30/05/2019 07:32 AM
1. Tutorial
El barco se movía. Nadie le había dicho que el barco se movería. Claro que no era el único que parecía pasarlo mal, al menos uno de cada cinco individuos en cubierta intentaban hacer caso omiso a su mareo y a los gritos de júbilo del resto.
Él se miró las manos, de piel ligeramente bronceada como correspondería a alguien que hubiera pasado toda su vida de un sitio para otro recorriendo aventuras, con su nombre susurrado en todos los caminos. También lucía alguna cicatriz que le hacían parecer más rudo. Pese a todo, no llevaba más que unos ropajes de tela y una espada apenas filosa que no le dejaban empuñar en el barco. Seguramente para evitar la carnicería entre todos los novatos que no querían más que lanzarse a la aventura de Versus.
Cerró los ojos, sintiendo el viento aullar entre su cabello a media melena negra. Aquella sensación le agradó de tal forma que hasta notó un cosquilleo en su piel. Pocas veces tenía la oportunidad de gozar de la brisa natural, así que se dejó llevar como un bebé en brazos de su madre.
—Las físicas están muy logradas— pensó. Lentamente hasta el mareo fue cediendo terreno al escuchar la madera cantar con un leve crujido reforzado de salitre mientras se mecía.
No lograba desenvainar la espada por más que lo intentara, pero aún con todo le gustaba notar la sensación de la empuñadura en la vaina de su cinto, lamiendo las tiras de cuero con las yemas de los dedos. Deseaba pasar a la acción por primera vez, que por fin le permitieran hacer uso de ella. ¿Quién sería su primer enemigo? ¿Un saqueador? ¿El miembro de algún clan? ¿Una bestia? Ojalá fuera un dragón, uno grande y rojo, con el que pudiera hacerse una buena armadura o conseguir materiales caros, aunque no estaba seguro de que los dragones existieran.
Unos metros a su proa otro par de novatos habían decidido que era buena idea enfrascarse en una pelea a puñetazos entre ellos mientras muchos otros les animaban. ¿O acaso era su popa? Qué más daba, nunca había sabido distinguir las direcciones en el argot marino. Muchos otros intentaban desenfundar su espada corta, pese a que ésta no cedía. Era claro que les indicarían cuando la función estuviera activa, y para entonces él pensaba hacer buen uso de ella. Los otros novatos eran en su mayoría altos y muy fornidos, incluso con más cicatrices que él y algún tatuaje. Todos aquellos, entre los que se incluía, parecían muy fuera de lugar en un barco tan limpio y ordenado como aquel, donde ni siquiera una astilla de madera se encontraba fuera de su lugar, y hasta los tripulantes perfectamente uniformados insistían en su pose marcial durante horas. En aquel ambiente, todos los novatos no eran más que chuchos callejeros apestando a orines en mitad de un palacio recién estrenado.
Con todo, decidió que lo mejor era disfrutar de la vista. Era espléndida. Nunca en su vida había creído posible ver un atardecer de un rojizo tan hermoso que casi podía tocarse, acompañado del regurgitar suave de las olas que morían en el casco de la nave. Si se asomaba un instante podía ver unos cuantos delfines saltar desde el fondo del coral verde en las aguas transparentes para saludarle amistosos. De alguna extraña manera, era más real que cualquier otra cosa que hubiera vivido hasta entonces.
—Esto es increíble. Puedes hasta notar los rayos del sol calentarte —. A su lado apareció otro de los novatos. Era muy ancho de hombros, como la mayoría, aunque su aspecto no era tan amenazante al carecer de la mandíbula cuadrada y el pelo largo y rubio. Parecía que tenía frente a él un aspirante a paladín.
Él simplemente asintió plácidamente. Quería darse tiempo para disfrutar del momento. —Vengo de La Liga de las Maravillas, pero creo que nada es comparable, al final todos los lugares eran iguales unos a otros, y los combates predecibles o casi imposibles desde que nerfearon los escudos. Apenas llevo aquí media hora y esto es...bueno, solo tienes que mirar —señaló otra vez al mar, donde un delfín surgió de nuevo. Ésta vez hasta le pareció que le saludaba mientras sonreía.
— ¿Dónde se supone que va el barco? quiero más llegar para comenzar a explorar. Lo primero que haré será forjarme un mandoble para especializarme. ¡Ja! Si apenas me aguanto de la emoción. ¡Creo que hoy ni cenaré! ¡Es más, igual ni duermo!
Él rió también, emocionado. A decir verdad, eso es lo que él pensaba hacer también. Al reír, el paladín mostró una dentadura tan perfecta que a cualquiera le daban ganas de golpearla.
—Vamos a Magnas, la ciudad principal. O al menos eso ha dicho el capitán. Si vuelves donde está, volverá a soltarte el discurso —había repasado el discurso del capitán tres veces, solo por si acaso. Magnas, la ciudad más grande del mundo de Versus, con el mayor puerto construido hasta el momento. El lugar donde todos los novatos iniciaban.
—Me llamo Jaeo, por cierto —le tendió la mano.
—Oryon —replicó mientras le respondió al saludo. Hizo la prueba de apretar todo lo fuerte que su fibroso brazo le permitía, pero Jaeo no mostró ninguna sensación de dolor. Como era de suponer, en Versus el dolor había sido inhibido.
Antes de que pudieran soltarse las manos, una campana comenzó a sonar por cubierta. Oryon se giró, buscando cualquier señal de alarma. De repente todos los novatos callaron al unísono, como ovejas en el momento de ver un lobo. Fue un instante, únicamente un fugaz segundo en el cual cesaron los gritos, insultos estúpidos a las madres y amenazas de reportes, pero durante ese momento de quietud reinó el silencio. Luego vinieron los gritos de los marineros mientras señalaban un barco gigantesco de velas negras que se aproximaba.
Todos ellos gritaban asustados de un lado a otro, pese a todo, Oryon y Jaeo intentaron mantener la calma.
— ¿Qué pasa? —en su tono emocionado y ansioso notó también una nota de preocupación.
Oryon no respondió, pero instintivamente se llevó la mano derecha a la empuñadura de su espada corta y consiguió desenfundarla. —Supongo que ahora nos enseñarán a luchar.
La sonrisa de Jaeo desenfundando su arma fue toda la respuesta que él necesitó. Casi no hizo caso a las palabras del capitán, que se escuchaban anormalmente fuertes por todo el navío.
— ¡Esos malditos piratas del Tiburón Dentado han vuelto! Es la cuarta vez que intentan asaltar la Doncella de Marfil este mes. ¡Por las barbas de una sirena, es inconcebible! —el grueso hombre bajó las escaleras con su pata de palo resonando en cubierta. — ¡Tú, grumete, da la señal para virar a estribor! Intentaremos una maniobra evasiva —gritó a uno de sus marineros. Alrededor del capitán comenzó a formarse un corro de novatos que el hombre parecía ignorar, pese a que un poco de saliva incluso cayó en la cara de uno de ellos, el cual dio unos pasos atrás ante las risas del resto.
— ¡Pero capitán, los tenemos muy cerca! ¡El abordaje es inminente!
— ¡Maldita sea! Debemos luchar todos. Desenvainad vuestras espadas, novatos de tierra firme. ¡Luchad!
Fue entonces cuando la mayoría se dio cuenta de que era posible empuñar sus armas de principiante. El sonido filoso de decenas de espadas rozando la empuñadura fue lo único que se escuchó en aquel instante.
El barco enemigo se encontraba cada vez más cerca. Podía ver su mascarón de proa, una cabeza de tiburón con espadas como dientes, acercarse directamente para chocar contra el lateral de su nave.
Apretó fuerte la espada con su mano mientras corría instintivamente al otro lado. Fue de los únicos, la mayoría parecía correr a recibir a los enemigos. En su opinión, idiotas que acabarían muertos en el fondo del mar antes de poder realizar siquiera su primera estocada.
— ¡Luchad, mis valientes! —. El barco tembló cuando la embarcación negra chocó contra ellos. Era un milagro que La Doncella de Marfil no se hubiera partido en dos. Apenas un segundo después los piratas comenzaron a saltar al abordaje. Muchos eran altos y de barbas descuidadas, incluso el aire comenzó a apestar a ron y azufre.
En respuesta, el capitán gritó la orden de carga, por lo cual los marineros comenzaron a luchar contra ellos en una carrera perfectamente sincronizada. Todos aquellos novatos que no habían caído al mar en la embestida, se les unieron.
Era el momento. Su primer enemigo sería un pirata.
Con un grito en falsete Oryon se lanzó contra el primer pirata que vio. Si se hubiera parado al menos un segundo a pensarlo le habría atacado por la espalda para hacerle más daño, pero todo lo que se le ocurrió en aquella carrera fue embestirle con el hombro para hacerle perder el equilibrio. Su enemigo dio un paso en falso, así que intentó aprovecharlo descargando un golpe desde arriba para abrirle la cabeza. Cuantos más enemigos matara, más experiencia conseguiría en batalla.
— ¡Muere! —le acertó en el hombro, y aunque estaba seguro que le había hecho bastante daño, su enemigo no cayó.
— ¡Maldita sabandija! ¡Me comeré tus tripas!
Oryon no pudo evitar reír. Su acento era un poco gracioso. Aun así, intentó no despistarse. Quería acabar cuanto antes. Los piratas enemigos apenas tenían ropas con armadura, pero a decir verdad, ni él ni el resto de novatos tampoco. Aun así, las posibilidades y movimientos eran infinitos. No se limitaban a unos cuantos golpes por defecto, si no que era libre de mover si cuerpo y arma de la manera que quisiera.
No se lo pensó y realizó una finta en la cara del pirata. Supo que había sido un movimiento un tanto torpe y lento en cuanto lo realizó, pero aun así esquivó al pirata barbado y al golpe que le había lanzado desde la derecha. Al girar sobre sí mismo, aprovechó para extender su brazo con la espada y de un salto herir al rival en el brazo. Ahora sí, este cayó al suelo. Su primer enemigo.
Apenas tuvo tiempo de registrar el cuerpo en busca de botín. Fijó su vista en el mascarón del Tiburón Dentado, donde una figura alta y con una capa ondeante rio mientras alzaba una espada.
— ¡Es la pirata Malasangre! ¡Tened cuidado, malandrines, su espada ha matado más marineros que el escorbuto!
Mientras Malasangre saltaba a La Doncella de Marfil, el mástil principal de ésta caía espectacularmente, a apenas unos metros de donde Oryon se encontraba. En ese momento pudo distinguir dos tipos de novatos: los que miraban nerviosos a todos lados mientras intentaban escapar de allí como fuera y los que reían, soñando con matar a Malasangre y quedarse su espada. Oryon acababa de decidir que quería ser de éstos últimos.
Una novata fue la primero en atacar a Malasangre. Era una tipa alta, pelirroja y de grandes pechos, de piel pálida y una cicatriz atravesando su ojo derecho. Logró encadenar un golpe con su espada a la pirata, un corte diagonal en el pecho, de izquierda a derecha antes de que pudiera reaccionar, pero ésta se rehízo sin apenas sufrir daño y despachó a su rival, clavándole su espada brillante en el pecho. Entonces sacó la espada y golpeó con ésta a la mujer otras dos veces. La novata cayó muerta.
Como si esto no fuera más que una provocación, tres novatos atacaron a la vez ésta vez. Otros tantos preferían hacer frente a los piratas comunes, Jaeo entre ellos. Oryon, por su parte, se quedó mirando indeciso. Ya había recibido bastante daño en pelea.
La boss no tardó en deshacerse del primero de ellos, con una patada le hizo perder el equilibrio, y al abrir la guardia le golpeó en la cabeza con su sable. Aun así, los otros dos combatientes aprovecharon para lanzarle unos cuantos golpes mientras no se preocupaba por ellos, dejándola bastante malherida. Cuando la pirata de pelo rapado y dientes amarillentos se giró sobre los novatos, le bastaron dos sendos tajos para quitárselos de en medio. Era mucho más rápida que sus subordinados. Pero ya estaba malherida.
—Un golpe crítico. Eso es todo lo que necesito para hacerme con su sable. Podría venderlo en Magnas para conseguir una armadura mejor, o usarla en lugar de la espada estándar que tenía equipada por defecto. Un golpe, eso era todo lo que necesitaba para hacerla caer.
Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr hacia Malasangre con su espada de una mano en alto. La idea era simple. La desequilibraría embistiéndola con el cuerpo y al no poder defenderse atacaría a su cabeza. Si le había funcionado con el primer pirata, no veía ninguna razón para que no lo hiciera en el segundo.
—Maldita sabandija. ¡Me comeré tus tripas! —el tono de Malasangre era tan ronco y rasposo que casi hacían daño al escucharlo, como unas uñas rascando una pizarra.
Justo cuando estaba preparado para embestir, supo que se había equivocado. El alcance de ese sable era mayor que el del resto de piratas, y por supuesto que su espada. Apenas se hizo necesario un corte circular de la enemiga para acabar con él. Por suerte no sintió dolor.
Lo único que pudo ver a continuación fue unas letras en rojo. ESTAS MUERTO.
— ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —gritó en su habitación mientras se desenganchaba las gafas de realidad aumentada y apagaba la simulación cerebral. Acto seguido se levantó de la cama. Había pasado horas editando al personaje, todas sus cicatrices, tatuajes, altura, color de ojos…incluso había pensado una maldita historia para poder meterse más en el papel. Oryon iba a ser el hijo bastardo de un rey, expulsado de su país y obligado a buscar fama como mercenario. Pero ahora Oryon estaba muerto a manos de Malasangre en el tutorial de Versus.
Mientras pensaba con amargor en el estúpido videojuego, tiró las gafas encima del colchón.
— ¡Héctor! ¿Sabes qué hora es? ¡Vas a llegar tarde, por el amor de Dios!
El chico suspiró. Su madre siempre le recordaba lo mismo, sin importarle el día. — ¡Hoy no trabajo, mamá!
Durante unos segundos, la mujer no contestó, aunque él estaba seguro que le había escuchado. Efectivamente, volvió a replicarle.
— ¡¿Por qué tienes que gritarme desde la otra punta de la casa?! ¡Ven aquí a hablarme como las personas normales!
Puso los ojos en blanco mientras se sentaba con parsimonia en la silla del escritorio. Quizás más tarde volvería a intentar pasarse el tutorial de Versus.