02/12/2017 03:20 PM
(This post was last modified: 11/03/2019 07:12 PM by JPQueirozPerez.
Edit Reason: Corrección
)
Hola a todos, os traigo algo que podemos encuadrar en las Crónicas de Bocanegra, aunque esta vez es un relato situado muy atrás cronológicamente.
Los cuatro hombres cabalgaban apesadumbrados; cada cual en un estado más deplorable. Bocanegra encabezaba la marcha con el labio partido y un corte en el hombro. Queronte trotaba casi a su altura; tenía una larga herida en el costado aunque era poco profunda. Tras ellos Sanguijuela sujetaba las riendas del mago; su herida en la pierna le dolía al cabalgar pero prefería eso a intentar hacer el trayecto andando. Temblor era el que peor heridas tenía: estas eran profundas y empezaban a desprender un olor a podredumbre. Ninguno esperaba que sobreviviera, pero no lo abandonaron por el poco honor que les quedaba.
La cabeza estaba en un bolsa de cuero que Queronte llevaba sujeta en el lomo. El centauro no quería separarse de ella hasta que hubieran llegado a su objetivo. Para Bocanegra eso era un problema. Tendría que esperar a tener la oportunidad de robarla.
Eran ya tres los días que viajaban, y no podían parar; todavía eran perseguidos por las tropas templarias de los Hijos de la Luz y esos fanáticos no pararían hasta recuperar la cabeza de quién había mancillado a la hija del dios. Mientras miraba por encima del hombro, Bocanegra pensó en Gran Oso; siempre decía que no debían meterse en asuntos demasiado grandes. ¿No era acaso secuestrar a una sangredivina un asunto enorme?
—¿Y si abandonamos al mago? Está claro que va a morir, y a mí se me está cansando la mano —dijo Sanguijuela a nadie en concreto.
—Hazlo y el siguiente que va a ser abandonado serás tú. Después de que te ensarte con lo que queda de mi lanza —masculló el centauro.
—Tranquilo, caballito que era solo una idea…
Queronte paró en seco y se dio la vuelta; sujetaba con fuerza la mitad que aún conservaba de su arma. Sus ojos estaban rojos e hinchados por haber pasado tanto tiempo llorando desde la muerte de su líder pero ahora su mirada era de una ira asesina.
—Venga, tranquilizaos de una vez —dijo Bocanegra, quien se vio obligado a parar y dar la vuelta para encarar a los demás—. Estamos muy tensos todos y necesitamos descansar…
—¿Pero a ti quién te ha puesto al mando del grupo? —preguntó Sanguijuela antes de dar un escupitajo al suelo—. Que ahora cabalgues sobre Piedrandante no te convierte en el nuevo Oso; era el único caballo que había disponible porque aquí el compañero Queronte no quiere hacer su trabajo como montura.
El centauro se lanzó contra él aunque se detuvo en cuanto Bocanegra le sujetó el brazo; eso no evitó que el caballo de Sanguijuela se encabritara. Temblor, que todos creían que estaba inconsciente sujetó sus propias riendas y susurró unas palabras a su montura hasta que se tranquilizó; luego se giró y con la mirada algo perdida habló al grupo:
—¿Qué clase de compañeros sois que os matáis antes de darle la oportunidad a un moribundo de opinar sobre su destino?
—¿Lo veis? —comentó Sanguijuela tras lograr que su caballo se quedara quieto—, él sabe que lo mejor que podemos hacer es acabar con su sufrimiento ahora…
—¡¿Qué?! —gritó consternado el mago poniéndose derecho, lo que le provocó un fuerte dolor que acompañó de un largo gemido—. ¡Hijo de una perra sarnosa! Lo que quiero es que me llevéis a un curandero. No me importa en absoluto saber que voy a morir; pero no pienso hacerlo en mitad de ningún sitio. Intenta impedirlo y con mis últimas fuerzas te voy a enterrar vivo.
—Os veo muy susceptibles últimamente… —respondió el aludido rascándose la cabeza—. Al menos podemos cambiar Queronte, tú sujetas las riendas y yo llevo los restos de nuestro líder.
La respuesta que recibió fue un silencio sepulcral acompañado de la misma mirada gélida de antes. Entendió el mensaje.
—Trae, ya guío yo a la montura de Temblor —dijo Bocanegra poniéndose a la altura del mago y agarrando las riendas del caballo. Tras girarse habló al centauro—: ¿Cuánto falta para llegar a la casa del sanador? Realmente necesitamos descansar…
—Si seguimos a este ritmo puede que lleguemos tras el anochecer… —respondió Queronte al fin dejando de mirar a Sanguijuela.
—Pues en marcha…
Y así siguieron el camino sin volver a abrir la boca. Cuando llegaron a la encrucijada que se dividía entre los caminos hacia Faesana y Leria, Bocanegra supo que era la mejor oportunidad que tendría de robar la cabeza y marcharse al encuentro del rey. Si seguía junto al grupo en dirección a la costa probablemente la cabeza —que ya empezaba a estar bajo los efectos de la descomposición— sería irreconocible cuando pudiera viajar en dirección a Faesana; lo peor era que para entonces además ya habría templarios en los alrededores de la ciudad. Debía robarla en cuanto llegaran al hogar del sanador y cabalgar lo más rápido que podía de vuelta.
Al final llegaron a la casa situada a la linde de un bosque; considerando que estaba en un camino lejos de cualquier otra clase de construcción humana, era grande; de una sola planta. Fuera había un pequeño establo para unos tres o cuatro animales y tras la casa un pozo y un pequeño huerto. Bocanegra y Sanguijuela se quedaron impresionados ante este lugar; llevaban tanto tiempo viviendo como trotamundos que no creía ya que alguien pudiera asentarse y sobrevivir lejos de una población.
Una de las criadas estaba recogiendo agua y al escuchar la llegada de viajeros fue a mirar de quién se trataba. La muchacha llevaba prácticamente toda su vida sirviendo en la casa y aún temía la llegada de soldados o mercenarios; si no hubiera reconocido al centauro, habría dejado caer el cubo espantada. Los saludó y fue inmediatamente a buscar a su señor.
—¡Queronte, dichoso el camino que te trae a mi humilde morada! —dijo el sanador al salir de casa. Bocanegra vio que no parecía ser mucho mayor que Gran Oso o el propio Queronte, sin embargo su pelo y barba ya estaban completamente encanecidos. Por lo demás su aspecto era de lo más corriente a excepción del par de dedos que le faltaban en la mano derecha—. ¿Dónde está Gran Oso?, ¿te has decidido a montar tu propia banda?
—Luego te explicaré, ahora tenemos una urgencia… —respondió Queronte señalando al mago.
—¿Es ese Temblor? ¡Maldita sea! ¡Nirae!, ¡Nirae ven inmediatamente! —gritó el hombre hasta que la chica salió de la casa—. Vamos, vosotros dos; llevad al herido dentro, la chica os dirá qué debéis hacer. ¡Luego me encargaré de vuestras heridas pero hay que darse prisa!
Tras revisar las heridas del mago hizo lo mejor que pudo aunque su conclusión era la que todos sabían.
—Le he dado una pócima para dormir pero dudo de que aguante otro día más... ¿En qué clase de batalla os habéis metido para acabar así?
—Nos hemos enfrentado a los Hijos de la Luz... —respondió Queronte moviéndose de un lado a otro; odiaba estar en espacios cerrados.
—Espero que la paga haya valido la pena… Supongo que por eso no están ni Gran Oso, ni Arco Negro, ni Bardo… ¿Los encarcelaron los templarios?
—Están muertos… —dijo el centauro entre sollozos.
—¿Qué? ¿Cómo ha ocurrido eso? —preguntó el sanador mientras empezaba a limpiar la herida de Sanguijuela antes de coserla—, Gran Oso nunca se ha metido en un combate que sabía que no podía ganar…
—Gran Oso fue… él fue… —Queronte fue incapaz de proseguir debido al llanto.
—Fue ajusticiado por la Orden —concluyó Bocanegra.
—Ya veo… ¿y qué hay de los otros?
—Murieron… cuando nos enfrentamos a los guerreros templarios al recuperar la cabeza de Gran Oso —explicó el chico.
—La cabez… ¿De qué cabeza habla Queronte?
El centauro dio la vuelta para que la bolsa quedara del otro lado, pero eso dejó expuesto su herida que el sanador azotó fuertemente arrancando del otro un gemido lastimero. Al final le entregó la bolsa que el otro abrió, aunque enseguida se arrepintió de hacerlo cuando se liberó el olor acumulado dentro. Tras cerrarla, el sanador la lanzó al suelo.
—¡No hagas eso! —gritó Queronte aunque en su voz había más temor que enfado.
—¿Que no lo haga dices? ¿Por qué he de respetar esa maldita cabeza?
—No maldigas la cabeza de Gran Oso…
—¡Maldeciré cada parte de su cuerpo por haber provocado todo esto!
—Podrías… no sé… ¡¿acabar de cerrar mi pierna antes de seguir lanzando maldiciones?! —gritó Sanguijuela.
—Y ahora gracias a esa cabeza que no quieres que maldiga la banda que te queda son dos chicos que apenas tienen la edad suficiente para ser soldados.
—Tú no tienes dedos suficientes para ser sanador y no me ves quejándome —replicó Sanguijuela y el sanador metió sus tres dedos en la herida que no había terminado de coser. El herido dio un largo alarido que estremeció a sus compañeros—. ¿Por qué nadie tiene sentido del humor?
—No entiendo por qué te llaman Sanguijuela en lugar de Boquera —comentó el sanador tras coserle, dando un azote a la herida.
—Es porque me encanta la sangre… —respondió él en el momento en el que entraba Nirae; la miró fijamente mientras se relamía los labios.
—Pues si no quieres que te empiecen a llamar Amputado mejor que estés quieto…
Tras recibir todos una curación para sus heridas cenaron con el hombre y su criada. La cabeza seguía en el mismo sitio donde había sido arrojada y Bocanegra no podía evitar que su mirada se desviara a ella. Pensó que lo más seguro era esperar a que todos durmieran para huir de allí.
—Bueno, ya va siendo hora de que durmamos. Queronte tendrás que quedarte con los chicos en la habitación de los invitados —comentó el anfitrión.
—Prefiero quedarme en el establo —replicó el centauro y Sanguijuela tuvo que disimular una risa como si fuera una tos aunque no lo hizo demasiado bien.
—Sé que odias los espacios cerrados pero si tropas de la Orden pasan por este camino te verán perfectamente si te quedas ahí…
—Pues tranquilo, me adentraré en el bosque y encontraré un lugar donde descansar. —dijo Queronte y se dirigió a la cabeza para recogerla.
—¡Ni se te ocurra tocar eso! —protestó el sanador—, bastantes problemas os ha causado ya. Además la he maldecido ¿recuerdas?
Queronte no replicó aunque emitió un sonido que sonó como un relincho, luego se marchó de la casa. Cuando se aseguró de que no estaba cerca, el sanador se dirigió hacia la bolsa, que agarró y dejó frente a Bocanegra.
—¿Qué? —preguntó este contemplando su objetivo tan cerca de sí.
—Llevas todo el tiempo que has estado aquí vigilando la bolsa. Al principio creía que mirabas a Queronte, pensé que tenías un gusto peculiar; pero tras lanzar la bolsa al suelo tus miradas se han hecho más constantes. Así que si tanto la deseas tómala.
—Yo la necesito para…
—No me importa para qué la vayas a usar, pero ten en cuenta que mi maldición la he dicho desde lo más profundo de mi alma. Esta cabeza no hará ningún bien a quien la tenga. Pero si con eso la Orden deja de ser un problema márchate con esta cabeza.
—Gracias por todo —comentó el joven mientras recogía la bolsa, luego se dio cuenta de que Sanguijuela le miraba y ambos se quedaron contemplándose en silencio—. No es necesario que vengas conmigo…
—¿Y quedarme con Culo de caballo? Venga, vamos, que si te marchas solo es posible que en menos de un día tu cabeza acabe en una bolsa similar.
El sanador les había dado algunas provisiones para el viaje; sólo las justas, ninguno de los tres creía realmente que pudieran lograrlo. Tras ello ambos chicos partieron de inmediato.
Aunque cabalgaran en dirección a los templarios, tenían una gran ventaja. Era de noche y los caballeros de la Orden usaban la magia de su dios para iluminar los caminos. Durante un par de ocasiones simplemente se escondieron en cuanto vieron a lo lejos las luces de los Hijos de la Luz. La tercera vez fue diferente.
El encuentro tuvo lugar al llegar al cruce de caminos; la luna estaba oculta por una nube y la oscuridad era absoluta. Este templario no mostraba ninguna luz; cuando fueron conscientes de su presencia lo tenían encima.
—¡Alto ahí! —ordenó el caballero—. En nombre de la Orden de los Hijos de la Luz y el Templo del Sol quedáis detenidos bajo los cargos de complicidad en el secuestro de una hija de Thelios, asesinato y agresión a miembros de la Orden y ayudar a un prisionero a escapar.
—Creo que se equivoca, somos sólo dos viajeros que intentan llegar a Faesana lo antes posible… —comentó Bocanegra con el tono más amistoso que fue capaz.
—¿De veras? —dijo el caballero y ambos escucharon como levantaba la visera de su yelmo. Sus ojos brillaban ligeramente; ellos no lo entendieron pero supieron que era capaz de verlos perfectamente en esa oscuridad.
—Me gustaría discutir alguno de los cargos antes de que nos detengas… —respondió Sanguijuela.
—¿Quieres discutir los cargos contra ti, escoria? Da las gracias de que la Orden ofrezca un juicio justo y no pueda mataros ahora mismo.
—¿Te das cuenta de que lo que llamas ayudar a un prisionero a escapar se refiere al robo de una cabeza? —siguió diciendo Sanguijuela sin hacer caso del templario. Bocanegra aunque no podía verle miró en dirección a su voz con furia—. Podemos resolver eso ahora mismo; devolvemos la cabeza y un cargo menos…
—¡Sanguijuela! —gritó su compañero.
Sin embargo el Hijo de la Luz lo caviló antes de hablar:
—De acuerdo. Si devolvéis los restos del prisionero, yo mismo hablaré en vuestro favor para retirar ese cargo.
Sanguijuela se estiró hacia el caballo de Bocanegra para coger la bolsa, este intentó pararle y forcejearon un poco pero al final el primero se hizo con el bulto.
—Muy bien —dijo sin hacer caso a las quejas de su compañero—. ¡Ahí tienes! —Lanzó el paquete de manera que el templario tuvo que moverse para cogerlo al vuelo. Mientras abría la bolsa para ver su interior, Sanguijuela dio una señal a su yegua para embestir.
El templario no tuvo tiempo de reaccionar y su montura fue arremetida contra el suelo, dejándolo atrapado a su vez debajo. El animal embestidor saltó con cierta dificultad por encima del derribado y salió al galope.
—¡Vamos, Bocanegra!, ¿esperas una señal divina para moverte?
El otro estaba confuso pero aun así decidió seguir la voz de su compañero.
—¿Por qué le has entregado la cabeza?
—No le he entregado ninguna cabeza… Creo que la bolsa que le he lanzado contenía pan, pero así ganamos tiempo.
Poco fue el tiempo que ganaron; pronto tenían a su perseguidor pisándoles los talones. Ahora que la luna no estaba oculta podían ver su silueta acercándose; si no hacían algo serían inevitablemente apresados. Bocanegra paró su montura y se bajó de ella.
—¡¿Has parado?! ¿Por qué has parado? —exclamó Sanguijuela.
—Si no hago algo nos va a atrapar —respondió mientras rebuscaba por el camino hasta que dio con una piedra del tamaño adecuado. Cogió su honda y con el proyectil listo empezó a darle vueltas; era difícil apuntar en esa circunstancia pero disparó igualmente.
La roca golpeó en el caballo por los gruñidos que hizo el animal. El caballero intentó tranquilizarlo pero no le fue posible, por ello tuvo que descabalgar para poder seguir la persecución. Al final se vio obligado a volver sobre sus pasos para recuperar su montura, sus enemigos ya cabalgaban todo lo rápido que podían pero los atraparía igual; si no, se reuniría con el resto de tropas en Faesana.
Los chicos aún tardaron otro día entero en llegar a su objetivo. De día iban campo a través para evitar encuentros, por la noche aprovechaban que la mayoría de templarios no podían ver en la oscuridad —al contrario que ese que les puso en un aprieto— para evitarlos.
A lo lejos vieron las murallas de la ciudad; más cerca un grupo de Hijos de la Luz montaban guardia en el camino; a un lado dos y al otro cuatro, sólo uno de ellos estaba desmontado. Bocanegra preparó la honda. Si alguno hacía el mínimo movimiento dispararía, no podría con todos pero preferiría luchar contra cuatro que contra seis. Ninguno hizo el más mínimo movimiento; cuando pasaron por el grupo se fijó en la mujer que no estaba a caballo, fue la única que los siguió con la mirada. Era la guardiana de Sintha. Bocanegra creyó ver un leve asentimiento en su cabeza pero no pudo estar seguro.
Ya dentro de las murallas, Sanguijuela se llevó a los caballos al establo mientras Bocanegra llevaba la cabeza al rey. Este no tardó en recibirle; de hecho lo estaba esperando.
—¿Pero a quién tenemos aquí? es el pequeño Bocanegra y… ¡vaya si no ha traído a su líder como le pedí! —comentó gesticulando el señor de Faesana mirando a los súbditos y guardias que había en el salón.
—¿Dónde está Sintha? —Bocanegra sujetaba la bolsa con rabia hasta hacer que los nudillos se le quedaran blancos.
—¿Me pregunta que dónde tenemos a nuestra huésped?... ¡Este Bocamierda viene a mis tierras, a mi reino, a mi casa, a mi salón, a preguntarme dónde tengo a esa perra que ha perdido toda la utilidad, porque un mercenario de mierda no ha sabido mantener su polla en los pantalones! —Esta vez el monarca se levantó airado acercándose a Bocanegra; mientras lo hacía dio dos palmadas—: ¡Traed a la sangredivina!
Desde una sala lateral un par de guardias trajeron a la hija de Thelios; estaba amordazada y tenía las manos atadas a la espalda. Bocanegra quiso acercarse pero el rey se lo impidió de un empujón.
—Ya ves que nuestra invitada está perfectamente bajo mis cuidados. Ahora es tu parte… ¿dónde está Gran Oso? —Como respuesta lo que recibió fue la bolsa arrojada a sus pies. Cuando vio lo que estaba ahí guardado miró al joven mordiéndose el labio hasta hacerlo sangrar—. Espero que haya una buena explicación para esto, chico…
—Querías que te trajera a Gran Oso y esto es lo que hemos podido recuperar. Tres de mis compañeros han muerto por ello… —respondió Bocanegra sin dejar de mirar a Sintha.
—¡Quería que trajeras a ese maldito Gran Oso para castigarlo por desvirgar a la sangredivina e impedir que pueda poseerla como es debido! —gritó irritado el rey y entonces se fijó en el chico que seguía sin mirarle—: ¡Nooooo! No, no, no, no, no… No puedo creerme lo que veo… No fue Gran Oso quien estuvo con la chica… ¡Fuiste tú! —Empezó a reír a carcajadas mientras sus súbditos reían nerviosos para no alterarle más—. ¡Tú, Bocamierda! No puede ser… ¿De verdad te atreviste a besarle con esa boca que tiene? —preguntó a Sitha todavía entre risas—. ¡Tú me has jodido todo el plan que había elaborado!
El rey dio un puñetazo a Bocanegra que lo arrojó al suelo. El chico se levantó pero cuando se lanzó contra el monarca un par de guardias se lo impidieron; inmovilizado recibió otro puñetazo en el estómago.
—Muy bien. No pasa nada. Te di mi palabra que si me traías a tu jefe yo te entregaría a la chica. Soy un hombre de honor así que… ¡Traed mi hacha!
—¡No! —gritó el chico pero los guardias lo tenían inmovilizado; igual que a la chica que también intentó escapar.
El rey no hizo caso y en cuanto le trajeron su arma hizo a sus hombres poner de rodillas a Sintha; a continuación puso el filo en su cuello para marcar el golpe:
—No te muevas. No queremos fallar y hacerte daño sin querer, ¿cierto? —comentó a la chica que aunque intentaba moverse no soltó ni una lágrima—. Me alegra que te lo tomes con tanta entereza. —Tras ello descargó el golpe que dejó el cuerpo en el suelo sufriendo espasmos mientras se desangraba. No le bastó con ello; siguió descargando golpes hasta que separó la cabeza del cuerpo.
Al acabar entregó el hacha a un ayudante de cámara y agarró la cabeza; que guardó en la bolsa de cuero. Dicha bolsa fue atada al cuello de Bocanegra quien no dejaba de gritar improperios al señor de Faesana.
—¡Llevaos a esta escoria a la plaza! Vamos a darle su merecido y que el pueblo no olvide qué ocurre si se enfrenta al poder del rey.
Bocanegra fue colocado en un estrado elevado en la plaza central, allí fue puesto en un cepo que sujetaba sus manos; estaba amordazado. En la plaza se reunió un gentío que sentía curiosidad por lo que tenía que decir su monarca; entre esa muchedumbre el reo vio a su compañero, pero cuando sus miradas se cruzaron Sanguijuela miró a otro lado. No le importó, porque vio otra cosa más sorprendente; una docena de templarios se hallaban más allá de la gente que se había congregado.
—¡Querido pueblo, este extranjero que veis aquí ha agraviado a la corona y al reino de Faesana con sus actos! —gritó el rey a la multitud que observaba en silencio; se calló un momento cuando observó a los templarios que se encontraban inmóviles aguardando—. ¡Debería ser yo quien decida el castigo que vea más conveniente pero dejaré que seáis vosotros (tan agraviados como yo por tal actitud) que decidáis qué pena merece!
Ese momento era el que esperaban los caballeros; encabezados por la mujer avanzaron hacia el estrado. Los ciudadanos, temerosos, iban abriendo paso sin necesidad de que se lo pidieran.
—En nombre de la Orden de los Hijos de la Luz y el Templo del Sol pedimos que se nos entregue el prisionero —dijo tranquilamente la mujer (con el marcado acento que Bocanegra ya había escuchado con anterioridad)—. También queremos saber el paradero de Sintha, hija de nuestro patrón.
—Templarios… Por supuesto, por supuesto… ¡Sabed que entre los crímenes que le son imputados se incluye el asesinato de la sangredivina! —Esta afirmación provocó que empezara un murmullo generalizado entre las gentes que hasta ese momento estuvieron calladas. La templaria por su parte no hizo ninguna clase de gesto a excepción de colocarse el casco otra vez.
—Si eso es cierto desamordazad al reo para que sea él quien confiese ante los hombres y ante los dioses.
—¿Para qué queréis que lo haga? ¿para que esta escoria mienta ante los hombres y ante los dioses?; dirá cualquier cosa con tal de librarse del castigo…
—De acuerdo, majestad. Pero si lo que decís es cierto el ajusticiamiento del reo es deber de la Orden; entregadnos al prisionero.
—No tengo ninguna obligación de cumplir vuestra petición. Vuestra Orden no tiene ninguna potestad en mis dominios así que marchaos o esperad al juicio popular.
—Faesana puede entregar al prisionero a la Orden, o la Orden puede tomar al prisionero de Faesana… a la fuerza.
—¿Es eso una declaración de guerra? —Al escuchar esa palabra guerreros de ambos bandos pusieron las manos en los pomos de sus armas aún envainadas o apretaron con fuerza las que ya empuñaban—. ¡Una mujer viene con un ejército de doce caballeros templarios a mi reino para declararme la guerra! —El rey empezó a reírse a carcajadas; dio dos palmadas y gritó—: ¡Guardias a mí!
Bocanegra no había estado atento al final de la conversación; su vista había seguido los pasos de Sanguijuela quien dando un rodeo se había acercado al estrado por un lateral. Esperaba el momento adecuado para subir, y este no tardó en llegar; uno de los miembros de la guardia real se dirigió al grupo de Hijos de la Luz espada en ristre, y la mujer que los comandaba levantó la mano con la palma en dirección al enemigo. De su mano surgió un rayo de luz que lanzó al soldado por los aires; ya no se levantó del suelo con su armadura, que ahora tenía una abolladura al rojo vivo en el peto.
Aunque la muchedumbre ya se había ido alejando del lugar, este acto de agresión provocó una estampida general. Esa fue la señal para que Sanguijuela pudiera llegar a rescatar a su compañero. Un par de guardias le vigilaban pero estaban distraídos con los templarios; el primero fue liquidado con una daga antes de darse cuenta de nada, el segundo, aunque sí se enteró, no tuvo tiempo de reaccionar. Abajo las diferentes refriegas empezaron y ni el rey ni ningún otro fue consciente de la fuga que tenía lugar.
—¿De dónde has sacado ese arma? —preguntó Bocanegra tras quitarse la mordaza.
—Me la ha prestado mi nuevo amigo —dijo Sanguijuela quien había llevado sujeta la daga en la boca mientras liberaba al otro y ahora volvía a sujetarla de la misma manera.
Cuando bajaron Bocanegra se quitó de encima la bolsa que llevaba anudada al cuello. No sabía qué hacer con ella; pero la solución vino en su dirección. Un templario le sujetó el hombro con fuerza; Bocanegra supo de quién se trataba, no le había visto aquella noche pero sabía que el otro a él sí. Le entregó la bolsa sin decir nada y el otro le soltó. Los jóvenes corrían entre las gentes que huían para pasar desapercibidos y no pararon hasta llegar a los establos.
Allí los esperaba un muchachito que sujetaba las riendas de Piedrandante y Escarchada. Sanguijuela relamió la hoja hasta dejarla limpia de sangre; tras guardarla en su vaina se la devolvió al chico, que miró el arma con asco.
—¿Por qué haces eso?
—Tenía que limpiar tu cuchillo antes de guardarlo…
—¡Es una daga! —gritó el chico, molesto, mientras los otros montaban,; luego miró a Sanguijuela asustado—: ¿N-no… no vais a llevarme?
—¿De qué habla? —preguntó Bocanegra a su compañero.
—Le dije que si cuidaba de las monturas y me prestaba su puñal nos lo llevaríamos…
—¡Que es una daga!
—Mira, acabamos de provocar una guerra entre la Orden y Faesana, tendremos a Queronte buscándonos para matarnos, puede que incluso los dioses quieran acabar con nosotros, ¿y quieres que nos encarguemos de un niño? —respondió Bocanegra mirando de vez en cuando hacia atrás; a lo lejos se acercaban miembros de la guardia real, así que se vio obligado a subir al chico a su caballo y salir al galope. Cuando salían de la ciudad se dirigió otra vez a su compañero—; espero que sepas lo que haces…
—Tranquilo, Bocanegra, Dagas es de fiar…
—¡No me llamo Dagas! Mi nombre es…
—Dagas —concluyó Bocanegra—, a partir de hoy tu nombre es Dagas… —Tras decir eso rió a carcajadas junto a su compañero mientras se alejaban de la batalla que estaba teniendo lugar.
Un grupo de soldados salió al galope en pos de ellos; pero no importaba. Ahora mismo a Bocanegra nada de eso le importaba. Esa procesión había acabado con más muertes sobre su conciencia de las que hubiera podido desear; pero también con una vida. Y eso era lo único que importaba.
Los cuatro hombres cabalgaban apesadumbrados; cada cual en un estado más deplorable. Bocanegra encabezaba la marcha con el labio partido y un corte en el hombro. Queronte trotaba casi a su altura; tenía una larga herida en el costado aunque era poco profunda. Tras ellos Sanguijuela sujetaba las riendas del mago; su herida en la pierna le dolía al cabalgar pero prefería eso a intentar hacer el trayecto andando. Temblor era el que peor heridas tenía: estas eran profundas y empezaban a desprender un olor a podredumbre. Ninguno esperaba que sobreviviera, pero no lo abandonaron por el poco honor que les quedaba.
La cabeza estaba en un bolsa de cuero que Queronte llevaba sujeta en el lomo. El centauro no quería separarse de ella hasta que hubieran llegado a su objetivo. Para Bocanegra eso era un problema. Tendría que esperar a tener la oportunidad de robarla.
Eran ya tres los días que viajaban, y no podían parar; todavía eran perseguidos por las tropas templarias de los Hijos de la Luz y esos fanáticos no pararían hasta recuperar la cabeza de quién había mancillado a la hija del dios. Mientras miraba por encima del hombro, Bocanegra pensó en Gran Oso; siempre decía que no debían meterse en asuntos demasiado grandes. ¿No era acaso secuestrar a una sangredivina un asunto enorme?
—¿Y si abandonamos al mago? Está claro que va a morir, y a mí se me está cansando la mano —dijo Sanguijuela a nadie en concreto.
—Hazlo y el siguiente que va a ser abandonado serás tú. Después de que te ensarte con lo que queda de mi lanza —masculló el centauro.
—Tranquilo, caballito que era solo una idea…
Queronte paró en seco y se dio la vuelta; sujetaba con fuerza la mitad que aún conservaba de su arma. Sus ojos estaban rojos e hinchados por haber pasado tanto tiempo llorando desde la muerte de su líder pero ahora su mirada era de una ira asesina.
—Venga, tranquilizaos de una vez —dijo Bocanegra, quien se vio obligado a parar y dar la vuelta para encarar a los demás—. Estamos muy tensos todos y necesitamos descansar…
—¿Pero a ti quién te ha puesto al mando del grupo? —preguntó Sanguijuela antes de dar un escupitajo al suelo—. Que ahora cabalgues sobre Piedrandante no te convierte en el nuevo Oso; era el único caballo que había disponible porque aquí el compañero Queronte no quiere hacer su trabajo como montura.
El centauro se lanzó contra él aunque se detuvo en cuanto Bocanegra le sujetó el brazo; eso no evitó que el caballo de Sanguijuela se encabritara. Temblor, que todos creían que estaba inconsciente sujetó sus propias riendas y susurró unas palabras a su montura hasta que se tranquilizó; luego se giró y con la mirada algo perdida habló al grupo:
—¿Qué clase de compañeros sois que os matáis antes de darle la oportunidad a un moribundo de opinar sobre su destino?
—¿Lo veis? —comentó Sanguijuela tras lograr que su caballo se quedara quieto—, él sabe que lo mejor que podemos hacer es acabar con su sufrimiento ahora…
—¡¿Qué?! —gritó consternado el mago poniéndose derecho, lo que le provocó un fuerte dolor que acompañó de un largo gemido—. ¡Hijo de una perra sarnosa! Lo que quiero es que me llevéis a un curandero. No me importa en absoluto saber que voy a morir; pero no pienso hacerlo en mitad de ningún sitio. Intenta impedirlo y con mis últimas fuerzas te voy a enterrar vivo.
—Os veo muy susceptibles últimamente… —respondió el aludido rascándose la cabeza—. Al menos podemos cambiar Queronte, tú sujetas las riendas y yo llevo los restos de nuestro líder.
La respuesta que recibió fue un silencio sepulcral acompañado de la misma mirada gélida de antes. Entendió el mensaje.
—Trae, ya guío yo a la montura de Temblor —dijo Bocanegra poniéndose a la altura del mago y agarrando las riendas del caballo. Tras girarse habló al centauro—: ¿Cuánto falta para llegar a la casa del sanador? Realmente necesitamos descansar…
—Si seguimos a este ritmo puede que lleguemos tras el anochecer… —respondió Queronte al fin dejando de mirar a Sanguijuela.
—Pues en marcha…
Y así siguieron el camino sin volver a abrir la boca. Cuando llegaron a la encrucijada que se dividía entre los caminos hacia Faesana y Leria, Bocanegra supo que era la mejor oportunidad que tendría de robar la cabeza y marcharse al encuentro del rey. Si seguía junto al grupo en dirección a la costa probablemente la cabeza —que ya empezaba a estar bajo los efectos de la descomposición— sería irreconocible cuando pudiera viajar en dirección a Faesana; lo peor era que para entonces además ya habría templarios en los alrededores de la ciudad. Debía robarla en cuanto llegaran al hogar del sanador y cabalgar lo más rápido que podía de vuelta.
Al final llegaron a la casa situada a la linde de un bosque; considerando que estaba en un camino lejos de cualquier otra clase de construcción humana, era grande; de una sola planta. Fuera había un pequeño establo para unos tres o cuatro animales y tras la casa un pozo y un pequeño huerto. Bocanegra y Sanguijuela se quedaron impresionados ante este lugar; llevaban tanto tiempo viviendo como trotamundos que no creía ya que alguien pudiera asentarse y sobrevivir lejos de una población.
Una de las criadas estaba recogiendo agua y al escuchar la llegada de viajeros fue a mirar de quién se trataba. La muchacha llevaba prácticamente toda su vida sirviendo en la casa y aún temía la llegada de soldados o mercenarios; si no hubiera reconocido al centauro, habría dejado caer el cubo espantada. Los saludó y fue inmediatamente a buscar a su señor.
—¡Queronte, dichoso el camino que te trae a mi humilde morada! —dijo el sanador al salir de casa. Bocanegra vio que no parecía ser mucho mayor que Gran Oso o el propio Queronte, sin embargo su pelo y barba ya estaban completamente encanecidos. Por lo demás su aspecto era de lo más corriente a excepción del par de dedos que le faltaban en la mano derecha—. ¿Dónde está Gran Oso?, ¿te has decidido a montar tu propia banda?
—Luego te explicaré, ahora tenemos una urgencia… —respondió Queronte señalando al mago.
—¿Es ese Temblor? ¡Maldita sea! ¡Nirae!, ¡Nirae ven inmediatamente! —gritó el hombre hasta que la chica salió de la casa—. Vamos, vosotros dos; llevad al herido dentro, la chica os dirá qué debéis hacer. ¡Luego me encargaré de vuestras heridas pero hay que darse prisa!
Tras revisar las heridas del mago hizo lo mejor que pudo aunque su conclusión era la que todos sabían.
—Le he dado una pócima para dormir pero dudo de que aguante otro día más... ¿En qué clase de batalla os habéis metido para acabar así?
—Nos hemos enfrentado a los Hijos de la Luz... —respondió Queronte moviéndose de un lado a otro; odiaba estar en espacios cerrados.
—Espero que la paga haya valido la pena… Supongo que por eso no están ni Gran Oso, ni Arco Negro, ni Bardo… ¿Los encarcelaron los templarios?
—Están muertos… —dijo el centauro entre sollozos.
—¿Qué? ¿Cómo ha ocurrido eso? —preguntó el sanador mientras empezaba a limpiar la herida de Sanguijuela antes de coserla—, Gran Oso nunca se ha metido en un combate que sabía que no podía ganar…
—Gran Oso fue… él fue… —Queronte fue incapaz de proseguir debido al llanto.
—Fue ajusticiado por la Orden —concluyó Bocanegra.
—Ya veo… ¿y qué hay de los otros?
—Murieron… cuando nos enfrentamos a los guerreros templarios al recuperar la cabeza de Gran Oso —explicó el chico.
—La cabez… ¿De qué cabeza habla Queronte?
El centauro dio la vuelta para que la bolsa quedara del otro lado, pero eso dejó expuesto su herida que el sanador azotó fuertemente arrancando del otro un gemido lastimero. Al final le entregó la bolsa que el otro abrió, aunque enseguida se arrepintió de hacerlo cuando se liberó el olor acumulado dentro. Tras cerrarla, el sanador la lanzó al suelo.
—¡No hagas eso! —gritó Queronte aunque en su voz había más temor que enfado.
—¿Que no lo haga dices? ¿Por qué he de respetar esa maldita cabeza?
—No maldigas la cabeza de Gran Oso…
—¡Maldeciré cada parte de su cuerpo por haber provocado todo esto!
—Podrías… no sé… ¡¿acabar de cerrar mi pierna antes de seguir lanzando maldiciones?! —gritó Sanguijuela.
—Y ahora gracias a esa cabeza que no quieres que maldiga la banda que te queda son dos chicos que apenas tienen la edad suficiente para ser soldados.
—Tú no tienes dedos suficientes para ser sanador y no me ves quejándome —replicó Sanguijuela y el sanador metió sus tres dedos en la herida que no había terminado de coser. El herido dio un largo alarido que estremeció a sus compañeros—. ¿Por qué nadie tiene sentido del humor?
—No entiendo por qué te llaman Sanguijuela en lugar de Boquera —comentó el sanador tras coserle, dando un azote a la herida.
—Es porque me encanta la sangre… —respondió él en el momento en el que entraba Nirae; la miró fijamente mientras se relamía los labios.
—Pues si no quieres que te empiecen a llamar Amputado mejor que estés quieto…
Tras recibir todos una curación para sus heridas cenaron con el hombre y su criada. La cabeza seguía en el mismo sitio donde había sido arrojada y Bocanegra no podía evitar que su mirada se desviara a ella. Pensó que lo más seguro era esperar a que todos durmieran para huir de allí.
—Bueno, ya va siendo hora de que durmamos. Queronte tendrás que quedarte con los chicos en la habitación de los invitados —comentó el anfitrión.
—Prefiero quedarme en el establo —replicó el centauro y Sanguijuela tuvo que disimular una risa como si fuera una tos aunque no lo hizo demasiado bien.
—Sé que odias los espacios cerrados pero si tropas de la Orden pasan por este camino te verán perfectamente si te quedas ahí…
—Pues tranquilo, me adentraré en el bosque y encontraré un lugar donde descansar. —dijo Queronte y se dirigió a la cabeza para recogerla.
—¡Ni se te ocurra tocar eso! —protestó el sanador—, bastantes problemas os ha causado ya. Además la he maldecido ¿recuerdas?
Queronte no replicó aunque emitió un sonido que sonó como un relincho, luego se marchó de la casa. Cuando se aseguró de que no estaba cerca, el sanador se dirigió hacia la bolsa, que agarró y dejó frente a Bocanegra.
—¿Qué? —preguntó este contemplando su objetivo tan cerca de sí.
—Llevas todo el tiempo que has estado aquí vigilando la bolsa. Al principio creía que mirabas a Queronte, pensé que tenías un gusto peculiar; pero tras lanzar la bolsa al suelo tus miradas se han hecho más constantes. Así que si tanto la deseas tómala.
—Yo la necesito para…
—No me importa para qué la vayas a usar, pero ten en cuenta que mi maldición la he dicho desde lo más profundo de mi alma. Esta cabeza no hará ningún bien a quien la tenga. Pero si con eso la Orden deja de ser un problema márchate con esta cabeza.
—Gracias por todo —comentó el joven mientras recogía la bolsa, luego se dio cuenta de que Sanguijuela le miraba y ambos se quedaron contemplándose en silencio—. No es necesario que vengas conmigo…
—¿Y quedarme con Culo de caballo? Venga, vamos, que si te marchas solo es posible que en menos de un día tu cabeza acabe en una bolsa similar.
El sanador les había dado algunas provisiones para el viaje; sólo las justas, ninguno de los tres creía realmente que pudieran lograrlo. Tras ello ambos chicos partieron de inmediato.
Aunque cabalgaran en dirección a los templarios, tenían una gran ventaja. Era de noche y los caballeros de la Orden usaban la magia de su dios para iluminar los caminos. Durante un par de ocasiones simplemente se escondieron en cuanto vieron a lo lejos las luces de los Hijos de la Luz. La tercera vez fue diferente.
El encuentro tuvo lugar al llegar al cruce de caminos; la luna estaba oculta por una nube y la oscuridad era absoluta. Este templario no mostraba ninguna luz; cuando fueron conscientes de su presencia lo tenían encima.
—¡Alto ahí! —ordenó el caballero—. En nombre de la Orden de los Hijos de la Luz y el Templo del Sol quedáis detenidos bajo los cargos de complicidad en el secuestro de una hija de Thelios, asesinato y agresión a miembros de la Orden y ayudar a un prisionero a escapar.
—Creo que se equivoca, somos sólo dos viajeros que intentan llegar a Faesana lo antes posible… —comentó Bocanegra con el tono más amistoso que fue capaz.
—¿De veras? —dijo el caballero y ambos escucharon como levantaba la visera de su yelmo. Sus ojos brillaban ligeramente; ellos no lo entendieron pero supieron que era capaz de verlos perfectamente en esa oscuridad.
—Me gustaría discutir alguno de los cargos antes de que nos detengas… —respondió Sanguijuela.
—¿Quieres discutir los cargos contra ti, escoria? Da las gracias de que la Orden ofrezca un juicio justo y no pueda mataros ahora mismo.
—¿Te das cuenta de que lo que llamas ayudar a un prisionero a escapar se refiere al robo de una cabeza? —siguió diciendo Sanguijuela sin hacer caso del templario. Bocanegra aunque no podía verle miró en dirección a su voz con furia—. Podemos resolver eso ahora mismo; devolvemos la cabeza y un cargo menos…
—¡Sanguijuela! —gritó su compañero.
Sin embargo el Hijo de la Luz lo caviló antes de hablar:
—De acuerdo. Si devolvéis los restos del prisionero, yo mismo hablaré en vuestro favor para retirar ese cargo.
Sanguijuela se estiró hacia el caballo de Bocanegra para coger la bolsa, este intentó pararle y forcejearon un poco pero al final el primero se hizo con el bulto.
—Muy bien —dijo sin hacer caso a las quejas de su compañero—. ¡Ahí tienes! —Lanzó el paquete de manera que el templario tuvo que moverse para cogerlo al vuelo. Mientras abría la bolsa para ver su interior, Sanguijuela dio una señal a su yegua para embestir.
El templario no tuvo tiempo de reaccionar y su montura fue arremetida contra el suelo, dejándolo atrapado a su vez debajo. El animal embestidor saltó con cierta dificultad por encima del derribado y salió al galope.
—¡Vamos, Bocanegra!, ¿esperas una señal divina para moverte?
El otro estaba confuso pero aun así decidió seguir la voz de su compañero.
—¿Por qué le has entregado la cabeza?
—No le he entregado ninguna cabeza… Creo que la bolsa que le he lanzado contenía pan, pero así ganamos tiempo.
Poco fue el tiempo que ganaron; pronto tenían a su perseguidor pisándoles los talones. Ahora que la luna no estaba oculta podían ver su silueta acercándose; si no hacían algo serían inevitablemente apresados. Bocanegra paró su montura y se bajó de ella.
—¡¿Has parado?! ¿Por qué has parado? —exclamó Sanguijuela.
—Si no hago algo nos va a atrapar —respondió mientras rebuscaba por el camino hasta que dio con una piedra del tamaño adecuado. Cogió su honda y con el proyectil listo empezó a darle vueltas; era difícil apuntar en esa circunstancia pero disparó igualmente.
La roca golpeó en el caballo por los gruñidos que hizo el animal. El caballero intentó tranquilizarlo pero no le fue posible, por ello tuvo que descabalgar para poder seguir la persecución. Al final se vio obligado a volver sobre sus pasos para recuperar su montura, sus enemigos ya cabalgaban todo lo rápido que podían pero los atraparía igual; si no, se reuniría con el resto de tropas en Faesana.
Los chicos aún tardaron otro día entero en llegar a su objetivo. De día iban campo a través para evitar encuentros, por la noche aprovechaban que la mayoría de templarios no podían ver en la oscuridad —al contrario que ese que les puso en un aprieto— para evitarlos.
A lo lejos vieron las murallas de la ciudad; más cerca un grupo de Hijos de la Luz montaban guardia en el camino; a un lado dos y al otro cuatro, sólo uno de ellos estaba desmontado. Bocanegra preparó la honda. Si alguno hacía el mínimo movimiento dispararía, no podría con todos pero preferiría luchar contra cuatro que contra seis. Ninguno hizo el más mínimo movimiento; cuando pasaron por el grupo se fijó en la mujer que no estaba a caballo, fue la única que los siguió con la mirada. Era la guardiana de Sintha. Bocanegra creyó ver un leve asentimiento en su cabeza pero no pudo estar seguro.
Ya dentro de las murallas, Sanguijuela se llevó a los caballos al establo mientras Bocanegra llevaba la cabeza al rey. Este no tardó en recibirle; de hecho lo estaba esperando.
—¿Pero a quién tenemos aquí? es el pequeño Bocanegra y… ¡vaya si no ha traído a su líder como le pedí! —comentó gesticulando el señor de Faesana mirando a los súbditos y guardias que había en el salón.
—¿Dónde está Sintha? —Bocanegra sujetaba la bolsa con rabia hasta hacer que los nudillos se le quedaran blancos.
—¿Me pregunta que dónde tenemos a nuestra huésped?... ¡Este Bocamierda viene a mis tierras, a mi reino, a mi casa, a mi salón, a preguntarme dónde tengo a esa perra que ha perdido toda la utilidad, porque un mercenario de mierda no ha sabido mantener su polla en los pantalones! —Esta vez el monarca se levantó airado acercándose a Bocanegra; mientras lo hacía dio dos palmadas—: ¡Traed a la sangredivina!
Desde una sala lateral un par de guardias trajeron a la hija de Thelios; estaba amordazada y tenía las manos atadas a la espalda. Bocanegra quiso acercarse pero el rey se lo impidió de un empujón.
—Ya ves que nuestra invitada está perfectamente bajo mis cuidados. Ahora es tu parte… ¿dónde está Gran Oso? —Como respuesta lo que recibió fue la bolsa arrojada a sus pies. Cuando vio lo que estaba ahí guardado miró al joven mordiéndose el labio hasta hacerlo sangrar—. Espero que haya una buena explicación para esto, chico…
—Querías que te trajera a Gran Oso y esto es lo que hemos podido recuperar. Tres de mis compañeros han muerto por ello… —respondió Bocanegra sin dejar de mirar a Sintha.
—¡Quería que trajeras a ese maldito Gran Oso para castigarlo por desvirgar a la sangredivina e impedir que pueda poseerla como es debido! —gritó irritado el rey y entonces se fijó en el chico que seguía sin mirarle—: ¡Nooooo! No, no, no, no, no… No puedo creerme lo que veo… No fue Gran Oso quien estuvo con la chica… ¡Fuiste tú! —Empezó a reír a carcajadas mientras sus súbditos reían nerviosos para no alterarle más—. ¡Tú, Bocamierda! No puede ser… ¿De verdad te atreviste a besarle con esa boca que tiene? —preguntó a Sitha todavía entre risas—. ¡Tú me has jodido todo el plan que había elaborado!
El rey dio un puñetazo a Bocanegra que lo arrojó al suelo. El chico se levantó pero cuando se lanzó contra el monarca un par de guardias se lo impidieron; inmovilizado recibió otro puñetazo en el estómago.
—Muy bien. No pasa nada. Te di mi palabra que si me traías a tu jefe yo te entregaría a la chica. Soy un hombre de honor así que… ¡Traed mi hacha!
—¡No! —gritó el chico pero los guardias lo tenían inmovilizado; igual que a la chica que también intentó escapar.
El rey no hizo caso y en cuanto le trajeron su arma hizo a sus hombres poner de rodillas a Sintha; a continuación puso el filo en su cuello para marcar el golpe:
—No te muevas. No queremos fallar y hacerte daño sin querer, ¿cierto? —comentó a la chica que aunque intentaba moverse no soltó ni una lágrima—. Me alegra que te lo tomes con tanta entereza. —Tras ello descargó el golpe que dejó el cuerpo en el suelo sufriendo espasmos mientras se desangraba. No le bastó con ello; siguió descargando golpes hasta que separó la cabeza del cuerpo.
Al acabar entregó el hacha a un ayudante de cámara y agarró la cabeza; que guardó en la bolsa de cuero. Dicha bolsa fue atada al cuello de Bocanegra quien no dejaba de gritar improperios al señor de Faesana.
—¡Llevaos a esta escoria a la plaza! Vamos a darle su merecido y que el pueblo no olvide qué ocurre si se enfrenta al poder del rey.
Bocanegra fue colocado en un estrado elevado en la plaza central, allí fue puesto en un cepo que sujetaba sus manos; estaba amordazado. En la plaza se reunió un gentío que sentía curiosidad por lo que tenía que decir su monarca; entre esa muchedumbre el reo vio a su compañero, pero cuando sus miradas se cruzaron Sanguijuela miró a otro lado. No le importó, porque vio otra cosa más sorprendente; una docena de templarios se hallaban más allá de la gente que se había congregado.
—¡Querido pueblo, este extranjero que veis aquí ha agraviado a la corona y al reino de Faesana con sus actos! —gritó el rey a la multitud que observaba en silencio; se calló un momento cuando observó a los templarios que se encontraban inmóviles aguardando—. ¡Debería ser yo quien decida el castigo que vea más conveniente pero dejaré que seáis vosotros (tan agraviados como yo por tal actitud) que decidáis qué pena merece!
Ese momento era el que esperaban los caballeros; encabezados por la mujer avanzaron hacia el estrado. Los ciudadanos, temerosos, iban abriendo paso sin necesidad de que se lo pidieran.
—En nombre de la Orden de los Hijos de la Luz y el Templo del Sol pedimos que se nos entregue el prisionero —dijo tranquilamente la mujer (con el marcado acento que Bocanegra ya había escuchado con anterioridad)—. También queremos saber el paradero de Sintha, hija de nuestro patrón.
—Templarios… Por supuesto, por supuesto… ¡Sabed que entre los crímenes que le son imputados se incluye el asesinato de la sangredivina! —Esta afirmación provocó que empezara un murmullo generalizado entre las gentes que hasta ese momento estuvieron calladas. La templaria por su parte no hizo ninguna clase de gesto a excepción de colocarse el casco otra vez.
—Si eso es cierto desamordazad al reo para que sea él quien confiese ante los hombres y ante los dioses.
—¿Para qué queréis que lo haga? ¿para que esta escoria mienta ante los hombres y ante los dioses?; dirá cualquier cosa con tal de librarse del castigo…
—De acuerdo, majestad. Pero si lo que decís es cierto el ajusticiamiento del reo es deber de la Orden; entregadnos al prisionero.
—No tengo ninguna obligación de cumplir vuestra petición. Vuestra Orden no tiene ninguna potestad en mis dominios así que marchaos o esperad al juicio popular.
—Faesana puede entregar al prisionero a la Orden, o la Orden puede tomar al prisionero de Faesana… a la fuerza.
—¿Es eso una declaración de guerra? —Al escuchar esa palabra guerreros de ambos bandos pusieron las manos en los pomos de sus armas aún envainadas o apretaron con fuerza las que ya empuñaban—. ¡Una mujer viene con un ejército de doce caballeros templarios a mi reino para declararme la guerra! —El rey empezó a reírse a carcajadas; dio dos palmadas y gritó—: ¡Guardias a mí!
Bocanegra no había estado atento al final de la conversación; su vista había seguido los pasos de Sanguijuela quien dando un rodeo se había acercado al estrado por un lateral. Esperaba el momento adecuado para subir, y este no tardó en llegar; uno de los miembros de la guardia real se dirigió al grupo de Hijos de la Luz espada en ristre, y la mujer que los comandaba levantó la mano con la palma en dirección al enemigo. De su mano surgió un rayo de luz que lanzó al soldado por los aires; ya no se levantó del suelo con su armadura, que ahora tenía una abolladura al rojo vivo en el peto.
Aunque la muchedumbre ya se había ido alejando del lugar, este acto de agresión provocó una estampida general. Esa fue la señal para que Sanguijuela pudiera llegar a rescatar a su compañero. Un par de guardias le vigilaban pero estaban distraídos con los templarios; el primero fue liquidado con una daga antes de darse cuenta de nada, el segundo, aunque sí se enteró, no tuvo tiempo de reaccionar. Abajo las diferentes refriegas empezaron y ni el rey ni ningún otro fue consciente de la fuga que tenía lugar.
—¿De dónde has sacado ese arma? —preguntó Bocanegra tras quitarse la mordaza.
—Me la ha prestado mi nuevo amigo —dijo Sanguijuela quien había llevado sujeta la daga en la boca mientras liberaba al otro y ahora volvía a sujetarla de la misma manera.
Cuando bajaron Bocanegra se quitó de encima la bolsa que llevaba anudada al cuello. No sabía qué hacer con ella; pero la solución vino en su dirección. Un templario le sujetó el hombro con fuerza; Bocanegra supo de quién se trataba, no le había visto aquella noche pero sabía que el otro a él sí. Le entregó la bolsa sin decir nada y el otro le soltó. Los jóvenes corrían entre las gentes que huían para pasar desapercibidos y no pararon hasta llegar a los establos.
Allí los esperaba un muchachito que sujetaba las riendas de Piedrandante y Escarchada. Sanguijuela relamió la hoja hasta dejarla limpia de sangre; tras guardarla en su vaina se la devolvió al chico, que miró el arma con asco.
—¿Por qué haces eso?
—Tenía que limpiar tu cuchillo antes de guardarlo…
—¡Es una daga! —gritó el chico, molesto, mientras los otros montaban,; luego miró a Sanguijuela asustado—: ¿N-no… no vais a llevarme?
—¿De qué habla? —preguntó Bocanegra a su compañero.
—Le dije que si cuidaba de las monturas y me prestaba su puñal nos lo llevaríamos…
—¡Que es una daga!
—Mira, acabamos de provocar una guerra entre la Orden y Faesana, tendremos a Queronte buscándonos para matarnos, puede que incluso los dioses quieran acabar con nosotros, ¿y quieres que nos encarguemos de un niño? —respondió Bocanegra mirando de vez en cuando hacia atrás; a lo lejos se acercaban miembros de la guardia real, así que se vio obligado a subir al chico a su caballo y salir al galope. Cuando salían de la ciudad se dirigió otra vez a su compañero—; espero que sepas lo que haces…
—Tranquilo, Bocanegra, Dagas es de fiar…
—¡No me llamo Dagas! Mi nombre es…
—Dagas —concluyó Bocanegra—, a partir de hoy tu nombre es Dagas… —Tras decir eso rió a carcajadas junto a su compañero mientras se alejaban de la batalla que estaba teniendo lugar.
Un grupo de soldados salió al galope en pos de ellos; pero no importaba. Ahora mismo a Bocanegra nada de eso le importaba. Esa procesión había acabado con más muertes sobre su conciencia de las que hubiera podido desear; pero también con una vida. Y eso era lo único que importaba.