Estefon de Qilbert y Tommarth de Casmiion. Esa mañana no era la primera vez que mataba a un antropófago. Pero sí era la primera vez que asesinaba a un niño de una manera tan cruel. Le había destruido la cara. Y a golpes.
―Jivete y Andriet se encuentran retrasados ―le dijo su compañero luego de darle una palmada en el hombro―. Vamos, ya olvídalo. Tenemos que encontrar a la bastarda. Ahora estamos por nuestra cuenta. Son otros tiempos. Tú, yo, y Jivete, ya no servimos a Cadeburg, ni seguimos las órdenes de Rembrandt. Los caballeros de la cruz astada somos libres de nuevo.
«Cállate, Bèri ―pensó Rodas, en silencio―. Nunca seremos libres si continuamos sirviendo al clero. La libertad no existe, y mucho menos, está representada por un paladín con una orquídea en el pecho, o por un caballero con una cruz.»
Bèri dio un silbido agudo. Y su lobo, Rencornegro, dejó el cadáver para trotar a su encuentro. La niebla se deshacía, despacio, mientras la bestia penetraba en ella. El lobero se armó con un sable curvo, se colocó la capucha y cubrió su rostro con su bufanda para que no lo molestara el humo. Bèri Marquié estaba vestido casi con el mismo uniforme que Rodas. La armadura de acero, vieja, y robusta, parecía pesarle. La cota de anillas se le notaba bajo la región pélvica y abdominal. Mientras que los colores de su jubón eran el blanco, el color de los caballeros mendigantes, y el emblema, era la cruz astada en campo de sables. El largo cabello del lobero, rojo como el fuego, se agitó bajo la niebla, mientras los ojos de su bestia brillaban, rojizos y sangrientos, como las lejanas estrellas. Rodas los siguió, y pasó al lado del arma con la que el niño lo había golpeado: una charola de hojalata para la comida.
Rodas, también llamado el Volcán de Plata, debido a su estatura de más de dos metros y al color de su cabello, se envolvió el rostro con unos pañuelos blancos. El humo seguía bullendo del interior de la cabaña, y luego de que los caballeros cruzaron el umbral, fueron envueltos por las tinieblas y por un olor a humo, a sangre y a grasa.
Rodas recogió su mandoble, el cuál yacía junto a una pajarera. El caballero observó los pucheros colgantes sobre la pared, los cuchillos de carnicero, y escuchó los zumbidos de las moscas que revoloteaban sobre trozos de cadáveres. Un brazo podrido, con plaga, incubaba gusanos sobre una tabla de cortar carne, al borde de una mesa. Junto al brazo se pudría un cráneo con la piel a medio desollar. El caballero respiró un hedor avinagrado, y crudo, antes de distinguir el llamado que el lobero le hacía con las manos.
«No te alejes», parecía decirle, mientras caminaba hacia las dos únicas puertas al interior del matadero. Una de ellas se encontraba cerrada. Trancada y cubierta con bolsas de mimbre, las cuales, habían sido rellenadas de carne acabada de cortar. La otra, de donde bullía una delgada estela de humo, estaba abierta. Y un olor a huesos quemados se mezclada con el olor a podrido y a cuerpos agusanados.
Bèri se acercó. Despacio. El lobero echó un vistazo discreto, y se volvió a su compañero.
―Alguien ha sido quemado allí ―le dijo.
Pero era raro que el fuego no se hubiese propagado por otros rincones de la choza.
Béri le indicó con las manos que lo ayudara a quitar las bolsas que trancaban la puerta de la izquierda, luego de decirle a Rencornegro que aguardara.
El lobo se hizo a un lado, obediente. Pero nunca dejó de mostrar los colmillos. Mientras tanto, Rodas retiraba las bolsas, ahogado por una pestilencia que le revolvía el estómago. Una sensación de náuseas subía como un cuchillo por el interior de su tráquea, avinagrándole la lengua y la saliva.
El contenido de una de las bolsas se derramó. Medio tórax humano, todavía con carne, dejaba ver unos huesos que parecían astillas. Rodas pateó los restos, mientras Bèri quitaba las últimas bolsas que los estorbaban.  Unos mosquitos revolotearon frente a la puerta, molestos, trazando curvas en la penumbra, y Rodas pensó que tal vez, el rostro del niño al que acababa de matar, no era un rostro como el de los otros niños. Sino más bien, un rostro tirano. Un rostro retorcido. Pero eso era algo que nunca iba a saber con claridad.
―Bien. Todo está listo… ―susurró el lobero, poco antes de indicarle a Rodas que se hiciera atrás―. Mantente alerta. Mata si te atacan primero. No titubees.
―No seas hijo de puta ―respondió Rodas, sereno―. Que no es la primera vez que hacemos esto.
Rodas, sin embargo, se detuvo. En ese momento se dio cuenta que sus manos estaban temblando. El mandoble no se imponía con ferocidad ni vehemencia. Empero, el caballero se mantuvo callado.
Bèri se volvió a la puerta. Corrió la tranca. Despacio. Tomó el mango y jaló. Rodas permaneció parado, mandoble en manos, frente al umbral y en compañía de Rencornegro. Sus ojos celestes, como el cielo matutino, brillaron al encontrar una despensa estrecha en donde sólo había cabida para unos plumeros, escobas y para una mujer delgada y con rostro de hambrienta. La fémina tenía los ojos negros como el infinito y, la melena larga del color de la pez, le caía hasta la altura del cuello. Una trenza azul-océano, la adornaba como una serpiente mas abajo de los senos caídos. Rodas quedó absorto ante su desnudez.
―Largo de aquí ―dijo la joven ―. O los mataré a ambos.
Rencornegro gruñó, ofendido, y como si se sintiese ignorado.
Pero Rodas se mantuvo en su posición.
―Buscamos a una niña de cabellos negros ―respondió―, así como los tuyos. Una bastarda. ¿La has visto?
Eso fue todo. No podía ser más preciso.
La mujer, sin embargo, no respondió. Simplemente, se quedó de pie, observando.
―Por favor, contesta ―insistió Rodas―. Te prometo que no te haremos daño. Afuera no queda nadie vivo. Todos los antropófagos han muerto. Te han capturado, ¿cierto? Te han capturado para que seas su cena. ¿Quién eres y cómo te llamas, chica?
La mujer lo observó. Observó a Bèri, su cruz, y también a Rencornegro. Entonces, lentamente, descendió las manos por sus pequeños senos hasta tocarse un pezón rosado y erecto. La joven abrió la boca. Pero sólo emitió un soplido.
―Caballeros de la Cruz Astada ―dijo finalmente―. Lo sabía… Vuestra orden sólo ha llevado miseria por donde viaja. Sólo son los perros de los paladines. Los que hacen el trabajo sucio para el Clero ―y luego, mirando a Bèri, repitió muy despacio con la voz de una sibila:― No son nada más que escoria. Sólo asesinos que merecen la muerte.
Rencornegro gruñó de nuevo, colérico.
―Tienes agallas, primor ―le dijo Bèri, con un tono desvergonzado y descreído―. Tratar con un par de caballeros de esa forma, acorralada y desnuda… típico de una mujer que no tiene nada que perder. Por tu aspecto, diría que eres una bruja. Y por tu aspecto podríamos cazarte y decir muchas calumnias. Por ejemplo, que usaste tu brujería para quemar al tío del cuarto de al lado. Podríamos tomarte. Mentirle a los paladines. Y ellos te quemarían viva en una hoguera. Pero el Clero de paladines, por lo menos en Caldeburg, ya no existe. Todos cayeron. Se contagiaron de plaga. Si nosotros estamos aquí, hemos venido por nuestra cuenta. Buscamos a una bastarda. Así que si sabes algo, será mejor que nos lo digas.
―No sé nada, caballero. Lo juro. No sé de qué bastarda hablas ―La mujer hizo una pausa, intrigante y misteriosa. Por un momento sólo se escuchó su respiración y el zumbido de las moscas―. Bastardos y bastardas los hay muchos. Tantos como no te puedes imaginar. Ahora ambos, dejadme tranquila. Largaos de esta cabaña. O quedaos. Y seguro que os contagiaréis. Porque la plaga se extiende rápido en estos bosques.
Rodas, silencioso, dio un paso adelante, ignorando su advertencia. Pero el caballero titubeó. Y se detuvo. Unas marcas en el cuerpo de la mujer, a pesar de la penumbra, se hicieron visibles. Unas marcas de dientes.
Rodas, muy despacio, contó una en la pierna. Dos en las caderas. Y tres o cuatro en zona abdominal. Al acercarse más, vio que el cuello de la mujer había sido desgarrado, y que presentaba una herida abierta y pestilente.
―Esa herida… ―susurró para sí mismo, casi sin pensar― Tiene que cerrarse. O de lo contrario le dará una fiebre y morirá.
En ese momento, el caballero se volvió a Bèri, quien lo observaba con la boca echa un anillo, y una expresión incrédula en su mirada.
«Tal vez sepa algo y esté asustada», pensó Rodas de repente, poco antes de mirar los profundos ojos negros de la mujer.
―Escucha. No somos como las personas que te han encerrado, ni como los que te han hecho daño. Nosotros fuimos caballeros mendigantes. Hombres que vivíamos para ayudar y servir, aunque te parezcamos unos asesinos vulgares. ―El caballero, sin dudarlo, envainó el mandoble en bandolera, y le extendió la mano a la mujer para mostrarle su ayuda―. Venir con nosotros si quieres vivir, o quédate a aquí a morir, es al final decisión tuya. Pero me gustaría que vinieras. ¿No es verdad, Bèri?
Bèri Marquié, el lobero, sin embargo no respondió. El caballero se mantuvo firme, envuelto por los retazos de humo que continuaban danzando al interior de la choza.
―Sólo será hasta vendarle la herida, y hasta que se recupere ―añadió Rodas, luego de volverse al sombrío rostro de su compañero. En ese momento bajó la mirada hacia su pecho, en donde colgaba un medallón igual al que él había arrojado al bosque hacía unos momentos―. Tenemos que hacerlo. Es parte de nuestros deberes como caballeros mendigantes. Si nos alistamos a la Orden en un principio fue para servir. Y eso es lo que haré y lo que tú también deberías hacer.
El lobo de Bèri gruñó, como si no estuviese de acuerdo. Bèri, con el semblante severo, simplemente se limitó a observar a la bestia, a sus ojos rojos y renegados. Luego se volvió a Rodas, quien se había quedado mirando a la mujer. Una figura pálida y débil. Una mujer que se había hecho la fuerte. Pero que realmente, estaba indefensa como un niño.
En ese momento, Rodas de Gonesse supo que Bèri Marquié no haría nada para impedir que cumpliera su voluntad. Bèri era, después de todo, su compañero. Su amigo. No obstante, algo en la mujer lo aterraba. Y no sabía si era su pasado. Su presente. O esos ojos oscuros. Sombríos. Que lo seguían observando sin pestañear. Nota:- la parte de la herida en elcuello debe aparecer a penas ven a la mujer.



RE: [Fantasía épica] El nunca amado 02 - Nepo - 22/01/2016

Hola camarada. Me ha gustado tu historia y como llevas la trama. Es interesante ver como tienes creada detrás toda una cultura y una estructura. Aunque debo confesar que sentí que pasó muy rápida la escena donde quedó ciego, pero solo es opinión mía. Todo eso de la peste y como relatas aquel lugar, de verdad que te hace imaginar todas esas atrocidades. Logré imaginar un escenario muy atroz. Buena historia, espero que puedas seguir subiendo más. Un saludo.


RE: [Fantasía épica] El nunca amado 02 - Juno Natsugane - 22/01/2016

Hola, camrada Nepo.

Muchas gracias por leer! Genial que este capítulo te haya gustado. Pronto publicaré todos los capítulos de la primera parte en el foro. Este pertenece ya a la segunda, pero me alegra saber que se entiende bien. Tomaré muy en cuenta tu anotación. Como es un fragmento sin editar me ayuda mucho para que en el momento de la edición me centre en el detalle que has marcado. Muchísimas gracias! Un abrazo. Me alegra que la plaga te haya atrapado. Wink

Cheers


Big Grin


RE: [Fantasía épica] El nunca amado 02 - kaoseto - 25/01/2016

Buenas, compañero!

Hehe, ahora entiendo lo del hilo de las onomatopeyas que creaste en el taller Wink

Pues me ha parecido un buen capítulo y la verdad que sí que se entiende bien todo aunque sea un capítulo del segundo libro. Creo que todos los elementos como lo del Clero y el trabajo de los Caballeros Mendigantes están bien explicados y ambientados. En cuanto a los nombres de los personajes, recuerdan a los caballeros medievales, y por sí solos ya crean un ambiente. Eso sí, como dice Nepo, la escena es bastante oscura. La imagen del muchacho devorado por el lobo da grima y desde luego se entiende bien la repugnancia que siente Rodas de Gonesse por lo que ha hecho. Al principio, parece que entra en modo bersérker matando a su atacante ^^ pero luego, no sé, hasta parece entrañable a pesar de todo.

Y bueno, quedan varias cuestiones principales en vilo, como lo de la plaga, la identidad de esa bastarda o la de esa mujer extraña que han torturado los antropófagos. El final del capítulo me ha parecido conseguido y me ha gustado particularmente el ritmo de la escritura en todo el texto.

En cuanto a errores tipográficas y tal, la verdad es que he encontrado pocos. Uno cuando Rodas berserkea: «golpeaba una maza húmeda» -> masa ; y luego hacia el final «ni como los que te han hecho daño» -> sobra el «como». También hay algunas veces en las que pones comas entre el sujeto y el verbo, como aquí: «Una trenza azul-océano*,* la adornaba como una serpiente mas abajo de los senos caídos» (de paso también ese «mas» lleva tilde) o aquí «bolsas de mimbre, las cuales*,* habían sido rellenadas».

Ah, cuando me he leído la última frase del post «Nota:- la parte de la herida en elcuello debe aparecer a penas ven a la mujer.» le ha quitado como toda la tensión a la historia, jeje xD

Saludos y espero que postees la primera parte por aquí entonces! (Algún día tendré que decidirme a entrar en el Dragón Lector, algún día Big Grin).


RE: [Fantasía épica] El nunca amado 02 - Juno Natsugane - 26/01/2016

Hola, Compañera.

Leí ayer tu comentario saliendo del trabajo, del restaurant, y luego en casa tuve mucho sueño xD. De hecho dormí desde las 6 pm hasta las 3 am, y desde entonces estoy despierto. Son las 8:21 am, y me paso por acá para responder los mensajes, aunque creo que los terminaré hoy en la noche.

La verdad es que me daría mucho gusto de que te unas al dragón, pues es un espacio que, personalmente, considero muy bueno porque puedes presentar lo que desees, y el límite de palabras es flexible a diferencia de los concursos. Así será un placer tenerte entre nosotros muy pronto, siempre y cuando tu lo quieras, sin presiones, por supuesto.

En cuanto a la historia, pues me alegra que se haya entendido. De momento me concentro en las correcciones de la primera parte. Rodas entra en la segunda, como ya lo dije, en el segundo capítulo, y vuelve a aparecer en esa misma parte una o dos veces más, ambas de pov y una más en no pov. Es un personaje importante que tiene un destino muy distinto a lo que él imaginaba. Me alegra que s haya notado lo de la plaga. Es un elemento que recorre toda la historia. También que hayas despertado el interés por la bastarda y por esta otra mujer. Ambas son muy importantes. La bastarda ya ha aparecido en la primer aparte del libro, así que seguro, y espero, este capítulo despierte más interés. Por qué la buscan?

Gracias, además, por tus correcciones. Todas muy acertadas. Como lo dije al principio, aún falta retocar, pero una mano nunca está demás. Dos, tres, cuatro, cinco son siempre bienvenidas. Wink

Y por último me ha hecho reír lo de la anotación. Esa era para mi y como copie el capítulo sabiendo de que iba a releerlo en el foro en lugar de hacerlo en mi archivo, pues decidí dejarla para no olvidarme.


Un abrazo, Kaoseto, y nos estamos leyendo.

En esta semana me pasaré por tu historia.

Saludos!


Cheers


RE: [Fantasía épica] El nunca amado 02 - Aljamar - 06/02/2016

Buenas Juno,

Pasaba por aquí y después de leer tu relato tengo que decir que me ha gustado bastante.

Coincido casi totalmente con el comentario de Kaoseto. Sobre todo te destaco los nombres y la ambientación, y el personaje de Rodas, que encuentro muy bien caracterizado, lo veo muy creíble.

Espero la continuación, un saludo y nos leemos!


RE: [Fantasía épica] El nunca amado 02 - Juno Natsugane - 06/02/2016

Buenas, Aljamar.

Muchas gracias por pasarte a leer y a comentar el relato. Que bueno que haya gustado. Me alegra mucho. Rodas es un personaje que utilizo para contar precisamente la parte que le da nombre a la historia. Cobra bastante importancia a medida que avanzan los capítulos. Espero que este bien si te aviso en cuando hayan novedades en este hilo o en otros hilos relacionados con la historia. Un abrazo y encantado que esperes la continuación.

Saludos!

Cheers


RE: [Fantasía épica] El nunca amado 02 - Juno Natsugane - 02/08/2016

Hola, amigos. Hace tiempo que no me pasaba por aquí para actualizar. Esta vez, de hecho, no es para poner otro capítulo de muestra, sino, para poner el primer capítulo para aquellos que aún no lo han leído.  La mitad de la primera parte de La balada del nunca amado se encuentra en el dragón lector.  Asimismo quería pedirles un favor quienes han leído toda la novela, gran parte de ella y a quienes han leído el capítulo de Rodas. Sería de gran ayuda si pudieran sintetizar en una oración o en algunas cuantas su experiencia sobre lo que han leído. Yo podría  tomar algunas opiniones de los comentarios pero me gustaría mucho más que fuesen redactadas para esta ocasión ya que me ayudarán con el márquetin por internet y con márquetin en físico de la novela.

Si bien es cierto una revisión ortotipografica ya fue hecha por la revista Relatos Increíbles (relatosincreibles.com), en setiembre empieza una segunda revisión ortotipografica más una de estilo además de el primer informe de lectura elaborado por el grupo de edición TELOS con quienes estoy trabajando. La publicación el físico será a fines de año a a inicios de 2017 por medio de un crowdfunding.

Pronto les mostaré la portada, la cual ha sido elaborado por el ilustrador Alejandro Colucci.

Bueno, compañeros.

Les dejo el primer capítulo de esta historia de muerte y plaga.

Saludos,

Juno:


PD. Lo olvidaba. Como recompensa los podré en los créditos al final del libro. Y los que viven en Barcelona podrían recoger un ejemplar sin costo luego de previo acuerdo. Para los que no viven Barcelona o para quien viven fuera de España, veremos la manera de hacerles llegar uno de manera gratuita, siempre y cuando los gastos de envío pueda costearlos. Recuerden que vivo en Alemania, y mandar al extranjero puede escaparse un poco de mi presupuesto, sin embargo, una edición latinoamericana estará disponible el próximo año definitivamente. Smile

I

Se había acostumbrado al grajeo de las cornejas.
«El bosque apesta a cadáver… ―pensó el ahorcado luego de que el pajarraco picoteó la soga. El tejido se rompió, el carroñero levantó el vuelo y él cayó de pie sobre la hojarasca, todavía con el nudo flojo alrededor del cuello. Oscuro respiró una peste a sangre, tierra y esmegma, mientras los cuerpos de los colgados parecían observarlo con las cuencas sombrías como cavernas―. Parece que te envidian. Pero no saben lo afortunados que son.»
Los cadáveres se estaban pudriendo.
El carnicero recordó que se había matado noches atrás. Desde entonces anduvo colgado de un árbol junto a los otros muertos, balanceándose, y observando cómo las ramas se poblaban de nuevos cadáveres. Daba igual quiénes fueran: suicidas, hipoxífilos  que morían por accidente o traidores ajusticiados por la armada imperial. El Bosque de los Ahorcados no le debía su nombre a la sangre derramada por asesinos ni rebeldes, ni a los guetos de leprosos en la profundidad boscosa.
Oscuro enterró los borceguíes en el barro, empujó los arbustos manchados de líquen abriéndose brecha entre las hojas, y blasfemó.
―La muerte te está dando por culo, mierda. Te suicidas pero ni aun así te lleva. Siempre regresas. ―Por lo menos la noche de su ahorcamiento consiguió eyacular al sufrir los espasmos. Sin embargo correrse junto a la muerte ya no le parecía un ejercicio placentero. De verla de hinojos, le rociaría el rostro con su semilla, y no pararía hasta que le suplicara llevárselo―. Sólo recuerda: cuando la encuentres asegúrate de tener suficiente leche.
El carnicero bajó la mirada y observó su arma: una cuchilla larga que pendía envainada de su cinturón. Su cota de malla negra, embarrada de sangre, se confundía con las hojas de los matorrales mientras que su rostro de piel endrina se camuflaba bajo las sombras. Oscuro tenía los ojos amarillentos como la orina, y una melena piojosa y larguinegra le caía por debajo del hombro.
Esa noche, al caminar, los cuerpos se mecían como péndulos bajo las ramas de los sauces. El carnicero los empujaba abriéndose paso y, mientras marchaba, olisqueaba un olor a humo y a grasa que se esparcía desde las grutas. En ese momento se reventó un grano de la barbilla, pasó la lengua sobre la pus y recordó la orilla del río donde alguna vez se detuvo a cocinar con la mujer pálida. Entonces, acuclillados, habían observado alejarse a una balsa con una muchacha tendida en el interior. La cría tenía una cicatriz en la cara y, desde entonces, nunca más la había visto.
«Ha pasado tanto tiempo desde que se fue, así que supongo que habrá alcanzado el otro lado del río», pensó, y luego se tocó el estómago.
Esa noche las tripas le crujían. El olor a carne aceitada inundaba los caminos secretos de la floresta, mientras que detrás de los matorrales una flama estiraba su lengua, serpeando entre la niebla. Oscuro, en ese momento, se fundió con la penumbra para observar. Se recostó en el tronco de un árbol y, casi por instinto, empuño su larga cuchilla.
―Dale la vuelta a las manos ―dijo una de las figuras a las que veía. Por la melena enredada y los cuchillos en el cinto parecía un bandido―, así es, muy bien, que no te tiemble la muñeca. Deja que se tuesten un rato, que derramen el jugo de las uñas y luego quítaselas.
―Como digas ―respondió el cocinero que se encontraba a su lado y, el carnicero, mientras se cogía la panza, esbozó una sonrisa.
«Antropófagos ―pensó―. Espero que hayan sabido elegir.» Oscuro aspiró la peste a grasa mientras sentía a las arañas trepar por sus brazos. Pero no importaba. Esa noche el bosque era uno con él. Las tripas le sonaron de nuevo.
―Parece que tú también quieres. ―El bandido soltó una carcajada. Se había vuelto a la niña encadenada junto a las jabas, la cual estaba desnuda y con una mancha de sangre entre las piernas―. Descuida, cariño, que si tienes hambre puedes irte alimentando.
Con un movimiento rápido se desanudó el pantalón, lo dejó caer, y, despacio, empuñó un miembro diminuto y regordete. Oscuro lo observó, y si bien el fuego en la sartén calentaba el espíritu del forajido, el suyo todavía permanecía frío. Esa noche, inmóvil, el carnicero aguardaba como una piedra en el corazón del bosque.
―Las he visto más grandes y mejores ―escuchó a la niña murmurar. Pero la mocosa recibió una bofetada que la dejó perniabierta, tendida junto a las llamas. Tras limpiarse la sangre del rostro lanzó un escupitajo rojo.
―Te odio. Mi madre decía que las pollas grandes eran mejores que las pollas como la tuya, que por eso engañaba a padre, así que lo abandonó.
―¿En serio, primor? ―El bandido respiró y le lanzó una mirada a su acompañante― Eso no fue lo que nos dijo mientras la violábamos. Parecía gustarle, si hasta tú nos viste, ternura.
Los dos hombres sonrieron. Oscuro no distinguía si eran caníbales de los guetos o soldados del imperio. Pero en el fondo le daba lo mismo. Esa noche tenía hambre y se encontraba de caza. El carnicero se acercó despacio en la penumbra como una sombra, y observó a la prisionera bajar la cabeza, sometida. El cuerpo de la madre se encontraba desnudo sobre un charco carmesí, sus muñones estaban podridos y, mientras los bandidos freían sus manos, la prisionera las observaba lamiéndose los labios.
―Quieres comértela ¿no es cierto? ―le preguntó el del miembro al aire al rascarse la cabellera larga y andrajosa― Descuida, mocosa, que no vamos a dejar que te chille la tripa. Te aseguro que mami sabe tan bien muerta a como sabía viva. Luego me lo agradecerás chupándome la polla.
El antropófago, con las manos en jarras, se plantó frente a la mocosa y, luego de reir, se inclinó y le presionó las mejillas.
―Un momento. Para ―le advirtió su compañero, quien aún no terminaba de freír―. Escucho algo que se mueve tras los arbustos.
Oscuro esbozó una sonrisa torcida.
«Bravo, hombre de buen oído. Te prometo que lo último que oirás serán tus gritos.»
―Calla  ―escuchó decir al otro captor―. Deben ser las ratas. Los cadáveres abundan en esta región. La gente viene a morir de distintos lugares.
El carnicero asintió. Por lo menos desde que recordaba, los hombres viajaban a dicho bosque sólo para matarse, o bien, para dejar que otros los matasen. Oscuro, todavía oculto entre los matorrales, pensó en los últimos asesinos a quienes se había cargado: un sujeto tuerto que al verlo se meó en los pantalones y que, desesperado, lo atacó con una espada rota. Se parecía al sujeto de la sartén. «Era muy lento. Nunca tuvo oportunidad…» Probablemente tampoco la tendrían los antropófagos. El tuerto había muerto gritando, con el pecho atravesado por la cuchilla del carnicero. Pero sin embargo era el otro forajido, el de la barba, quien lo había reconocido por su rostro  endrino.
«Esta noche vamos a morir, ―recordó que le dijo conteniendo el temblor de sus huesos, casi desquiciado. Luego había pronunciado uno de sus tantos nombres―: Carnicero de Cárdan. Eres igual a como te describen las baladas: un saco de carne y huesos que apesta a barro, sangre y estiércol.»
Fueron sus últimas palabras. Luego, el carnicero le cortó la panza y le arrancó los intestinos.
«Todavía lo recuerdo como si fuera ayer, aunque en el fondo quisiera olvidar y dejar de sentir algunas cosas.» Oscuro hizo una negación con la cabeza, tragó saliva, y se esforzó por dejar el pasado en la oscuridad.
Detrás de los matorrales observó el fuego de la sartén, que crepitaba. De hecho parecía llorar; y justo cuando las llamas flameaban en la penumbra, los ojos de la prisionera lo acribillaron como cuchillas sin filo.
―La noche se levanta… ―dijo― y nos mira.
El asesino del pantalón desatado se dio la vuelta luego de blasfemar, pero Oscuro ya había avanzado entre los arbustos. El carnicero mantenía la mano en la empuñadura de su cuchilla, desplazándose a trancadas. Enterraba los borceguíes en el charco de sangre que se extendía bajo el cadáver, y su cota de malla negra parecía corroída bajo la bruma. Rápidamente desenvainó su acero, mientras uno de los antropófagos daba un paso atrás con la sartén en las manos.
―¡Atrás! ―gritó mientras dejaba caer la comida, y su rostro se transformó en una mueca hórrida mientras la carne se necroseaba e incubaban los gusanos. Todo ocurría muy rápido. Como si el tiempo apurara sus pasos― Brujería… Brujería…
―No es brujería. Es solamente carne con plaga.
El bandido soltó la sartén, pateó la leña con estrépito y el fuego lamió las botas del carnicero. Oscuro dio un paso atrás. Por poco se quema.
«Bebemierdas…»
El antropófago le escupió en la cara. Luego lanzó una amenaza; pero antes de colocarse su manopla Oscuro ya se había deslizado. Tras dar una finta se quebró como un tallo bajo una brisa fría. Luego brincó. Blandió. Y una fisura se abrió en la corva del forajido. Entonces éste cayó en el fuego, donde empezó a quemarse. Sus aullidos se extendieron por la floresta monstruosa.
―Gritas como una niña cuando la violan ―susurró el carnicero antes dejarlo de lado―. Ahora solamente queda uno.
―¡Aléjate de aquí, cabrón hideputa! ―escuchó que gritaba el otro sujeto y, al volverse, vio que ya había apresado a la mocosa. El asesino le helaba la garganta con un cuchillo, y, encorvado, le presionaba el cráneo contra su miembro.
―Un movimiento en falso, monstruo, y la mato.
―Pobre diablo. Crees que me importa. ―Oscuro fue muy rápido: solamente una finta, un giro de muñeca diestro y la cuchilla silbó, brincó y mordió. No le dio tiempo de moverse. Tampoco a la mocosa. «Por fin todo ha terminado.»
Esa noche, mientras el carnicero caminaba sobre la grama observaba al hombre temblar, retorcido en el barro que se teñía de rojo. Su cuchilla le atravesaba el ojo a la cría, quien ya había muerto; y la punta perforaba el bajo viente de su captor. De reojo vislumbró un trozo de carne en el charco que se formaba sobre el barro. El hombre aún no moría.
―Tenías una polla gorda y pequeña ―le dijo tras pararse sobre ella y pisotearla hasta que se volvió una maza―. Pero ahora ya no te queda nada.
Luego agachó la cabeza y las tripas comenzaron a sonarle. Entonces se dio la vuelta para ver a los cadáveres: el de la cría y el de su madre yacían casi juntos, y el del antropófago continuaba ardiendo. En ese momento un olor a carne quemada y a pelos chamuscados inundó el sotobosque y el carnicero pensó que era un buen cambio, por lo menos para empezar la noche.
Luego de arrastrar los cuerpos de las mujeres, los echó como dos sacos de carne sobre el cadáver mutilado. Oscuro se pasó la lengua por los labios y, con la vista, buscó entre las jabas rocas y leña para quemar. Tras encontrarlas asintió poco antes de que unos grajeos poblaran el cielo. Entonces las tripas le rugieron de nuevo y, de pronto, echó un pedo.
―Nada mejor para empezar la noche ―dijo.



RE: [Fantasía épica] El nunca amado 02 - Rohman - 03/08/2016

Hellos Juno, te pongo un comentario global de como veo la historia.

«Una novela con uno de los mejores protagonistas de estilo gore que mejor sabor de boca me ha dejado y que un servidor le pareció poca el protagonismo con tal potencial de ese personaje. Una novela donde se mezcla la muerte-la plaga, la crudeza, los personajes muy caracterizados y definidos, escenas muy visuales y ese toque medievo a lo Martin que puede ser su único pero, siempre claro no te guste ese tipo. Una gran trabajo, del Nunca Amado.»
                                                                                                                      Didac Badia Arnabat -Rohman -Escritor y soñador.


RE: [Fantasía épica] El nunca amado 02 - Juno Natsugane - 03/08/2016

Hola, Rohman,

muchas gracias por tu comentario. Se lo voy a pasar a Arnau y a Marc, que son quienes se encargan del márqueting de esta historia para conseguir la financiación que necesitas. Espero que la segunda parte, en la que ya estoy trabajando, no decepcione y que responda a algunas de las preguntas relacionas con la bastarda, Valèrian y el carnicero de Cardan, o por lo menos que les de el enfoque necesario para que los lectores puedan intuir por donde va. Un abrazo, y espero que los demás compañeros también aporten.

Saludos,


Juno


Smile


Nos vemos en el dragón.

;-)