06/11/2019 04:45 PM
(This post was last modified: 06/11/2019 04:46 PM by Emmanuel Tent.)
He aquí el primer capitulo de mi historia titulada “La Espada de la Devastación”. Es muy suelta y rápida puesto que empecé a escribirla sin mediar planteamientos. A poco se convirtió en algo muy significativo para mi pese a que abandoné seguir trabajando con ella. Espero les guste y comenten; si hay erratas de cualquier tipo me dispensan.
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Melden era un gigantesco mundo lleno de leyendas, lugares de ensueño y criaturas míticas. Pero no todo era luz y paz. Hubieron periodos de cataclismos para cada imperio de Melden. Tal fue la situación de la parte más sureña de este mundo en donde la gloria del mismo se tornó en su propia deshonra.
El reino de Melden del Sur era grande, próspero y encantador. Los Tres Pilares descansaban en él. Sus extensas tierras eran fértiles; no había falta de pan ni agua.
La mismísima Familia Real era pomposa y envidiada. Compuesta por una pareja de esposos, cuya belleza parecía inverosímil, y dos pequeños, frutos de su amor, que también poseían destellos de su gloria.
Así, con pureza de corazón y mano fuerte, el rey Orfrak y la reina Amancia forjaron su reino bajo la sombra portentosa del Segundo Pilar, siendo custodiados por el Padre Unicornio y sus sirvientes.
Pasados los años la desolación entró en aquel reino y empezó a arruinar su gloria. Inició con la hija menor de los reyes. Un día desapareció con todas sus doncellas y guardianes cuando cruzaban el Bosque de Vítos tras haber visitado un reino vecino. Varios meses de búsquedas exhaustivas pasaron, pero nadie trajo indicios de la princesa y sus acompañantes. El rey, desesperado, encabezó una jauría y partió en su busca, desoyendo los consejos de su esposa.
De este modo Orfrak, el rey benévolo, se internó en los bosques malditos y jamás volvió. Tiempo después, la reina dio por sentado que su esposo había tenido el mismo destino trágico que su hija. De modo que decidió continuar con el reinado por sí sola.
Melden del Sur se levantó poco a poco y consiguió crecer y florecer un poco más, pero una raíz de amargura impedía que se desarrollara con esplendor. Tal era el sufrimiento de la reina y su ya único hijo, que las fiestas cesaron y las cosechas comenzaron a ser poco provechosas, dejando atrás el pasado fructuoso que habían vivido.
Amancia cuidó excesivamente de su único hijo, el príncipe Nemuel, quitando de su camino todo cuanto ella creía pudiera resultarle dañino. De este modo, el principio se convirtió en un joven inútil con las armas e inepto de espíritu. Sin embargo, era grande en conocimientos. Esto causó que el joven rehuyera los planes futuros que su madre tenía para él en cuanto a las riendas del reino.
Sucedía que la vejez prorrumpía el cuerpo de la reina y acercaba al muchacho a su coronación como rey, pese a no tener la edad adecuada. Y una vez más otra desdicha desoló el cada vez más caduco reino de Melden del Sur. Esta vez la reina se enfermó gravemente. Varios médicos y hasta herbarios y curanderos de alto renombre acudieron al lecho de la enferma para calmar su quebranto pero ninguno supo cómo solucionar lo que le aquejaba. Y era que sangraba por cada orificio de su cuerpo sin ninguna causa aparente. Ni siquiera el Padre Unicornio, ni los poderosos Pilares, tuvieron misericordia de ella.
De este modo, la mujer no pudo seguir con el destino de su reino. Y como Nemuel se refugiaba en la vana promesa de que sólo tomaría el cetro de oro cuando tuviera dieciséis años (edad permitida por las leyes del reino), Amancia se vio obligada a otorgarle el título de regente a su más fiel vasallo (un anciano escribano llamado Hermán, quien estuvo con ella y su fallecido esposo desde el principio de su mandato) hasta que su hijo tuviera la edad estimada para reinar.
El escribano, y ahora rey, consiguió fama y buena reputación durante sus inicios. Sin embargo, las disputas en contra de su mandato no tardaron en llegar. Los ciudadanos pedían a un rey legítimo, por lo que Amancia se vio en la obligación de pedirle a su hijo que tomara el cetro de oro antes de tiempo. Mas este se negaba rotundamente, obligando a Hermán a continuar con aquella tarea que pensaba, no iba a costarle tanto.
Pocos meses después de haber nombrado a su escribano rey de Melden del Sur, la reina Amancia muere tras haber vomitado una estrafalaria cantidad de sangre. Su muerte significó mucho para el reino, por lo que hubo luto por los siguientes meses. Con ello, Nemuel se volvió muy hosco y agrio. Se encerró en el lugar más apartado mientras lloraba día y noche su desdicha pues todos sus seres queridos habían muerto.
El regente, sintiendo un miedo espeluznante hacia el pueblo, pedía constantemente al príncipe que se sentara en el trono pasados sus meses de luto para que calmara a la agitada población. Pero el joven seguía negándose y alegaba que su edad no se lo permitía, en su afán por mantenerse esquivo.
De este modo, estar en el poder se volvió algo mortificante para Hermán ya que sufría el desprecio y la desobediencia de gran parte de sus subordinados y el pueblo, quienes le recriminaban y decían que solo obedecerían a su rey legítimo, y ese era Nemuel.
Así que, una soleada mañana de otoño, cuando las hojas amarillentas de los arboles empezaban a caer, el antiguo escribano no soportó más y osó suicidarse. Se dirigió a su despacho, pidió a sus guardianes (en quienes ya ni siquiera confiaba) que lo dejaran a solas y aseguró la puerta tras sí. El anciano hombre se sentó con pesadumbre en su mullido asiento y empezó a llorar. Se apoyó con los codos en el escritorio largo rato. Con ojos llorosos rebuscó en un resquicio del mismo. Encontró un frasquito que contenía un líquido purpúreo, muy oscuro. Su etiqueta rezaba “veneno para grifos” en una extraña lengua. El hombre se descompuso y dejó fluir su llanto mientras rememoraba la pasada gloria de Melden del Sur y pedía perdón a los Tres Pilares por su insolencia. Finalmente destapó el frasco con cuidado. Una sola engullida del líquido ácido que contenía significaba la muerte instantánea, así que lo haría rápido para menguar cualquier dolor que este pudiese ocasionarle. Lo alzó con tristeza. Aún se preguntaba cómo Nemuel, un joven inteligente, pulcro y soñador, rechazaba lo que un día había sido el estandarte de sus padres. Pero lo entendía en cierto modo. Él también había pasado por una etapa similar en la que, durante su juventud, lo había perdido todo incluso las ganas de vivir. No lo pensó más. Cortó la distancia que separaba el borde de cristal de aquella vasija infamia que representaba aquel frasco y lo llevó a sus labios...
—Ofenderás a los Tres Pilares si lo haces. —Mas salió alguien a su encuentro.
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Melden era un gigantesco mundo lleno de leyendas, lugares de ensueño y criaturas míticas. Pero no todo era luz y paz. Hubieron periodos de cataclismos para cada imperio de Melden. Tal fue la situación de la parte más sureña de este mundo en donde la gloria del mismo se tornó en su propia deshonra.
El reino de Melden del Sur era grande, próspero y encantador. Los Tres Pilares descansaban en él. Sus extensas tierras eran fértiles; no había falta de pan ni agua.
La mismísima Familia Real era pomposa y envidiada. Compuesta por una pareja de esposos, cuya belleza parecía inverosímil, y dos pequeños, frutos de su amor, que también poseían destellos de su gloria.
Así, con pureza de corazón y mano fuerte, el rey Orfrak y la reina Amancia forjaron su reino bajo la sombra portentosa del Segundo Pilar, siendo custodiados por el Padre Unicornio y sus sirvientes.
Pasados los años la desolación entró en aquel reino y empezó a arruinar su gloria. Inició con la hija menor de los reyes. Un día desapareció con todas sus doncellas y guardianes cuando cruzaban el Bosque de Vítos tras haber visitado un reino vecino. Varios meses de búsquedas exhaustivas pasaron, pero nadie trajo indicios de la princesa y sus acompañantes. El rey, desesperado, encabezó una jauría y partió en su busca, desoyendo los consejos de su esposa.
De este modo Orfrak, el rey benévolo, se internó en los bosques malditos y jamás volvió. Tiempo después, la reina dio por sentado que su esposo había tenido el mismo destino trágico que su hija. De modo que decidió continuar con el reinado por sí sola.
Melden del Sur se levantó poco a poco y consiguió crecer y florecer un poco más, pero una raíz de amargura impedía que se desarrollara con esplendor. Tal era el sufrimiento de la reina y su ya único hijo, que las fiestas cesaron y las cosechas comenzaron a ser poco provechosas, dejando atrás el pasado fructuoso que habían vivido.
Amancia cuidó excesivamente de su único hijo, el príncipe Nemuel, quitando de su camino todo cuanto ella creía pudiera resultarle dañino. De este modo, el principio se convirtió en un joven inútil con las armas e inepto de espíritu. Sin embargo, era grande en conocimientos. Esto causó que el joven rehuyera los planes futuros que su madre tenía para él en cuanto a las riendas del reino.
Sucedía que la vejez prorrumpía el cuerpo de la reina y acercaba al muchacho a su coronación como rey, pese a no tener la edad adecuada. Y una vez más otra desdicha desoló el cada vez más caduco reino de Melden del Sur. Esta vez la reina se enfermó gravemente. Varios médicos y hasta herbarios y curanderos de alto renombre acudieron al lecho de la enferma para calmar su quebranto pero ninguno supo cómo solucionar lo que le aquejaba. Y era que sangraba por cada orificio de su cuerpo sin ninguna causa aparente. Ni siquiera el Padre Unicornio, ni los poderosos Pilares, tuvieron misericordia de ella.
De este modo, la mujer no pudo seguir con el destino de su reino. Y como Nemuel se refugiaba en la vana promesa de que sólo tomaría el cetro de oro cuando tuviera dieciséis años (edad permitida por las leyes del reino), Amancia se vio obligada a otorgarle el título de regente a su más fiel vasallo (un anciano escribano llamado Hermán, quien estuvo con ella y su fallecido esposo desde el principio de su mandato) hasta que su hijo tuviera la edad estimada para reinar.
El escribano, y ahora rey, consiguió fama y buena reputación durante sus inicios. Sin embargo, las disputas en contra de su mandato no tardaron en llegar. Los ciudadanos pedían a un rey legítimo, por lo que Amancia se vio en la obligación de pedirle a su hijo que tomara el cetro de oro antes de tiempo. Mas este se negaba rotundamente, obligando a Hermán a continuar con aquella tarea que pensaba, no iba a costarle tanto.
Pocos meses después de haber nombrado a su escribano rey de Melden del Sur, la reina Amancia muere tras haber vomitado una estrafalaria cantidad de sangre. Su muerte significó mucho para el reino, por lo que hubo luto por los siguientes meses. Con ello, Nemuel se volvió muy hosco y agrio. Se encerró en el lugar más apartado mientras lloraba día y noche su desdicha pues todos sus seres queridos habían muerto.
El regente, sintiendo un miedo espeluznante hacia el pueblo, pedía constantemente al príncipe que se sentara en el trono pasados sus meses de luto para que calmara a la agitada población. Pero el joven seguía negándose y alegaba que su edad no se lo permitía, en su afán por mantenerse esquivo.
De este modo, estar en el poder se volvió algo mortificante para Hermán ya que sufría el desprecio y la desobediencia de gran parte de sus subordinados y el pueblo, quienes le recriminaban y decían que solo obedecerían a su rey legítimo, y ese era Nemuel.
Así que, una soleada mañana de otoño, cuando las hojas amarillentas de los arboles empezaban a caer, el antiguo escribano no soportó más y osó suicidarse. Se dirigió a su despacho, pidió a sus guardianes (en quienes ya ni siquiera confiaba) que lo dejaran a solas y aseguró la puerta tras sí. El anciano hombre se sentó con pesadumbre en su mullido asiento y empezó a llorar. Se apoyó con los codos en el escritorio largo rato. Con ojos llorosos rebuscó en un resquicio del mismo. Encontró un frasquito que contenía un líquido purpúreo, muy oscuro. Su etiqueta rezaba “veneno para grifos” en una extraña lengua. El hombre se descompuso y dejó fluir su llanto mientras rememoraba la pasada gloria de Melden del Sur y pedía perdón a los Tres Pilares por su insolencia. Finalmente destapó el frasco con cuidado. Una sola engullida del líquido ácido que contenía significaba la muerte instantánea, así que lo haría rápido para menguar cualquier dolor que este pudiese ocasionarle. Lo alzó con tristeza. Aún se preguntaba cómo Nemuel, un joven inteligente, pulcro y soñador, rechazaba lo que un día había sido el estandarte de sus padres. Pero lo entendía en cierto modo. Él también había pasado por una etapa similar en la que, durante su juventud, lo había perdido todo incluso las ganas de vivir. No lo pensó más. Cortó la distancia que separaba el borde de cristal de aquella vasija infamia que representaba aquel frasco y lo llevó a sus labios...
—Ofenderás a los Tres Pilares si lo haces. —Mas salió alguien a su encuentro.
“No tengo idea de lo que estoy escribiendo hasta que acabo. La creación artística es espontánea”.