28/07/2015 07:06 AM
4. Un cambio
Oren llegó jadeando a casa de Elepé. Decidió no decir nada: esta vez no traía signos evidentes de lo que había pasado.
- Hola- saludó.
- Hola, Oren. Mira, está aquí la señora Grenland. Quiere hablar contigo.
A Oren se le pusieron los pelos de punta: ¿qué querría?
Entró en la cocina, donde ya estaba Amelia.
- Cierra la puerta.
Oren no pudo evitar hacerlo. Entre su magia y su mirada, Oren creía que Grenland le iba a congelar. Pero hizo un gran esfuerzo y consiguió aparentar tranquilidad.
- ¿Qué pasa?
- Dornem.
Ninguna actuación podría haber ocultado su reacción. Se sintió como si le hubieran pillado robando, o algo peor.
- Está… está muerto- tartamudeó.- Vi cómo le disparaban.
- Muchos magos pueden sobrevivir a disparos. Él, desde luego. ¿En qué coño estabas pensando, reuniéndote con alguien buscado por el Gabinete?
Oren no tenía ni idea de lo que decía la maga, pero respondió con sinceridad:
- Él me estaba protegiendo.
- ¿Proteger? ¿Dornem, proteger? Puede que haya salvado tu vida alguna vez, pero si te sigues viendo con él es más probable que mueras. De hecho… ¿no has estado hoy a punto de morir?
- ¿Cómo lo sabes?- murmuró Oren.- Casi parece mi madre…- dijo para sí.
- Dornem lleva diecisiete años buscado por el Gabinete, y usa conjuros que impiden que envejezca. Su aspecto es conocido por muchísimos magos. Así que cuando estaba viniendo hacia aquí, le vi entrar en un edificio. Decidí ignorarlo, pero muy poco, demasiado poco después, entraste tú. Y lo de que casi te han matado… Hay cosas que no se olvidan. Creo que no tienes ni idea de lo que haces. Vas a ciegas en un camino con fuego a cada lado. Tienes que empezar a aprender, sobre la magia y sobre el mundo en que te mueves. Por eso, ya le he exigido al señor Pérez que te vengas a vivir conmigo.
- ¡No!- exclamó Oren.
Desde que se había recuperado del trauma, Oren anhelaba volver al colegio con sus amigos y a su club de esgrima: recuperar, en la medida de lo posible, su vida. Y ahora Amelia Grenland, aunque no lo había dicho definitivamente, se lo estaba quitando.
Recordó su primera charla con esa mujer, y solo pudo comprobar la certeza de sus palabras: “Pero la magia también quita. Y se paga cara.” Vaya si quitaba.
Oren decidió lanzar un último golpe a la desesperada.
- No podrás. Adoptarme te va a ser muy difícil, ¡y no llevarme al colegio es ilegal!
Amelia sonrió.
- Tendrías razón si no tuvieras magia. Pero la tienes, y las leyes que nos regulan a ti y a mí son muy distintas de las que regulan a la mayoría de la gente.
- Pero no sabes si tengo magia o no. Ayer dijiste que solo sospechabas.
- Pero hoy te has reunido con Dornem, que puede ver la magia. Buen intento, Oren.
Se fue, y Oren se quedó sin habla. En menos de un mes, su vida había cambiado demasiado demasiadas veces.
- Oren- Elepé entró a la cocina.- Me ha dicho que vayas esta tarde. Pero que sepas que me tienes aquí para lo que necesites.
Nada podía haberle enfadado más.
- ¡Necesito a alguien a quien contarle todo y tú no quieres oírme! ¡Por tu propio bien! ¡No eres un padre para todos, eres un egoísta!
Corrió y se encerró en el cuarto. Se tumbó en la cama, enterró la cara en la almohada y empezó a llorar. Todo el mundo parecía tener algo que decir, todos pedían a Oren que creyeran solo a ellos mientras condenaban a los demás. Todos eran titiriteros, y él, el único títere; que sólo podía ver, impotente, las luchas de los demás para hacerse con los hilos. Cuánto quitaba la magia: también se había cobrado su libertad.
Empezó a poner su ropa y sus pocas pertenencias en una maleta de Elepé: no había elección, y era lógico que junto a una maga estaría más seguro que allí.
La casa de Amelia Grenland distaba solo tres manzanas de la de Elepé, pero en el viaje, Oren dejó atrás una vida. Otra vez.
Se echó a temblar al pulsar el timbre. Abrió la puerta una mujer diferente: era idéntica a Amelia, y probablemente se llamara igual, pero la Amelia Grenland que Oren conocía era impecable: en el vestir, el moverse y el hablar. Pero esta estaba apoyada en el marco de la puerta, en pijama, y el maquillaje ya no disimulaba sus ojeras azuladas. Ante el cambio, Oren no supo decir nada.
- Hola- saludó.- Pasa, no muerdo. Deja aquí la maleta. Siéntate si quieres.
Oren no se sentó.
- Perdona por cómo he actuado estos días. En realidad, no soy tan brusca, ni tan borde. Tenía que imponerme ante ese cura, qué mal me cae… ¿Puedes perdonar lo mal que te he hablado?
- Me… me hablabas mal hasta cuando estábamos solos.
- Creo que el cura nos escuchaba.
“Te trataré bien, marionetita, ven conmigo.”
- Te… perdono- concedió el chico de ojos grises con cautela.
- Gracias. No tenemos por qué hablar ahora, ¿sabes? Tómate tu tiempo, come algo si quieres, mira la casa. Es muy espaciosa… demasiado para vivir sola.
Oren se percató del tono triste de Amelia al decir la última frase. Optó por la última alternativa.
Su casa tenía dos habitaciones, dos baños, un comedor, la cocina y una sala donde estaba todo el equipo informático. Las paredes estaban pintadas de colores no muy normales: naranja oscuro, o índigo. La decoración era un mosaico de piezas de muy distintas épocas y procedencias. Sin embargo, quizá de forma extraña, el conjunto era la casa más acogedora en la que Oren hubiera estado nunca.
- ¡Hora de comer!- anunció Amelia.
Su comida era como su casa: muy rara, pero sabía bien. El chico ya no sabía qué pensar de la maga: lo que había visto de ella en esa hora escasa había disminuido su temor y aumentado su afecto hacia ella. La preguntó si volvería al colegio: era ilegal que no fuera.
- Qué importa lo que sea legal o ilegal en los estados. A nosotros ni nos va ni nos viene.
Oren recordó que esa mañana la maga había hecho una alusión a algo parecido.
- ¿Por qué los magos no tenéis que ver con la política?
- Eso implicaría empezar tus lecciones de magia- el tono de Amelia era más alegre.- ¿Estás dispuesto?
La curiosidad mató al gato.
- Sí, por supuesto.
- Vale. Ponte cómodo. A ver por dónde empiezo… Hay magos en todo el mundo. Sin embargo, somos una minoría, apenas siete millones en toda la población mundial. Pero somos muy poderosos. Podríamos organizar golpes de estado y apoderarnos del mundo, o de algún país, como ya ha pasado muchas veces. Por eso, tras las catástrofes mágicas ocurridas en la Segunda Guerra Mundial, al crearse la ONU, se decidió hacer un departamento especial para regular los asuntos mágicos: el Gabinete.
¡Así que eso era el famoso Gabinete! Pero esos agentes…
- ¿El Gabinete no es como un servicio secreto?
- Solo sus fuerzas de acción. Bueno, pues en 1950, el Gabinete estableció una serie de leyes para los habitantes mágicos de todos los países, menos el país de Aho Shan.
- ¿Me las vas a decir?
- Por supuesto.
Oren se arrepintió de haber empezado: ahora tendría que escuchar una serie de largas y aburridas leyes.
- Primero: en todos los estados, menos el país de Aho Shan, el Estado no intervendrá en asuntos mágicos, ni los magos en asuntos de Estado.
- ¿Y no podéis trabajar?
- No tenemos nacionalidad. No en la mayoría de trabajos.
- ¿Y cómo os mantenéis?
- El Gabinete nos da un sueldo permanente.
- ¿Y en Aho Shan?
- Vaya, veo que aprendes. Pero te hablaré del país de Aho Shan tras acabar con las leyes. La segunda ley es que el Gabinete es la única autoridad superior a cualquier mago, menos los ciudadanos del país de Aho Shan. Y ya está.
- ¿Ya? ¿De verdad?- Amelia asintió.- ¿No hay leyes sobre mataros entre vosotros ni matar gente?
- Lo segundo entra en la primera ley. Sobre lo primero… A ver, matar no es moral, pero al Estado le da igual que nos matemos entre nosotros, y el Gabinete no investiga asesinatos, ni delitos, ni persigue delincuentes a no ser que sea algo muy gordo.
Si era así, ¿qué había hecho Dornem? Hasta él había dicho que había hecho cosas malas…
- ¿Y qué pasa con Aho Shan?
- El país de Aho Shan vendrá más tarde. Ahora deberías aprender un poco de magia práctica.
- ¿Cómo? No sé qué puedo hacer.
- No, pero lo averiguarás. Espérate.
Se fue, y tras un rato, volvió con dos grandes libros antiguos.
- Aquí están explicados los básicos de las disciplinas mágicas más importantes.
- ¿Y me lo leo todo, a ver qué puedo hacer?
- No, lee sólo el primer párrafo de cada cosa. Tu talento te llamará, es lo que más te va a interesar. Vamos a tu habitación.
La habitación de Oren tenía una gran ventana que daba a la calle. Estaba pintada de un color amarillo blanquecino. La decoración era bastante infantil. Había una cama, una silla y una mesa, sobre la que estaba…
Amelia la cogió rápidamente. Pero Oren había podido verla. Era una fotografía de un niño pequeño, con el pelo del color de la arena de la playa. La maga se fue, dejando a Oren solo ante unos antiguos libros.
Oren abrió el primero. La primera frase ya le desanimó: “De este impreso el único propósito es el de exponer las principales magias y explicar sus básicos.” Si todas las frases eran así, no podría ni aguantar un párrafo. Miró los títulos de las secciones: “Hidromancia”, “Criomancia”, “Piromancia”...
Le echó un vistazo a esto último, pero de nuevo el lenguaje le echó atrás. “Geomancia”, “Magias del bosque”, “Hemomancia”, “Magia lumínica elemental”...
Pasó al segundo libro.
“Magia de invocaciones”, “Magias del espacio”, “Transformismo”, “Simbolismo”...
¿No era el simbolismo una técnica artística? Sus padres, ambos historiadores del arte, le habían hablado siempre que iban a los museos del simbolismo de este cuadro o esa estatua…
“Dícese del simbolismo que es la magia de aquellos que pueden trazar variaciones con líneas tales que puedan ser estables, que tengan la capacidad de almacenar magia y que le den forma a la susodicha magia al ser liberada del conjunto de líneas, denominado símbolo…”
Oren ya estaba enganchado a la lectura. Además de eso, supo que los símbolos tenían dos componentes: forma y trazado. Averiguó que esto último era aportado por la magia del simbolista, y que determinaba la potencia del símbolo. También aprendió que los símbolos se recargaban en estado de reposo usando la magia del simbolista, y que se descargaban al usarlos; al contrario que los conjuros y hechizos, que absorbían y usaban la magia simultáneamente.
Cuando se quiso dar cuenta, Oren ya había leído dos páginas. Las siguientes eran los símbolos más básicos y la explicación de sus usos. Ahora solo necesitaba un “instrumento en extremo afilado, como los utensilios de los cirujanos o las espadas de los guerreros del Cipango que estos llaman katanas.
- ¡Oren! ¡Me voy a duchar!- dijo Amelia desde el baño.
“Perfecto”, pensó el chico.
Con un poco de dinero que tenía en la maleta, salió sin cerrar la puerta para no tener que abrirla al volver y corrió a través de la densa lluvia que había empezado a caer mientras él estaba enfrascado en la lectura; hasta llegar a una tienda de utensilios médicos. Allí compró un bisturí, y se sintió ligeramente orgulloso: conocía su barrio como la palma de su mano.
Y en tres días grabó dos símbolos en su cuerpo, uno en cada antebrazo.