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[Fantasía épica] Infierno de dioses- Borrador caps. I-II-III - Printable Version

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RE: [Fantasía épica] Infierno de dioses - 1.La reina desvalida - Momo - 28/02/2017

Hola de nuevo, Sentolyrics,

La verdad es que teniendo en cuenta que mi relato no es precisamente la típica lectura para pasar la tarde con un café y una galletita, te agradezco que te lo hayas leído todo.

Quote:Buenas Momo, ya he leído todo hasta el inicio del tercer capitulo, como siempre tu escritura es impecable y la historia aunque no avanza mucho es interesante, en especial me llamó la atención aquello de que los celestiales mantienen las tierras fértiles, como si inconscientemente pudieran afectar el ecosistema y por ello los reyes los necesitan.

En principio soy contraría a soltar de golpe toda la información para situar al lector y además estaba centrada en otros aspectos menos fantásticos, pero ya me he dado cuenta de que se me ha pasado por alto dar datos interesantes sobre la esencia fantástica de la historia.
Ya estoy intentando equilibrarlo un poco, como le he dicho antes a Rohman. Por ejemplo ese detalle de que los celestiales mantienen las tierras fértiles y que yo doy por mas que sabido solo aparecía mucho después y ahora lo he añadido en el segundo capítulo. Quizá aún vaya añadiendo más cosas.

Quote:Lo que cabe mencionar como critica negativa es que hasta el capitulo 3 todo ha sido similar, practicante los protagonistas pasando miserias de la mano de sus reyes y soldados, lo cual se me ha hecho frustrante en algunas partes ya que se prolonga bastante (El pobre Arjesen no tuvo descanso en los dos primeros capítulos xD ). Al comenzar el tercer capitulo continuamos con las torturas pero esta vez en contra de Férenwir a manos de este nuevo y sádico Rey y eso se me hizo algo repetitivo. Espero que en los próximos capítulos me muestres un poco mas de tu mundo y me hables mas de estos celestiales, que me parecen interesantes.

Las miserias no son un fin en si mismas, si no un medio para conocer al personaje. En cuanto al ambiente es similar porque los primeros capítulos están centrados en los cautivos. En esta primera parte la variedad de escenarios es mas reducida. No van por ahí batallando, ni haciendo política, simplemente sobreviven. Podría haberlo organizado de otra manera. Pero el caso es que salió así. Bueno en este tercero hay un poco más de acción fuera. Espero que eso le de un poco de aire Tongue El desarrollo creativo en este caso fue de lo ínfimo a lo colosal. Quiero decir que empecé escribiendo escenas muy concretas, sobre aspectos muy específicos de la historia y los personajes, casi desconectados del mundo fantástico en el que ocurrían, y luego el relato empezó a desarrollarse hacia fuera.

Nos leemos.


RE: [Fantasía épica] Infierno de dioses - 1.La reina desvalida - Rohman - 01/03/2017

Holas Momo

Quote:Gracias  Smile y ¿quién es ese mago de los diálogos? Siempre va bien leer a otros.

Pues es uno que tengo mucha admiración, y eso que siempre su temática no es para nada de mi gusto, pero el muy buencabrón, con su prosa hace que lo termine de leer... Si quieres te lo digo por MP, pues si lo digo por aquí se le van a subir los humos... Big Grin


RE: [Fantasía épica] Infierno de dioses - 1.La reina desvalida - Momo - 04/03/2017

Quote:Pues es uno que tengo mucha admiración, y eso que siempre su temática no es para nada de mi gusto, pero el muy buencabrón, con su prosa hace que lo termine de leer... Si quieres te lo digo por MP, pues si lo digo por aquí se le van a subir los humos... Big Grin

Vale, te mando un MP y además te doy mi palabra de caballero de que te guardo el secreto Wink La curiosidad malsana me está matando...


RE: [Fantasía épica] Infierno de dioses - 1.La reina desvalida - Momo - 04/03/2017

Cuelgo el siguiente fragmento. Pensaba dejar respirar el hilo un poco, pero ahora mismo me interesan más que nunca las opiniones de los demás. Espero pillar a alguien lo suficientemente aburrido Tongue

3 . El hijo menor (II)

Férenwir permaneció tendido, encadenado al cabecero de la cama, mientras un curandero de la villa le vendaba la herida en el costado. Aquella cama de barrocos pilares labrados había sido despojada de su dosel y el celestial contempló el lustroso techo de madera barnizada. Le recordaba a las cálidas techumbres de roble labrado en la gélida Ísern. Aquel lugar que ya ni siquiera intentaba recordar. Estaba enterrado entre las cenizas de una guerra junto con todo lo demás. Sin embargo el joven celestial todavía se aferraba a sus tradiciones, a los principios que le había inculcado su padre, como un náufrago se aferra al último tablón de un navío destrozado. Y ahora estaba a un paso de romper un juramento, aunque fuera un juramento hecho a sí mismo. Algo que en los anales y registros de su familia jamás había ocurrido. Fue como asomarse a un abismo y casi se mareó, porque si empezaba con esa concesión, por insignificante que fuera, ya no sabía donde terminaría. Cerró los ojos y soltó una maldición apenas inteligible.
—¿Te he hecho daño? —El hombre sudoroso se inclinaba hacia él por encima de su abultado estómago. Dejó de vendarle y le miró. Si le parecía extraño que su paciente hubiera llegado cubierto de sangre hasta las cejas, no lo había demostrado y le había limpiado el rostro como buenamente había podido.
Férenwir hizo un gesto negativo y el hombre terminó de anudarle el vendaje.
—¿Qué te pasa en la muñeca? —preguntó con una sonrisa amable, aunque era consciente de que su paciente no podía responderle debido al singular bocado que le habían colocado.
Uno de los guardias que permanecían en la ostentosa alcoba avanzó un paso al ver que le quitaba el sucio harapo de la muñeca derecha, alzada sobre su cabeza.
—¡Dioses!. —El rubicundo rostro del curandero se mudó en una mueca al ver el horrendo corte a medio cerrar, oscuro y sanguinolento. Era experimentado, había acompañado ejércitos en campaña y había visto heridas realmente espantosas, pero aquella desafiaba a todas las que había conocido. Estaba abierta, en carne viva, y al mismo tiempo no sangraba como si fuera a cerrarse de un instante a otro.
—Esa herida no debes tocarla —le dijo el guardia alto que se había acercado.
—Tiene la mano casi cortada. Apenas la sostiene el hueso —exclamó el grueso hombrecillo.
—Lleva así tres años. No creo que se le vaya a caer ahora. Son órdenes del rey.
El curandero volvió a colocar la venda sin decir nada. Entonces el otro guardia se acercó al lecho y sacudió la cadena de los grilletes de Férenwir que rodeaba el grueso travesaño del cabecero.
—¿Preparado para complacer a tu dama?
El curandero detuvo su mano con la suya en un gesto conciliador.
—Acabo de curarle la herida. Necesita reposo.
—Pues no es reposo precisamente lo que va a tener —se sonrió el guardia desasiéndose de la mano del hombre. Había malicia en aquella sonrisa que cruzaba su rostro huesudo.
—No te preocupes —intervino el guardia alto dirigiéndose al curandero, que parecía bastante desorientado—. Aún tiene casi una hora. El rey ha salido a cabalgar.
—¿Una hora? Le he cosido dos palmos de puntos —se escandalizó el hombre calvo. —No está en condiciones de yacer con ninguna mujer.
—Si te parece se lo explicas tú al rey cuando regrese —le dijo agriamente el guardia de rostro chupado. Se volvió a Férenwir y le soltó un bofetón con el dorso de la mano. —Y tú, imbécil, a ver si cumples. Estoy más que harto de tragarme los arrebatos del rey por tu culpa.
El guardia alto arqueó las cejas contemplando con expresión dudosa al prisionero, que había vuelto apenas la cabeza al recibir el golpe.
—¿Le quitamos la mordaza?
—¿Y para qué coño íbamos a hacer eso? ¿Para qué se ponga a recitar versos? — respondió el otro. Esbozó un gesto desabrido que dejó al descubierto por un momento sus dientes ennegrecidos. —Que yo sepa ni requiebros amorosos, ni besos hacen falta aquí para nada. Y cuanto menos sepa ella, mejor. Si al rey le parece de otra manera, ya nos lo dirá.
Mientras recogía uno a uno los utensilios que tenía esparcidos sobre la cama y los metía en su estuche de piel, el curandero advirtió que su paciente parecía singularmente interesado en la conversación. Antes de apartarse del lecho lo contempló un momento, profundamente. A pesar de que estaba bastante demacrado se le antojó de una belleza fascinante. Le acarició un lado del cuello con un dedo, hasta la clavícula, y Férenwir, que hasta ese momento había estado absorto en los guardias, se volvió a mirarle con extrañeza.
—Nunca había visto a nadie tan... sublime —susurró ensimismado el hombrecillo rechoncho. Se pasó apenas la lengua por los labios, como si de pronto estuviera muy lejos de allí.
Los guardias intercambiaron un gesto de asco entre ellos. De pronto el de más estatura se acercó y lo agarró de un brazo. Lo llevó a rastras hacia la puerta principal que se abría en la antesala, entre columnas de alabastro.
—Fuera de aquí...
—¡Cuidado! ¡Mi instrumental!
El fardo de piel se le había caído al suelo.
El guardia golpeó la puerta con dos sonoros golpes, sin soltarle.
—¡Abrid!
La llave giró en la cerradura desde el exterior y la puerta se abrió con un gañido. El guardia empujó abruptamente al curandero entre sus dos compañeros, que se apartaron precipitadamente en el pasillo. El hombrecillo trastabilló hacia atrás. De inmediato la puerta se cerró gimiendo de nuevo y la llave volvió a girar en la cerradura.
Cuando el guardia se volvió, uno de los grilletes de Férenwir le partió la nariz. Y antes de que pudiera abrir la boca, la cadena que los unía se enlazó alrededor de su garganta. Mientras intentaba respirar, antes de que todo se volviera borroso y desapareciera, el guardia alcanzó a ver que su compañero yacía inconsciente o muerto a los pies del lecho.
Férenwir continuó tirando de sus grilletes hasta que el hombre cayó de rodillas y no lo soltó hasta que dejó que forcejear y perdió el conocimiento. Podía percibir que aún respiraba. Y tampoco había matado al otro guardia. Lo arrastró hasta la habitación principal. Tiró de los cordones dorados de los cortinajes y ató a los dos hombres a la cama. Después de amordazarlos, sacudió su mano derecha. Apenas tenía fuerza en ella. De hecho había tenido que desencajar el travesaño del cabecero solo con la izquierda, por ese mismo lado, pero afortunadamente un travesaño de madera no era ni sería nunca una argolla de metal. En seguida rebuscó entre las ropas del guardia más alto hasta encontrar la llave de su bocado y se lo quitó de entre los labios. Respiró hondo, aliviado. Se miró los grilletes con una mueca. Después de que lo hubieran encadenado a la cama, la llave que los cerraba se había ido fuera de la habitación, junto con uno de los guardias. Tendría que apañárselas tal como estaba. Entonces levantó la vista hacia el techo de madera, encima del revuelto lecho.
Desde el principio se había preguntado por qué aquella cama tan suntuosa carecía de dosel. Y la conversación que había escuchado le había abierto los ojos. El rey no estaba en la fortaleza, pero los guardias le esperaban antes de traerle a la mujer. Y la cama que le habían preparado no tenía dosel. Y justo sobre el lecho el paramento de madera labrada parecía casi un encaje. Y quizá tras él... no había nada. Muy propio de Hroan, pensó el celestial con una sonrisa desganada, gozar del espectáculo. Después de todo se había acostumbrado a tratarlo como si fuera de su propiedad. Midió la altura con los ojos. Casi cinco metros. No estaba seguro de cuantas fuerzas le quedaban. Aunque rompiera la celosía de madera, no le sería fácil asirse a ninguno de los bordes del hueco. La parte del cabecero quedaba descartada porque el vano en el techo alcanzaba la pared y no había donde asirse allí. Además debería buscar apoyo con el pie en una de las columnas de la cama para ganar altura, lo cual requería espacio para tomar impulso y una vez impulsado usar su mano izquierda para romper la celosía y agarrarse. Era posible, aunque complejo. Antes de intentarlo abrió el ventanal y se asomó, pero por allí sí que no había modo de salir. La pared caía a pico hasta el suelo unas cincuenta varas, sin un solo agarradero a la vista ni siquiera un ventanal hasta el que descolgarse. Miró hacia arriba: una fachada tan lisa como la hoja de una espada. Se volvió y contempló la lejana puerta de entrada. Dos guardias tras ella y, según había visto cuando lo llevaban a la alcoba, otros dos a ambos extremos del pasadizo, perfectamente a la vista unos de otros, hacían aún más difícil reducirlos a todos antes de que uno de ellos diera la alarma.
Se deshizo el vendaje de la muñeca derecha y se lo apretó cuanto pudo. Lo sujetó con los dientes mientras se lo ataba de nuevo. Se dirigió al lecho y se ciñó una de las espadas de los guardias. Luego cogió una de las capas, la enrolló y se la anudó al torso en diagonal. Le echó un último vistazo a la habitación. Un poco de comida le hubiera resultado casi tan valiosa como un arma, pero estaba claro que alimentarle no era ni mucho menos una de las prioridades de Hroan. Sabía que en el fondo aquel rey todopoderoso aún le temía y por ello lo mantenía extremadamente débil, tanto como podía sin que ello afectara demasiado al poder que aún fluía de él y mantenía vivas sus tierras. La mayor parte del tiempo Férenwir sentía que el suelo se movía apenas bajo sus botas con cada pisada y ya no confiaba en su cuerpo. Suspiró. Había llegado el momento de comprobar donde estaban sus límites bajo el influjo de aquella correa que le había privado de su poder. Retrocedió hacia una esquina de la habitación. Mentalmente contó los pasos que debía dar antes de alzarse para pisar el capitel de la columna con el pie derecho. Por un momento Férenwir pensó que, si estaba equivocado y tras la madera había un muro de piedra, se iba a romper la crisma.
En cuanto dio la primera zancada cualquier vacilación desapareció de su ánimo. Se concentró solo en la celosía. Apenas pudo dar cuatro trancos, pero se levantó como una pluma y la planta de su pie se apoyó con fuerza sobre el borde superior del pilar de caoba. Se elevó. Alargó los brazos y contuvo la respiración. Se le desgarró la piel de los nudillos al quebrar la madera. Era más gruesa de lo que había pensado y se dio cuenta de que no alcanzaría el borde de la pared, porque apenas se había partido lo suficiente para que pasaran sus dedos. Se agarró a la madera astillada y notó que cedía. Antes de caer, sostenido a duras penas por su mano derecha, rompió la celosía con el puño izquierdo, rozando la piedra, y se agarró al borde justo cuando le fallaba la mano derecha. Volvió a asirse con ambas manos y se afianzó. La puerta principal era gruesa y rogó a todos los dioses, habidos antes que él y por haber después, que el ruido no hubiera alertado a los guardias. Entonces se izó bruscamente con una agilidad que desafiaba a cualquier ley conocida de la naturaleza y la madera terminó de quebrarse a su alrededor con violencia. Cayó sobre sus pies, en la habitación de arriba. Permaneció un instante agachado. Jadeaba. Y eso era lo único que se escuchaba en la impenetrable oscuridad que lo envolvía. Notaba el vendaje del costado empapado en sangre, pero aun así se levantó de inmediato, se cubrió con la capa y entreabrió la puerta. Más allá del umbral el largo corredor estaba desierto. Antes de salir del cuarto miró hacia atrás. En medio de la tenue penumbra se erguían varios sillones dispuestos alrededor de la celosía, uno más grande, torneado, colocado sobre un pequeño estrado de madera. Férenwir sonrió con desdén y se marchó.
El rey había salido a cabalgar con su séquito y el palacio permanecía relativamente tranquilo. Se dirigió al exterior por las cocinas. Algunos criados que estaban despiezando un cerdo, lo miraron con extrañeza, pero tampoco se tomaron la molestia de preguntarle quien era. Después de todo llevaba la capa de la guardia de palacio. Salió a un patio posterior, lleno de gallinas y sirvientes, y se refugió bajo uno de los laterales porticados antes de atravesar el arco que daba acceso a las oscuras callejas. Entre sombras volvió su capa del revés. Iba a cruzarse con más de un guardia. Entonces descubrió gotas de sangre a sus pies. Su rostro esbozó un gesto de preocupación, pero no se detuvo.
Abandonó el patio y se internó en las calles, repletas de gentes que regresaban con paso cansino de sus quehaceres. Apenas hablaban. Férenwir se demoró un segundo entre ellos y levantó los ojos para observar el cielo nublado sobre su cabeza. Le pareció enorme y hermoso, sin ningún barrote que lo cruzara. Con cierta melancolía se dio cuenta de que estaba a punto de llover, pero en seguida se subió la capucha y se perdió entre el gentío, hacia la parte más apartada de Dhys.
Las tortuosa ruta que había escogido estaba poco transitada, pero finalmente desembocó en el abarrotado patio de armas. Férenwir se refugió en un cercano callejón para observar sin ser advertido. Entre las cuatro paredes almenadas del patio volvían a cruzarse con premura jinetes, carros y aldeanos, porque el día agonizaba y pronto cerrarían las puertas. Ferenwir era muy consciente de que debía darse prisa antes de que eso ocurriera, pero de repente se apoyó contra la esquina del callejón, desfallecido por un momento. Cuando volvió a abrir los ojos vio gotas de sangre a sus pies, sobre el sucio empedrado. Las borró lentamente con la punta de la bota, mientras recuperaba el aliento, antes de girarse otra vez hacia el portón de la muralla exterior. Había media docena de guardias custodiándolo, aunque no parecían prestar demasiada atención a la gente que entraba y salía. Entonces se dio cuenta de que estaba siendo observado y se volvió apenas, con el rostro en sombras bajo la capucha. Desde el centro del patio de armas el curandero que le había atendido en el castillo lo contemplaba de hito en hito. Era evidente que lo había reconocido. Tras un instante de vacilación el hombre se encaminó hacia él con pasos apresurados, sorteando a los campesinos mientras los apartaba con las manos. Se detuvo apenas a un palmo, casi rozándolo, y al celestial lo alcanzó el agrio hedor de su cuerpo sudoroso.
—Estás gravemente herido. Déjame ayudarte —le dijo.
Al celestial le pareció que sonreía de una manera extrañamente empalagosa y desagradable. Se apoyó de nuevo contra el muro, casi mareado por el olor. Entrecerró los ojos observándole con frialdad.
—Será mejor que te vayas.
El hombre lo cogió por el codo. Con fuerza. Había algo que le repugnó en aquel apretón.
—Si no puedes ni tenerte en pie. Ven conmigo —insistió el curandero.
El tono de su voz había cambiado. Hablaba como si quisiera verter miel en sus oídos, pero Férenwir sabía bien que aquello había sido una orden. La sonrisa del curandero se había transformado en una mueca, porque de repente, bajo toda su afabilidad, empezaba aflorar un suspiro de malicia. Férenwir advirtió como se fijaba en los guardias y comprendió que, si no conseguía llevárselo, aquel desgraciado empezaría a gritar para alertarlos. Si no obtenía lo que quería de él, quizá vendiéndolo o vete tú a saber qué, al menos obtendría oro o favores del rey al llevárselo de vuelta. La mirada cortante que le dirigió Férenwir le habría puesto el vello de punta a aquella sanguijuela, si no hubiera estado tan ocupado escrutando el patio.
—¿De dónde coño has salido tú? —se dijo el celestial en voz baja.
El curandero se fijo en el rostro del fugitivo. Estaba todo bastante claro y no intentó embaucarle más con zalamerías. Se despojó de su máscara de amabilidad.
—No estás en condiciones de preguntar nada, hermosura. Por tu culpa he perdido todo mi instrumental y tengo que resarcirme. O te vienes conmigo o te vas con ellos —siseó. Sus ojos se desviaron hacia la derecha. El celestial siguió su mirada. Un par de guardias pasaron junto al lugar donde se encontraban, camino del portón. Ahora los labios del curandero estaban prietos en una expresión dura. Le hizo un gesto explícito, señalando a los hombres armados con un breve gesto para forzarlo a seguirle.
—Y el rey no te tratará con la misma benevolencia que yo. —Sonrió de nuevo. Aquella vez Férenwir no pudo evitar levantar las cejas al ver su expresión retorcida. Se dio cuenta que quizá no era solo venderlo lo que pretendía.
El curandero había visto su herida antes y ahora veía la sangre que empezaba a manchar el suelo, junto a las botas del prisionero fugado. Tiró de aquel joven alto, convencido de que apenas tendría fuerzas para oponerse. Levantó los ojos con extrañeza al ver que no era así.
—Serás hijo de puta —murmuró Férenwir.
Lo agarró por la garganta y lo metió en el interior del oscuro callejón. Lo arrastró unos pasos, casi en vilo, entre pilas de toneles vacíos y montones de desechos, sintiendo como las venas del hombre golpeaban enloquecidas contra la palma de su mano. Lo estrelló contra la pared y lo levantó. Estaba tan enfurecido que ni siquiera le costó hacerlo a pesar de lo débil que se sentía. Sin embargo en absoluto tan desvalido como su conocimiento del cuerpo humano le había hecho creer a aquel desgraciado. Después de todo Férenwir no era humano.
Mientras su presa manoteaba cada vez con menos fuerza, un calderero de ropajes apedazados cruzó la estrecha bocacalle y les descubrió. Las cadenas de Férenwir habían quedado al descubierto, pero en lugar de detenerse o avisar a la guardia, el hombre apresuró el paso y desapareció en seguida, cargando con sus cacharros de cobre como si no hubiera visto nada. Férenwir frunció el ceño. ¿Qué le ocurría a la gente? Nadie actuaba como esperaba. Se parecían más a animales asilvestrados que a los seres humanos que recordaba.
El curandero había perdido el sentido bajo la férrea presión de su mano. Y la furia del celestial se había desvanecido de golpe.
Dejó que el hombre se derrumbara a sus pies como un saco de patatas, mientras recordaba a la mujer rubia descabezada en medio de un charco de sangre. Aquel día ya se había perdido una vida de la manera más absurda. Sin embargo vaciló antes de marcharse. En medio de toda la podredumbre que lo rodeaba, la necesidad de regresar con los suyos empezaba a hacérsele insoportable. Era como un cuchillo candente que lo iba rasgando por dentro. Con añoranza recordó el pinchazo de la barba de su padre al abrazarle tras cada larga ausencia. Se acarició la mejilla. Hubiera vendido su alma por tener de nuevo aquella sensación. Por gozar de uno solo entre un centenar de los placeres más insignificantes que había saboreado en otros tiempos. Una hogaza de pan caliente en las cocinas del palacio familiar, mientras veía nevar. El silencio en el patio cuando practicaba con el arco, quebrado por el vuelo de una flecha. El tacto suave de una manta de lana tejida con un haz de tres nudos. Férenwir volvió de repente a la realidad. Y aquel miserable que yacía ante él era como una piedra en el zapato. Daría la alarma en cuanto recuperara el sentido. Una extrema expresión de severidad asomó a sus ojos azules, como si se hubieran enfriado tanto que se hubieran convertido en trozos de hielo. La diferencia de peso en la balanza era más que considerable. Si Hroan volvía a ponerle las manos encima... No mataría a su celestial, pero, conociéndole, Férenwir era capaz de imaginar cosas aún peores. Debía irse, pero no se movió, como si aún le quedara un último cabo por atar. Deseaba tanto librarse de la miseria de Dhys que realmente hubiera matado por ello.
De repente comprendió que no lo haría. El aire volvió a entrar en sus pulmones, como si no lo hubiera estado haciendo durante una vida entera. No tenía sentido perder más tiempo allí. Apartó los ojos del hombre. Se dio la vuelta y se apresuró hacia el portón de la muralla.
Se caló la capucha y se confundió con la gente. Para cruzar las puertas acomodó su paso al renqueante traqueteo de un carro cargado de barriles, como si lo empujara. Sabía que era excesivamente alto, pero inclinado contra la caja del carro aquello no resultaba tan evidente. Los guardias charlaban apoyados en sus alabardas y ni siquiera repararon en él.
En cuanto cruzó la muralla le pareció que contemplaba el mundo que lo rodeaba a través de un velo de ceniza. La misma fría ceniza que se había posado sobre los espíritus de los hombres a lo largo de los años que había permanecido cautivo y los había dejado tan faltos de propósito como a cuchillos embotados.
Esta tierra está herida de muerte, pensó Férenwir sin poder evitarlo. Y entonces lo supo. Supo cual debía ser su verdadero aspecto. Se acarició el rostro, como esperando que el conocido tacto de su piel se lo desmintiera, pero ni siquiera se reconoció bajo el deslizarse de sus dedos.
De repente casi dio un bote. Resultaba evidente que el curandero se había despertado, porque a su espalda los gritos se extendían como el fuego en la yesca. Abandonó la calzada de piedra, empujando a los sorprendidos campesinos, comerciantes y artesanos que la llenaban, y echó a correr hacia los campos tan rápido como pudo. Atravesó el trigo segado que le llegaba por encima de la rodilla, dejando un claro sendero a su espalda. Los tallos amarillos se quebraban a su paso y, en aquel crepúsculo gris y desolado, el sonido estallaba en sus oídos como si se partieran de pura melancolía. El celestial se detuvo un instante en medio de aquel mar de tallos decapitados y se giró. Varios caballos llegaban al galope, como una media luna negra, aplastando el manto dorado bajo sus cascos, con furia. Fue como ver acercarse la enorme guadaña del destino. Férenwir cambió de dirección y se apresuró hacia el precipicio que cortaba al este el promontorio que sostenía Dhys. No dudó, no se detuvo cuando llegó al borde. Simplemente cerró los párpados con fuerza y saltó. Mientras caía abrió los ojos y los fijó en el sol que se ponía. Sonrió. Le pareció muy apropiado.
Hubiera sido un final digno de un romance, pero después de romper varias ramas y provocar una lluvia de hojas, quedó colgado de su cadena a seis varas del suelo. En cuanto intentó moverse, la rama que lo sostenía crujió y cayó de nuevo. El sol ya se había ocultado entre las nubes y comenzó a llover. Se levantó, magullado. En lo alto del barranco los jinetes se removían, inquietos. No lo habían alcanzado con los caballos. Ahora vendrían con los perros.


RE: [Fantasía épica] Infierno de dioses - 1.La reina desvalida - kaoseto - 04/03/2017

¡Buenas!

Pues me he leído el fragmento y te comento también sobre el otro que todavía no te había comentado. Como siempre, todo se lee bien y me ha gustado la forma en que has metido los recuerdos de Férenwir sobre su padre y los celestiales. Sin duda en este capítulo hay más acción determinante, sobre todo en el segundo fragmento. Me ha gustado particularmente el final. Da ganas de saber cómo se las arregla Férenwir para escapar de los perros ^^

Ahí van unas críticas, como siempre Tongue

- Como Sentolyrics, me parece que el primer fragmento de esta parte resulta un poco repetitiva con respecto al capítulo anterior, con eso del maltrato, ¿tal vez acortando en algún sitio o añadiendo alguna cosa nueva se aligere un poco? Bueno, esa fue mi impresión.
- Tal y como está contado, al leerlo me pareció mucha coincidencia que, con todo el gentío que hay por la ciudad, Férenwir se vuelva a encontrar con el curandero. No sé, tal vez el curandero lo había seguido o algo, pero no se dice.
- la parte en que huye del cuarto, explicando cómo sale a la habitación superior, pasa un poco como te dije en el fragmento sobre la pelea que te comenté en otro hilo, mucho verbo de acción seguido, aunque así y todo me lo leí sin perderme. Quién sabe, a lo mejor cortando el párrafo en varios en los buenos sitios se aligeraría la cosa.

Bueno, son sólo detalles que se me ocurrieron. En general, la historia me parece buena y espero que sigas colgando por aquí los capítulos.

Quote:Es un novela coral. Dividida en 3 partes. La primera, dedicada a los cautivos, tiene 6 capítulos. En el tercero volvemos a Férenwir. En el cuarto conocemos a Kerrar, el hermano de Arjesen. El quinto y el sexto están dedicados a Arjesen (el sexto compartido con Briseyd). Es divertido hacer que los caminos de los personajes se entrecrucen.
Eso es spoiler a tope!! xD Supongo que ahora vendrá la huida de Férenwir. Tengo curiosidad por ver a Kerrar, que ese también debe de acordarse de la caída de los celestiales.

Saludos!


RE: [Fantasía épica] Infierno de dioses - 1.La reina desvalida - Momo - 06/03/2017

Buenas, Kaoseto.

Aprovecho un momento en la oficina para responder, porque me he quedado sin portátil. Así que vais a estar tranquilitos unos días. Aprovechad para sumergiros en el lado "pink" de la vida, a salvo de mi sombría y desgarrada visión del mundo  Big Grin

En serio, me están ayudando mucho tus comentarios y los otros que me llegan desde este foro y los agradezco un montón. No es inesperado que los lectores se sientan desesperados ante la acumulación de amargura y pesadumbre que les estoy echando encima. Anteriormente ya me lo habían comentado algunos, pero más o menos en el capítulo 6 (deberían estar ya al borde del suicidio). En ese punto abrí un poco la historia. No es que sea más happy (ni mucho menos, lo siento Blush), pero creo que lo que agobia más al principio, incluso más que lo sombrío del relato, es el ambiente claustrofóbico que lo impregna. Por eso quizá se acentúa más la sensación de estar dando vueltas como en una noria. Hum...

No estoy muy segura de hasta que punto quiero cambiarlo, aunque supongo que debería hacer concesiones si quiero que un lector medio resista la maratón de un libro bastante largo que empieza en un registro tan difícil. Quizá cortar algunas partes, como sugieres sería una buena opción.

Quote:- Tal y como está contado, al leerlo me pareció mucha coincidencia que, con todo el gentío que hay por la ciudad, Férenwir se vuelva a encontrar con el curandero. No sé, tal vez el curandero lo había seguido o algo, pero no se dice.

Eso lo tengo en la cabeza, pero no lo he trasladado al relato. Se supone que el rey a mandado llamar a un curandero de fuera (en su intento de mantener lo máximo posible el secreto de que este prisionero es un celestial. Más tarde ya se entenderá por qué eso es tan importante. De hecho creo que al final de este capítulo, por cierto). Así que el curandero abandona la fortaleza y tiene que pasar por el patio de armas para llegar al portón exterior. Prácticamente él y Férenwir han salido de la habitación casi al mismo tiempo y van al mismo sitio, así que no es tan raro que coincidan en la salida.

Quote:- la parte en que huye del cuarto, explicando cómo sale a la habitación superior, pasa un poco como te dije en el fragmento sobre la pelea que te comenté en otro hilo, mucho verbo de acción seguido, aunque así y todo me lo leí sin perderme. Quién sabe, a lo mejor cortando el párrafo en varios en los buenos sitios se aligeraría la cosa.

Me suele pasar que todo lo que no me excedo en las descripciones de ambientes y personajes se me pasa de meticuloso en ciertos momentos de acción, como por ejemplo en el fragmento del juego del postre, sobre la mesa y quizá también aquí. Seguramente lo aligere.

Quote:Cita:
Es un novela coral. Dividida en 3 partes. La primera, dedicada a los cautivos, tiene 6 capítulos. En el tercero volvemos a Férenwir. En el cuarto conocemos a Kerrar, el hermano de Arjesen. El quinto y el sexto están dedicados a Arjesen (el sexto compartido con Briseyd). Es divertido hacer que los caminos de los personajes se entrecrucen.
Eso es spoiler a tope!! xD Supongo que ahora vendrá la huida de Férenwir. Tengo curiosidad por ver a Kerrar, que ese también debe de acordarse de la caída de los celestiales.

Bueno, no tan spoiler ya que en principio solo voy a colgar hasta el capítulo 3. No porque no me interese recibir más comentarios, pero es que no quiero abusar ni deprimir Tongue a nadie. Los capítulos son largos y ya verás que el tono no mejora de forma inmediata, incluso justo antes del final de este capítulo.

Os dejo que tengo que volver al curro.

Nos leemos.


RE: [Fantasía épica] Infierno de dioses - 1.La reina desvalida - Rohman - 06/03/2017

Holas Momo, ya te he leído y te voy hacer alguna correción, bueno, más alguna sugerencia tipo dragón lector.
Verde: me gusta
Rojo: fallo o incoherencias error etc..
Azul: sugerencia o repetición.

3 . El hijo menor (II)

Férenwir permaneció tendido, encadenado al cabecero de la cama, mientras un curandero de la villa le vendaba la herida en el costado. Aquella cama de barrocos pilares labrados había sido despojada de su dosel y el celestial contempló el lustroso techo de madera barnizada. Le recordaba a las cálidas techumbres de roble labrado en la gélida Ísern. Aquel lugar que ya ni siquiera intentaba recordar. Estaba enterrado entre las cenizas de una guerra junto con todo lo demás. Sin embargo el joven celestial todavía se aferraba a sus tradiciones, a los principios que le había inculcado su padre, como un náufrago se aferra al último tablón de un navío destrozado. Y ahora estaba a un paso de romper un juramento, aunque fuera un juramento hecho a sí mismo. Algo que en los anales y registros de su familia jamás había ocurrido. Fue como asomarse a un abismo y casi se mareó, porque si empezaba con esa concesión, por insignificante que fuera, ya no sabía donde terminaría. Cerró los ojos y soltó una maldición apenas inteligible.
—¿Te he hecho daño? —El hombre sudoroso se inclinaba hacia él por encima de su abultado estómago. Dejó de vendarle y le miró. Si le parecía extraño que su paciente hubiera llegado cubierto de sangre hasta las cejas, no lo había demostrado y le había limpiado el rostro como buenamente había podido.
Férenwir hizo un gesto negativo y el hombre terminó de anudarle el vendaje.
—¿Qué te pasa en la muñeca? —preguntó con una sonrisa amable, aunque era consciente de que su paciente no podía responderle debido al singular bocado que le habían colocado.
Uno de los guardias que permanecían en la ostentosa alcoba avanzó un paso al ver que le quitaba el sucio harapo de la muñeca derecha, alzada sobre su cabeza.
—¡Dioses!. —El rubicundo rostro del curandero se mudó en una mueca al ver el horrendo corte a medio cerrar, oscuro y sanguinolento. Era experimentado, había acompañado ejércitos en campaña y había visto heridas realmente espantosas, pero aquella desafiaba a todas las que había conocido. Estaba abierta, en carne viva, y al mismo tiempo no sangraba como si fuera a cerrarse de un instante a otro.
—Esa herida no debes tocarla —le dijo el guardia alto que se había acercado.
—Tiene la mano casi cortada. Apenas la sostiene el hueso —exclamó el grueso hombrecillo.
—Lleva así tres años. No creo que se le vaya a caer ahora. Son órdenes del rey.
El curandero volvió a colocar la venda sin decir nada. Entonces el otro guardia se acercó al lecho y sacudió la cadena de los grilletes de Férenwir que rodeaba el grueso travesaño del cabecero.
—¿Preparado para complacer a tu dama?
El curandero detuvo su mano con la suya en un gesto conciliador.
—Acabo de curarle la herida. Necesita reposo.
—Pues no es reposo precisamente lo que va a tener —se sonrió el guardia desasiéndose de la mano del hombre. Había malicia en aquella sonrisa que cruzaba su rostro huesudo.
—No te preocupes —intervino el guardia alto dirigiéndose al curandero, que parecía bastante desorientado—. Aún tiene casi una hora. El rey ha salido a cabalgar.
—¿Una hora? Le he cosido dos palmos de puntos —se escandalizó el hombre calvo. —No está en condiciones de yacer con ninguna mujer.
—Si te parece se lo explicas tú al rey cuando regrese —le dijo agriamente el guardia de rostro chupado. Se volvió a Férenwir y le soltó un bofetón con el dorso de la mano. —Y tú, imbécil, a ver si cumples. Estoy más que harto de tragarme los arrebatos del rey por tu culpa.
El guardia alto arqueó las cejas contemplando con expresión dudosa al prisionero, que había vuelto apenas la cabeza al recibir el golpe.
—¿Le quitamos la mordaza?
—¿Y para qué coño íbamos a hacer eso? ¿Para qué se ponga a recitar versos? — respondió el otro. Esbozó un gesto desabrido que dejó al descubierto por un momento sus dientes ennegrecidos. —Que yo sepa ni requiebros amorosos, ni besos hacen falta aquí para nada. Y cuanto menos sepa ella, mejor. Si al rey le parece de otra manera, ya nos lo dirá.
Mientras recogía uno a uno los utensilios que tenía esparcidos sobre la cama y los metía en su estuche de piel, el curandero advirtió que su paciente parecía singularmente interesado en la conversación. Antes de apartarse del lecho lo contempló un momento, profundamente. A pesar de que estaba bastante demacrado se le antojó de una belleza fascinante. Le acarició un lado del cuello con un dedo, hasta la clavícula, y Férenwir, que hasta ese momento había estado absorto en los guardias, se volvió a mirarle con extrañeza.
—Nunca había visto a nadie tan... sublime —susurró ensimismado el hombrecillo rechoncho. Se pasó apenas la lengua por los labios, como si de pronto estuviera muy lejos de allí.
Los guardias intercambiaron un gesto de asco entre ellos. De pronto el de más estatura se acercó y lo agarró de un brazo. Lo llevó a rastras hacia la puerta principal que se abría en la antesala, entre columnas de alabastro.
—Fuera de aquí...
—¡Cuidado! ¡Mi instrumental!
El fardo de piel se le había caído al suelo.
El guardia golpeó la puerta con dos sonoros golpes, sin soltarle.
—¡Abrid!
La llave giró en la cerradura desde el exterior y la puerta se abrió con un gañido. El guardia empujó abruptamente al curandero entre sus dos compañeros, que se apartaron precipitadamente en el pasillo. El hombrecillo trastabilló hacia atrás. De inmediato la puerta se cerró gimiendo de nuevo y la llave volvió a girar en la cerradura.
Cuando el guardia se volvió, uno de los grilletes de Férenwir le partió la nariz. Y antes de que pudiera abrir la boca, la cadena que los unía se enlazó alrededor de su garganta. Mientras intentaba respirar, antes de que todo se volviera borroso y desapareciera, el guardia alcanzó a ver que su compañero yacía inconsciente o muerto a los pies del lecho.
Férenwir continuó tirando de sus grilletes hasta que el hombre cayó de rodillas y no lo soltó hasta que dejó que forcejear y perdió el conocimiento. Podía percibir que aún respiraba. Y tampoco había matado al otro guardia. Lo arrastró hasta la habitación principal. Tiró de los cordones dorados de los cortinajes y ató a los dos hombres a la cama. Después de amordazarlos, sacudió su mano derecha. Apenas tenía fuerza en ella. De hecho había tenido que desencajar el travesaño del cabecero solo con la izquierda, por ese mismo lado, pero afortunadamente un travesaño de madera no era ni sería nunca una argolla de metal. En seguida rebuscó entre las ropas del guardia más alto hasta encontrar la llave de su bocado y se lo quitó de entre los labios. Respiró hondo, aliviado. Se miró los grilletes con una mueca. Después de que lo hubieran encadenado a la cama, la llave que los cerraba se había ido fuera de la habitación, junto con uno de los guardias. Tendría que apañárselas tal como estaba. Entonces levantó la vista hacia el techo de madera, encima del revuelto lecho.
Desde el principio se había preguntado por qué aquella cama tan suntuosa carecía de dosel. Y la conversación que había escuchado le había abierto los ojos. El rey no estaba en la fortaleza, pero los guardias le esperaban antes de traerle a la mujer. Y la cama que le habían preparado no tenía dosel. Y justo sobre el lecho el paramento de madera labrada parecía casi un encaje. Y quizá tras él... no había nada. Muy propio de Hroan, pensó el celestial con una sonrisa desganada, gozar del espectáculo. Después de todo se había acostumbrado a tratarlo como si fuera de su propiedad. Midió la altura con los ojos. Casi cinco metros. No estaba seguro de cuantas fuerzas le quedaban. Aunque rompiera la celosía de madera, no le sería fácil asirse a ninguno de los bordes del hueco. La parte del cabecero quedaba descartada porque el vano en el techo alcanzaba la pared y no había donde asirse allí. Además debería buscar apoyo con el pie en una de las columnas de la cama para ganar altura, lo cual requería espacio para tomar impulso y una vez impulsado usar su mano izquierda para romper la celosía y agarrarse. Era posible, aunque complejo. Antes de intentarlo abrió el ventanal y se asomó, pero por allí sí que no había modo de salir. La pared caía a pico hasta el suelo unas cincuenta varas, sin un solo agarradero a la vista ni siquiera un ventanal hasta el que descolgarse. Miró hacia arriba: una fachada tan lisa como la hoja de una espada. Se volvió y contempló la lejana puerta de entrada. Dos guardias tras ella y, según había visto cuando lo llevaban a la alcoba, otros dos a ambos extremos del pasadizo, perfectamente a la vista unos de otros, hacían aún más difícil reducirlos a todos antes de que uno de ellos diera la alarma.
Se deshizo el vendaje de la muñeca derecha y se lo apretó cuanto pudo. Lo sujetó con los dientes mientras se lo ataba de nuevo. Se dirigió al lecho y se ciñó una de las espadas de los guardias. Luego cogió una de las capas, la enrolló y se la anudó al torso en diagonal. Le echó un último vistazo a la habitación. Un poco de comida le hubiera resultado casi tan valiosa como un arma, pero estaba claro que alimentarle no era ni mucho menos una de las prioridades de Hroan. Sabía que en el fondo aquel rey todopoderoso aún le temía y por ello lo mantenía extremadamente débil, tanto como podía sin que ello afectara demasiado al poder que aún fluía de él y mantenía vivas sus tierras. La mayor parte del tiempo Férenwir sentía que el suelo se movía apenas bajo sus botas con cada pisada y ya no confiaba en su cuerpo. Suspiró. Había llegado el momento de comprobar donde estaban sus límites bajo el influjo de aquella correa que le había privado de su poder. Retrocedió hacia una esquina de la habitación. Mentalmente contó los pasos que debía dar antes de alzarse para pisar el capitel de la columna con el pie derecho. Por un momento Férenwir pensó que, si estaba equivocado y tras la madera había un muro de piedra, se iba a romper la crisma.
En cuanto dio la primera zancada cualquier vacilación desapareció de su ánimo. Se concentró solo en la celosía. Apenas pudo dar cuatro trancos, pero se levantó como una pluma y la planta de su pie se apoyó con fuerza sobre el borde superior del pilar de caoba. Se elevó. Alargó los brazos y contuvo la respiración. Se le desgarró la piel de los nudillos al quebrar la madera. Era más gruesa de lo que había pensado y se dio cuenta de que no alcanzaría el borde de la pared, porque apenas se había partido lo suficiente para que pasaran sus dedos. Se agarró a la madera astillada y notó que cedía. Antes de caer, sostenido a duras penas por su mano derecha, rompió la celosía con el puño izquierdo, rozando la piedra, y se agarró al borde justo cuando le fallaba la mano derecha. Volvió a asirse con ambas manos y se afianzó. La puerta principal era gruesa y rogó a todos los dioses, habidos antes que él y por haber después, que el ruido no hubiera alertado a los guardias. Entonces se izó bruscamente con una agilidad que desafiaba a cualquier ley conocida de la naturaleza y la madera terminó de quebrarse a su alrededor con violencia. Cayó sobre sus pies, en la habitación de arriba. Permaneció un instante agachado. Jadeaba. Y eso era lo único que se escuchaba en la impenetrable oscuridad que lo envolvía. Notaba el vendaje del costado empapado en sangre, pero aun así se levantó de inmediato, se cubrió con la capa y entreabrió la puerta. Más allá del umbral el largo corredor estaba desierto. Antes de salir del cuarto miró hacia atrás. En medio de la tenue penumbra se erguían varios sillones dispuestos alrededor de la celosía, uno más grande, torneado, colocado sobre un pequeño estrado de madera. Férenwir sonrió con desdén y se marchó.
El rey había salido a cabalgar con su séquito y el palacio permanecía relativamente tranquilo. Se dirigió al exterior por las cocinas. Algunos criados que estaban despiezando un cerdo, lo miraron con extrañeza, pero tampoco se tomaron la molestia de preguntarle quien era. Después de todo llevaba la capa de la guardia de palacio. Salió a un patio posterior, lleno de gallinas y sirvientes, y se refugió bajo uno de los laterales porticados antes de atravesar el arco que daba acceso a las oscuras callejas. Entre sombras volvió su capa del revés. Iba a cruzarse con más de un guardia. Entonces descubrió gotas de sangre a sus pies. Su rostro esbozó un gesto de preocupación, pero no se detuvo.
Abandonó el patio y se internó en las calles, repletas de gentes que regresaban con paso cansino de sus quehaceres. Apenas hablaban. Se entiende pero lo veo algo muy cansino, al menos, tal y como lo cuentas. Me refiero que dices que van regresando a su casa cansinos y que  apenas hablan, ¿y?, es un detalle que no aportada casi nada, a no ser que metas algo más tipo: "la gente se notaba cansada den sus rostros que reflejaban el hastío de vivir sobre las órdenes del tirano rey y sus abusivos impuestos (o impopulares impuestos)" Si no es asín quitalo, aunque eso ya es cada uno su opinión ehh Férenwir se demoró un segundo entre ellos y levantó los ojos para observar el cielo nublado sobre su cabeza. Le pareció enorme y hermoso, sin ningún barrote que lo cruzara. Con cierta melancolía se dio cuenta de que estaba a punto de llover, pero en seguida se subió la capucha y se perdió entre el gentío, hacia la parte más apartada de Dhys.
Las tortuosa ruta que había escogido estaba poco transitada, pero finalmente desembocó en el abarrotado patio de armas. Férenwir se refugió en un cercano callejón para observar sin ser advertido. Entre las cuatro paredes almenadas del patio volvían a cruzarse con premura jinetes, carros y aldeanos, porque el día agonizaba y pronto cerrarían las puertas. Ferenwir era muy consciente de que debía darse prisa antes de que eso ocurriera, pero de repente se apoyó contra la esquina del callejón, desfallecido por un momento. Cuando volvió a abrir los ojos vio gotas de sangre a sus pies, sobre el sucio empedrado. Las borró lentamente con la punta de la bota, mientras recuperaba el aliento, antes de girarse otra vez hacia el portón de la muralla exterior. Había media docena de guardias custodiándolo, aunque no parecían prestar demasiada atención a la gente que entraba y salía. Entonces se dio cuenta de que estaba siendo observado y se volvió apenas, con el rostro en sombras bajo la capucha. Desde el centro del patio de armas el curandero que le había atendido en el castillo lo contemplaba de hito en hito. Era evidente que lo había reconocido. Tras un instante de vacilación el hombre se encaminó hacia él con pasos apresurados, sorteando a los campesinos mientras los apartaba con las manos. Se detuvo apenas a un palmo, casi rozándolo, y al celestial lo alcanzó el agrio hedor de su cuerpo sudoroso.
—Estás gravemente herido. Déjame ayudarte —le dijo.
Al celestial le pareció que sonreía de una manera extrañamente empalagosa y desagradable. Se apoyó de nuevo contra el muro, casi mareado por el olor. Entrecerró los ojos observándole con frialdad.
—Será mejor que te vayas.
El hombre lo cogió por el codo. Con fuerza. Había algo que le repugnó en aquel apretón.
—Si no puedes ni tenerte en pie. Ven conmigo —insistió el curandero.
El tono de su voz había cambiado. Hablaba como si quisiera verter miel en sus oídos, pero Férenwir sabía bien que aquello había sido una orden. La sonrisa del curandero se había transformado en una mueca, porque de repente, bajo toda su afabilidad, empezaba aflorar un suspiro de malicia. Férenwir advirtió como se fijaba en los guardias y comprendió que, si no conseguía llevárselo, aquel desgraciado empezaría a gritar para alertarlos. Si no obtenía lo que quería de él, quizá vendiéndolo o vete tú a saber qué, al menos obtendría oro o favores del rey al llevárselo de vuelta. La mirada cortante que le dirigió Férenwir le habría puesto el vello de punta a aquella sanguijuela, si no hubiera estado tan ocupado escrutando el patio.
—¿De dónde coño has salido tú? —se dijo el celestial en voz baja.
El curandero se fijo en el rostro del fugitivo. Estaba todo bastante claro y no intentó embaucarle más con zalamerías. Se despojó de su máscara de amabilidad.
—No estás en condiciones de preguntar nada, hermosura. Por tu culpa he perdido todo mi instrumental y tengo que resarcirme. O te vienes conmigo o te vas con ellos —siseó. Sus ojos se desviaron hacia la derecha. El celestial siguió su mirada. Un par de guardias pasaron junto al lugar donde se encontraban, camino del portón. Ahora los labios del curandero estaban prietos en una expresión dura. Le hizo un gesto explícito, señalando a los hombres armados con un breve gesto para forzarlo a seguirle. Tu mejor cualidad, para mí, son tus excelentes diálogos, brillan por encima del resto
—Y el rey no te tratará con la misma benevolencia que yo. —Sonrió de nuevo. Aquella vez Férenwir no pudo evitar levantar las cejas al ver su expresión retorcida. Se dio cuenta que quizá no era solo venderlo lo que pretendía.
El curandero había visto su herida antes y ahora veía la sangre que empezaba a manchar el suelo, junto a las botas del prisionero fugado. Tiró de aquel joven alto, convencido de que apenas tendría fuerzas para oponerse. Levantó los ojos con extrañeza al ver que no era así.
—Serás hijo de puta —murmuró Férenwir.
Lo agarró por la garganta y lo metió en el interior del oscuro callejón. Lo arrastró unos pasos, casi en vilo, entre pilas de toneles vacíos y montones de desechos, sintiendo como las venas del hombre golpeaban enloquecidas contra la palma de su mano. Lo estrelló contra la pared y lo levantó. Estaba tan enfurecido que ni siquiera le costó hacerlo a pesar de lo débil que se sentía. Sin embargo en absoluto tan desvalido como su conocimiento del cuerpo humano le había hecho creer a aquel desgraciado. Después de todo Férenwir no era humano.
Mientras su presa manoteaba cada vez con menos fuerza, un calderero de ropajes apedazados cruzó la estrecha bocacalle y les descubrió. Las cadenas de Férenwir habían quedado al descubierto, pero en lugar de detenerse o avisar a la guardia, el hombre apresuró el paso y desapareció en seguida, cargando con sus cacharros de cobre como si no hubiera visto nada. Férenwir frunció el ceño. ¿Qué le ocurría a la gente? Nadie actuaba como esperaba. Se parecían más a animales asilvestrados que a los seres humanos que recordaba.
El curandero había perdido el sentido bajo la férrea presión de su mano. Y la furia del celestial se había desvanecido de golpe.
Dejó que el hombre se derrumbara a sus pies como un saco de patatas, mientras recordaba a la mujer rubia descabezada en medio de un charco de sangre. Aquel día ya se había perdido una vida de la manera más absurda. Sin embargo vaciló antes de marcharse. En medio de toda la podredumbre que lo rodeaba, la necesidad de regresar con los suyos empezaba a hacérsele insoportable. Era como un cuchillo candente que lo iba rasgando por dentro. Con añoranza recordó el pinchazo de la barba de su padre al abrazarle tras cada larga ausencia. Se acarició la mejilla. Hubiera vendido su alma por tener de nuevo aquella sensación. Por gozar de uno solo entre un centenar de los placeres más insignificantes que había saboreado en otros tiempos. Una hogaza de pan caliente en las cocinas del palacio familiar, mientras veía nevar. El silencio en el patio cuando practicaba con el arco, quebrado por el vuelo de una flecha. El tacto suave de una manta de lana tejida con un haz de tres nudos. Mejor punto y aparte (bueno, como bien dice Kaseoto, alguna otra parte hubiera quedado mejor si lo separas con punto y aparte) Férenwir volvió de repente a la realidad. Y aquel miserable que yacía ante él era como una piedra en el zapato. Daría la alarma en cuanto recuperara el sentido. Una extrema expresión de severidad asomó a sus ojos azules, como si se hubieran enfriado tanto que se hubieran convertido en trozos de hielo. La diferencia de peso en la balanza era más que considerable. Si Hroan volvía a ponerle las manos encima... No mataría a su celestial, pero, conociéndole, Férenwir era capaz de imaginar cosas aún peores. Debía irse, pero no se movió, como si aún le quedara un último cabo por atar. Deseaba tanto librarse de la miseria de Dhys que realmente hubiera matado por ello.
De repente comprendió que no lo haría. El aire volvió a entrar en sus pulmones, como si no lo hubiera estado haciendo durante una vida entera. No tenía sentido perder más tiempo allí. Apartó los ojos del hombre. Se dio la vuelta y se apresuró hacia el portón de la muralla.
Se caló la capucha y se confundió con la gente. Para cruzar las puertas acomodó su paso al renqueante traqueteo de un carro cargado de barriles, como si lo empujara. Sabía que era excesivamente alto, pero inclinado contra la caja del carro aquello no resultaba tan evidente. Los guardias charlaban apoyados en sus alabardas y ni siquiera repararon en él.
En cuanto cruzó la muralla le pareció que contemplaba el mundo que lo rodeaba a través de un velo de ceniza. La misma fría ceniza que se había posado sobre los espíritus de los hombres a lo largo de los años que había permanecido cautivo y los había dejado tan faltos de propósito como a cuchillos embotados.
Esta tierra está herida de muerte, pensó Férenwir sin poder evitarlo. Y entonces lo supo. Supo cual debía ser su verdadero aspecto. Se acarició el rostro, como esperando que el conocido tacto de su piel se lo desmintiera, pero ni siquiera se reconoció bajo el deslizarse de sus dedos.
De repente casi dio un bote. Resultaba evidente que el curandero se había despertado, porque a su espalda los gritos se extendían como el fuego en la yesca. Abandonó la calzada de piedra, empujando a los sorprendidos campesinos, comerciantes y artesanos que la ¿¡llenaban?? que lo llevaban no?, y echó a correr hacia los campos tan rápido como pudo. Atravesó el trigo segado que le llegaba por encima de la rodilla, dejando un claro sendero a su espalda. Los tallos amarillos se quebraban a su paso y, en aquel crepúsculo gris y desolado, el sonido estallaba en sus oídos como si se partieran de pura melancolía. usas mucho los "como" que me parece un recurso muy bueno, del que yo también uso mucho, pero también te digo lo que me digieron a un servidor: que no lo usará tanto si no pierde su potencial de uso.El celestial se detuvo un instante en medio de aquel mar de tallos decapitados y se giró. Varios caballos llegaban al galope, como una media luna negra, aplastando el manto dorado bajo sus cascos, con furia. Fue como ver acercarse la enorme guadaña del destino. Férenwir cambió de dirección y se apresuró hacia el precipicio que cortaba al este el promontorio que sostenía Dhys. No dudó, no se detuvo cuando llegó al borde. Simplemente cerró los párpados con fuerza y saltó. Mientras caía abrió los ojos y los fijó en el sol que se ponía. Sonrió. Le pareció muy apropiado.
Hubiera sido un final digno de un romance, pero después de romper varias ramas y provocar una lluvia de hojas, quedó colgado de su cadena a seis varas del suelo. En cuanto intentó moverse, la rama que lo sostenía crujió y cayó de nuevo. El sol ya se había ocultado entre las nubes y comenzó a llover. Se levantó, magullado. En lo alto del barranco los jinetes se removían, inquietos. No lo habían alcanzado con los caballos. Ahora vendrían con los perros.
Vamos por partes, Momo. La verdad que si que has cambiado esta vez un poco lo todo anterior, las torturas y demás que te comente. Eso esta bien. Estuvo muy bien el curandero, sobre todo cuando los dos hablan y luego vuelven a "encontrarse". Esto es lo que me gusta de este capítulo, bueno hay más cosas como tu prosa, pero eso es lo que más destaca.
Ahora lo malo:
Pues que al poco de leer, entre los dos, el celestial y el curandero, ya se be que se escapará... mmm demasiado previsible. Ponle alguna "zancadilla" ya que por lo menos le cueste más o digamos, pobre ahora que parecía que se escapaba...a no que si que se escapa.
También me pareció algo pobre cuando se mete entre las calles, patio y demás de la ciudad, no se demasiado rápido y escaso de "imágenes" con las que pueden darse en una ocasión de estas, y más con toda tu calidad en esa pluma.
Por lo demás, una prosa que se lee muy bien, diálogos de altísima calidad y que quedan algo, algo ensombrecidos por la historia en si, aunque eso ya es mi punto de vista.
Saludos Momo.


RE: [Fantasía épica] Infierno de dioses - 1.La reina desvalida - Aljamar - 16/03/2017

Hola Momo!

Hace tiempo que quería leer el nuevo material pero no he tenido mucho tiempo!  Dodgy

De momento te comento sobre el final del capítulo II, que todavía voy por ahí.

En general, me reitero en mi anterior comentario:

1. demasiadas miserias seguidas para nuestro pobre Arjesen  Sad

2. demasiadas escenas seguidas que no hacen avanzar la trama, aunque creo que el objetivo que tienes es mostrar que todos sienten lástima por el chaval

3. aunque kaoseto me refresco el motivo de su docilidad, y lo cuentas explícitamente al final del capítulo... eso explica parte de su comportamiento... pero aun así me resulta chocante que no sienta curiosidad, que no pregunte a nadie... q no se dé cuenta de que es especial. Por ej. en la conversación con Dewrer...

Tómate esto como reflexiones muy quisquillosas, en su conjunto la historia me parece muy buena! Poco más que decir; destaco el final del capítulo, como cuentas la reacción de Arjesen y su lucha interior.  Wink

He visto que ahora cambiamos de personaje. ya te diré si se mantiene el tono o parece demasiado brusco...

Saludos, nos leemos!


RE: [Fantasía épica] Infierno de dioses - 1.La reina desvalida - fardis2 - 16/03/2017

Buenas compañera, pues ya estamos aquí de nuevo con la primera parte de El Bufón.
La narrativa sigue siendo fluida y amena, en algunos puntos directa, lo cual me gusta mucho de ella. A pesar de que es un texto denso, (me refiero a que está todo en dos párrafos) se me ha hecho muy ligero. Como sugerencia, yo repartiría en trozos las escenas en que el bufón está despierto, haciendo que se note más que ha habido un intervalo de tiempo entre una escena y otra. Me explico, así del tirón, a mi parecer, no logras transmitir tan bien los desmayos y reincorporaciones del muchacho. Es una opinión personal más que nada. En general me ha parecido un texto más reflexivo, donde conocemos un poco más las vicisitudes del Bufón. Un saludo y nos leemos.


RE: [Fantasía épica] Infierno de dioses - 1.La reina desvalida - Aljamar - 30/03/2017

Buenas Momo!

Hace un tiempo que leí el capítulo 3, pero todavía no había tenido tiempo...

Sobre todo, quiero señalar que el cambio de personaje me parece muy acertado, aunque no sale desde la introducción y no sé si alguien (yo no, ¿eh?) se puede despistar...

Yendo al texto en sí, me parece muy bueno, en línea con lo anterior. Lo único que podría criticar es la escena de la huida de Ferenwir a través del techo, se me hace algo confusa. También me parece extraño que con todo el jaleo que monta destrozando la celosía de madera nadie de fuera se asome a ver qué pasa.  Confused  Y por otro lado, cuando leí que se tiraba por el acantilado, me imaginé que daba al mar... y después al leer lo de las ramas, me descolocó bastante, la verdad...  Huh

Cambiando de tema, sobre toda la parte anterior, de Arjesen, que hemos cerrado, quería señalar dos cosas en global:
- el supuesto ambiente 'opresivo' y 'agobiante' no me ha parecido un problema para mí, mis comentarios han ido más bien porque la trama/acción no avanzaba y parecía que se estaba estirando demasiado la situación de Arjesen, recreándose en situaciones en cierta manera repetitivas/intrascendentes
- dicho lo anterior, también quiero destacar toda la recreación que supone cada una de las escenas/aventurillas del chaval: la taberna, la herrería, la fuente, el lavadero... parece un tour virtual por el interior de un castillo  Big Grin  Big Grin muy bien logrado todo eso!

Nada más, de momento! Nos leemos!