Una mañana cualquiera
Abrió los ojos, e inmediatamente la confusión lo asaltó, sin previo aviso y sin ninguna conmiseración. Se sentía mareado mientras una fuente de luz blanquecina y cegadora lo enfocaba deslumbrando sus sensibles retinas. Al mismo tiempo, un ilógico vértigo comenzó a recorrer cada uno de sus miembros. « ¡Que leches…!» Fue lo único que acertó a pensar mientras intentaba asimilarlo. ¿Por qué parecía que estuviese mirando a través de un calidoscopio al maldito sol del mediodía?
La realidad era que no tenia respuesta ni para esa disparatada rareza, ni para ninguno de los demás horrores que aún estaban por llegar. A aquella irracionalidad un tanto onírica y aterradora, se le añadía el desagradable y particular zumbido que no dejaba de silbar dentro de su cabeza: era como si un avispero de enormes proporciones se hubiera instalado entre sus orejas y no tuviera intención de abandonar el lugar.
Concluyó que todas aquellas sensaciones, no eran precisamente buenas para su salud.
« ¿Qué me está pasando?» Era una pregunta razonable «¿no?» La razón le hacía cuestionarse su propio estado mental. Quizás padeciese alguna enfermedad que le había pasado desapercibida hasta el momento, aunque lo dudaba. «¿Le habrían administrado algún tipo de droga mientras dormía?»¡Nada de todo aquello tenía el más puñetero sentido!
Por si la cosas no fuesen de por sí surrealistas, que lo eran y en gran medida; tenía la sensación de andar montado en unos de aquellos artilugios circenses en el que todo el mundo a alrededor no deja de dar vueltas; las nauseas hicieron su aparición apoderándose de sus tripas, los terribles retortijones dieron paso a la bilis, que por alguna razón, se deleitó durante unos breves segundos en la boca de su estomago para seguidamente reptar por la estrechez de su garganta y regarlo todo con un regusto amargo. Su corazón empezó a palpitar mucho más arrítmicamente de lo normal.
—¡Cielos! —Chilló con un gritito muy poco varonil «¿Que es lo último que hice ayer?» Intentó hacer memoria, pero nada, no podía recordarlo; sufría una enorme laguna a ese respecto. Su memoria siempre había estado repletas de ellas, desde bien pequeñito, pero aquello era distinto, era como, parecido a… En fin, seguro que era algo jodidamente grande y estúpido, para no tener ni la más remota idea de por qué se encontraba en aquel estado.
Probó de humedecerse los labios, curiosamente los noto tan secos y acartonados como dos trapos viejos. Comprobar que la quejumbrosa y chillona voz de falsete que había brotado de ellos en absoluto era la suya, no le hizo sentir mejor. Sentía la garganta reseca y maltratada, más su lengua era como una bola de algodón. Al intentar inhalar una bocanada de aire se dio cuenta de lo dificultoso que era respirar con aquel ambiente enrarecido. «Puede que haya muerto y me encuentre en uno de los siete martirios del infierno»
Su estado de indefensión era completo, y poco a poco se fue acrecentando hasta que finalmente le invadió un terror de lo más visceral e inexplicable, absurdo si se lo quiere llamar así: sintió como si algo o alguien estuviera hurgando en los recovecos más profundos de su ser. Una sensación realmente desagradable.
Reprimió las ganas que tenia de orinarse encima, a la vez que intentaba inhalar como un pez caído fuera de su pecera. « ¡Tranquilízate! ¡Tienes que tranquilizarte!» se dijo con aquella voz que no era la suya. «Esto no te puede estar pasando Armen, no es real, no es real. Esto es solo un sueño, una pesadilla. ¡Una jodida alucinación de muy mal gusto!»
No podía caer en la desesperación, no sin comprender que es lo que le estaba sucediendo. Intentó mantener esa idea clara en su mente, a la par que hacia lo posible por intentar serenare mínimamente. Una, dos, y hasta tres veces masajeó sus sienes con la yema de sus dedos, cerró fuertemente los ojos hasta el punto de que le hicieron chiribitas, reprimió las enormes ganas que tenia de ponerse a chillar como una quinceañera en el día de su nombramiento, y esperó. Fueron segundos que se le hicieron eternos, reticente a volver a abrir los ojos de nuevo. Cuando finalmente logró reunir el valor suficiente para hacerlo, esperaba que todo hubiera sido una cruel fantasía de su imaginación.
Aquel horizonte cegador y distorsionado que tanto lo confundió en un principio, comenzó a transformarse en… algo todavía aún más inquietante. Las imprecisas sombras comenzaron a modularse tomando formas recortadas en un fondo multicolor, el cual oscilaba vagamente a su alrededor. Este fue tomando un aspecto tan poco alentador, que sintió como nuevamente se le aceleraba el pulso.
No era para agradecer en absoluto recuperar el sentido de la vista, ni el del olfato, cuanto menos el del oído, estos últimos comenzaron a escuchar con suficiente nitidez, sonidos muy poco sugerentes provenientes de lugares muy cercanos al suyo. Gritos lejanos, macabros aullidos, gimoteos varios, gruñidos de rabia, de dolor y miedo, el entrechocar de metal, un sinfín de maldiciones en varias lenguas a la vez, el olor del humo, la peste a hombre sucio y también a hombre quemado, fue la gota que colmó el vaso.
Intentó tragar saliva y le supo a hiel.
Sus miembros comenzaron a temblar incontroladamente, la confusión y el ilógico miedo que le atormentaba previamente, palideció ante la pesadilla atroz de la que era testigo. Sus entrañas volvieron a sentirse sueltas.
No se lo podía creer.
Aguantó la respiración mientras todo a su alrededor comenzaba a hacerse más claro, mucho más alarmante, e irónicamente real. En ese lapso de tiempo en que sus sentidos tardaron en adaptarse al nuevo entorno, no movió ni un solo músculo de su cuerpo, no respiró, tan siquiera llegó a parpadear. ¡Hasta puso una de aquellas caras de bovino pretendiendo hacerse el inexistente! Señalar que esa no era su alcoba, y que efectivamente ¡Se había convertido en un maldito majadero!
Estaba en lo alto de una colina, debajo de él, se expandía un inmenso valle de tallos crecidos y verdes, unas onduladas explanadas se abrían a ambos lados con terrazas naturales que recorrían distintos desniveles de la ladera. Las briznas de hierba que llegaban a la altura de la espinilla, se rizaban tocadas por la brisa de la mañana mientras eran acariciadas por el tono de un rojizo amanecer. Cientos de flores la estampaban llenándola en un mar colorido; rojos, dorados, azules, amarillos e incluso purpúreos destacaban sobre la vegetación. Unos altos riscos despuntaban más allá en el horizonte.
Era casi un paisaje de ensueño. « ¡Casi!»
Contempló con ojos desorbitados, la cantidad ingente de hombres bravos y enloquecidos que morían épicamente a su alrededor. Evidentemente aquel último hecho, restaba bastante atractivo a cualquier otro detalle del paisaje.
Frente a él, una línea de infantería con guerreras rojas y negras mantenía una encarnizada batalla por defender la parte alta de un promontorio, estos, eran asediados por un enjambre de hombres pálidos y con armaduras de hierro y barbas ralas, en cuyas expresiones se podía advertir un delirio básicamente asesino. En la retaguardia de cada facción los arqueros no cesaban de disparar andanadas de flechas que volaban en ambas direcciones, estas oscurecían el cielo por un instante antes de sembrar la muerte ahí donde caían. La batalla podría decirse que se encontraba en su punto más álgido y encarnizado. Las tropas de ambos ejércitos daban coletazos recordando a dos grandes reptiles encolerizados por la única hembra en celo; « ¿O más bien como un par de borrachos aporreándose en una oscura cantina a altas horas de la madrugada?» En realidad poco importaba. Al norte de su posición, una enorme mesnada empezaba una carga en formación de cuña, los pendones y las astas de sus lanzas apuntando al cielo « ¿Pensaban rodear su guardia y atacarlos por uno de sus flancos? ¿Estaban en lo alto de un promontorio, no?» Palideció al contemplar cómo se aproximaban en su carrera levantando una enorme nube de polvo que ascendía hacia el cielo. El ruido atronador de los cascos de los caballos hacía retumbar el suelo. « ¿Voy a morir en este valle alejado de la mano de dios?»
Era paradójico que quizás ese fuese el primer pensamiento lógico que tenía desde que había abierto los puñeteros ojos.
Aquella certeza y el repentino dolor que sintió en la cabeza, lo trajo de nuevo a aquella extraña realidad. Al palpar su cuero cabelludo pudo notar como algo caliente y húmedo corría entre sus dedos, cuando contempló su mano, vio que estaba empapada en sangre. « ¿Eh...? ¿Cuándo…?» No recordaba ningún tipo de agresión. «¡Joder!» Siquiera sabía el motivo del porque había despertado en medio de toda aquella carnicería. En su otra mano empuñaba una enorme espada bastante suntuosa y probablemente poco practica para este tipo de menesteres. No pudo evitar fijarse de que guisa iba vestido. Darse cuenta que el uniforme en sí, era muy similar al de los hombres que se defendían de aquel enjambre de asesinos sanguinarios, lo hizo palidecer: una guerrea roja y negra, una coraza de acero bruñido y avambrazos del mismo material; en el pecho lucia varios galones que relucían como luceros en aquella mañana estival.
« ¿Pero qué coño hago yo vestido así?»
Un hombre de mediana edad que tenia justo al lado, acababa de recibir el impacto de un flechazo, el asta de plumas negras sobresaliendo de su pecho. El tipo miró con sorpresa la siniestra y mortal herida, sin parecer darse cuenta de lo que en realidad había ocurrido, sin percatase de que acababa de ser ensartado como un espetón de carne. Al poco rato los ojos casi se le salen de las cuencas, la realidad de su situación era cuanto menos trágica, empezó a chillar como un cochinillo en el día de la matanza. « ¡Mierda no, no me jodas… ¡Me han dado, me han dado… jodergggrr!» Soltó su último estertor y cayó fulminado al suelo.
Desvió la vista de aquella desagradable escena para darse cuenta de que todo a su alrededor era sangrante y dantesco. La caballería cada vez se aproximaba más, las tropas (enemigas) ejercían cada vez más presión a la línea de defensa, y él por el momento, solo podía quedarse allí parado, con la cara pálida como la leche y la boca abierta de par en par. La ventaja numérica de los atacantes era incuestionable (al menos de tres por cada uno de los defensores) su arrojo, valentía y violencia desmesurada eran aplastantes. Era fácil adivinar que las tropas que defendían la colina tenían las horas contadas.
Se sintió empequeñecer al tamaño de un guisante.
Los hombres luchaban por sus vidas y bramaban, las cornetas y los atabales marcaban el compás, las hojas de las espadas tajaban o daban estocadas, los alabarderos oscilaban, el cielo se oscurecía con cada andanada de los arqueros, los hombres maldecían, chillaban o lloraban según su caso o situación, la muerte campaba a sus anchas en un valle plagado de retorcidos cuerpos y él « ¡Él!» se encontraba justo en el centro de todo aquello. No sabía si ponerse a reír como un chalado, o llorar como una madre que ha perdido a un hijo.
Aquello era una maldita locura.
Contempló aquel pandemónium sin poder desprenderse de la parálisis que agarrotaba todo su cuerpo. Era ridículo, una situación tan irrisoria e inverosímil no podía ser cierta. Tenía que ser un mal sueño « ¡Sí, eso es, una maldita pesadilla!» Sabía que lo embargaban demasiadas sensaciones al mismo tiempo y se sentía impotente ante la ansiedad, eso era lo que le pasaba. Necesitaba despejar su mente «eso es, despejar la…..»
En medio de sus penosas reflexiones y atribulados sentidos, de pronto y sin previo aviso, un hombre de rasgos angulosos y ojos rasgados apareció justo en frente de él. Armen podía constatar que aquel hombre en particular tenía un aspecto de lo más siniestro. Su barbilla era tan cuadrada como el yunque de un herrero, el cuello tan ancho como el tronco de un árbol centenario y unos ojos carentes de toda emoción; sus brazos estaban regados de sangre negruzca y espesa que le llegaba a las axilas.
El susto fue tan intenso que por poco no se le para el corazón. Echó un paso atrás tambaleante mientras intentaba levantar los brazos. Estos no respondieron con prontitud. Quizás se debiese a que los tenía demasiado «muertos»
— ¡Mi General! —Le dijo el tipo mientras le hacia un saludo marcial de lo más correcto. Armen parpadeó varias veces con la boca abierta a la altura de su pecho, empero no dijo nada. «¿Qué podía decir?» — ¡Están quebrantando nuestras líneas, Mi Señor! —prosiguió el hombre como si no fuera ya de una evidencia abrumadora. El polvo le estaba irritando los ojos y secando aún más su maltrecha garganta, por otro lado, el tipo de enfrente entornaba los suyos. — ¿Pido que toquen retirada? —le preguntó acercándose un poquito más confabulador a él. —Podríamos seguir combatiendo en mejores condiciones detrás de esas colinas de ahí —dijo mientras le señalaba un punto elevado al sur de su posición. — ¿Qué dice? Seguir defendiendo la colina acabara por mermar nuestras fuerzas ¿no cree? —Armen seguía mirándolo con cara embobada y paralizado por el miedo, empero eso no le impidió pensar que el termino más correcto para definir aquella masacre de la que era testigo, era el de «aniquilar las tropas» — O a lo mejor —reflexionó el tipo sin dejarle tan siquiera tiempo para parpadear —si me lo permite sugerir, sería más precavido retirarnos para esperar que lleguen alguno de nuestros refuerzos de Manpoor. —Esa idea parecía la más apropiada — ¿Qué piensa mi general?
Se hizo un silencio un tanto incomodo (descartando el ruido de los que morían alrededor, claro estaba) Armen por poco no rompe a reír. Si no fuera porque dentro de pocos instantes iba a ser carne para los buitres, y porque el tipo de enfrente no alentaba mucho a las sonrisas, bueno, seguramente estaría desternillándose en el suelo a pecho partido.
— ¿Se encuentra bien, Señor? —le pregunta el hombre con preocupación.
Era una buena pregunta, aunque fuera de contexto. Observó a su alrededor, el panorama no se podía decir que hubiese mejorado mucho. Volvió a mirar los impasibles ojos del hombre que tenía enfrente y se estremeció.
—Sí… bueno, no. —Contestó atribulado. No sabía cómo empezar a juzgar aquello. En realidad no tenía ningún don en cuanto a nociones militares, pero si de una cosa estaba seguro, era de que no necesitaba de mucho intelecto para darse cuenta de que la única opción real, era salir de ahí pitando como gamos. Tras unos momentos de valoración y ante la expectativa mirada de aquel sanguinario hombre, un par de parpadeos, y probablemente unos cuantos hombres muertos después, quiso gritarle a la cara «¡No tengo ni la pajolera idea de porque me explicas esas historias a mí!»
En cambio musitó.
—Creo que lo mejor… en fin… yo creo
— ¿Él qué?
—Yo….
—Perdone mi señor, no entendido lo que pretende decirme. —El tipo lo miraba con una mezcla de lastima y preocupación. Seguramente su apariencia no era la de ningún héroe de balada triste. La verdad es que no se lo podía reprochar.
«¿Y qué le digo yo ahora a este?» se preguntó con las tripas cada vez más descompuestas.
Repentinamente, comenzó a invadirle otra una crisis de ansiedad, era muy proclive a ellas desde bien pequeñito. Su cuerpo se negaba a responder: ¡Seguía igual de rígido que el pan seco! Cada vez se sentía más mareado y más distante de la realidad de aquel lugar. La urgencia de la situación en la que se encontraba, era alarmante (si es que era real) pero aunque así lo fuera, no podía discernir él qué hacer aunque lo quisiera. Su ignorancia en tal contienda era completa, no entendía porque estaba en aquel valle, aún menos porque se libraba la encarnizada batalla, quienes eran los contendientes era un completo misterio para él, adivinar porque vestía de aquella guisa era una tarea imposible y… ¿Porqué empuñaba una espada que no sabía usar?
¡Dios debía de saberlo!
Su visión comenzó a desenfocarse al invadirlo nuevamente el calidoscopio de mareantes colores, el mismo con el que se había iniciado aquella traumática experiencia. El fuerte retumbar que martilleaba junto a el ruido atronador de los cascos de los caballos que se aproximaban desde el sur, en esta ocasión no lo asustó como habría cabido de esperar. Recibió con los brazos abiertos la negrura que lo empezó a envolver en el frío letargo de la inconsciencia. El hombre que tenía enfrente y que no conocía en absoluto, tendría que apañárselas por su cuenta como bien pudiera. El oficial ya empezaba gesticular frenéticamente mientras su rostro también empezaba a difuminarse junto al paisaje. Todo a su alrededor se desenfocó y se alejó de él ¿O más bien era él quien se aleja de todo aquello? Poco importaba ya.
El enemigo ya había quebrado las líneas….
—!Ya están aquí, están aquí! —Gritó con el poquito aire que le quedaba en los pulmones, a la que abría los ojos y aspaventaba los brazos con desesperación. Contempló el acanalado techo color vainilla de su alcoba y, consiguió sentirse como un imbécil. «¿Qué ha sido eso?» se preguntó mientras se incorporaba en el lecho.
Le dolía todo, se sentía machacado y tan débil como un cachorro recién nacido; era como si un par de borrachos hubiesen decidido bailar gran parte de la noche encima de su espalda vestidos con zancos de madera. « ¡Maldita sea!» Inhaló una fuerte bocanada que llenó de aire sus pulmones. Notaba como el sordo aturdimiento del despertar se mezclaba con la inquietud de todo su cuerpo, sus huesos crujieron como palos secos al estirar sus miembros: se sentía como el culo.
Las finas sábanas de algodón (ahora húmedas), estaban adheridas a él como una segunda piel, su cuerpo tiritaba empapado en un sudor frío que lo hacía estremecer hasta el tuétano, para colmar su dicha, llegaba demasiado tarde a la cita.
—¡Fantástico! —murmuró con la misma alegría que lo haría un condenado caminando hacia el tocón del verdugo. Nuevamente se había conseguido superar así mismo. « ¡Si señor, ahí va Armen, vigilad no os salpique, pues siempre anda con la mierda hasta el cuello!»
Había cultivando durante años aquella dejadez que tanto lo caracterizaba. Normalmente se congratularía de ser tan distinto de los empachosos aduladores que andaban por ahí, diferentes a los buitres con expresiones falsas que intentaban parecer francas, y de la cantidad ingente de chupatintas que pululaban por la cohorte intentando hacer buenas migas con alguien de poder. Aunque en aquel instante no le hubiese importado guardar cierto parecido con alguna de aquellas alimañas.
«Puñetera se mi estampa».
Salió del embozo de ornamentadas telas profiriendo todo tipo de maldiciones, mientras intentaba encontrar sus calzas con escasa suerte.
— ¿Dónde estáis? —preguntó a nadie en particular. Estaba seguro de que las había dejado cerca, pero « ¿Dónde?»
Su irritabilidad era creciente mientras escarbaba entre montones de mudas de diversos cortes y colores, cuanto más hundía en el montón de tela, mas sulfurado se preguntaba « ¿Y por qué diantres no tengo yo un maldito ayudante de cámara como todos los demás hijos de bien?»
Alguno de sus dioses, con un ánimo bastante jocoso y un tanto cabrón, debió de atender sus plegarias. Vio como en una esquina de sus aposentos sumida en la más completa oscuridad, una silueta lo contemplaba impasible como una estatua.
El corazón casi se le sale del pecho.
—¡Por las nueve capas del infierno Kumar! ¿Cuántas veces te he dicho que dejes de acecharme a escondidas mientras duermo?
El hombre salió de las sombras y lo miró con una expresión que mediaba entre la ofensa y la perplejidad, a pesar de todo siguió sin responder. Su predisposición a hacerse el loco lo exasperaba aún más si cabía. No era la primera vez que se preguntaba si era un mal hábito que había adquirido en su niñez o algo más espeluznante todavía. «Quizás un día se le giran las tuercas y se le ocurre degollarme mientras duermo».
— ¿No tienes nada que decir? —Insistió entornando los ojos.
Este simplemente se encogió de hombros.
Este era un hombre de mediana edad, de complexión tirando a delgada, con el pelo largo y lacio y del color negro como ala de cuervo, el cual, siempre estaba como apelmazado. Su rostro era ajado y afilado como una navaja de afeitar y su nariz, estaba quebrada producto de alguna trifulca mucho tiempo atrás; su piel tenía el moreno de las gentes del sur. Todos aquellos aspectos hacían de él, un personaje de lo más variopinto en aquellas tierras. Podría decirse que era un hombre dotado de la inteligencia de un guardia de caravanas e igual de sociable que un torturador mal pagado. La compañía ideal para ponerle la guinda a aquel prometedor día.
—Algún día tendrás que explicarme el porqué de ese extraño hábito tuyo. Ahora dime ¿Llevas mucho tiempo ahí en la penumbra? —Preguntó mientras saltaba a la pata coja intentando meterse dentro de unos calzones negros con ribetes dorados.
—Algún tiempo —respondió este con vaguedad.
—Ah. —dijo Armen mientras acababa de colocarse los calzones —Ya veo —«Y lo dice como si merodear por las noches en los aposentos de las personas decentes fuera la cosa más normal del mundo». — ¿Y por qué no me has despertado antes si se puede saber? —Preguntó, a pesar de no saber muy bien si quería conocer la respuesta.
—No me pareció apropiado despertarlo.
—Me encantaría saber cómo has llegado a una conclusión tan… —busco una manera razonable de llamar a aquel comportamiento tan poco insólito —...peculiar.
—Bueno —contestó este mientras con un palillo se hurgaba entre los dientes. —Quizás le parezca una tontería de pueblerino, pero una vecina muy vieja y sabia de mi pueblo me contó una vez, que nunca se debe molestar a un hombre que sufre pesadillas (a pesar de la muchas idioteces que este haga en ese transcurso) —Por un lapso de tiempo Armen quedó perplejo « ¿A puesto especial énfasis en esas últimas palabras?» después de reflexionarlo concluyó. ¡Eso es imposible!». Dudaba de que Kumar recurriera a algo tan sutil e ingenioso. Este no pareció advertir la sombra de duda que pasó por la expresión de Armen, así que acabo rematando su inverosímil explicación con un —Pueden acabar muriendo del susto o algo así ¿Sabe lo que quiero decir?
«No sé ni porque me molesto en preguntar»
Kumar era un siervo muy peculiar mirase desde el ángulo en el que se le mirase. Era inteligente como un niño de primaria, locuaz como una suegra, excéntrico como un perro verde, irreverente, maleducado y más exasperante que cualquiera de los borregos de la periferia de la ciudad empapado hasta las orejas en vino. No entendía por qué tenía que vivir con ello y tragarlo como una comida aborrecida que te traían una y otra vez como si esta fuera la mejor delicatesen del mundo.
—Me dejas anonadado, nunca me hubiese imaginado que te desenvolvieras también como zahorí. Me alegra saber la gran preocupación que muestras por el estado de salud de tu señor. —espetó con tal sequedad que por poco no agrieta las paredes de la estancia. «No sabes cómo me hubiese encantado que tu también hubieras asistido a tan dichoso espectáculo, aunque en las primeras filas, no me gustaría que te pierdas algún detalle de la carnicería que he tenido el gusto de disfrutar».
Como no era de extrañar, kumar lo entendió al revés.
—Ya sabe mí señor, siempre a sus pies —manifestó mientras le hacia una reverencia aparentemente complacido.
Le encantaría saber que había llevado a su padre a contratarlo como guardia personal hacia ya unos meses. « ¿En qué demonios debía de estar pensando?» preservar su integridad estaba claro de que no era una prioridad. « ¿Estaba de mal humor en aquel momento quizás? ¿Le odiaba?» No tenía ni la más remota idea de porqué aquel hombre estaba ahí, ni cuál era el papel que desempeñaba en todo el asunto. De algo estaba completamente seguro «Dios sabe que cualquier día de estos le ato una bloque de piedra a un tobillo, y lo lanzo de cabecita a uno de los muchos canales de la ciudad.
Armen bregó un rato con los últimos botones de un jubón negro con brocados también dorados con la expresión del que tiene algo entre manos. Había momentos en los que no tenía muy claro si Kumar le estaba tomando el pelo, o es que su franqueza rayaba la insubordinación.
—Solo una cosita Kumar, creo que a pesar de tus buenas intenciones quizás se te haya pasado un pequeño detalle por alto —le dijo con un amago de sonrisa antes de que su expresión mudara grotescamente y estallase soltando todo tipo de efluvios entre los dientes. — ¡Te has parado a pensar maldito zoquete que a mi padre quizás no le importe un pimiento sí sufro pesadillas o si me han amputado las dos piernas! —Sentía como su furia bullía dentro de él como una tetera olvidada en un fogón — ¿Sabes que hoy era el día de la moción? Sí, esa de la que tanto habías oído hablar durante estas dos últimas semanas. ¡Quizás se te quita el complejo de Zahorí cuando nos cuelguen de los pulgares en una de las torres más altas del castillo!
Por un breve espacio de tiempo se hizo el silencio. Aceptémoslo, Kumar seguiría siendo Kumar por mucho que gritase o se enfureciera. Había que darle tiempo para que asimilara la información. Para ser francos, era algo lento de mollera.
— ¿No cree que esta dramatizando un poco mi señor? —Musitó finalmente con cierto tono de inseguridad. —Su padre siempre anda muy atareado con sus asuntos. Ya sabe, con las recepciones, el papeleo y todo eso. No creo que tenga tiempo para ese tipo de entretenimientos. —dijo intentando convencerse él también.
Armen lo miro de arriba abajo antes de poner los ojos en blanco.
—No sabes cómo me tranquilizan tus palabras.
Kumar era un maldito ingenuo. ¿Que su padre no tenía tiempo para esos entretenimientos? ¿Su padre? ¡Ja! ¡Este era el maldito inventor de tales entretenimientos! ¡El puto Mesías! Si no acudía a tiempo a la moción que se celebraba en el salón de audiencias…
Debía de darse prisa.
Eligió una bonita chaqueta de seda con chorreras y motivos dorados (también de color negro) lucia cuchilladas de satén cerúleo aquí y allá, se puso las botas de caña alta y fino cuero, recogió su pelo en una coleta larga que le llegaba a media espalda y acabó por ponerse un cinto engarzado con piedras preciosas como ultimo complemento de su indumentaria. Suponiendo que estaba medianamente presentable fue a contemplarse en el inmenso espejo de…
¿Quién coño era el tipo lánguido y pálido que lo miraba desde el otro lado del cristal?
Tenía la cara mucho más chupada de lo que recordaba; sus pómulos estaban tan descarnados como los de un cadáver secado al sol, su barbilla despuntaba mucho más de lo normal, sus ojos normalmente de un verde suave, estaban rodeados de unas enormes y cetrinas ojeras, el pelo rubio lucia deslucido y estropeado. Su aspecto en general y a pesar de las ropas caras con las que se vestía, parecían las de un desarrapado que había asaltado a un noble de camino a casa.
Frunció los labios componiendo una mueca. «Esto es lo que hay»
Salió de sus aposentos como perseguido por el diablo, cruzó el largo pasillo de suelo ajedrezado mientras contemplaba las paredes repletas de cuadros de personajes que miraban con el ceño fruncido, indiferentes al tiempo o a la hora. Kumar lo seguía a tan solo dos pasos por detrás de él, como una extensión más de su sombra. Mientras caminaba se preguntaba con un ánimo turbio por que había nacido noble « ¿Quien puede adorar las cortes y los banquetes, las celebraciones matutinas, las vespertinas cenas, los lujosos bailes, las logias de estado y porque no decirlo, los litigios estériles como el que se va a celebrar hoy?»
Nuevamente nadie le contestó.
Al Llegar a una gran cámara con el techo alto y abovedado se detuvo para recuperar un poquito el aliento. En la cúpula de la estancia un mosaico reflejaba la crudeza de las guerras disputadas muchos años atrás: el dramatismo de las cruzadas, el honor que deparaba la muerte, la gloria, el credo y la imaginación de un pintor con unas cuantas copas de más, del cual si no creía recordar mal, lo habían ahorcado por no sé qué tipo de herejías. Bajó por las escaleras que daban a la gran cámara rozando con la punta de sus dedos el pasamanos color caoba con expresión del todo avinagrada, mientras dos guardias apostados al pie de las escaleras se irguieron cuan largos eran y golpearon su pecho acorazado con su puño.
— ¡Mi Señor!
Armen les devolvió el saludo a pesar de su humor sombrío (había que mantener la apariencias) Kumar simplemente los miró sonriendo mientras sacudía la cabeza.
Llegó la antesala con el techo más bajo de todo el palacete, el más sobrio, El salón familiar. Un salón que intentaba evitar cruzar siempre que podía. Las paredes rojas escarlata de la estancia dañaban la vista de los amantes del buen gusto. Estas estaban repletas de retratos de lejanos antepasados erguidos en poses heroicas y con miradas solemnes y pétreas. La mampostería y el sobretecho eran de tallados de tan intrincadas formas, que marearían a cualquiera que intentara comprenderlas, más algunas estatuas de regio bronce daban un toque más desagradable al lugar.
Personalmente aquellos retratos de sus antepasados le ponían la piel de gallina. Era como si tuviera la certeza de que todos ellos le observaban midiendo cada paso que daba, juzgando cada acción suya, burlándose de su continua ineptitud y de su inagotable y dilatado libertinaje. «Este trayecto siempre se me hace eterno»» Una moqueta aterciopelada de color rojo cruzaba la estancia y acababa por traspasar el umbral de un portón que se cernía dorado al fondo.
¡La puerta estaba cerrada!
Trago saliva y miro por uno de los ventanucos de la estancia que daban a un sinuoso jardín, en frente se podía apreciar la torre del homenaje. En aquel momento deseó que esa gran mole de piedra se derrumbara sobre su cabeza y acabara con todo de una vez por todas.
«¿Es demasiado pedir?»
Abrió los ojos, e inmediatamente la confusión lo asaltó, sin previo aviso y sin ninguna conmiseración. Se sentía mareado mientras una fuente de luz blanquecina y cegadora lo enfocaba deslumbrando sus sensibles retinas. Al mismo tiempo, un ilógico vértigo comenzó a recorrer cada uno de sus miembros. « ¡Que leches…!» Fue lo único que acertó a pensar mientras intentaba asimilarlo. ¿Por qué parecía que estuviese mirando a través de un calidoscopio al maldito sol del mediodía?
La realidad era que no tenia respuesta ni para esa disparatada rareza, ni para ninguno de los demás horrores que aún estaban por llegar. A aquella irracionalidad un tanto onírica y aterradora, se le añadía el desagradable y particular zumbido que no dejaba de silbar dentro de su cabeza: era como si un avispero de enormes proporciones se hubiera instalado entre sus orejas y no tuviera intención de abandonar el lugar.
Concluyó que todas aquellas sensaciones, no eran precisamente buenas para su salud.
« ¿Qué me está pasando?» Era una pregunta razonable «¿no?» La razón le hacía cuestionarse su propio estado mental. Quizás padeciese alguna enfermedad que le había pasado desapercibida hasta el momento, aunque lo dudaba. «¿Le habrían administrado algún tipo de droga mientras dormía?»¡Nada de todo aquello tenía el más puñetero sentido!
Por si la cosas no fuesen de por sí surrealistas, que lo eran y en gran medida; tenía la sensación de andar montado en unos de aquellos artilugios circenses en el que todo el mundo a alrededor no deja de dar vueltas; las nauseas hicieron su aparición apoderándose de sus tripas, los terribles retortijones dieron paso a la bilis, que por alguna razón, se deleitó durante unos breves segundos en la boca de su estomago para seguidamente reptar por la estrechez de su garganta y regarlo todo con un regusto amargo. Su corazón empezó a palpitar mucho más arrítmicamente de lo normal.
—¡Cielos! —Chilló con un gritito muy poco varonil «¿Que es lo último que hice ayer?» Intentó hacer memoria, pero nada, no podía recordarlo; sufría una enorme laguna a ese respecto. Su memoria siempre había estado repletas de ellas, desde bien pequeñito, pero aquello era distinto, era como, parecido a… En fin, seguro que era algo jodidamente grande y estúpido, para no tener ni la más remota idea de por qué se encontraba en aquel estado.
Probó de humedecerse los labios, curiosamente los noto tan secos y acartonados como dos trapos viejos. Comprobar que la quejumbrosa y chillona voz de falsete que había brotado de ellos en absoluto era la suya, no le hizo sentir mejor. Sentía la garganta reseca y maltratada, más su lengua era como una bola de algodón. Al intentar inhalar una bocanada de aire se dio cuenta de lo dificultoso que era respirar con aquel ambiente enrarecido. «Puede que haya muerto y me encuentre en uno de los siete martirios del infierno»
Su estado de indefensión era completo, y poco a poco se fue acrecentando hasta que finalmente le invadió un terror de lo más visceral e inexplicable, absurdo si se lo quiere llamar así: sintió como si algo o alguien estuviera hurgando en los recovecos más profundos de su ser. Una sensación realmente desagradable.
Reprimió las ganas que tenia de orinarse encima, a la vez que intentaba inhalar como un pez caído fuera de su pecera. « ¡Tranquilízate! ¡Tienes que tranquilizarte!» se dijo con aquella voz que no era la suya. «Esto no te puede estar pasando Armen, no es real, no es real. Esto es solo un sueño, una pesadilla. ¡Una jodida alucinación de muy mal gusto!»
No podía caer en la desesperación, no sin comprender que es lo que le estaba sucediendo. Intentó mantener esa idea clara en su mente, a la par que hacia lo posible por intentar serenare mínimamente. Una, dos, y hasta tres veces masajeó sus sienes con la yema de sus dedos, cerró fuertemente los ojos hasta el punto de que le hicieron chiribitas, reprimió las enormes ganas que tenia de ponerse a chillar como una quinceañera en el día de su nombramiento, y esperó. Fueron segundos que se le hicieron eternos, reticente a volver a abrir los ojos de nuevo. Cuando finalmente logró reunir el valor suficiente para hacerlo, esperaba que todo hubiera sido una cruel fantasía de su imaginación.
Aquel horizonte cegador y distorsionado que tanto lo confundió en un principio, comenzó a transformarse en… algo todavía aún más inquietante. Las imprecisas sombras comenzaron a modularse tomando formas recortadas en un fondo multicolor, el cual oscilaba vagamente a su alrededor. Este fue tomando un aspecto tan poco alentador, que sintió como nuevamente se le aceleraba el pulso.
No era para agradecer en absoluto recuperar el sentido de la vista, ni el del olfato, cuanto menos el del oído, estos últimos comenzaron a escuchar con suficiente nitidez, sonidos muy poco sugerentes provenientes de lugares muy cercanos al suyo. Gritos lejanos, macabros aullidos, gimoteos varios, gruñidos de rabia, de dolor y miedo, el entrechocar de metal, un sinfín de maldiciones en varias lenguas a la vez, el olor del humo, la peste a hombre sucio y también a hombre quemado, fue la gota que colmó el vaso.
Intentó tragar saliva y le supo a hiel.
Sus miembros comenzaron a temblar incontroladamente, la confusión y el ilógico miedo que le atormentaba previamente, palideció ante la pesadilla atroz de la que era testigo. Sus entrañas volvieron a sentirse sueltas.
No se lo podía creer.
Aguantó la respiración mientras todo a su alrededor comenzaba a hacerse más claro, mucho más alarmante, e irónicamente real. En ese lapso de tiempo en que sus sentidos tardaron en adaptarse al nuevo entorno, no movió ni un solo músculo de su cuerpo, no respiró, tan siquiera llegó a parpadear. ¡Hasta puso una de aquellas caras de bovino pretendiendo hacerse el inexistente! Señalar que esa no era su alcoba, y que efectivamente ¡Se había convertido en un maldito majadero!
Estaba en lo alto de una colina, debajo de él, se expandía un inmenso valle de tallos crecidos y verdes, unas onduladas explanadas se abrían a ambos lados con terrazas naturales que recorrían distintos desniveles de la ladera. Las briznas de hierba que llegaban a la altura de la espinilla, se rizaban tocadas por la brisa de la mañana mientras eran acariciadas por el tono de un rojizo amanecer. Cientos de flores la estampaban llenándola en un mar colorido; rojos, dorados, azules, amarillos e incluso purpúreos destacaban sobre la vegetación. Unos altos riscos despuntaban más allá en el horizonte.
Era casi un paisaje de ensueño. « ¡Casi!»
Contempló con ojos desorbitados, la cantidad ingente de hombres bravos y enloquecidos que morían épicamente a su alrededor. Evidentemente aquel último hecho, restaba bastante atractivo a cualquier otro detalle del paisaje.
Frente a él, una línea de infantería con guerreras rojas y negras mantenía una encarnizada batalla por defender la parte alta de un promontorio, estos, eran asediados por un enjambre de hombres pálidos y con armaduras de hierro y barbas ralas, en cuyas expresiones se podía advertir un delirio básicamente asesino. En la retaguardia de cada facción los arqueros no cesaban de disparar andanadas de flechas que volaban en ambas direcciones, estas oscurecían el cielo por un instante antes de sembrar la muerte ahí donde caían. La batalla podría decirse que se encontraba en su punto más álgido y encarnizado. Las tropas de ambos ejércitos daban coletazos recordando a dos grandes reptiles encolerizados por la única hembra en celo; « ¿O más bien como un par de borrachos aporreándose en una oscura cantina a altas horas de la madrugada?» En realidad poco importaba. Al norte de su posición, una enorme mesnada empezaba una carga en formación de cuña, los pendones y las astas de sus lanzas apuntando al cielo « ¿Pensaban rodear su guardia y atacarlos por uno de sus flancos? ¿Estaban en lo alto de un promontorio, no?» Palideció al contemplar cómo se aproximaban en su carrera levantando una enorme nube de polvo que ascendía hacia el cielo. El ruido atronador de los cascos de los caballos hacía retumbar el suelo. « ¿Voy a morir en este valle alejado de la mano de dios?»
Era paradójico que quizás ese fuese el primer pensamiento lógico que tenía desde que había abierto los puñeteros ojos.
Aquella certeza y el repentino dolor que sintió en la cabeza, lo trajo de nuevo a aquella extraña realidad. Al palpar su cuero cabelludo pudo notar como algo caliente y húmedo corría entre sus dedos, cuando contempló su mano, vio que estaba empapada en sangre. « ¿Eh...? ¿Cuándo…?» No recordaba ningún tipo de agresión. «¡Joder!» Siquiera sabía el motivo del porque había despertado en medio de toda aquella carnicería. En su otra mano empuñaba una enorme espada bastante suntuosa y probablemente poco practica para este tipo de menesteres. No pudo evitar fijarse de que guisa iba vestido. Darse cuenta que el uniforme en sí, era muy similar al de los hombres que se defendían de aquel enjambre de asesinos sanguinarios, lo hizo palidecer: una guerrea roja y negra, una coraza de acero bruñido y avambrazos del mismo material; en el pecho lucia varios galones que relucían como luceros en aquella mañana estival.
« ¿Pero qué coño hago yo vestido así?»
Un hombre de mediana edad que tenia justo al lado, acababa de recibir el impacto de un flechazo, el asta de plumas negras sobresaliendo de su pecho. El tipo miró con sorpresa la siniestra y mortal herida, sin parecer darse cuenta de lo que en realidad había ocurrido, sin percatase de que acababa de ser ensartado como un espetón de carne. Al poco rato los ojos casi se le salen de las cuencas, la realidad de su situación era cuanto menos trágica, empezó a chillar como un cochinillo en el día de la matanza. « ¡Mierda no, no me jodas… ¡Me han dado, me han dado… jodergggrr!» Soltó su último estertor y cayó fulminado al suelo.
Desvió la vista de aquella desagradable escena para darse cuenta de que todo a su alrededor era sangrante y dantesco. La caballería cada vez se aproximaba más, las tropas (enemigas) ejercían cada vez más presión a la línea de defensa, y él por el momento, solo podía quedarse allí parado, con la cara pálida como la leche y la boca abierta de par en par. La ventaja numérica de los atacantes era incuestionable (al menos de tres por cada uno de los defensores) su arrojo, valentía y violencia desmesurada eran aplastantes. Era fácil adivinar que las tropas que defendían la colina tenían las horas contadas.
Se sintió empequeñecer al tamaño de un guisante.
Los hombres luchaban por sus vidas y bramaban, las cornetas y los atabales marcaban el compás, las hojas de las espadas tajaban o daban estocadas, los alabarderos oscilaban, el cielo se oscurecía con cada andanada de los arqueros, los hombres maldecían, chillaban o lloraban según su caso o situación, la muerte campaba a sus anchas en un valle plagado de retorcidos cuerpos y él « ¡Él!» se encontraba justo en el centro de todo aquello. No sabía si ponerse a reír como un chalado, o llorar como una madre que ha perdido a un hijo.
Aquello era una maldita locura.
Contempló aquel pandemónium sin poder desprenderse de la parálisis que agarrotaba todo su cuerpo. Era ridículo, una situación tan irrisoria e inverosímil no podía ser cierta. Tenía que ser un mal sueño « ¡Sí, eso es, una maldita pesadilla!» Sabía que lo embargaban demasiadas sensaciones al mismo tiempo y se sentía impotente ante la ansiedad, eso era lo que le pasaba. Necesitaba despejar su mente «eso es, despejar la…..»
En medio de sus penosas reflexiones y atribulados sentidos, de pronto y sin previo aviso, un hombre de rasgos angulosos y ojos rasgados apareció justo en frente de él. Armen podía constatar que aquel hombre en particular tenía un aspecto de lo más siniestro. Su barbilla era tan cuadrada como el yunque de un herrero, el cuello tan ancho como el tronco de un árbol centenario y unos ojos carentes de toda emoción; sus brazos estaban regados de sangre negruzca y espesa que le llegaba a las axilas.
El susto fue tan intenso que por poco no se le para el corazón. Echó un paso atrás tambaleante mientras intentaba levantar los brazos. Estos no respondieron con prontitud. Quizás se debiese a que los tenía demasiado «muertos»
— ¡Mi General! —Le dijo el tipo mientras le hacia un saludo marcial de lo más correcto. Armen parpadeó varias veces con la boca abierta a la altura de su pecho, empero no dijo nada. «¿Qué podía decir?» — ¡Están quebrantando nuestras líneas, Mi Señor! —prosiguió el hombre como si no fuera ya de una evidencia abrumadora. El polvo le estaba irritando los ojos y secando aún más su maltrecha garganta, por otro lado, el tipo de enfrente entornaba los suyos. — ¿Pido que toquen retirada? —le preguntó acercándose un poquito más confabulador a él. —Podríamos seguir combatiendo en mejores condiciones detrás de esas colinas de ahí —dijo mientras le señalaba un punto elevado al sur de su posición. — ¿Qué dice? Seguir defendiendo la colina acabara por mermar nuestras fuerzas ¿no cree? —Armen seguía mirándolo con cara embobada y paralizado por el miedo, empero eso no le impidió pensar que el termino más correcto para definir aquella masacre de la que era testigo, era el de «aniquilar las tropas» — O a lo mejor —reflexionó el tipo sin dejarle tan siquiera tiempo para parpadear —si me lo permite sugerir, sería más precavido retirarnos para esperar que lleguen alguno de nuestros refuerzos de Manpoor. —Esa idea parecía la más apropiada — ¿Qué piensa mi general?
Se hizo un silencio un tanto incomodo (descartando el ruido de los que morían alrededor, claro estaba) Armen por poco no rompe a reír. Si no fuera porque dentro de pocos instantes iba a ser carne para los buitres, y porque el tipo de enfrente no alentaba mucho a las sonrisas, bueno, seguramente estaría desternillándose en el suelo a pecho partido.
— ¿Se encuentra bien, Señor? —le pregunta el hombre con preocupación.
Era una buena pregunta, aunque fuera de contexto. Observó a su alrededor, el panorama no se podía decir que hubiese mejorado mucho. Volvió a mirar los impasibles ojos del hombre que tenía enfrente y se estremeció.
—Sí… bueno, no. —Contestó atribulado. No sabía cómo empezar a juzgar aquello. En realidad no tenía ningún don en cuanto a nociones militares, pero si de una cosa estaba seguro, era de que no necesitaba de mucho intelecto para darse cuenta de que la única opción real, era salir de ahí pitando como gamos. Tras unos momentos de valoración y ante la expectativa mirada de aquel sanguinario hombre, un par de parpadeos, y probablemente unos cuantos hombres muertos después, quiso gritarle a la cara «¡No tengo ni la pajolera idea de porque me explicas esas historias a mí!»
En cambio musitó.
—Creo que lo mejor… en fin… yo creo
— ¿Él qué?
—Yo….
—Perdone mi señor, no entendido lo que pretende decirme. —El tipo lo miraba con una mezcla de lastima y preocupación. Seguramente su apariencia no era la de ningún héroe de balada triste. La verdad es que no se lo podía reprochar.
«¿Y qué le digo yo ahora a este?» se preguntó con las tripas cada vez más descompuestas.
Repentinamente, comenzó a invadirle otra una crisis de ansiedad, era muy proclive a ellas desde bien pequeñito. Su cuerpo se negaba a responder: ¡Seguía igual de rígido que el pan seco! Cada vez se sentía más mareado y más distante de la realidad de aquel lugar. La urgencia de la situación en la que se encontraba, era alarmante (si es que era real) pero aunque así lo fuera, no podía discernir él qué hacer aunque lo quisiera. Su ignorancia en tal contienda era completa, no entendía porque estaba en aquel valle, aún menos porque se libraba la encarnizada batalla, quienes eran los contendientes era un completo misterio para él, adivinar porque vestía de aquella guisa era una tarea imposible y… ¿Porqué empuñaba una espada que no sabía usar?
¡Dios debía de saberlo!
Su visión comenzó a desenfocarse al invadirlo nuevamente el calidoscopio de mareantes colores, el mismo con el que se había iniciado aquella traumática experiencia. El fuerte retumbar que martilleaba junto a el ruido atronador de los cascos de los caballos que se aproximaban desde el sur, en esta ocasión no lo asustó como habría cabido de esperar. Recibió con los brazos abiertos la negrura que lo empezó a envolver en el frío letargo de la inconsciencia. El hombre que tenía enfrente y que no conocía en absoluto, tendría que apañárselas por su cuenta como bien pudiera. El oficial ya empezaba gesticular frenéticamente mientras su rostro también empezaba a difuminarse junto al paisaje. Todo a su alrededor se desenfocó y se alejó de él ¿O más bien era él quien se aleja de todo aquello? Poco importaba ya.
El enemigo ya había quebrado las líneas….
—!Ya están aquí, están aquí! —Gritó con el poquito aire que le quedaba en los pulmones, a la que abría los ojos y aspaventaba los brazos con desesperación. Contempló el acanalado techo color vainilla de su alcoba y, consiguió sentirse como un imbécil. «¿Qué ha sido eso?» se preguntó mientras se incorporaba en el lecho.
Le dolía todo, se sentía machacado y tan débil como un cachorro recién nacido; era como si un par de borrachos hubiesen decidido bailar gran parte de la noche encima de su espalda vestidos con zancos de madera. « ¡Maldita sea!» Inhaló una fuerte bocanada que llenó de aire sus pulmones. Notaba como el sordo aturdimiento del despertar se mezclaba con la inquietud de todo su cuerpo, sus huesos crujieron como palos secos al estirar sus miembros: se sentía como el culo.
Las finas sábanas de algodón (ahora húmedas), estaban adheridas a él como una segunda piel, su cuerpo tiritaba empapado en un sudor frío que lo hacía estremecer hasta el tuétano, para colmar su dicha, llegaba demasiado tarde a la cita.
—¡Fantástico! —murmuró con la misma alegría que lo haría un condenado caminando hacia el tocón del verdugo. Nuevamente se había conseguido superar así mismo. « ¡Si señor, ahí va Armen, vigilad no os salpique, pues siempre anda con la mierda hasta el cuello!»
Había cultivando durante años aquella dejadez que tanto lo caracterizaba. Normalmente se congratularía de ser tan distinto de los empachosos aduladores que andaban por ahí, diferentes a los buitres con expresiones falsas que intentaban parecer francas, y de la cantidad ingente de chupatintas que pululaban por la cohorte intentando hacer buenas migas con alguien de poder. Aunque en aquel instante no le hubiese importado guardar cierto parecido con alguna de aquellas alimañas.
«Puñetera se mi estampa».
Salió del embozo de ornamentadas telas profiriendo todo tipo de maldiciones, mientras intentaba encontrar sus calzas con escasa suerte.
— ¿Dónde estáis? —preguntó a nadie en particular. Estaba seguro de que las había dejado cerca, pero « ¿Dónde?»
Su irritabilidad era creciente mientras escarbaba entre montones de mudas de diversos cortes y colores, cuanto más hundía en el montón de tela, mas sulfurado se preguntaba « ¿Y por qué diantres no tengo yo un maldito ayudante de cámara como todos los demás hijos de bien?»
Alguno de sus dioses, con un ánimo bastante jocoso y un tanto cabrón, debió de atender sus plegarias. Vio como en una esquina de sus aposentos sumida en la más completa oscuridad, una silueta lo contemplaba impasible como una estatua.
El corazón casi se le sale del pecho.
—¡Por las nueve capas del infierno Kumar! ¿Cuántas veces te he dicho que dejes de acecharme a escondidas mientras duermo?
El hombre salió de las sombras y lo miró con una expresión que mediaba entre la ofensa y la perplejidad, a pesar de todo siguió sin responder. Su predisposición a hacerse el loco lo exasperaba aún más si cabía. No era la primera vez que se preguntaba si era un mal hábito que había adquirido en su niñez o algo más espeluznante todavía. «Quizás un día se le giran las tuercas y se le ocurre degollarme mientras duermo».
— ¿No tienes nada que decir? —Insistió entornando los ojos.
Este simplemente se encogió de hombros.
Este era un hombre de mediana edad, de complexión tirando a delgada, con el pelo largo y lacio y del color negro como ala de cuervo, el cual, siempre estaba como apelmazado. Su rostro era ajado y afilado como una navaja de afeitar y su nariz, estaba quebrada producto de alguna trifulca mucho tiempo atrás; su piel tenía el moreno de las gentes del sur. Todos aquellos aspectos hacían de él, un personaje de lo más variopinto en aquellas tierras. Podría decirse que era un hombre dotado de la inteligencia de un guardia de caravanas e igual de sociable que un torturador mal pagado. La compañía ideal para ponerle la guinda a aquel prometedor día.
—Algún día tendrás que explicarme el porqué de ese extraño hábito tuyo. Ahora dime ¿Llevas mucho tiempo ahí en la penumbra? —Preguntó mientras saltaba a la pata coja intentando meterse dentro de unos calzones negros con ribetes dorados.
—Algún tiempo —respondió este con vaguedad.
—Ah. —dijo Armen mientras acababa de colocarse los calzones —Ya veo —«Y lo dice como si merodear por las noches en los aposentos de las personas decentes fuera la cosa más normal del mundo». — ¿Y por qué no me has despertado antes si se puede saber? —Preguntó, a pesar de no saber muy bien si quería conocer la respuesta.
—No me pareció apropiado despertarlo.
—Me encantaría saber cómo has llegado a una conclusión tan… —busco una manera razonable de llamar a aquel comportamiento tan poco insólito —...peculiar.
—Bueno —contestó este mientras con un palillo se hurgaba entre los dientes. —Quizás le parezca una tontería de pueblerino, pero una vecina muy vieja y sabia de mi pueblo me contó una vez, que nunca se debe molestar a un hombre que sufre pesadillas (a pesar de la muchas idioteces que este haga en ese transcurso) —Por un lapso de tiempo Armen quedó perplejo « ¿A puesto especial énfasis en esas últimas palabras?» después de reflexionarlo concluyó. ¡Eso es imposible!». Dudaba de que Kumar recurriera a algo tan sutil e ingenioso. Este no pareció advertir la sombra de duda que pasó por la expresión de Armen, así que acabo rematando su inverosímil explicación con un —Pueden acabar muriendo del susto o algo así ¿Sabe lo que quiero decir?
«No sé ni porque me molesto en preguntar»
Kumar era un siervo muy peculiar mirase desde el ángulo en el que se le mirase. Era inteligente como un niño de primaria, locuaz como una suegra, excéntrico como un perro verde, irreverente, maleducado y más exasperante que cualquiera de los borregos de la periferia de la ciudad empapado hasta las orejas en vino. No entendía por qué tenía que vivir con ello y tragarlo como una comida aborrecida que te traían una y otra vez como si esta fuera la mejor delicatesen del mundo.
—Me dejas anonadado, nunca me hubiese imaginado que te desenvolvieras también como zahorí. Me alegra saber la gran preocupación que muestras por el estado de salud de tu señor. —espetó con tal sequedad que por poco no agrieta las paredes de la estancia. «No sabes cómo me hubiese encantado que tu también hubieras asistido a tan dichoso espectáculo, aunque en las primeras filas, no me gustaría que te pierdas algún detalle de la carnicería que he tenido el gusto de disfrutar».
Como no era de extrañar, kumar lo entendió al revés.
—Ya sabe mí señor, siempre a sus pies —manifestó mientras le hacia una reverencia aparentemente complacido.
Le encantaría saber que había llevado a su padre a contratarlo como guardia personal hacia ya unos meses. « ¿En qué demonios debía de estar pensando?» preservar su integridad estaba claro de que no era una prioridad. « ¿Estaba de mal humor en aquel momento quizás? ¿Le odiaba?» No tenía ni la más remota idea de porqué aquel hombre estaba ahí, ni cuál era el papel que desempeñaba en todo el asunto. De algo estaba completamente seguro «Dios sabe que cualquier día de estos le ato una bloque de piedra a un tobillo, y lo lanzo de cabecita a uno de los muchos canales de la ciudad.
Armen bregó un rato con los últimos botones de un jubón negro con brocados también dorados con la expresión del que tiene algo entre manos. Había momentos en los que no tenía muy claro si Kumar le estaba tomando el pelo, o es que su franqueza rayaba la insubordinación.
—Solo una cosita Kumar, creo que a pesar de tus buenas intenciones quizás se te haya pasado un pequeño detalle por alto —le dijo con un amago de sonrisa antes de que su expresión mudara grotescamente y estallase soltando todo tipo de efluvios entre los dientes. — ¡Te has parado a pensar maldito zoquete que a mi padre quizás no le importe un pimiento sí sufro pesadillas o si me han amputado las dos piernas! —Sentía como su furia bullía dentro de él como una tetera olvidada en un fogón — ¿Sabes que hoy era el día de la moción? Sí, esa de la que tanto habías oído hablar durante estas dos últimas semanas. ¡Quizás se te quita el complejo de Zahorí cuando nos cuelguen de los pulgares en una de las torres más altas del castillo!
Por un breve espacio de tiempo se hizo el silencio. Aceptémoslo, Kumar seguiría siendo Kumar por mucho que gritase o se enfureciera. Había que darle tiempo para que asimilara la información. Para ser francos, era algo lento de mollera.
— ¿No cree que esta dramatizando un poco mi señor? —Musitó finalmente con cierto tono de inseguridad. —Su padre siempre anda muy atareado con sus asuntos. Ya sabe, con las recepciones, el papeleo y todo eso. No creo que tenga tiempo para ese tipo de entretenimientos. —dijo intentando convencerse él también.
Armen lo miro de arriba abajo antes de poner los ojos en blanco.
—No sabes cómo me tranquilizan tus palabras.
Kumar era un maldito ingenuo. ¿Que su padre no tenía tiempo para esos entretenimientos? ¿Su padre? ¡Ja! ¡Este era el maldito inventor de tales entretenimientos! ¡El puto Mesías! Si no acudía a tiempo a la moción que se celebraba en el salón de audiencias…
Debía de darse prisa.
Eligió una bonita chaqueta de seda con chorreras y motivos dorados (también de color negro) lucia cuchilladas de satén cerúleo aquí y allá, se puso las botas de caña alta y fino cuero, recogió su pelo en una coleta larga que le llegaba a media espalda y acabó por ponerse un cinto engarzado con piedras preciosas como ultimo complemento de su indumentaria. Suponiendo que estaba medianamente presentable fue a contemplarse en el inmenso espejo de…
¿Quién coño era el tipo lánguido y pálido que lo miraba desde el otro lado del cristal?
Tenía la cara mucho más chupada de lo que recordaba; sus pómulos estaban tan descarnados como los de un cadáver secado al sol, su barbilla despuntaba mucho más de lo normal, sus ojos normalmente de un verde suave, estaban rodeados de unas enormes y cetrinas ojeras, el pelo rubio lucia deslucido y estropeado. Su aspecto en general y a pesar de las ropas caras con las que se vestía, parecían las de un desarrapado que había asaltado a un noble de camino a casa.
Frunció los labios componiendo una mueca. «Esto es lo que hay»
Salió de sus aposentos como perseguido por el diablo, cruzó el largo pasillo de suelo ajedrezado mientras contemplaba las paredes repletas de cuadros de personajes que miraban con el ceño fruncido, indiferentes al tiempo o a la hora. Kumar lo seguía a tan solo dos pasos por detrás de él, como una extensión más de su sombra. Mientras caminaba se preguntaba con un ánimo turbio por que había nacido noble « ¿Quien puede adorar las cortes y los banquetes, las celebraciones matutinas, las vespertinas cenas, los lujosos bailes, las logias de estado y porque no decirlo, los litigios estériles como el que se va a celebrar hoy?»
Nuevamente nadie le contestó.
Al Llegar a una gran cámara con el techo alto y abovedado se detuvo para recuperar un poquito el aliento. En la cúpula de la estancia un mosaico reflejaba la crudeza de las guerras disputadas muchos años atrás: el dramatismo de las cruzadas, el honor que deparaba la muerte, la gloria, el credo y la imaginación de un pintor con unas cuantas copas de más, del cual si no creía recordar mal, lo habían ahorcado por no sé qué tipo de herejías. Bajó por las escaleras que daban a la gran cámara rozando con la punta de sus dedos el pasamanos color caoba con expresión del todo avinagrada, mientras dos guardias apostados al pie de las escaleras se irguieron cuan largos eran y golpearon su pecho acorazado con su puño.
— ¡Mi Señor!
Armen les devolvió el saludo a pesar de su humor sombrío (había que mantener la apariencias) Kumar simplemente los miró sonriendo mientras sacudía la cabeza.
Llegó la antesala con el techo más bajo de todo el palacete, el más sobrio, El salón familiar. Un salón que intentaba evitar cruzar siempre que podía. Las paredes rojas escarlata de la estancia dañaban la vista de los amantes del buen gusto. Estas estaban repletas de retratos de lejanos antepasados erguidos en poses heroicas y con miradas solemnes y pétreas. La mampostería y el sobretecho eran de tallados de tan intrincadas formas, que marearían a cualquiera que intentara comprenderlas, más algunas estatuas de regio bronce daban un toque más desagradable al lugar.
Personalmente aquellos retratos de sus antepasados le ponían la piel de gallina. Era como si tuviera la certeza de que todos ellos le observaban midiendo cada paso que daba, juzgando cada acción suya, burlándose de su continua ineptitud y de su inagotable y dilatado libertinaje. «Este trayecto siempre se me hace eterno»» Una moqueta aterciopelada de color rojo cruzaba la estancia y acababa por traspasar el umbral de un portón que se cernía dorado al fondo.
¡La puerta estaba cerrada!
Trago saliva y miro por uno de los ventanucos de la estancia que daban a un sinuoso jardín, en frente se podía apreciar la torre del homenaje. En aquel momento deseó que esa gran mole de piedra se derrumbara sobre su cabeza y acabara con todo de una vez por todas.
«¿Es demasiado pedir?»
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)