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[Fantasía Épica]Los Diarios del Falso Dios - Printable Version

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RE: [Fantasía Épica]Los Diarios del Falso Dios - Dumban - 15/03/2015

Muchas gracias Haskoz y Anzu. Me alegra de que os picase el gusanillo ^^.
Buenas Landahor. Gracias a ti tambien. La verdad es que eso de las flechas, si que lo cambie muchas veces y ahora que lo vuelves a poner en mi mente, le veo bastante mejoria. Otro apunte para la revision final.

Y bueno, sigo con los siguientes capitulos.

5. ASKHAR
Hulkend, Gallendia, 13 de xunetu del 520 p.F.

Leth y Árzak habían llegado a Hulkend tras enterrar a Mientel según el rito castrense. Con las manos desnudas y la única ayuda de una roca plana, el cazador excavó la tumba en silencio e ignorando el cansancio y la sangre que manaba de sus propias heridas; las que había sufrido en la pelea, y las que se provocó después hundiendo los dedos en la dura tierra. Mientras, Árzak no se apartaba del amortajado cadáver, limitándose a velarlo sin más lágrimas que derramar. Cuando cubrieron el cuerpo, la primera parte del ritual quedaba cumplida: devolver la carne a la madre tierra. Después, los dos arrastraron una enorme roca y la insertaron en un orificio que habían dejado sin tapar con ese propósito. Con ello se completaba la segunda, permitiendo al espíritu trascender y reunirse con sus ancestros.
Ninguno tuvo palabras para dedicarle en ese momento. El único gesto que se le ocurrió a Árzak fue dejar junto al monolito la punta de flecha que le dio Mientel, pero Leth la recogió del suelo, la ató con una tira de cuero que desgarró de su chaqueta y la colgó del cuello del niño. Más tarde, después de atender sus propias heridas y descansar, empezaron a intercambiar anécdotas del Sajano. Lloraron y rieron, liberándose de la angustia que les atenazaba, dejando atrás el silencio que había predominado esos días. El último golpe fue terrible, pero sirvió para que despertaran y entendieran al fin lo que se estaban jugando: sus vidas. Ya nadie cuidaba de ellos ni les marcaba el camino, no podían permitirse estar eternamente abatidos. De seguir como hasta ahora, sobrevivir no merecería la pena.
Un día después del ataque abandonaron el claro y regresaron a la carretera. Leth se esforzó por amenizar el viaje con un sinfin de historias sobre sus cacerías. No se habían planteado ninguna etapa más allá de llegar al pueblo que divisase Mientel unos días atrás, y retrasaban cualquier conversación sobre el tema pues solo podían seguir esa dirección.

***

Hulkend era una boyante villa en continua expansión, al sur de la Cordillera del Firmamento. El asentamiento fue fundado doscientos años antes, alrededor de una posada situada en la ruta principal entre Estoria y Gallendia. El abundante tráfico animó a multitud de gente a asentarse en el lugar, atraídos por las múltiples oportunidades comerciales que ofrecía. Las casas eran en su mayoría unifamiliares, situadas en pequeños terrenos y dispersas alrededor de una colina de suaves pendientes. En el centro, edificaciones de varias plantas se amontonaban alrededor de una iglesia de colores sombríos. En lo alto del campanario ondeaba la bandera carmesí con el blasón de la calavera astada. Muchos de los edificios, como si tratasen de mantener controlado el influjo Narvinio, exhibían los estandartes de la República de Gallendia: una rueda de molino azul sobre campo amarillo, que hacía referencia a los orígenes agrarios del país. Dicho emblema contrastaba con los tonos oscuros del emblema Arzonita.
El pueblo no tenía muralla, por lo que entraron sin problema; nadie les dedicó más de una mirada al verlos pasear entre las pequeñas propiedades en dirección al centro, atravesando avenidas rebosantes de vida. Un gran número de puestos de mercaderes se situaban a lo largo del recorrido y trataban de atraer a los clientes gritando eslóganes llamativos. Los lugareños intercambiaban noticias al sol del verano, mientras sus hijos jugaban. Múltiples escenas de cotidianeidad, desmentidas por rostros serios y preocupados. Solo los niños reían ajenos a las palabras aciagas que se pronunciaban alrededor: guerra, invasión o muerte eran las más repetidas. Y, pese a ello, todos parecían seguir sus vidas con normalidad.
Árzak había nacido en una remota aldea y, para él, la actividad de una ciudad comercial, aunque fuese pequeña, suponía un sinfín de novedades. Los mostradores estaban repletos de objetos extraños, y el aroma de alimentos desconocidos llenaba sus fosas nasales. Le resultó curioso ver a muchas personas que parecían no tener un destino fijo al que ir, ni tampoco compraban; se limitaban a pasear. «En Norden nadie iba a ningún sitio si no tenía algo que hacer allí» pensó antes de centrar su atención en un grupo concreto de niños que jugaba en la carretera, entre el abundante tráfico ecuestre. En lugar de defender un castillo imaginario, el pasatiempo habitual de sus amigos, le daban patadas a un extraño objeto de cuero con forma esférica. Se detuvo a observarlos hasta que Leth le apremió para que no se quedase atrás, con lo que perdió la oportunidad de profundizar en los entresijos de aquella actividad.
No le dio importancia pues aún quedaban muchas cosas por descubrir. Su ruta pasó ante los expositores de decenas de seres no menos peculiares que sus mercancías. El mostrador de un ingeniero Nerb repleto de artilugios mecánicos, que giraban por sí solos, zumbaban y emitían lucecillas de colores, presumiblemente activados con la energía de la arcanita; un grez que ofrecía una gran variedad de armas de fina manufactura y aspecto temible. Un grupo de buhoneros behit, los habitantes del desierto, con su piel negra y las frescas vestimentas de hilo, le resultaron familiares; acostumbraban a parar en Norden en cada estación vendiendo especias y telas. Incluso le pareció que uno hacía amago de saludarle, por lo que aceleró el paso tras su compañero. Más adelante pasaron ante un grupo de jinetes talemos: humanos de tez morena y constitución menuda. Unas armaduras metálicas, que solo les cubrían las pantorrillas, les obligaban a caminar con las piernas ligeramente abiertas.
Era una imagen que solía hacer gracia a Árzak, pero esta vez, ver a un grupo de comerciantes de caballos le produjo una fugaz recaída al recordar a su madre, conocida entre los habitantes de las praderas del norte como la “Serpiente de la Sabana”. Su padre siempre decía que era la mejor jinete de todo el Imperio Septentrional. Y al recordar a Eiden replicándole que en realidad era la mejor jinete de Geadia, una gota resbaló por su mejilla. Llevaba todo el día intentando reprimir sus sentimientos, pero el dolor por la pérdida afloró en contra de su voluntad. «Habías dicho que se acabaron las lágrimas», pensó limpiándose con la manga de la chaqueta. Decidido a dominarse, buscó otra cosa a la que desviar su atención.
Un grupo de alegres trasgos apareció en el momento preciso para ayudarle a conseguirlo. Iban encadenados tras un guardia que los conducía fuera del pueblo, en fila india, riendo y gritando como si les llevasen a una fiesta; todo ello habitual en casi cualquier población del continente de Geadia. Alguno no pudo esperar a llegar y decidió soltar sus grilletes y los de un de par de compañeros, situación también muy común. Una fiesta estaba bien, pero aquel lugar daba muchas opciones inmediatas para entretenerse. El primer perjudicado fue un rubio jinete sírdico que circulaba ajeno a lo que se le venía encima. Los trasgos cortaron las correas de la silla de montar, que se resbaló a un costado con una consecución de golpe, risas estridentes y maldiciones.

—Salgamos de aquí —casi gritó Leth, agarrándole del brazo y acelerando el paso—. Odio a esos bichos.
—¿Por qué, Leth? —consiguió preguntar Árzak, a trompicones tras el cazador—. A mí me parecen divertidos. —Una ojeada a su espalda le permitió ver al sírdico y los guardias intentando sin éxito atrapar a los ágiles duendecillos, mientras el resto aprovechaban para librarse de las cadenas y comprobaban la eficacia de un serrucho, sustraido del expositor de un Narvinio, sobre el poste que mantenía en pie una enorme tienda behit—. Jo, Leth déjame ver cómo acaba.
—No —dijo Leth sin aflojar el paso hasta llegar a una calle aledaña en la que se detuvo—. Mira, nunca hablo de ello, pero te lo contaré con tal de que no te acerques a esas cosas —pronunció la última palabra con desdén—. En una ocasión, tuve que descender con una cuerda a una sima en busca de un ciervo. Le había herido, pero al huir se despeñó dentro. Até la cuerda, bajé, amarré al ciervo y al tirar de ella para auparme, cayó sobre mí. Un trasgo que solo pasaba por ahí la había cortado, seguramente porque le pareció divertido. Y que más divertido sería dejarme allí unos días.
—¿Y cómo saliste?
—Prien me encontró dos días después. Sobreviví comiéndome el ciervo. Busquemos una posada.

Leth reanudó la marcha de nuevo. Ya habían alcanzado el centro del pueblo; las calles estaban empedradas y los edificios se apretaban unos contra otros, como en las grandes urbes. En una avenida lateral, un grupo de hombres con túnicas negras y la capucha calada cubriendo sus rostros llamaron la atención de Árzak. Llevaban espadas e iban acompañados por cuatros caballeros de imponentes armaduras negras y cascos similares a calaveras astadas. La curiosidad del chico fue en aumento, ya que detenían e interrogaban a todas las personas que se les cruzaban.

—Leth, ¿quién es esa gente? —señaló Árzak, justo cuando un sacerdote ordenaba a los caballeros prender a una mujer joven.

Vieron cómo la agarraban sin ninguna delicadeza entre auténticos gritos de terror. Nadie intervino y se la llevaron en dirección a la iglesia que sobresalía sobre los tejados que tenían detrás. Leth solo necesitó una ojeada rápida para entender qué pasaba. Tiró de nuevo del muchacho y apretó el paso más aún que con los trasgos.

—No hagas preguntas —Leth habló tan bajo que Árzak apenas le pudo oír, pero tampoco hubiese preguntado nada concentrado como estaba en intentar mantenerse tras él—. ¡Al fin! —Lanzó un suspiro aliviado—. Una posada.

Al doblar la última esquina desembocaron en una amplia plaza, ocupada por una construcción de dos pisos, totalmente fuera de lugar, rodeada por los edificios de apartamentos adosados. Si no se tratase de una simple posada, podría confundirse con un edificio importante, por lo bien que la había tratado el urbanismo de Hulkend. Pero el letrero que colgaba de la parte delantera no dejaba lugar a dudas. En él se leía con grandes letras verdes, "La Tortuga Hinchada" sobre el dibujo de un quelonio con una concha que se parecía más a una joroba. Leth echó a correr y solo aflojó el brazo de Árzak cuando la puerta se cerró tras ellos.
Se encontraban en una amplia sala llena de mesas y sillas, acomodadas alrededor de un gigantesco hogar apagado. Al otro lado de la habitación, se veían varias salidas alrededor de un enorme mostrador, tras el que se encontraba un hombre corpulento barriendo con desgana. Aún no era mediodía, por lo que no había ningún cliente.

—Hola, buenos días —dijo Leth, acercándose.
—Eso está por verse —respondió el posadero dejando a un lado la escoba. Al verlo de cerca comprobaron que la corpulencia se trataba más bien de obesidad. Árzak se fijó en la apatía que desprendía su cara; los labios caídos a los lados, la enorme nariz retraída hacia atrás y los ojos brillando pálidamente bajo los párpados ojerosos medio cerrados. Aquel hombre tenía el aspecto del que pasa las noches sirviendo alcohol y comida a la gente, y por como olía no se relajaba tras tan dura tarea con un baño. Y sus modales no eran mejores—. ¿Quieren algo a parte de compartir predicciones? ¿O acaso solo querían ver como barro?
—Una habitación. Individual si es posible —continuó Leth sin dar muestras de molestarse por la actitud impertinente del posadero—. Y en un rato, algo de comer en la habitación.
—Eso serán veinte drekegs —dijo apoyado inmóvil en la barra, pues no esperaba que unos vagabundos dispusieran de esa cantidad. Leth sacó una bolsita de cuero, contó las monedas y se las entregó intentando no tocar la mano grasienta que extendió el sorprendido hombre. Comprobó extrañado varias veces que la cantidad era adecuada y el acuñamiento legal y lo guardó en un bolso esbozando una leve sonrisa de dientes amarillos. Buscó la llave bajo el mostrador y con un gesto de la mano les pidió que le siguieran por un acceso lateral—. Siento la desconfianza, pero es que tienen aspecto de refugiados.
—¿Y qué aspecto es ese si se puede saber? —preguntó Leth en un tono que hizo tragar saliva al posadero.
—No me malentienda. —El hombre cambió de pronto su actitud, volviéndose más atento y cortés tras ver la mano del cazador posarse sobre la empuñadura de la daga que llevaba colgando a la diestra—. Quiero decir que tienen aspecto de haber emprendido un largo viaje con lo puesto. Por eso dudé de que tuvieran el dinero. Pero veo que me equivoqué. Pido que me disculpen.
—¿Han venido más refugiados? —volvió a preguntar Leth con la intención de obtener noticias. El pasillo que seguían terminaba en unas escaleras, por las que empezó a subir el posadero intentando no dar la espalda al cazador.
—No. Aún no, pero los esperamos pronto. —Arriba llegaron a un pasillo con varias puertas a cada lado. El posadero avanzó sin parar de girar la cabeza hacia aquel hombre armado de aspecto rudo, con los ojos muy abiertos y pendientes de cualquier movimiento brusco. La expresión de Leth le dejaba claro que no era suficiente, pero el hombre al no entender sus motivaciones, temía decir algo inadecuado—. Las noticias que llegan del norte hablan de guerra en Estoria. Según parece son los Narvinios. Los refugiados no tardarán en llegar.

Árzak iba a decir algo que Leth acalló dándole un ligero toque en el hombro. El posadero se detuvo, abrió una puerta a su izquierda y les invitó a entrar, manteniendo las distancias cuando pasaron junto a él.

—En dos horas les subirán la comida. Espero que descansen —dijo justo antes de cerrar; y a juzgar por el sonido que les llegó desde el otro lado, se fue corriendo.

El cuarto era pequeño, sin ventanas, y la única luz la daba un candil que colgaba del techo. Era la habitación perfecta para dormir durante el día. Apenas había muebles; solo una mesa con un par de sillas en el centro y, contra las paredes laterales, sendas camas sobre las que cayeron rendidos.

—Leth —dijo Árzak, mirando el techo. El cazador murmuró algo incomprensible con la cara enterrada en la almohada—. ¿Quiénes eran esos monjes de antes?

El hombre soltó un profundo suspiro y se sentó en la cama apoyado contra la pared.

—Siempre andas devorando libros, chico. ¿Nunca has odio hablar de los Arzonitas? —Árzak se limitó a negar con la cabeza—. ¿Nada? ¿Y si te hablo de Arzon Kholler´ar?
—¿Es algún familiar mío? —preguntó Árzak encogiéndose de hombros.
—Sí... No... Algo así...aaarrggh... No lo sé, la verdad. —Se masajeó las sienes. Buscaba una forma de plantear un tema sobre lo que sabía lo justo—. Para ser sincero, esperaba que pudieses explicarme tú por qué tenéis el mismo apellido.
—Ni idea. En mi casa siempre evitaban nombrarlo. —La pesadumbre, reticente a desaparecer, provocaron que la voz se le quebrase al hablar—. Una vez se lo pregunté a mi madre; yo no entendía por qué si no podíamos usar ese apellido, no lo cambiábamos por otro. Creo que todo sería más sencillo.
—¿Y qué te respondió?
—Me miró fijamente... —Un nudo en la garganta le detuvo. Se tragó las ganas de llorar y lo volvió a intentar—: Me miró y me dijo muy seria: “Para no olvidar”. —Seguía intentando reprimir su sufrimiento, pero no era fácil. Sin darse cuenta se encontró apretando con fuerza el fardo que le entregó Mientel. Notó extrañado que aquel objeto le traía una profunda calma.
—Ya veo —asintió Leth, sin entender a qué se refería en realidad. Nunca comprendió para qué tanto secreto. Él, como todos los habitantes de Norden, sabía que el apellido Kholler era tabú, en especial ante los extranjeros. Cuantas más vueltas le daba más razonable le parecía la idea del cambio de apellido—. Mi hermano tampoco me contaba muchas cosas. Por ejemplo qué pasó con nuestros padres. Él fue el que me crió y cuando le preguntaba sobre ello me evitaba. Ahora que ya no está esas preguntas jamás tendrán respuesta... Pero algo me dice que tú no tendrás el mismo problema.
—Espero que tengas razón —murmuró el chico—. ¿Sabes? Creo que mi madre me dijo algo que hoy no entiendo, pero que cuando sea mayor entenderé.
—Y yo intentaré ayudarte en lo que pueda con ello —sentenció Leth sacudiendo la cabeza con energía para apartar el recuerdo de Prien—. No sé mucho de religión, pero hay algo que sabe todo el mundo en Devafonte: Arzon Kholler´ar era un cazador de demonios.
—¿Como mi padre?
—Sí, algo así. Pero Arzon es probablemente el cazador más famoso de la historia. Murió durante la Guerra del Fin. ¿Sabes lo que fue?
—Mientel siempre me decía que ya me hablaría de esa guerra cuando fuese mayor —Árzak empezaba a sentirse frustrado. No podía hacer alusión o pensar en un conocido sin que éste estuviese muerto o en paradero desconocido—. Que tendría que estar preparado para tomar una decisión o algo así, no recuerdo bien.
—Pues yo no tengo ni idea de lo que pasó en esa guerra. Lo que sí sé es que había una especie de demonio muy poderoso, que casi se carga el mundo. Según la leyenda, Arzon le hizo frente en una batalla que duró semanas y destruyó continentes. Pero al final, consiguió matarlo y tras salvar Devafonte se convirtió en un dios.
—¿Así sin más? No eres el mejor contando historias.
—Ya te he dicho que no sé mucho sobre religión —rió Leth, encogiéndose de hombros—. Esos tipos, los Sacerdotes de Arzon y los Caballeros Tenues, te los vas a encontrar en la mayoría de ciudades castrenses. A veces te hacen preguntas por la calle y si no les gusta tu respuesta te encierran, te llevan ante un juez y de ahí, si tienes suerte, a lo que llaman curso de re-educación.
—¿Te pasó alguna vez?
—Sí. Hace unos años en Vesteria. —Leth se tumbó boca arriba con las manos en la nuca—. En aquella ocasión tuve suerte. Me condenaron a dos semanas aguantando la verborrea de un sacerdote. Pero al hombre que estaban juzgando cuando entré en la sala del tribunal lo condenaron a muerte por herejía. Y, chico, si quieres que te de un consejo, si alguna vez te cruzas con ellos, evítalos. Y si no te es posible, sígueles la corriente.
—Mmm, gracias por el consejo.

Ambos se quedaron durante un rato con la mirada perdida en el techo, hasta que Árzak expuso la pregunta que llevaba rato rumiando:

—Leth. —El cazador giro la cabeza hacia él—. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Qué voy a hacer?
—Bueno, no quería pensar en ello, pero imagino que lo mejor será seguir, como hasta ahora, los planes de Mientel. —Árzak le lanzó una mirada inquisitiva. Leth buscaba la forma de decirle a donde iban sin utilizar la palabra demonio—. Tenía planeado llevarte a vivir con un amigo de tu padre.
—Ya veo —asintió el niño pensativo, consciente de que su compañero no le contaba todo lo que sabía—. ¿Y tú qué harás? ¿Te quedarás con nosotros?
—No creo que sea conveniente. —Leth no tenía intención de estar con aquel individuo más de lo necesario. Y le preocupaba aún más tener que dejarlo con ese ser, «¿qué otra opción tengo?». Él entrenaría al niño de buena gana, pero no se creía capaz de tener éxito donde Mientel y Sallen habían fracasado—. Imagino que viajaré una temporada. Si de verdad sigue la guerra en Estoria, iré al norte a ayudar. Y si no, tal vez aproveche para conocer mundo.
—El mundo es fascinante, pero da miedo —dijo Árzak, con los acontecimientos de los últimos días muy presentes en sus cávalas. De pronto se le alegró la cara y una sonrisa ensanchó sus labios—. Oye Leth. Quizá cuando yo sea mayor, podamos viajar juntos.
—Claro chico. Búscame dentro de unos años —musitó el cazador con los ojos ya cerrados, justo antes de dormirse.

Árzak siguió tumbado un rato, pensando. Recordar a su madre, de la que no se pudo despedir, le había entristecido, pero en parte le ayudó a tomar una determinación.
Cogió el fardo y se lo puso en las rodillas. No necesitaba abrirlo para saber de qué se trataba, ni su origen. Lo había visto infinidad de veces en su casa, aunque no siempre estaba envuelto; eso se debía a una costumbre de su padre, al que en muchas ocasiones le gustaba ocultar el hecho de ir armado. Con mucho cuidado, fue quitando los distintos pliegues que lo cubrían, hasta dejar a la vista una espada.
De una primera ojeada no destacaba por nada en especial. Estaba en una vaina de cuero negro sin adornos, diseñada para llevarla a la espalda mediante un arnés. La empuñadura era de hierro, oscurecida y arañada por el impacto de miles de ataques. Varias tiras de cuero recubrían el mango, para mayor comodidad de quien la esgrimiese.
Árzak la desenvainó con dificultad debido al peso, pero en cuanto lo consiguió un destello rojo iluminó la habitación. En sus manos tenía una espada larga de doble filo fabricada con un material similar al cristal. No era transparente; el alma de la hoja era negra como el carbón: si se miraba a través de ella uno intuía una neblina opaca flotando en el interior. Los filos y los laterales eran nítidos, y se podía ver el otro lado de la habitación teñida de rojo.
Se trataba de Askhar, “La indestructible”. Por lo que sabía, el arma había permanecido durante generaciones en su familia, pasando de padres a hijos cuando estos alcanzaban la mayoría de edad. Sallen le había contado que la espada estaba hecha de un extraño metal que no existía en Devafonte. Fue traída a este mundo por un poderoso demonio hacía más de diez mil años y en la actualidad era el legado más importante de los Kholler. Se trataba de un objeto imbuido de una magia poderosa y antigua. Mientel le explicó durante una clase que era más dura que el diamante y más resistente que el mejor de los aceros y que de ahí venía el apodo.
Árzak la devolvió a la funda. Una y otra vez escuchaba la voz de su madre diciéndole aquellas palabras: «para no olvidar». Seguía sin saber a qué se refería exactamente; daba igual, para él, desde ese momento, aquella frase tuvo un significado.

***

El olor a comida despertó a Leth. El aroma no era apetitoso, pero un gruñido de su estómago le recordó que estaba muerto de hambre. Llevaba sin probar bocado desde la noche del ataque al claro. Se desperezó aún con los ojos cerrados y aguardó a que la vista se habituase a la escasa luz de la sala.

—Buenos días —la voz de Árzak tenía un tono alegre, que junto a la comodidad del lecho y la promesa de alimento caliente, le hizo creer durante un segundo que todo había sido un mal sueño—. Hay algo que el posadero llamó sopa de guisantes y que yo llamaría olla de agua sucia caliente. Y unos supuestos muslos de pollo con más hueso que carne.

El cazador abrió un ojo y lo que vio le dejó perplejo. La comida humeaba sobre la mesa. Incluso desde la cama, la escualidez de los muslos de pollo era evidente, pero lo que de verdad le había dejado sin palabras era Árzak.
De pie, al lado de la mesa, con una sonrisa de oreja a oreja y a su espalda, una larga espada. Tan larga que iba arrastrándola por el suelo. Además, pese a que había ajustado las cinchas, el arnés de la funda le quedaba grande, con lo que continuamente se le resbalaba por el hombro y tenía que recolocarlo. Leth no dijo nada. Que el niño hubiese recuperado la sonrisa era suficiente.
La alegría que sentía se reflejó en su cara. Él también sonreía. Y de pronto sintió una punzada al ser consciente de que en un par de días, se despedirían.


RE: [Fantasía Épica]Los Diarios del Falso Dios - Dumban - 15/03/2015

6.TERGNÓMIDON
Norte de Gallendia,14 de xunetu del 520 p.F.

Con las primeras luces del sol estaban de nuevo en camino; dirección poniente, con la Cordillera del Firmamento siempre a su diestra. Recorrían una zona conocida como los Páramos de Berdain; y el nombre resultaba muy adecuado. Una región relativamente accidentada y salvaje, totalmente inhabitada. Las rutas comerciales que habían promovido la nueva red de carreteras del continente de Geadia preferían rodear aquella zona por varios motivos. El primero era la escasez de poblaciones en las que descansar y el segundo la escasez de poblaciones en las que vender. Mientel no había dado muchos datos sobre su destino; sólo la dirección que debían seguir y una estatua como única referencia para reconocerlo.
Durante dos días atravesaron bosques y colinas llenos de alimento para un cazador experto como Leth. La caminata fue dura, pero tuvieron la suerte de dar con una antigua carretera que les llevaba en la dirección correcta y hacía la travesía más sencilla. El estado de la calzada no era bueno; los siglos y los elementos habían no la habían tratado bien, así que debían tener cuidado para no tropezar o meter el pie en un socavón. La vegetación aprovechaba la más mínima grieta para emerger a la superficie, hasta tal punto que en cierto momento se vieron obligados a rodear un enorme roble que había crecido abriéndose camino entre el duro asfalto. Además, de vez en cuando, la senda desaparecía durante largos tramos cubierta por pastos, derrumbes, aluviones y riachuelos, solo para reaparecer varios metros por delante. Y así fue hasta salvar un pequeño barranco. El puente hacía mucho que había sido arrastrado río abajo, por lo que tuvieron que descender a la cañada y cruzar con el agua a la altura de las pantorrillas. Al ascender al otro lado, no había rastro de la carretera. Tuvieron que abrirse camino campo a través.
En la tarde del tercer día, cuando Leth se planteaba la posibilidad de tener que dar la vuelta, vio lo que buscaban. Acababan de escalar una pequeña colina y ante ellos se extendía una amplia llanura. Allí reencontraron la calzada que habían seguido: llegaba desde el noreste y se internaba entre los edificios derruidos que ocupaban la parte occidental de la planicie. Por la altura de las construcciones, de dos o tres plantas, y la extensión del perímetro, se podía deducir que en su día había sido un pequeño pueblo de unos cuantos miles de habitantes. Y en la plaza central estaba lo que buscaban. Sobresaliendo por encima de las otras construcciones se alzaba un soldado gigante, vigilante sobre las ruinas. Un hombre con un fusil al que le faltaba la punta. Ese era el único detalle que lo identificaba como militar a ojos de los compañeros pues no portaba armadura, sólo una especie de chaleco y un casco similar a un orinal.

—Bueno, parece que aquí estamos, chico —dijo Leth, soltando las correas de su macuto para posarlo en el suelo—. En esa ciudad estará el hombre que buscamos.
—¿Qué sabes de ese hombre? —preguntó Árzak, angustiado. Había intentado sonsacárselo varias veces durante el viaje y la negativa del cazador a dar respuestas le ponía nervioso.
—Ya no hay marcha atrás, y a estas alturas no decirlo carece de sentido. Donde dije hombre, tal vez debí haber dicho demonio.
—¿Mi padre quería que fuese con un demonio? —preguntó con los ojos muy abiertos, al tiempo que tragaba saliva imaginando a una criatura similar a un faester de mirada cruel, viviendo en una mazmorra ensangrentada.
—Así es. Quiero creer que aunque no lo entendamos, Sallen y Mientel tenían sus motivos para dejarte aquí. ¡Seguro que estás bien! —añadió, palmeando al crío en el hombro.
—Entonces, ¿a qué esperamos? —dijo Árzak, señalando la mochila del suelo.
—Chico, yo no seguiré contigo —Árzak miró asustado a Leth, aterrado ante la perspectiva de adentrarse solo en las ruinas—. Si te quedas más tranquilo, esperaré aquí un día por si vuelves. No hay que descartar la opción de que el lugar esté desierto.
—¿Y si lo que hay son enemigos? —Árzak se enfrentaba de pronto a un paso importante en su vida y no se sentía preparado para hacerlo solo.
—Estaré preparado para ayudarte —respondió Leth asintiendo con energía y, poniendo una mano en el hombro del niño, añadió con una sonrisa—: Esto no es una despedida. Recuerda que dentro de unos años tendremos que volver a viajar juntos.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
—Está bien... —dijo Árzak, después de respirar profundamente. Parecía que iba a irse, pero en el último momento se dio la vuelta y abrazó a Leth—. Te echaré de menos.
—Y yo a ti, chico. —Leth le devolvió el abrazo, mientras intentaba disimular la lágrima que le caía por la mejilla—. Pasaré a verte cuando pueda.

Sin decir nada más, Árzak echó a andar hacia las ruinas. No quería mirar atrás, sabía que si lo hacía el miedo podría con él y daría la vuelta. Así que centró la vista al frente y avanzó con paso resuelto.
Leth había solucionado algunos de los problemas del arnés de la espada del crío, lo suficiente al menos para que no la arrastrara, gracias a una nueva cincha que le pasaba bajo el brazo derecho. Aun así viajar con él resultaba muy incómodo y le producía rozaduras. Estaba decidido a no quitárselo por la convicción de que le endurecería.
El cazador se quedó de pie vigilando desde su atalaya como descendía y se alejaba, cuando de pronto tuvo una extraña visión. Durante unos segundos, no veía a un niño con una espada de su tamaño caminando a trompicones por el llano. Ante él tenía a un hombre adulto que avanzaba con paso seguro, dirigiéndose hacia el horizonte rodeado por un aura oscura.
La imagen era tan real que Leth incluso sentía la energía que desprendía aquel hombre; una fuerza tal que durante unos instantes aplastó su cuerpo impidiéndole respirar. Se derrumbó falto de aire y presa de la angustia trató de llenar sus pulmones a la desesperada; por suerte el efecto pasó rápido. Cuando levantó la mirada, volvió a ver al niño que tan bien conocía.
Sabía que lo acababa de vivir era real, pero no era capaz de encontrarle sentido «¿Es posible que éso sea el futuro?». Descartó esos pensamientos por absurdos y lo achacó al cansancio. Siguió allí hasta que lo vio desaparecer entre las ruinas y se sentó a descansar sin darle más importancia. Pasó la noche en la colina y por la mañana, al no tener noticias del crío, emprendió viaje al norte.

***

Desde luego era difícil imaginarse a alguien viviendo en aquel lugar. Al acercarse, Árzak comprobó que los edificios que de lejos parecían sólidos no proporcionaban cuatro paredes ni en el mejor de los casos.
Dio un rodeo hasta llegar al lugar en que la carretera se convertía en calle, plagada de coches oxidados y llena de cascotes. De pronto sus pasos retumbaron con sonido metálico. Investigó un poco y comprobó que bajo el polvo había un letrero. Con el pie quitó la tierra que lo cubría para dejar a la vista un rótulo de chapa azul con una palabra escrita en blanco: Perlin.
Dudó durante un instante, pero una vez allí ya sólo tenía que dar un paso, y un segundo y un tercero… y cuando quiso darse cuenta caminaba entre los edificios vacíos, por siglos de saqueos. Estaba asustado, esperando ver aparecer una legión de faesters de entre los escombros, encabezados por un demonio de aspecto monstruoso. Nada apareció, y recorrió las ruinas en dirección a la estatua, visible desde casi cualquier punto.
Tardó quince minutos, pues tuvo que dar muchos rodeos y al fin, tras atravesar un pequeño callejón, pasar bajo una viga y saltar un murete, llegó a una amplia plaza. Allí, rodeado por los restos del pueblo que estaba obligado a vigilar, se erguía el soldado. La estatua era gigantesca, medía más de veinte metros y se encontraba sobre un pequeño edificio de hormigón. Sorprendía ver una construcción intacta entre tanta destrucción. Al acercarse, distinguió un ventanuco en un lateral y, sobre él, un letrero emborronado por el óxido y la mugre en el que sólo se podía leer ¨Taq¨. Junto a él había una puerta indistinguible del muro; de hecho no la diferenció hasta estar a unos pocos metros. Corrió hacia ella, decidido, y agarró el picaporte.

—¿Se puede saber adónde vas? —dijo una voz rasposa desde el tejado. Al mirar hacia arriba unas piernas que no estaban ahí antes, colgaban sobre él.

Caminó de espaldas, hasta tener a la vista al hombre que se sentaba despreocupado al borde de una caída de unos diez metros. El pelo rojo y corto resplandecía con los últimos rayos del sol; un color peculiar para una persona, también presente en unas cejas pobladas y arqueadas hacia los lados y en los pelos del pecho que asomaban por la camisa entreabierta. Su nariz era muy afilada, y junto a unos labios finos y curvados, que mantenían una sonrisa inquietante, le daba un aspecto malvado. Pero Árzak no se fijaría en esos detalles hasta más adelante, pues había algo que lo mantenía hipnotizado: el único rasgo que no dejaba lugar a dudas sobre su origen no humano: los ojos. Los iris eran negros; no del color que acostumbramos a ver entre la gente normal, que tiende al marrón. Estos eran iguales que el carbón, oscuridad pura e inquietante. Y lo eran aún más por estar atravesados por dos finas líneas verticales similares a las de un gato; si los gatos tuviesen las pupilas moradas y los extremos superiores e inferiores en forma de punta de flecha.

—¿Te vas a quedar ahí parado, mirándome? —preguntó el extraño, cansado del escrutinio.
—¿Qui...quién eres? —contestó Árzak, intentando teñir su voz de aplomo y fracasando en el intento.
—Creo que eso debería preguntarlo yo. Al fin y al cabo eres tú el que se ha colado en mi casa.
—Soy Árz...
—El cachorro de Sallen —le cortó el demonio, con medio labio levantado, dejando a la vista un gran colmillo amarillento. El muchacho enmudeció y se quedó petrificado con la boca abierta. Se sentía como una liebre ante una serpiente empachada—. No me mires así. Llevas a una vieja conocida colgando a la espalda. —Al mencionar a Askhar no pudo evitar acariciarse el hombro con una mueca de dolor.

El demonio bajó de un salto, ignorando la altura y se acercó lentamente al chico entre el revoloteo de una gabardina marrón.

—Y bien, cachorro. —El tono con el que hablaba erizó el vello de la nuca del crío—. ¿Dónde está tu padre? ¿Por qué no te acompaña?
—Mi padre está muerto —respondió apretando los dientes, dolido ante el desprecio que mostraba ese ser hacia Sallen—. Me llamo Árzak y no soy ningún cachorro. Dado que ya sabes todo sobre mí, ¿responderás a mi pregunta?
—¡Vaya! —Una horrible carcajada resonó en la plaza. Cuando el ataque estuvo controlado, el demonio habló riendo aún por lo bajo—: Desde luego tienes agallas. Pero no olvides que a mis ojos, sigues siendo un cachorro de humano. Mi nombre es Tergnómidon. Aunque los humanos preferís llamarme Terg. A vuestros cerebros subdesarrollados les cuesta retener nombres largos.
—Terg... —musito Árzak, llevándose la mano a la barbilla—. ¿Tú vas a cuidar de mí ahora?

La sonrisa fue sustituida por una grotesca cara de repulsión.

—¡¿Cuidarte?! —preguntó Terg, con un grito. «¿Cuidar a otro mocoso Kholler?», pensó horrorizado. «No, gracias. Aunque... Su aura es prometedora... Tal vez él...». Entrecerró los ojos evaluando al niño, y reapareció la sonrisa—. Así que papi muere, no sin antes mandarte aquí para que te entrene. Igual que lo entrené a él.
—¿Tú entrenaste a mi padre?
—Sin contarte nada sobre mí, además —asintió satisfecho ampliando su sonrisa.
—No pude hablar con él antes de... —evitó la palabra “morir”, con un gesto vago de la mano.
—Es posible... —murmuró más para sí mismo que para Árzak—. Imagino que tendré que alimentarte... Sígueme.

Sin esperar respuesta, Terg se dirigió a la puerta y se detuvo con la manilla en la mano al ser consciente de que nadie iba tras él. Al niño aquel ser le aterraba, y más aún con la mirada ladina que le acababa de dedicar por encima del hombro, antes de entrar en el edificio. Tomó aire y recordó su nueva determinación de hacerse más fuerte; y no había mejor forma de conseguirlo que bajo las enseñanzas del tutor de su padre.
Entró con paso decidido para descubrir, no sin cierto alivio, que no le conducía a una sala de torturas, como había imaginado. Todo lo contrario, pues se encontraba en una enorme habitación vacía, con baldosas ajedrezadas y una escalera que rodeaba las paredes hacia el piso superior. Bajo ella, había un camastro y junto a él un baúl en el que rebuscaba Terg.
Le pidió con un gesto que cerrase la puerta y se acercó a una hoguera situada en el centro de la estancia, sobre la que pendía un perol humeante. Le tendió un cuenco y una cuchara que había sacado del baúl, y le invitó a servirse levantando la tapa de la olla. Árzak dudó temiendo que planease envenenarlo. El demonio lanzó otra carcajada.

—Tu padre hizo lo mismo. —Volvió a poner la tapa y se echó en la cama—. Es un guiso de ciervo con patatas. No es veneno. Los demonios no comemos necesariamente corazones humanos.
—¿Corazones...? —Árzak estaba horrorizado. No se le había ocurrido la posibilidad de ser alimento de demonios.
Un nuevo ataque de hilaridad de Terg sobresaltó al chico, que dio un salto en el sitio.
—Era lo que Sallen pensaba que le iba a dar de comer —de pronto su voz se volvió más grave y menos rasposa—. Come sin miedo. Mañana empezará el entrenamiento y créeme, necesitarás estar en condiciones.

Árzak llenó el cuenco y se sentó en el suelo lejos de su anfitrión. Probó una cucharada reticente para descubrir sorprendido que estaba riquísimo. Dio cuenta de ello en cuestión de segundos, casi sin masticar y repitió dos veces. Cuando terminó, Terg le tiró una manta y abandonó el cuarto.
Más tranquilo, desabrochó el arnés y lanzó un suspiro de alivio al posar la espada en el suelo; la sujeción le estaba matando y las llagas le dolían horrores. Cansado del viaje y con la barriga llena, la modorra se apoderó de él. Se acostó sobre los fríos azulejos, y se durmió en segundos.
Cuando despertó, seguía solo en el cuarto. La cama de Terg estaba igual que el día anterior. Recogió su espada y salió a la plaza.
Era primera hora de la mañana y el aire aún frío le heló los huesos. Frotándose los brazos, buscó por los alrededores signos de la presencia del demonio. Al no verlo regresó a la estatua, pero, cuando estaba a punto de entrar, una potente corriente de aire le golpeó haciéndole volar varios metros hacia atrás, entre una lluvia de cascotes. Desde el suelo vio un cráter en el lugar que ocupaba hacía unos segundos y a la derecha del edificio estaba Terg, de pie y sonriente, con la espada más grande que jamás había visto apoyada en el hombro.

—Has hecho bien en venir armado —dijo, dando un par de pasos hacia un Árzak aún aturdido—. Yo en tu lugar desenvainaría. El entrenamiento acaba de empezar y no me gustaría que murieses tan pronto.

Sin previo aviso, se lanzó de nuevo al ataque pillando por sorpresa a Árzak.
Desde luego los métodos de Terg no eran usuales, y con razón Sallen evitó dar detalles a Mientel sobre lo que tuvo que pasar él. De ser así, ni Mientel, ni Leth y muchísimo menos Árzak, hubiesen estado de acuerdo con ese viaje. Sin embargo, ya era tarde y no tenía otro lugar adonde ir.
Día tras día hizo frente a las embestidas del demonio, que sostenía que el cuerpo debía ser capaz de aprender por sí mismo. Durante esas primeras semanas, alternó los simulacros de combate con sesiones intensivas de ejercicio físico. Dedicaban diez horas al día al entrenamiento, parando sólo cuando el chico se desvanecía exhausto.
Terg no era una gran compañía. En los descansos evitaba todo contacto con "el cachorro", llegando a desaparecer durante horas si no encontraba otra forma de conseguirlo. Sin embargo se ocupaba de curar sus heridas, y se aseguraba de que comiese al menos dos veces al día. Por las noches caía rendido en el duro suelo y dormía de un tirón.

***

Pasaron las semanas, convirtiéndose en meses. Los entrenamientos le resultaban menos duros, hasta el punto que empezaba a disfrutar de las sesiones físicas; se las tomaba como un reto. Se sentía mucho más fuerte y le emocionaba mejorar sus registros anteriores. Le ocurría lo mismo en cuanto a los simulacros de combate, en los que era capaz de resistir cada vez más tiempo las embestidas de Terg, e incluso de adelantarse a sus movimientos esquivándolo. En ocasiones conseguía bloquear el espadón del demonio con Askhar, sin salir despedido en el intento.

—En los últimos tres meses has mejorado bastante, cachorro —dijo Terg, durante una de esas sesiones. Árzak acababa de conseguir herirle en un antebrazo: la primera vez que el chico veía la negra sangre de su tutor—. Creo que ya es hora de pasar a la siguiente parte del entrenamiento.
—Aún puedo hacerlo mejor —dijo Árzak, tratando de imitar la sonrisa torcida de Terg—. Estoy cerca de derrotarte.
—¿Derrotarme? —preguntó Terg, sin dar crédito a lo que oía antes de romper a reír—. Me parece que te estás viniendo arriba muy rápido.
—¿Qué tiene tanta gracia? —preguntó Árzak, con el orgullo herido.
—Pobre cachorrito. —Siguió riendo el demonio—. El auténtico entrenamiento aún no ha empezado. Pero aprovecharé para dejar algo claro.

Árzak no pudo ver lo que pasó cuando Terg dejó de reír. Sólo sabía que un segundo antes miraba fascinado como el pelo rojo se erizaba mientras el aire parecía abombarse a su alrededor, para encontrarse repentinamente en el suelo con la mano del demonio oprimiéndole el cuello.

—Otros, más poderosos de lo que puedas imaginar, han esgrimido esa espada antes. —La cara de Terg estaba a escasos centímetros de la de Árzak y le era imposible apartar la mirada de esas hipnóticas pupilas moradas—. Askhar ha abatido a miles de los míos. Y todos sus propietarios han sabido tener respeto por sus rivales. Recuérdalo bien.

De pronto Árzak notó su garganta libre. Se puso de pie masajeándose el cuello. Terg ocupaba el mismo lugar que unos segundos antes; parecería que no se había movido si no fuera por la gabardina agitándose. La lección de humildad había calado.

—Ahora que se te han bajado esos humos, me escucharás —dijo Terg, con el ceño fruncido—. No estás aquí para aprender esgrima. Ya me ha quedado claro que tu padre te ha enseñado lo básico en ese aspecto. De un tiempo a esta parte, tu familia ha cogido la mala costumbre de traerme a sus camadas para que les enseñe a usar el Vestigio. Y eso es lo que vas a aprender aquí.
—No digas tonterías. Mi padre sabía que yo no soy capaz de usar el Vestigio.
—Que no notes la energía vestigial no quiere decir que no estés capacitado para usarla. Tu padre y tu madre podían y dado que es una característica hereditaria, y que no ha habido un solo Kholler que no fuese capaz de usarla en los últimos quinientos años que yo recuerde, tú también puedes. Solo que no lo sabes.

Terg apoyó su espadón contra la pared y se acercó a Árzak.

—Desde luego, no tenemos tiempo a que tu habilidad decida que es momento de despertar. Así que haremos un poco de trampa.
—¿Trampa? —dijo Árzak, agarrando con más fuerza la espada al darse cuenta de que el demonio no le quitaba los ojos de encima—. ¿Vamos a usar a Askhar para hacer trampa?
—Cuando te pregunté si conocías las cualidades de la espada, me dijiste que era indestructible. Pero tiene otras cualidades por lo menos igual de útiles.
—¿Como cuáles? —Alejó el arma del demonio con desconfianza.
—¿No se ve distinta a cuando llegaste aquí?
—¿Qué dices? —Árzak la alzó extrañado. La había mirado infinidad de veces y mostraba el mismo aspecto. Y hoy también. O quizá no...

Cuanto más miraba la espada, más se daba cuenta de que algo no estaba igual. Estaba más clara, y sin embargo, extrañamente la veía igual de negra. Entonces ¿dónde estaba el fallo?
Terg se quitó la gabardina y cubrió al chico y a la espada con ella. Bajo la oscuridad del manto Árzak se sorprendió de verse rodeado de una intensa aura de color rojo. La bruma negra del interior de la hoja bailaba teñida por una luz carmesí que provenía de sus profundidades.

—¡¿Qué le has hecho?! —gritó furioso al tiempo que tiraba al suelo la gabardina.
—Yo, nada —respondió Terg, recogiendo la prenda y poniéndosela de nuevo—. Has sido tú. No me mires así. Es Askhar, y una de sus habilidades es la de almacenar la energía vestigial no usada.
—¿No usada?
—Cada vez que chocabas tu espada contra la mía, fue almacenando la energía vestigial que acumulabas pero que no sabías liberar, ni transformar. Durante estos meses ha estado guardándola en su interior.
—¿Y eso de qué me sirve? —dijo Árzak, temiendo por un momento que Terg quisiese romperla para extraer la energía. La sonrisa volvió a los labios de Terg al adivinar sus pensamientos.
—El primer problema para usar el Vestigio, es ser capaz de sentirlo y posteriormente de absorberlo. Nos saltaremos esa parte de momento. No será hoy, ni mañana, pero en las próximas semanas te enseñaré a utilizarlo. Una vez que aprendas, el resto llegará solo. Lo único que necesito es forzarte a defenderte —mientras hablaba alrededor de su mano se estaban formando llamas—. Existe una técnica muy básica, mediante la cual, el taumaturgo utiliza energía vestigial para crear un escudo físico alrededor de su cuerpo. Puedes llamarlo burbuja. Te interesará saberlo si no quieres quemarte demasiado. O demasiadas veces.
—Espera un momento. ¿Cómo se supone que voy a sacar la ener…?

Terg no esperó a que terminase la pregunta, lanzó una bola de fuego contra el chico.
Esta segunda parte del entrenamiento fue muchísimo más dura que la anterior. Cuando Árzak creía tener todo bajo control, se encontró de nuevo desbordado, llorando por las noches por el dolor de las quemaduras, que ni los poderes de Terg podían curar completamente. Así pasó los siguientes meses. Y cuando consiguió crear un breve escudo, continuaron hasta poder mantenerlo durante más tiempo. Y después, para aprender otras técnicas.
Cada vez que Árzak dominaba alguna habilidad, pasaban a otro nivel, que llevaba al muchacho a un nuevo límite.
Cuando quiso darse cuenta, habían pasado dos años.

***

Vesteria, capital de la República de Estoria. Ocupada por los narvinios desde hacía un año, cuando el senado se rindió ante el Rey Vermin Kholler´ar y sus ejércitos. Se trataba de una ciudad costera rodeada de montes boscosos que morían en el mar; principal medio de sustento de los ciudadanos.
A diferencia de Kashall´Faer, no quedaban a la vista restos de la antigua metrópoli. Durante la guerra, una montaña entera se derrumbó, enterrando la vieja capital bajo miles de toneladas de roca. Lo que quedaba del monte Parago, una pequeña elevación rocosa de formas irregulares, se recortaba aún tras la ciudad. Sobre aquella tumba creció la Estoria actual.
La típica casa estoria era de piedra y estaba rematada con tejas de pizarra. A partir de ahí, dependiendo de las posibilidades del dueño, variaban en el número de pisos, el tamaño de sus terrenos o la distancia con los vecinos. En los barrios céntricos las viviendas estaban adosadas unas a otras, formando calles amplias de tierra entre ellas, rematadas por aceras de hormigón reaprovechado de antiguas construcciones.
Por una de estas calles caminaban Terg y Árzak. Se trataba de la ciudad más cercana a Perlin, por lo que no les quedaba más remedio que cruzar la frontera un par de veces por estación para obtener todo lo que no podían conseguir por sus medios.

—Ten —dijo Terg, tendiéndole una abultada bolsa, que tintineó al agitarla—. Compra sal y grasa de caballo. Yo me ocuparé de conseguirte un jergón.
—Ya iba siendo hora —replicó Árzak, quitándole la bolsa de un tirón—. ¿Algo más?
—Podrías cortarte ese pelo para asemejarte un poco menos a un animal —mientras hablaba, le miraba por encima de las gafas de sol con las que mantenía los ojos ocultos. Por más que el muchacho se lo dijera, no parecía querer entender que un individuo de pelo rojo, vestido de forma chocante y con unas gafas de sol que parecían sacadas de una tumba de la era industrial, llamaba la atención y atraía miradas. En realidad prefería que lo tomasen por un personaje estrafalario a que descubriesen su verdadera naturaleza—. No te metas en problemas y no pierdas de vista tus cosas. Nos veremos aquí dentro de tres horas.

Cuando Terg se fue, puso rumbo a la calle de los Curtidores. Tras varias visitas a la ciudad, el muchacho ya conocía sus calles a la perfección. Muy pronto se dio cuenta de que el demonio prefería evitar algunas transacciones, y por eso lo enviaba a él. De dónde sacaba el dinero era un auténtico misterio que de vez en cuando despertaba escenas tétricas en su imaginación. A menudo se ausentaba durante horas, a veces un día o dos. Aunque solía regresar con alguna pieza de caza, en otras ocasiones llegaba con un pesado fardo, decía no haber encontrado comida y se encerraba huraño en el monumento, obligándolo a dormir al raso. «Prefiero no saberlo» concluyó Árzak, guardando las monedas en un bolsillo.
Vagó por las abarrotadas calles, hasta que un movimiento que detectó por el rabillo del ojo le hizo girarse, alarmado, para encontrarse ante su imagen reflejada en un escaparate. La primera impresión que tuvo es que estaba mucho más delgado, pero no tanto como para preocuparse; al fin y al cabo lo compensaba con la definición muscular que había ganado, como comprobó satisfecho.
No era extraño que le costase reconocer a aquel niño que tuvo que escapar de su hogar con lo puesto, en ese reflejo. Y lo puesto era lo que llevaba en ese momento. Los ropajes, antaño de lana verde y negra, estaban hechos jirones, llenos de parches y habían pasado a tener una tonalidad grisácea de tanto uso. Hacía mucho que se había quedado sin zapatos y estaba tan acostumbrado que ni siquiera los echaba de menos al caminar por las duras aceras.
Además, el pelo, antaño corto y cuidado, le caía ahora sobre los hombros, sucio y enredado. Barajó la opción de cortarlo, como le había dicho Terg, aunque le gustaba el aire “tribal” que le daba. «Y más aún cuando me salga la barba», pensó acariciando una cara oscurecida por la mugre. «Definitivamente, mejor gastar ese dinero en un baño», fue la conclusión a la que llegó.
Dio la espalda a su réplica, y fue en busca de unos baños públicos. Estaba ansioso por quitarse la suciedad de encima, pero de lo que más ganas tenía en realidad era de poder librarse un rato de la espada. Había crecido lo suficiente para prescindir del apaño de Leth, sin embargo el arnés seguía rozándole en el cuello y le producía dolorosas llagas. El viaje se le había hecho largo y no pudiendo aguantar más, desabrochó el pasador del pecho y se lo quitó.
Siguió caminando con la vaina en la mano. De pronto le llamó la atención un joven de piel negra que avanzaba en dirección contraria, mirándolo ya desde muy lejos. La ropa que llevaba le recordó al reflejo del escaparate, pues parecía comprada en la misma tienda: la indigencia. Tenía el pelo atado en largas trenzas, que con cada paso saltaban alrededor de su cara, aunque no parecía molestarle. Por contra, sonreía afable a todo el que se le cruzaba, mostrando unos dientes blanquísimos que resaltaban al igual que sus ojos sobre la tez oscura, captando la atención de Árzak. Cada vez estaban más cerca y dado que no apartaba la mirada, empezaba a preguntarse si lo conocía de algo, rebuscando en su memoria esa cara sin éxito. Cuando llegó a su altura, le dio un empujón de improviso y con un movimiento tan rápido que ningún humano normal podría imitar, agarró a Askhar y salió corriendo evitando a los viandantes con hábiles fintas.
Árzak se levantó tras unos segundos de desconcierto y se lanzó tras el ladrón con menos elegancia, pero con tal ímpetu que cualquiera que se se cruzaba en su trayectoria terminaba en el suelo. No le importaba otra cosa que no fuese recuperar la espada de Sallen.

—¡Vuelve aquí! —gritó, internándose en un callejón tras el chico—. ¡Te digo que pares!

Mientras corría notaba como una furia abrasadora se asentaba en la base del estómago. Apretó los dientes y los puños y ciego de rabia, siguió al ladrón a lo largo de varios callejones, hasta que al girar un recodo se detuvo sorprendido.


RE: [Fantasía Épica]Los Diarios del Falso Dios - landanohr - 17/03/2015

Buenas compañero.

(ojo con los spoilers)

Ya me he pasado por wattpad, me di cuenta que tenías la obra publicada allí. Pero te dejo por aquí unas notas, que es mucho más cómodo que en wattpad:
Quote:c5
Llevaban espadas e iban acompañados por cuatro caballeros de imponentes armaduras negras y cascos similares a calaveras astadas.

Aquel hombre tenía el aspecto del que pasa las noches sirviendo alcohol y comida a la gente, y por cómo olía no se relajaba tras tan dura tarea con un baño. Y sus modales no eran mejores—. ¿Quieren algo a parte de compartir predicciones? ¿O acaso solo querían ver cómo barro?

—Ni idea. En mi casa siempre evitaban nombrarlo. —La pesadumbre, reticente a desaparecer, provocaba que la voz se le quebrase al hablar—. Una vez se lo pregunté a mi madre; yo no entendía por qué si no podíamos usar ese apellido, no lo cambiábamos por otro. Creo que todo sería más sencillo.

—Bueno, no quería pensar en ello, pero imagino que lo mejor será seguir, como hasta ahora, los planes de Mientel. —Árzak le lanzó una mirada inquisitiva. Leth buscaba la forma de decirle a dónde iban sin utilizar la palabra demonio—. Tenía planeado llevarte a vivir con un amigo de tu padre.

c6
El estado de la calzada no era bueno; los siglos y los elementos habían no la habían tratado bien, así que debían tener cuidado para no tropezar o meter el pie en un socavón.

El cazador se quedó de pie vigilando desde su atalaya cómo descendía y se alejaba, cuando de pronto tuvo una extraña visión.

c7
Al principio lo confundió con un balbuceo, de ahí pasó a ronroneo para convertirse en auténtico gruñido. Un gruñido de bestia que hizo palidecer al traslúcido observador. Aterrado, vio cómo la piel del chaval se oscurecía, pasando del blanco al pardo y de ahí a un negro tan oscuro que parecía ensombrecer el aire que lo rodeaba.

—¡Joder! —gritó el ladrón, con el corazón a punto de salirle por la boca. Tan concentrado estaba que una voz a su espalda casi acaba con él (en expresiones de este tipo siempre tengo dudas, porque se mezcla el verbo en pasado con el verbo en presente; pero... ¿podría quedar mejor algo al estilo "la voz a su espalda casi había acabado con él"?).

—¿Tú no te cortas, eh? —preguntó Zas, de pronto extrañamente serio— ¿Es porque soy negro?

Y nada, la historia marcha de lujo. Los nuevos personajes (Terg y Zas) prometen mucho, por no decir de las sorprendentes revelaciones del último capítulo...

Así que a seguir con la lectura.
Iep!


RE: [Fantasía Épica]Los Diarios del Falso Dios - Dumban - 18/03/2015

Muchas gracias Landanohr.
Por cierto se pueden poner spoilers asi:
Pon una cita y cambia quote por spoiler, jeje.


RE: [Fantasía Épica]Los Diarios del Falso Dios - landanohr - 18/03/2015

Pues de lujo. Lo probé hace algún tiempo y no funcionaba, se ve que ya han conseguido meterlo.
Pues nada, para la próxima ya sé.

Iep!


RE: [Fantasía Épica]Los Diarios del Falso Dios - Dumban - 21/03/2015

7. DOS DEMONIOS Y UN RISUEÑO LADRÓN
Vesteria, Estoria, 4 de abril del 522 p.F.

Al doblar la esquina, Árzak paró en seco. Estaba ante un callejón sin salida, pero no había ni rastro del ladrón de Askhar. Confuso y con la respiración acelerada se adentró, girando sobre sí mismo, en busca de alguna pista. Las tres paredes eran de piedra, de varios pisos y no tenían ni puertas ni ventanas. Según pasaban los segundos su corazón se aceleraba más y más hasta desbocarse. La ansiedad subía desde el estómago, ardiendo en su pecho y atenazándole la garganta. Palpó a tientas las paredes, en busca de alguna entrada secreta, hasta que la falta de oxígeno le hizo detenerse. Tomó aire con fuerza varias veces y pareció tranquilizarse un poco. Solo duró un instante en esa posición, pues tras cerrar con fuerza el puño, se lanzó fuera de sí, chillando, golpeando y arañando el muro más cercano.
En ningún momento fue consciente del espectador que asistía a semejante debacle personal. El ladrón sonreía viendo como su víctima se volvía loca. Intentaba contener una carcajada con empeño, pues un movimiento brusco podría romper su concentración y con ello deshacer la técnica que le mantenía oculto. «Más que oculto» se corrigió, «invisible». En realidad, traslúcido sería la definición correcta. Estaba usando la energía vestigial, polarizando las partículas de polvo y agua en suspensión. Las fuerzas magnéticas las mantenían cohesionadas entre sí, cambiando su naturaleza y formando un manto que lo envolvía. Los rayos de luz al impactar contra él, en lugar de atravesarlo, curvaban su trayectoria, recuperándola al otro lado. A la vez que la técnica hacía eso, generaba una especie de pantalla en el punto de entrada, sobre la que se proyectaba lo que se vería si allí no hubiese nadie. Gracias a eso era imposible que lo encontrase; «salvo que tropiece conmigo por casualidad» pensó, tragando saliva.
Estaba en el lateral derecho, pegado contra la pared tratando de no hacer ningún ruido que le delatase. Miró la espada que aún sostenía. «Menuda basura. Dudo que me den 10 drekegs por ella».
Un grito aterrador le hizo volver a prestar atención a Árzak. Un grito de furia desatada, que ninguna garganta humana podría reproducir, pues un gruñido que provocó una ligera vibración en el suelo, lo acompañaba. Aquel chaval estaba rascando la pared con tanta fuerza que tenía las manos ensangrentadas. Tenía la cara desencajada y bañada de sudor. Los dientes apretados rechinaban, y cada uno de sus jadeos iba acompañado de un gruñido.
El ladrón empezó a plantearse seriamente la posibilidad de devolver el botín. ¿Qué otra opción tenía? Aquel salvaje se interponía ante la única salida, y escalar las paredes estaba descartado. No porque fuese imposible, sino porque sería incapaz de utilizar el vestigio para potenciar sus músculos justo después de deshacer el campo de invisibilidad: incluso algo sencillo como eso requería demasiado tiempo para acumular la energía necesaria. No sabía qué podía haber salido mal. Lo que solía pasar era que llegaban, pegaban un par de gritos, maldecían y se iban en busca de un alguacil; «pero este tipo no tiene pinta de irse». Y peor aún, de encontrarlo seguro que le daba una paliza.
Suspiró reconociendo su derrota, no podía hacer nada y el botín no era gran cosa. Se dispuso a disipar el campo cuando un nuevo grito-rugido le detuvo en seco.
Otro ataque de furia se adueñó de Árzak, que empezó a gritar a la nada, y cayendo de rodillas golpeó el suelo impotente.
De pronto se paralizó unos segundos; ni se movía ni emitía ningún sonido. «¿Estara muerto?» esperó expectante el ladrón. Pero sus esperanzas no tardaron en esfumarse cuando un ruido surgió de debajo del muchacho. Al principio lo confundió con un balbuceo, de ahí paso a ronroneo para convertirse en auténtico gruñido. Un gruñido de bestia que hizo palidecer al traslúcido observador. Aterrado, vio como la piel del chaval se oscurecía, pasando del blanco al pardo y de ahí a un negro tan oscuro que parecía ensombrecer el aire que lo rodeaba. Sus manos se retorcían, y los cartílagos chascaban a causa de la tensión a la que los sometían unos músculos cada vez más grandes. Las uñas crecieron, convirtiéndose en auténticas garras que rasgaron el suelo dejando ocho surcos tras de sí. Cuando el ladrón levantó la cabeza entendió que se estaba jugando algo más que una paliza.
De la frente de Árzak estaban empezando a surgir dos pequeños cuernos y mostraba al aire sus dientes, ahora largos y afilados. Pero lo peor eran los ojos. Ya no había una esclerótica blanca alrededor de dos iris marrones. Toda la superficie de la cornea presentaba un color verde oscuro, alterado solo por tres pupilas rojas. Seis pupilas en total, y a no ser que estuviese loco, posadas en él. No podía asegurarlo aunque no le cabía duda, esas seis pupilas, o al menos alguna de ellas, podían verlo.
Árzak orientó el cuerpo, contrajo las piernas y encorvó la espalda, como haría un felino a punto de saltar sobre una presa. La presa, en este caso el ladrón, no estaba totalmente indefensa pues esperaba la llegada del ataque. En cuanto lo vio moverse hacia delante saltó a un lado, resultando de nuevo visible. Esperaba que se abalanzase sobre él rápido, pero desde luego la velocidad de aquel muchacho lo pilló totalmente por sorpresa; apenas se acababa de mover y a su lado pasó como una tromba un objeto borroso que se estrelló con todo contra el muro, haciéndolo saltar por los aires. Si hubiese reaccionado un segundo más tarde esa bestia le habría arrollado. Pese a haberlo esquivado, la onda expansiva lo lanzó hacia la pared opuesta, contra la que se golpeó con fuerza. En el suelo, aún aturdido, trató de ponerse a cubierto cuando la nube de escombros le alcanzó; por el ruido y la cantidad de polvo que se había levantado creyó que el edificio iba a caer sobre ellos.
Sin embargo, tras unos segundos angustiosos, que pasó hecho un ovillo, nada ocurrió. El enemigo continuaba con vida, pues escuchaba sus gruñidos y resoplidos. Parecía que estuviese peleando contra algo. Según se fue asentando la nube, pudo entreverlo, de espaldas a él, con el brazo incrustado en la pared hasta el codo, luchando por liberarse.
Levantarse y echar a correr fue lo primero que le vino a la cabeza. Pero esa orden no llegó a sus piernas antes de que el monstruo, liberase su extremidad de un tirón, arrastrando piedras, cemento y levantando más polvo. Ya no quedaba tiempo para correr; cuando vio aquellas garras acercarse a él, cerró los ojos y esperó que la muerte fuese rápida e indolora. Y esperó.
Oía los gruñidos de la bestia a un metro escaso; pero, ¿por qué no había acabado aún con él? «Igual es como uno de esos perritos que solo ladran», y animado por este pensamiento se atrevió a abrir un ojo que volvió a cerrar espantado al ver de nuevo las garras esta vez a un palmo de su cara. Pero de nuevo, esperó y no pasó nada. Abrió los ojos otra vez, para comprobar sorprendido que estaba en el interior de una especie de burbuja. Una burbuja que se combaba y doblaba ante los intentos del chico-monstruo por atravesarla, demostrando su resistencia en cada ocasión.
Árzak, frustrado, la golpeó con todas sus fuerzas, llevando la esfera al máximo de su elasticidad. Las garras se detuvieron a un par de centímetros de la cara del delincuente. En ese momento notó el cambio, cuando los pelos de sus brazos se pusieron de punta. Y el agresor también lo notó, pues dejó de empujar con su brazo y giraba la cabeza enseñando los dientes en todas direcciones.
Una chispa de color morado recorrió la burbuja, y a esa la siguieron otras. Solo tardaron unos segundos en unirse, formando una docena de rayos que recorrieron toda la superficie confluyendo en la mano de Árzak, para extenderse por su brazo, hasta el pecho. La corriente recorrió su cuerpo tetanizándolo y provocandole temblores. Entonces la burbuja y los rayos desaparecieron.
El ladrón se puso de pie con mucho cuidado. No entendía nada de lo que acababa de pasar, pero con su atacante reducido a un despojo humeante que balbuceaba en el suelo, se sintió a salvo. Suspiró liberándose de la tensión acumulada y se acercó al yacente con mucho cuidado.

—Yo no haría eso.
—¡Joder! —gritó el ladrón, con el corazón a punto de salirle por la boca. Tan concentrado estaba que una voz a su espalda casi acaba con él. Giró la cabeza para encontrar a un hombre que llevaba unas extrañas gafas, de pie a la entrada del callejón, sonriéndole de forma inquietante—. Pelo rojo, pinta retro... A ti se te ve que eres un demonio a un kilómetro de distancia. ¿Es una de tus crías? —preguntó señalando a Árzak.

Terg pasó junto al ladrón, ignorándolo y se detuvo junto a Árzak. «Al final, resultó que estaba en lo cierto» pensó, mientras su sonrisa se ensanchaba de forma macabra. El chico había recuperado su aspecto normal y estaba recobrando el sentido.

—Estás bien. —Terg no preguntaba, más bien confirmaba algo que ya sabía en voz alta.
—Eso creo —respondió Árzak, sonmoliento. Se sentía confuso, había vivido todo, como si se tratase de un sueño—. ¿Qué ha pasado?
—Algo muy interesante —murmuró Terg, dedicándole una mirada evaluativa.
—Interesante de cagarse en los pantalones —dijo el ladrón, que creía que había estado callado suficiente tiempo— Aunque supongo que depende del punto de vista. —Se puso en cuclillas junto a Árzak, para continuar dirigiéndose a él con una sonrisa afable—. Tú tienes un problema y de los gordos, ¿eh?

Después de ayudarlo a ponerse en pie, le tendió a Askhar:

—Ten. De todas formas estaba pensando en devolvértela antes de que empezases a romper cosas. —Árzak le quitó la espada con brusquedad, y se apartó un poco. Aún respiraba con dificultad, pero la conmoción había pasado y no confiaba en la actitud del ladrón—. Entiendo, tienes razones para ponerte así. Intenté robarte, aunque en mi defensa diré que casi me matas. De hecho parece que tengo que agradecerle a tu amigo el hecho de seguir con vida —agregó ofreciéndole la mano a Terg—, muchas gracias, jefe.

El demonio miró la mano con desdén e ignorándolos a los dos se fue por el callejón.

—Si llegas tarde, me voy sin ti, cachorro —dijo justo antes de desaparecer.
—Parece simpático —comentó el ladrón que aún mantenía la mano levantada. Desviando el brazo, aprovechó el gesto para ofrecerle el saludo a Árzak—. Pero, ¿dónde están mis modales? Zasteo Baren´ar, aunque puedes llamarme Zas. Humilde miembro del gremio de ladrones, aunque eso es un secreto —añadió guiñándole un ojo—, y después de que me enseñases las garras tu mayor admirador.

Árzak miró con desconfianza la mano que aún le ofrecía. Tras asegurarse de que tenía la espada firmemente agarrada, la estrechó.

—Árzak Kho... —Se interrumpió bruscamente y tras unos segundos pensativo, añadió con una sonrisa—: Kho´ar. Diría que soy... algo así como un cazador. Y me conformo con que no vuelvas a robarme.
—Eso está hecho —dijo Zas, riendo también—. Yo no robo a los conocidos, señor Árzak Khokho´ar
—No. No es así. Bueno que más da, olvídalo. Ese apellido tuyo, Baren´ar… No pareces castrense la verdad.
—¿Tú no te cortas, eh? —pregunta Zas, de pronto extrañamente serio— ¿Es porque soy negro?
—No quería incomodar, yo solo…

Una carcajada lo interrumpió. Zasteo se agarraba el estómago, doblado por la risa y le señalaba de vez en cuando.

—Menuda cara has puesto —consiguió decir, tras un rato en el que le costó incluso tomar aire—. No te preocupes. No me molestas. Es muy probable que mis padres fuesen behits, como habrás adivinado por mi piel, pero como nunca los conocí... —se encogió de hombros—. Me crié en esta ciudad rodeado de Fregues´ar y de Blunen´ar y no sé cuántos ars más. No sé, Baren me pareció un buen nombre para no desentonar. Además, no creo que sea tan raro inventarse un apellido. ¿No cree, señor Khokho´ar?
—En realidad hubo unos cuantos segundos entre el primer Kho y el segundo... —intentó decir Árzak, pero Zasteo siguió hablando ignorándolo.
—No te preocupes. No me ha ofendido que me recuerdes mi orfandad.
—Yo no dije...
—Ya te he dicho que no te preocupes —le silenció Zas, tapando con la mano su boca con gesto afectado—. Uno no echa de menos lo que no ha conocido. No es como si les hubiese visto morir. —El rostro de Árzak se ensombreció—. ¿He dicho algo inconveniente? Me pasa a menudo.
—No, no te preocupes —dijo Árzak, con convicción tras lograr contenerse. Recordó de pronto las últimas palabras de Terg. Miró al cielo y al comprobar que se hacía tarde, se despidió mientras se iba—. Lo siento, tengo que irme. Nos veremos en otra ocasión.
—Te tomo la palabra. Siempre es interesante tener amigos con mal pronto cuando te dedicas a mi profesión.

***

Árzak dejó al ladrón y fue en busca de Terg. Sin embargo no sería la última vez que vería al alegre Zas. Los viajes a Vesteria eran obligados y en los siguientes años llegó a nacer una gran amistad entre los dos chavales. Ambos tenían una edad similar, y pronto encontraron aficiones comunes. Cada vez que Árzak visitaba la ciudad, algo que empezó a hacer más a menudo, se encontraba con el ladrón y deambulaban por las tabernas, compartiendo sus primeras borracheras. Se convirtieron en el terror de padres y madres con hijas adolescentes. Y tuvieron más de una conversación con los alguaciles y los carceleros. En otras ocasiones, era Zas el que visitaba a su amigo y juntos practicaban ejercicios de caza y supervivencia, perdiéndose durante días sin provisiones en las estribaciones de la cordillera. Todo ello para placer del demonio, que disfrutaba de no tener que soportar a Árzak.
Pero esto ocurriría más adelante. Ese mismo día, cuando Terg y Árzak estaban cenando, el chico decidió hacer ver al demonio que no había pasado por alto que una pregunta esperaba respuesta. No había querido profundizar en ello delante de Zasteo.

—¿Piensas decirme qué es lo que pasó? ¿Qué era tan interesante?
—No sé de qué me hablas —respondió Terg, masticando ensimismado.
—No soy estúpido, Terg —espetó Árzak, posando el cuenco con golpe, derramando parte de la sopa en el suelo— Dime, ¿por qué perdí el control de mi cuerpo y estuve a punto de matar a Zasteo?
—¿A quién?
—Al ladrón.
—¿Ahora confraternizas con ladrones? —preguntó Terg, pero la mirada de Árzak le dejó claro que no iba a desistir. No le quedaba más remedio que explicarle algunas cosas—. Está bien. Complaceré tu curiosidad. Dime, ¿qué sabes de los demonios?
—Aparte de lo que sé de ti, más bien poco —respondió Árzak, empezando a temerse lo peor. Terg le animó con un gesto de la cabeza a continuar—. Pues lo que sabe todo el mundo. Hace miles de años, los humanos que habitaban el continente de Faestos abrieron un portal a otra dimensión. Por él se coló Vesh Kharden, el padre de todos los demonios, y desde entonces Faestos es un lugar prohibido.
—Otra dimensión —bufó burlón Terg—. Una historia digna para entretener al populacho. Por no decir que obvia más de diez mil años de historia, en los que hemos sido parte de este planeta. Bien, veamos: Todo empezó con esos humanos de los que hablabas, los mulianes. No eran unos humanos cualquiera, sino que fueron los primeros en aprender a usar el vestigio. Y gracias a ello prosperaron. Mientras que vosotros los castrenses aún vivíais en casas de barro y vestías taparrabos, ellos construían maravillas de la ingeniería. Pero ese gran poder tenía sus peligros. Y más aún cuando Vesh Kharden estaba de por medio. Abrieron el portal por casualidad. Pero no era un gran portal. Ni una mosca hubiese podido atravesar aquella singularidad.
—¿Singularidad?
—¡No me interrumpas! Como iba diciendo el portal era muy pequeño. Tu historia es otro síntoma del orgullo desmedido los tu raza. ¿Quién se iba a creer que un humano fuese capaz de abrir semejante portal? Fue Vesh el qué se percató de ello. Y fue él, el que usó sus poderes para agrandarlo, permitiéndonos abandonar nuestro mundo. Y esto es importante; mundo, no dimensión.
—No entiendo a qué te refieres con mundo —se atrevió a preguntar el chico, ante el silencio del demonio.
—Otro planeta, a miles de millones de años de luz de aquí.
—¿Parecido a Devafonte?
—En sus inicios, sí. Pero lo habíamos llevado casi a la destrucción. Algo similar a lo que os pasó a vosotros al final de la segunda era. La contaminación y la sobreexplotación lo habían convertido en un erial. —Durante un rato desaparecio su cínica sonrisa; mantuvo un tono suave que rezumaba nostalgia. Unos segundos en los que su mirada se perdió en el suelo, y tras negar con la cabeza, volvio a la normalidad—. Centrémonos en lo importante. Aquella grieta espacio-temporal fue como un bote salvavidas para nosotros. Así que todos los habitantes del planeta Velio entramos. Quedábamos muy pocos la verdad, tal vez unos cientos de miles. Pero allí había representantes de todas las especies inteligente que habitaban Velio. Y vosotros, en un alarde de imaginación, nos redujisteis a todos al término de demonios —literalmente, escupió la última palabra.
—¿Te refieres a especies, como aquí los maves o los grezs?
—O los humanos. Especies, todas ellas distintas, aunque sometidas lo quisieran o no, al gobierno del viejo Veshi. Un tipo muy antipático, obsesionado con gobernar este planeta. Viendo como resultó en Velio, da miedo pensarlo. Aunque vosotros no lo hicisteis mucho mejor.
—¿Qué tiene que ver todo esto con lo que me ha pasado? Intentas confundirme.
—Intento que entiendas que los demonios no somos ni buenos, ni malos por definición. Algunos se alimentan de las almas, otros de cadáveres y otros comen pasto. Algunos os odiamos con toda nuestra alma, y otros no. En definitiva, intento que deseches cualquier tipo de prejuicio. Te ayudará, créeme.
—No veo por qué hay que remontarse diez mil años atrás, para contestar a mi pregunta —se quejó Árzak, cruzándose de brazos.
—Ten paciencia —lo calmó Terg, levantando la voz y retándole con la mirada a que volviese a interrumpirlo y prosiguió—: como te iba diciendo, Vesh Kharden atravesó el portal con la intención de invadir este mundo con sus ejércitos. Pero como no éramos suficientes, capturó a los mulianes. Los sometió a sus poderes y los transformó en criaturas abominables; creo que ya has conocido a los faesters —Árzak tragó saliva recordando el ataque en el que murió Mientel a manos de aquellas criaturas—. Veo que sí. Con ese ejército, llevamos al mundo a su primera gran guerra. Pese a que todos los pueblos de Devafonte se unieron en nuestra contra, y a que algunos mulianes que habían huido os habían enseñado a usar el Vestigio, teníais todas las de perder. Hasta que uno de los lugartenientes de Vesh abrió la veda.
—¿De qué veda hablas?
—De la de cambiar de bando. Nien Varen, unos de los más poderosos de los nuestros se cansó de tantas matanzas. Sintió lastima por vosotros y cambió de bando, junto a muchos de los nuestros. Yo entre ellos, he de añadir. Qué quieres que te diga. Llevaba solo unos cientos de años aquí. Aún no os había cogido el asco que os tengo ahora. Cuando Nien desertó, quiso dejar atrás su antigua vida, así que adoptó el nombre que le daban los guerreros castrenses. ¿Sabes cuál era?
—No —dijo con la boca, aunque sus ojos gritaban sí.
—Kholler. —La sonrisa de Terg se ensanchó, dándole el aspecto de un loco.
—No es posible...
—¡Kholler´ar! —gritó el demonio, alzando los brazos con teatralidad—. Hijos de Kholler. El propietario original de esa espada que llevas, por cierto. Y el padre de Arzon, vuestro gran héroe que derrotó definitivamente a Vesh Kharden y salvó al mundo del devorador de mundos. Esos son tus orígenes. ¿Sigues teniendo dudas sobre lo de hoy?
—Eso es... —Árzak no quería creerlo, pero tampoco podía negar lo ocurrido horas antes. ¿Él? ¿Un demonio? ¿Era posible?— Mis padres nunca…
—Tu padre no podía transformarse como tú. ¿Alguna vez has oído hablar de los caracteres recesivos? —Árzak asintió. Había dado clases de genética con Mientel y tenía una vaga idea de lo que significaba—. Te diré más: Arzon fue el último miembro de la familia Kholler con esa capacidad. Incluso podía transformarse a voluntad. Aunque eran otros tiempos.
—Hablas como si lo hubieses conocido.
—Claro que lo conocí. Y luché a su lado en la Batalla del Fin. Solo que a mí ningún estúpido humano me considera un dios. —Dio un golpe sobre la cama y su sonrisa desapareció—. Al menos ya no.
—¿Qué quieres decir?
—Nada que te importe —contestó Terg, poniéndose en pie furioso—. Ya he contestado a tu pregunta y no tengo porque seguir con esta conversación.

Salió de la habitación dando tal portazo, que el edificio tembló desprendiendo fragmentos de escombro que cayeron al suelo. Árzak no les prestó atención, pues tenía demasiado en lo que pensar.


RE: [Fantasía Épica]Los Diarios del Falso Dios - Dumban - 21/03/2015

8. LA IMPACIENCIA DE TERG
Vesteria, Estoria, 29 de payares del 525 p.F.

Los siguientes tres años fueron más plácidos para Árzak. Su entrenamiento continuó igual de duro, sin embargo, el joven practicaba gustoso, contento con sus avances. Además, el poder compaginarlo con una nueva y rica vida social, gracias en gran medida a su nuevo amigo Zasteo, hizo que se acomodase a su situación actual; era feliz tal y como estaba.
Aunque la realidad era que Terg había dado su instrucción por acabada hacía más de un año. Poco significó aquello para él; ¿que no tenía nada más que aprender? Tampoco tenía otro sitio al que ir. Aunque eso es lo que se decía para justificarse, pues cuando se le presentó la oportunidad de irse, la dejó pasar de largo.
Fue una noche en la que Árzak regresaba rumbo a la estatua, con paso calmado y dos liebres colgando del hombro. Hacía tiempo que el demonio le había asignado la obligación de proveerles de comida, como pago por su estancia. Avanzaba entre las calles desiertas, cuando vio a través de los agujeros de un edificio un resplandor rojizo. Escaló un montículo de escombros para localizar su origen. Alguien había prendido una hoguera en una colina de las afueras; en el mismo lugar en el que cuatro años atrás se despidió de Leth.
Movido por la esperanza de ver al cazador, se dirigió raudo hacia aquel fuego, frente al cual encontró a su viejo amigo, sentado en cuclillas y con una sonrisa despoblada. Con excepción de alguna cana en las sienes, y una cicatriz que cruzaba su mejilla, estaba exactamente como lo recordaba.

—No tenía muchas esperanzas de que vieras la señal —dijo, enseñando aún más los dientes que le quedaban—. Ni siquiera sabía si seguirías aquí. Vaya, sí que has crecido.
—Leth... —Árzak no tenía palabras, simplemente se fundieron en un abrazo afectuoso—. No sabes cómo me alegro de verte. Aunque me da reparo admitir que hace mucho que no me acordaba de ti.
—No te preocupes —comentó, encogiéndose de hombros—, ha pasado mucho. Veo que traes la cena —añadió, señalando las liebres que llevaba el joven.
—Claro —asintió Árzak—. Y mientras las preparas, podrás contarme qué ha sido de tu vida este tiempo.
—Por supuesto. Pero solo después de que me pongas al día.

Prepararon las piezas y cenaron mientras el joven le contaba por lo que había pasado, omitiendo el detalle de la transformación. No quería ensombrecer un feliz reencuentro. A Leth le alegró comprobar que el chico era un experto cazador y casi un auténtico guerrero. Ya con el estómago lleno, le llegó el turno a él.

—Cuando nos separamos, regresé a Estoria. El ejército había conseguido establecer la línea del frente en el Neranca. Un monte a medio camino entre Norden y Vesteria. Allí me enrolé.
—Por lo poco que sé de la guerra —dijo Árzak, pensativo—, tienes suerte de seguir con vida.
—Al principio no nos fue tan mal. A finales de avientu, antes de que se detuviese la batalla por las nevadas, conseguimos tomar una granja a un kilómetro de las trincheras. En cuanto pasó el invierno los Caballeros Tenues nos la arrebataron y volvimos a la antigua línea de trincheras. No volvimos a avanzar.
—Es decir, que no os fue tan mal durante unos meses.
—A mediados de mayu ya estábamos asediados en Vesteria.
—¿Que te pasó tras la capitulación?
—Fuimos hechos prisioneros. Nuestra condena, la construcción de una carretera hacia Narvinia, atravesando la cordillera.
—Lo siento. Debió ser duro.
—Tres años muy duros, pero por lo que me cuentas, tú no lo pasaste mejor.
—¿Y qué vas hacer ahora?
—Viajar. —Leth alzó la mirada al cielo, pensando en si sería igual en lugares lejanos—. Tal vez al continente de Szadell a conocer a los Sírdicos. De la que voy, podría detenerme a conocer Ciudad del Fin. Dicen que es un lugar impresionante.
—Ya puede, con una puerta gigante en el cielo —rió Árzak.
—En realidad no vine solo a ver cómo te iba. También quería proponerte que vengas conmigo.
—Me encantaría, de verdad Leth —mintió Árzak—, pero aún no he terminado mi entrenamiento. Además, aquí están mis amigos. Esta es mi casa ahora.
—Entiendo —asintió Leth, sin poder ocultar su decepción—. Otra vez será.

Hablaron un poco más antes de dormirse. Cuando Árzak se despertó por la mañana estaba solo, y junto a él descansaba el viejo arco de Leth: un regalo de despedida que hizo que se sintiese culpable por mentirle. Por suerte para él, su mente joven dejó atrás este episodio, y en unas semanas ya no se acordaba en absoluto.

***

Lo que no podía ignorar, pese a intentarlo con todas sus fuerzas, eran las puyas de Terg; continuamente le recordaba lo molesto que le resultaba a la vista y al olfato y que lo mejor que podía hacer era irse si quería progresar. Ahí estaba la cuestión, que no estaba seguro de querer progresar. Las borracheras con sus amigos y los momentos íntimos que empezaba a compartir con el sexo opuesto tendían a ponerse en cabeza en su lista de prioridades.
Terg, harto de la situación, se decidió a ponerle una solución. «No solo se va a ir, sino que me aseguraré de que no vuelva», pensaba el demonio mientras salía de Perlin, luciendo su clásica sonrisa maliciosa. «Le daré una aventura que lo mantenga ocupado. Así mataré dos pájaros de un tiro».

***

Era una noche fría, y demasiado tranquila. Zas no había tenido un buen día de trabajo, pues la gente prefería quedarse en sus casas al calor de los hogares. Además, Shamel, la pequeña luna blanca, iluminaba la ciudad con tal intensidad que parecía de día, lo que limitaba mucho sus opciones de merodear. Así que, cansado, decidió volver al gremio a beber un poco con los compañeros, si alguno lo invitaba, y si no a dormir un poco. «Mañana será otro día».
Estaba cerca del viejo almacén que servía de base de operaciones al gremio de ladrones. Tras doblar una esquina pudo contemplar la fachada de ladrillo rojo, plagada de ventanas tapiadas con tablones. Y vio algo más, algo que le hizo esconderse tras una esquina: Terg, ese demonio cascarrabias que vivía con Árzak, acababa de entrar por la puerta principal. Que conociese la contraseña era como mucho curioso; en la ciudad la conocía bastante gente. Pero los únicos no miembros o simpatizantes que acudían al gremio solían hacerlo para negociar contratos especiales.
Un mal presentimiento espoleó a Zas hacia el callejón que había tras la guarida. Se ayudó del Vestigio para escalar la pared lisa y llegar al tejado. Allí se arrastró por un ventanuco: él lo llamaba la “entrada oficiosa”. Una vez dentro, atravesó la buhardilla llena de objetos cubiertos por telas, dobladas bajo kilos de polvo y telarañas. Al otro lado de la sala, se inclinó junto a una rejilla de ventilación a ras del zócalo.
Él sabía muy bien que debajo estaba el despacho de Selendia Virel'ar, la jefa del gremio. No era la primera vez que escuchaba a escondidas desde ese lugar. No pudo evitar recordar aquella vez que la impaciencia le llevo allí para saber si era aceptado como miembro de pleno derecho.
Al acercar el oído a la rejilla escuchó con claridad dos voces. Una masculina, grave y rasgada y otra femenina y sensual. La conversación parecía muy avanzada. Zas no lo entendía, había subido a toda velocidad, no era posible que Terg hubiese atravesado el gremio y llegado al primer piso tan rápido. Y mucho menos como para llevar tanto tiempo hablando. Descartó estas cavilaciones para escuchar lo que se decía allí abajo.

—… entiendo de sobra lo que me pides —dijo la voz sexy, que Zas reconoció como la de Selendia. Esa sensación de ser seducido por la misma muerte no era nueva para él—. Pero nosotros somos un gremio de ladrones. Y he ahí el matiz. En ladrones.
—No hace falta que jures que sois ladrones —dijo la voz masculina. Sin lugar a dudas era la de Terg—. Vuestras tarifas son un auténtico robo —se oyó un ruido metálico. Zas, un ladrón consumado, lo identificó como el sonido de una bolsa llena de monedas. «No menos de tres mil drekegs, diría», ponderó para sus adentros, «es una cantidad desproporcionada para un robo»—. Eso será suficiente. El método lo dejo a vuestra elección.
—Espera un momento, no tan rápido. —El chirrido de la silla contra el suelo le indicó que Selendia se había levantado—. Hay algo que no me encaja. Todo el mundo sabe que es tu protegido. ¿Cómo puedo estar segura de que esto no es una jugarreta tuya? No tengo ganas de enviar a mis hombres a una emboscada. Hemos invertido mucho en horas de entrenamiento.
—Descuida. El cachorro se ha convertido en una molestia.
—Si es así, ¿por qué no acabas con él tú mismo? Y ¿por qué nosotros precisamente? Cualquier asesino a sueldo de la ciudad podría acabar con él por la mitad o menos.
—No tengo ganas de mancharme las manos por tan poco. Pero yo no subestimaría a ese chico. Si quisiese encontrarme los cadáveres despedazados de una docena de inútiles, no habría acudido a ti. ¿A qué viene tanta pregunta? ¿No quieres el dinero?

Zas no esperó a oír más. No tenía tiempo que perder; tenía que advertir a Árzak. Perlin estaba a un día de allí, unas catorce horas si no se detenía a descansar. Esa sería la ventaja que le llevaría a Selendia. Cruzó la habitación y salió al tejado por el ventanuco.

—¿Tienes prisa? —dijo una voz a su espalda; una voz que acababa de oír hacía escasos segundos y que creía discutiendo con Selendia. Se quedó petrificado, sin atreverse a mirar lo que había tras él—. Veo que hoy no parloteas como una cotorra. Es de agradecer, así me escucharás. Desde este momento puedes considerarte mi cómplice.
—¿Cómplice? —preguntó Zas, mientras se daba la vuelta. Terg estaba recostado en las tejas como si llevase horas esperándolo ahí—. ¿De verdad crees que te voy a ayudar a matar a Árzak?.
—No. Eso ya se lo he encargado a otros como bien sabes. No te preocupes, lo único que espero de ti es que hagas lo que estabas a punto de hacer. De ti depende que Árzak viva o muera.
—¡¿Qué estás diciendo?! —gritó Zas con la cabeza a punto de estallarle—. No intentes cargarme el muerto, colega.
—Colega —resopló Terg, levantando un lateral del labio con asco—. Cuando la Guerra del Fin aniquiló a la población pensé que no tendría que volver a oír expresiones de ese tipo —añadió, molesto—. Centrémonos en lo importante. A partir de ahora harás lo que yo te diga. Si no, me encargaré personalmente de mataros a ambos con mis propias manos. —Zas tragó saliva y clavó sus ojos en él—. Bien, me alegra ver que tengo tu atención. Vas a ir a ver a Árzak, tal y como querías hacer. Le dirás que unos hombres me han atacado y que te envío para avisarle del peligro. Convéncele de que el lugar ya no es seguro, y de que tenéis que huir hacia el este. Nada de esto te sonara mal, imagino.
—La parte de mentirle no termino de entenderla...
—Llévalo lejos —continuó Terg, ignorándolo—. Y mantenlo allí. Que no vuelva nunca. Dile cualquier estupidez como que me reuniré con él en cuanto pueda. ¿Lo has entendido?
—No —contestó Zas, sin mutar su expresión de desconcierto—. Estás como una puta cabra, eso sí que me quedó claro. ¿De verdad haces esto solo para que se vaya? En serio, ¿te has planteado alguna vez que esa sonrisa tuya no sea a causa de un ictus o algo así? Espera un momeeeento. Tú querías que te viese entrar en el gremio. ¿Cómo sabías que espiaría la conversación?
—Se irá o morirá, tú eliges —dijo Terg, acentuando su sonrisa e ignorando las preguntas del ladrón—. En cualquier caso yo tendré lo que quiero. Y lo que quiero es paz y tranquilidad y a Árzak cumpliendo con su destino.
—¿Su destino? —preguntó Zas, a punto de sufrir un derrame cerebral—. ¿Te crees una especie de pitonisa?¿Y quieres responder a mis preguntas? Joder, me pones los pelos de punta.
—Tus preguntas son infinitas e irrelevantes. Tú lo viste, igual que yo. Tiene la sangre de Kholler. Se convertirá en un poderoso guerrero, un activo muy valioso. Tan valioso que puede dar sentido a los viejos textos. Pero eso no pasará si se queda aquí. Cuando pueda me pondré en contacto contigo, para darte más instrucciones. Mientras tanto recuerda que vuestra vida depende de tu silencio.
—Menudo día… ¿Por qué no estaría haciendo lo que se supone que debería estar haciendo? Desvalijar una casa, por ejemplo —se lamentó Zasteo, acariciándose la nuca con una mano.


RE: [Fantasía Épica]Los Diarios del Falso Dios - Wyrell - 22/03/2015

Buenos días/tardes/noches (dependiendo de cuando leas esto xD) compañero Dumban. He de decir que, luego de leer el prólogo y los dos primeros capítulos, tu forma de escribir me ha enamorado :B. Es suave y agradable a la vista, se puede seguir casi sin ningún problema (y digo casi porque estaba dándole cabezazos al teclado para intentar adivinar la pronunciación adecuada de algunos nombres propios, pero eso es cosa mia y no un error del escritor xD)
Realmente no puedo decir nada acerca de la trama porque, como he dicho, solo pude leer los primeros dos capitulos además del prólogo pero parece prometer. Cuando disponga un poco más de tiempo intentaré avanzar un poco más y darte una opinión más clara (si no te molesta, obviamente :B)

Un saludo y nos estamos leyendo compañero.


RE: [Fantasía Épica]Los Diarios del Falso Dios - Dumban - 23/03/2015

Hola Wyrrel.

Muchas gracias, la verdad es que me dejas un poco sin palabras. No tengo en tanta estima mi escritura, pero muchas gracias de verdad Big Grin.
La pronunciacion de los nombres, he de decir que no soy un experto en fonetica, pero supongo que se puede decir que son nombres muy anglosajones. Son mis primeros nombres y tiraron mucho de la fantasia epica de toda la vida: autores ingleses y americanos. Si te sirve de ayuda; Kholler, seria Koler (no se como se pondria una k aspirada); Sallen ,seria Salen; Pryen, este si que es muy ingles, Praian.
Evidentemente no me molesta, ya me comentaras que te parece la trama, jeje.

Un saludo.


RE: [Fantasía Épica]Los Diarios del Falso Dios - Dumban - 29/03/2015

9. LOS DIARIOS RECÓNGITOS
Kashall'Faer, Narvinia, 30 de payares del 525 p.F.

Keinfor avanzó por los pasillos del castillo Kholler hacia la habitación de su padre. En los últimos años la salud del anciano se había debilitado. La enfermedad hizo presa en él, postrándolo en su cama de forma permanente. Pese a ello, seguía gobernando la nación sin oposición. A nadie se le ocurriría sugerir en voz alta la cuestión de la abdicación. «No mientras el viejo conserve la consciencia», pensó Keinfor.
Cuando enfiló el corredor que llevaba a su destino, no podía creer hasta qué punto el Rey había perdido el juicio. Los veinte metros del pasillo estaban jalonados por soldados a ambos lados, tan cercanos entre sí, que con solo estirar el brazo podían tocarse. La enfermedad había agudizado la paranoia del anciano monarca, convenciéndole de que estaba siendo envenenado. Cualquiera que se acercaba a ese ala del castillo era sometido a un escrupuloso registro. Nadie se interpuso en el camino de Keinfor, no obstante.
Al acercarse a la entrada observó al heraldo. De nuevo un muchacho que no había visto en su vida. «Es el tercero este mes. ¿Qué demonios hace con ellos?». Descartó esos pensamientos e ignorando al joven que intentaba detenerlo entró en la habitación.

—Buenos días, hijo, que grata sorpresa —dijo el Rey desde su cama, dedicando una funesta mirada al heraldo que se apresuró a anunciar al recién llegado, antes de desaparecer a la carrera. Por supuesto no era ninguna sorpresa, él lo había hecho llamar, por eso se limitó a señalarle una silla junto a su cabecero—: Ponte cómodo.
—Estoy bien aquí —rechazó Keinfor, quedándose a los pies de la cama. «Espero que esto que siento no sea lástima»—. ¿Para qué me haces llamar?
—Para hablar... —Un ataque de tos especialmente virulento le interrumpió. Cuando por fin recuperó el aliento continuó—. ¿Cómo fue el conflicto contra el Imperio Narvin?
—Una escaramuza en un islote no se puede llamar conflicto. Solo resistieron dos horas, antes de retirarse. Pero si se me permite dar mi opinión, lanzaría un ataque de represalia contra Ciudad del Fin. No creo que nos costase demasiado capturar toda la isla.
—Ya has dado tu opinión. Ahora haz lo que mejor sabes hacer, obedecer. —A Vermin le costaba hablar, pero no por ello estaba dispuesto a renunciar al toma y daca habitual—. Cuando terminemos aquí, moviliza las tropas. Pon en marcha los preparativos para la conquista de Gallendia.
—Se hará como quieras. Mis capitanes llevan meses planeando el ataque. ¿Alguna cosa más?
—Sí, que te sientes, maldita sea —elevar la voz le provocó un nuevo ataque de tos. Mientras su padre luchaba por volver a respirar, Keinfor se acercó despacio y se sentó en la silla—. Bien… Creo que ninguno de los dos nos escandalizaremos si digo que me queda poco tiempo.
»Gracias a Arzon la tristeza te embarga, manteniéndote en silencio. Se agradece poder hablar sin interrupciones. Ya que serás tú el que me sustituyas, creo que hay algunas cosas que deberías saber. Dime Keinfor, ¿has oído hablar de los Diarios Recóngitos?
—No —respondió el aludido, sentado con los brazos cruzados, indiferente al padecimiento de su padre.
—Lo imaginaba. Nunca te gustaron las historias ni los libros. Es hora de que escuches la de nuestra familia, te guste o no.
—La conozco de sobra, me la has contado cientos de veces —dijo Keinfor, levantándose bruscamente y dirigiéndose hacia la puerta—. No tengo tiempo para esto.
—¡Siéntate! —El grito postró a Vermin durante un buen rato, doblado sobre si mismo e incapaz de llevar oxígeno a sus bronquios; por lo menos consiguió que Keinfor se sentase otra vez, de mala gana—. Como ya sabrás, tras la Guerra del Fin, Benth Kholler'ar, el hijo de Arzon, fue el encargado de dirigir esta ciudad. Un par de cientos de supervivientes, en una región calcinada por la guerra.
—Todo eso ya lo sé. Podría repetirlo hasta en sueños. Estableció el primer asentamiento en el centro de las ruinas e inició los primeros trabajos de desescombro y reparación. Hasta que un buen día sin dar explicaciones, se fue, abdicando en favor de su hijo. ¿Adónde lleva esto?
—Cállate y entenderás. El motivo me es sobradamente conocido, la versión que tú conoces es más cómoda. —De nuevo la garganta de Vermin se cerró. Entre carraspeos, pidió a su hijo que le acercase un vaso de agua. Keinfor le acercó uno que estaba encima de la mesita, ansioso porque continuara—. Benth abandonó Narvinia, debido a un desacuerdo con Kashall, su hijo mayor. Él apostaba por el renacer de la República de Narvinia, pero Kashall creía que nuestra familia era la única con derecho a gobernar. En aquella época el arzonismo empezaba a extenderse, y Kashall, y gran parte de la población, creía que no había nadie mejor que los descendientes directos de un dios para estar al frente de la nación. Benth se fue porque se sintió cada vez más aislado. No pudo hacer nada para evitar que su hijo fuese coronado Rey por aclamación popular.
—Hablando de motivos —comenzó Keinfor, hablando muy lentamente, masticando cada palabra—, ¿cuáles han sido los tuyos para no contarme esto?
—Maldita sea, deja de interrumpir. Me agotas —murmuró Vermin. Tras unos segundos tomo aire y siguió su relato—. Benth y su hija Erín pasaron a la clandestinidad, mientras Kashall se proclamaba Rey y convertía al arzonismo en la religión oficial del país. Y es que la creencia de que Arzon es un dios es lo que nos mantiene aún hoy en el poder.
—¿Creencia? —preguntó Keinfor, levantando una ceja.
—Este desacuerdo es el que generó el conflicto entre Erín y Kashall.
—Según tu antigua versión ella lo mató porque codiciaba el trono.
—Pues ya ves que la costumbre de mentirte la cogí cuando aún eras un crío. Ella comprobó que la muerte de Kashall no hizo que la población dejase de creer en lo que la iglesia contaba, así que volvieron a ocultarse mientras ascendía al trono Vermin I —hizo una breve pausa, y comprobó que su hijo le seguía, con el rostro desencajado por la confusión—. Benth pasó sus últimos días dejando constancia de la verdad sobre lo ocurrido en la batalla de Arzon contra Fin, en una serie de diarios. Se escondió para escribirlos, en algún lugar de Recongia. Tras su muerte, Erín se dedicó a viajar por medio mundo, ocultando los textos con la esperanza de que en el futuro la verdad no cayese en el olvido.
—Espera un momento —interrumpió Keinfor, poniéndose en pie. Presa de la ansiedad empezó a ir de un lado a otro de la habitación, gesticulando efusivamente—. ¿La verdad? Es decir, que tú crees en eso.
—En la verdad no se cree. La verdad es o no. Kashall no era un necio y yo tampoco. Que la gente crea que somos descendientes de un dios es útil, no hace falta que sea verdad, solo que la plebe crea que lo es.
—¿Y yo también soy la plebe? He vivido creyendo en esa historia, pensando que todo lo que hacíamos respondía a un designio divino. ¿Y ahora me dices que todo era mentira?
—Saber esto no cambia nada.
—¡Lo cambia todo! —gritó Keinfor, fuera de sí.
—No es cierto. El mundo sigue girando, yo sigo siendo el Rey y tú sigues teniendo órdenes que cumplir. Lo único que cambia es el contexto.
—Vete al infierno —concluyó Keinfor, dándose la vuelta y dirigiéndose a la puerta.
—¡Detente! —De nuevo, Keinfor no pudo evitar obedecer. Se dio cuenta de hasta qué punto le habían programado para obedecer órdenes. No era más que otra marioneta en manos de aquel viejo.
—Más pronto de lo que crees visitaré ese lugar. Pero antes quiero que envíes a alguien a Norden. A la mansión de Sallen.
—La mansión ardió.
—Llevo años dándole vueltas a eso. ¿Y si Sallen tuviese en su poder algún diario? Askhar tampoco apareció. No creo que sea una pérdida de tiempo buscar alguna habitación secreta. Al fin y al cabo no te molestaste por explorar el lugar. Si esos diarios salen a la luz, estaremos en problemas.
—Como quieras —dijo Keinfor y salió dando un portazo.

Estaba furioso y a la vez confundido. Su mundo se resquebrajaba, lo único con lo que podía justificar todas las atrocidades cometidas era una mentira. Necesitaba pensar. Se dirigió al cuartel de los Caballeros Tenues, para dar órdenes de preparar el ataque a Gallendia, y pidió a uno de sus oficiales de confianza que viajara a Norden. Después se recluyó en su cuarto durante días.