05/06/2021 01:02 PM
Antes de pasar a comentar el texto, hacer un par de comentarios sobre otras cosas: lo primero, bienvenido al foro, si te apetece puedes presentarte aquí, no es obligatorio, pero siempre está bien saber un poco más de los compañeros recién llegados; lo segundo, ¿la portada la has hecho tú? Está muy bien, porque sin ser un estilo muy complejo, consigue transmitir sensaciones de lo que va a ser la obra, y también de pasar la idea de ciertos elementos importantes. Aunque debo decir que no sé si es esta versión que has decidido subir o si ya era así desde un origen, esto es un mapa de bits, y lo suyo es que fuera una imagen vectorial, porque lo de que se vea algo pixelado queda feo (y sí, sé que en Wattpad no se ve así porque la imagen está en pequeñito).
Ahora al lío.
Las cadenas azotaban la arena como una serpiente acechando a su presa [la metáfora no tiene sentido. En todo caso las cadenas se arrastran como las serpientes, que es eso lo que hacen al acechar una presa]. Los grilletes en sus [¿de quién? Acabas de introducirnos el mundo y ni siquiera sabemos dónde nos situamos; la única imagen que tenemos es de unas cadenas azotando la arena, y ahora nos hablas de los grilletes en los pies de alguien que no sabemos quién es. Si el posesivo este proviniera de un capítulo anterior, el no reintroducirlo, aunque no estaría del todo correcto, podría tener un valor narrativo, pero aquí no hay de eso] pies descalzos destellaban entre las nubes de polvo que levantaban los caballos. El sol castigaba a los jinetes con un calor abrasador que amenazaba con dejarlos inconscientes [muestra, no cuentes], pero cargaban un botín que los motivó a atravesar el desierto. Más de sesenta exploradores habían invadido los manglares para nutrirse de nuevas armas, pero ni fueron bien recibidos por los habitantes, ni la suerte los acompañó en la vuelta a casa. Ahora solo regresaban unos pocos, pero estaban convencidos de que todo había valido la pena.
Un centinela fue el primero en avistar sus siluetas desde la punta de un monolito. Se apresuró a sonar un enorme cuerno que se repitió dentro del fuerte, alertado a guardias y habitantes por igual. Los guerreros adentro comenzaron a correr de un lado a otro levantando armas y colocándose las armaduras, mientras los habitantes corrientes, niños y adultos incompetentes en el combate [niños y adultos incompetentes en el combate debería ir entre parentesis, porque da la impresión de que niños y adultos forman parte de un listado junto a habitantes corrientes], ayudaban a mover los suministros. En un instante la caballería pasó galopando a toda velocidad por mitad de la plaza hacia la entrada. Las puertas del fuerte se abrieron antes de que llegaran y se cerraron tras atravesarlas [debe ser tras ser atravesadas. De hecho, el llegaran debería ir acompañado de un sujeto porque el sujeto de esta frase es las puertas del fuerte, que además tienen concordancia con la forma del verbo llegar (por mucho que el sujeto de ese verbo sean los jinetes), pero ahí todavía se puede sobreentender, pero en el caso que he señalado es una construcción verbal que además de estar mal por el mismo motivo queda extraña dentro de la frase]. Allí en la entrada detuvieron a los caballos y esperaron a los viajeros.
—Son cuatro corceles, señor —reportó a gritos [¿y los gritos? Para eso están las exclamaciones] el centinela—. Exploradores heridos y dos prisioneros. [deberías decir cuatro exploradores heridos a caballo (sin necesidad de decir primero lo de cuatro corceles), porque hablar de cuatro corceles y luego de exploradores no implica necesariamente que los exploradores sean cuatro y que van en los caballos] Parece el escuadrón de Aldre.
El líder de los caballeros endureció el gesto al confirmarlo con su propios ojos. Los viajeros parecían muy maltratados: sus armaduras incompletas estaban sucias y abolladas; tenían heridas antiguas y recientes en sus cuerpos; y los caballos que los transportaban comenzaban a verse famélicos. Pero nadie en el grupo estaba tan maltratado como el prisionero que los perseguía corriendo a pie. Al capitán le pareció increíble que pudiera moverse a ese ritmo, considerando que tenía la complexión de un indigente y el cuerpo vendado del cuello para abajo. El capitán esperó a que estuvieran lo suficientemente cerca para hacer el primer contacto. [esto me parece puro infodumping, más que nada porque se entiende que ese escuadrón está lejos todavía, así que es raro que el líder pueda ver cómo tienen heridas antiguas por el cuerpo o cómo los caballos se ven famélicos... Esa descripción tiene sentido tras la toma de contacto porque se entiende que ahí ya están cerca. Además ese punto debería ser dos puntos porque conecta directamente con el diálogo que viene a continuación]
—¿Qué sucedió, Aldre? —le espetó. A diferencia de sus acompañantes, Aldre no parecía tan lastimado. [otro problema de la descripción anterior, es que entonces ahora dices esto que contradice lo anterior porque en ningún momento hacías diferencias entre los viajeros. En cambio si lo describes aquí puedes hacerlo como es debido]
—No sé por dónde empezar —respondió él. Su cabello largo y rojizo era un desastre, y sus ojeras estaban muy marcadas. Su yegua, que tenía la mejor apariencia entre los corceles, también transportaba a una muchacha inconsciente atada a la montura—. Los Kretnia [tiene que ir en minúscula] nos persiguieron hasta el cruce —le informó exhausto—. Los perdimos, pero no tardarán más de un día en seguir nuestro rastro. Debemos entrar y prepararnos.
—No vas a entrar hasta que me digas dónde está el resto —aseguró el caballero echando un vistazo a los otros viajeros. Habían dos soldados con cascos, hombreras y algunas heridas punzantes en el resto del cuerpo; habrían perdido sus armaduras en la batalla. A la derecha había una mujer con un carcaj en la espalda, que parecía estar a punto de desmayarse por el calor.
—Creo que ya lo sabes, Olver. No sobrevivieron.
— ¿Y Nervala? —preguntó de inmediato el capitán.
—Los bandidos nos emboscaron varias veces, tienen trampas en todo el camino. Nervala nos salvó una noche haciendo de distracción, tuvimos que huir sin ella.
El capitán bajó la mirada hacia las riendas de su caballo y guardó silencio por un momento. Entonces alzó la frente y apuntó a Aldre con su brillante lanza; sus ojos enfurecidos casi se veían arder a través de la visera del casco.
—Dame una razón para no matarte aquí mismo—demandó eufórico—. No veo que traigas las armas, a Zeo no le importará.
—Por favor, cálmate—le pidió Aldre levantando las manos—. Estoy agotado, no lucharé contigo. Pero traigo información importante —a Aldre le costaba explicarse con aquella lanza amenazante apuntándolo [muestra, no cuentes]—. De verdad necesito hablar con Zeo cuanto ant...
El estruendoso sonido del cuerno estalló de nuevo alertando a los caballeros.[falta espacio. Aunque en realidad debería ir en un párrafo distinto]—Son diez corceles—informó el centinela—. Quince lanceros por el norte con algunos cautivos—. Los guardias desenvainaron sus espadas y los arqueros en las torres templaron sus flechas. Olver apretó sus puños con fuerza al ver las siluetas apareciendo detrás de las colinas. Entonces condujo su corcel hacia un lado. [para empezar en el diálogo del centinela vuelven a faltar exclamaciones, por otro lado, lo señalado no debe ir con el diálogo porque no es ninguna acción del que habla, e incluso aunque así fuera, el punto antes de Los guardias debería ir pegado a cautivos]
—Esto no ha terminado —le advirtió el capitán—. Zeo te matará cuando le des la información. Y si no lo hace él lo haré yo más tarde. Solven los escoltará hasta el templo, es mudo [esto es más infodumping porque si esta gente viene de este pueblo sabrán ya este detalle (sino tampoco sabrían quién es el Solven de quien habla), pero si por algún motivo no lo supieran, no aporta nada a los que les quiere decir que es que les va a escoltar y vigilar], pero no les quitará el ojo de encima —dijo antes de dirigirse hacia sus compañeros—. ¡Abran [abrid, es un oficial dando órdenes] las puertas! Intentaremos negociar, el resto proteja [proteged] los muros —ordenó partiendo al galope seguido de la caballería. Las puertas no tardaron en abrirse y algunos arqueros salieron a tomar posiciones estratégicas. Solven, un caballero mudo [además de lo dicho antes, si mencionas en el diálogo que Solven es mudo, decir ahora Solven, un caballero mudo, es repetitivo], les hizo una señal: Aldre puso a su yegua a andar y los guardias en la entrada se hicieron a un lado para permitirles el paso.
En el fuerte había un único sendero que conectaba la entrada con el otro extremo en el borde de un risco, y por cada lado del camino estaban instaladas montones de jaimas raídas y estructuras en ruinas. Los inquietos herreros, mercaderes y otros familiares de los soldados que estaban a la expectativa, los vieron entrar con curiosidad y murmuraban cosas unos con otros [murmuraban entre sí. Si murmuras ya implica que serán cosas, y unos con otros es más largo que entre sí sin aportar nada a nivel narrativo] al verlos pasar. Algunos se horrorizaron con las heridas de los viajeros, pero la mayoría estaba más interesada en sus pocos bolsos; parecía un cargamento muy reducido. Se fijaron también en el desdichado prisionero, que caminaba tranquilamente a pesar de los metálicos grilletes y cadenas que apresaban sus miembros. Su cabello tenía un bonito degradado marrón y su rostro habría sido guapo en otros tiempos, pero ahora tenía los huesos marcados de un mendigo, la barba descuidada de un náufrago, y los ojos resignados de un moribundo. En contraste, la hermosa muchacha de rizos plateados se veía tan cuidada, que en poco tiempo se rumoreaba que era una princesa o alguna noble.
—Debemos preparar los planos —sugirió en voz baja la mujer del carcaj—. Tenemos poco tiempo—. Aldre observó de un lado a otro sin decir nada y luego asintió.
—Paremos un momento a beber agua —le pidió al oficial que los escoltaba. Solven dirigió una mirada temerosa a los viajeros heridos—. No te preocupes, aguantarán un poco más. Y el agua nos vendrá bien a todos —añadió, pero el guardia solo continuó marchando. Poco después se detuvo señalado hacia la derecha, a un rudimentario pozo vigilado por un par de sujetos extraños: el primero era un anciano tuerto recostado sobre varias hojas de palmera, que parecía perdido por completo en su descanso; el segundo era un ayudante enorme lleno de cicatrices, muy concentrado en amolar su maza.
—¡Chafi! Veo que las guerras no tienen efecto sobre ti —bromeó Aldre al descabalgar. Al abrir los ojos, el anciano vio a al grupo de aventureros desamarrando sus botijas del cargamento.
—¡Pero si es Aldre el cobarde! Te daba por muerto —exclamó el anciano en tono jubiloso—. Estás a tiempo de escapar, Zeo no está muy contento últimamente. Sigue perdiendo batallas y... —se detuvo entornando los ojos y colocando una mano sobre ellos como una sombrilla—. A tus compañeros no los había visto, ¿son nuevos?
—Así es. Ellos son Gred, Marty y Hezia, me ayudaron en el viaje —explicó Aldre, y le acercó el manojo de botijas sin dar más detalles—. Llénalas todas. Debo reunirme con Zeo —el tuerto meneó la cabeza—. No tengo otra opción. Ah, necesito ropa nueva. Préstame alguna y te la pagaré mañana —le propuso encaminándose a una tienda cercana.
—Nada de prestar. No veo que hayas vuelto con un arsenal, Zeo te entregará a los leones —vociferó Chafi sobre su hombro mientras sacaba agua del pozo con un cucharón—. ¡Una moneda por prenda! Entrégaselas a Paac cuando termines. Y no intentes...
—Ya sé, ya sé —lo cortó Aldre desde la tienda. El anciano masculló algo no muy amable y Paac rió entre dientes. Entonces observó desconfiado a los acompañantes de Aldre que habían desmontado para estirar las piernas. Uno de ellos era un chico bastante joven de rasgos suaves, mientras que el otro era un hombre adulto de pelo corto y rostro endurecido. Observó a la hermosa prisionera que dormía plácidamente y llegó a la misma conclusión que todos: traían una princesa como prisionera. Solo en ese momento notó al esclavo parado entre los caballos. Chafi tuvo la impresión de que el chico se había muerto de pie, pues sus ojos parecían perdidos en el espacio, pero de repente el muchacho hizo contacto visual y abrió la boca.
Sus labios se movieron lentamente sin emitir sonido alguno, pero el anciano lo entendió perfectamente: "a-gu-a". Viendo su enjuto cuerpo vendado, pensó que la sed sería el menor de sus problemas; probablemente las heridas o el hambre acabarían con él primero. Aun así, no pudo evitar compadecerse de su desventurado destino, así que llenó el cucharón de agua y se acercó hacia él.
—¡Ey, detente! —le advirtió la mujer llevando una flecha a su arco. Solven se acercó a ver lo que ocurría— Es nuestro prisionero, no pueden darle nada—objetó. El guardia sacó la espada y se dirigió hacia ella.
—¡Alto, evitemos problemas —suplicó Chafi levantando las manos en un gesto conciliador—! A veces soy demasiado bueno y me dejo llevar, pero no ocurrirá de nuevo. Seguiré haciendo lo mío —prometió dando la vuelta para retomar sus deberes en la fuente. Echó otro vistazo al chico; parecía haber regresado al estado de trance. La mujer bajó el arco y el guardia envainó su espada, ambos vigilando cada movimiento del otro. A partir de allí Chafi hizo un esfuerzo por no mirar al chico; no valía la pena apiadarse de un esclavo que de todas formas tenía los días contados.
—Solo guardas basura aquí—le reprochó Aldre al salir de la tienda más tarde con algunos trapos en la mano.
—Aun así tienes que pagarla —gruñó el anciano llevando la vista hacia Paac. El grandulón asintió y volvió a ocuparse con su maza—. Ahora recoge tus cosas y lárgate de aquí, el agua se estresa con tu olor a muerte.
Aldre recuperó sus vasijas cargadas de agua y aprovechó para echar un rápido vistazo al su alrededor: se escuchaba conmoción en la entrada, los niños corrían moviendo cajas de alimentos y los soldados planificaban sus ataques. Solven los observaba atentamente a sus compañeros desde el camino. Aldre se cubrió con la mano de los rayos del sol para contemplar el cielo despejado y se llevó la botija a la boca. Mientras saciaba su sed tuvo la certeza de que el calor empeoraría estos días. Montó en su caballo dando la orden de partir. Sus compañeros retomaron la marcha detrás de él y el sediento esclavo los siguió sin protestar.
El templo era la última estructura del fuerte y allí los esperaba un joven sentado en las escaleras. Tenía el cabello claro amarrado en una coleta con varios mechones a la altura de los ojos, vestía prendas de seda y de su cinturón colgaba una delgada espada. Al verlos llegar sonrió de oreja a oreja, se puso de pie y colocó una mano en la empuñadura de su arma.
—¡Bienvenidos! Todos abajo y tiren sus armas —les ordenó con una entusiasta sonrisa. Aldre se apresuró a obedecer e instó a sus compañeros a hacer lo mismo. Los guardias se acercaron a comprobar que no dejaran nada y luego se llevaron el carcaj con flechas, varios modelos de dagas, frascos de veneno, un escudo, espadas y las armaduras. Cuando estuvieron satisfechos, el joven hizo una reverencia y los exhortó a entrar al templo —Mi nombre es Gerby Echanseki, seré su escolta.
—Nunca te había visto tan obediente —le comentó Marty a Rapzo cuando iban por el pasillo. Tuvo que colocarse hombro con hombro con él y susurrar para que los guardias que cargaban a la chica no los escucharan_. ¿Quién es ese?
—Lo llaman Echanseki de las mareas, no esperaba verlo aquí —respondió Rapzo bajando su voz al nivel de un respiro—. Es el campeón de Terio-3 [un nombre de esta clase me lo esperaría en una obra de ficción científica y no de fantasía], va a ser un problema. No creo que podamos ac...
—Es muy tarde para arrepentirse —lo interrumpió el joven lleno de convicción—. Hay cinco guardias afuera, siete contando a los escoltas, más los que hayan adentro. ¿Puedes encargarte del campeón?
—No, claro que no —Aldre era bueno con la espada [dijo Aldre, y luego ya añades lo demás, porque en el diálogo era entre Marty y Rapzo, si dejas de añadir el interlocutor es porque el lector entiende que es una sucesión entre dos personajes], pero Echanseki tenía muchos más méritos con la mitad de su edad—. Ese chico es igual de monstruo que ustedes. Dicen que se presentó a los juegos de Carsi —se acercó más a la oreja de Marty—. ¡En las cuatro islas al mismo tiempo! —Aldre temió que sus palabras sonaran más alto de lo que pretendía. Al voltearse, Echanseki lo observaba con una sonrisa amigable, aunque tenía los ojos de un calamar [no estoy seguro de qué pretendes describir con esta comparativa].
—Te he visto pelear, puedes con él —replicó el compañero cuando los guardias los hicieron detenerse al final del pasillo—. No hay otra opción.
Entonces las puertas se abrieron y el resplandor dorado los encandiló. Al recuperar la visión vieron una sala inmensa con un amplio agujero en el techo. A cada lado había una serie de pilares destrozados que no sostenían nada, y junto a estos habían mesas ocupadas por decenas de soldados tan entretenidos almorzando, conversando y bebiendo, que ni les prestaron atención al entrar. Una alfombra se extendía por el centro de la sala hasta un altar donde un hombre grande y vestido de emperador [decir esto y no decir nada es lo mismo, porque no estás describiendo esa vestimenta] alimentaba a un par de leones con carne de su propio plato.
Un heraldo bajito habló con los guardias a través del bullicio. Entonces adoptó una postura firme e hizo sonar un pequeño clarín que llevaba colgado de la espalda. El ruido hizo callar a la sala entera.
—General Zeo, poseedor de los horizontes —los soldados brindaron felizmente—. El explorador Ripzo implora su atención para entregarle un importante regalo.
El general frunció el ceño con un gesto severo. Era un veterano enorme e imponente, de barba larga y ojos pequeños, parcialmente oculto donde la luz que entraba por el orificio en el techo no lo alcanzaba por completo. Un momento después los invitó a acercarse haciendo un gesto con los dedos llenos de anillos: los guardias los acompañaron por en medio de las miradas de repudio y desprecio de los soldados; a Aldre le costó contar cuántos eran, pero calculó que habrían por lo menos cien guerreros desarmados, o quizá el doble.
Se detuvieron frente a un altar elevado a ocho escalones por encima de ellos, desde donde el general Zeo los observaba detenidamente con los brazos cruzados; su armadura de oro relucía contrastando con su cabello oscuro. El alboroto regresó a la sala cuando los soldados retomaron sus almuerzos, y los viajeros hincaron de inmediato una rodilla en el suelo. Sin embargo, antes de que pudieran hablar, un hombre apareció detrás de Zeo para comentarle algo al oído.
A Aldre se le hizo un nudo en la garganta al reconocer su rostro. Se giró para comprobar que Echanseki seguía detrás de ellos, y este le devolvió una sonrisa satisfecha: era él, observándolo cínicamente desde atrás, mientras dialogaba con Zeo desde arriba al mismo tiempo en una vestimenta diferente. Notó el desconcierto en el rostro de sus compañeros; incluso Maty dejó de parecer tan confiado. Aldre sabía que no podían dejarse llevar por la apariencia inocente del campeón: por dentro era un monstruo abominable y tenían poco tiempo para descifrar cómo lidiar con él.
—Encárgate tú de defender el este —le ordenó el general tras meditar un poco. Echanseki asintió desde arriba, pero para desgracia para Aldre, el guerrero se quedó de pie a un lado del trono—. Nos atacan de todas partes —explicó Zeo—. Sospecho que buscan la gloria y no el oro. Me alegra verte con vida, Aldre.
—Es un placer volver a estar en su presencia —afirmó Aldre. Siempre fue muy versado con las palabras—. Y traigo buenas noticias, señor.
—¿Ah, buenas? —Zeo no parecía muy convencido—. Me entristece entonces lo mentirosa que es la gente. No te creerías lo que han inventado sobre ti. Dicen que perdiste a los setenta nobles guardias que te presté a manos de unos bandidos —Ripzo intentó hablar, pero el general lo cortó alzando su voz—. Y que en lugar de ir a Pricia como te pedí, intentaste invadir unos manglares, y fracasaste. Ni siquiera saqueaste el mausoleo del [por lo que pone luego, Otorio es un nombre propio de una persona, así que debe ser de y no del] Otorio ni su arsenal. Sin embargo, comentan que trajiste a un par de esclavos: un moribundo demasiado débil para trabajar, y la hija de un rey muerto al que no le podemos pedir rescate. Contéstame ahora: ¿son solo inventos de las malas lenguas?
La tensión se apoderó del ambiente cuando la sala volvió a quedar en silencio. Aldre sintió el peso de las torvas miradas en sus hombros, pero se tomó un momento para meditar su respuesta. Escuchó que los guardias sacaban lentamente sus espadas esperando la orden de atacar, y tenía la impresión de que Zeo estaba deseoso por darla. Finalmente decidió que en lugar de explicar lo ocurrido, lo más seguro era ir directo a lo que quería escuchar.
—Traigo la mayor arma que pude encontrar —el general alzó la mano y sus guardias bajaron las armas; Aldre supo de inmediato que había captado su atención—. He capturado a la bestia de los caminos, Meriito, así como a la princesa Deliquia, hija del difunto rey Otorio.
—¿Me dices que tú, un explorador, capturaste a Meriito? —Zeo parecía furioso y ofendido—. Debes creer que soy un tonto. ¿Qué haremos con ellos? —preguntó dando un grito que resonó por la sala, y en un instante el lugar se llenó de voces exaltadas proponiendo malignas ideas.
A Aldre se le aceleró el corazón cuando vio que no solo los guardias habían desenvainado sus espadas, sino que los soldados se levantaban de sus mesas con los cuchillos y navajas en mano para participar en la ejecución en cuanto Zeo diera la orden. Una mano lo tomó por el brazo y al girarse vio a Echanseki que sacaba un látigo al ritmo de los clamores borrachos que demandaban sus vidas. Su respiración se empezaba a cortar y sus miembros temblaban, pero consiguió tranquilizarse para dirigirse a Zeo una vez más.
—¡Puedo probarlo! —gritó con convicción, pero ya nadie lo escuchaba_. Por favor, solo necesito un momento _entonces el general levantó la mano una vez más, y los pendencieros guerreros hicieron un esfuerzo por detenerse.
—Tienes diez segundos para explicarte, disfrútalos —sentenció Zeo. Aldre no perdió tiempo hablando, solo se descolgó la botija del cinturón y se la acercó al prisionero para que bebiera.
—No le hemos dado agua en todo el viaje. Él lo explicará todo—. El muchacho tomó la botija con sus manos encadenadas y bebió largo y tendido. El agua bajó por su garganta durante una eternidad hasta que finalmente retiró el contenedor. El muchacho se secó los labios con el antebrazo y dirigió una mirada a Aldre—. Adelante —dijo este después de asentir. [y dirigió una mirada a Aldre, quien asintió y añadió—: adelante.]
Las mesas detrás de la turba comenzaron a vibrar y partirse en dos. Los soldados que no se habían levantado de sus asientos llamaron a gritos a sus compañeros pidiéndoles retirarse, pero algunos estaban tan ansiosos por atacar que ignoraron los avisos. El general entornó los ojos pero no dio ninguna orden, porque quería observar lo que sucedería. De repente el tumulto se descontroló y de un momento arrojaron se abalanzaron hacia ellos. El esclavo dejó caer la botija y junto a ella cayeron sus grilletes y cadenas. Esquivó los cuchillos moviéndose hacia adelante y estiró la mano para agarrar algo invisible en el aire. Entonces cerró el puño y fue como si un zumbido intolerable aturdiera los oídos de los soldados haciéndoles gemir y apretar los dientes. Finalmente haló su mano [halar se refiere a tirar de algo sujetándolo, para halar su mano debería sujetarla con la otra mano, cosa que además de no describirse, no tiene mucho sentido] hacia atrás y los brazos de los soldados frente a él perdieron el vigor, sus músculos desaparecieron y sus dedos envejecidos soltaron las armas.
La aglomeración se retiró espantada a patadas y empujones. El muchacho de repente dejó de ser flaco: sus brazos y piernas tenían músculos y ya no se le marcaban las costillas. Se movió hacia el guardia que sujetaba a la princesa y otros dos guardias sacaron las armas y se interpusieron. Notaron que el prisionero volvía a perder contextura, pero al repetir el movimiento de mano, los guardias cayeron de bruces contra el suelo y su cuerpo se fortaleció de nuevo. Corrió a tomar a la princesa en sus brazos, pero al tocarla retiró las manos de inmediato como si se hubiera quemado; ella cayó al suelo y soltó un gemido de dolor. Echanseki, encendido de emoción, agitó su látigo para poner de rodillas al esclavo dando un bramido, y con un segundo latigazo le sujetó [logró sujetarle] el brazo. Entonces sacó su espada y corrió a toda velocidad hacia él.
—¡Alto, Gerby! —exclamó el general poniéndose de pie. Echanseki se detuvo en el acto, aunque claramente insatisfecho—. Así que este es el famoso Meriito que escapó del vacío de Almena y arrasó con la corte de otoriana [si otoriana es un adjetivo sobre el de, si es un nombre propio va en mayúscula]. No tendrás más de veinticinco años, los rumores no mencionan que seas tan joven —enterró los dedos en su barba estudiaba al chico [joven. —Enterró los dedos en su barba mientras estudiaba al chico]que gimoteaba de rodillas—. Pero sin duda eres alguien de su nivel. Ahora dime, ¿qué haces aquí? Porque está claro que no eres su prisionero.
La sala entera había quedado en completo silencio. Los soldados heridos comenzaban a recuperar la musculatura en sus brazos, mientras que Meriito volvía a parecer una momia muy delgada. Pasó un momento, pero el chico no respondió.
—Hicimos un trato —confesó el chico, aun sin aliento. Era como si el látigo le impidiera recuperarse.
—Es la chica —intervino Rapzo, aun agitado por la situación—. Está enferma, necesita la experiencia curativa de Reviere. Accedió a luchar por nosotros si la sanamos con éxito.
—¿Es cierto eso? —preguntó Zeo con júbilo. El muchacho se estregó los ojos con la muñeca y asintió lentamente—. Muy bien, traeré a Reviere, pero tengo una condición. Me estoy preparando para una guerra, la mayor que haya existido. Esta vez la fuerza no será suficiente para ganar, necesito información que nadie más maneje. Quiero la verdad sobre tu leyenda, que me digas lo que es cierto y lo que solo ha sido un mito.
—Es una larga historia... —advirtió Meriito. No era la primera que alguien se interesaba por sus secretos.
—Partiremos al combate en un mes, tienes todo ese tiempo para contar tu historia mientras sanan a la princesa.
—De acuerdo —aun le costaba hablar, pero aun así su voz sonaba suave y peligrosa al mismo tiempo—. Pero tienen que curarla aquí frente a mis ojos. Y nadie puede hacerle daño. [falta el punto] —Entonces se puso de pie resistiendo el látigo enrollado en su brazo—. Nadie más debe pagar por mis pecados.
—¿Asesinaste a su padre y ahora pretendes protegerla? —a [A] Zeo le pareció gracioso—. De acuerdo —accedió—. Echanseki, libéralo. Guardias, instalen una tienda para la chica. La podrás vigilar mientras me cuentas tus secretos. Pero si descubro que nos mientes, guardas información o que no eres quien dices ser, los mataré a todos empezando por ella —el Echanseki a su lado lo interrumpió susurrando algo al oído, pero Zeo le restó importancia agitando la mano. Caminó de espaldas hasta su trono, llenó una copa con vino y se sentó complacido—. Estoy intrigado por tu historia, la famosa "bestia de los caminos". Vamos, cuéntanos cómo te convertiste bestia.
—Necesitaré más agua —advirtió el muchacho palpando la marca del látigo en su muñeca.
—¡Traigan agua y comida _demandó Zeo_! [además de haber puesto guión bajo en lugar de raya, la exclamación (y la interrogación) no se cierra tras la intervención del narrador sino antes, y tras la intervención del narrador va un punto (y es un error que cometes más veces)] ¡Y algo para sentarse! — Los guardias de inmediato le acercaron un banco, una vasija con agua, un cuenco de plata vacío y varios platos con carne y verduras. El muchacho se sentó y bebió un poco más de agua. Observó cómo Aldre recostaba cuidadosamente a Deliquia en un muro cercano donde los guardias estaban haciendo espacio para armar la carpa, y sus ojos se llenaron de angustia.
Entonces observó al general acariciándose la barba con impaciencia.
—¿Y te sentarás a escuchar una historia mientras tu pueblo combate?
—He lidiado con la guerra desde que era un niño, lucharé sin miedo cuando llegue el momento —le aseguró Zeo en tono impaciente—. Mejor deja que yo me preocupe por eso. Tú preocúpate por contarme tu historia, desde el principio. Quiero saber qué eres, si de verdad eres quien dices ser —declaró el general entornando los ojos. El muchacho simplemente exhaló un suspiro.
—De acuerdo. Entonces, empecemos.
Aspectos técnicos: En general está bien escrito, aunque tienes un gran problema con el tema de la puntuación en diálogos y debes repasarlo bien.
Historia y mundo: Aunque la historia que se plantea es interesante, principalmente por el poder de Meriito y por el grupo de Aldre, el tema del general acaba sonando demasiado cliché y si no tiene alguna vuelta de tuerca a lo largo de la historia debería ser algo secundario o que se resuelva pronto.
Del mundo no se ve mucho para poder hablar, parece interesante lo de vivir en lo que parece ser un fuerte que ha sido abandonado y está en ruinas, pero más allá de estar en un desierto y que tenga jaimas (dándole una cierta lejanía del mundo de fantasía cliché), tampoco se diferencia tanto de otros universos fantásticos.
Personajes: Aunque tienen potencial, casi no vemos nada de los personajes (por ejemplo de Aldre se dice que es un cobarde, pero no vemos nada que de esa idea, ni siquiera comentarios de otros personajes) y aunque eso funciona en algunos elementos (como Meriito, la princesa o los múltiples Echanseki) porque da juego a ir desvelando poco a poco cosas en el futuro, el hecho de que ni de Aldre ni de sus compañeros que básicamente son los personajes principales podamos saber lo bastante para llenar una lista con diez cosas sobre ellos muestra que hay un grave problema en cuanto a este aspecto de la narración.
Lo mejor: El planteamiento de la obra llama a seguir leyéndola incluso con los puntos flojos.
Lo peor: Los diálogos; además de los problemas de puntuación, les falta naturalidad.
Destacados: El poder de Meriito es interesante y distintivo.
Sugerencias: Procurar que si los capítulos no tienen un único punto de vista, que este no vaya saltando de un lado a otro. Que las cosas se nos describan en lugar de que se nos cuenten, que lleguemos a saber más de los personajes a través de sus pensamientos y actos. Trabajar en los diálogos; no solo en el tema de las normas de escritura, sino también en darles naturalidad y agilidad para que podemos saber más de los personajes simplemente por su manera de expresarse y relacionarse con otros.
Ahora al lío.
Las cadenas azotaban la arena como una serpiente acechando a su presa [la metáfora no tiene sentido. En todo caso las cadenas se arrastran como las serpientes, que es eso lo que hacen al acechar una presa]. Los grilletes en sus [¿de quién? Acabas de introducirnos el mundo y ni siquiera sabemos dónde nos situamos; la única imagen que tenemos es de unas cadenas azotando la arena, y ahora nos hablas de los grilletes en los pies de alguien que no sabemos quién es. Si el posesivo este proviniera de un capítulo anterior, el no reintroducirlo, aunque no estaría del todo correcto, podría tener un valor narrativo, pero aquí no hay de eso] pies descalzos destellaban entre las nubes de polvo que levantaban los caballos. El sol castigaba a los jinetes con un calor abrasador que amenazaba con dejarlos inconscientes [muestra, no cuentes], pero cargaban un botín que los motivó a atravesar el desierto. Más de sesenta exploradores habían invadido los manglares para nutrirse de nuevas armas, pero ni fueron bien recibidos por los habitantes, ni la suerte los acompañó en la vuelta a casa. Ahora solo regresaban unos pocos, pero estaban convencidos de que todo había valido la pena.
Un centinela fue el primero en avistar sus siluetas desde la punta de un monolito. Se apresuró a sonar un enorme cuerno que se repitió dentro del fuerte, alertado a guardias y habitantes por igual. Los guerreros adentro comenzaron a correr de un lado a otro levantando armas y colocándose las armaduras, mientras los habitantes corrientes, niños y adultos incompetentes en el combate [niños y adultos incompetentes en el combate debería ir entre parentesis, porque da la impresión de que niños y adultos forman parte de un listado junto a habitantes corrientes], ayudaban a mover los suministros. En un instante la caballería pasó galopando a toda velocidad por mitad de la plaza hacia la entrada. Las puertas del fuerte se abrieron antes de que llegaran y se cerraron tras atravesarlas [debe ser tras ser atravesadas. De hecho, el llegaran debería ir acompañado de un sujeto porque el sujeto de esta frase es las puertas del fuerte, que además tienen concordancia con la forma del verbo llegar (por mucho que el sujeto de ese verbo sean los jinetes), pero ahí todavía se puede sobreentender, pero en el caso que he señalado es una construcción verbal que además de estar mal por el mismo motivo queda extraña dentro de la frase]. Allí en la entrada detuvieron a los caballos y esperaron a los viajeros.
—Son cuatro corceles, señor —reportó a gritos [¿y los gritos? Para eso están las exclamaciones] el centinela—. Exploradores heridos y dos prisioneros. [deberías decir cuatro exploradores heridos a caballo (sin necesidad de decir primero lo de cuatro corceles), porque hablar de cuatro corceles y luego de exploradores no implica necesariamente que los exploradores sean cuatro y que van en los caballos] Parece el escuadrón de Aldre.
El líder de los caballeros endureció el gesto al confirmarlo con su propios ojos. Los viajeros parecían muy maltratados: sus armaduras incompletas estaban sucias y abolladas; tenían heridas antiguas y recientes en sus cuerpos; y los caballos que los transportaban comenzaban a verse famélicos. Pero nadie en el grupo estaba tan maltratado como el prisionero que los perseguía corriendo a pie. Al capitán le pareció increíble que pudiera moverse a ese ritmo, considerando que tenía la complexión de un indigente y el cuerpo vendado del cuello para abajo. El capitán esperó a que estuvieran lo suficientemente cerca para hacer el primer contacto. [esto me parece puro infodumping, más que nada porque se entiende que ese escuadrón está lejos todavía, así que es raro que el líder pueda ver cómo tienen heridas antiguas por el cuerpo o cómo los caballos se ven famélicos... Esa descripción tiene sentido tras la toma de contacto porque se entiende que ahí ya están cerca. Además ese punto debería ser dos puntos porque conecta directamente con el diálogo que viene a continuación]
—¿Qué sucedió, Aldre? —le espetó. A diferencia de sus acompañantes, Aldre no parecía tan lastimado. [otro problema de la descripción anterior, es que entonces ahora dices esto que contradice lo anterior porque en ningún momento hacías diferencias entre los viajeros. En cambio si lo describes aquí puedes hacerlo como es debido]
—No sé por dónde empezar —respondió él. Su cabello largo y rojizo era un desastre, y sus ojeras estaban muy marcadas. Su yegua, que tenía la mejor apariencia entre los corceles, también transportaba a una muchacha inconsciente atada a la montura—. Los Kretnia [tiene que ir en minúscula] nos persiguieron hasta el cruce —le informó exhausto—. Los perdimos, pero no tardarán más de un día en seguir nuestro rastro. Debemos entrar y prepararnos.
—No vas a entrar hasta que me digas dónde está el resto —aseguró el caballero echando un vistazo a los otros viajeros. Habían dos soldados con cascos, hombreras y algunas heridas punzantes en el resto del cuerpo; habrían perdido sus armaduras en la batalla. A la derecha había una mujer con un carcaj en la espalda, que parecía estar a punto de desmayarse por el calor.
—Creo que ya lo sabes, Olver. No sobrevivieron.
— ¿Y Nervala? —preguntó de inmediato el capitán.
—Los bandidos nos emboscaron varias veces, tienen trampas en todo el camino. Nervala nos salvó una noche haciendo de distracción, tuvimos que huir sin ella.
El capitán bajó la mirada hacia las riendas de su caballo y guardó silencio por un momento. Entonces alzó la frente y apuntó a Aldre con su brillante lanza; sus ojos enfurecidos casi se veían arder a través de la visera del casco.
—Dame una razón para no matarte aquí mismo—demandó eufórico—. No veo que traigas las armas, a Zeo no le importará.
—Por favor, cálmate—le pidió Aldre levantando las manos—. Estoy agotado, no lucharé contigo. Pero traigo información importante —a Aldre le costaba explicarse con aquella lanza amenazante apuntándolo [muestra, no cuentes]—. De verdad necesito hablar con Zeo cuanto ant...
El estruendoso sonido del cuerno estalló de nuevo alertando a los caballeros.[falta espacio. Aunque en realidad debería ir en un párrafo distinto]—Son diez corceles—informó el centinela—. Quince lanceros por el norte con algunos cautivos—. Los guardias desenvainaron sus espadas y los arqueros en las torres templaron sus flechas. Olver apretó sus puños con fuerza al ver las siluetas apareciendo detrás de las colinas. Entonces condujo su corcel hacia un lado. [para empezar en el diálogo del centinela vuelven a faltar exclamaciones, por otro lado, lo señalado no debe ir con el diálogo porque no es ninguna acción del que habla, e incluso aunque así fuera, el punto antes de Los guardias debería ir pegado a cautivos]
—Esto no ha terminado —le advirtió el capitán—. Zeo te matará cuando le des la información. Y si no lo hace él lo haré yo más tarde. Solven los escoltará hasta el templo, es mudo [esto es más infodumping porque si esta gente viene de este pueblo sabrán ya este detalle (sino tampoco sabrían quién es el Solven de quien habla), pero si por algún motivo no lo supieran, no aporta nada a los que les quiere decir que es que les va a escoltar y vigilar], pero no les quitará el ojo de encima —dijo antes de dirigirse hacia sus compañeros—. ¡Abran [abrid, es un oficial dando órdenes] las puertas! Intentaremos negociar, el resto proteja [proteged] los muros —ordenó partiendo al galope seguido de la caballería. Las puertas no tardaron en abrirse y algunos arqueros salieron a tomar posiciones estratégicas. Solven, un caballero mudo [además de lo dicho antes, si mencionas en el diálogo que Solven es mudo, decir ahora Solven, un caballero mudo, es repetitivo], les hizo una señal: Aldre puso a su yegua a andar y los guardias en la entrada se hicieron a un lado para permitirles el paso.
En el fuerte había un único sendero que conectaba la entrada con el otro extremo en el borde de un risco, y por cada lado del camino estaban instaladas montones de jaimas raídas y estructuras en ruinas. Los inquietos herreros, mercaderes y otros familiares de los soldados que estaban a la expectativa, los vieron entrar con curiosidad y murmuraban cosas unos con otros [murmuraban entre sí. Si murmuras ya implica que serán cosas, y unos con otros es más largo que entre sí sin aportar nada a nivel narrativo] al verlos pasar. Algunos se horrorizaron con las heridas de los viajeros, pero la mayoría estaba más interesada en sus pocos bolsos; parecía un cargamento muy reducido. Se fijaron también en el desdichado prisionero, que caminaba tranquilamente a pesar de los metálicos grilletes y cadenas que apresaban sus miembros. Su cabello tenía un bonito degradado marrón y su rostro habría sido guapo en otros tiempos, pero ahora tenía los huesos marcados de un mendigo, la barba descuidada de un náufrago, y los ojos resignados de un moribundo. En contraste, la hermosa muchacha de rizos plateados se veía tan cuidada, que en poco tiempo se rumoreaba que era una princesa o alguna noble.
—Debemos preparar los planos —sugirió en voz baja la mujer del carcaj—. Tenemos poco tiempo—. Aldre observó de un lado a otro sin decir nada y luego asintió.
—Paremos un momento a beber agua —le pidió al oficial que los escoltaba. Solven dirigió una mirada temerosa a los viajeros heridos—. No te preocupes, aguantarán un poco más. Y el agua nos vendrá bien a todos —añadió, pero el guardia solo continuó marchando. Poco después se detuvo señalado hacia la derecha, a un rudimentario pozo vigilado por un par de sujetos extraños: el primero era un anciano tuerto recostado sobre varias hojas de palmera, que parecía perdido por completo en su descanso; el segundo era un ayudante enorme lleno de cicatrices, muy concentrado en amolar su maza.
—¡Chafi! Veo que las guerras no tienen efecto sobre ti —bromeó Aldre al descabalgar. Al abrir los ojos, el anciano vio a al grupo de aventureros desamarrando sus botijas del cargamento.
—¡Pero si es Aldre el cobarde! Te daba por muerto —exclamó el anciano en tono jubiloso—. Estás a tiempo de escapar, Zeo no está muy contento últimamente. Sigue perdiendo batallas y... —se detuvo entornando los ojos y colocando una mano sobre ellos como una sombrilla—. A tus compañeros no los había visto, ¿son nuevos?
—Así es. Ellos son Gred, Marty y Hezia, me ayudaron en el viaje —explicó Aldre, y le acercó el manojo de botijas sin dar más detalles—. Llénalas todas. Debo reunirme con Zeo —el tuerto meneó la cabeza—. No tengo otra opción. Ah, necesito ropa nueva. Préstame alguna y te la pagaré mañana —le propuso encaminándose a una tienda cercana.
—Nada de prestar. No veo que hayas vuelto con un arsenal, Zeo te entregará a los leones —vociferó Chafi sobre su hombro mientras sacaba agua del pozo con un cucharón—. ¡Una moneda por prenda! Entrégaselas a Paac cuando termines. Y no intentes...
—Ya sé, ya sé —lo cortó Aldre desde la tienda. El anciano masculló algo no muy amable y Paac rió entre dientes. Entonces observó desconfiado a los acompañantes de Aldre que habían desmontado para estirar las piernas. Uno de ellos era un chico bastante joven de rasgos suaves, mientras que el otro era un hombre adulto de pelo corto y rostro endurecido. Observó a la hermosa prisionera que dormía plácidamente y llegó a la misma conclusión que todos: traían una princesa como prisionera. Solo en ese momento notó al esclavo parado entre los caballos. Chafi tuvo la impresión de que el chico se había muerto de pie, pues sus ojos parecían perdidos en el espacio, pero de repente el muchacho hizo contacto visual y abrió la boca.
Sus labios se movieron lentamente sin emitir sonido alguno, pero el anciano lo entendió perfectamente: "a-gu-a". Viendo su enjuto cuerpo vendado, pensó que la sed sería el menor de sus problemas; probablemente las heridas o el hambre acabarían con él primero. Aun así, no pudo evitar compadecerse de su desventurado destino, así que llenó el cucharón de agua y se acercó hacia él.
—¡Ey, detente! —le advirtió la mujer llevando una flecha a su arco. Solven se acercó a ver lo que ocurría— Es nuestro prisionero, no pueden darle nada—objetó. El guardia sacó la espada y se dirigió hacia ella.
—¡Alto, evitemos problemas —suplicó Chafi levantando las manos en un gesto conciliador—! A veces soy demasiado bueno y me dejo llevar, pero no ocurrirá de nuevo. Seguiré haciendo lo mío —prometió dando la vuelta para retomar sus deberes en la fuente. Echó otro vistazo al chico; parecía haber regresado al estado de trance. La mujer bajó el arco y el guardia envainó su espada, ambos vigilando cada movimiento del otro. A partir de allí Chafi hizo un esfuerzo por no mirar al chico; no valía la pena apiadarse de un esclavo que de todas formas tenía los días contados.
—Solo guardas basura aquí—le reprochó Aldre al salir de la tienda más tarde con algunos trapos en la mano.
—Aun así tienes que pagarla —gruñó el anciano llevando la vista hacia Paac. El grandulón asintió y volvió a ocuparse con su maza—. Ahora recoge tus cosas y lárgate de aquí, el agua se estresa con tu olor a muerte.
Aldre recuperó sus vasijas cargadas de agua y aprovechó para echar un rápido vistazo al su alrededor: se escuchaba conmoción en la entrada, los niños corrían moviendo cajas de alimentos y los soldados planificaban sus ataques. Solven los observaba atentamente a sus compañeros desde el camino. Aldre se cubrió con la mano de los rayos del sol para contemplar el cielo despejado y se llevó la botija a la boca. Mientras saciaba su sed tuvo la certeza de que el calor empeoraría estos días. Montó en su caballo dando la orden de partir. Sus compañeros retomaron la marcha detrás de él y el sediento esclavo los siguió sin protestar.
El templo era la última estructura del fuerte y allí los esperaba un joven sentado en las escaleras. Tenía el cabello claro amarrado en una coleta con varios mechones a la altura de los ojos, vestía prendas de seda y de su cinturón colgaba una delgada espada. Al verlos llegar sonrió de oreja a oreja, se puso de pie y colocó una mano en la empuñadura de su arma.
—¡Bienvenidos! Todos abajo y tiren sus armas —les ordenó con una entusiasta sonrisa. Aldre se apresuró a obedecer e instó a sus compañeros a hacer lo mismo. Los guardias se acercaron a comprobar que no dejaran nada y luego se llevaron el carcaj con flechas, varios modelos de dagas, frascos de veneno, un escudo, espadas y las armaduras. Cuando estuvieron satisfechos, el joven hizo una reverencia y los exhortó a entrar al templo —Mi nombre es Gerby Echanseki, seré su escolta.
—Nunca te había visto tan obediente —le comentó Marty a Rapzo cuando iban por el pasillo. Tuvo que colocarse hombro con hombro con él y susurrar para que los guardias que cargaban a la chica no los escucharan_. ¿Quién es ese?
—Lo llaman Echanseki de las mareas, no esperaba verlo aquí —respondió Rapzo bajando su voz al nivel de un respiro—. Es el campeón de Terio-3 [un nombre de esta clase me lo esperaría en una obra de ficción científica y no de fantasía], va a ser un problema. No creo que podamos ac...
—Es muy tarde para arrepentirse —lo interrumpió el joven lleno de convicción—. Hay cinco guardias afuera, siete contando a los escoltas, más los que hayan adentro. ¿Puedes encargarte del campeón?
—No, claro que no —Aldre era bueno con la espada [dijo Aldre, y luego ya añades lo demás, porque en el diálogo era entre Marty y Rapzo, si dejas de añadir el interlocutor es porque el lector entiende que es una sucesión entre dos personajes], pero Echanseki tenía muchos más méritos con la mitad de su edad—. Ese chico es igual de monstruo que ustedes. Dicen que se presentó a los juegos de Carsi —se acercó más a la oreja de Marty—. ¡En las cuatro islas al mismo tiempo! —Aldre temió que sus palabras sonaran más alto de lo que pretendía. Al voltearse, Echanseki lo observaba con una sonrisa amigable, aunque tenía los ojos de un calamar [no estoy seguro de qué pretendes describir con esta comparativa].
—Te he visto pelear, puedes con él —replicó el compañero cuando los guardias los hicieron detenerse al final del pasillo—. No hay otra opción.
Entonces las puertas se abrieron y el resplandor dorado los encandiló. Al recuperar la visión vieron una sala inmensa con un amplio agujero en el techo. A cada lado había una serie de pilares destrozados que no sostenían nada, y junto a estos habían mesas ocupadas por decenas de soldados tan entretenidos almorzando, conversando y bebiendo, que ni les prestaron atención al entrar. Una alfombra se extendía por el centro de la sala hasta un altar donde un hombre grande y vestido de emperador [decir esto y no decir nada es lo mismo, porque no estás describiendo esa vestimenta] alimentaba a un par de leones con carne de su propio plato.
Un heraldo bajito habló con los guardias a través del bullicio. Entonces adoptó una postura firme e hizo sonar un pequeño clarín que llevaba colgado de la espalda. El ruido hizo callar a la sala entera.
—General Zeo, poseedor de los horizontes —los soldados brindaron felizmente—. El explorador Ripzo implora su atención para entregarle un importante regalo.
El general frunció el ceño con un gesto severo. Era un veterano enorme e imponente, de barba larga y ojos pequeños, parcialmente oculto donde la luz que entraba por el orificio en el techo no lo alcanzaba por completo. Un momento después los invitó a acercarse haciendo un gesto con los dedos llenos de anillos: los guardias los acompañaron por en medio de las miradas de repudio y desprecio de los soldados; a Aldre le costó contar cuántos eran, pero calculó que habrían por lo menos cien guerreros desarmados, o quizá el doble.
Se detuvieron frente a un altar elevado a ocho escalones por encima de ellos, desde donde el general Zeo los observaba detenidamente con los brazos cruzados; su armadura de oro relucía contrastando con su cabello oscuro. El alboroto regresó a la sala cuando los soldados retomaron sus almuerzos, y los viajeros hincaron de inmediato una rodilla en el suelo. Sin embargo, antes de que pudieran hablar, un hombre apareció detrás de Zeo para comentarle algo al oído.
A Aldre se le hizo un nudo en la garganta al reconocer su rostro. Se giró para comprobar que Echanseki seguía detrás de ellos, y este le devolvió una sonrisa satisfecha: era él, observándolo cínicamente desde atrás, mientras dialogaba con Zeo desde arriba al mismo tiempo en una vestimenta diferente. Notó el desconcierto en el rostro de sus compañeros; incluso Maty dejó de parecer tan confiado. Aldre sabía que no podían dejarse llevar por la apariencia inocente del campeón: por dentro era un monstruo abominable y tenían poco tiempo para descifrar cómo lidiar con él.
—Encárgate tú de defender el este —le ordenó el general tras meditar un poco. Echanseki asintió desde arriba, pero para desgracia para Aldre, el guerrero se quedó de pie a un lado del trono—. Nos atacan de todas partes —explicó Zeo—. Sospecho que buscan la gloria y no el oro. Me alegra verte con vida, Aldre.
—Es un placer volver a estar en su presencia —afirmó Aldre. Siempre fue muy versado con las palabras—. Y traigo buenas noticias, señor.
—¿Ah, buenas? —Zeo no parecía muy convencido—. Me entristece entonces lo mentirosa que es la gente. No te creerías lo que han inventado sobre ti. Dicen que perdiste a los setenta nobles guardias que te presté a manos de unos bandidos —Ripzo intentó hablar, pero el general lo cortó alzando su voz—. Y que en lugar de ir a Pricia como te pedí, intentaste invadir unos manglares, y fracasaste. Ni siquiera saqueaste el mausoleo del [por lo que pone luego, Otorio es un nombre propio de una persona, así que debe ser de y no del] Otorio ni su arsenal. Sin embargo, comentan que trajiste a un par de esclavos: un moribundo demasiado débil para trabajar, y la hija de un rey muerto al que no le podemos pedir rescate. Contéstame ahora: ¿son solo inventos de las malas lenguas?
La tensión se apoderó del ambiente cuando la sala volvió a quedar en silencio. Aldre sintió el peso de las torvas miradas en sus hombros, pero se tomó un momento para meditar su respuesta. Escuchó que los guardias sacaban lentamente sus espadas esperando la orden de atacar, y tenía la impresión de que Zeo estaba deseoso por darla. Finalmente decidió que en lugar de explicar lo ocurrido, lo más seguro era ir directo a lo que quería escuchar.
—Traigo la mayor arma que pude encontrar —el general alzó la mano y sus guardias bajaron las armas; Aldre supo de inmediato que había captado su atención—. He capturado a la bestia de los caminos, Meriito, así como a la princesa Deliquia, hija del difunto rey Otorio.
—¿Me dices que tú, un explorador, capturaste a Meriito? —Zeo parecía furioso y ofendido—. Debes creer que soy un tonto. ¿Qué haremos con ellos? —preguntó dando un grito que resonó por la sala, y en un instante el lugar se llenó de voces exaltadas proponiendo malignas ideas.
A Aldre se le aceleró el corazón cuando vio que no solo los guardias habían desenvainado sus espadas, sino que los soldados se levantaban de sus mesas con los cuchillos y navajas en mano para participar en la ejecución en cuanto Zeo diera la orden. Una mano lo tomó por el brazo y al girarse vio a Echanseki que sacaba un látigo al ritmo de los clamores borrachos que demandaban sus vidas. Su respiración se empezaba a cortar y sus miembros temblaban, pero consiguió tranquilizarse para dirigirse a Zeo una vez más.
—¡Puedo probarlo! —gritó con convicción, pero ya nadie lo escuchaba_. Por favor, solo necesito un momento _entonces el general levantó la mano una vez más, y los pendencieros guerreros hicieron un esfuerzo por detenerse.
—Tienes diez segundos para explicarte, disfrútalos —sentenció Zeo. Aldre no perdió tiempo hablando, solo se descolgó la botija del cinturón y se la acercó al prisionero para que bebiera.
—No le hemos dado agua en todo el viaje. Él lo explicará todo—. El muchacho tomó la botija con sus manos encadenadas y bebió largo y tendido. El agua bajó por su garganta durante una eternidad hasta que finalmente retiró el contenedor. El muchacho se secó los labios con el antebrazo y dirigió una mirada a Aldre—. Adelante —dijo este después de asentir. [y dirigió una mirada a Aldre, quien asintió y añadió—: adelante.]
Las mesas detrás de la turba comenzaron a vibrar y partirse en dos. Los soldados que no se habían levantado de sus asientos llamaron a gritos a sus compañeros pidiéndoles retirarse, pero algunos estaban tan ansiosos por atacar que ignoraron los avisos. El general entornó los ojos pero no dio ninguna orden, porque quería observar lo que sucedería. De repente el tumulto se descontroló y de un momento arrojaron se abalanzaron hacia ellos. El esclavo dejó caer la botija y junto a ella cayeron sus grilletes y cadenas. Esquivó los cuchillos moviéndose hacia adelante y estiró la mano para agarrar algo invisible en el aire. Entonces cerró el puño y fue como si un zumbido intolerable aturdiera los oídos de los soldados haciéndoles gemir y apretar los dientes. Finalmente haló su mano [halar se refiere a tirar de algo sujetándolo, para halar su mano debería sujetarla con la otra mano, cosa que además de no describirse, no tiene mucho sentido] hacia atrás y los brazos de los soldados frente a él perdieron el vigor, sus músculos desaparecieron y sus dedos envejecidos soltaron las armas.
La aglomeración se retiró espantada a patadas y empujones. El muchacho de repente dejó de ser flaco: sus brazos y piernas tenían músculos y ya no se le marcaban las costillas. Se movió hacia el guardia que sujetaba a la princesa y otros dos guardias sacaron las armas y se interpusieron. Notaron que el prisionero volvía a perder contextura, pero al repetir el movimiento de mano, los guardias cayeron de bruces contra el suelo y su cuerpo se fortaleció de nuevo. Corrió a tomar a la princesa en sus brazos, pero al tocarla retiró las manos de inmediato como si se hubiera quemado; ella cayó al suelo y soltó un gemido de dolor. Echanseki, encendido de emoción, agitó su látigo para poner de rodillas al esclavo dando un bramido, y con un segundo latigazo le sujetó [logró sujetarle] el brazo. Entonces sacó su espada y corrió a toda velocidad hacia él.
—¡Alto, Gerby! —exclamó el general poniéndose de pie. Echanseki se detuvo en el acto, aunque claramente insatisfecho—. Así que este es el famoso Meriito que escapó del vacío de Almena y arrasó con la corte de otoriana [si otoriana es un adjetivo sobre el de, si es un nombre propio va en mayúscula]. No tendrás más de veinticinco años, los rumores no mencionan que seas tan joven —enterró los dedos en su barba estudiaba al chico [joven. —Enterró los dedos en su barba mientras estudiaba al chico]que gimoteaba de rodillas—. Pero sin duda eres alguien de su nivel. Ahora dime, ¿qué haces aquí? Porque está claro que no eres su prisionero.
La sala entera había quedado en completo silencio. Los soldados heridos comenzaban a recuperar la musculatura en sus brazos, mientras que Meriito volvía a parecer una momia muy delgada. Pasó un momento, pero el chico no respondió.
—Hicimos un trato —confesó el chico, aun sin aliento. Era como si el látigo le impidiera recuperarse.
—Es la chica —intervino Rapzo, aun agitado por la situación—. Está enferma, necesita la experiencia curativa de Reviere. Accedió a luchar por nosotros si la sanamos con éxito.
—¿Es cierto eso? —preguntó Zeo con júbilo. El muchacho se estregó los ojos con la muñeca y asintió lentamente—. Muy bien, traeré a Reviere, pero tengo una condición. Me estoy preparando para una guerra, la mayor que haya existido. Esta vez la fuerza no será suficiente para ganar, necesito información que nadie más maneje. Quiero la verdad sobre tu leyenda, que me digas lo que es cierto y lo que solo ha sido un mito.
—Es una larga historia... —advirtió Meriito. No era la primera que alguien se interesaba por sus secretos.
—Partiremos al combate en un mes, tienes todo ese tiempo para contar tu historia mientras sanan a la princesa.
—De acuerdo —aun le costaba hablar, pero aun así su voz sonaba suave y peligrosa al mismo tiempo—. Pero tienen que curarla aquí frente a mis ojos. Y nadie puede hacerle daño. [falta el punto] —Entonces se puso de pie resistiendo el látigo enrollado en su brazo—. Nadie más debe pagar por mis pecados.
—¿Asesinaste a su padre y ahora pretendes protegerla? —a [A] Zeo le pareció gracioso—. De acuerdo —accedió—. Echanseki, libéralo. Guardias, instalen una tienda para la chica. La podrás vigilar mientras me cuentas tus secretos. Pero si descubro que nos mientes, guardas información o que no eres quien dices ser, los mataré a todos empezando por ella —el Echanseki a su lado lo interrumpió susurrando algo al oído, pero Zeo le restó importancia agitando la mano. Caminó de espaldas hasta su trono, llenó una copa con vino y se sentó complacido—. Estoy intrigado por tu historia, la famosa "bestia de los caminos". Vamos, cuéntanos cómo te convertiste bestia.
—Necesitaré más agua —advirtió el muchacho palpando la marca del látigo en su muñeca.
—¡Traigan agua y comida _demandó Zeo_! [además de haber puesto guión bajo en lugar de raya, la exclamación (y la interrogación) no se cierra tras la intervención del narrador sino antes, y tras la intervención del narrador va un punto (y es un error que cometes más veces)] ¡Y algo para sentarse! — Los guardias de inmediato le acercaron un banco, una vasija con agua, un cuenco de plata vacío y varios platos con carne y verduras. El muchacho se sentó y bebió un poco más de agua. Observó cómo Aldre recostaba cuidadosamente a Deliquia en un muro cercano donde los guardias estaban haciendo espacio para armar la carpa, y sus ojos se llenaron de angustia.
Entonces observó al general acariciándose la barba con impaciencia.
—¿Y te sentarás a escuchar una historia mientras tu pueblo combate?
—He lidiado con la guerra desde que era un niño, lucharé sin miedo cuando llegue el momento —le aseguró Zeo en tono impaciente—. Mejor deja que yo me preocupe por eso. Tú preocúpate por contarme tu historia, desde el principio. Quiero saber qué eres, si de verdad eres quien dices ser —declaró el general entornando los ojos. El muchacho simplemente exhaló un suspiro.
—De acuerdo. Entonces, empecemos.
Aspectos técnicos: En general está bien escrito, aunque tienes un gran problema con el tema de la puntuación en diálogos y debes repasarlo bien.
Historia y mundo: Aunque la historia que se plantea es interesante, principalmente por el poder de Meriito y por el grupo de Aldre, el tema del general acaba sonando demasiado cliché y si no tiene alguna vuelta de tuerca a lo largo de la historia debería ser algo secundario o que se resuelva pronto.
Del mundo no se ve mucho para poder hablar, parece interesante lo de vivir en lo que parece ser un fuerte que ha sido abandonado y está en ruinas, pero más allá de estar en un desierto y que tenga jaimas (dándole una cierta lejanía del mundo de fantasía cliché), tampoco se diferencia tanto de otros universos fantásticos.
Personajes: Aunque tienen potencial, casi no vemos nada de los personajes (por ejemplo de Aldre se dice que es un cobarde, pero no vemos nada que de esa idea, ni siquiera comentarios de otros personajes) y aunque eso funciona en algunos elementos (como Meriito, la princesa o los múltiples Echanseki) porque da juego a ir desvelando poco a poco cosas en el futuro, el hecho de que ni de Aldre ni de sus compañeros que básicamente son los personajes principales podamos saber lo bastante para llenar una lista con diez cosas sobre ellos muestra que hay un grave problema en cuanto a este aspecto de la narración.
Lo mejor: El planteamiento de la obra llama a seguir leyéndola incluso con los puntos flojos.
Lo peor: Los diálogos; además de los problemas de puntuación, les falta naturalidad.
Destacados: El poder de Meriito es interesante y distintivo.
Sugerencias: Procurar que si los capítulos no tienen un único punto de vista, que este no vaya saltando de un lado a otro. Que las cosas se nos describan en lugar de que se nos cuenten, que lleguemos a saber más de los personajes a través de sus pensamientos y actos. Trabajar en los diálogos; no solo en el tema de las normas de escritura, sino también en darles naturalidad y agilidad para que podemos saber más de los personajes simplemente por su manera de expresarse y relacionarse con otros.