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[Fantasía Épica] Capítulo 6 Relatos de Mondabar - Relatos de Mondabar - 27/02/2016

Hola a todos!!

Aquí os dejo el nuevo Capítulo de Relatos de Mondabar, ¡espero que os guste!

Saludos!!

RELATOS DE MONDABAR- CAPÍTULO 6

6.—Las calles de Lhaimar


Halan y Owain avanzaron por la calle central de la ciudad. Era una ancha avenida empedrada que la dividía en dos partes, atravesándola desde el puerto hasta el final de la ciudad, donde acababa abruptamente en un camino que se perdía en el bosque. A ambos lados de la calle, se levantaban casas construidas con madera, barro y piedra. Frente a ellas había dispuestos cientos de puestos y tenderetes, en los que se exponían todo tipo de mercancías. Había telas de texturas que Halan no había sentido jamás. Según andaban entre los puestos, el joven alargaba la mano para acariciarlas sorprendido por el extraño tacto. Les llegaban olores de exóticos alimentos especiados, que abrían su apetito. Vio animales de formas y colores imposibles y artefactos que hacían toda suerte de cosas. A su paso se cruzaban vendedores que no dejaban de cantar las virtudes de sus mercancías, ofreciéndoles descuentos y promesas sobre su calidad.
A pesar de ser un extraño en la ciudad, se sentía extrañamente confortable en ese lugar. Había gente tan diversa y de lugares tan distintos, que se sentía uno más. No había diferencia aparente entre él y cualquier otro de los cientos de foráneos que caminaban entre el gentío. El sol de la mañana se había abierto paso entre las nubes y comenzaba a caldear el ambiente.
—¿Quién era el hombre del puerto? —peguntó Halan mientras sorteaban a la gente que se iba deteniendo delante de los tenderetes.
—Degar —contestó Owain con una sonrisa—. Es un viejo amigo. Trabajamos juntos en muchas ocasiones. Incluso luchamos en bastantes batallas codo con codo.
Halan miró a Owain, sintiendo de nuevo esa sensación extraña de no saber muy bien ante quién se encontraba. Degar era un hombre fuerte y desde luego tenía aspecto de guerrero, pero a Halan no se le escapaba que era casi un anciano. Las batallas a las que se refería Owain deberían haber sucedido hacía bastante tiempo. Pero de ser así, su compañero de viaje habría sido un chiquillo. Una nube de preocupación cruzó su mente de nuevo. ¿Quién era ese hombre y por qué le ayudaba? Halan decidió que tarde o temprano debería averiguar su naturaleza, si iba a seguir viajando con él.
—Es un amigo leal —seguía diciendo Owain—. Se instaló en Lhaimar hace ya muchos años en busca de una vida más pacífica. Con su experiencia en el mundo militar y su carisma, no fue difícil que le nombraran alguacil. Es una persona en la que se puede confiar, y con la que no muchas desearían discutir.
Halan asintió en silencio. Decidió que ya indagaría sobre los secretos de Owain mas adelante. Ahora debía centrarse en su misión, aunque no bajaría la guardia.
—¿Dónde crees que podremos encontrar a La Sirena de Sangre?
—En esta zona no —contestó Owain haciendo un gesto con su mano para señalar a su alrededor —. Aquí no hay más que baratijas y objetos sin valor real. Sólo chucherías y lujos para ojos no expertos. En Lahimar hay que saber encontrar los lugares donde puedes hallar lo verdaderamente valioso. La Sirena de Sangre lo sabe y allí es donde debemos buscarla.
Siguieron avanzando por la avenida central, hasta que llegaron a un lugar donde la calle se ensanchaba, formando una pequeña plaza, alrededor de una estatua, deteriorada por el tiempo, que mostraba a un dragón enroscado alrededor de una montaña mirando hacia el suelo con expresión voraz. Varias posadas y tabernas se levantaban a su alrededor, contribuyendo a la algarabía del mercado, que tenía en esa plazoleta uno de sus puntos álgidos. Cada vez era más complicado andar, por la acumulación de personas. Halan comenzaba a sentirse incómodo. Nunca había visto tanta gente junta. Apenas había salido de Ébure en toda su vida, salvo esporádicos viajes con su padre a lugares y ciudades cercanas.
Desde la plaza, pudo divisar la alta silueta de un edificio, recortada por la luz del Sol. Elevándose sobre las casas, se levantaba una alta torre de aspecto tosco, pero resistente. Era una mole de piedra gris, que no parecía encajar con el resto de la ciudad. Tenía un gran ventanal en la parte más alta, del que pendía una larga bandera verde rectangular, en la que podía verse un dragón en posición similar al de la estatua de la plaza dibujado en colores grises y rojizos.
—¿Qué es ese lugar? —preguntó Halan.
Owain siguió su mirada y entrecerró los ojos para protegerlos del Sol. Recordaba perfectamente ese lugar. Había pasado mucho tiempo en él, pero tampoco tenía sentido hablar de eso ahora.
—La fortaleza de Kael. Es quién gobierna ahora las islas de Lhaimar desde hace un tiempo —contestó Owain en un tono neutro.
—¿Le conoces? Degar mencionó su nombre.
Owain asintió.
—Sí. También fue compañero nuestro, aunque es mucho más joven que Degar. Es un gran guerrero y tiene ciertos conocimientos mágicos. No me extraña que haya llegado tan lejos.
—Quizá pueda ayudarnos —sugirió Halan —. Puede que sepa dónde encontrar a la Sirena de Sangre, o al menos dejarnos un barco para buscarla.
—No lo creo. No le gusta hacer tratos con nada que tenga que ver con los piratas, aunque no en pocas ocasiones se ve obligado a hacerlos. Es mejor que no nos vea y sigamos nuestro camino.
Owain echó a andar sin decir nada más y sin darle tiempo a responder. Halan lanzó un vistazo mas a la torre y se apresuró en seguir a su compañero, que se alejaba a grandes zancadas, mientras se echaba la capucha sobre la cabeza, a pesar de que el día cada vez era más caluroso. Salieron de la plaza por un lateral y caminaron a gran velocidad por estrechas callejuelas, que se cruzaban unas con otras como un laberinto. Las casas parecían más toscas y deterioradas en esa zona. Las paredes grisáceas tenían ventanas cuadradas sin cristales ni postigos, simples aberturas en los muros, y Halan podía atisbar de cuando en cuando, rostros anónimos que le lanzaban curiosas miradas desde dentro de las casas. Se cruzaron con una turba de niños que corrían, persiguiéndose unos a otros, mientras un anciano les llamaba a gritos. Bajaron por una escalinata de piedra y llegaron a lo que parecía ser la parte baja de la ciudad.
Era un barrio muy distinto a lo que habían vivido en el atestado puerto. Había gente y puestos como en el centro de la ciudad, pero la cantidad de gente era mucho menor. No se escuchaba el griterío de los vendedores y los clientes caminaban tranquilamente de un puesto a otro. Era como un oasis de tranquilidad, aislado del barullo de la zona central.
Halan se fijó también en que el tipo de personas que pululaban por esa zona era diferente a la anterior. También había diversidad de razas y de gentes, pero su aspecto era especial. No eran ciudadanos comunes, sino que parecían mercenarios y guerreros. Gente habituada a la aventura y a la acción.
—Allí —susurró Owain señalando una alta figura encapuchada y posando una mano en el pecho de Halan para que se detuviera.
Caminaba con elegancia y tranquilidad entre los puestos. De vez en cuando se detenía frente a uno de ellos y tomaba algún objeto con su enguantada mano, lo examinaba brevemente y volvía a dejarlo. Era alta y los aleteos de su capa, oscura y con reflejos carmesíes, dejaban atisbos de una figura esbelta. Sus movimientos eran fluidos y ágiles. Desde donde estaban no podían ver su rostro, oculto por una ancha capucha, pero Owain estaba seguro de que era ella. De su cadera pendía una espada curva, que de vez en cuando repiqueteaba cuando se giraba.
—Sigámosla a cierta distancia, de momento —sugirió Owain.
—¿Por qué? ¿No sería mejor que hablásemos con ella directamente? —preguntó Halan —Dijiste que erais amigos, ¿por qué tanta cautela?
—Hazme caso, es mejor así —se limitó a responder.
Siguieron a la mujer encapuchada durante un buen rato, mientras ella iba de un lugar a otro. Parecía buscar algo concreto entre las mercancías que se exhibían. Se acercaba a los tenderetes y observaba en silencio durante unos instantes, tomando diferentes objetos, hasta que se volvía y seguía su camino. Tras recorrer varios puestos más, giró a su derecha y se introdujo en un callejón. Owain y Halan se apresuraron a seguirla, manteniendo la distancia, pero cuidando de no perderla de vista. La observaron discretamente desde detrás de las telas de un tenderete.
La mujer se detuvo ante una puerta de madera desvencijada y tras mirar a un lado y a otro, la golpeó con los nudillos suavemente. Pasaron unos instantes hasta que se abrió ligeramente. Un hombre de aspecto rudo y sucio, asomó la cabeza y la miró de arriba abajo. Ella esperó pacientemente hasta que él se hizo a un lado y le franqueó el paso. La puerta se cerró tras ella de golpe.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Halan preocupado.
—Esperaremos —contestó Owain sin quitar los ojos de la puerta, mientras se adentraban en el callejón —. No creo que tarde en salir.

El enano escuchó como varias flechas impactaron en las paredes del carromato, mientras el griterío aumentaba de intensidad en el exterior. Varias exclamaciones de dolor le revelaron que algunas de las saetas habían dado en el blanco. Escuchó como a lo lejos alguien gritaba una orden y al instante, el sonido de muchas pisadas apresuradas le anunció una carga contra los soldados que le custodiaban. Las espadas se desenvainaron y empezaron a repiquetear. El carro se sacudió cuando alguien chocó contra él, aullando de dolor. De pronto, escuchó el relincho asustado de los caballos que tiraban del vehículo. Las ruedas chasquearon cuando el vehículo comenzó a avanzar de improviso, lanzando al enano al suelo con violencia.
—¡Maldita sea! —se quejó, mientras trataba de incorporarse.
El carro saltaba y bamboleaba de un lado a otro, lanzándole contra las paredes de forma descontrolada. Los sonidos de batalla quedaron lejos rápidamente. Tras unos interminables instantes, notó como los caballos tomaban una curva cerrada y escuchó un fuerte crujido. El carro volcó y se derrumbó con un fuerte estrépito, haciéndole caer de bruces contra el suelo, que ahora era una de las paredes. El armazón se deslizó por el suelo, hasta que chocó con algo con gran estrépito y se quedó inmóvil. El enano gimió y trató de moverse, pero las cadenas se habían enredado a su alrededor y le habían dejado en una posición en la que casi no tenía capacidad de maniobra.
—Por los dioses…—murmuró, mientras dejaba caer la cabeza dolorido.
A su alrededor se había hecho el silencio. Los caballos que tiraban del carro habían huido, y la batalla había quedado lejos. Durante un largo rato, lo único que escuchó fue el cantar de los pájaros en las copas de los árboles que suponía había alrededor del carromato. Poco a poco, un canto se fue distinguiendo cada vez más cercano, hasta que de nuevo, escuchó el familiar aleteo junto al ventanuco. El enano suspiró aliviado.
Unos pasos ligeros y apresurados se acercaron con rapidez. Notó como alguien se encaramaba al carro y comenzaba a trastear en la puerta, que al parecer quedaba justo en lo que ahora era el techo. La hoja de metal se abrió y chocó contra la pared con gran estrepito. Alguien se deslizó al interior, y aterrizó a su lado con suavidad. Unas hábiles manos le liberaron de las cadenas, forzando las cerraduras y le ayudaron a incorporarse. El enano se retiró la venda y parpadeó para habituarse a la claridad que se filtraba por la puerta abierta.
—¡Ya era hora! —protestó —¡Y ya podríais tener cuidado, casi me mato aplastado en este carro!
—Un error de cálculo. Una flecha alcanzó a uno de los caballos y les hizo huir —dijo una voz femenina frente a él.
El enano por fin fijó la vista. Frente a él había una joven vestida con una ligera armadura de cuero y una capucha del mismo material. Tenía la mitad del rostro cubierto por un pañuelo, que sólo dejaba a la vista sus ojos negros. Unos largos rizos oscuros se escapaban de la capucha y caían por sus hombros.
—¿Dónde estamos? —preguntó él —Hace días que me han llevado de un lado a otro como un saco de verduras, con los ojos vendados.
—En Lhaimar —respondió la joven —. Lo cierto es que no ha sido fácil encontrarte.
—Me alegro de que lo hayáis hecho —agradeció él.
Ella asintió brevemente, después le miró con intensidad.
—Tenemos problemas —dijo con gravedad —. Esto no ha sido una casualidad. Las noticias que hemos recibido son preocupantes.
El enano agitó la cabeza con pesar.
—De acuerdo. Pero salgamos de aquí primero.
La joven movió la cabeza afirmativamente.
—Volvamos con los demás. Tenemos un barco esperando. Lo mejor será salir de Lhaimar cuanto antes —dijo mientras se agarraba al borde de la puerta abierta para salir.

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