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[Fantasía Épica] Capítulos 3, 4 y 5 de Relatos de Mondabar - Printable Version

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[Fantasía Épica] Capítulos 3, 4 y 5 de Relatos de Mondabar - Relatos de Mondabar - 08/02/2016

Hola a todos!!

por problemas técnicos no he podido pasarme antes por aquí a dejaros la continuación de Relatos de Mondabar!!

Para no hacer un post muy largo, o varios, os dejo el principio del capítulo 3 y los links al resto y a los capítulos 4 y 5. ¡Espero que os guste! Smile Saludos a todos y buena semana!!

Relatos de Mondabar - Capítulo 3: La caída de Ébure

Castillo de Ébure.

Doran, Señor de Ébure, rodó por el suelo hasta quedar tendido al pie de la escalinata que subía al trono desde el que, hasta hacía unas horas, dirigía Ébure. Tosió con dificultad y luchó por levantarse, pero un chasquido en su pierna, le hizo derrumbarse de nuevo. Estuvo a punto de desmayarse, cuando una oleada de intenso dolor recorrió su cuerpo.

Escuchó como se aproximaban unos pasos lentos y firmes. Un par de altas botas de piel se detuvieron ante sus ojos.

—Levantadlo —dijo una voz.

Doran sintió como unas garras le agarraban sin miramientos y le ponían de pie. Los demonios tuvieron que sostenerle, ya que su pierna derecha, doblada en un ángulo antinatural, era incapaz. El Señor de Ébure apretó los dientes para no gritar, a pesar de que todo le daba vueltas por el dolor, y se concentró en la persona que tenía frente a él. Era un hombre alto y espigado, de músculos largos y delgados. Iba completamente vestido de negro, lo que hacía un feroz contraste con su extremadamente pálida piel. Sus ojos eran negros, aunque estaban completamente inyectados en sangre, lo que le daban una terrorífica tonalidad roja. Su rostro parecía haber sido atractivo en algún momento del pasado, pero ahora estaba enjuto y deformado en una mueca de rabia. El lado izquierdo tenía unas grandes cicatrices, como si se hubiese quemado. Su pelo era largo, lacio y completamente blanco, a pesar de que no aparentaba más de cuarenta años.

—Bien, Doran —dijo con voz ronca y desagradable —. Me alegro de que aún no os hayáis desmayado. ¿Necesitáis que os lo pregunte una vez más?

Doran no contestó y se limitó a fulminarle con la mirada. El hombre se encogió de hombros y golpeó con el pomo de su daga en el rostro de Doran. Se escuchó un fuerte crujido y el Señor de Ébure, no pudo evitar gritar de dolor, mientras su cabeza se llenaba de un estallido de luces.

—Podéis…—Doran tosió y notó como la boca se llenaba de sangre, mientras la cabeza le daba vueltas sin control y su vista se volvía cada vez más borrosa —, podéis torturarme…todo lo que queráis…no pienso deciros nada más. Sé que me mataréis igualmente.

El hombre sonrió con malicia.

—En eso tenéis toda la razón —contestó, asintiendo con energía —, no saldréis de aquí con vida. No obstante, aún podéis evitar que vuestra familia corra la misma suerte —añadió haciendo un gesto hacia el fondo de la sala.

Doran se quedó en silencio y miró hacia donde le estaba señalando. Su esposa y su hija Lyda, estaban sentadas en suelo custodiadas por varios demonios. Observó que su hijo Halan no estaba entre ellos. No le había localizado durante la lucha contra esos odiosos seres, aunque alguno de sus hombres le aseguró que lo había visto luchando junto a los destacamentos del muro exterior. A Doran eso le extrañaba, no porque Halan fuese un cobarde, sino por que habitualmente rehuía todo tipo de lucha. Tenía un carácter demasiado pacífico para su gusto. A pesar de eso, esperaba que al menos hubiera podido ponerse a salvo, aunque se temía lo peor.

Con una punzada de desesperación creciente, clavó los ojos en su familia, sintiendo que no tenía manera de salvarlos. Miró a su alrededor y vio los cuerpos de su gente, de sus amigos, de sus hombres, de todos aquellos con los que había compartido su vida, esparcidos por toda la sala.

Se dio cuenta de que estaban condenados. Por mucho que le pudiesen prometer sus enemigos, sabía que los matarían a todos. Sólo la posibilidad de obtener información de dónde estaba el Libro de Ébure, les había librado de que lo hubiesen hecho ya. Pero en cuanto lo supiesen, nada les impedía acabar con ellos definitivamente. Esbozó una triste sonrisa, al menos le quedaba el consuelo de que realmente no sabía dónde estaba. Cuando el ataque empezó y vio a los primeros demonios, supo a por lo que venían. Había sido advertido toda su vida sobre ese momento, pero siempre le había parecido algo tan remoto e irreal, que llegó a pensar que era una leyenda, una vieja profecía de los sacerdotes para mantenerles temerosos. En cuanto las huestes enemigas superaron los muros y entraron en el castillo, Doran bajó a la cripta donde el Libro estaba oculto, pero descubrió que alguien se lo había llevado ya. No había ni rastro de los monjes que lo custodiaban, y aunque más tarde vio sus cuerpos sin vida, esperaba que al menos se hubiesen ocupado de que el Libro estuviese a salvo.

Ya nada podía hacer. La sentencia estaba firmada desde hacía tiempo. Se las arregló para poder escupir al hombre que tenía frente sí y contemplar a su esposa y su hija por última vez, mirándolas con una disculpa grabada en sus ojos. Esperaba que entendiesen su sacrificio y que no le guardasen rencor.

Escuchó cómo se desenvainaba una espada y un instante después, el mundo desapareció ante él.Sigue leyendo aquí!

Capítulo 4: El sueño de Owain
Capítulo 5: Lhaimar