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[Fantasía Epica] Ciclo del Sol Negro - Parte I: El Creador de Muñecas - Printable Version

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RE: [Fantasía Epica] Memorias de Aret - fardis2 - 28/02/2015

Buenas Anzu aquí estamos de nuevo con introducción al compendio histórico de Aret. La verdad es que me ha gustado como has ido ilustrando tu mundo desde el comienzo, alternando sucesos de (nuestra historia) con ideas originales tuyas y si no me equivoco (que suelo hacerlo mucho) con algo de mitología nórdica. En términos generales me ha atraído una introducción de estas características. Ahora que conocemos más donde se va a desarrollar la historia, probablemente nos será más fácil conectar tanto con sus personajes, como con el entorno en el que se desarrollará. A ver como continua ya que vas muy bien. Un saludo y nos leemos


RE: [Fantasía Epica] Memorias de Aret - Anzu - 04/03/2015

Continuando con la historia... tuve un par de problemas a la hora de plantearme como iba a aparecer Teofrastus, y eso fue lo que me hizo tardar a la hora de escribir este capitulo. Espero que les guste y gracias por los comentarios, aunque no lo parezca los estoy tomando en cuenta.




I:
Las tres reglas



La niebla se arremolinaba entre los árboles del Bosque Viejo como un misterioso velo blanco mientras los rayos del sol comenzaban a salir detrás de la Cordillera del Dragón. Habiendo dormido incómoda a los pies de un enorme roble, Fara empezaba a cuestionarse la idea de haber huido de la cálida y confortable mansión de Olibus. Se encontró sola en medio de la arboleda donde, según contaban los campesinos de la región, sólo los bandidos y las criaturas de las sombras caminaban en esos tiempos de caos y confusión. Miró en todas direcciones en busca de Alegast y no vio más que la rojiza alfombra de las hojas otoñales que empezaban a caer de las ramas de los árboles. Pensó en la posibilidad de que el elfo ladrón la hubiese abandonado allí como comida para esos seres oscuros, habiéndole jugado una cruel broma o determinándola no apta para ser su compañera. Y pensar en esto último, más que angustiarla le causaba frustración.

—Veo que por fin despertaste, lhiannan —escuchó la sonriente voz del elfo venir de detrás del roble y su corazón saltó de alegría cuando lo vio salir de los matorrales.

Se sorprendió al percatarse de que esta vez no tenía problemas para verlo. El aura misteriosa que lo rodeaba la noche anterior parecía haberse esfumado y salvo por las puntiagudas orejas y sus sobrenaturales ojos azules, Alegast podía pasar por un humano cualquiera. El elfo traía en sus manos un par de conejos gordos que casi de inmediato fueron puestos al fuego, que Alegast conjuró con mucha facilidad. La maga se fijó también en que el elfo había traído consigo algunas pieles para dormir, aunque no dijo de donde las había sacado cuando la joven le preguntó por ello.

—¿Y cuándo quieres empezar con el aprendizaje? —fue la respuesta que le dio, mientras mordisqueaba un trozo de carne.

—No sé… digo, ni siquiera sé adónde es que vas —suspiró ella mientras con mirada perpleja lo veía comer—. Siempre creí que los elfos solo comían frutas y verduras —añadió espontáneamente.

—Y algunos de los míos lo hacen, lhiannan, pero yo no me considero muy tradicionalista  —río él—. En cuanto a dónde voy, mi destino está más allá del Lago Amaril.

Fara palideció al escuchar ese nombre. El Lago Amaril era un lugar que la gente del valle evitaba. Los campesinos decían que el bosque al sur del lago, al que llamaban por el peculiar nombre del “Bosque de la Carne”, estaba plagado por muertos que caminaban como los vivos y las horrendas criaturas que se alimentaban de ellos. Desde pequeña siempre le habían dicho que nunca viajase hacia el sur, así que el solo contemplar la idea le revolvía el estómago.

—¡Oh, no te preocupes! No iremos allí hasta que no aprendas a defenderte por ti misma —Alegast no pudo evitar soltar una carcajada al ver el rostro de la humana.

Luego del desayuno caminaron hacia el sureste, siguiendo el sendero que iba a Valeholm, pueblo de superchería, cultos paganos y peligrosas ideas de libertad. Por el camino se podían ver cadáveres abandonados que servían de alimento a los buitres, quienes sobrevolaban en círculos sobre ellos. Fara se cubrió la nariz con rapidez, tanto por asco como por miedo, pues lo más probable es que aquellos miserables hubieran muerto no por la espada sino por la maldita plaga, que desde el inicio de  la guerra había aniquilado a más víctimas que la misma contienda. Además del miedo a la plaga la maga tenía otra preocupación. De vez en cuando miraba hacia atrás, imaginando ver a los soldados al servicio de su antiguo tutor persiguiéndolos para recuperar el grimorio que ella había tenido el descaro de robar de la biblioteca de Olibus.  

—Tienes razón —contestó Alegast cuando ella le expuso su miedo—. Lo mejor es evitar el sendero y adentrarnos en el bosque.

Aunque no le gustó para nada la idea, Fara aceptó. Al fin y al cabo fue ella la que había dicho que el sendero no era seguro. Se internaron en el frondoso bosque, agitando a la población de pequeñas criaturas que se dejaban escuchar con más frecuencia de lo usual o se escondían entre la maleza velozmente. Si tenía alguna duda con respecto a su decisión de haber escapado de la mansión de Olibus, en ese momento se disipó. Allí donde mirara veía cosas que para ella eran nuevas y maravillosas: los árboles rodeados por un mar de volutas azules, las pocas hadas que aún vivían en la región, que se ocultaban entre los matorrales pero la miraban con recelo, los pequeños animales que huían cuando la veían acercarse, los senderos ocultos decorados con extrañas setas que solo Alegast parecía conocer; y con el corazón extasiado Fara se dijo que había tomado la mejor decisión al haber aceptado la invitación del elfo.

—Bueno, ¿qué tanto te enseñó ese mago de pacotilla? —Alegast preguntó repentinamente mientras caminaban.

—Casi todo lo básico — respondió ella de forma automática. Miró al elfo y vio en su rostro que esa respuesta no le había satisfecho —. Bueno, me sé de memoria las teorías de la arcanodinámica y la transmutación elemental básica, y también sé algunos hechizos menores, como el que te permite mover cosas pequeñas con tu voluntad o invocar volutas de luz. Ese último lo aprendí por mi cuenta  —añadió bastante orgullosa.

—¿Teoría de la qué? Es la primera vez que escucho algo como eso… —comentó Alegast visiblemente desconcertado—. Bueno, no importa. Ya sabes cómo manipular la energía arcana, eso nos ahorrara días de entrenamiento. Ahora solo hay que encontrar el lugar indicado para comenzar.

Caminaron hasta que el sol alcanzó su cenit, y cuando llegaron a un claro del bosque encontraron el lugar que Alegast determinó era el más apto para su entrenamiento. Se trataba de una mansión abandonada cerca de un monte del cual descendía un pequeño y ruidoso arroyo de aguas verdosas.

La mansión era enorme, quizá una finca que perteneció a algún noble pero que fue abandonada cuando comenzó la guerra, decorada con ostentosas estatuas y un enorme patio que tenía un jardín que en su momento fue el orgullo de la casa. En el centro de este se encontraba la estatua de Zoliat, el dios-sol de los humanos, de cuerpo humanoide y cabeza con forma de estrella, mirando al vacío con su ciclópeo ojo vertical. Las paredes de la mansión eran de colores suaves y las ventanas tenían marcos dorados y contraventanas marrones, decoradas con relieves de un estilo que Fara no lograba reconocer.

Luego de haber descansado un rato, Alegast encendió una fogata cerca del arroyo y le pidió a Fara que se quitara las botas y entrase en el agua hasta que esta le llegase a las rodillas.

—¿Por qué? ¡El agua está fría como los mil demonios! —rezongó la chica mientras la tocaba con la punta de los dedos.

—Porque es esencial para que entiendas lo que quiero enseñarte, lhiannan —le dijo él mientras le sonreía con picardía.

Mientras la chica entraba en el arroyo maldiciendo entre dientes, el elfo tomó una vara de la maleza y empezó a garabatear en el aire cosas en élfico y en dugoverano, el idioma predominante del Imperio. A los ojos de Fara, las letras resplandecían en un tono azulado, aunque las podía ver con claridad pese a la luz que emitían. Una vez ella estaba en la posición que él estimaba era la correcta, Alegast le pidió que se quedara quieta y empezó a hablar sin esperar a que la chica pudiese preguntar algo y menos rezongar otra vez.

—La magia es más que formulas y teorías —explicó él—. Eso es algo que ustedes, los humanos, crearon luego de descubrir que tenían la capacidad para usarla, pero no es algo que sea realmente necesario para hacerlo. Sin embargo, si tuviésemos que usar reglas para explicar cómo funciona, los magos de mi Pueblo dirían que solo necesitamos tres. ¿Ustedes, los magos humanos, conocen los tres principios fundamentales de la magia?

—No que yo recuerde —respondió la chica con la voz temblorosa por el frío. «Eso o ya se me olvidó», pensó dubitativa.

—Muy bien, empecemos por el primero —dijo Alegast señalando un grupo particular de los símbolos que había escrito—. La magia es la fuerza primigenia que da vida a todo lo que existe en el universo. Nosotros, los animales, las plantas, la tierra misma; las estrellas y el sol. Todo existe porque la magia lo mantiene. Usar magia, por lo tanto, significa que estas utilizando esa fuerza para tus propios fines, y eso tiene consecuencias. El precio que pagamos por usar nuestro don es acabar con la energía misma que nos mantiene con vida.

»Normalmente consumimos nuestra propia fuerza vital cuando utilizamos algún conjuro y aquellos que son muy descuidados incluso podrían acabar por matarse a sí mismos justo después de haber desatado cualquier magia que hayan conjurado. Por eso mismo los hechizos normalmente han sido diseñados para no matarnos accidentalmente. Al conjurar hechizos especialmente poderosos tomamos la energía que nos haga falta de otras fuentes, como la tierra bajo nuestros pies o las plantas. Lo que significa que si nos excedemos en nuestros cálculos, el terreno al cual hemos privado de su energía quedará estéril, inerte.

Fara asintió seriamente. Aún con el agua fría calándole los huesos, había entendido muy bien lo que Alegast quería enseñarle. Algo que Olibus le había inculcado también: que debía ser cuidadosa a la hora de utilizar el Arte.

—El segundo principio nos dice que la magia es parte de la naturaleza y por ende, no puede irse en contra de las leyes que la rigen. No puedes crear algo de la nada. La magia solo funciona transformando algo que ya está en nuestro mundo.

—¡Un momento! —exclamó Fara de repente, con una expresión de confusión en el rostro—. ¿Entonces como es que podemos crear lluvias de fuego o convertir el hierro en oro?

—Eso es simple. Este principio nos dice que “no podemos irnos en contra de la naturaleza”, y en esos casos no lo estamos haciendo. La lluvia de fuego la puedes causar porque hay ciertos elementos invisibles en el aire que al ser modificados se convierten en fuego. Creo que tus magos humanos saben más acerca de tales cosas que yo. Por la misma razón, cambiar hierro en oro es posible, pues ambos son metales que se encuentran bajo la tierra.

»El segundo principio lo que nos indica es que solo podemos usar la magia para transformar los elementos que nos ha dado la naturaleza, pero no podemos hacer algo que no ocurra de forma natural. No puedes crear comida de la nada, o usar tierra para crearla. Pero si podrías convertir las plantas en pan, pues es algo que se puede hacer sin magia con un proceso más largo.

»Y el ultimo principio, que está muy relacionado con el segundo, es que no puedes usar magia para crear algo que no entiendas. No puedes invocar fuego, por ejemplo, si antes no has entendido su forma y propiedades. Es decir, que primero tienes que conocer algo si lo quieres transformar con magia.

—Ese estuvo más fácil de comprender que los demás… —expresó Fara decepcionada.

—Bueno, es que nunca he sido bueno para expresar este principio con palabras, así que prefiero que lo aprendas por tu cuenta. Cierra los ojos y haz lo que te diga.

Fara asintió, algo nerviosa, pues aunque era buena a la hora de entender la teoría, cuando debía aplicarla no era tan talentosa. Cerró los ojos y se concentró en las palabras de Alegast.

—Para usar la magia no solo necesitas usar tu intelecto. También debes sentir la energía que emana de todo ser vivo, que emana desde tu interior. Olvida las fórmulas y conjuros, olvida aquello que tu maestro te enseñó. Empieza desde la nada, como cuando eras pequeña y podías ver luces azules que los demás no.

Fara se concentró en buscar tal energía, tratando de mantenerse enfocada a pesar del frío del agua y los ruidosos pensamientos que ahora inundaban su mente. Tardó varios minutos en hacerlo, pero luego de concentrarse lo suficiente pudo sentir la energía mágica de la que tanto hablaba Alegast, una fuerza que crecía desde su plexo solar y subía por su cuerpo hasta llegar a su frente, de donde se proyectaba al infinito como una erupción. Se sintió envuelta en un mar de resplandor azul que bañaba su cuerpo como una cascada de luz. La luz seguía proyectándose más y más, formando raudos caudales que lo envolvían todo: el bosque, la mansión, el río, incluso a Alegast, quién volvía a verse envuelto en la luminosa aura que tenía la noche anterior; y una extraña sensación de estar sumergida en un mar de electricidad estática que le ponía la piel de gallina la embargaba terriblemente. Toda esa energía, el poder creador de los mismos dioses, rozaba su piel con la suavidad de la seda al mismo tiempo que parecía hundir su cuerpo en el arroyo con el peso de una montaña.

—¿Qué hechizo te gustaría probar ahora? —escuchó la tranquila voz del elfo retumbar entre las corrientes de magia.

—No sé… —contestó ella indecisa. De todos los hechizos que quiso aprender en la mansión de Olibus ahora no sabía por cuál empezar.

¿Invocar a un demonio del etéreo? Posiblemente no podría controlarlo. ¿Quizá hacer levitar una roca enorme? No, no era nada llamativo. ¿Lanzar una bola de fuego? Su mente se deleitó ante esta posibilidad. El fuego rojo que tan esquivo le había sido ahora estaba al alcance de su mano.

—Entonces concéntrate en eso —le dijo Alegast cuando ella le manifestó su idea—. Trata de recordar lo que sientes cuando acercas tus manos a una fogata. Aférrate al recuerdo del calor del fuego en tus manos. Visualiza las llamas emanar desde aquel calor. Enfoca todo tu espíritu en eso, concéntrate en esa idea hasta que seas capaz de hacerla realidad. En eso consiste el tercer principio.

Tardó mucho en poder recordar el calor de las llamas y le sorprendió haber olvidado tan fácil algo que había sentido todos los días. Pero una vez que esa sensación apareció en su mente se aferró a ella con toda su voluntad. Al cabo de un rato el calor en sus manos parecía real y de repente sintió que estas se quemaban. Al abrir sus ojos vio cómo sus manos estaban envueltas en llamas rojas —las dichosas llamas rojas que tanto le había costado dominar unas pocas horas atrás— y el susto hizo que perdiese la concentración y el hechizo se disipó, mientras ella caía de espaldas al agua.

—Lo has hecho bastante bien para ser tu primera vez —la felicitó Alegast mientras le ayudaba a levantarse—. Continúa practicando con el mismo empeño y en poco tiempo serás capaz de dominar el fuego por completo, lhiannan.

—¿Y para qué me hiciste entrar en el agua? Hubiera podido invocar el fuego sin necesidad de pasar frío —preguntó ella, aún sin ser capaz de asimilar lo que había logrado.  

—Bueno, creí que eso te ayudaría a mantenerte enfocada en mis palabras. No había ninguna razón esotérica o algo así —contesto él maliciosamente.

Alegast no pudo evitar soltar una carcajada al ver la cara de enfado de la chica al escuchar tamaña respuesta. Sin embargo, el mal humor desapareció pasados unos minutos, cuando Fara se convenció al fin de que lo había logrado, había invocado el dichoso fuego rojo que tantas veces la había frustrado. Ese pequeño éxito la entusiasmó bastante y el resto de la tarde se la pasó practicando el mismo hechizo hasta el cansancio.


Al caer la noche se instalaron en la sala de la mansión, cerca de la chimenea y el enorme ventanal que daba al patio. Los muebles que encontraron estaban podridos y llenos de insectos, y tuvieron que llevarlos a los pasillos para que el olor no les fastidiase mientras dormían. Pese a que tendría que acostarse de nuevo en el suelo, Fara agradeció que al menos esta vez no le tocara dormir a la intemperie. Acomodaron las pieles para dormir cerca de la chimenea, que para deleite de la chica había sido encendida con su magia.

—¿Por qué viajas a ese lago? —preguntó ella mientras se acurrucaba entre las pieles, asegurándose de no pronunciar el nombre en voz alta.

—Hay algo ahí que le pertenece a mi Pueblo y pretendo recuperarlo —contestó Alegast mientras masticaba las bayas que habían conseguido para la cena.

—¿Recuperarlo? —preguntó ella perezosamente.

Alegast se mantuvo en silencio por un rato, mirando fijamente el bailoteo de las llamas. Hablar de su pasado siempre le traía recuerdos, algunos que desearía poder olvidar.

—Mis ancestros lo dejaron ahí cuando abandonaron las tierras de los humanos —con ancestros quiso decir “padres”, pero prefirió no mencionarlo—. Fue por eso que te…

Fara no había escuchado esa parte, se quedó dormida en ese instante. Alegast la cubrió con las pieles y sonrió. Se había esforzado mucho practicando toda la tarde y era normal que estuviese tan cansada. En cierto modo le recordaba al guerrero que lo había ayudado cuando el despertó del eterno sueño de los elfos.

—Estoy seguro de que él no hubiera aprobado esto —susurró mientras acomodaba las pieles que usaría para dormir.

Pasaron varios minutos hasta que el silencio reinó en la mansión, interrumpido de vez en cuando por el crepitar de la madera quemándose. Fue en ese momento en que el gato de ojos amarillos salió de su escondite. Su pelaje negro hacía que se confundiera con las sombras que reinaban en los solitarios pasillos y sus mullidas patas le permitían moverse ágil y silenciosamente. Se agazapó al llegar a la puerta y caminó muy lentamente en dirección del bolso de la niña, mirando de reojo al elfo antes de avanzar.

—Yo me detendría si fuera tú  —dijo Alegast cuando la criatura se encontraba a mitad de su camino—. Brillas demasiado para ser un gato.

El pelaje del animal se erizó mientras de un salto se puso en frente del elfo, preparándose para atacarlo en cuanto bajara la guardia. Ambos se miraron a los ojos por unos segundos antes de que el gato adoptara una posición más relajada.

—Eso se debe, mi buen señor elfo —enunció la criatura con impecable dicción—, a que vuestro siervo, aquí presente, no es un simple felino, sino un individuo de alta alcurnia y mandato, reducido por malhayada vicisitud a su estación presente. Un alma espléndida, que disfruta la distinción de ostentar la honorable identidad de Teofrastus Bombastus, Muy Magnificente Mago de la Corte del Emperador Philene, primero en su nombre, que el gran dios-sol le tenga en su gloria —el gato hizo una rebuscada reverencia al terminar de hablar.

Alegast le regaló una mirada de escepticismo mientras el gato se movía en dirección a Fara. Sus movimientos eran bastante refinados, más que los de un simple animal, y sus ojos reflejaban una inteligencia muy humana, pero bien podría tratarse de un demonio o algo peor. No era pecado ser demasiado precavido cuando se trataba con bestias mágicas. El gato estudió a la joven con silenciosa curiosidad y luego volvió su mirada al elfo.

—Tenía por seguro que todos los de vuestra noble estirpe os habíais ido hace mil años, jurando no volver jamás a las tierras de los humanos —ronroneó—. Sin embargo, hoy me he llevado la mayor de las sorpresas, cuando veo a uno enseñándole a esta jovencita los pormenores de la más elevada de todas las profesiones, el Arte. ¿No es difícil enseñar a un humano? Es harto sabido que nosotros nunca podremos manipular la magia de la misma forma que lo hacen las razas más antiguas.

—Bien, ¿entonces realmente estás convencido de que eres… o mejor dicho, eras un humano? —habló al fin Alegast, arqueando una ceja.

—En efecto, mi buen señor —contestó el gato con ínfulas de grandeza.

Afuera el viento comenzó a ulular y las nubes ocultaron el cielo estrellado, mientras la niebla movía sus dedos como tentáculos blancos alrededor de los árboles. Una oleada de energía arcana golpeó a Alegast con una sensación de desasosiego, y un instante después el pelo del gato se había erizado, como si esperase que algo malo fuera a ocurrir.

—Te recomiendo que apagues el fuego, mi buen amigo élfico. Si no hacemos ruido estaremos seguros aquí —dijo Teofrastus en voz baja.

De pronto se oyó un chillido agudo y extraño, y el elfo comprendió que aquel bosque ya había sido contaminado. Haciendo caso al consejo del gato, con solo mover sus manos extinguió rápidamente el fuego. La criatura emitió un agudo berrido y con eso ambos supieron que estaba bastante cerca de la mansión, quizá al otro lado del arroyo.

—¿Qué fue eso? — despertó sobresaltada Fara, pero lo primero que vio fue a Alegast haciéndole un gesto para que se callara.

La chica se levantó en seco, bastante nerviosa, y revisó con la mirada la habitación. Se percató de la presencia de Teofrastus, pero se limitó a guardar silencio. Todos habían centrado su atención en la ventana, y el elfo se asomó cautelosamente por esta, mirando en dirección al arroyo durante unos minutos. No pudo ver nada debido a la niebla que ahora invadía por completo los alrededores, y por un instante que pareció eterno creyeron que la criatura se había internado nuevamente en lo profundo del bosque.

—Parece que ya se fue —susurró Fara temblorosa mientras lentamente salía del envoltorio de pieles donde se había quedado dormida.

De improvisto se oyó un suave sonido deslizante y, después, un sonoro salpicón de algo que se metía en el arroyo. Aún con la espesa niebla, Alegast pudo distinguir la silueta de una criatura que olfateaba el aire en dirección a la mansión. Lo más probable es que hubiese percibido el olor del humo de la fogata o hubiera escuchado a Fara cuando se despertó, aunque también podía simplemente estar buscando alguna presa desprevenida. Sea como fuere, no podía dejar que Fara muriese ahí. Aún la necesitaba. Tras esperar precavidamente unos instantes se levantó y se encaramó en el marco de la ventana.

—Cuídala, pues si es cierto lo que dices, es una de los tuyos —dijo con seriedad mirando al gato y sin perder más tiempo saltó hacía el jardín.

La criatura emitió un berrido al percibir el sonido que el elfo hizo al caer al suelo y se movió velozmente hacía su presa, saliendo de la cortina de niebla que la había mantenido oculta y revelando por fin su tenebrosa apariencia. Se trataba de una especie de oso hecho de madera y huesos, con un exageradamente grande cráneo lupino cubriendo su cabeza y pequeños ojos rojos entre las cuencas craneanas vacías. Al abrir sus fauces, detrás de la intricada fila de enormes colmillos afilados, una segunda hilera de dientes, parecidos a los dientes de un humano, se dejaban ver en la oscura boca del extraño animal. Sus extremidades estaban cubiertas por una gruesa capa ósea, terminando en alargadas garras con uñas tan filosas como pequeñas navajas que chorreaban un viscoso liquido negro que infectaba el suelo con vetas de una putrefacta sustancia amarillenta. Su torso consistía en un armazón de hueso parecido a las costillas humanas y estaba reforzado con espinas de madera negra que salían de entre los huesos.

La bestia se abalanzó sobre Alegast rugiendo ferozmente pero este logró esquivarla con un ágil movimiento, haciendo que se estrellara contra un par de estatuas del patio, pulverizándolas por la fuerza del impacto. Desde la relativa seguridad de la mansión, Fara miraba aterrada cómo Alegast se encontraba solo, luchando por su vida.


RE: [Fantasía Epica] Memorias de Aret - landanohr - 04/03/2015

Buenas Anzu!

Pues buen primer capítulo. Lectura amena, y avance fluido del argumento. Destaco especialmente la forma de escribir en la que te "saltas" ciertas frases o ciertos diálogos y pasas directamente a los hechos; hace que la lectura sea muy dinámica.

En cuanto al capítulo, vamos viendo que el elfo (como era obvio) tenía un interés oculto al llevarse a Fara, pero al menos parece que se preocupa por ella. Interesante la idea del gato-mago y bastante curiosa la criatura; parece que este va a ser un mundo bastante rico en su originalidad.

La aparición de los mercenarios ha sido de momento bastante fugaz, pero sospecho que igual llegan a tiempo para echarle una mano a Alegast; y si no es así igualmente me da la impresión de que van a contar con su propia parte en la historia.

En resumen, bastante bien y esperando a ver cómo continúa.

Por último te dejo unas notas de la lectura:
(04/03/2015 09:32 AM)Anzu Wrote: La maga se fijó también que el elfo había conseguido algunas pieles para dormir y aunque se preguntaba de dónde las habría sacado se dijo para misma que la respuesta era demasiado obvia: las habría robado a alguien más.

—¿Y cuándo quieres empezar? — preguntó Alegast para romper el silencio mientras mordisqueaba un trozo de carne.

—Y algunos de los míos lo hacen, pero yo no me considero muy tradicionalista  — rió él —. En cuanto a dónde voy, mi destino está más allá del Lago de las Almas perdidas.

Ya sabes cómo manipular las corrientes arcanas, eso nos ahorrará días de entrenamiento.

Aquella era una mansión enorme, quizá una finca que perteneció a algún noble, decorada con ostentosas estatuas y un enorme patio que tenía un jardín que en su momento fue el orgullo de la casa.

Al principio fue solo un cosquilleo, mientras sentía cómo una especie de onda sónica atravesaba el vacío del cielo y la envolvía en una cúpula de silencio.

—No sé… — contestó ella indecisa. De todos los hechizos que quiso aprender en la mansión de Olibus ahora no sabía por cuál empezar.

Al abrir sus ojos vio cómo sus manos estaban envueltas en llamas rojas —las dichosas llamas rojas que tanto le había costado dominar unas pocas horas atrás— y el susto hizo que perdiese la concentración y el hechizo se disipó, mientras ella caía de espaldas al agua.

—Lo has hecho bastante bien para ser tu primera vez —la felicitó Alegast mientras le ayudaba a levantarse —. Continúa practicando con el mismo empeño y en poco tiempo serás tan poderosa como los magos pomposos del Imperio.

Su pelaje negro hacía que se confundiera con las sombras que reinaban en los solitarios pasillos y sus mullidas patas le permitían moverse ágil y silenciosamente.

—Para es bastante fácil percibir las auras mágicas incluso cuando estoy dormido.

el gato hizo una rebuscada venia al terminar de hablar —. Y pese a mi actual condición, soy… o más bien, fui un humano — añadió con un gesto que pareció ser una sonrisa melancólica.

Alegast le regaló una mirada de escepticismo mientras observaba al gato moverse (¿lo observaba moverse?) en dirección a Fara.

—Dime qué has visto, híbrido — dijo uno de los mercenarios, de bigote puntiagudo y ojos vivaces.

Si dejamos que continúe en esa dirección llegará al Bosque de la Carne y perderemos completamente su rastro.

Tras esperar precavidamente unos instantes, se levantó, tomó la daga y se encaramó en el marco de la ventana.

Desde la relativa seguridad del cuarto en la segunda planta de la mansión, Fara miraba llena de una aterradora sorpresa cómo Alegast se encontraba solo, luchando por su vida.

Iep!


RE: [Fantasía Epica] Memorias de Aret - Anzu - 12/03/2015

Gracias por las correcciones, es algo que siempre tomo en cuenta.



II
La criatura de la niebla

El joven de cabello azabache escudriñó el sendero por última vez, tratando de dilucidar el camino que había tomado la criatura y luego hizo señas a sus dos compañeros para que se acercaran. Los mercenarios se movieron cautelosamente, pues temían que la bestia aún siguiera cerca. La venían persiguiendo desde Valeholm hacía tres días y ya habían perdido a varios de sus miembros la primera vez que la enfrentaron. Aquellos hombres portaban la insignia de un grifo con las alas extendidas, lo que los identificaba como miembros de la Compañía de los Grifos Blancos, un gremio de mercenarios bastante conocido en aquella región.

—Dime qué has visto, híbrido —dijo uno de los mercenarios, de bigote puntiagudo y ojos vivaces.

El joven le devolvió la mirada con furia contenida y el mercenario se sobresaltó y retrocedió instintivamente. Los híbridos eran temidos por su temperamento irascible y su predisposición para armar peleas por cualquier cosa. El joven apretó los dientes, suspiró y trató de calmarse, mientras volvía su atención al sendero. Le disgustaba que lo llamasen así, aunque era cierto que su padre no fue humano. Sus ojos rojos eran prueba suficiente de ello.

—Pasó por aquí —dijo parcamente—. Creo que se dirige al arroyo que se encuentra más al sur.

El mercenario bigotudo lanzó un juramento en voz baja y después silbó dos veces seguidas, hizo una pausa y silbó una tercera vez. Se oyeron los ruidos producidos por los cascos de caballos moviéndose entre las hojas secas y al cabo de un rato el resto de la Compañía, compuesta por una docena de veteranos de la guerra, se dejó ver entre la niebla.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no avanzamos? —preguntó entre dientes Oleg, el “ingeniero” de la Compañía, mientras se bajaba de su caballo.

Oleg era un duergar —o enano, como los humanos llamaban a su raza—, un tipo robusto y musculoso, de piel trigueña y cabello castaño. De barba inusualmente descuidada y nariz aguileña, sus ojos negros como el carbón demostraban que había pasado por experiencias poco placenteras a lo largo de su vida. Su cabello estaba recogido en una greñuda cola de caballo y las entradas en su frente demostraban que estaba por cumplir el siglo de edad. Oleg era el encargado de la creación y mantenimiento de los diferentes artilugios mecánicos por los que eran famosos los Grifos Blancos, entre ellos los “cañones de mano” —o como él los llamaba, gonnes—, un tipo arma de fuego portátil, tecnología por la que los duergars eran reconocidos en todo el Imperio.

—El rastro se dirige hacia el sur —contestó secamente Uruz, el híbrido.

—Si dejamos que continúe en esa dirección llegará al Bosque de la Carne y perderemos completamente su rastro. Debemos acelerar el paso lo más que podamos. Es imperante que le demos caza a esa… “cosa”, antes de que vuelva a pasar algo como lo que ocurrió en Valeholm —dijo entonces el líder de los Grifos.

Aquel era un guerrero de casi dos metros y de facciones refinadas, lo que revelaba que su sangre era de noble linaje. Rubio, ojiverde, con cicatrices en los brazos y en la cara, lo que indicaba que era un veterano de viejas batallas, aunque por su apariencia podía verse que estaba en su treintena. Portaba una armadura ocre con el símbolo del grifo alado en su peto, que resaltaba al estar equipada con púas en las hombreras y guanteletes, y un yelmo astado, cuyos cuernos estaban doblados hacía adelante como la cornamenta de un toro.

—Lord Randall, la noche está muy avanzada y los caballos están agotados. Quizá deberíamos… —replicó Lia, una joven de pecho generoso y cabello lacio leonado.

—Randall, a secas —interrumpió él con un refinado pero cortante ademán—. Dejaremos a los caballos aquí con las provisiones, así que elige a los que se quedaran vigilando el campamento. El resto, muévanse. No nos queda tiempo si no queremos que esa criatura se nos escape.

La chica asintió e hizo un ademán con su brazo derecho, a lo que los demás mercenarios se reunieron y comenzaron a montar el campamento. Aquellos que fueron escogidos para acompañar a Randall reiniciaron la peligrosa cacería, moviéndose tan rápido como podían entre la espesa niebla que ahora cubría por completo al Bosque Viejo.



La gigantesca mole estiró su brazo como si fuese un látigo y luego atacó con tal fuerza que uno de los muros de la casa se vino abajo, mientras Alegast esquivaba ágilmente los escombros, escribiendo en el aire con su mano derecha, invocando letras de resplandeciente color dorado, pero la bestia arremetió nuevamente interrumpiendo el hechizo y forzando al elfo a continuar dando volteretas y cabriolas para esquivar sus ponzoñosos ataques, pues el líquido que manaba de las garras del animal derretía todo lo que tocara como si se tratara del más corrosivo de los ácidos.

Fara y Teofrastus observaban la batalla, y la maga no podía evitar aferrarse al marco de la ventana cada vez que las enormes garras de la bestia destruían las baldosas del patio, haciendo retumbar la casa con cada uno de los pesados golpes. Se sobresaltaba cada vez que veía a Alegast moverse de un lado a otro, demasiado ocupado esquivando las garras para poder culminar el conjuro que había empezado a moldear.

Este a su vez estudiaba a la criatura, mirando detenidamente sus movimientos y el aura oscura que irradiaba, emponzoñando el aire alrededor de la bestia. Repentinamente saltó directo a sus horrendas fauces —haciendo que un horrible nudo se amarrase en el estómago de Fara— y luego evocó un par de volutas luz directamente en sus ojos, paralizando a la bestia en el acto. Con una sonrisa en el rostro, Alegast tomó distancia brincando hacia atrás ágilmente.

—Golem —dijo entonces él—. No eres más que una marioneta, un muñeco hecho con los cadáveres que ahora abundan en los caminos.

La criatura recuperó la movilidad lentamente, dando los espasmódicos movimientos de un cuerpo muerto que trata de recuperar la vida, al mismo tiempo que dejaba escapar un asqueroso sonido gutural de su garganta. Sus ojos se volvieron a posar en el elfo y emitieron un rojizo resplandor, en el que se reflejaba el hambre insaciable de los no-muertos. Alegast por su parte sacó una roca negra de uno de sus bolsillos y conjuró nuevamente un hechizo, invocando letras doradas que formaron un círculo mágico en el aire. Esta vez la criatura aguardó, olfateando en dirección al elfo.

Claíomh Deamhan —al terminar el conjuro incrustó la roca en el centro del círculo mágico y luego la haló lentamente hasta que la roca se transformó en un mango hecho de un metal negro, instante en el cual el elfo tiró con fuerza y rapidez, sacando de la nada una espada de hoja ondulada cuya guarda estaba decorada por un somnoliento ojo verde que posó su mirada en el golem.

—Puede transformar cosas en armas, ¿así de potente es la magia de los elfos? —dijo Fara con la voz entrecortada, emocionada y nerviosa al ver la magia de su nuevo tutor en acción.

—En realidad está usando la roca como si fuese un foco —comentó tranquilamente Teofrastus, ajeno a la expresión de terror que se manifestó en la cara de la niña cuando esta se dio cuenta de que el gato podía hablar.

—¿Un foco? —tartamudeó ella, ignorando aquello, más intrigada por la magia del elfo que por otra cosa.

—En efecto, mi joven colega. Un objeto que ayuda a canalizar la magia y amplifica la habilidad para conjurar hechizos de su portador. Todos los magos que se dignen de serlo poseen uno.

En el patio, la bestia se abalanzó de nuevo contra el elfo, pero falló porque Alegast esquivó rápidamente el garrotazo, el cual destruyó en su lugar la estatua del dios-sol que se encontraba en medio del jardín; el impulso hizo dar al elfo media vuelta y, antes de que pudiera tocar el suelo, la bestia arremetió de nuevo, forzando a Alegast a asirse a uno de los huesos que sobresalían en su costado y maniobrar rápidamente para colocarse en la espalda del golem antes de que este se estrellara contra una de las paredes de la mansión y la echara abajo.

—¡Debemos salir de aquí! ¡Ahora! —ordenó el gato con un maullido mientras saltaba del marco de la ventana a la puerta de la habitación.

Fara se abalanzó a coger su morral, ante la atónita mirada de Teofrastus.

—¿Qué? ¡No puedo desperdiciar ese embutido que tanto me costó robar! —rezongó ella con la cara roja mientras se echaba el bolso a la espalda, aunque en realidad pensaba en recuperar el grimorio negro que había robado de su maestro.

—Humanos —maulló el gato con decepción—. Aunque, hay algo que a mí también me gustaría salvar… — añadió con un brillo enigmático en sus ojos.

Ambos corrieron por el pasillo hasta otra de las habitaciones, llena de estanterías y libros mohosos, mientras el suelo temblaba y el sonido de otra de las paredes cayendo al suelo retumbó ominosamente por toda la mansión. Grácilmente, Teofrastus saltó entre mesas y libros hasta llegar a un escritorio negro que tenía en su centro una pequeña caja de madera empolvada y olvidada, que no llamaba para nada la atención de los bandidos comunes, pero para los ojos de Fara brillaba con el resplandor del sol. Un sol azul y mágico.

—Esta caja posee algo que me perteneció… cuando era humano —dijo casi en un maullido lastimero—. Ahora no tengo la facultad de usarlo. Y quiero dártelo a ti.

Los ojos de Fara brillaron extasiados, reflejando la luz azul y blanca que desbordaba a borbotones cuando abrió con manos temblorosas la cajita y vio el objeto que albergaba en su interior, un poderoso foco mágico con la forma de una rojiza joya ovalada.



La Compañía de los Grifos Blancos avanzaba con presteza hacia el sur evadiendo los árboles, cada vez más adustos y lúgubres, con el mayor silencio y cautela, rodeados por la niebla que ahora iba tomando un enfermizo tono rojo similar a la sangre. La roca desnuda aparecía cada vez con más frecuencia a su paso y la tierra iba perdiendo altura paulatinamente. Al oriente, en alguna parte, escondida en la niebla se elevaba la Cordillera del Dragón como una gran muralla que se imponía desafiando a los cielos.

Randall silbó y los mercenarios se detuvieron en seco.

—¿Y bien, a dónde crees que fue? ¿Es lo suficientemente inteligente para habernos montado una trampa? —preguntó con ceño fruncido al híbrido, quien cumplía su función de rastreador.

Uruz asintió:

—Sí. Pero es mejor que no intentemos desviarnos en busca de un mejor camino. Con esta niebla perderíamos su pista y, sin saber dónde está, podríamos terminar con la criatura a nuestras espaldas. Mejor será que continuemos siguiendo su rastro, o que abandonemos por completo y demos media vuelta.

Randall volteó y miró a sus hombres.

—¿Y bien? —preguntó—. Podemos volver al campamento y reanudar la búsqueda en la mañana, pero es posible que perdamos a la bestia por completo.

—Si dejamos que esa “cosa” se escape, los chicos no podrán irse al otro lado en paz —dijo Oleg, refiriéndose a los compañeros que habían perdido en la primera batalla contra la bestia, mientras lanzaba un sonoro escupitajo.

Hubo cabeceos y voces de aprobación entre los demás miembros de la Compañía.

—¡Muévanse, haraganes! —ordenó Randall—. Listas las armas y aligeren el paso.

Y prosiguieron a pesar del frío de la noche, que se hacía más insoportable, y la oscuridad del bosque empezaba a despertar los miedos internos de más de uno. La arboleda se iba haciendo más aterradora y agorera, como si los invitase a retroceder, a volver a la falsa sensación de seguridad que proporcionan las murallas de la civilización. Más adelante el sonido del arroyo se hacía más fuerte, y los hombres comenzaron a temblar al darse cuenta que estaban demasiado cerca del maldito Bosque de la Carne, al que nadie en su sano juicio se atrevía a entrar.

—¿Qué crees que será esa cosa que estamos siguiendo? —preguntó en voz baja Bran, uno de los más jóvenes en la Compañía, tratando de romper la tensión.

—Y yo que sé, alguna de esas criaturas que viven en el Bosque de la Carne, supongo —respondió el mercenario del mostacho.

—Pero esas cosas nunca habían llegado tan al norte. ¡Estaba en Valeholm, por el sol! —exclamó Bran mientras evocaba una silenciosa plegaria al dios-sol.

—Quizá la guerra los atrae. Hay demasiados cadáveres en los caminos, y esas cosas comen muertos, ¿no? Entre la Plaga y la guerra tienen para darse un festín por tres generaciones enteras —dijo otro, que llevaba un yelmo que cubría por completo su rostro.

—Esos son pensamientos felices, amigo mío, pero la verdad es que Bran tiene razón en estar preocupado —rió Oleg en tono lúgubre—. Las cosas en el sur van mal. La guerra civil es como un juego de niños comparada con lo que se dice…

—¡Silencio! —interrumpió Uruz de repente, con la vista en el frente como los sabuesos de caza al encontrar a su presa.

Todos se callaron y miraron, aunque no podían ver nada más que la niebla. Para Uruz la cosa era diferente, pues su naturaleza híbrida le permitía ver aquello que solo estaba reservado para los que nacieron con el don. Más allá del arroyo un misterioso resplandor iluminaba el bosque de forma intermitente, haciendo que las hojas de los árboles dieran la impresión de estar quemándose.

—¿Magia, dices? —reflexionó Randall cuando Uruz le dijo lo que pensaba—. No creo que se trate de algún mago errante, ninguno sería tan estúpido para meterse a este bosque de noche. ¿Posiblemente otra banda de mercenarios?

—¡¿Otros mercenarios?! ¡No, esos miserables nos quieren quitar la paga!

Y diciendo esto, Oleg salió corriendo a toda prisa en la dirección que Uruz les había descrito, seguido de cerca por el resto de la compañía.



Alegast logró golpear al golem en las costillas, encajándole una estocada que arrancó huesos, madera y un gran trozo de materia purulenta y viscosa al sacar la espada de su cuerpo con un fuerte tirón. El golem continuaba moviéndose y atacando todo a su alcance, insensible al daño que había sufrido, tratando de liberarse de su jinete no deseado, destrozando el resto de las estatuas del jardín.

¿Cómo se puede matar a una cosa que no tiene vida, en primer lugar? Alegast empezaba a formularse esta pregunta mientras respiraba con dificultad y su cuerpo empezaba a cansarse. ¿Tan viejo estaba? ¿O simplemente no estaba del todo despierto? Era la primera batalla que sostenía desde su despertar y su cuerpo se encontraba aún entumecido. Usando nuevamente el truco de las volutas de luz, se bajó de la bestia de un salto para ganar distancia y replantearse su estrategia.

Trató de cambiar su táctica, de pelear con astucia. Se agachó y luego se abalanzó contra las piernas del golem, asestando una violenta cortada en las rodillas, destruyendo los tendones y haciendo crujir sus huesos, buscando incapacitarlo. Pero la bestia, incapaz de sentir dolor alguno, continuaba moviéndose espasmódicamente, dando bandazos tras el elfo y arrastrando su pierna destrozada.

En medio de una cabriola, Alegast empuñó su espada con ambas manos, haciendo que la hoja brillase con una fulgurante luz, reforzándola con la poca energía mágica que podía convocar, aunque tal esfuerzo le causaba dolor. Su cuerpo le pedía a gritos volver al sueño, al sueño que no debió abandonar. Fara y Teofrastus salieron de la mansión justo para ver al elfo tocar el suelo y abalanzarse nuevamente contra el monstruo.

Tine na gréine —conjuró Alegast, y el fuego de color rojo se manifestó en la serpenteante la hoja de la espada como si se tratase de un liquido aceitoso, inmolando totalmente su superficie en cuestión de un parpadeo.

Alegast balanceó ágilmente su espada flamígera y en medio de un lumínico estallido arrancó la mandíbula inferior de la máscara de hueso del golem, causando que las llamas de la espada se impregnaran en el cuerpo de la bestia, moviéndose serpenteantes a velocidad vertiginosa, envolviendo su carne purulenta en un manto de fuego carmesí.

La criatura emitió un chillido lastimero y aterrador, que Fara solo había escuchado en sus más oscuras pesadillas. En ese mismo momento sintió los ojos del golem, ahora con medio cuerpo chamuscado, fijándose en ella, respondiendo a instintos que hasta el momento habían sido totalmente ajenos a él. Alegast pudo ver hilos de magia oscura mover el destruido cuerpo de su oponente y forzarlo a saltar vertiginosamente contra la maga, con las garras envueltas en fuego carmesí. La chica logró moverse a tiempo para evitar las garras de la bestia, pero fue golpeada por sus enormes brazos, con tal fuerza que salió lanzada contra un árbol cercano. Alegast aprovechó ese momento para saltar con todas sus fuerza y hacer brillar su espada de fuego una vez más, cortándole la cabeza a la bestia con un swing limpio y perfecto.

—¿Estás bien? —Alegast corrió a donde estaba Fara mientras la cabeza del golem rodaba hasta los restos de la estatua del dios-sol.

—Sí… yo creo… —sonrió ella débilmente. Aunque trataba de disimularlo, el golpe que había recibido era más grave de lo que sospechaba.

El cuerpo del golem ardía por completo, consumido por el inagotable fuego mágico, inerte al fin. La cabeza aún estaba viva, buscando con sus ojos desorbitados a Alegast o a Fara, pero completamente inofensiva. La espada que el elfo había convocado se iba convirtiendo lentamente en cenizas, mientras el sonriente ojo dirigía su mirada a Fara. Y Teofrastus los miraba a ambos, con un brillo de emoción en sus ojos.

—¡No! ¡Lo mataron, no! ¡La paga! —se escuchó gritar de repente a un duergar que salía corriendo de los matorrales, seguido por varios tipos que portaban armaduras con el blasón de un grifo alado.

Fara no supo qué ocurrió después, el dolor y el cansancio cubrieron sus ojos con un manto de oscuridad. Pero le parecía escuchar una risilla infame perderse entre los vientos y el humo, y por un momento le pareció que el ojo de aquella espada brillaba con más fuerza mientras se perdía en la telaraña de la inconsciencia.


RE: [Fantasía Epica] Memorias de Aret - landanohr - 12/03/2015

Buenas compañero!!

Segundo capítulo y ya metidos de lleno en un enfrentamiento con una criatura salida de vete a saber dónde...
Aunque comentas que no andas muy allá en lo de narrar una pelea la verdad es que, al menos bajo mi parecer de tampoco-experto-batallador, te ha quedado bastante bien. La lucha avanza poco a poco y pasa de mostrar al elfo inicialmente bastante "sobrado" a verle perder cada vez más terreno y hacerse indispensable la ayuda de Fara.

Ya se van perfilando otros personajes que parece que pueden aportar buenos toques a la trama, como el gato y el enano, ambos con una personalidad que sobresale del resto.

La verdad es que continúa bastante bien. El esfuerzo que te has tomado ha merecido la pena Smile

Te dejo algunas notas. Te he marcado también algunas repeticiones que he visto (puedes sustituir algunas palabras por sinónimos o similares) y como ejemplo también varios guionados.
Aquí tienes un enlace a un post de Nikto donde se explica cómo van los diálogos, el espaciado antes y después y demás.
(12/03/2015 04:29 AM)Anzu Wrote: La Compañía de los Grifos Blancos avanzaba con presteza hacia el sur evadiendo los árboles, cada vez más adustos y lúgubres, con el mayor silencio y cautela, rodeados por la niebla que ahora iba tomando un enfermizo tono rojo similar a la sangre. La roca desnuda aparecía ahora (podrías poner por ejemplo "cada vez" para evitar la repetición) con más frecuencia a su paso y la tierra iba perdiendo altura paulatinamente.

—¿Y bien, a dónde crees que fue?

Y prosiguieron a pesar del frío de la noche, que se hacía más insoportable, y la oscuridad del bosque empezaba a despertar los miedos internos de más de uno. El bosque (por ejemplo "La arboleda") se iba haciendo más aterrador y agorero, como si los invitase a retroceder, a volver a la falsa sensación de seguridad que proporcionan las murallas de la civilización.

—Esos son pensamientos felices, amigo mío, pero la verdad es que Bran tiene razón en estar preocupado —rió Oleg en tono lúgubre. Por un momento en sus ojos se podía ver una chispa de vida mientras los demás miembros de la Compañía lo miraban con expectativa. Al verlos, no pudo evitar soltar una risa sardónica —. Las cosas en el sur van mal. La guerra aquí es como un juego de niños comparada con lo que se dice…

Fara y Teofrastus observaban la batalla, ocultos en su habitación de la segunda planta de la mansión, y la maga no podía evitar aferrase al marco de la ventana cada vez que las pesadas garras de la bestias destruían las baldosas del patio, haciendo retumbar la casa con cada uno de los pesados golpes.

Con una sonrisa en el rostro, Alegast tomó distancia brincando hacia atrás ágilmente.

—En realidad está usando la daga como si fuese un foco —comentó tranquilamente Teofrastus, ajeno a la expresión de terror que se manifestó en la cara de la niña cuando esta se dio cuenta de que el gato podía hablar. (jajaja, un buen punto)

En el patio, la bestia se abalanzó de nuevo contra el elfo, pero falló porque Alegast esquivó rápidamente el garrotazo, el cual destruyó en su lugar la estatua del dios-sol que se encontraba en medio del jardín

Grácilmente, Teofrastus saltó entre mesas y libros hasta llegar a una mesa negra que tenía en su centro una pequeña caja de madera empolvada y olvidada, que no llamaba para nada la atención de los bandidos comunes, pero para los ojos de Fara brillaba con el resplandor del sol.

—Supongo que esa es la frustración que ella sentía —sonrió al recordar a Fara en la ventana, frustrada al no poder encender el fuego rojo.

Fara miró al gato con los ojos rojos por las lágrimas. Le extrañaba que aquel animal parlanchín le hiciera esas preguntas extrañas que apenas entendía. A lo lejos se escuchó cómo por fin la mansión cedía y se venía abajo entre una nube de polvo y escombros.

La luz de su espada se iba debilitando hasta casi perder su solidez. Vio con desesperación cómo el golem empezó a liberarse de los escombros, arrastrándose con determinación enfermiza hacia él.

Alegast empuñó su espada haciéndola iluminarse una vez más, reforzándola con la poca energía mágica que podía convocar.

Fara sacó la joya roja que había guardado en su túnica y vio cómo la luz azulada comenzó a brotar de esta casi de inmediato. Tomó aire, cerró los ojos y puso sus manos en forma de copa, concentrándose de nuevo en las corrientes arcanas. Se sorprendió al ver que podía conectar con ellas mucho más rápido, aunque apenas fuese su segundo intento.

—¡Rápido, el fuego! —escuchó al gato hablar, su voz retumbando entre las corrientes arcanas.

—¡El foco! ¡Canaliza la magia a través del foco! —escuchó a Teofrastus regañarla y no supo porqué eso le recordó a Olibus en ese instante.

El cuerpo del golem ardía por completo, consumido por el inagotable fuego mágico, inerte al fin. La cabeza aún estaba viva, buscando con sus desorbitados ojos a Alegast o a Fara, pero completamente inofensiva.

Fara no supo qué ocurrió después, el dolor y el cansancio cubrieron sus ojos con un manto de oscuridad.

Y nada, a ver cómo continúa y esperemos que Fara no acabe envenenada por culpa del dichoso golem...
Iep!


RE: [Fantasía Epica] Memorias de Aret - Anzu - 20/03/2015

Gracias por los comentarios, @landanohr . Las correcciones pertinentes se han hecho en el archivo principal del relato.

Inspirado por @Ricardo Corazon de Leon, he hecho el mapa de Aret. Mis habilidades cartograficas dejan mucho que desear, así que al final terminé retocándolo con Photoshop, xD. Esta basado en el mapa del mundo que usaba para el rol, como casi todo lo de esta ambientación. Como es enorme, pondré un link por si le quieren echar un vistazo.




III
Un alto en el camino



Las misteriosas figuras se movían camufladas en la oscuridad, ocultas bajo sus túnicas. Se dirigían a la entrada de un templo antiguo decorado con horrendas estatuas de seres que no tenían rasgos humanos y ella se dio cuenta que aquel era el centro de un culto a dioses blasfemos olvidados mucho tiempo atrás. Siguió lentamente a los encapuchados, tratando de ocultar su presencia pero incapaz de hacerlo por culpa de su curiosidad. Las figuras no le prestaron atención, demasiado ocupadas entonando cánticos en un idioma maldito que producía que sus oídos sangraran al escucharlo.

En el centro del templo se encontraba quien parecía ser el sumo sacerdote de aquel culto. Vestía con túnicas de color negro y por lo que se podía ver a simple vista su piel estaba podrida, revelando pedazos donde la carne viva estaba infectada y purulenta. Sus ojos resplandecían con un brillo negro y sin vida. El sumo sacerdote la observó cuando ella entró en el templo, pues sabía que no era una de los suyos. Dejando ver sus inmundos dientes —pues ella tardó en darse cuenta que el tipo no tenía labios—, le señaló la salida con un ademán agresivo.

—No es el momento de que estés aquí, völva —siseó, llamándola por un nombre que ella no pudo comprender.

La joven sintió la fuerza que venía de sus palabras y la expulsó del templo, haciéndola volar rápidamente hasta las nubes de un paraje extraño bañado con la luz moribunda de un sol negro.


Fara despertó de golpe, respirando agitada y con un terrible dolor de oído. El goteo de la lluvia en la ventana de la habitación donde estaba era martirizante y la cabeza le dolía como cuando tomaba vino en las fiestas de invierno. Tocó sus oídos para ver si aún sangraban y se dio cuenta de que nunca lo habían hecho, de que lo que había tenido era un sueño. Sí, debía ser un sueño. Eso era lo que se decía para sí misma, aunque lo que había vivido le parecía tan real como aquella habitación en la que estaba.

Su cuerpo estaba dolorido y lleno de vendajes, y le tomó más esfuerzo del esperado sentarse para poder determinar donde rayos se encontraba. La cama en la que había despertado era más cómoda de lo que aparentaba, y por la ventana se podían ver las místicas montañas de la Cordillera del Dragón ocultas tras un velo de nubes grises y el tremendo aguacero que caía afuera. Le costó mover el brazo para tomar la jarra de metal que estaba en la mesa al lado de la cama y servirse agua en un bonito pero simple cuenco de cerámica negra.

—Veo que al fin has despertado… —dijo perezosamente Teofrastus, quien se encontraba durmiendo sobre sus piernas.

Fara escupió sobresaltada la poca agua que había alcanzado a sorber cuando se dio cuenta que había sido el gato quien le hablaba. Aún no podía acostumbrarse a la idea de un animal parlanchín.

—¿Dónde estoy? —preguntó luego de limpiarse la boca con la frazada.

—En el pintoresco pueblo de Valeholm, en una provincia olvidada del sur del Imperio. Los mercenarios tuvieron en bien el traernos hasta acá. Tienes suerte, tus heridas no eran muy graves así que para mañana ya estarás mejor —bostezó Teofrastus, mientras estiraba su cuerpo de una forma que solo era posible para los felinos.

—¿Cuáles mercenarios? ¿Y por qué nos ayudaron? — volvió a preguntar ella visiblemente preocupada.

—Tengo entendido que una compañía bastante reconocida de la región, pero me temo que mi información es limitada. Proliferan agrupaciones como esa en tiempos de guerras. Supongo que les interesó tu amigo elfo. Una reacción bastante normal, si me lo preguntas —respondió el gato con indiferencia mientras lamía su entrepierna.

Fara volvió su atención a la ventana y esta vez se enfocó en el pintoresco pueblo, al que conoció en su infancia cuando acompañaba a sus hermanos a vender verduras o en las fiestas. Aquel era el hogar de un aguerrido clan de cazadores y granjeros que amaban su independencia y estaban obsesionados con mantenerse al margen de los asuntos del mundo exterior, incluyendo la guerra civil que ahora consumía el Imperio.

—¿Dónde está Alegast? —preguntó sin dejar de mirar al pueblo.

—Aquí —contestó el elfo con su habitual tono sonriente.

Se encontraba oculto en una esquina oscura del cuarto, las llamas que manaban de sus ojos dándole un aspecto siniestro que le recordó a Fara a los tipos no-humanos que había visto en su sueño. Aquel recuerdo hizo que su piel se pusiera de gallina.

—Creí que mi magia no sería suficiente para curarte las heridas que te hizo ese golem —dijo Alegast mientras se acercaba a ella.

—¿El golem? ¿Te refieres a ese animal raro que nos atacó en el bosque? —preguntó Fara tratando de evitar los recuerdos de su sueño.

—En efecto —respondió él mientras estudiaba las vendas con la mirada—. Sus garras tenían veneno reforzado con magia. Mis conocimientos en magia curativa son limitados, así que tienes suerte de que hayan bastado para removerlo de tu cuerpo.

El cuerpo de Fara se estremeció al pensar en el golem. Ahora que tenía tiempo de recordarlo con detenimiento le pareció bastante similar a las estatuas que había visto en su sueño, y pensar en eso hizo que el dolor en su cuerpo se volviera insoportable.

—¿Qué era ese golem exactamente? —preguntó, tratando de pensar en otra cosa.

—Un golem es un constructo, un ser artificial creado generalmente de barro y madera, aunque puedes hacerlo con cualquier material, atando a este la esencia de la vida para darle movimiento autónomo —respondió Teofrastus ufano.

Fara le devolvió una mirada de confusión. Era como si estuviese hablando con Olibus de nuevo.

—¿Por qué los humanos se complican tanto las cosas? Es un muñeco al cual le atas un espíritu para que funcione —carcajeó Alegast.

—Pero este golem era diferente —continuó Teofrastus, mirando severamente al elfo mientras hablaba—. Este que nos atacó estaba poseído por el espíritu de un muerto.

Hubo un incómodo silencio en la habitación.

—¿Exactamente cuál es la diferencia entre el espíritu de un muerto y otro “normal”…? —preguntó Fara tratando de ordenar sus ideas.

—Los espíritus son la fuerza fundamental e impersonal que mantiene con vida a todos los seres que habitan este mundo, incluyendo los animales y las plantas. Los espíritus de los muertos son aquellos espíritus que poseen los recuerdos y la personalidad de alguien vivo, que permanecen aún después de que ese alguien ha muerto. Creo que la palabra que ustedes usan para eso es “alma” —explicó Alegast con un tono tranquilizador, tratando de que Fara entendiese aquello. Era la primera vez que ella lo veía hablar seriamente.

La habitación se sumió en el silencio una vez más. Fara miró de reojo por la ventana, el aguacero estaba lejos de terminar.

—Solo se puede controlar las almas usando necromancia, ninguna otra escuela de magia permite tal cosa —concluyó el gato mirando fijamente a la joven.

—¿Qué los golems no se creaban todos de la misma forma? —preguntó ella más confundida que antes.

—Los golems normalmente se crean atando espíritus conjurados por medio de hechizos de la escuela de invocación. Esta es la primera vez que veo que alguien usa hechizos de necromancia para crear a un golem —respondió Teofrastus.

La cara de confusión de Fara era evidente. Alegast y Teofrastus se vieron a los ojos antes de decidirse a preguntar.

—¿Exactamente que te enseñaba ese mago de pacotilla? —el elfo tomó la iniciativa.

—Quería que aprendiera lo básico antes de enseñarme a usar magia de verdad. Dijo que si no dominaba eso, lo demás no lo iba a entender de todas formas.

—Empecemos por lo básico, entonces —dijo Teofrastus, bajándose de la cama de un salto.

Usando sus uñas empezó a trazar líneas y letras en el suelo, creando seis círculos mágicos que rápidamente se iluminaron ante la mirada curiosa de Fara. Ella reconoció aquellos círculos, los había visto una vez en uno de los libros de los Olibus, representaban las escuelas de magia en las que los taumaturgos de la antigüedad habían estructurado el Arte.

—Existen seis escuelas de magia en las que los arcanistas humanos han dividido el uso de la magia —empezó Teofrastus, hablando en tono grandilocuente—. Una escuela de magia es una agrupación de conjuros que poseen efectos similares o funcionan bajo un mismo tipo de reglas. La escuela de magia elemental es la más básica de todas, y es la que el maese Olibus te estaba enseñando. Para explicarla en términos simples, es la que te permite manipular los cuatro elementos que conforman todo en el mundo material, y tiene diversos tipos de aplicaciones. Tú ya sabes cómo manipular hechizos de esa escuela —dijo esto mirando a Fara.

La joven asintió y dirigió su mirada a la palma de su mano, evocando una pequeña llama de fuego rojo con satisfacción.

—La escuela de magia que se usa para tratar con los espíritus es la de la invocación —prosiguió el gato—. Los invocadores usan contratos que son definidos tanto por el invocador como por el espíritu invocado para poner a estos últimos a su servicio. Conociendo los contratos indicados, un invocador puede incluso contactar con seres de diferentes clases, como por ejemplo, los demonios. Dependiendo de la naturaleza del contrato, el invocador puede hacer que el ser invocado se manifieste de forma directa en el mundo mortal o puede atar dicho ser a un objeto, otorgándole así propiedades mágicas.

—La espada que usé en la batalla contra el golem es un ejemplo de la magia de invocación —interrumpió Alegast, a lo que el gato le devolvió una mirada de desprecio.

—¿Me estás diciendo que esa espada era un espíritu? —preguntó Fara intrigada, recordando el espeluznante ojo que adornaba la guarda del arma y la extraña risa que había escuchado provenir de este antes de desmayarse.

—Así es. Al invocar a un ser de otro mundo, el invocador puede definir la forma en que quiere que este se manifieste. Todo eso hace parte de las cláusulas del contrato —respondió el elfo con aire de sabelotodo.

—Volviendo al tema —carraspeó Teofrastus mirando de reojo a sus compañeros—, la escuela de la necromancia inició como una sub-rama de la escuela de invocación que permitía contactar con las almas de los muertos. Sin embargo, llegó un momento en donde se diseñaron hechizos específicos que solo se podían hacer a través de la necromancia, por lo que se determinó que fuese una escuela por derecho propio. En la actualidad, el Imperio sanciona el uso de esta escuela de magia porque determinaron que es antinatural forzar a los difuntos a estar en este mundo y los magos no pueden usarla. Bueno, al menos, no de forma legal.

—Y el crear golems no es uno de esos hechizos que dices. Bueno, al menos uno que tú conocieses —dijo Fara, empezando a entender la exposición del gato parlanchín.

—En efecto. No es muy fácil manipular a los espíritus de los muertos, pues estos no ofrecen contratos o formas de negociar. La única forma de usarlos es forzándolos a ello. Quién haya podido forzar a un muerto a entrar en un golem ha de ser un verdadero genio —añadió el animal.

En aquel momento un rayo cayó muy cerca del pueblo y el sonido tan cercano del trueno que le siguió hizo que la maga se sobresaltara, invadiendo todo su cuerpo con el dolor de sus heridas debido al espasmo.

—Será mejor que descanses, mañana continuamos con esta conversación — dijo Alegast, mientras pasaba sus manos sobre las heridas de la maga.

Fara vio la luz blanquecina que manaba de sus dedos, invadiendo todo su cuerpo mientras el dolor fue cediendo poco a poco ante las artes curativas del elfo. El alivio fue tan efectivo que no supo en qué momento volvió a quedarse dormida.


La cabeza del golem decoraba una repisa nueva en la sala de trofeos de lord Padraig, el regente de Valeholm. Ahora era una más de una colección de cabezas de osos, lobos, lagartos y otros animales un poco más extraños que exhibía en la sala de su mansión. Sin embargo no estaba contento. Se preguntó de nuevo por qué había firmado aquel contrato que lo obligaba a pagar cien soberanos de más si los mercenarios de los Grifos Blancos sufrían bajas en la misión. Tomó la bolsa de cuero con las tintineantes monedas mientras rascaba su cabeza y la puso junto al resto de la paga, que sumaba un total de 300 soberanos, una cantidad nada despreciable de dinero.

—Ha cumplido su parte del trato, capitán Asther. Siento lo de sus hombres, pero son gajes del oficio —sonrió para tratar de disimular su enojo.

—Es un hombre de palabra, lord regente. Estaremos encantados de volver a trabajar para usted si la oportunidad se presenta de nuevo —sonrió Randall al tomar las monedas.

Salió con presteza de la mansión, ignorando la mirada de enojo del lord regente que seguía sus pasos a través del ventanal de la primera planta. Trabajar en Valeholm había dado sus frutos, pero Randall Asther prefería no quedarse en un solo sitio por demasiado tiempo. Con la guerra civil en pleno apogeo esa actitud era la mejor para mantener vivo el negocio. Extendía su área de operaciones y la posibilidad de hacer enemigos era menor. Mientras se acercaba a la muralla de piedra que rodeaba la casa del lord regente se fijó en Lia, su segunda al mando, quién esperaba afuera del portón.

—Está lloviendo, podías haberme esperado en la posada —le dijo cuando estuvo junto a ella.

—Lo siento mi lord, pero esto es urgente —contestó ella mientras se acomodaba la goteante capucha de cuero negro que cubría su delicada cabellera.

—No es necesario que uses ese título, Lia —la amonestó con una sonrisa.

—Lo siento, mi lord—se disculpó ella de nuevo, mientras Randall ponía los ojos en blanco.

—¿Qué querías decirme? —preguntó él.

—Lord Balzac se encuentra en la posada y ha pedido hablar con usted, mi lord —contestó Lia de forma automática.

Randall suspiró y pensó que no se podía hacer nada. Después de todo, Lia había estado con él desde siempre y era una actitud que no se podía cambiar. Apuró el paso en medio de la pesada lluvia por el camino lodoso que lo llevaba a la posada del Duende Avariento, la única que había en kilómetros a la redonda. Al entrar pudo sentir el ambiente de ansiedad que embargaba a aquel pueblo, tan tenso que se aferraba a su estómago formando un nudo en su plexo solar. Los pocos paisanos que estaban esa noche en la posada murmuraban entre sí, algunos presos de terror y otros de la curiosidad. Y no era para menos. Se rumoreaba que había un elfo en el pueblo, y sumando eso a la guerra, la Plaga y a los extraños animales que venían del Bosque de la Carne, la gente no sabía cómo tomarlo. Algunos hablaban del fin del mundo y otros estaban seguros de que eso significaba el final de la guerra.

En una de las mesas vio al mago y le pidió a Lia que lo dejase solo, cosa que la chica obedeció sin decir palabra alguna. Aquel mago aparentaba unos cincuenta años, de larga cabellera blanca y barba corta bien cuidada. Usaba anteojos pequeños y fumaba una pipa calabash marrón que despedía aroma a hierbas aromatizadas y tabaco puro. Vestía una túnica de color púrpura con cintas doradas, y llevaba el emblema del ojo místico sobre el dragón imperial. Aquel emblema le identificaba como miembro de la Cábala de Magos de Telos.

—Es un placer verlo después de tanto tiempo. ¿Cuál es el nombre que usa ahora? ¿Randall? —le saludó el mago con una sonrisa mientras le invitaba a tomar asiento—. Me han dicho que su último trabajo fue de lo más peculiar.

—En efecto, lord Balzac, pero supongo que no habrá venido desde tan lejos solo para formalizar —le respondió secamente Randall.

—Debería ser un poco más condescendiente con este viejo. Es normal que tenga curiosidad por su última misión, capitán. Al fin y al cabo no todos los días uno se topa con un elfo en medio del bosque — dijo Balzac exhalando el humo de su pipa.

Randall miró incomodo a todos lados, esperando que los clientes de la posada hubiesen puesto sus miradas en ellos al escuchar la palabra “elfo”, pero los paisanos parecían estar enfrascados en sus propias conversaciones, en sus tragos y en las charadas que el trovador de la posada cantaba con voz de tarro.

—No se preocupe por eso, para ellos soy un viajero normal. Solo usted puede ver mi verdadera apariencia. También he lanzado un conjuro para cubrir nuestra conversación. Ellos solo escucharan a dos viejos amigos saludándose luego no haberse visto en años —sonrío nuevamente el mago al ver las dudas en la cara de Randall—. Sé que ya no tiene más contratos en este lugar, así que vayamos al grano. ¿Está dispuesto nuevamente a servir su Emperador?

Randall frunció el ceño. Amargos recuerdos de la última misión que le encomendó el Emperador nublaron sus pensamientos. Nada que un sorbo de cerveza no pudiera remediar. Una joven y delgada mesera se acercó a ellos y les preguntó con una sonrisa que iban a ordenar. El mago pidió una jarra de vino añejo que era bastante popular en esa posada y Randall pidió un tarro de cerveza caliente.

—¿Y qué es lo que requiere su Majestad de un humilde servidor del imperio? —Randall continuó la conversación una vez la muchacha se había retirado de la mesa. Aún que Balzac era un mago muy poderoso, Randall no podía confiar en hechizos cuando hablaba de cosas importantes.

—Es alguien muy pragmático, Ser Randall. Así que iré directo al grano —Balzac echó una fumada antes de proseguir—. ¿Supongo que estará al corriente de la Plaga, no es así?

—En todo mi viaje por esta zona olvidada por el sol, no he hecho más que ver cadáveres de miserables que murieron por la Plaga. Algunos incluso dicen que la Plaga no es normal, que es una enfermedad causada por la magia. Para mi puede ser lo uno o lo otro, no me importa —contestó con indiferencia el mercenario.

Balzac fumó nuevamente. Se dio su tiempo para saborear el humo antes de exhalarlo.

—La gente y sus prejuicios —rió quedamente el mago—. No, la magia no tiene nada que ver. Pero las victimas de la Plaga atraen criaturas que no podemos ignorar, criaturas que fueren creadas con magia. Y sospechamos de alguien que puede ser el creador de tales monstruos.

—Otro mago, me imagino. Y supongo que quieren que yo me encargue de él. No soy un loco, lord Balzac, no pienso enfrentarme a un mago —dijo secamente Randall.

—¿Debo recordarle gracias a quién es que usted puede jugar a los soldaditos mientras el Imperio se desborona en medio de una guerra civil, mi lord? —la mirada de Balzac se tornó severa mientras el mago hacía énfasis en la palabra “mi lord”.

«Eso no me lo tiene que recordar», pensó el mercenario, pero prefirió guardarse sus pensamientos. —Dígame quién es —Randall movió disimuladamente la cabeza cuando vio acercarse a la mesera.

Ambos guardaron silencio cuando la joven acomodaba las jarras. La chica sonrió sorprendida cuando el mago puso un soberano, una reluciente moneda de oro —¡mucho más de lo ella se ganaba trabajando todo el mes!— en su mano y le pidió que se encargara de que nadie más los molestase. Una vez la chica se hubo retirado, Balzac prosiguió.

—Elsevir, el Creador de Muñecas —el rostro del anciano se oscureció al pronunciar dicho nombre.

—¿Creador de Muñecas? —Randall sorbió rápidamente su cerveza, bastante confundido.

—Se especializa en la creación de golems y homúnculos, de ahí su apodo. Fue miembro de la Cábala hasta que la guerra le arrebató a su familia. Enloqueció y se fue de la capital, y no volvimos a saber de él hasta hace unos días, cuando una patrulla del ejército imperial encontró un golem bastante similar al que ustedes derribaron —Balzac volvió a echar mano a su pipa y se veía relajado de nuevo.

El mercenario río sardónicamente.

—Así que no solo quiere que me enfrente a un mago, sino que además este tipo fue uno de los magos de la Cábala. ¿Está consciente de lo que me está pidiendo? Una cosa es matar a un golem y otra cosa muy diferente matar a un mago de la Cábala. ¡Y debo recordarle que ese golem se cargó a la mitad de mi Compañía!

—Su Alteza me ha dicho si haces esto, no volverá a pedirle nada más. Le dejará en paz para siempre. ¿No es eso lo que ha soñado siempre, Ser Randall?

Randall le devolvió una mirada de determinación.

—¿Al menos saben dónde está? —respondió no muy animado con la idea.

—En Zarc, la ciudad apócrifa.

—¿Acaso el Emperador me quiere muerto? —Randall no pudo evitar soltar una carcajada nerviosa.

—Entonces es un trato —dijo Balzac mientras extendía la mano—. Por cierto, me gustaría que me presentases al elfo, de ser posible.

Randall dejó escapar una sonrisa de “lo sabía” mientras tomaba la mano del mago y cerraba el acuerdo. Si todo iba bien, la sombra del Emperador por fin saldría de su vida para siempre.


RE: [Fantasía Epica] Memorias de Aret - Ricardo Corazon de Leon - 20/03/2015

(20/03/2015 08:38 AM)Anzu Wrote: Inspirado por @Ricardo Corazon de Leon, he hecho el mapa de Aret. Mis habilidades cartograficas dejan mucho que desear, así que al final terminé retocándolo con Photoshop, xD. Esta basado en el mapa del mundo que usaba para el rol, como casi todo lo de esta ambientación. Como es enorme, pondré un link por si le quieren echar un vistazo.

Big Grin Eso me motiva a crear una guía para cartógrafos, el post lo llamare "como crear un mapa de fantasía y no morir en el intento"  Tongue , Me pondré en marcha en uno de estos días. Ahora bien, el mapa a quedado genial, como recomendación: con un marcador de punta fina (yo uso de tinta permanente), remarca los mismos contornos de las figuras con los que usaste el lápiz. Le dará un acabado mas profesional y quedara mas distinguible (O puedes hacerlo digitalmente no hay problema, pero yo soy mas preciso a mano que con el ratón Big Grin )


RE: [Fantasía Epica] Memorias de Aret - Telerin - 21/03/2015

(20/03/2015 07:25 PM)Ricardo Corazon de Leon Wrote: Big Grin Eso me motiva a crear una guía para cartógrafos, el post lo llamare "como crear un mapa de fantasía y no morir en el intento"  Tongue , Me pondré en marcha en uno de estos días.

Hazlo.... por favor....


RE: [Fantasía Epica] Memorias de Aret - kaoseto - 23/03/2015

Buenas, Anzu!

Pues la historia avanza bien, y enseguida empieza con acontecimientos curiosos, como el encuentro con el gato, a ver qué misterios nos depara! La batalla, como dice landanohr, no me parece que esté mal contada, tal vez un poco larga, pero así y todo se lee bien. En cuanto al uso de la magia, me ha parecido curioso, con ese “foco” que tienen los magos y la explicación de las seis escuelas. Y bueno! me pregunto por qué Teofrastus se habrá convertido en gato, jeje. En todo caso los personajes caen bien. El tercer capítulo también me ha gustado, incluso más, tal vez porque hay más diálogo: la conversación sobre la magia está bien, y me parece que el encuentro entre el mago y Randall está también conseguido. Jeje, ya veo ahora que el tal Balzac es un personaje de la historia, así que mejor no cambiarlo, como había dicho yo antes. En cuanto al sueño… misterioso. ¿Qué tendrá que ver Fara con Elsevir? A menos que haya sido simplemente por haber establecido alguna conexión a través del golem… Y, bueno, me pregunto quién es realmente ese Ser Randall y qué tiene que ver con el Emperador, supongo que los capítulos siguientes nos lo explicarán.

En todo caso, creo que la historia va mejorando y concretándose!

Un saludo!

PD: a continuación, te señalo las faltas que he visto, algunas seguramente ya estarán corregidas:


Mansión en el bosque
- nada más vio -> me suena raro en esa frase, tal vez «no vio más que»? A menos que no haya entendido la frase.
- La maga se fijó también que el elfo -> se fijó también *en* que
- de dónde las habría sacado se dijo para misma que la respuesta era demasiado obvia: las habría robado a alguien más.
- —¿Y cuándo quieres empezar? — preguntó Alegast para romper el silencio mientras mordisqueaba un trozo de carne.
- sé a dónde es qué vas -> adónde es que vas
- Los ronquidos de Fara le avisaron que ella -> de que
- Ah, se duerme realmente rápido Fara, ¿tal vez sería más realista añadir algo como que el elfo hizo una larga pausa pensativa, o que añadiese algo más? No sé, es una sugerencia.
- él dudaba que se tratase -> de que
- Sabes que nunca podremos hilar la magia como lo hacen ustedes… -> primero lo tutea y luego dice «ustedes», no tengo ni idea de si es correcto o no.
- cuyos cuernos estaban doblados hacía adelante -> hacia
- Lo más probable es que hubiese escuchado a la joven -> oído, no escuchado
- saltó hacía el jardín -> hacia
- Fara miraba llena de una aterradora sorpresa como Alegast se encontraba solo -> aterradora sorpresa, no sé si es muy lógico ya que no es la sorpresa que siente la que la aterra sino la escena en sí

La criatura de la niebla II

Una nota, en este pasaje:
Quote:«—¿Qué crees que sea esa cosa que estamos siguiendo? — preguntó Bran, uno de los más jóvenes en la Compañía, tratando de romper la tensión.

—Y yo que sé, alguna de esas criaturas que viven en el Bosque de la Carne, supongo —respondió el mercenario del mostacho, al que conocían por el mote de “Perro Sucio”.

—Pero esas cosas nunca habían llegado tan al norte. ¡Estaba en Valeholm, por el sol! —exclamó Bran mientras evocaba una silenciosa plegaria al dios-sol
Creo que hay un paralelismo un poco cargante en el texto en negrita, yo creo que rompiendo con ese paralelismo al menos en un sitio podría mejorarse. Poniendo puntos, por ejemplo, y haciendo nuevas frases.

- Qué crees que sea esa cosa que estamos siguiendo? -> que será
- — río Oleg en tono lúgubre -> —rió
- aferrase al marco -> aferrarse
- por la falta un trozo -> la falta de
- sin tiempo si quiera -> siquiera
- consideraba un amigo -> como a un amigo (no sé si es correcto lo otro)
- su solides -> solidez
- con todas sus fuerza -> fuerzas

Reglas de la magia III

- se dio cuenta que aquel -> de que
- donde rayos se encontraba -> dónde
- había sido el gato quien le hablaba -> quien le había hablado
- Cuáles mercenarios -> me suena raro lo de «cuáles», aunque es correcto
- Alegast y Teofrastus se vieron a los ojos antes de decidirse a preguntar. -> se miraron
- si haces esto, no volverá a pedirle nada más -> primero tutea y luego le trata de usted



RE: [Fantasía Epica] Memorias de Aret - Anzu - 21/05/2015

He vuelto a la tierra y he tomado posesión de ella (?) Bueno, no. xD Pero ya he posteado la versión retconeada del intro del Creador de Muñecas. Por si no les interesa leerla (que para quienes vengan de Fantasía Épica, esta es la tercera vez que la ven), simplemente retconeo la intro de Alegast para darle algo más de lógica a su entrada, y quitarle un poco de lo "twilinezco" al encuentro inicial (palabra usada por mi beta reader personal). También empiezo a desarrollar la habilidad de Fara de ver cosas raras en sus sueños (una habilidad no muy alentadora, xD).

Para quienes quieran igual leerla (que me sirven sus criticas y consejos), la deje en el link original: http://www.fantasitura.com/thread-99-post-1376.html#pid1376

He aprovechado también para cambiar el nombre al hilo, ya que por fin tengo una idea concreta de a donde quiero que vaya esta historia.

EDIT:

El cap uno ya ha sido retconeado. ( ͡° ͜ʖ ͡°)

Para los que no quieran leer, en sí combina los caps 1 y 2 anteriores, ya que me habían dicho que la batalla contra el golem era muy larga. Además de eso, cambié la naturaleza de la espada de Alegast a una más demoníaca. El cambio más importante es que la batalla la gana esta vez Alegast por si solo, sin ayuda de Fara. Este cambio lo hice más que nada para evitar el cliché del prota necesario de ultimo minuto, (cosa que pareció en mi anterior intento). Ya Fara tendrá su momento de brillar más adelante.

Para quienes quieran leerla, la deje en el link original: http://www.fantasitura.com/thread-99-post-2243.html#pid2243

Para quien quiera espoilearse, he dejado la lista completa de los caps de este relato en el post original. Como dije originalmente, el Creador de Muñecas es un cuento corto. Aunque ya tengo planeado un relato más largo, La Batalla de las Puertas Gloriosas, que continua la historia de Alegast y Fara.

EDIT 2:

Reposteado el cap de la reglas de la magia. Toma la numeración del capitulo 2 anterior. No hay cambios. Lo dejé en el link original: http://www.fantasitura.com/thread-99-post-2243.html#pid2243

EDIT 3:

Al final si le hice retcon al cap de las reglas de la magia, pues al leerlo antes de empezar a escribir el siguiente cap, me he dado cuenta de que hay mucho relleno (más que en Naruto). simplemente le edite la conversación solo para que fuese concerniente al golem (que es lo que el lector necesita saber). También le he cambiado el nombre, para hacerlo más relativo al contenido del capitulo.

El siguiente cap es nuevo [Image: 29zrjon.jpg]