04/03/2015 01:23 AM
Capitulo VI
Los Veinte Capas Purpura
Pisó despacio, para evitar que el crujir de las tablas del piso despertara a Lidias; Fausto podía ser un simplón, pero aun así no dejaba de tener buenos modales. Como un gato sigiloso, se escabulló a tientas hasta la puerta.
—¿Pretendes escapar? —Lidias había despertado. —No eres muy bueno siendo silencioso.
—Nada de eso. —Entre la oscuridad buscó la silueta de ella sobre el colchón—. Bajaré a tirar del riñón, tanta agua miel me ha dao’ unas ganas que no me aguanto.
—Ya lo suponía. —Se arropó, echándose la capa encima—. Sabía que no podías molestarte tanto por tener que dormir en el piso.
—Sigo pensando que en esa cama había espacio suficiente para ambos. —Frunció los labios y abrió la puerta—. Y lo admito, cuando dijiste que compartiríamos el cuarto, pensé otra cosa.
—Ya vete. —Le arrojó una de sus botas que estaban junto al colchón—. Suficiente ya es tener que dormir sobre esta inmundicia; creo que jamás terminaré de quitarle el olor a humedad a mis harapos, además llevo horas intentando conciliar el sueño y no lo he conseguido.
—Que ya voy. —Cerró la puerta tras de sí y avanzó por el oscuro pasillo, aunque se colaba algo de luz de abajo, por entre las tablas del piso. La taberna aún tenía movimiento, se oían voces y conversaciones distantes. Fausto bajó las escaleras con los pies descalzos; por pura suerte no se picó con ninguna astilla. Una vez frente al mesón le hizo una venia al tabernero que dormitaba, abrió la puerta y caminó rodeando los muros, no avanzó mucho, a medio trecho aflojó el cinturón y echó afuera toda el agua miel que se bebió: la espumosa orina se aposó un momento en el ralo suelo que luego la absorbió.
“Vamos amigo mío apura, apura que nos estamos entumeciendo—vociferaba en la penumbra—no querrás que pesquemos un resfriado. ¿Eh quien anda?”. Se escuchó a lo lejos casquetes de montura contra el pavimento, galopaban raudos no menos de diez.
—¡So! —A media calle un grupo de soldados se acercaba de a caballo—. Rodead el sitio, este es el lugar.
“ Hombres de la Sagrada Orden —se percató Fausto—. Mierda, estos han de venir a por el extranjero”.
Tan pronto terminó de orinar, se metió de vuelta a la taberna. El líder del grupo montado, se apeó y entró antes que él.
—Habrase visto tugurio más feo que este. —El varón de capa purpura y brillante armadura avanzó prepotente hasta el mesón, despertando al tabernero que cabeceaba—. Cuatro miembros de la Orden comieron y bebieron aquí esta tarde.
—Ya lo ha dicho usted, maese.—con la voz entrecortada y la cabeza agacha, aseveró el tabernero—. Jueron atendi’os con lo mejor del lugar, maese.
—Así parece. —Posó ambas manos sobre el mesón—. Dos con el cráneo magullado, uno con las costillas rotas y el cuarto manco. Quienes sean los culpables de tal crimen, serán ejecutados hoy mismo.
—Ha sio’ un solo hombre, maese. —El tabernero se atrevió a levantar la cabeza un momento—. Los señores estaban molestando a mi emplea’.
—¿Dices que sólo un hombre atacó a cuatro ser bien entrenados? —Se acercó tanto al posadero que casi le rosó el rostro, clavándole la furiosa mirada— ¿Le has alquilado un cuarto?
—Nnn. Sí, si maese. —Tragó saliva. En ese momento Fausto aprovechó para colarse y perderse escaleras arriba —. L’ renté un cuarto, pero él no lo quiso na’. Creo que se arregló con aquel tipo y su protectora. —Apuntó al cazador que ya estaba en el último escalón.
—Alto allí. —Se volteó el capitán y avanzó dos pasos hacia la escalera—. Baja enseguida.
—¿Yo? Me confunde maese, no tengo nada que ver. —Fausto encogió los hombros, le miró, miró al tabernero y volvió a mirar al capitán. Luego como un rayo terminó de subir la escalera y raudo atravesó el pasillo hasta dar con la puerta del cuarto donde sabía dormía Ledhtrin; abrió de una patada, pero dentro no halló a nadie.
El capitán sin perder el tiempo, se arrimó escaleras arriba, tan pronto Fausto había echado a correr. Se lo topó de frentón cuando intentó regresar al cuarto donde estaba Lidias. —Hasta aquí llegaste, granuja— Ya tenía desenvainada la hoja, la cual se veía blanca entre el claroscuro del pasillo.
—Perdóneme usted. —Levantó los brazos—. Me ha cogí’o el miedo. No pude evitar oír lo que hablaba con el posadero y creo que éste me ha confundido.
—Manos en la nuca, voltéate. —Le amenazó con la espada—. Me da igual, de cualquier modo vas a acompañarme abajo. Ya habían subido cuatro soldados con él. —Registren las habitaciones.
—¿Qué es todo este escándalo? —En ese momento abrió la puerta Lidias, con el capuchón de la capa sobre la cabeza y sin el talego, dejando al descubierto las radiantes hombreras de la armadura y la pechera grabada con la insignia real; dos caballos parados en sus patas traseras, cada uno al lado del esbozo de una torre y sobre ella la corona. —Le he dicho a mi escudero, que no se meta en problemas. ¿Qué ha pasado aquí?
—Ser. —El capitán distinguió entre la penumbra la figura que tenía parada enfrente—. Veo que ha escogido mal lugar para hospedarse.
—¿Le concierne a usted, ser? —Su tono de voz más altivo de lo común, y más mordaz.
—Los asuntos de la corona son nuestra prioridad, ser. —No dejaba de amenazar al escudero con la hoja—. Sírvase en otra ocasión enviar una misiva y gustosos ofreceremos nuestra morada para vuestro refugio.
—Lo tendré en cuenta, ser —reverenció con sutileza—. Ahora sírvase liberar a mi siervo, que yo misma le castigaré por cualquier afrenta que os haya provocado.
—No puedo satisfacer vuestra petición. —Dio media vuelta agarrando a Fausto y empujándolo contra el muro del pasillo— ¿Se ha enterado del escándalo ocurrido aquí esta tarde?
—Me temo que lo ignoro. —Tragó saliva bajo el capuchón—. Pero sea cual sea, estoy segura de que éste varón no ha tenido intromisión. Llegamos aquí pasada la media noche.
—Sus asuntos no me conciernen, no obstante, algo no termina de cuadrarme. —Metió la punta de la espada entre un hueco de la madera en la pared, por donde se colaba algo de luz, cortó un trozo ensanchando el orificio— ¿Tendría la amabilidad de quitarse el capuchón, ser?
—¿Acaso podría negarme? —Jaló la tela hacia atrás y descubrió su rostro—. No quería ser vista. Ahora usted me está humillando.
—Jamás fui partidario de dejar a las hembras vestir el acero, por ahora me alivia saber que jamás las habrá entre los consagrados. Conozco pocos caballeros de la corona con un boquete entre las piernas, s er. — Con un potente puñetazo, terminó de abrir una brecha en la pared, por la que se coló un rayo de luz anaranjada; proveniente de las lámparas de aceite de la taberna y que iluminaron mejor el rostro de Lidias—. Y todas ellas con una jeta de náuseas, pero lo que aquí tengo enfrente, es una hembra que ya me quisiera entre las sabanas.
—Suficiente, esto lo sabrá el Sumo Sacerdote. —Lidias, le echó una mirada a su escudero, que se había volteado a verla; dándole a entender que estaban en aprietos.
—Sí, el Sumo Sacerdote se enterará. —Volvió la espada contra Lidias, y chasqueó a sus hombres—. Se enterará que he encontrado a la princesa fugitiva. Soldados, capturadla.
Desenfundó sin titubear, avanzó fuera del umbral de la puerta; adentrándose en las penumbras del pasillo. El capitán y sus hombres avanzaron al paso acechándola, Fausto aprovechó de escabullirse y se metió a la habitación, a la señal de la princesa.
—No le maltratéis demasiado. —Gritó el capitán a sus hombres. —Recordad que aún es la princesa de Farthias, no querrán derramar su sangre y pagar el precio después. Captúrenla viva, que los Interventores hagan con ella lo que estipulen después.
—Un paso más y os rebano en dos. —Posicionó la hoja extendida transversal a su cuerpo y la mirada fija al frente—. Si piensan atraparme, van a tener que herirme antes.
Dos de los soldados se abalanzaron y enseguida estalló el choque del acero. Ambas espadas se detuvieron en la afilada hoja de la princesa; forcejaron a la par. Con una patada en la rodilla hizo ceder al soldado a su izquierda, obligando a perder el equilibrio del de la derecha: así rompió el cruce de espadas. Cuando intentaron de nuevo atacarla, desde la oscuridad de la habitación apareció la figura de Ledthrin y su lobo, que embistió a los otros dos varones y al capitán.
Contra el forastero no hubo piedad, matarle era preciso; así que la lucha fue brutal. Tres afilados aceros danzaron: ágiles, precisos, limpios y mortales; todos contra el hombrón de la gran espada y su bestia, que mordía sin tregua, ensañándose contra uno de los soldados, que no tardó en desmembrar hasta que sus gritos se ahogaron con sangre. Los otros dos, el capitán entre ellos, continuaron contra el forastero, sin lograr derrotarlo. De pronto una sacudida de aquel espadón y una pierna salió volando; el soldado se desplomó enseguida.
Cuando sólo quedaban dos hombres en pie y el lobo, fue el capitán contra Ledthrin, que con la agilidad de sus movimientos enseñaba toda su destreza, dejando sin espacios al bárbaro, con lo estrecho del pasillo éste veía limitados sus movimientos. El lobo saltó sobre el capitán, quién de inmediato blandió contra el animal y a punto estuvo de decapitarlo, cuando la certera flecha de Fausto se le ensartó de lleno en la pechera. Había descargado la segunda saeta en la ballesta de Lidias.
—Le dije que se había equivocado conmigo. —El cazador arqueó una ceja y miró al extranjero, quien se había volteado a mirarle.
Por su parte la princesa aún se batía contra los dos soldados que la arrinconaron al final del pasillo. Estoqueó, blandió y volvió a estocar, hasta que un fuerte golpe le fue a dar en el hombro, pero solo remeció su hombrera. Sin embargo, aprovechó la brecha en la defensa del varón causante, para clavarle la mitad de la hoja desde el cuello hasta el pecho. El segundo cayó cortado a la mitad, por la espada de Ledthrin, que había avanzado en su defensa.
—Buen tiro Fausto. —El guerrero estrechó por el antebrazo al escudero, saludándole al estilo norteño—. Te debo la vida de Tolkhan ¿Cómo has podido apuntar si yo estaba tapándote la visual?
—Sentidos de cazador. —Se echó la ballesta a la espalda, sujetándola con una mano; haciendo una jactanciosa mueca. Luego se acercó al cuerpo del capitán y le arrancó la saeta del pecho—. Ya le había dicho a la princesa que soy bueno en eso.
—Estuvo cerca. —La muchacha se acercó al grupo—. Este varón supo reconocerme perfectamente.
—Aún no estamos a salvo. —Fausto se arrimó hasta la pequeña ventana al final del pasillo—. Abajo hay al menos una docena de capas purpura.
—Mala decisión. —Lidias miró al escudero y al guerrero—. Matar a estos varones nos traerá el doble de problemas.
—Estos me quieren a mí, para empezar. —Ledthrin avanzó hasta las escaleras espadón en mano—. Suficiente, ustedes no tienen nada que ver en esto. Me las arreglaré sólo.
—Son más de diez campeón. —Fausto todavía con la ballesta a la espalda le detuvo a medio camino—. Ya hemos visto que eres bueno con los puños y esa cosa, pero estos no son cuatro caballeros borrachos, son una docena de soldados bien entrenados y armados.
—Tiene razón. —Lidias se aproximó a la escalera con sutileza—. Si les encaramos no tendremos oportunidad.
—¿Que acaso pretendías bajar? —Fausto frunció el ceño y miró a la princesa estupefacto—. Ledthrin ya lo ha dicho, esta pelea es de él.
—Y la de recién, fue mía
—Nuestra. — agregó el guerrero
—Bueno, bueno. Estamos hasta los cojones, que tal si arrojamos los cuerpos y saltemos por la ventana cuando los soldados vengan a por nosotros —ideó fausto.
—Pareces estúpido, lo sabías. —Sonrió aprobatoria Lidias—. Puede ser que sólo lo parezcas.
Lanzaron rodando los cadáveres. Abajo apostados en la entrada, estaban tres soldados y se percataron al instante de lo que estaba sucediendo. Ccorrieron y llamaron a los demás, escalera arriba; entonces Ledthrin les dio la bienvenida con su espadón, antes de que pisasen el último peldaño. Era imposible que subieran, así que Lidias y Fausto; junto a Tolkan, el lobo, aprovecharon para saltar por la ventana y escapar por el tejado. Las mohosas y quebradizas tejas dificultaban el avance sigiloso hasta el otro lado de la construcción. Cuando hubieron avanzado hasta el otro extremo, advirtieron que había dos Capas purpura montando guardia fuera del establo.
—¿Cual es el plan genio? —susurró Lidias, distinguiéndose el tono irónico de su voz—. Estos tienen rodeado todo el recinto.
—¿Rezarle a los dioses en que no creo? —soltó el cazador.
—Ten. —Le lanzó una espada a su escudero, mientras se alzaba para husmear bajo el tejado.
—¿Y esto? — Agarró el acero en el aire.
—Se la arrebaté a un malogrado antes de subir aquí. —Arqueó la mirada en gesto despectivo—. Debió habérsete ocurrido, eres el único desarmado. Hecha una mirada abajo, creo que nuestras monturas están justo de este lado.
—¿Que tal improvisar? —Fausto apuntó al lobo, que se lanzaba en ese momento techo abajo.
—¡Abajo ahora! —La princesa se arrimó hasta el borde de la techumbre, dejando medio cuerpo de cabeza entre el alero, colgando de la nada. Se aferró a una viga y se descolgó encima de su cabalgadura, encabritó al instante. Lo mismo intentó Fausto, con menos suerte, y cayendo directamente sobre uno de los guardias al que tumbó, Tolkan ya estaba destripando al segundo en ese momento.
—¡Monta!¬¬ —a viva voz le ordenó a su escudero, y le alzó la mano. De un salto el desgarbado varón se acomodó al anca—. Sujétate, no volveré por ti si te tumbas.
—Vale. —Se amarró a la cintura de la princesa, al tiempo que el palafrén se arrojaba en frenética carrera.
Rodearon la taberna acompañados por el furioso lobo que se lanzaba sobre cualquier varón que les cruzaba por delante; mientras que espada en mano, Lidias amenazaba con decapitarlos o echarle caballería encima. Llegados a la entrada del tugurio, Tolkan se paseó desafiante entre los soldados que aún intentaban atrapar a Ledthrin; en ese momento ya estaban echando antorchas dentro del lugar, para quemarlo. Al advertir el alboroto de afuera, varios salieron a hacerle frente a la dama montada y su escudero, que echos una ráfaga fugaz, cargaron hasta casi meterse por la puerta, derribando y pisoteando a los capa púrpura que iban saliendo desorientados. El potente silbido de Fausto, se sumó a los gritos y precedió a las decenas de velas que se fueron encendiendo en las viviendas aledañas. A medio galope, apareció entre la penumbra y los soldados, el huesudo equino del cazador; satisfaciendo el llamado de su amo. Desde la lucarna la figura de Ledthrin aparecía haciendo señas, al mismo tiempo que se lanzaba dando un giro y precipitándose sobre una pila de fardos que había amontonados a unas cuantas varas de la estructura. De inmediato le rodearon cinco soldados; dos se abalanzaron con agresividad, aprovechando que aún estaba tendido en el suelo.
El primer acero dio contra el suelo, al evadirlo girando cual felino; el que enseguida le sobrevino rebanó la carne del que blandió el primero, cuando Ledtrhin pateó el dorso de la hoja, con tal fuerza que desvió su curso hacia el costado de aquel soldado. Pateó al aire y se enderezó con un brinco, con tal impulso que le rompió las costillas al Capa purpura a su frente, todavía quedaban tres a su espalda y ya le venían con el filo furioso de sus respectivas espadas; la pierna de uno de ellos sació el frenesí de Tolkan quien con sus patas también arañó y desgarró el rostro del frustrado contendor, los otros dos chocaron sus aceros contra el espadón del campeón.
—El hombrón está en problemas —le señaló Fausto a Lidias, todavía aferrado como un crío a su cintura—. Allí se le acercan tres más.
La muchacha no respondió, apuró al rocín y cargó cual bólido. Arremetió contra los tres soldados que se acercaban al galope a reducir a Ledt, los tres jinetes respondieron contra la entrometida pareja montada, pero la flecha siempre precisa de fausto, otra vez salvaba la situación atravesando el cráneo del soldado del medio. A los otros dos no les fue mejor cuando Lidias cortó la cincha y las costillas de la yegua de uno y fausto lanzó su espada a la garganta del segundo; provocando que el primero callera de la montura y el otro se desangrara en el suelo.
Ledthrin por su parte se las arreglaba contra dos soldados que le batallaban sin tregua; los destellos del metal friccionándose contra los brazales del guerrero se evidenciaron entre la penumbra de la alborada, el segundo corte le dio directo en el brazo desnudo bajo los harapos, la sangre baño enseguida la herida. Sacudió una vez más el espadón sobre su cabeza sosteniéndolo con una sola mano, mientras la otra agarró el antebrazo de uno de sus contendores, cercenándolo al momento que dejó caer el pesado acero encima; aun con la mano del soldado en la mano, Ledt la usó para arrojársela en la cara al otro y distraerlo, instante mismo en que aguzó la espada contra el cuerpo de aquel infeliz, partiéndolo desde la entrepierna.
—¡Eh! Campeón —gritó el cazador a su vera y señaló a su famélico equino. —Monta a Phôn, y larguémonos de aquí.
—Vamos, Tolkan hay que irnos. —Dio un par de trancos hasta acercarse a la bestia y se encaramó en el estribo.
Cinco capas purpura montados les siguieron el paso, hasta pasada la primera callejuela hacia el oeste, allí se separaron y solo dos siguieron al campeón y su lobo, mientras los otros tres a toda espuela siguieron a la princesa y su escudero.
La gélida brisa de la mañana, agredía cual fino y bravío filo la piel de la joven princesa, que viento en contra galopaba con presteza; cruzando la adoquinada y estrecha calle que cruzaba de Este a Oeste la ciudad. A poca distancia le seguían las brillantes armaduras de tres Capa Púrpura; los cascos de las bestias hacían tronar los adoquines de piedra, húmedos por el rocío. Tenía los labios surcados y dolientes, la helada sobre el rostro le calaba de lleno y las pestañas mojadas le nublaban la vista. Iba inclinada hacia delante cubriéndose de la lloviznada niebla con el brazo, mientras la otra mano sujetaba con firmeza la rienda, apretaba los estribos contra aquel bridón, que gastaba sus herraduras como si en ello se le fuere la vida. A la primera ventaja, alzó riendas y le hizo virar frenético en un callejón, los tenderetes de más adelante le indicaron que se aproximaba a la calle principal, a lo lejos se percató que varios pobladores ya estaban saliendo de las casas.
—¿Los perdimos? —le gritó a Fausto, con voz agitada—. No puedo ver nada contigo allí atrás. Dime, ¿los perdimos ya?
—N… no, están a unas diez varas. —Giró la cabeza intentando quitarse de los ojos el cabello de Lidias, que flameaba al viento cual gallardete azabache. Sintió de pronto levantarse con brusquedad la montura, arrimándose dentro de un enorme rosetón que estalló al instante salpicado infinitos y pequeños trozos de cristal. Al otro lado, se oyeron gritos y bullicio general, se encontraron en una especie de bóveda gigantesca, llena de tendales y gente. «—El mercado—», pensó Lidias , no detuvo galope y esquivando los puestos llegó hasta la vereda, la cual rodeaban los puestos donde se exhibían todo tipo de mercaderías. El sitio apestaba a muchas cosas, sin embargo, el olor más penetrante era el de carne descompuesta y pescado. No pasó un par de segundos cuando por el mismo rosetón destrozado ingresaron los Capa Púrpura montados —Allí están, no les perdáis de vista —gritó uno del grupo.
En ese momento Lidias y Fausto sobre la montura, pasaban por entre el gentío que se hacía a un lado para evitar ser arrollados, el lugar estaba repleto aun a esa temprana hora de la mañana. Entonces la princesa buscó bajo el tabardo y se descolgó una bolsa que llevaba prendada al cinturón, le quitó con los dientes la tira de cuero que la cerraba y la alzó al aire. Al momento el contenido del saquito se vació y esparció sobre el gentío y una vez caído al suelo, el montón de monedas derramadas sobre la vereda formó de inmediato un alboroto entre la multitud que sé aglomeró para recogerlas, obstaculizando sin remedio el paso de los tres perseguidores montados, que solo pudieron ver con frustración como la princesa y el escudero salían del otro lado del mercado a todo galope.
La suerte de Ledthrin, al otro lado de la ciudad se blandía entre el infortunio de cabalgar una montura que apenas aguantaba el trote y el brazo sangrante que le impedía manejar su enorme espada en un enfrentamiento. Los Capas Púrpura le seguían el andar de muy cerca, tanto que las bestias podían rozarse las crines con la cola del huesudo equino. Tolkan les venía de atrás, jadeante con las babas espumándole en el hocico, el frenesí de la persecución lo poseía, dio un salto y hundió su quijada en el flanco del rocín de un Capa purpura. La carrera no cesó, pero el segundo mordisco jaló al mismo soldado desde el tobillo, forzándolo a torcerse hacia su derecha; adelante y apenas a una vara el guerrero detuvo el paso levantando, no sin dificultad, su espada sobre la cual con rapidez se cruzó el cuello del jinete, cuya montura había pasado de largo. El compañero se giró diez varas más allá y regresó para embestir al guerrero, pero en ese preciso instante por encima de su nuca, el bridón de Lidias saltaba pateándole el cráneo que terminó por fracturarse una vez que el jinete inconsciente azotara contra la callejuela de piedra.
—¿Todo bien fortachón? —lanzó Fausto, todavía aferrado como un gato a la princesa.
—Solo espero que no me digáis que los otros tres os vienen a acompañar. —Sonrió y miró a todos lados.
—Los hemos perdido más atrás —aclaró Lidias, llevándose la mano a la cintura y quitándose las de Fausto con sutil brusquedad—. Será mejor que encontremos un lugar donde escondernos antes de tener que partir.
—¿Partir? —El escudero miró a la princesa— ¿Dónde quieres ir ahora si apenas llegamos ayer?
—Tú solo sígueme, como lo has hecho hasta ahora. —Le brindó un ligero codazo—. O acaso quieres quedarte. Ya te reconocen, si te atrapan te colgarán en la plaza.
—¿Irás donde me comentaste anoche? —El guerrero se apeó agarrándose el brazo.
—¿Me perdí de algo? —interrumpió una vez más, Fausto.
—Se ve serio eso en tu brazo. —Lidias sin darle importancia a las preguntas de su escudero, señaló con la mirada la herida de Ledthrin.
—Descuida. —El lobo se acercó en ese momento y comenzó a lamer la piel herida y desnuda del brazo de su amo; acto seguido la sangre dejó de manar y de a poco la abierta llaga cicatrizó.
—¿Qué fue eso? —Lidias se reclinó en la montura y frunció el ceño—, Anoche tu lobo hizo lo mismo con el Capa purpura ¿Qué clase de truco es?
—Es un Lobo de las Cumbres, más allá del norte blanco; son criaturas muy raras. —Le acarició la cabeza y éste le lamió la mano—, tienen propiedades curativas en la saliva, suelen batirse en terribles peleas y así es como se curan a sí mismos. A Tolkan lo adopté hace años, cuando fui esclavo de los Bárbaros, salvó mi vida. Pero esa es una historia que ya tendrán tiempo de escuchar.
—¿Vienes con nosotros? —preguntó Fausto—, donde quiera que sea…
—Tu señora ha dicho que iría hasta la Torre Blanca de Thirminlgon. —Se echó la capucha encima—. Si es así, me queda de camino a mi destino. No vendría mal que les acompañara, si no le molesta claro.
—Para nada, pero vas necesitar una montura. —Se encogió de hombros—. Vamos no hay tiempo que perder
Los Veinte Capas Purpura
Pisó despacio, para evitar que el crujir de las tablas del piso despertara a Lidias; Fausto podía ser un simplón, pero aun así no dejaba de tener buenos modales. Como un gato sigiloso, se escabulló a tientas hasta la puerta.
—¿Pretendes escapar? —Lidias había despertado. —No eres muy bueno siendo silencioso.
—Nada de eso. —Entre la oscuridad buscó la silueta de ella sobre el colchón—. Bajaré a tirar del riñón, tanta agua miel me ha dao’ unas ganas que no me aguanto.
—Ya lo suponía. —Se arropó, echándose la capa encima—. Sabía que no podías molestarte tanto por tener que dormir en el piso.
—Sigo pensando que en esa cama había espacio suficiente para ambos. —Frunció los labios y abrió la puerta—. Y lo admito, cuando dijiste que compartiríamos el cuarto, pensé otra cosa.
—Ya vete. —Le arrojó una de sus botas que estaban junto al colchón—. Suficiente ya es tener que dormir sobre esta inmundicia; creo que jamás terminaré de quitarle el olor a humedad a mis harapos, además llevo horas intentando conciliar el sueño y no lo he conseguido.
—Que ya voy. —Cerró la puerta tras de sí y avanzó por el oscuro pasillo, aunque se colaba algo de luz de abajo, por entre las tablas del piso. La taberna aún tenía movimiento, se oían voces y conversaciones distantes. Fausto bajó las escaleras con los pies descalzos; por pura suerte no se picó con ninguna astilla. Una vez frente al mesón le hizo una venia al tabernero que dormitaba, abrió la puerta y caminó rodeando los muros, no avanzó mucho, a medio trecho aflojó el cinturón y echó afuera toda el agua miel que se bebió: la espumosa orina se aposó un momento en el ralo suelo que luego la absorbió.
“Vamos amigo mío apura, apura que nos estamos entumeciendo—vociferaba en la penumbra—no querrás que pesquemos un resfriado. ¿Eh quien anda?”. Se escuchó a lo lejos casquetes de montura contra el pavimento, galopaban raudos no menos de diez.
—¡So! —A media calle un grupo de soldados se acercaba de a caballo—. Rodead el sitio, este es el lugar.
“ Hombres de la Sagrada Orden —se percató Fausto—. Mierda, estos han de venir a por el extranjero”.
Tan pronto terminó de orinar, se metió de vuelta a la taberna. El líder del grupo montado, se apeó y entró antes que él.
—Habrase visto tugurio más feo que este. —El varón de capa purpura y brillante armadura avanzó prepotente hasta el mesón, despertando al tabernero que cabeceaba—. Cuatro miembros de la Orden comieron y bebieron aquí esta tarde.
—Ya lo ha dicho usted, maese.—con la voz entrecortada y la cabeza agacha, aseveró el tabernero—. Jueron atendi’os con lo mejor del lugar, maese.
—Así parece. —Posó ambas manos sobre el mesón—. Dos con el cráneo magullado, uno con las costillas rotas y el cuarto manco. Quienes sean los culpables de tal crimen, serán ejecutados hoy mismo.
—Ha sio’ un solo hombre, maese. —El tabernero se atrevió a levantar la cabeza un momento—. Los señores estaban molestando a mi emplea’.
—¿Dices que sólo un hombre atacó a cuatro ser bien entrenados? —Se acercó tanto al posadero que casi le rosó el rostro, clavándole la furiosa mirada— ¿Le has alquilado un cuarto?
—Nnn. Sí, si maese. —Tragó saliva. En ese momento Fausto aprovechó para colarse y perderse escaleras arriba —. L’ renté un cuarto, pero él no lo quiso na’. Creo que se arregló con aquel tipo y su protectora. —Apuntó al cazador que ya estaba en el último escalón.
—Alto allí. —Se volteó el capitán y avanzó dos pasos hacia la escalera—. Baja enseguida.
—¿Yo? Me confunde maese, no tengo nada que ver. —Fausto encogió los hombros, le miró, miró al tabernero y volvió a mirar al capitán. Luego como un rayo terminó de subir la escalera y raudo atravesó el pasillo hasta dar con la puerta del cuarto donde sabía dormía Ledhtrin; abrió de una patada, pero dentro no halló a nadie.
El capitán sin perder el tiempo, se arrimó escaleras arriba, tan pronto Fausto había echado a correr. Se lo topó de frentón cuando intentó regresar al cuarto donde estaba Lidias. —Hasta aquí llegaste, granuja— Ya tenía desenvainada la hoja, la cual se veía blanca entre el claroscuro del pasillo.
—Perdóneme usted. —Levantó los brazos—. Me ha cogí’o el miedo. No pude evitar oír lo que hablaba con el posadero y creo que éste me ha confundido.
—Manos en la nuca, voltéate. —Le amenazó con la espada—. Me da igual, de cualquier modo vas a acompañarme abajo. Ya habían subido cuatro soldados con él. —Registren las habitaciones.
—¿Qué es todo este escándalo? —En ese momento abrió la puerta Lidias, con el capuchón de la capa sobre la cabeza y sin el talego, dejando al descubierto las radiantes hombreras de la armadura y la pechera grabada con la insignia real; dos caballos parados en sus patas traseras, cada uno al lado del esbozo de una torre y sobre ella la corona. —Le he dicho a mi escudero, que no se meta en problemas. ¿Qué ha pasado aquí?
—Ser. —El capitán distinguió entre la penumbra la figura que tenía parada enfrente—. Veo que ha escogido mal lugar para hospedarse.
—¿Le concierne a usted, ser? —Su tono de voz más altivo de lo común, y más mordaz.
—Los asuntos de la corona son nuestra prioridad, ser. —No dejaba de amenazar al escudero con la hoja—. Sírvase en otra ocasión enviar una misiva y gustosos ofreceremos nuestra morada para vuestro refugio.
—Lo tendré en cuenta, ser —reverenció con sutileza—. Ahora sírvase liberar a mi siervo, que yo misma le castigaré por cualquier afrenta que os haya provocado.
—No puedo satisfacer vuestra petición. —Dio media vuelta agarrando a Fausto y empujándolo contra el muro del pasillo— ¿Se ha enterado del escándalo ocurrido aquí esta tarde?
—Me temo que lo ignoro. —Tragó saliva bajo el capuchón—. Pero sea cual sea, estoy segura de que éste varón no ha tenido intromisión. Llegamos aquí pasada la media noche.
—Sus asuntos no me conciernen, no obstante, algo no termina de cuadrarme. —Metió la punta de la espada entre un hueco de la madera en la pared, por donde se colaba algo de luz, cortó un trozo ensanchando el orificio— ¿Tendría la amabilidad de quitarse el capuchón, ser?
—¿Acaso podría negarme? —Jaló la tela hacia atrás y descubrió su rostro—. No quería ser vista. Ahora usted me está humillando.
—Jamás fui partidario de dejar a las hembras vestir el acero, por ahora me alivia saber que jamás las habrá entre los consagrados. Conozco pocos caballeros de la corona con un boquete entre las piernas, s er. — Con un potente puñetazo, terminó de abrir una brecha en la pared, por la que se coló un rayo de luz anaranjada; proveniente de las lámparas de aceite de la taberna y que iluminaron mejor el rostro de Lidias—. Y todas ellas con una jeta de náuseas, pero lo que aquí tengo enfrente, es una hembra que ya me quisiera entre las sabanas.
—Suficiente, esto lo sabrá el Sumo Sacerdote. —Lidias, le echó una mirada a su escudero, que se había volteado a verla; dándole a entender que estaban en aprietos.
—Sí, el Sumo Sacerdote se enterará. —Volvió la espada contra Lidias, y chasqueó a sus hombres—. Se enterará que he encontrado a la princesa fugitiva. Soldados, capturadla.
Desenfundó sin titubear, avanzó fuera del umbral de la puerta; adentrándose en las penumbras del pasillo. El capitán y sus hombres avanzaron al paso acechándola, Fausto aprovechó de escabullirse y se metió a la habitación, a la señal de la princesa.
—No le maltratéis demasiado. —Gritó el capitán a sus hombres. —Recordad que aún es la princesa de Farthias, no querrán derramar su sangre y pagar el precio después. Captúrenla viva, que los Interventores hagan con ella lo que estipulen después.
—Un paso más y os rebano en dos. —Posicionó la hoja extendida transversal a su cuerpo y la mirada fija al frente—. Si piensan atraparme, van a tener que herirme antes.
Dos de los soldados se abalanzaron y enseguida estalló el choque del acero. Ambas espadas se detuvieron en la afilada hoja de la princesa; forcejaron a la par. Con una patada en la rodilla hizo ceder al soldado a su izquierda, obligando a perder el equilibrio del de la derecha: así rompió el cruce de espadas. Cuando intentaron de nuevo atacarla, desde la oscuridad de la habitación apareció la figura de Ledthrin y su lobo, que embistió a los otros dos varones y al capitán.
Contra el forastero no hubo piedad, matarle era preciso; así que la lucha fue brutal. Tres afilados aceros danzaron: ágiles, precisos, limpios y mortales; todos contra el hombrón de la gran espada y su bestia, que mordía sin tregua, ensañándose contra uno de los soldados, que no tardó en desmembrar hasta que sus gritos se ahogaron con sangre. Los otros dos, el capitán entre ellos, continuaron contra el forastero, sin lograr derrotarlo. De pronto una sacudida de aquel espadón y una pierna salió volando; el soldado se desplomó enseguida.
Cuando sólo quedaban dos hombres en pie y el lobo, fue el capitán contra Ledthrin, que con la agilidad de sus movimientos enseñaba toda su destreza, dejando sin espacios al bárbaro, con lo estrecho del pasillo éste veía limitados sus movimientos. El lobo saltó sobre el capitán, quién de inmediato blandió contra el animal y a punto estuvo de decapitarlo, cuando la certera flecha de Fausto se le ensartó de lleno en la pechera. Había descargado la segunda saeta en la ballesta de Lidias.
—Le dije que se había equivocado conmigo. —El cazador arqueó una ceja y miró al extranjero, quien se había volteado a mirarle.
Por su parte la princesa aún se batía contra los dos soldados que la arrinconaron al final del pasillo. Estoqueó, blandió y volvió a estocar, hasta que un fuerte golpe le fue a dar en el hombro, pero solo remeció su hombrera. Sin embargo, aprovechó la brecha en la defensa del varón causante, para clavarle la mitad de la hoja desde el cuello hasta el pecho. El segundo cayó cortado a la mitad, por la espada de Ledthrin, que había avanzado en su defensa.
—Buen tiro Fausto. —El guerrero estrechó por el antebrazo al escudero, saludándole al estilo norteño—. Te debo la vida de Tolkhan ¿Cómo has podido apuntar si yo estaba tapándote la visual?
—Sentidos de cazador. —Se echó la ballesta a la espalda, sujetándola con una mano; haciendo una jactanciosa mueca. Luego se acercó al cuerpo del capitán y le arrancó la saeta del pecho—. Ya le había dicho a la princesa que soy bueno en eso.
—Estuvo cerca. —La muchacha se acercó al grupo—. Este varón supo reconocerme perfectamente.
—Aún no estamos a salvo. —Fausto se arrimó hasta la pequeña ventana al final del pasillo—. Abajo hay al menos una docena de capas purpura.
—Mala decisión. —Lidias miró al escudero y al guerrero—. Matar a estos varones nos traerá el doble de problemas.
—Estos me quieren a mí, para empezar. —Ledthrin avanzó hasta las escaleras espadón en mano—. Suficiente, ustedes no tienen nada que ver en esto. Me las arreglaré sólo.
—Son más de diez campeón. —Fausto todavía con la ballesta a la espalda le detuvo a medio camino—. Ya hemos visto que eres bueno con los puños y esa cosa, pero estos no son cuatro caballeros borrachos, son una docena de soldados bien entrenados y armados.
—Tiene razón. —Lidias se aproximó a la escalera con sutileza—. Si les encaramos no tendremos oportunidad.
—¿Que acaso pretendías bajar? —Fausto frunció el ceño y miró a la princesa estupefacto—. Ledthrin ya lo ha dicho, esta pelea es de él.
—Y la de recién, fue mía
—Nuestra. — agregó el guerrero
—Bueno, bueno. Estamos hasta los cojones, que tal si arrojamos los cuerpos y saltemos por la ventana cuando los soldados vengan a por nosotros —ideó fausto.
—Pareces estúpido, lo sabías. —Sonrió aprobatoria Lidias—. Puede ser que sólo lo parezcas.
Lanzaron rodando los cadáveres. Abajo apostados en la entrada, estaban tres soldados y se percataron al instante de lo que estaba sucediendo. Ccorrieron y llamaron a los demás, escalera arriba; entonces Ledthrin les dio la bienvenida con su espadón, antes de que pisasen el último peldaño. Era imposible que subieran, así que Lidias y Fausto; junto a Tolkan, el lobo, aprovecharon para saltar por la ventana y escapar por el tejado. Las mohosas y quebradizas tejas dificultaban el avance sigiloso hasta el otro lado de la construcción. Cuando hubieron avanzado hasta el otro extremo, advirtieron que había dos Capas purpura montando guardia fuera del establo.
—¿Cual es el plan genio? —susurró Lidias, distinguiéndose el tono irónico de su voz—. Estos tienen rodeado todo el recinto.
—¿Rezarle a los dioses en que no creo? —soltó el cazador.
—Ten. —Le lanzó una espada a su escudero, mientras se alzaba para husmear bajo el tejado.
—¿Y esto? — Agarró el acero en el aire.
—Se la arrebaté a un malogrado antes de subir aquí. —Arqueó la mirada en gesto despectivo—. Debió habérsete ocurrido, eres el único desarmado. Hecha una mirada abajo, creo que nuestras monturas están justo de este lado.
—¿Que tal improvisar? —Fausto apuntó al lobo, que se lanzaba en ese momento techo abajo.
—¡Abajo ahora! —La princesa se arrimó hasta el borde de la techumbre, dejando medio cuerpo de cabeza entre el alero, colgando de la nada. Se aferró a una viga y se descolgó encima de su cabalgadura, encabritó al instante. Lo mismo intentó Fausto, con menos suerte, y cayendo directamente sobre uno de los guardias al que tumbó, Tolkan ya estaba destripando al segundo en ese momento.
—¡Monta!¬¬ —a viva voz le ordenó a su escudero, y le alzó la mano. De un salto el desgarbado varón se acomodó al anca—. Sujétate, no volveré por ti si te tumbas.
—Vale. —Se amarró a la cintura de la princesa, al tiempo que el palafrén se arrojaba en frenética carrera.
Rodearon la taberna acompañados por el furioso lobo que se lanzaba sobre cualquier varón que les cruzaba por delante; mientras que espada en mano, Lidias amenazaba con decapitarlos o echarle caballería encima. Llegados a la entrada del tugurio, Tolkan se paseó desafiante entre los soldados que aún intentaban atrapar a Ledthrin; en ese momento ya estaban echando antorchas dentro del lugar, para quemarlo. Al advertir el alboroto de afuera, varios salieron a hacerle frente a la dama montada y su escudero, que echos una ráfaga fugaz, cargaron hasta casi meterse por la puerta, derribando y pisoteando a los capa púrpura que iban saliendo desorientados. El potente silbido de Fausto, se sumó a los gritos y precedió a las decenas de velas que se fueron encendiendo en las viviendas aledañas. A medio galope, apareció entre la penumbra y los soldados, el huesudo equino del cazador; satisfaciendo el llamado de su amo. Desde la lucarna la figura de Ledthrin aparecía haciendo señas, al mismo tiempo que se lanzaba dando un giro y precipitándose sobre una pila de fardos que había amontonados a unas cuantas varas de la estructura. De inmediato le rodearon cinco soldados; dos se abalanzaron con agresividad, aprovechando que aún estaba tendido en el suelo.
El primer acero dio contra el suelo, al evadirlo girando cual felino; el que enseguida le sobrevino rebanó la carne del que blandió el primero, cuando Ledtrhin pateó el dorso de la hoja, con tal fuerza que desvió su curso hacia el costado de aquel soldado. Pateó al aire y se enderezó con un brinco, con tal impulso que le rompió las costillas al Capa purpura a su frente, todavía quedaban tres a su espalda y ya le venían con el filo furioso de sus respectivas espadas; la pierna de uno de ellos sació el frenesí de Tolkan quien con sus patas también arañó y desgarró el rostro del frustrado contendor, los otros dos chocaron sus aceros contra el espadón del campeón.
—El hombrón está en problemas —le señaló Fausto a Lidias, todavía aferrado como un crío a su cintura—. Allí se le acercan tres más.
La muchacha no respondió, apuró al rocín y cargó cual bólido. Arremetió contra los tres soldados que se acercaban al galope a reducir a Ledt, los tres jinetes respondieron contra la entrometida pareja montada, pero la flecha siempre precisa de fausto, otra vez salvaba la situación atravesando el cráneo del soldado del medio. A los otros dos no les fue mejor cuando Lidias cortó la cincha y las costillas de la yegua de uno y fausto lanzó su espada a la garganta del segundo; provocando que el primero callera de la montura y el otro se desangrara en el suelo.
Ledthrin por su parte se las arreglaba contra dos soldados que le batallaban sin tregua; los destellos del metal friccionándose contra los brazales del guerrero se evidenciaron entre la penumbra de la alborada, el segundo corte le dio directo en el brazo desnudo bajo los harapos, la sangre baño enseguida la herida. Sacudió una vez más el espadón sobre su cabeza sosteniéndolo con una sola mano, mientras la otra agarró el antebrazo de uno de sus contendores, cercenándolo al momento que dejó caer el pesado acero encima; aun con la mano del soldado en la mano, Ledt la usó para arrojársela en la cara al otro y distraerlo, instante mismo en que aguzó la espada contra el cuerpo de aquel infeliz, partiéndolo desde la entrepierna.
—¡Eh! Campeón —gritó el cazador a su vera y señaló a su famélico equino. —Monta a Phôn, y larguémonos de aquí.
—Vamos, Tolkan hay que irnos. —Dio un par de trancos hasta acercarse a la bestia y se encaramó en el estribo.
Cinco capas purpura montados les siguieron el paso, hasta pasada la primera callejuela hacia el oeste, allí se separaron y solo dos siguieron al campeón y su lobo, mientras los otros tres a toda espuela siguieron a la princesa y su escudero.
La gélida brisa de la mañana, agredía cual fino y bravío filo la piel de la joven princesa, que viento en contra galopaba con presteza; cruzando la adoquinada y estrecha calle que cruzaba de Este a Oeste la ciudad. A poca distancia le seguían las brillantes armaduras de tres Capa Púrpura; los cascos de las bestias hacían tronar los adoquines de piedra, húmedos por el rocío. Tenía los labios surcados y dolientes, la helada sobre el rostro le calaba de lleno y las pestañas mojadas le nublaban la vista. Iba inclinada hacia delante cubriéndose de la lloviznada niebla con el brazo, mientras la otra mano sujetaba con firmeza la rienda, apretaba los estribos contra aquel bridón, que gastaba sus herraduras como si en ello se le fuere la vida. A la primera ventaja, alzó riendas y le hizo virar frenético en un callejón, los tenderetes de más adelante le indicaron que se aproximaba a la calle principal, a lo lejos se percató que varios pobladores ya estaban saliendo de las casas.
—¿Los perdimos? —le gritó a Fausto, con voz agitada—. No puedo ver nada contigo allí atrás. Dime, ¿los perdimos ya?
—N… no, están a unas diez varas. —Giró la cabeza intentando quitarse de los ojos el cabello de Lidias, que flameaba al viento cual gallardete azabache. Sintió de pronto levantarse con brusquedad la montura, arrimándose dentro de un enorme rosetón que estalló al instante salpicado infinitos y pequeños trozos de cristal. Al otro lado, se oyeron gritos y bullicio general, se encontraron en una especie de bóveda gigantesca, llena de tendales y gente. «—El mercado—», pensó Lidias , no detuvo galope y esquivando los puestos llegó hasta la vereda, la cual rodeaban los puestos donde se exhibían todo tipo de mercaderías. El sitio apestaba a muchas cosas, sin embargo, el olor más penetrante era el de carne descompuesta y pescado. No pasó un par de segundos cuando por el mismo rosetón destrozado ingresaron los Capa Púrpura montados —Allí están, no les perdáis de vista —gritó uno del grupo.
En ese momento Lidias y Fausto sobre la montura, pasaban por entre el gentío que se hacía a un lado para evitar ser arrollados, el lugar estaba repleto aun a esa temprana hora de la mañana. Entonces la princesa buscó bajo el tabardo y se descolgó una bolsa que llevaba prendada al cinturón, le quitó con los dientes la tira de cuero que la cerraba y la alzó al aire. Al momento el contenido del saquito se vació y esparció sobre el gentío y una vez caído al suelo, el montón de monedas derramadas sobre la vereda formó de inmediato un alboroto entre la multitud que sé aglomeró para recogerlas, obstaculizando sin remedio el paso de los tres perseguidores montados, que solo pudieron ver con frustración como la princesa y el escudero salían del otro lado del mercado a todo galope.
La suerte de Ledthrin, al otro lado de la ciudad se blandía entre el infortunio de cabalgar una montura que apenas aguantaba el trote y el brazo sangrante que le impedía manejar su enorme espada en un enfrentamiento. Los Capas Púrpura le seguían el andar de muy cerca, tanto que las bestias podían rozarse las crines con la cola del huesudo equino. Tolkan les venía de atrás, jadeante con las babas espumándole en el hocico, el frenesí de la persecución lo poseía, dio un salto y hundió su quijada en el flanco del rocín de un Capa purpura. La carrera no cesó, pero el segundo mordisco jaló al mismo soldado desde el tobillo, forzándolo a torcerse hacia su derecha; adelante y apenas a una vara el guerrero detuvo el paso levantando, no sin dificultad, su espada sobre la cual con rapidez se cruzó el cuello del jinete, cuya montura había pasado de largo. El compañero se giró diez varas más allá y regresó para embestir al guerrero, pero en ese preciso instante por encima de su nuca, el bridón de Lidias saltaba pateándole el cráneo que terminó por fracturarse una vez que el jinete inconsciente azotara contra la callejuela de piedra.
—¿Todo bien fortachón? —lanzó Fausto, todavía aferrado como un gato a la princesa.
—Solo espero que no me digáis que los otros tres os vienen a acompañar. —Sonrió y miró a todos lados.
—Los hemos perdido más atrás —aclaró Lidias, llevándose la mano a la cintura y quitándose las de Fausto con sutil brusquedad—. Será mejor que encontremos un lugar donde escondernos antes de tener que partir.
—¿Partir? —El escudero miró a la princesa— ¿Dónde quieres ir ahora si apenas llegamos ayer?
—Tú solo sígueme, como lo has hecho hasta ahora. —Le brindó un ligero codazo—. O acaso quieres quedarte. Ya te reconocen, si te atrapan te colgarán en la plaza.
—¿Irás donde me comentaste anoche? —El guerrero se apeó agarrándose el brazo.
—¿Me perdí de algo? —interrumpió una vez más, Fausto.
—Se ve serio eso en tu brazo. —Lidias sin darle importancia a las preguntas de su escudero, señaló con la mirada la herida de Ledthrin.
—Descuida. —El lobo se acercó en ese momento y comenzó a lamer la piel herida y desnuda del brazo de su amo; acto seguido la sangre dejó de manar y de a poco la abierta llaga cicatrizó.
—¿Qué fue eso? —Lidias se reclinó en la montura y frunció el ceño—, Anoche tu lobo hizo lo mismo con el Capa purpura ¿Qué clase de truco es?
—Es un Lobo de las Cumbres, más allá del norte blanco; son criaturas muy raras. —Le acarició la cabeza y éste le lamió la mano—, tienen propiedades curativas en la saliva, suelen batirse en terribles peleas y así es como se curan a sí mismos. A Tolkan lo adopté hace años, cuando fui esclavo de los Bárbaros, salvó mi vida. Pero esa es una historia que ya tendrán tiempo de escuchar.
—¿Vienes con nosotros? —preguntó Fausto—, donde quiera que sea…
—Tu señora ha dicho que iría hasta la Torre Blanca de Thirminlgon. —Se echó la capucha encima—. Si es así, me queda de camino a mi destino. No vendría mal que les acompañara, si no le molesta claro.
—Para nada, pero vas necesitar una montura. —Se encogió de hombros—. Vamos no hay tiempo que perder