25/02/2015 10:17 AM
Pues bueno: por fin he terminado el relato. Ahora mismo estoy con las primeras revisiones y ya he actualizado las tres primeras partes que tenía colgadas, ya que tuve que añadir unos pequeños detalles que al ser leído no parecen ser nada, pero que son vitales para la trama XDD
Ahora mismo os dejo dos partes en una, ya que la primera es demasiado corta. La quinta parte que suba será la última. Espero que o disfrutéis
Friederich llevaba toda la tarde marcando un recorrido que llevara hasta la habitación en la que se encontraba el padre Bogdan. Después de varias horas de trabajo, por fin había conseguido crear un camino compuesto por trapos, alfombras y demás telas viejas, que iba desde el lugar en el que se apilaban los bancos hasta la habitación del cura, dividiéndose en dos para poder llegar también hasta la sala que pertenecería al invitado que quedaba.
Apenas había terminado cuando Wyover apareció en la sala.
El enano arrastraba con una mano el cuerpo de un hombre, mientras que con la otra sujetaba a un niño de unos diez años.
—¡Wyover! —saludó el compositor—. No esperaba verle tan pronto. —Se acercó al jorobado y lo besó con ternura en uno de los bultos purulentos de la cabeza. Después miró al hombre inconsciente que arrastraba el enano—. Me alegro que haya querido ayudarnos con la balada, Sir Laneher. —Agarró una de las manos del hombre que yacía en el suelo y se la estrechó. Luego dirigió su mirada hacia el niño—. Y supongo que tú eres el hijo de tu papá, ¿eh?
Fue Wyover quien contestó:
—Todos somos hijos de nuestro papá. —Y emitió un gorjeo semejante a una risa.
Friederich se unió a las carcajadas, pero, al ver la cara de miedo del pequeño, se agachó para estar a su altura y procuró dotar a su voz de un tono conciliador.
—No te preocupes, granujilla, aquí nadie hace daño a los niños. Solo las personas sin alma se atreverían a hacer semejante cosa. —Y sonrió. Luego dirigió la mirada hacia el jorobado—. Wyover, lleve al señor Laneher a sus aposentos y acomódele para la función de esta noche. Después prepare el mejor vestido que tenga Lady Margaret y ayúdele a vestirse. Ya sabe que no anda muy bien de movilidad. Mientras tanto yo le enseñaré nuestro hogar al invitado más pequeño.
El jorobado asintió, perdiéndose en la oscuridad de las escaleras que ascendían al piso superior y arrastrando tras de si el cuerpo inmóvil de Sir Laneher.
Al ver que el enano se llevaba a su padre, el niño intentó soltarse del agarre de Friederich, quien trató de calmarlo lo mejor que pudo.
—Tranquilo muchacho, solo va a clavarlo a una pared y a conectarlo al mecanismo. Solo así el instrumento estará completo. Ahora acompáñame afuera. Quiero que conozcas la historia de cómo murió este pueblo.
El primer grito resonó en la iglesia amortiguado por la tormenta que afuera se ensañaba con el pueblo.
—¡Excelente! ¡Un grito excelente! —celebró Friederich—. No me esperaba menos viniendo de usted.
Sir Laneher alzó la cabeza. Tenía los ojos desorbitados debido al dolor que le había provocado el intentar moverse con las puntas clavadas a lo largo del cuerpo.
—Está loco —consiguió decir.
—Me lo dicen a menudo —contestó el compositor—. Al final voy a tener que creérmelo.
Laneher recorrió la habitación con la mirada. Al igual que en el resto de la iglesia, las paredes estaban sembradas de palancas y engranajes, de cuerdas y poleas que se conectaban las unas con las otras en un intrincado dispositivo. La única diferencia era que, al igual que la habitación en la que descansaba el padre Bogdan, todo se encontraba cubierto por cientos de telas.
—¿Qué es todo esto? —dijo con un hilo de voz.
—Es hermoso, ¿verdad? —Friederich comenzó a andar por la habitación señalando su creación—. Esto que ve aquí, Sir Laneher, forma parte del mayor instrumento musical que ha creado el hombre. El único instrumento capaz de transmitir el verdadero dolor humano. Todos los engranajes, cuerdas y demás piezas están conectados entre sí de manera que, si tiro de una palanca, todo el mecanismo se verá afectado. Pero eso no es lo mejor. —Señaló a Sir Laneher y a los demás presos que colgaban de las paredes—. Cada uno de vosotros también está conectado al instrumento de manera única e irrepetible.
Laneher miró al compositor, incapaz de comprender a qué se refería.
—¿Me está diciendo que nos ha traído aquí para formar parte de esta...cosa?
—Por supuesto —contestó Friederich—. Pensé que me estaba explicando con claridad. Aunque esa no es la única razón. —Un relámpago iluminó la habitación a través de las cristaleras, haciendo brillar los ojos verdes del músico—. Le prometí que lo encontraría —susurró.
A Sir Laneher se le heló la sangre.
—Vamos, Friederich —suplicó—, sabes que no fue mi culpa. Esa mujer me embrujó.
—¡Mientes! —replicó el compositor, y un trueno sonó en la lejanía.
—Tú también viste lo que sucedió en la hoguera. No puedes negar que...
—Lo único que vi ese día fue tu odio y tu risa. La risa de todo Vilheim mientras maldecía, escupía y tiraba piedras a mi esposa.
—No era tu espos...
—¡Pero iba a serlo! —Friederich avanzó hacia el prisionero. Sus ojos estaban desorbitados e inyectados en sangre—. El problema fue que no te pertenecía —continuó a medida que aumentaba el tono de su voz—. Lady Margaret, la mujer más bella de Vilheim, ignorando al apuesto Sir Laneher. Una simple campesina despreciando los favores de la sangre azul de Sir Laneher. ¡Sir Laneher loco de amor por una ramera que prefería casarse con un pobre compositor! —Avanzó hacia el prisionero—. Le prometí que el día de nuestra boda sonaría una balada que reflejase todo mi amor por ella, y yo siempre cumplo mis promesas. El único problema es que ese amor se ha transformado en un dolor amargo que me estruja las entrañas. —Señaló los engranajes que sobresalían de la pared—. Solo este instrumento puede transmitir lo que siento.
Echando la cabeza hacia delante, Friederich hincó los dientes en la nariz de Laneher y apretó como un perro rabioso, notando cómo la piel del prisionero se desgarraba y el tabique crujía mientras la sangre le empapaba la cara.
Sir Laneher chillaba y se retorcía de dolor en un intento desesperado por librarse del músico, pero solo cuando este escupió la nariz sobre el suelo lo consiguió.
—¿Qué se siente cuando a uno lo cortan en trocitos? —Friederich estalló en carcajadas—. Decenas de trozos. ¡Cientos! ¿Sabe qué fue lo que tuve que hacer para volver a ver a mi querida Margaret? Recoger los pedazitos que Bogdan y sus inquisidores le arrancaban en la plaza central para poder reconstruirla. —Se le quebró la voz y varias lágrimas se deslizaron por sus mejillas—. El hacha caía una y otra vez sobre su cuerpo, al ritmo de sus gritos y vuestras risas mientras tú y Bogdan me obligabais a mirar. —Un trueno sonó más cerca del lugar—. ¡No pude hacer nada para salvarla! ¡Nada más que maldeciros a todos y jurar venganza! Y por fin voy a cumplir todo lo que prometí.
Sir Laneher lloraba como un niño pequeño, sabedor de que iba a morir: Solo era cuestión de tiempo.
—¿Dónde está mi hijo? —preguntó entre sollozos.
Friederich sonrió.
—Esperando ansioso que comience la balada. Aunque me pregunto si conseguirá seguir con vida antes de que eso suceda.
Laneher, con la cara empapada de sangre, chilló y lloró de manera descontrolada.
Friederich ensanchó más su sonrisa. Lo que tanto anhelaba por fin aparecía. Aquel era el dolor que buscaba: el dolor de alguien que es consciente de que perderá a la persona que más ama.
Entonces la puerta de la habitación se abrió y Wyover asomó su cara deforme:
—Lady Margaret espera para la balada —dijo entre gorjeos.
—¡Perfecto! —contestó el compositor—. Llegó el momento de que todos conozcan nuestro dolor.
Ahora mismo os dejo dos partes en una, ya que la primera es demasiado corta. La quinta parte que suba será la última. Espero que o disfrutéis
Parte 4
Friederich llevaba toda la tarde marcando un recorrido que llevara hasta la habitación en la que se encontraba el padre Bogdan. Después de varias horas de trabajo, por fin había conseguido crear un camino compuesto por trapos, alfombras y demás telas viejas, que iba desde el lugar en el que se apilaban los bancos hasta la habitación del cura, dividiéndose en dos para poder llegar también hasta la sala que pertenecería al invitado que quedaba.
Apenas había terminado cuando Wyover apareció en la sala.
El enano arrastraba con una mano el cuerpo de un hombre, mientras que con la otra sujetaba a un niño de unos diez años.
—¡Wyover! —saludó el compositor—. No esperaba verle tan pronto. —Se acercó al jorobado y lo besó con ternura en uno de los bultos purulentos de la cabeza. Después miró al hombre inconsciente que arrastraba el enano—. Me alegro que haya querido ayudarnos con la balada, Sir Laneher. —Agarró una de las manos del hombre que yacía en el suelo y se la estrechó. Luego dirigió su mirada hacia el niño—. Y supongo que tú eres el hijo de tu papá, ¿eh?
Fue Wyover quien contestó:
—Todos somos hijos de nuestro papá. —Y emitió un gorjeo semejante a una risa.
Friederich se unió a las carcajadas, pero, al ver la cara de miedo del pequeño, se agachó para estar a su altura y procuró dotar a su voz de un tono conciliador.
—No te preocupes, granujilla, aquí nadie hace daño a los niños. Solo las personas sin alma se atreverían a hacer semejante cosa. —Y sonrió. Luego dirigió la mirada hacia el jorobado—. Wyover, lleve al señor Laneher a sus aposentos y acomódele para la función de esta noche. Después prepare el mejor vestido que tenga Lady Margaret y ayúdele a vestirse. Ya sabe que no anda muy bien de movilidad. Mientras tanto yo le enseñaré nuestro hogar al invitado más pequeño.
El jorobado asintió, perdiéndose en la oscuridad de las escaleras que ascendían al piso superior y arrastrando tras de si el cuerpo inmóvil de Sir Laneher.
Al ver que el enano se llevaba a su padre, el niño intentó soltarse del agarre de Friederich, quien trató de calmarlo lo mejor que pudo.
—Tranquilo muchacho, solo va a clavarlo a una pared y a conectarlo al mecanismo. Solo así el instrumento estará completo. Ahora acompáñame afuera. Quiero que conozcas la historia de cómo murió este pueblo.
***
El primer grito resonó en la iglesia amortiguado por la tormenta que afuera se ensañaba con el pueblo.
—¡Excelente! ¡Un grito excelente! —celebró Friederich—. No me esperaba menos viniendo de usted.
Sir Laneher alzó la cabeza. Tenía los ojos desorbitados debido al dolor que le había provocado el intentar moverse con las puntas clavadas a lo largo del cuerpo.
—Está loco —consiguió decir.
—Me lo dicen a menudo —contestó el compositor—. Al final voy a tener que creérmelo.
Laneher recorrió la habitación con la mirada. Al igual que en el resto de la iglesia, las paredes estaban sembradas de palancas y engranajes, de cuerdas y poleas que se conectaban las unas con las otras en un intrincado dispositivo. La única diferencia era que, al igual que la habitación en la que descansaba el padre Bogdan, todo se encontraba cubierto por cientos de telas.
—¿Qué es todo esto? —dijo con un hilo de voz.
—Es hermoso, ¿verdad? —Friederich comenzó a andar por la habitación señalando su creación—. Esto que ve aquí, Sir Laneher, forma parte del mayor instrumento musical que ha creado el hombre. El único instrumento capaz de transmitir el verdadero dolor humano. Todos los engranajes, cuerdas y demás piezas están conectados entre sí de manera que, si tiro de una palanca, todo el mecanismo se verá afectado. Pero eso no es lo mejor. —Señaló a Sir Laneher y a los demás presos que colgaban de las paredes—. Cada uno de vosotros también está conectado al instrumento de manera única e irrepetible.
Laneher miró al compositor, incapaz de comprender a qué se refería.
—¿Me está diciendo que nos ha traído aquí para formar parte de esta...cosa?
—Por supuesto —contestó Friederich—. Pensé que me estaba explicando con claridad. Aunque esa no es la única razón. —Un relámpago iluminó la habitación a través de las cristaleras, haciendo brillar los ojos verdes del músico—. Le prometí que lo encontraría —susurró.
A Sir Laneher se le heló la sangre.
—Vamos, Friederich —suplicó—, sabes que no fue mi culpa. Esa mujer me embrujó.
—¡Mientes! —replicó el compositor, y un trueno sonó en la lejanía.
—Tú también viste lo que sucedió en la hoguera. No puedes negar que...
—Lo único que vi ese día fue tu odio y tu risa. La risa de todo Vilheim mientras maldecía, escupía y tiraba piedras a mi esposa.
—No era tu espos...
—¡Pero iba a serlo! —Friederich avanzó hacia el prisionero. Sus ojos estaban desorbitados e inyectados en sangre—. El problema fue que no te pertenecía —continuó a medida que aumentaba el tono de su voz—. Lady Margaret, la mujer más bella de Vilheim, ignorando al apuesto Sir Laneher. Una simple campesina despreciando los favores de la sangre azul de Sir Laneher. ¡Sir Laneher loco de amor por una ramera que prefería casarse con un pobre compositor! —Avanzó hacia el prisionero—. Le prometí que el día de nuestra boda sonaría una balada que reflejase todo mi amor por ella, y yo siempre cumplo mis promesas. El único problema es que ese amor se ha transformado en un dolor amargo que me estruja las entrañas. —Señaló los engranajes que sobresalían de la pared—. Solo este instrumento puede transmitir lo que siento.
Echando la cabeza hacia delante, Friederich hincó los dientes en la nariz de Laneher y apretó como un perro rabioso, notando cómo la piel del prisionero se desgarraba y el tabique crujía mientras la sangre le empapaba la cara.
Sir Laneher chillaba y se retorcía de dolor en un intento desesperado por librarse del músico, pero solo cuando este escupió la nariz sobre el suelo lo consiguió.
—¿Qué se siente cuando a uno lo cortan en trocitos? —Friederich estalló en carcajadas—. Decenas de trozos. ¡Cientos! ¿Sabe qué fue lo que tuve que hacer para volver a ver a mi querida Margaret? Recoger los pedazitos que Bogdan y sus inquisidores le arrancaban en la plaza central para poder reconstruirla. —Se le quebró la voz y varias lágrimas se deslizaron por sus mejillas—. El hacha caía una y otra vez sobre su cuerpo, al ritmo de sus gritos y vuestras risas mientras tú y Bogdan me obligabais a mirar. —Un trueno sonó más cerca del lugar—. ¡No pude hacer nada para salvarla! ¡Nada más que maldeciros a todos y jurar venganza! Y por fin voy a cumplir todo lo que prometí.
Sir Laneher lloraba como un niño pequeño, sabedor de que iba a morir: Solo era cuestión de tiempo.
—¿Dónde está mi hijo? —preguntó entre sollozos.
Friederich sonrió.
—Esperando ansioso que comience la balada. Aunque me pregunto si conseguirá seguir con vida antes de que eso suceda.
Laneher, con la cara empapada de sangre, chilló y lloró de manera descontrolada.
Friederich ensanchó más su sonrisa. Lo que tanto anhelaba por fin aparecía. Aquel era el dolor que buscaba: el dolor de alguien que es consciente de que perderá a la persona que más ama.
Entonces la puerta de la habitación se abrió y Wyover asomó su cara deforme:
—Lady Margaret espera para la balada —dijo entre gorjeos.
—¡Perfecto! —contestó el compositor—. Llegó el momento de que todos conozcan nuestro dolor.
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