03/12/2017 09:18 PM
Muy bien, mis muchachos... aquí les dejo el segundo capítulo de mi novela.
Capítulo 2: Bienvenidos a la ciudad de Pralvea. El lugar donde las almas se enlazan.
7:30 P.M.
Ha pasado una semana desde que mi familia fue invitada a la fiesta organizada por el emperador. No pude ir a las carreras de caballos, porque mi padre me pidió ayuda en vigilar la frontera con Ucilia. Ya no sé con qué rostro voy a mostrarme a Geraldo, la próxima vez que lo vea. Era el día de la fiesta. Me había arreglado con un traje militar de gala rojo carmesí, camisa blanca, corbata rosa, unas botas de cuero y elegantes guantes blancos. Mi madre estaba vistiendo un vestido de gala color azul oscuro, con encajes dorados, zapatillas y guantes azules. Mi padre vestía en un traje de gala blanco, con camisa negra, corbata blanca, guantes y zapatos negros.
–Jejejeje. Te ves divina con esa vestimenta militar, Victoria. No pensaba que la ropa de tu papá te quedara muy bien. – Mi mamá me decía esto, jalándome las mejillas con sus manos, sonriendo tiernamente. Pero ese gesto de cariño me molestaba.
–No soy una niña, mamá. Deja de jalarme las mejillas. – Le decía a mi madre, mientras retrocedía un poco y me quitaba sus manos de mi rostro, de manera un poco agresiva.
–Bueno, mis bellas damas, es hora de irnos a la fiesta. El carruaje está esperando por nosotros. – Mi padre nos decía esto, señalando con su pulgar derecho la salida de la casa, sonriéndonos alegremente. Mi madre se iba adelantando a la salida; no tenía el más mínimo deseo de ir a esa fiesta, pero ya me había comprometido a ir, así que no era el momento para quejarme. Sin nada que decir, caminé hasta la salida de la mansión. Ya habiendo subido al carruaje, el conductor le da la señal a los sementales blancos, para empezar la larga cabalgada, hasta el castillo del emperador de Kartina, donde se celebraría la fiesta.
–Madre, Padre… Hay algo que quería hablar con ustedes…– Le dije esto a mis padres, ladeando la cabeza hacia la izquierda, con las manos en mi regazo.
– ¿Te sientes bien, hija? Te he visto desconectada del mundo, últimamente. – Mientras yo estaba recargada en la ventana de ese carruaje de ébano, con refuerzos de oro y ruedas de mármol, mirando cómo es que la noche caía lentamente sobre nosotros, mi mamá apoyaba su mano derecha sobre mi hombro izquierdo, mirándome preocupada.
– ¿Cómo se sintieron ustedes cuando les fue dado el título de condes? – Al terminar de preguntar esto, yo volteo a verles, jugando con las yemas de mis pulgares.
– ¿Ehhhhh? ¿A qué viene esa pregunta, pequeña? – Mi padre cuestionaba esto, mientras que ambos bajaban la mirada, hacia donde yo estaba, observándome escépticamente.
– ¿Alguna vez se han sentido que han perdido mucho tiempo sin saber que van a hacer con sus vidas? – Terminada la pregunta, mis padres se quedando mirándose entre sí y mi madre luego dijo:
–…La verdad es que yo jamás me he sentido así, Victoria. Yo quise dedicarme a estudiar medicina, pero cuando me casé con tu padre y me dieron el título de condesa, puse en práctica mis conocimientos para volverme medico de campo. No me pidas luchar, pero si puedo ayudar desde las trincheras. – Mi madre explicaba esto, devolviéndome una sonrisa nerviosa, con sus manos en el regazo.
–Mi padre, o sea, tu abuelo Julius Hosenfeld, solicitó un título para mí, cuando tenía 15 años. Debo admitir que me sentí nervioso cuando él hizo eso. Pensé que jamás estaría a la altura que nuestros antepasados establecieron. Pero luego entendí que uno debe sobresalir por aquello en lo que es habilidoso y no en todo. No soy el mejor espadachín de la familia, pero sí que se planear estrategias de combate. Ahora… ¿a qué viene la pregunta, cariño? – Al terminar su explicación, mi padre acercaba su rostro a mí sonriéndome un poco. Tomando un poco de aire, yo decía lo siguiente:
–Si les dijera que quiero volverme una guerrera… ¿me lo permitirán? –
–Dime, ¿al menos ya tienes clara tu razón para pelear? – Mi padre me preguntaba, mirándome con la ceja derecha levantada, cruzándose de brazos.
–N-no… Si te soy sincera, aun no sé por qué razón quiero dedicarme al combate, papá… Solo quería dedicarme a ello, porque es por lo que soy más conocida. No saben lo horrible que se siente el darse cuenta lo inconsecuente que ha sido mi vida; lo poco que he contribuido en el mundo. – Le decía a mi padre, agachando la mirada, algo entristecida por esa realización.
–Muy bien… de ser así, te daré unas lecciones de historia, para que aprendas un poco. – En eso, mi mamá y yo nos dedicamos a escuchar las palabras de mi papá, el cual se acomodaba la solapa con su diestra mano. –Los samuráis son una clase guerrera del país de Sensha; país el cual está ubicado en el continente de Erhtía, la cual se dedica a proteger a su respectivo señor feudal, de cualquier daño que pueda pasarle. Su dedicación a su trabajo, así como su lealtad a su señor feudal y a su código ético, llamado Bushido, los vuelve excepcionalmente formidables y superiores al resto de las clases guerreras de ese país. Y si por alguna razón fracasaban en cumplir su misión o terminaban dando la espalda al Bushido, recurrían a un ritual suicida llamado seppuku, con el cual recobraban su honor. –
–Entonces… los samuráis son equivalente a los paladines, ¿verdad? – Cuando mi padre terminó de decirme eso, pedí la palabra para aclarar mis dudas, levantando la mano derecha, ladeando mi cabeza hacia la izquierda.
–Algo así. Pero a lo que voy es a esto, niña… Si vas a dedicar tu vida al combate, como mínimo debes de tener un código de honor al cual adecuarte y una razón por la cual luchar. ¡No puedes andar por la vida, peleando por ninguna razón! Esta actitud va a terminar destruyéndote tarde o temprano. – Las palabras de mi padre me habían dejado atónita; en ese entonces, jamás había pensado en ello. Jamás me había puesto a pensar porque razón quería pelear. Solo entrenaba porque eso me hacía sentir bien.
–Bue-bueno… la verdad es que jamás había pensado eso. Además de que no sé porque quiero luchar…– Le decía a mi padre, mientras bajaba la cabeza y colocaba mis manos en mi regazo.
–Ahí está el problema, niña. Pero no te preocupes. Si en verdad tanto deseas volverte un espadachín, tarde o temprano vas a encontrar tu razón para luchar. – En eso, mi papá me acariciaba la cabeza con su diestra, riéndose a carcajadas. Mi mamá le acompañaba con una risa delicada y yo le sonreía. Era la primera vez que me sentía feliz por el hecho de platicar con ellos. Pero aún me faltaba algo; esa razón por la cual quería pelear; y esa razón la iba a conocer esa misma noche…
La ciudad de Pralvea era y aún es enorme. La arquitectura entera, desde las calles y avenidas de la ciudad, hasta los más altos edificios del reino estaba hechos de roca sólida, adornados con pilares, esculturas e inscripciones de distintos tipos. Un aspecto muy poco colorido; abundaba mucho el gris y el café. Como era de noche, todo estaba muy desolado; sólo se veían a algunas prostitutas vagar por las calles, así como gente que solía trabajar en turnos nocturnos y otros que iban a bares u otros lugares así. Eso sí… había mucha iluminación, por donde quiera se miraba. Una persona podría quedarse ciega durante la noche, de tanta luz que emanaban las lámparas de aceite que colgaban de los postes de la calle y de las casas.
Nuestro carruaje continuaba avanzando por la avenida principal, hasta que finamente llegamos al castillo de la familia real. Si el tamaño de la ciudad era colosal, el castillo tampoco se quedaba atrás; el castillo. Había edificaciones que servían como cuartos de huéspedes, donde se hospedarían las personas que quisieran pasar la noche en el castillo o que también servían como albergue en caso de que pasase una catástrofe. Otros edificios servían como almacenes y tiendas, donde se podrían reabastecer los damnificados o los invitados. Y al oeste de la ciudad interna, pintado de un color más rojizo que el resto de la ciudad, se podía apreciar el monumental castillo de la familia imperial. No había una edificación que identificara al entero reino de Kartina como esta majestuosa obra de arte; solo la torre más alta medía cien metros. La estructura principal del castillo tenía incrustaciones de piedras preciosas, las cuales resplandecían durante la noche, cuando la iluminación nocturna se alzaba. Aproximadamente unas cien habitaciones en total, las cuales consistían, en su mayoría, en más habitaciones para huéspedes. Una pequeña laguna en el extenso jardín del castillo, cual cristalina como el hielo. Protegido por un millar de soldados, los cuales no se iban a mover de su lugar, sin importar lo que pasase, así como atalayas, en las cuales, se encontraban centinelas, los cuales custodiaban en castillo, como un halcón.
–Muy bien, chicas, hemos llegado. – Mi padre nos decía esto, a mi mamá y a mí, en lo que los tres observábamos el castillo y nos dirigíamos hacia la entrada, donde uno de los sirvientes nos diría donde estacionar nuestro carruaje.
–Su majestad, el rey Fernando, se siente honrado con su presencia, señor Homero. Esperamos que disfruten la fiesta de cumpleaños de la princesa Fabiola. – El sirviente le decía a mi padre y al conductor del carruaje, indicando la dirección en la cual íbamos a estacionarnos. Logramos estacionarnos cerca de la entrada.
Ya habiendo entrado a las instalaciones principales, nos topábamos con el hermoso panorama de ese lugar y de esa noche. Una enorme sala principal, decorada con estatuas de ángeles hechas de mármol, candelabros de oro, vasijas y vitrales hechos del más fino vidrio que se pudiera encontrar en el reino. Y en el centro de todo eso, una fuente grande, con la figura de la diosa Afrodita y con zafiros incrustados en ésta. La sala estaba repleta de gente importante, la cual había sido invitada a la fiesta; desde otros miembros de la realeza y la nobleza, hasta figuras populares, como músicos, científicos, miembros de la guardia imperial, etcétera. No podía esperar a toparme con la princesa; y estaba segura que ella estaba ansiosa de verme, también.
–Vayamos a la oficina de Fernando, muchachas. – Cuando mi padre nos dijo esto, mi madre y yo asentamos con la cabeza y nos dirigimos a la oficina del rey Fernando, subiendo por las escaleras. El tamaño de la multitud me estaba sofocando, pero debía permanecer en calma. En serio no estaba de humor para hacer una escena.
– ¿Señorita Hosenfeld? – Una voz familiar se logró escuchar detrás de mí, por lo que yo volteé hacia atrás. Era el joven Saúl, ni más ni menos.
–Menuda sorpresa de verte por aquí, Saúl. – Al decirle esto al joven marqués, yo le devolvía una sonrisa socarrona, en lo que mis padres voltearon a verle.
–Joven Giesler… me alegra verle por aquí. ¿Dónde andan sus padres? – Mi madre decía esto, asentando su cuerpo un poco, sonriéndole.
–Van a estar aquí en unos minutos. – Saúl le respondía a mi madre, devolviendo la reverencia. – Me sorprende que Victoria haya venido a la fiesta. –
–En principio, iba a venir aquí de muy mala gana. Pero después de unos días, me acordé que hoy era el cumpleaños de Fabiola. –
–Je. Me encantaría ver el rostro de la princesa, si se llegara a enterar que te olvidaste su cumpleaños. – El muchacho me decía esto, acomodándose la solapa. No quería quedarle mal a Fabiola; ella ha sido una vieja amiga mía.
–No te atrevas a decirle, Saúl…– Al decirle esto al marqués, yo le veía lascivamente, pero mi padre luego posó su mano sobre mi espalda.
–No comiencen una discusión aquí, muchachos. Venimos a divertirnos; no a pelear. Para eso tienen los cuarteles. – Al escuchar esto de mi padre, yo me cruzo de brazos.
–Está bien…– Terminada la conversación, nosotros cuatro llegábamos al tercer piso del castillo, en el ala este. Ahí fue cuando vimos una doble puerta roja; ya estábamos en frente de la oficina del rey. Se podía escuchar mucho murmullo desde adentro.
–Las damas primero. – Entonces, mi padre abrió la puerta y le sonreía a mi madre y a mí, quienes pasábamos adentro del cuarto. Al entrar a la habitación, nos topábamos con otros miembros de la nobleza Kartiniana. Algunos estaban conversando, otros estaban tomando vino, otros estaban hablando con el rey Fernando, el cual estaba sentado en su escritorio. –Vayamos con su majestad y su alteza. – Al decir esto, nosotros tres pasábamos por la sala, moviéndonos cuidadosamente entre la multitud. Ahí sí que me sentía claustrofóbica.
– ¿Te sientes bien, Victoria? – Saúl volteaba a verme, cruzando sus brazos.
– ¿Se nota que me siento bien? Lo único que quiero es encontrar a Fabiola e irme de aquí. Además… ¿quién te dio permiso en llamarme por mi nombre? Apenas si te conozco. –Le decía esto al muchacho, volteando a verle un poco enojada.
–Relájense, muchachos. Ya casi llegamos a donde está la familia real. – En eso, mi padre nos observó a los dos, dándonos la indicación de bajar la voz. Ya en frente del escritorio, los cuatro nos topamos con el rey Fernando Alfonso Leonhardt y la Princesa Fabiola Leonhardt. El rey era alto y muy fornido, para alguien en sus 50s, de cabello pelirrojo y con canas, de ojos grises. La princesa era una dama de casi mi estatura, cabello albino y ojos color miel. Él vestía con un traje de gala azul y una capa violeta, cargando un bastón de oro y su corona; la princesa cargaba un vestido de gala rojo con encajes rosas, sin mangas y con guanteletes. Tampoco hacía falta la tiara.
–Nos encargaremos de la situación en la frontera norte, cuando el equipo de investigación nos mande más datos, señor Montesco. – Su majestad se encontraba hablando con los archiduques Federico y Belinda Gallows Montesco. Belinda era una dama de 45 años, algo baja, de cabello negro azulado y ojos verdes. Federico era un señor de 50 años, de cabello rubio cenizo y ojos azul claro; el rostro de él era muy robusto y tosco, pero su mirada notaba una paz interior inmutable.
–Muchísimas gracias por la información, su majestad. – El archiduque le respondía con esto al rey, haciendo una reverencia. Su esposa hizo lo mismo.
–Buenas noches, su majestad. – Entonces, mi padre se acercaba a él, inclinándose un poco. Mi madre, Saúl y yo hicimos lo mismo.
–Buenas noches, Homero. Es un placer verle por aquí. – Su majestad volteó a ver a nosotros, haciendo una reverencia. –Así que la señorita Victoria vino también, ¿eh? Puedo ver que sigue viéndose tan sagaz como un zorro rojo. – Entonces, el rey me frotó la cabeza, sonriéndome amablemente.
–Su majestad… ¿me permite hablar con la princesa Fabiola? Vine a verla a ella, por su cumpleaños. – Le preguntaba esto a su majestad, viéndome algo molesta por esa reacción.
– ¿Serían tan amables de dar vuestros nombres? – La archiduquesa decía esto, bebiendo un poco de vino, volteando a vernos.
–Somos la familia Hosenfeld. ¿Y con quien tenemos el grato placer de hablar? – Mi madre le respondía a Belinda, inclinándose un poco.
–Somos los archiduques Montesco. Es un placer conocer a una familia de su índole, madame. No siempre se puede conocer a un miembro de una de las familias fundadoras de Kartina. ¿O nos equivocamos? – La archiduquesa le preguntaba esto a mi madre, sonriéndole un poco, dando un sorbo a su copa.
–Montesco… El apellido suena familiar. ¿De pura casualidad, ustedes están relacionados con la familia real de Ucilia? – Mi padre preguntaba esto, viendo a los archiduques con la mirada entrecerrada.
–Soy el hijo del difunto rey Luis Mario Montesco, hermano del rey Luis Felipe Montesco. – Federico le respondía con esto a mi padre, acomodándose la solapa.
–Tengo entendido que su familia fundó el reino de Ucilia. ¿O me equivoco? – Mi padre le preguntó esto al archiduque, cruzando sus brazos.
–Ni más ni menos, su excelencia Homero. – En eso, Federico volteó a verme, sonriéndome un poco. – No somos tan diferentes, ¿lo sabe? Ambos somos descendientes de los forjadores de nuestra patria natal, estamos casados, y también puedo ver que ustedes tienen una hija. –
– ¿Hija? ¿Ella asistió a la fiesta? – Mi madre le preguntaba esto a ellos, colocando su mano derecha en el pecho.
–Katalina salió al tocador para damas. En unos minutos llegará a la oficina. – La archiduquesa le dijo esto a mi madre, dando otro sorbo a su copa.
–Tengo que saberlo, su excelencia Federico… ¿Cómo fue que usted terminó aquí, en Kartina? – Al decir esto, mi padre frotaba su barbilla, mirando al archiduque.
–Mi padre le cedió el trono a mi hermano, antes de morir. Felipe me mandó a Kartina, para ayudar en la embajada. – Federico le explicó esto a mi padre, tomando una copa de ron.
– ¿Y cómo ha disfrutado la estancia en Kartina, su excelencia Federico? – Mi padre tomaba una copa de vino, diciéndole esto al archiduque.
–No me quejo, señor Homero. Me gustan los climas fríos. – Al terminar de decir esto, Federico se reía un poco, tomando de la cintura a Belinda.
–Ahmmmmm… mejor me retiro de aquí. Ya no me siento cómodo, señorita Hosenfeld. – Saúl me decía esto, sonriéndose nerviosamente, alejándose lentamente del grupo.
– ¿A dónde vas, Saúl? Te estaba esperando. – La princesa Fabiola se acercaba a nosotros, preguntando esto al marqués.
–Ho-hola, su alteza Leonhardt. Feliz cumpleaños y larga vida a usted. – Saúl le decía esto a ella, inclinándose rápidamente, sonriendo nerviosamente.
–No es necesaria tanta cordialidad, Saúl. – La princesa le decía esto, cruzando sus brazos, sonriéndole un poco.
–Feliz cumpleaños, Fabiola. – Yo le decía esto a la princesa, inclinándome ante ella. Pude notar por una fracción de segundos el rostro sonrojado de Saúl.
– ¡Hola, Victoria! ¡Me alegra mucho que hayas venido! – La princesa volteaba a verme, sonriendo alegremente, para luego abrazarme fuertemente.
–Jejeje… 17 años y sigues actuando como de nueve. – Le decía esto a Fabiola, abrazándole un poco, devolviendo la sonrisa.
–Papá… ¿me permites salir con Victoria al balcón? Quiero hablar a solas con ella. – Entonces, la princesa volteó a ver al rey Fernando, preguntándole esto, saltando un poco.
–Solo no te tardes mucho, pequeña. El recital va a empezar en media hora. – El rey le respondía con esto a Fabiola, frotando su cabeza un poco.
– ¡Genial! – Al exclamar esto, Saúl, Fabiola y yo salimos de la habitación, para dirigirnos al balcón.
–Fabiola… hay algo que quiero darte, después que termine la fiesta. Es por el regalo que quiero darte. – Al salir de la oficina, Saúl le decía esto a la princesa, jugando con las yemas de sus dedos.
– ¡Por supuesto, Saúl! Pero recuerda… Se puede ver, pero no se puede tocar. – La princesa le respondía con esto, guiñándole el ojo.
– ¡Diablos! – Al escuchar esto, el marqués golpeaba el piso con su pie del enfado.
– Momento… ¿ustedes dos son…? – Viendo esta reacción, yo le pregunté esto a ambos, cruzando mis brazos.
–Shhhhhh… no lo grites a los cuatro vientos, Victoria. Mi padre apenas si arregló nuestro matrimonio. – La princesa se acercó a mí, susurrándome esto al oído. Quería gritar de la impresión, pero debía respetar la petición de mi amiga.
–E-está bien…–
– Voy a volver a donde están mis padres, Fabiola. Necesito decirles que me quedaré un rato en el castillo, terminando la fiesta. Les dejare tener una plática de mujeres, por ahora. – Al terminar de decirnos esto, Saúl se inclina ante la princesa y se devuelve hacia la oficina.
–Nos vemos después, Saúl. – Al terminar de despedirse de Saúl, Fabiola y yo continuábamos nuestro camino al balcón. Aún estaba sorprendida por esa noticia. ¿Cómo es que alguien quien conozco desde niña pudo haber ocultado un secreto de esa magnitud?
– ¿Desde cuándo? – Entonces, volteé a ver a Fabiola, enterrando la mirada.
– ¿Mande? – La princesa me decía esto, volteando a verme rápidamente. Me urgía saber más sobre su matrimonio arreglado.
– ¿Desde cuándo Saúl y tú están… comprometidos? ¿¡Y cómo fue que aceptaste!? ¡Tú no pareces ser el tipo de persona que se inclinaría a una relación arreglada! – Le exclamaba esto a Fabiola, saltando de la incredibilidad.
–Fue hace tres días atrás. Mis padres y yo estábamos buscando alguien con quien pudiera esposarme. Conozco a Saúl por más tiempo del que tú lo conoces. Cuando descubrí que yo le gustaba, le pedí a mi padre que me arreglara un matrimonio con él. El dinero que su familia hace cada año por exportación de joyas es algo que no le caerá mal al reino; especialmente para reforzar los sistemas de seguridad, con todas las desapariciones que han pasado. – Al terminar la explicación de la princesa, yo me rascaba la cabeza, asimilando la información. Aún no me quedó claro algo… ¿Ella le pidió a Saúl que se casara con él o viceversa?
– ¿Cuándo fue que supiste que tú le gustabas? –
–Si te soy sincera, él me ha gustado desde hace mucho tiempo. Él fue la primera persona con la que fui, para decirle sobre mi matrimonio arreglado. Básicamente, yo le dije que él me gustaba. Debiste haber visto cómo reaccionó, cuando escuchó esto. Jmjmjmjm. Nos gastamos tres monedas de oro en incienso, para despertarlo. – Fabiola me decía esto, tapándose la boca un poco, devolviéndome una sonrisa. –Tengo que saberlo, Victoria… ¿te gusta alguien? – La pregunta que ella me hizo en ese momento me había dejado perpleja por un momento. Jamás había pensado en ello; y, para ese entonces, no me importaba. Yo tenía mi propia agenda aparte.
–Siendo honesta, no me gustan los chicos. Especialmente ahora que empecé a ir a esgrima. – Continuaba caminando hacia el balcón, ladeando la cabeza hacia la derecha.
– ¿En serio? Guau… eso sí que no lo sabía. Espero que encuentres a “ese especial”, aun así. – La princesa me respondía con esto, sonriéndome tiernamente. Yo simplemente le devolvía la sonrisa. Unos segundos después, ambas llegábamos al balcón del castillo, donde podíamos ver la pequeña ciudad alrededor. Se estaba nublando; en un rato más iba a nevar. Buen momento para no haber traído un abrigo.
–De haber sabido que iba a nevar, hubiera traído una taza de chocolate caliente y buñuelos, para nosotras dos. – La princesa me decía esto, observando caer copos de nieve.
–Podemos comer después, Fabiola. Hay algo que quieres decirme, ¿verdad? – Le cuestionaba esto a Fabiola, recargándome sobre uno de los muros del balcón.
– ¡Ohh, por supuesto! ¡Quiero invitarte a la Ceremonia de Ascensión! – La princesa exclamaba esto, tomando mis manos, sonriéndome cálidamente. ¿Ceremonia de ascensión? Eso sonaba interesante.
– De pura casualidad, ¿qué es una “ceremonia de ascensión”? – Entonces, lentamente la soltaba, con mis manos detrás de mi espalda.
–En un mes más, voy a ir al Templo del Aesir, en el norte del Glaciar de los Lirios. – La chica me respondía con esto, inclinándose hacia adelante un poco.
–Ya me diste curiosidad, mujer. Ahora dame contexto. – Le decía esto a Fabiola, cruzando mis brazos. Es difícil que Fabiola se concentre en un tema de conversación; cualquier cosa le distrae.
–La ceremonia de ascensión es un ritual con el cual una persona puede convertirse la vasija de un ángel antiguo; o sea, un dios o un arcángel. – Cuando la princesa me explicaba esto, yo levantaba la ceja derecha de la curiosidad. ¿A qué se refiere con “convertirse en una vasija”?
– ¿Una… vasija? Ahora me tienes interesada, Fabiola. Dime más, por favor. – Le decía esto a Fabiola, ladeando un poco la cabeza. No solía seguir a alguna deidad, pero lo que ella me había dicho sonaba poco ortodoxo.
–Dicen leyendas antiguas que, cuando las horas más oscuras de la humanidad hayan comenzado, los dioses bajarán de los cielos para ayudarnos a salir adelante. Se dice que los dioses bajarán en forma de distintas piedras preciosas, para otorgarle sus poderes a solo aquellos que consideren dignos de cargar su poder. Estas gemas son conocidas como exopiedras Y también se dice que ha habido héroes de leyenda que han usado el poder de esas gemas, para realizar logros inimaginables, como el salvar a una nación entera. – La princesa terminaba con su explicación, volteando a ver hacia el cielo, recargándose sobre el barandal del balcón. Aún había algunas cosas que no entendía del todo… ¿Cómo es que los dioses le dan esas valiosas gemas a una persona? ¿Las escogen al azar o qué?
–Guau… Eso sí que suena genial. Y ni siquiera sigo a alguna deidad, como el resto de mi familia. ¿Pero qué tiene que ver la Ceremonia de Ascensión con este relato? – Le preguntaba esto a Fabiola, acercándome hacia ella, sonriéndole un poco.
–La Ceremonia de Ascensión va a darse para ver si puedo volverme la vasija de un dios. – Fabiola me decía esto, volteando a verme con un rostro muy serio.
–De pura curiosidad, ¿qué te motivó a querer volverte una vasija, amiga? – Le pregunté esto a la muchacha, colocando mis brazos sobre mi cadera.
–Quiero ayudar con cuanto me sea posible a este reino. Tú más que nadie debería entender lo que significa ser una noble; poner el ejemplo al resto del reino y no solo sentarse todo el día en frente de un trono de ébano, esperando a que las cosas se arreglen por sí solas. ¿O me equivoco? – La mirada de Fabiola se volvía aún más seria, al mismo tiempo en que ella encogía sus hombros. –Estoy harta de escuchar las quejas de los aldeanos, diciendo a cada rato que la nobleza no sirve para nada. Y lo peor del caso es que ni siquiera puedo combatir esa falacia, porque otras familias nobles se quedan indiferentes, ante todo lo que les pasa alrededor. Todo el peso del karma cae en un justo, en lugar de un pecador…–
–Fabiola…– Me quedé sin palabras en ese momento. Jamás había visto a Fabiola tan seria, tan decidida en lo que quiere hacer de su vida.
–Este es el camino que yo escogí, y nada en este mundo puede cambiar mi opinión. – Fabiola me decía esto, agachando la cabeza.
–Tienes todo mi apoyo, Fabiola. Para eso son las amigas. – En eso, yo le tomé las manos y le sonreía cálidamente.
–Muchísimas gracias, Victoria. No sabes cuánto significa esto para mí. – Al decirme esto, la princesa suelta mis manos y me abraza fuertemente. Teniendo su rostro cerca del mío, pude escuchar unos leves sollozos.
–Jmjmjm… sois toda una dulzura, ¿lo sabias? – Le decía esto a la princesa, devolviendo el abrazo.
– ¿Vendrás conmigo a la ceremonia, Victoria? – Entonces, Fabiola retrocedía un poco y preguntó esto, sonriendo un poco.
–Cuenta conmigo, Fabiola. Prometo que estaré ahí. – Le respondía con esto a la princesa, devolviéndole la sonrisa.
–Muchísimas gracias, Victoria. Vamos a la sala del trono. La fiesta comenzará en unos minutos más. – La princesa decía esto, tomando mi mano derecha para irnos.
–Adelante, princesa. – Terminada la conversación, ambas nos retiramos del balcón, dirigiéndonos a la sala del trono. Aún teníamos algo de tiempo, antes que empezara el recital de piano de Fabiola, pero era mejor que nos apuráramos, para que ella se preparara. Las dos caminábamos por uno de los pasillos del tercer piso del castillo, hasta que de pronto nos topamos con ella… Una joven de 14 años, cabello largo negro azulado, ojos verde esmeralda, nariz pequeña y respingada, carnosos labios rojos, cual berenjena.
Estaba vistiendo un lujoso vestido de gala, color azul real, con encajes de zafiro y amatista, unos guanteletes azules, aretes y collar de zafiro. En un principio, esa figura femenina no parecía la gran cosa para mí… pero ese sentimiento cambiaría para siempre, en unos años más…
–D-disculpen…– La muchacha nos decía esto, agachando su cabeza un poco.
–Con permiso. – Yo le decía esto a ella, devolviendo el saludo.
–Oye, Victoria… ¿esa chica no te parece familiar? – En eso, la princesa se detuvo y volteó a verme, colocando sus manos en la cintura.
–Un poco… ¿Por qué preguntas? – Le dije esto a Fabiola, frotando mi barbilla.
–Por alguna razón… esa chica se parece a la archiduquesa Belinda… ¿Crees que ella pueda ser su hija? – Fabiola recalcaba esto, cruzando sus brazos.
–Ahmmmmm… ¿Cuál dijo que era su nombre? – La pregunté esto a la princesa, rascándome la cabeza. No han pasado siquiera unas horas y ya me olvidé de ese detalle.
–Por lo que alcancé a escuchar, creo que es Katalina. ¿Te parece bien si le preguntamos? – Ya habiendo escuchado esto, yo asenté con la cabeza rápidamente, aceptando su propuesta.
–Tenemos tiempo de sobra. Adelante. – Le decía esto a Fabiola, la cual me llevó a donde iba caminando aquella señorita. Poco me daba cuenta de lo mucho que cambiaría mi vida, después de ese momento…
–Disculpe, señorita…– Fabiola le dijo esto a la muchacha, la cual se da la media vuelta para vernos. Se podía ver algo de miedo en el rostro de ella; casi como el de una niña que buscaba su oso de peluche.
– ¿Qué-qué pasa? – La chica titubeaba estas palabras, colocando su mano derecha en el pecho.
–De pura casualidad, ¿es usted Katalina Montesco? – La princesa le preguntó esto a ella, haciendo una reverencia rápida.
–S-si lo soy. Soy la duquesa Katalina Montesco. – Al escuchar estas palabras de la joven, Fabiola y yo retrocedíamos un poco de la impresión. ¿Duquesa? La señora Belinda no nos dijo que su hija ya tenía título nobiliario.
– ¿Es usted una duquesa, señorita Montesco? – Le decía a la joven duquesa, permaneciendo en calma ante la noticia.
–Así es. Mi padre me otorgó el título nobiliario, antes de irnos de Ucilia. – Katalina nos decía esto, tratando de proyectar una sonrisa, pero en eso bajaba la miraba y se entristecía, colocando sus manos en el regazo.
– ¿Qué pasa, señorita Montesco? –
–Extraño Galecia; la capital de Ucilia… mi ciudad natal. No he estado ahí, desde hace casi dos años. Es todo. – La duquesa ladeaba la cabeza hacia la derecha, evitando vernos a los ojos, pero lograba ver una pequeña lágrima recorrer su rostro.
–Vuestro padre ya nos había hablado sobre ello, señorita Montesco. Si hay una manera en la que podamos animarle, solo díganoslo. – La princesa le decía esto a la joven duquesa, colocando sus manos en la espalda, devolviéndole una sonrisa, para animarla.
– ¿Ha-hablan en serio? Gr-gracias por su consideración, ahmmmm…– La joven duquesa se quedó callada por un momento, agachando la mirada.
–Soy la princesa Fabiola. Un placer conocerle. – Cuando la princesa le dijo esto a Katalina, ella retrocedía rápidamente de la impresión.
– ¿¡Usted es la princesa Leonhardt!? ¡La-lamento mi falta de modales, su alteza! – La duquesa exclamaba esto, inclinándose rápidamente.
–No es necesario ser tan cordial, su excelencia Katalina. Si su padre hubiera sido el heredero al trono de Ucilia, usted sería una princesa también. – Fabiola le respondió así a Katalina, sonriéndole algo nerviosa.
–Un noble debe de ser educado todo el tiempo… o es lo que mi madre me ha dicho. – La duquesa nos decía esto, jugando con las yemas de sus dedos.
– ¿A qué se dedica, señorita Katalina? A parte de ser una noble, claro está. – La princesa preguntó esto, cruzando sus brazos.
–Estoy yendo a la escuela de magia de Pralvea. Investigo un tipo de magia muy raro en el mundo. – La chica nos decía esto, sonriéndome ampliamente, inclinando su cuerpo hacia adelante.
– ¿De qué se trata, su excelencia? – Fabiola le preguntaba esto a la señorita Montesco, cruzando sus brazos. Yo solo me quedé callada, escuchando su conversación. Aún no sabía de qué hablar con ella.
–Magia Cósmica. Por lo que he estudiado, este tipo de magia es muy elusivo, y solo puede ser usado por personas con un alto nivel de fuerza física. – Al escuchar la explicación de Katalina, la princesa se rascaba la nuca, agachando la mirada.
–Hmmmmm… hay algo que aún no puedo entender. ¿Cómo funcionan los hechizos? ¿Solo… funcionan? – Al terminar esta pregunta, se pudo ver un rostro de molestia en el rostro de la duquesa, la cual golpea el suelo con su tacón derecho.
– ¡La magia no funciona, solo porque sí! – Al ver esta reacción, Fabiola y yo nos quedamos mudas por un momento. Al ver lo que había hecho, Katalina se tranquilizó un poco, agachando la mirada. – Perdón… me molesta cuando la gente dice cosas así sobre la magia. –
–A mí sí me interesa saber más sobre cómo funciona la magia. Si quieres, podéis decírmelo a mí. – Sin darme cuenta de ello, yo le dije esto a la duquesa, acercándome a ella un poco.
– ¿¡Habla en serio!? ¡Genial! Muchísimas gracias, señorita… ahmmmm…– Al escuchar esto, Katalina saltaba de felicidad, pero después se cubrió la boca, viendo que no sabía mi nombre.
–Hosenfeld. Victoria Hosenfeld. Un placer conocerla. – Le decía a Katalina, sonriéndole un poco, haciendo una reverencia.
–Ando algo corta de tiempo, pero ya que. Siéntase cómoda en hablarnos más sobre magia. – Fabiola le dijo esto a la duquesa, sonriéndole también.
–Ahmmmm… ¿no les molesta estar paradas? De preferencia vayamos a un lugar donde podamos descansar las piernas. Voy a demorarme algo, diciendo lo que sé de magia. – La joven entonces nos decía esto, sonriendo nerviosamente.
–Vayamos al jardín. No es la mejor locación del mundo, pero al menos tendremos una bella vista al estanque. – Cuando la princesa nos dijo esto, Katalina y yo asentamos con la cabeza, sonriéndole de vuelta.
–Adelante, Fabiola. – Ya habiendo dicho esto, Fabiola nos encaminaba al jardín del castillo, donde íbamos a continuar la conversación.
–Vamos por aquí. Estos pasillos parecen estar más despejados. – La princesa nos dio esta indicación, encaminándonos por un camino que estaba más desolado. Lo que menos necesitábamos eran otros invitados interceptándonos. Un minuto después, nosotras tres llegábamos al jardín de la familia real. La nieve cubría algunas de las rosas, lirios y orquídeas que estaban en éste; había algo de escarcha cristalina en el estanque del jardín. Se podía sentir una calma inmensa en el ambiente, a comparación del murmullo de adentro.
–Que hermoso…– La duquesa decía esto, lentamente adentrándose en el jardín. La nieve que cubría el suelo no parecía muy sólida; debí de tener cuidado con la joven duquesa, para que no diera un movimiento en falso.
–Permítame, su excelencia. – Entonces, yo tomé de la mano a Katalina, ayudándole a caminar entre la nieve.
–Ohmmmmm… gracias, señorita Hosenfeld. – Al ver esto, la duquesa se sonrojaba un poco, moviéndose lentamente entre la nieve. Nosotras tres llegamos a una sección del jardín donde crecían lirios, donde nos sentamos para hablar.
–Muy bien, su excelencia Montesco… explíquenos un poco mejor en cómo es que funciona la magia. – Fabiola le dijo esto a Katalina, colocando sus manos sobre su regazo.
–Bueno… deja ver aquí… La magia es el arte y la ciencia que se encarga de manipular el mundo que nos rodea, usando la fuerza de voluntad. El principio inicial de la magia es el de influenciar la conciencia del mundo alrededor, usando la propia conciencia del individuo. Para hacer esto, se necesita primero entender sobre el éter. El Éter es la materia prima del Universo, todo es construido de Éter y así mismo todo vuelve a ser Éter, su manifestación está plasmada en absolutamente todo. Aprender a usar magia requiere usar el éter del alma de una persona, para conectar espiritualmente con el mundo que le rodea. Se necesita mucho conocimiento del funcionamiento del mundo, así como un arduo entrenamiento físico y espiritual, para conectar espiritualmente con la conciencia del mundo a nuestro alrededor, debido a que se gasta mucho éter durante el enlace. También se pueden usar catalizadores mágicos, para disminuir la cantidad de éter necesario para usar magia y el desgaste físico que conlleva usar magia. Los catalizadores pueden variar mucho; desde simples runas, bastones, conjuros escritos en grimorios, inclusive se pueden usar armas encantadas para ello. – La duquesa nos explicaba esto, mientras Fabiola y yo le observábamos fijamente. Si bien lo que ella dijo suena confuso al principio, es algo que me iba a servir en el futuro.
– ¿Y cuánto tiempo has estudiado magia, señorita Montesco? Por su manera de hablar, yo diría que al menos toda su vida. – Fabiola le cuestionaba esto a la duquesa, frotando su barbilla.
–He estudiado magia desde que tenía nueve años. He aprendido a hacer algunas cuantas cosas, como esto…– En eso, Katalina extendió su brazo izquierdo hacia donde el estanque, jalando un poco de agua hacia donde estábamos nosotras.
–Guau…– Fabiola y yo nos quedábamos contemplando esa demostración mágica de la duquesa, la cual voltea a sonreírnos tiernamente.
–Aun no termino la demostración, chicas. – Entonces, la chica rápidamente movía aquella burbuja de agua por el aire, dándole distintas formas, hasta que de pronto ésta se congelaba de golpe, al momento en que Katalina chasqueaba sus dedos.
– ¡Eso fue genial, señorita Montesco! ¿¡Puede enseñarme a hacer eso!? – La princesa exclamaba esto, levantándose del suelo de golpe, caminando hacia la duquesa.
–Puedo hacerlo. Pero no hay garantía en que pueda aprender a replicar lo que yo hice. El tipo de afinación mágica que una persona puede tener varía dependiendo de la personalidad de la persona. Puedo enseñarle el hechizo, más aun así éste puede tener una resolución distinta. – Al terminar la explicación de Katalina, Fabiola agachaba la cara un poco, sentándose de vuelta.
–Ohhh… está bien. –
–Su alteza…– Las tres logramos escuchar la voz de un hombre aproximarse al jardín, por lo que nosotras nos levantamos del suelo, para obtener visión de aquel sujeto. –Señorita Fabiola, su padre necesita verla ahora mismo. Es sobre el recital. – Uno de los sirvientes del castillo había llegado al jardín, diciéndole esto a la princesa.
–Iré a prepararme, chicas. Las espero en la sala principal. – Antes de irse, Fabiola nos decía esto, guiñándonos el ojo derecho, sonriéndonos. La duquesa Katalina y yo nos habíamos quedado en el jardín.
–No es por ser grosera o algo por el estilo, pero usted pareció muy distanciada durante la conversación con la princesa, señorita Hosenfeld. ¿No le molestaría hablarme de usted? Si no lo desea, lo entenderé. – La duquesa me decía esto, subiendo la mirada para verme.
–Entreno en esgrima. Es todo, por ahora. – Le decía esto a Katalina, cruzando mis brazos.
– ¿Nada más? ¿No tiene algo en lo que quiere dedicarse en específico?– La damisela me preguntaba esto, ladeando su cabeza hacia la izquierda, mirándome de manera algo interesada.
–… Aún no, señorita Montesco. Pero me encantaría poder encontrar mi camino de vida. – En eso, volteé a verla y le sonreía.
–Jejeje… Me alegra escuchar eso de su parte, señorita Hosenfeld. Encontrar el camino de vida de una persona no siempre es tan fácil como parece. – La duquesa me decía esto, devolviéndome la sonrisa, pero la suya era más delicada, a comparación de la mía. – También es muy difícil encontrar alguien quien se muestre interesado en lo que te gusta y que te apoye en ello…– Entonces, Katalina ladeaba la cabeza, agachando la mirada un poco.
– ¿Que sucede, señorita Montesco? – Yo le pregunté esto a ella, volteando a verle un poco preocupada.
–Mis padres me insisten en que me dedique a la alquimia, como el resto de la familia. Eso es lo que pasa. A veces me siento muy sola por ello. – Entonces, la duquesa apretaba mi mano un poco, viéndose más triste.
–Señorita Montesco… ¿de pura casualidad, usted tiene amigos? – Le pregunté esto a Katalina, mirándole algo preocupada por ese comentario.
–…No. Siendo sincera, no… – Entonces, una lágrima se veía recorrer el rostro de la joven duquesa. Sin darme cuenta, yo le secaba la cara con mi mano derecha. No podía quedarme ahí, solo viéndola llorar –Señorita Hosenfeld... –
–Por favor, no llore, su excelencia. – Al presenciar esto, la duquesa trataba de devolver una sonrisa, pero su rostro aún se estremecía de melancolía.
–Está bien, señorita Hosenfeld. –
–Vayamos a la sala principal, señorita Montesco. – Le dije esto a la duquesa, tomándola de la mano nuevamente, para ayudarla a salir de la nieve.
–Muchísimas gracias, señorita Hosenfeld. Me alegra mucho que hayan aceptado mi compañía. – Entonces, Katalina me respondió con esto, sonriéndome y sonrojándose un poco. Ya saliendo del jardín, nosotras dos nos dirigimos a la sala principal, evadiendo contacto visual con otra gente. Ambas habíamos entrado al salón principal, donde estaban los demás invitados; Fabiola estaba en medio de la sala, sentándose al lado del piano que estaba ahí.
–Queridos invitados… como vuestra princesa, estoy muy agradecida por vuestra presencia en mi fiesta de cumpleaños. Como muestra de gratitud, esta noche tocaré una pieza musical de piano para ustedes. – Al terminar de decir esto, la joven princesa se sentó en frente del piano, empezando a tocar. Al escuchar esta melodía, los demás invitados tomaron a una pareja y empezaron a bailar vals. Si les soy sincera, ahí me sentí un poco incomoda viendo a cada pareja de novios o casados bailar románticamente, y yo igual de sola que… la duquesa Katalina.
–Señorita Montesco… ¿le gustaría acompañarme durante esta pieza? Sé que suena extraño, viniendo esto de otra mujer, pero no creo que a alguien le importe. – Le dije esto a la duquesa, tomándole de la mano, sonrojándome un poco.
–E- está bien, señorita Hosenfeld. Es un lindo detalle, para alguien quien apenas conocí hoy. – Entonces, Katalina me sonreía de vuelta, en lo que ambas íbamos al centro de la sala para bailar. Si bien no sabía mucho sobre bailar vals, pero sé bien que la esgrima, o las artes marciales en general, son algo así como un baile violento. Obviamente no iba a llegar a esos extremos, pero si podía replicar los mismos movimientos de esgrima que hago al entrenar, bien me podría ayudar. Sin darme cuenta, le tomaba de la cintura a la duquesa, lentamente moviendo nuestros pies en sincronía a la música; ella se sonrojó más ante este movimiento. Podía sentir una inmensa tranquilidad, al mismo tiempo que nuestros cuerpos se movían cada vez más en unisón. Era como si nosotras dos hubiéramos entrado en una pequeña dimensión ajena del resto del mundo. La pieza musical aceleraba su ritmo, por lo cual nos movíamos más rápido, llamando la atención del resto de los invitados, quienes estaban impresionados ante la imagen de dos mujeres bailando vals. Lo que era visto como un amor prohibido se presenciaba en la pista de baile. Pero eso no me importaba; estaba disfrutando demasiado ese bello momento con la duquesa, como para distraerme con ello. Solo deseaba que ese baile pudiera durar mucho más. Estando tan cerca, podía oler el aroma de su perfume; una exquisita combinación de moras silvestres… mis favoritas, después del aroma de chocolate. Nuestros cuerpos podían sentirse cada vez más y más cálidos por el ritmo de la música. Por primera vez en mi vida, me sentía viva… me sentía completa. Al terminar la pieza musical, extiendo a Katalina delante de mí, teniendo mi rostro muy cerca del suyo. Algo dentro de mí deseó besarla, pero la ilusión se quebró rápidamente cuando la gente en la sala aplaudía por la actuación musical de la princesa… y si de pura suerte, la danza entre la duquesa y mi persona.
–Eso… eso fue divertido, señorita Mon- Katalina. ¿No-no te molesta si te llamo Katalina, verdad? – Le decía esto a la joven duquesa, soltándola rápidamente, sonrojándome muy fuerte.
–Pue-puede llamarme Katalina si lo desea, señorita Hosenfeld. O mejor dicho, Victoria. Y yo también me divertí mucho. No me esperaba a que usted supiera bailar tan bien. – La duquesa me dijo esto, colocando sus manos en el regazo, sonriéndome tiernamente. –Sois tan amable conmigo, para apenas conocerme. ¿Por qué lo hace? – Cuando Katalina terminó de preguntar esto, yo ladeé la cabeza un poco, sin saber cómo responderle.
–Siendo honesta, usted y yo no somos muy diferentes, Katalina. Puedo decir por el perfume que usa que a usted también le gustan las moras salvajes. ¿Verdad? – Le comentaba esto a la duquesa, sonriéndole un poco como cortesía.
–Ohhhh… Jejeje… Me sorprende que usted se haya dado cuenta de ello, Victoria. Y puedo ver que a usted le gustan los lirios, ¿verdad? – Katalina me recalcaba esto, sonrojándose un poco.
–Ohhhh…Jeje… Sí. Me gustan los lirios. Aunque suelo darme mi tiempo para coleccionar más perfumes de otras flores. – Le dije esto a ella, sonrojándome aún más. Era lindo conocer a alguien quien compartiera mi gusto por coleccionar perfumes.
– ¿Victoria? ¿Quién es la señorita con la que andas? – Mi madre me decía esto, haciéndome una seña con la mano derecha, caminando hacia donde estábamos nosotras.
– Disculpe, ¿quién es usted? – La joven duquesa volteaba con dirección a donde venía mi madre, devolviendo el saludo.
– Soy la condesa Adelaida Redmont Hosenfeld, madre de esta linda muchachita aquí presente. Y Vaya, Victoria~… ¿quién es tu linda acompañante? – Mi madre me decía esto, acariciándome la cabeza con su mano derecha, sonriéndonos a ambas. Mi padre llegaba un poco después de ella.
–Mi nombre es Katalina Montesco, de la familia Montesco. Es un placer conocerles. – La joven duquesa les decía esto a mis padres, haciendo una reverencia a los dos.
– ¡Con que usted es la joven Duquesa Montesco! Habíamos platicado con vuestros padres, hace unos minutos atrás. Soy el conde Homero Hosenfeld. – Mi padre le decía esto a Katalina, inclinándose hacia adelante, sonriendo algo impresionado, por las palabras de mi acompañante.
– ¿¡Habla en serio!? De ser así, ¿saben dónde se encuentran? Se me hace raro no verlos por aquí. –
–Ellos se quedaron en la oficina del rey Fernando, discutiendo acerca de incrementar la seguridad en la frontera sur. –
–Sí… claro… debí imaginarlo. –
– ¿Victoria? ¿Katalina? –
– ¿Su alteza? ¿Qué se le ofrece? –
–Condes Hosenfeld… ¿me permiten hablar con Victoria y la duquesa Montesco, a solas? –
–Con gusto, su alteza. Os avisaremos cuando tengamos que irnos. –
– ¡Muchísimas gracias, condes Hosenfeld! –Entonces, Fabiola tomaba a Katalina y a mí de la mano, llevándonos por las escaleras.
– ¡Volvemos en un rato, mamá! – Terminado de decir esto a mis padres, me fui corriendo por las escaleras.
– ¿A dónde nos lleva, princesa Fabiola? – La duquesa cuestionaba esto, tratando de seguir nuestro ritmo a cómo podía; casi tropezándose por lo rápido que Fabiola estaba llevando y por el hecho que estaba usando tacones en esa ocasión.
– A mi cuarto. ¿A dónde más? –
–Bueno… la verdad es que no sé si me sienta cómoda entrando a su recamara. –
–Anímese, señorita Katalina. ¿Qué acaso no disfruta nuestra compañía? –
– ¡Por supuesto que sí! No pensé que me divertiría tanto esta noche, cuando llegué aquí con mis padres. Pero ustedes han sido tan amables conmigo…– Al terminar de decirnos esto, los ojos de la joven duquesa se pudieron ver algo cristalinos. Unos segundos después, nosotras tres llegábamos a la puerta de acceso a la habitación de Fabiola, la cual estaba siendo protegida por un guardia.
–Con permiso. – La princesa le daba la orden al guardia de moverse, el cual daba una reverencia como respuesta.
–En seguida, su alteza. – El guardia se movía de la puerta, dejándonos entrar a las tres a la habitación. Ya adentro, Katalina y yo lográbamos contemplar el interior de la recamara de Fabiola; el interior estaba decorado con cortinas de color azul, lámparas en las paredes y candelabros de oro en las repisas a cada lado de la cama, la cual estaba siendo cubierta por una sabana azul, con encajes dorados, así como un par de sillones azules. Se podía ver una colección de perfumes en el estante al sur del cuarto, así como una colección de animales de peluche, los cuales Fabiola coleccionaba.
– ¡Que habitación tan bonita, su alteza! Debió haber costado mucho la decoración. – Katalina le dijo esto a Fabiola, caminando lentamente al estante donde estaban los perfumes.
–Fue un regalo de cumpleaños de mi madre. Ella tuvo que salir a un asunto urgente, en la ciudad republica de Astrid, al oeste de Kartina. – Fabiola le explicaba esto a Katalina, sentándose en uno de los sillones del cuarto, tomando una bandeja plateada, la cual llevaba dos teteras y unos buñuelos.
–Eso explica por qué está ausente. ¿No te dijo a qué iba? – Le pregunté esto a Fabiola, sentándome a un lado de ella, en lo que servía un poco de chocolate caliente.
–Fue a atender unos tratados de comercio. Con la nueva ruta que se abrió en el oeste, por lo que mi madre debe de firmar algunos contractos. Astrid aún se está recuperando de la última guerra que tuvo contra el reino de Astea. – La joven princesa nos explicaba esto, mientras se servía un poco de chocolate; Katalina pasaba a tomar un zorro blanco de peluche, para luego abrazarlo.
– ¡Que adorable! ¿Dónde lo conseguiste, Fabiola? – La duquesa le preguntaba esto a Fabiola, apretando más fuerte el juguete.
–Lo compré en un bazar en el Glaciar de Lirios. Me alegra que te haya gustado, Kat. – Fabiola le decía esto, sonriéndole alegremente a Katalina, la cual voltea a verle extrañada.
– ¿Kat? ¿De dónde viene eso, señorita Fabiola? – La duquesa bajaba el peluche a la cama, preguntándole esto a Fabiola.
–Sí. Una manera corta para decir tu nombre. Como “Fabio” para Fabiola o “Vic” para Victoria. –
–Ahmmmmm… No suena tan mal. –
–Me gusta tu atuendo, señorita Katalina. Ese azul le queda muy bien. Especialmente ese sombreado azul. –
–Muchas gracias, princesa Fabiola. Estuve toda la tarde buscando un vestido que combinara con el maquillaje y el tono de piel. Ese rubor naranja con sombras rosas y labial rojo le van bien con el vestido, si le soy sincera. –
–Muchas gracias por el cumplido, señorita Katalina. A veces me encantaría poder hablar sobre consejos de belleza, con alguien a quien le importe; a parte de mi madre, claro está. –
– ¿A qué se refiere con eso, seño-Fabiola? –
–A Victoria le importa poco eso. He tratado por estos últimos años en convencerla de usar una falda, por lo menos durante un día, pero nada. – Al escuchar este comentario de Fabiola, yo le miraba un poco molesta.
– ¿Yo? ¿Usando falda? Ya quisieras…– Le respondía esto a Fabiola, mordiendo fuertemente mi buñuelo.
– ¿Qué les parece si nos probamos mis perfumes? – La princesa entonces preguntaba esto, dejando su buñuelo y su taza de chocolate en la bandeja, caminando hacia la repisa donde estaban los perfumes.
– ¡Por supuesto! – Entonces, la duquesa y yo dijimos esto en sincronía, levantándonos del sillón al mismo tiempo. Al notar eso, ella y yo nos observábamos mutuamente, para luego reír un poco.
–Jijiji. Bien… ¡comencemos, entonces! – Terminado de exclamar esto, la princesa abría la repisa y tomaba unas cuantas botellas para probarlas junto con nosotras.
14 de Enero de 884. 12:00 A.M.
Katalina, Fabiola y yo nos habíamos pasado la noche hablando en la habitación de la princesa. Al final de la noche, ambas nos encontrábamos riendo de nuestras conversaciones, nuestros chistes y nuestros puntos de vista. Había pasado demasiado tiempo desde que no me divertía así con alguien. Jamás pensé que la compañía de Katalina iba a ser tan grata… Y también lo muy diferente que mi vida hubiera sido, de nunca haberla conocido…
– ¡Jajajajaja! Por los dioses… Jamás me había divertido así en mi vida. Ustedes dos son lo máximo. – Fabiola nos decía esto, acostada en su cama, rodando de la risa.
– Jejejejeje… Lo mismo digo yo, Fabiola. –
–Jmjmjm. Me encantaría poder conocerlas más, muchachas. ¿Qué les parece si nos reunimos la siguiente semana? – La duquesa nos decía esto, levantándose de su sillón, sacudiéndose el regazo.
– ¡Por supuesto! Os llevaré a la Laguna de Arces, a unos kilómetros de aquí. Que ando de humor para zambullirme en el agua. – Fabiola nos decía esto, levantándose de la cama velozmente. En eso, alguien tocaba la puerta de la habitación.
– Su alteza... los condes Hosenfeld están buscando a la señorita Victoria. – Uno de los guardias nos decía esto, por lo que las tres volteamos a vernos.
–Bueno… ya me tengo que ir, chicas. Las veré después. – Le decía a Katalina, sonriéndoles energéticamente.
–Pueden ir a visitarme, siempre que lo deseen, chicas. Les avisaré a mis guardias sobre ustedes, cuando llegue a mi casa. – La joven duquesa me decía esto, sonriéndome tiernamente, ayudándome a levantarme del sillón.
–Cuenta con ello, Kat. – La princesa le decía esto a la duquesa, abrazando a nosotras dos.
–Nos veremos otra vez, señorita Katalina. – Al terminar de decir eso, yo le devolvía el abrazo a las dos chicas.
– ¡Recuerda esto, Victoria! Nuestros caminos son distintos, pero la fuerza de nuestra alma es lo que nos reunirá en el mismo lugar. – Terminada de decir esta frase, la duquesa se despide con una cálida sonrisa en el rostro, mientras yo me despedía de ambas muchachas. Un rato después, mis padres y yo subimos a nuestra carroza y salimos de ese lugar.
–Dime, hija mía… ¿te divertiste esta noche? – Mi padre me decía esto, mientras se recargaba en sus piernas y me observaba detenidamente.
–Como nunca en mi vida, papá. Jamás olvidaré esta noche. – Le decía a mi padre, observando el panorama nocturno de esa noche nevada.
–Me alegra que hayas conocido a alguien quien te cayera bien, Victoria. – Mi madre me decía esto, sonriendo gentilmente, acariciándome la cabeza.
–Y mi corazón reboza de felicidad por la idea de poder volver a verla otra vez, puesto que la fuerza de nuestra alma nos llevará al mismo lugar. – Le decía a mi madre, sonriendo emocionadamente, esperando con ahínco poder visitar a Katalina… la persona a la cual le entregaría mi vida. Aquella persona cuyo camino la llevaría al mismo lugar que al que yo voy.
Disfrútenlo.
Capítulo 2: Bienvenidos a la ciudad de Pralvea. El lugar donde las almas se enlazan.
7:30 P.M.
Ha pasado una semana desde que mi familia fue invitada a la fiesta organizada por el emperador. No pude ir a las carreras de caballos, porque mi padre me pidió ayuda en vigilar la frontera con Ucilia. Ya no sé con qué rostro voy a mostrarme a Geraldo, la próxima vez que lo vea. Era el día de la fiesta. Me había arreglado con un traje militar de gala rojo carmesí, camisa blanca, corbata rosa, unas botas de cuero y elegantes guantes blancos. Mi madre estaba vistiendo un vestido de gala color azul oscuro, con encajes dorados, zapatillas y guantes azules. Mi padre vestía en un traje de gala blanco, con camisa negra, corbata blanca, guantes y zapatos negros.
–Jejejeje. Te ves divina con esa vestimenta militar, Victoria. No pensaba que la ropa de tu papá te quedara muy bien. – Mi mamá me decía esto, jalándome las mejillas con sus manos, sonriendo tiernamente. Pero ese gesto de cariño me molestaba.
–No soy una niña, mamá. Deja de jalarme las mejillas. – Le decía a mi madre, mientras retrocedía un poco y me quitaba sus manos de mi rostro, de manera un poco agresiva.
–Bueno, mis bellas damas, es hora de irnos a la fiesta. El carruaje está esperando por nosotros. – Mi padre nos decía esto, señalando con su pulgar derecho la salida de la casa, sonriéndonos alegremente. Mi madre se iba adelantando a la salida; no tenía el más mínimo deseo de ir a esa fiesta, pero ya me había comprometido a ir, así que no era el momento para quejarme. Sin nada que decir, caminé hasta la salida de la mansión. Ya habiendo subido al carruaje, el conductor le da la señal a los sementales blancos, para empezar la larga cabalgada, hasta el castillo del emperador de Kartina, donde se celebraría la fiesta.
–Madre, Padre… Hay algo que quería hablar con ustedes…– Le dije esto a mis padres, ladeando la cabeza hacia la izquierda, con las manos en mi regazo.
– ¿Te sientes bien, hija? Te he visto desconectada del mundo, últimamente. – Mientras yo estaba recargada en la ventana de ese carruaje de ébano, con refuerzos de oro y ruedas de mármol, mirando cómo es que la noche caía lentamente sobre nosotros, mi mamá apoyaba su mano derecha sobre mi hombro izquierdo, mirándome preocupada.
– ¿Cómo se sintieron ustedes cuando les fue dado el título de condes? – Al terminar de preguntar esto, yo volteo a verles, jugando con las yemas de mis pulgares.
– ¿Ehhhhh? ¿A qué viene esa pregunta, pequeña? – Mi padre cuestionaba esto, mientras que ambos bajaban la mirada, hacia donde yo estaba, observándome escépticamente.
– ¿Alguna vez se han sentido que han perdido mucho tiempo sin saber que van a hacer con sus vidas? – Terminada la pregunta, mis padres se quedando mirándose entre sí y mi madre luego dijo:
–…La verdad es que yo jamás me he sentido así, Victoria. Yo quise dedicarme a estudiar medicina, pero cuando me casé con tu padre y me dieron el título de condesa, puse en práctica mis conocimientos para volverme medico de campo. No me pidas luchar, pero si puedo ayudar desde las trincheras. – Mi madre explicaba esto, devolviéndome una sonrisa nerviosa, con sus manos en el regazo.
–Mi padre, o sea, tu abuelo Julius Hosenfeld, solicitó un título para mí, cuando tenía 15 años. Debo admitir que me sentí nervioso cuando él hizo eso. Pensé que jamás estaría a la altura que nuestros antepasados establecieron. Pero luego entendí que uno debe sobresalir por aquello en lo que es habilidoso y no en todo. No soy el mejor espadachín de la familia, pero sí que se planear estrategias de combate. Ahora… ¿a qué viene la pregunta, cariño? – Al terminar su explicación, mi padre acercaba su rostro a mí sonriéndome un poco. Tomando un poco de aire, yo decía lo siguiente:
–Si les dijera que quiero volverme una guerrera… ¿me lo permitirán? –
–Dime, ¿al menos ya tienes clara tu razón para pelear? – Mi padre me preguntaba, mirándome con la ceja derecha levantada, cruzándose de brazos.
–N-no… Si te soy sincera, aun no sé por qué razón quiero dedicarme al combate, papá… Solo quería dedicarme a ello, porque es por lo que soy más conocida. No saben lo horrible que se siente el darse cuenta lo inconsecuente que ha sido mi vida; lo poco que he contribuido en el mundo. – Le decía a mi padre, agachando la mirada, algo entristecida por esa realización.
–Muy bien… de ser así, te daré unas lecciones de historia, para que aprendas un poco. – En eso, mi mamá y yo nos dedicamos a escuchar las palabras de mi papá, el cual se acomodaba la solapa con su diestra mano. –Los samuráis son una clase guerrera del país de Sensha; país el cual está ubicado en el continente de Erhtía, la cual se dedica a proteger a su respectivo señor feudal, de cualquier daño que pueda pasarle. Su dedicación a su trabajo, así como su lealtad a su señor feudal y a su código ético, llamado Bushido, los vuelve excepcionalmente formidables y superiores al resto de las clases guerreras de ese país. Y si por alguna razón fracasaban en cumplir su misión o terminaban dando la espalda al Bushido, recurrían a un ritual suicida llamado seppuku, con el cual recobraban su honor. –
–Entonces… los samuráis son equivalente a los paladines, ¿verdad? – Cuando mi padre terminó de decirme eso, pedí la palabra para aclarar mis dudas, levantando la mano derecha, ladeando mi cabeza hacia la izquierda.
–Algo así. Pero a lo que voy es a esto, niña… Si vas a dedicar tu vida al combate, como mínimo debes de tener un código de honor al cual adecuarte y una razón por la cual luchar. ¡No puedes andar por la vida, peleando por ninguna razón! Esta actitud va a terminar destruyéndote tarde o temprano. – Las palabras de mi padre me habían dejado atónita; en ese entonces, jamás había pensado en ello. Jamás me había puesto a pensar porque razón quería pelear. Solo entrenaba porque eso me hacía sentir bien.
–Bue-bueno… la verdad es que jamás había pensado eso. Además de que no sé porque quiero luchar…– Le decía a mi padre, mientras bajaba la cabeza y colocaba mis manos en mi regazo.
–Ahí está el problema, niña. Pero no te preocupes. Si en verdad tanto deseas volverte un espadachín, tarde o temprano vas a encontrar tu razón para luchar. – En eso, mi papá me acariciaba la cabeza con su diestra, riéndose a carcajadas. Mi mamá le acompañaba con una risa delicada y yo le sonreía. Era la primera vez que me sentía feliz por el hecho de platicar con ellos. Pero aún me faltaba algo; esa razón por la cual quería pelear; y esa razón la iba a conocer esa misma noche…
La ciudad de Pralvea era y aún es enorme. La arquitectura entera, desde las calles y avenidas de la ciudad, hasta los más altos edificios del reino estaba hechos de roca sólida, adornados con pilares, esculturas e inscripciones de distintos tipos. Un aspecto muy poco colorido; abundaba mucho el gris y el café. Como era de noche, todo estaba muy desolado; sólo se veían a algunas prostitutas vagar por las calles, así como gente que solía trabajar en turnos nocturnos y otros que iban a bares u otros lugares así. Eso sí… había mucha iluminación, por donde quiera se miraba. Una persona podría quedarse ciega durante la noche, de tanta luz que emanaban las lámparas de aceite que colgaban de los postes de la calle y de las casas.
Nuestro carruaje continuaba avanzando por la avenida principal, hasta que finamente llegamos al castillo de la familia real. Si el tamaño de la ciudad era colosal, el castillo tampoco se quedaba atrás; el castillo. Había edificaciones que servían como cuartos de huéspedes, donde se hospedarían las personas que quisieran pasar la noche en el castillo o que también servían como albergue en caso de que pasase una catástrofe. Otros edificios servían como almacenes y tiendas, donde se podrían reabastecer los damnificados o los invitados. Y al oeste de la ciudad interna, pintado de un color más rojizo que el resto de la ciudad, se podía apreciar el monumental castillo de la familia imperial. No había una edificación que identificara al entero reino de Kartina como esta majestuosa obra de arte; solo la torre más alta medía cien metros. La estructura principal del castillo tenía incrustaciones de piedras preciosas, las cuales resplandecían durante la noche, cuando la iluminación nocturna se alzaba. Aproximadamente unas cien habitaciones en total, las cuales consistían, en su mayoría, en más habitaciones para huéspedes. Una pequeña laguna en el extenso jardín del castillo, cual cristalina como el hielo. Protegido por un millar de soldados, los cuales no se iban a mover de su lugar, sin importar lo que pasase, así como atalayas, en las cuales, se encontraban centinelas, los cuales custodiaban en castillo, como un halcón.
–Muy bien, chicas, hemos llegado. – Mi padre nos decía esto, a mi mamá y a mí, en lo que los tres observábamos el castillo y nos dirigíamos hacia la entrada, donde uno de los sirvientes nos diría donde estacionar nuestro carruaje.
–Su majestad, el rey Fernando, se siente honrado con su presencia, señor Homero. Esperamos que disfruten la fiesta de cumpleaños de la princesa Fabiola. – El sirviente le decía a mi padre y al conductor del carruaje, indicando la dirección en la cual íbamos a estacionarnos. Logramos estacionarnos cerca de la entrada.
Ya habiendo entrado a las instalaciones principales, nos topábamos con el hermoso panorama de ese lugar y de esa noche. Una enorme sala principal, decorada con estatuas de ángeles hechas de mármol, candelabros de oro, vasijas y vitrales hechos del más fino vidrio que se pudiera encontrar en el reino. Y en el centro de todo eso, una fuente grande, con la figura de la diosa Afrodita y con zafiros incrustados en ésta. La sala estaba repleta de gente importante, la cual había sido invitada a la fiesta; desde otros miembros de la realeza y la nobleza, hasta figuras populares, como músicos, científicos, miembros de la guardia imperial, etcétera. No podía esperar a toparme con la princesa; y estaba segura que ella estaba ansiosa de verme, también.
–Vayamos a la oficina de Fernando, muchachas. – Cuando mi padre nos dijo esto, mi madre y yo asentamos con la cabeza y nos dirigimos a la oficina del rey Fernando, subiendo por las escaleras. El tamaño de la multitud me estaba sofocando, pero debía permanecer en calma. En serio no estaba de humor para hacer una escena.
– ¿Señorita Hosenfeld? – Una voz familiar se logró escuchar detrás de mí, por lo que yo volteé hacia atrás. Era el joven Saúl, ni más ni menos.
–Menuda sorpresa de verte por aquí, Saúl. – Al decirle esto al joven marqués, yo le devolvía una sonrisa socarrona, en lo que mis padres voltearon a verle.
–Joven Giesler… me alegra verle por aquí. ¿Dónde andan sus padres? – Mi madre decía esto, asentando su cuerpo un poco, sonriéndole.
–Van a estar aquí en unos minutos. – Saúl le respondía a mi madre, devolviendo la reverencia. – Me sorprende que Victoria haya venido a la fiesta. –
–En principio, iba a venir aquí de muy mala gana. Pero después de unos días, me acordé que hoy era el cumpleaños de Fabiola. –
–Je. Me encantaría ver el rostro de la princesa, si se llegara a enterar que te olvidaste su cumpleaños. – El muchacho me decía esto, acomodándose la solapa. No quería quedarle mal a Fabiola; ella ha sido una vieja amiga mía.
–No te atrevas a decirle, Saúl…– Al decirle esto al marqués, yo le veía lascivamente, pero mi padre luego posó su mano sobre mi espalda.
–No comiencen una discusión aquí, muchachos. Venimos a divertirnos; no a pelear. Para eso tienen los cuarteles. – Al escuchar esto de mi padre, yo me cruzo de brazos.
–Está bien…– Terminada la conversación, nosotros cuatro llegábamos al tercer piso del castillo, en el ala este. Ahí fue cuando vimos una doble puerta roja; ya estábamos en frente de la oficina del rey. Se podía escuchar mucho murmullo desde adentro.
–Las damas primero. – Entonces, mi padre abrió la puerta y le sonreía a mi madre y a mí, quienes pasábamos adentro del cuarto. Al entrar a la habitación, nos topábamos con otros miembros de la nobleza Kartiniana. Algunos estaban conversando, otros estaban tomando vino, otros estaban hablando con el rey Fernando, el cual estaba sentado en su escritorio. –Vayamos con su majestad y su alteza. – Al decir esto, nosotros tres pasábamos por la sala, moviéndonos cuidadosamente entre la multitud. Ahí sí que me sentía claustrofóbica.
– ¿Te sientes bien, Victoria? – Saúl volteaba a verme, cruzando sus brazos.
– ¿Se nota que me siento bien? Lo único que quiero es encontrar a Fabiola e irme de aquí. Además… ¿quién te dio permiso en llamarme por mi nombre? Apenas si te conozco. –Le decía esto al muchacho, volteando a verle un poco enojada.
–Relájense, muchachos. Ya casi llegamos a donde está la familia real. – En eso, mi padre nos observó a los dos, dándonos la indicación de bajar la voz. Ya en frente del escritorio, los cuatro nos topamos con el rey Fernando Alfonso Leonhardt y la Princesa Fabiola Leonhardt. El rey era alto y muy fornido, para alguien en sus 50s, de cabello pelirrojo y con canas, de ojos grises. La princesa era una dama de casi mi estatura, cabello albino y ojos color miel. Él vestía con un traje de gala azul y una capa violeta, cargando un bastón de oro y su corona; la princesa cargaba un vestido de gala rojo con encajes rosas, sin mangas y con guanteletes. Tampoco hacía falta la tiara.
–Nos encargaremos de la situación en la frontera norte, cuando el equipo de investigación nos mande más datos, señor Montesco. – Su majestad se encontraba hablando con los archiduques Federico y Belinda Gallows Montesco. Belinda era una dama de 45 años, algo baja, de cabello negro azulado y ojos verdes. Federico era un señor de 50 años, de cabello rubio cenizo y ojos azul claro; el rostro de él era muy robusto y tosco, pero su mirada notaba una paz interior inmutable.
–Muchísimas gracias por la información, su majestad. – El archiduque le respondía con esto al rey, haciendo una reverencia. Su esposa hizo lo mismo.
–Buenas noches, su majestad. – Entonces, mi padre se acercaba a él, inclinándose un poco. Mi madre, Saúl y yo hicimos lo mismo.
–Buenas noches, Homero. Es un placer verle por aquí. – Su majestad volteó a ver a nosotros, haciendo una reverencia. –Así que la señorita Victoria vino también, ¿eh? Puedo ver que sigue viéndose tan sagaz como un zorro rojo. – Entonces, el rey me frotó la cabeza, sonriéndome amablemente.
–Su majestad… ¿me permite hablar con la princesa Fabiola? Vine a verla a ella, por su cumpleaños. – Le preguntaba esto a su majestad, viéndome algo molesta por esa reacción.
– ¿Serían tan amables de dar vuestros nombres? – La archiduquesa decía esto, bebiendo un poco de vino, volteando a vernos.
–Somos la familia Hosenfeld. ¿Y con quien tenemos el grato placer de hablar? – Mi madre le respondía a Belinda, inclinándose un poco.
–Somos los archiduques Montesco. Es un placer conocer a una familia de su índole, madame. No siempre se puede conocer a un miembro de una de las familias fundadoras de Kartina. ¿O nos equivocamos? – La archiduquesa le preguntaba esto a mi madre, sonriéndole un poco, dando un sorbo a su copa.
–Montesco… El apellido suena familiar. ¿De pura casualidad, ustedes están relacionados con la familia real de Ucilia? – Mi padre preguntaba esto, viendo a los archiduques con la mirada entrecerrada.
–Soy el hijo del difunto rey Luis Mario Montesco, hermano del rey Luis Felipe Montesco. – Federico le respondía con esto a mi padre, acomodándose la solapa.
–Tengo entendido que su familia fundó el reino de Ucilia. ¿O me equivoco? – Mi padre le preguntó esto al archiduque, cruzando sus brazos.
–Ni más ni menos, su excelencia Homero. – En eso, Federico volteó a verme, sonriéndome un poco. – No somos tan diferentes, ¿lo sabe? Ambos somos descendientes de los forjadores de nuestra patria natal, estamos casados, y también puedo ver que ustedes tienen una hija. –
– ¿Hija? ¿Ella asistió a la fiesta? – Mi madre le preguntaba esto a ellos, colocando su mano derecha en el pecho.
–Katalina salió al tocador para damas. En unos minutos llegará a la oficina. – La archiduquesa le dijo esto a mi madre, dando otro sorbo a su copa.
–Tengo que saberlo, su excelencia Federico… ¿Cómo fue que usted terminó aquí, en Kartina? – Al decir esto, mi padre frotaba su barbilla, mirando al archiduque.
–Mi padre le cedió el trono a mi hermano, antes de morir. Felipe me mandó a Kartina, para ayudar en la embajada. – Federico le explicó esto a mi padre, tomando una copa de ron.
– ¿Y cómo ha disfrutado la estancia en Kartina, su excelencia Federico? – Mi padre tomaba una copa de vino, diciéndole esto al archiduque.
–No me quejo, señor Homero. Me gustan los climas fríos. – Al terminar de decir esto, Federico se reía un poco, tomando de la cintura a Belinda.
–Ahmmmmm… mejor me retiro de aquí. Ya no me siento cómodo, señorita Hosenfeld. – Saúl me decía esto, sonriéndose nerviosamente, alejándose lentamente del grupo.
– ¿A dónde vas, Saúl? Te estaba esperando. – La princesa Fabiola se acercaba a nosotros, preguntando esto al marqués.
–Ho-hola, su alteza Leonhardt. Feliz cumpleaños y larga vida a usted. – Saúl le decía esto a ella, inclinándose rápidamente, sonriendo nerviosamente.
–No es necesaria tanta cordialidad, Saúl. – La princesa le decía esto, cruzando sus brazos, sonriéndole un poco.
–Feliz cumpleaños, Fabiola. – Yo le decía esto a la princesa, inclinándome ante ella. Pude notar por una fracción de segundos el rostro sonrojado de Saúl.
– ¡Hola, Victoria! ¡Me alegra mucho que hayas venido! – La princesa volteaba a verme, sonriendo alegremente, para luego abrazarme fuertemente.
–Jejeje… 17 años y sigues actuando como de nueve. – Le decía esto a Fabiola, abrazándole un poco, devolviendo la sonrisa.
–Papá… ¿me permites salir con Victoria al balcón? Quiero hablar a solas con ella. – Entonces, la princesa volteó a ver al rey Fernando, preguntándole esto, saltando un poco.
–Solo no te tardes mucho, pequeña. El recital va a empezar en media hora. – El rey le respondía con esto a Fabiola, frotando su cabeza un poco.
– ¡Genial! – Al exclamar esto, Saúl, Fabiola y yo salimos de la habitación, para dirigirnos al balcón.
–Fabiola… hay algo que quiero darte, después que termine la fiesta. Es por el regalo que quiero darte. – Al salir de la oficina, Saúl le decía esto a la princesa, jugando con las yemas de sus dedos.
– ¡Por supuesto, Saúl! Pero recuerda… Se puede ver, pero no se puede tocar. – La princesa le respondía con esto, guiñándole el ojo.
– ¡Diablos! – Al escuchar esto, el marqués golpeaba el piso con su pie del enfado.
– Momento… ¿ustedes dos son…? – Viendo esta reacción, yo le pregunté esto a ambos, cruzando mis brazos.
–Shhhhhh… no lo grites a los cuatro vientos, Victoria. Mi padre apenas si arregló nuestro matrimonio. – La princesa se acercó a mí, susurrándome esto al oído. Quería gritar de la impresión, pero debía respetar la petición de mi amiga.
–E-está bien…–
– Voy a volver a donde están mis padres, Fabiola. Necesito decirles que me quedaré un rato en el castillo, terminando la fiesta. Les dejare tener una plática de mujeres, por ahora. – Al terminar de decirnos esto, Saúl se inclina ante la princesa y se devuelve hacia la oficina.
–Nos vemos después, Saúl. – Al terminar de despedirse de Saúl, Fabiola y yo continuábamos nuestro camino al balcón. Aún estaba sorprendida por esa noticia. ¿Cómo es que alguien quien conozco desde niña pudo haber ocultado un secreto de esa magnitud?
– ¿Desde cuándo? – Entonces, volteé a ver a Fabiola, enterrando la mirada.
– ¿Mande? – La princesa me decía esto, volteando a verme rápidamente. Me urgía saber más sobre su matrimonio arreglado.
– ¿Desde cuándo Saúl y tú están… comprometidos? ¿¡Y cómo fue que aceptaste!? ¡Tú no pareces ser el tipo de persona que se inclinaría a una relación arreglada! – Le exclamaba esto a Fabiola, saltando de la incredibilidad.
–Fue hace tres días atrás. Mis padres y yo estábamos buscando alguien con quien pudiera esposarme. Conozco a Saúl por más tiempo del que tú lo conoces. Cuando descubrí que yo le gustaba, le pedí a mi padre que me arreglara un matrimonio con él. El dinero que su familia hace cada año por exportación de joyas es algo que no le caerá mal al reino; especialmente para reforzar los sistemas de seguridad, con todas las desapariciones que han pasado. – Al terminar la explicación de la princesa, yo me rascaba la cabeza, asimilando la información. Aún no me quedó claro algo… ¿Ella le pidió a Saúl que se casara con él o viceversa?
– ¿Cuándo fue que supiste que tú le gustabas? –
–Si te soy sincera, él me ha gustado desde hace mucho tiempo. Él fue la primera persona con la que fui, para decirle sobre mi matrimonio arreglado. Básicamente, yo le dije que él me gustaba. Debiste haber visto cómo reaccionó, cuando escuchó esto. Jmjmjmjm. Nos gastamos tres monedas de oro en incienso, para despertarlo. – Fabiola me decía esto, tapándose la boca un poco, devolviéndome una sonrisa. –Tengo que saberlo, Victoria… ¿te gusta alguien? – La pregunta que ella me hizo en ese momento me había dejado perpleja por un momento. Jamás había pensado en ello; y, para ese entonces, no me importaba. Yo tenía mi propia agenda aparte.
–Siendo honesta, no me gustan los chicos. Especialmente ahora que empecé a ir a esgrima. – Continuaba caminando hacia el balcón, ladeando la cabeza hacia la derecha.
– ¿En serio? Guau… eso sí que no lo sabía. Espero que encuentres a “ese especial”, aun así. – La princesa me respondía con esto, sonriéndome tiernamente. Yo simplemente le devolvía la sonrisa. Unos segundos después, ambas llegábamos al balcón del castillo, donde podíamos ver la pequeña ciudad alrededor. Se estaba nublando; en un rato más iba a nevar. Buen momento para no haber traído un abrigo.
–De haber sabido que iba a nevar, hubiera traído una taza de chocolate caliente y buñuelos, para nosotras dos. – La princesa me decía esto, observando caer copos de nieve.
–Podemos comer después, Fabiola. Hay algo que quieres decirme, ¿verdad? – Le cuestionaba esto a Fabiola, recargándome sobre uno de los muros del balcón.
– ¡Ohh, por supuesto! ¡Quiero invitarte a la Ceremonia de Ascensión! – La princesa exclamaba esto, tomando mis manos, sonriéndome cálidamente. ¿Ceremonia de ascensión? Eso sonaba interesante.
– De pura casualidad, ¿qué es una “ceremonia de ascensión”? – Entonces, lentamente la soltaba, con mis manos detrás de mi espalda.
–En un mes más, voy a ir al Templo del Aesir, en el norte del Glaciar de los Lirios. – La chica me respondía con esto, inclinándose hacia adelante un poco.
–Ya me diste curiosidad, mujer. Ahora dame contexto. – Le decía esto a Fabiola, cruzando mis brazos. Es difícil que Fabiola se concentre en un tema de conversación; cualquier cosa le distrae.
–La ceremonia de ascensión es un ritual con el cual una persona puede convertirse la vasija de un ángel antiguo; o sea, un dios o un arcángel. – Cuando la princesa me explicaba esto, yo levantaba la ceja derecha de la curiosidad. ¿A qué se refiere con “convertirse en una vasija”?
– ¿Una… vasija? Ahora me tienes interesada, Fabiola. Dime más, por favor. – Le decía esto a Fabiola, ladeando un poco la cabeza. No solía seguir a alguna deidad, pero lo que ella me había dicho sonaba poco ortodoxo.
–Dicen leyendas antiguas que, cuando las horas más oscuras de la humanidad hayan comenzado, los dioses bajarán de los cielos para ayudarnos a salir adelante. Se dice que los dioses bajarán en forma de distintas piedras preciosas, para otorgarle sus poderes a solo aquellos que consideren dignos de cargar su poder. Estas gemas son conocidas como exopiedras Y también se dice que ha habido héroes de leyenda que han usado el poder de esas gemas, para realizar logros inimaginables, como el salvar a una nación entera. – La princesa terminaba con su explicación, volteando a ver hacia el cielo, recargándose sobre el barandal del balcón. Aún había algunas cosas que no entendía del todo… ¿Cómo es que los dioses le dan esas valiosas gemas a una persona? ¿Las escogen al azar o qué?
–Guau… Eso sí que suena genial. Y ni siquiera sigo a alguna deidad, como el resto de mi familia. ¿Pero qué tiene que ver la Ceremonia de Ascensión con este relato? – Le preguntaba esto a Fabiola, acercándome hacia ella, sonriéndole un poco.
–La Ceremonia de Ascensión va a darse para ver si puedo volverme la vasija de un dios. – Fabiola me decía esto, volteando a verme con un rostro muy serio.
–De pura curiosidad, ¿qué te motivó a querer volverte una vasija, amiga? – Le pregunté esto a la muchacha, colocando mis brazos sobre mi cadera.
–Quiero ayudar con cuanto me sea posible a este reino. Tú más que nadie debería entender lo que significa ser una noble; poner el ejemplo al resto del reino y no solo sentarse todo el día en frente de un trono de ébano, esperando a que las cosas se arreglen por sí solas. ¿O me equivoco? – La mirada de Fabiola se volvía aún más seria, al mismo tiempo en que ella encogía sus hombros. –Estoy harta de escuchar las quejas de los aldeanos, diciendo a cada rato que la nobleza no sirve para nada. Y lo peor del caso es que ni siquiera puedo combatir esa falacia, porque otras familias nobles se quedan indiferentes, ante todo lo que les pasa alrededor. Todo el peso del karma cae en un justo, en lugar de un pecador…–
–Fabiola…– Me quedé sin palabras en ese momento. Jamás había visto a Fabiola tan seria, tan decidida en lo que quiere hacer de su vida.
–Este es el camino que yo escogí, y nada en este mundo puede cambiar mi opinión. – Fabiola me decía esto, agachando la cabeza.
–Tienes todo mi apoyo, Fabiola. Para eso son las amigas. – En eso, yo le tomé las manos y le sonreía cálidamente.
–Muchísimas gracias, Victoria. No sabes cuánto significa esto para mí. – Al decirme esto, la princesa suelta mis manos y me abraza fuertemente. Teniendo su rostro cerca del mío, pude escuchar unos leves sollozos.
–Jmjmjm… sois toda una dulzura, ¿lo sabias? – Le decía esto a la princesa, devolviendo el abrazo.
– ¿Vendrás conmigo a la ceremonia, Victoria? – Entonces, Fabiola retrocedía un poco y preguntó esto, sonriendo un poco.
–Cuenta conmigo, Fabiola. Prometo que estaré ahí. – Le respondía con esto a la princesa, devolviéndole la sonrisa.
–Muchísimas gracias, Victoria. Vamos a la sala del trono. La fiesta comenzará en unos minutos más. – La princesa decía esto, tomando mi mano derecha para irnos.
–Adelante, princesa. – Terminada la conversación, ambas nos retiramos del balcón, dirigiéndonos a la sala del trono. Aún teníamos algo de tiempo, antes que empezara el recital de piano de Fabiola, pero era mejor que nos apuráramos, para que ella se preparara. Las dos caminábamos por uno de los pasillos del tercer piso del castillo, hasta que de pronto nos topamos con ella… Una joven de 14 años, cabello largo negro azulado, ojos verde esmeralda, nariz pequeña y respingada, carnosos labios rojos, cual berenjena.
Estaba vistiendo un lujoso vestido de gala, color azul real, con encajes de zafiro y amatista, unos guanteletes azules, aretes y collar de zafiro. En un principio, esa figura femenina no parecía la gran cosa para mí… pero ese sentimiento cambiaría para siempre, en unos años más…
–D-disculpen…– La muchacha nos decía esto, agachando su cabeza un poco.
–Con permiso. – Yo le decía esto a ella, devolviendo el saludo.
–Oye, Victoria… ¿esa chica no te parece familiar? – En eso, la princesa se detuvo y volteó a verme, colocando sus manos en la cintura.
–Un poco… ¿Por qué preguntas? – Le dije esto a Fabiola, frotando mi barbilla.
–Por alguna razón… esa chica se parece a la archiduquesa Belinda… ¿Crees que ella pueda ser su hija? – Fabiola recalcaba esto, cruzando sus brazos.
–Ahmmmmm… ¿Cuál dijo que era su nombre? – La pregunté esto a la princesa, rascándome la cabeza. No han pasado siquiera unas horas y ya me olvidé de ese detalle.
–Por lo que alcancé a escuchar, creo que es Katalina. ¿Te parece bien si le preguntamos? – Ya habiendo escuchado esto, yo asenté con la cabeza rápidamente, aceptando su propuesta.
–Tenemos tiempo de sobra. Adelante. – Le decía esto a Fabiola, la cual me llevó a donde iba caminando aquella señorita. Poco me daba cuenta de lo mucho que cambiaría mi vida, después de ese momento…
–Disculpe, señorita…– Fabiola le dijo esto a la muchacha, la cual se da la media vuelta para vernos. Se podía ver algo de miedo en el rostro de ella; casi como el de una niña que buscaba su oso de peluche.
– ¿Qué-qué pasa? – La chica titubeaba estas palabras, colocando su mano derecha en el pecho.
–De pura casualidad, ¿es usted Katalina Montesco? – La princesa le preguntó esto a ella, haciendo una reverencia rápida.
–S-si lo soy. Soy la duquesa Katalina Montesco. – Al escuchar estas palabras de la joven, Fabiola y yo retrocedíamos un poco de la impresión. ¿Duquesa? La señora Belinda no nos dijo que su hija ya tenía título nobiliario.
– ¿Es usted una duquesa, señorita Montesco? – Le decía a la joven duquesa, permaneciendo en calma ante la noticia.
–Así es. Mi padre me otorgó el título nobiliario, antes de irnos de Ucilia. – Katalina nos decía esto, tratando de proyectar una sonrisa, pero en eso bajaba la miraba y se entristecía, colocando sus manos en el regazo.
– ¿Qué pasa, señorita Montesco? –
–Extraño Galecia; la capital de Ucilia… mi ciudad natal. No he estado ahí, desde hace casi dos años. Es todo. – La duquesa ladeaba la cabeza hacia la derecha, evitando vernos a los ojos, pero lograba ver una pequeña lágrima recorrer su rostro.
–Vuestro padre ya nos había hablado sobre ello, señorita Montesco. Si hay una manera en la que podamos animarle, solo díganoslo. – La princesa le decía esto a la joven duquesa, colocando sus manos en la espalda, devolviéndole una sonrisa, para animarla.
– ¿Ha-hablan en serio? Gr-gracias por su consideración, ahmmmm…– La joven duquesa se quedó callada por un momento, agachando la mirada.
–Soy la princesa Fabiola. Un placer conocerle. – Cuando la princesa le dijo esto a Katalina, ella retrocedía rápidamente de la impresión.
– ¿¡Usted es la princesa Leonhardt!? ¡La-lamento mi falta de modales, su alteza! – La duquesa exclamaba esto, inclinándose rápidamente.
–No es necesario ser tan cordial, su excelencia Katalina. Si su padre hubiera sido el heredero al trono de Ucilia, usted sería una princesa también. – Fabiola le respondió así a Katalina, sonriéndole algo nerviosa.
–Un noble debe de ser educado todo el tiempo… o es lo que mi madre me ha dicho. – La duquesa nos decía esto, jugando con las yemas de sus dedos.
– ¿A qué se dedica, señorita Katalina? A parte de ser una noble, claro está. – La princesa preguntó esto, cruzando sus brazos.
–Estoy yendo a la escuela de magia de Pralvea. Investigo un tipo de magia muy raro en el mundo. – La chica nos decía esto, sonriéndome ampliamente, inclinando su cuerpo hacia adelante.
– ¿De qué se trata, su excelencia? – Fabiola le preguntaba esto a la señorita Montesco, cruzando sus brazos. Yo solo me quedé callada, escuchando su conversación. Aún no sabía de qué hablar con ella.
–Magia Cósmica. Por lo que he estudiado, este tipo de magia es muy elusivo, y solo puede ser usado por personas con un alto nivel de fuerza física. – Al escuchar la explicación de Katalina, la princesa se rascaba la nuca, agachando la mirada.
–Hmmmmm… hay algo que aún no puedo entender. ¿Cómo funcionan los hechizos? ¿Solo… funcionan? – Al terminar esta pregunta, se pudo ver un rostro de molestia en el rostro de la duquesa, la cual golpea el suelo con su tacón derecho.
– ¡La magia no funciona, solo porque sí! – Al ver esta reacción, Fabiola y yo nos quedamos mudas por un momento. Al ver lo que había hecho, Katalina se tranquilizó un poco, agachando la mirada. – Perdón… me molesta cuando la gente dice cosas así sobre la magia. –
–A mí sí me interesa saber más sobre cómo funciona la magia. Si quieres, podéis decírmelo a mí. – Sin darme cuenta de ello, yo le dije esto a la duquesa, acercándome a ella un poco.
– ¿¡Habla en serio!? ¡Genial! Muchísimas gracias, señorita… ahmmmm…– Al escuchar esto, Katalina saltaba de felicidad, pero después se cubrió la boca, viendo que no sabía mi nombre.
–Hosenfeld. Victoria Hosenfeld. Un placer conocerla. – Le decía a Katalina, sonriéndole un poco, haciendo una reverencia.
–Ando algo corta de tiempo, pero ya que. Siéntase cómoda en hablarnos más sobre magia. – Fabiola le dijo esto a la duquesa, sonriéndole también.
–Ahmmmm… ¿no les molesta estar paradas? De preferencia vayamos a un lugar donde podamos descansar las piernas. Voy a demorarme algo, diciendo lo que sé de magia. – La joven entonces nos decía esto, sonriendo nerviosamente.
–Vayamos al jardín. No es la mejor locación del mundo, pero al menos tendremos una bella vista al estanque. – Cuando la princesa nos dijo esto, Katalina y yo asentamos con la cabeza, sonriéndole de vuelta.
–Adelante, Fabiola. – Ya habiendo dicho esto, Fabiola nos encaminaba al jardín del castillo, donde íbamos a continuar la conversación.
–Vamos por aquí. Estos pasillos parecen estar más despejados. – La princesa nos dio esta indicación, encaminándonos por un camino que estaba más desolado. Lo que menos necesitábamos eran otros invitados interceptándonos. Un minuto después, nosotras tres llegábamos al jardín de la familia real. La nieve cubría algunas de las rosas, lirios y orquídeas que estaban en éste; había algo de escarcha cristalina en el estanque del jardín. Se podía sentir una calma inmensa en el ambiente, a comparación del murmullo de adentro.
–Que hermoso…– La duquesa decía esto, lentamente adentrándose en el jardín. La nieve que cubría el suelo no parecía muy sólida; debí de tener cuidado con la joven duquesa, para que no diera un movimiento en falso.
–Permítame, su excelencia. – Entonces, yo tomé de la mano a Katalina, ayudándole a caminar entre la nieve.
–Ohmmmmm… gracias, señorita Hosenfeld. – Al ver esto, la duquesa se sonrojaba un poco, moviéndose lentamente entre la nieve. Nosotras tres llegamos a una sección del jardín donde crecían lirios, donde nos sentamos para hablar.
–Muy bien, su excelencia Montesco… explíquenos un poco mejor en cómo es que funciona la magia. – Fabiola le dijo esto a Katalina, colocando sus manos sobre su regazo.
–Bueno… deja ver aquí… La magia es el arte y la ciencia que se encarga de manipular el mundo que nos rodea, usando la fuerza de voluntad. El principio inicial de la magia es el de influenciar la conciencia del mundo alrededor, usando la propia conciencia del individuo. Para hacer esto, se necesita primero entender sobre el éter. El Éter es la materia prima del Universo, todo es construido de Éter y así mismo todo vuelve a ser Éter, su manifestación está plasmada en absolutamente todo. Aprender a usar magia requiere usar el éter del alma de una persona, para conectar espiritualmente con el mundo que le rodea. Se necesita mucho conocimiento del funcionamiento del mundo, así como un arduo entrenamiento físico y espiritual, para conectar espiritualmente con la conciencia del mundo a nuestro alrededor, debido a que se gasta mucho éter durante el enlace. También se pueden usar catalizadores mágicos, para disminuir la cantidad de éter necesario para usar magia y el desgaste físico que conlleva usar magia. Los catalizadores pueden variar mucho; desde simples runas, bastones, conjuros escritos en grimorios, inclusive se pueden usar armas encantadas para ello. – La duquesa nos explicaba esto, mientras Fabiola y yo le observábamos fijamente. Si bien lo que ella dijo suena confuso al principio, es algo que me iba a servir en el futuro.
– ¿Y cuánto tiempo has estudiado magia, señorita Montesco? Por su manera de hablar, yo diría que al menos toda su vida. – Fabiola le cuestionaba esto a la duquesa, frotando su barbilla.
–He estudiado magia desde que tenía nueve años. He aprendido a hacer algunas cuantas cosas, como esto…– En eso, Katalina extendió su brazo izquierdo hacia donde el estanque, jalando un poco de agua hacia donde estábamos nosotras.
–Guau…– Fabiola y yo nos quedábamos contemplando esa demostración mágica de la duquesa, la cual voltea a sonreírnos tiernamente.
–Aun no termino la demostración, chicas. – Entonces, la chica rápidamente movía aquella burbuja de agua por el aire, dándole distintas formas, hasta que de pronto ésta se congelaba de golpe, al momento en que Katalina chasqueaba sus dedos.
– ¡Eso fue genial, señorita Montesco! ¿¡Puede enseñarme a hacer eso!? – La princesa exclamaba esto, levantándose del suelo de golpe, caminando hacia la duquesa.
–Puedo hacerlo. Pero no hay garantía en que pueda aprender a replicar lo que yo hice. El tipo de afinación mágica que una persona puede tener varía dependiendo de la personalidad de la persona. Puedo enseñarle el hechizo, más aun así éste puede tener una resolución distinta. – Al terminar la explicación de Katalina, Fabiola agachaba la cara un poco, sentándose de vuelta.
–Ohhh… está bien. –
–Su alteza…– Las tres logramos escuchar la voz de un hombre aproximarse al jardín, por lo que nosotras nos levantamos del suelo, para obtener visión de aquel sujeto. –Señorita Fabiola, su padre necesita verla ahora mismo. Es sobre el recital. – Uno de los sirvientes del castillo había llegado al jardín, diciéndole esto a la princesa.
–Iré a prepararme, chicas. Las espero en la sala principal. – Antes de irse, Fabiola nos decía esto, guiñándonos el ojo derecho, sonriéndonos. La duquesa Katalina y yo nos habíamos quedado en el jardín.
–No es por ser grosera o algo por el estilo, pero usted pareció muy distanciada durante la conversación con la princesa, señorita Hosenfeld. ¿No le molestaría hablarme de usted? Si no lo desea, lo entenderé. – La duquesa me decía esto, subiendo la mirada para verme.
–Entreno en esgrima. Es todo, por ahora. – Le decía esto a Katalina, cruzando mis brazos.
– ¿Nada más? ¿No tiene algo en lo que quiere dedicarse en específico?– La damisela me preguntaba esto, ladeando su cabeza hacia la izquierda, mirándome de manera algo interesada.
–… Aún no, señorita Montesco. Pero me encantaría poder encontrar mi camino de vida. – En eso, volteé a verla y le sonreía.
–Jejeje… Me alegra escuchar eso de su parte, señorita Hosenfeld. Encontrar el camino de vida de una persona no siempre es tan fácil como parece. – La duquesa me decía esto, devolviéndome la sonrisa, pero la suya era más delicada, a comparación de la mía. – También es muy difícil encontrar alguien quien se muestre interesado en lo que te gusta y que te apoye en ello…– Entonces, Katalina ladeaba la cabeza, agachando la mirada un poco.
– ¿Que sucede, señorita Montesco? – Yo le pregunté esto a ella, volteando a verle un poco preocupada.
–Mis padres me insisten en que me dedique a la alquimia, como el resto de la familia. Eso es lo que pasa. A veces me siento muy sola por ello. – Entonces, la duquesa apretaba mi mano un poco, viéndose más triste.
–Señorita Montesco… ¿de pura casualidad, usted tiene amigos? – Le pregunté esto a Katalina, mirándole algo preocupada por ese comentario.
–…No. Siendo sincera, no… – Entonces, una lágrima se veía recorrer el rostro de la joven duquesa. Sin darme cuenta, yo le secaba la cara con mi mano derecha. No podía quedarme ahí, solo viéndola llorar –Señorita Hosenfeld... –
–Por favor, no llore, su excelencia. – Al presenciar esto, la duquesa trataba de devolver una sonrisa, pero su rostro aún se estremecía de melancolía.
–Está bien, señorita Hosenfeld. –
–Vayamos a la sala principal, señorita Montesco. – Le dije esto a la duquesa, tomándola de la mano nuevamente, para ayudarla a salir de la nieve.
–Muchísimas gracias, señorita Hosenfeld. Me alegra mucho que hayan aceptado mi compañía. – Entonces, Katalina me respondió con esto, sonriéndome y sonrojándose un poco. Ya saliendo del jardín, nosotras dos nos dirigimos a la sala principal, evadiendo contacto visual con otra gente. Ambas habíamos entrado al salón principal, donde estaban los demás invitados; Fabiola estaba en medio de la sala, sentándose al lado del piano que estaba ahí.
–Queridos invitados… como vuestra princesa, estoy muy agradecida por vuestra presencia en mi fiesta de cumpleaños. Como muestra de gratitud, esta noche tocaré una pieza musical de piano para ustedes. – Al terminar de decir esto, la joven princesa se sentó en frente del piano, empezando a tocar. Al escuchar esta melodía, los demás invitados tomaron a una pareja y empezaron a bailar vals. Si les soy sincera, ahí me sentí un poco incomoda viendo a cada pareja de novios o casados bailar románticamente, y yo igual de sola que… la duquesa Katalina.
–Señorita Montesco… ¿le gustaría acompañarme durante esta pieza? Sé que suena extraño, viniendo esto de otra mujer, pero no creo que a alguien le importe. – Le dije esto a la duquesa, tomándole de la mano, sonrojándome un poco.
–E- está bien, señorita Hosenfeld. Es un lindo detalle, para alguien quien apenas conocí hoy. – Entonces, Katalina me sonreía de vuelta, en lo que ambas íbamos al centro de la sala para bailar. Si bien no sabía mucho sobre bailar vals, pero sé bien que la esgrima, o las artes marciales en general, son algo así como un baile violento. Obviamente no iba a llegar a esos extremos, pero si podía replicar los mismos movimientos de esgrima que hago al entrenar, bien me podría ayudar. Sin darme cuenta, le tomaba de la cintura a la duquesa, lentamente moviendo nuestros pies en sincronía a la música; ella se sonrojó más ante este movimiento. Podía sentir una inmensa tranquilidad, al mismo tiempo que nuestros cuerpos se movían cada vez más en unisón. Era como si nosotras dos hubiéramos entrado en una pequeña dimensión ajena del resto del mundo. La pieza musical aceleraba su ritmo, por lo cual nos movíamos más rápido, llamando la atención del resto de los invitados, quienes estaban impresionados ante la imagen de dos mujeres bailando vals. Lo que era visto como un amor prohibido se presenciaba en la pista de baile. Pero eso no me importaba; estaba disfrutando demasiado ese bello momento con la duquesa, como para distraerme con ello. Solo deseaba que ese baile pudiera durar mucho más. Estando tan cerca, podía oler el aroma de su perfume; una exquisita combinación de moras silvestres… mis favoritas, después del aroma de chocolate. Nuestros cuerpos podían sentirse cada vez más y más cálidos por el ritmo de la música. Por primera vez en mi vida, me sentía viva… me sentía completa. Al terminar la pieza musical, extiendo a Katalina delante de mí, teniendo mi rostro muy cerca del suyo. Algo dentro de mí deseó besarla, pero la ilusión se quebró rápidamente cuando la gente en la sala aplaudía por la actuación musical de la princesa… y si de pura suerte, la danza entre la duquesa y mi persona.
–Eso… eso fue divertido, señorita Mon- Katalina. ¿No-no te molesta si te llamo Katalina, verdad? – Le decía esto a la joven duquesa, soltándola rápidamente, sonrojándome muy fuerte.
–Pue-puede llamarme Katalina si lo desea, señorita Hosenfeld. O mejor dicho, Victoria. Y yo también me divertí mucho. No me esperaba a que usted supiera bailar tan bien. – La duquesa me dijo esto, colocando sus manos en el regazo, sonriéndome tiernamente. –Sois tan amable conmigo, para apenas conocerme. ¿Por qué lo hace? – Cuando Katalina terminó de preguntar esto, yo ladeé la cabeza un poco, sin saber cómo responderle.
–Siendo honesta, usted y yo no somos muy diferentes, Katalina. Puedo decir por el perfume que usa que a usted también le gustan las moras salvajes. ¿Verdad? – Le comentaba esto a la duquesa, sonriéndole un poco como cortesía.
–Ohhhh… Jejeje… Me sorprende que usted se haya dado cuenta de ello, Victoria. Y puedo ver que a usted le gustan los lirios, ¿verdad? – Katalina me recalcaba esto, sonrojándose un poco.
–Ohhhh…Jeje… Sí. Me gustan los lirios. Aunque suelo darme mi tiempo para coleccionar más perfumes de otras flores. – Le dije esto a ella, sonrojándome aún más. Era lindo conocer a alguien quien compartiera mi gusto por coleccionar perfumes.
– ¿Victoria? ¿Quién es la señorita con la que andas? – Mi madre me decía esto, haciéndome una seña con la mano derecha, caminando hacia donde estábamos nosotras.
– Disculpe, ¿quién es usted? – La joven duquesa volteaba con dirección a donde venía mi madre, devolviendo el saludo.
– Soy la condesa Adelaida Redmont Hosenfeld, madre de esta linda muchachita aquí presente. Y Vaya, Victoria~… ¿quién es tu linda acompañante? – Mi madre me decía esto, acariciándome la cabeza con su mano derecha, sonriéndonos a ambas. Mi padre llegaba un poco después de ella.
–Mi nombre es Katalina Montesco, de la familia Montesco. Es un placer conocerles. – La joven duquesa les decía esto a mis padres, haciendo una reverencia a los dos.
– ¡Con que usted es la joven Duquesa Montesco! Habíamos platicado con vuestros padres, hace unos minutos atrás. Soy el conde Homero Hosenfeld. – Mi padre le decía esto a Katalina, inclinándose hacia adelante, sonriendo algo impresionado, por las palabras de mi acompañante.
– ¿¡Habla en serio!? De ser así, ¿saben dónde se encuentran? Se me hace raro no verlos por aquí. –
–Ellos se quedaron en la oficina del rey Fernando, discutiendo acerca de incrementar la seguridad en la frontera sur. –
–Sí… claro… debí imaginarlo. –
– ¿Victoria? ¿Katalina? –
– ¿Su alteza? ¿Qué se le ofrece? –
–Condes Hosenfeld… ¿me permiten hablar con Victoria y la duquesa Montesco, a solas? –
–Con gusto, su alteza. Os avisaremos cuando tengamos que irnos. –
– ¡Muchísimas gracias, condes Hosenfeld! –Entonces, Fabiola tomaba a Katalina y a mí de la mano, llevándonos por las escaleras.
– ¡Volvemos en un rato, mamá! – Terminado de decir esto a mis padres, me fui corriendo por las escaleras.
– ¿A dónde nos lleva, princesa Fabiola? – La duquesa cuestionaba esto, tratando de seguir nuestro ritmo a cómo podía; casi tropezándose por lo rápido que Fabiola estaba llevando y por el hecho que estaba usando tacones en esa ocasión.
– A mi cuarto. ¿A dónde más? –
–Bueno… la verdad es que no sé si me sienta cómoda entrando a su recamara. –
–Anímese, señorita Katalina. ¿Qué acaso no disfruta nuestra compañía? –
– ¡Por supuesto que sí! No pensé que me divertiría tanto esta noche, cuando llegué aquí con mis padres. Pero ustedes han sido tan amables conmigo…– Al terminar de decirnos esto, los ojos de la joven duquesa se pudieron ver algo cristalinos. Unos segundos después, nosotras tres llegábamos a la puerta de acceso a la habitación de Fabiola, la cual estaba siendo protegida por un guardia.
–Con permiso. – La princesa le daba la orden al guardia de moverse, el cual daba una reverencia como respuesta.
–En seguida, su alteza. – El guardia se movía de la puerta, dejándonos entrar a las tres a la habitación. Ya adentro, Katalina y yo lográbamos contemplar el interior de la recamara de Fabiola; el interior estaba decorado con cortinas de color azul, lámparas en las paredes y candelabros de oro en las repisas a cada lado de la cama, la cual estaba siendo cubierta por una sabana azul, con encajes dorados, así como un par de sillones azules. Se podía ver una colección de perfumes en el estante al sur del cuarto, así como una colección de animales de peluche, los cuales Fabiola coleccionaba.
– ¡Que habitación tan bonita, su alteza! Debió haber costado mucho la decoración. – Katalina le dijo esto a Fabiola, caminando lentamente al estante donde estaban los perfumes.
–Fue un regalo de cumpleaños de mi madre. Ella tuvo que salir a un asunto urgente, en la ciudad republica de Astrid, al oeste de Kartina. – Fabiola le explicaba esto a Katalina, sentándose en uno de los sillones del cuarto, tomando una bandeja plateada, la cual llevaba dos teteras y unos buñuelos.
–Eso explica por qué está ausente. ¿No te dijo a qué iba? – Le pregunté esto a Fabiola, sentándome a un lado de ella, en lo que servía un poco de chocolate caliente.
–Fue a atender unos tratados de comercio. Con la nueva ruta que se abrió en el oeste, por lo que mi madre debe de firmar algunos contractos. Astrid aún se está recuperando de la última guerra que tuvo contra el reino de Astea. – La joven princesa nos explicaba esto, mientras se servía un poco de chocolate; Katalina pasaba a tomar un zorro blanco de peluche, para luego abrazarlo.
– ¡Que adorable! ¿Dónde lo conseguiste, Fabiola? – La duquesa le preguntaba esto a Fabiola, apretando más fuerte el juguete.
–Lo compré en un bazar en el Glaciar de Lirios. Me alegra que te haya gustado, Kat. – Fabiola le decía esto, sonriéndole alegremente a Katalina, la cual voltea a verle extrañada.
– ¿Kat? ¿De dónde viene eso, señorita Fabiola? – La duquesa bajaba el peluche a la cama, preguntándole esto a Fabiola.
–Sí. Una manera corta para decir tu nombre. Como “Fabio” para Fabiola o “Vic” para Victoria. –
–Ahmmmmm… No suena tan mal. –
–Me gusta tu atuendo, señorita Katalina. Ese azul le queda muy bien. Especialmente ese sombreado azul. –
–Muchas gracias, princesa Fabiola. Estuve toda la tarde buscando un vestido que combinara con el maquillaje y el tono de piel. Ese rubor naranja con sombras rosas y labial rojo le van bien con el vestido, si le soy sincera. –
–Muchas gracias por el cumplido, señorita Katalina. A veces me encantaría poder hablar sobre consejos de belleza, con alguien a quien le importe; a parte de mi madre, claro está. –
– ¿A qué se refiere con eso, seño-Fabiola? –
–A Victoria le importa poco eso. He tratado por estos últimos años en convencerla de usar una falda, por lo menos durante un día, pero nada. – Al escuchar este comentario de Fabiola, yo le miraba un poco molesta.
– ¿Yo? ¿Usando falda? Ya quisieras…– Le respondía esto a Fabiola, mordiendo fuertemente mi buñuelo.
– ¿Qué les parece si nos probamos mis perfumes? – La princesa entonces preguntaba esto, dejando su buñuelo y su taza de chocolate en la bandeja, caminando hacia la repisa donde estaban los perfumes.
– ¡Por supuesto! – Entonces, la duquesa y yo dijimos esto en sincronía, levantándonos del sillón al mismo tiempo. Al notar eso, ella y yo nos observábamos mutuamente, para luego reír un poco.
–Jijiji. Bien… ¡comencemos, entonces! – Terminado de exclamar esto, la princesa abría la repisa y tomaba unas cuantas botellas para probarlas junto con nosotras.
14 de Enero de 884. 12:00 A.M.
Katalina, Fabiola y yo nos habíamos pasado la noche hablando en la habitación de la princesa. Al final de la noche, ambas nos encontrábamos riendo de nuestras conversaciones, nuestros chistes y nuestros puntos de vista. Había pasado demasiado tiempo desde que no me divertía así con alguien. Jamás pensé que la compañía de Katalina iba a ser tan grata… Y también lo muy diferente que mi vida hubiera sido, de nunca haberla conocido…
– ¡Jajajajaja! Por los dioses… Jamás me había divertido así en mi vida. Ustedes dos son lo máximo. – Fabiola nos decía esto, acostada en su cama, rodando de la risa.
– Jejejejeje… Lo mismo digo yo, Fabiola. –
–Jmjmjm. Me encantaría poder conocerlas más, muchachas. ¿Qué les parece si nos reunimos la siguiente semana? – La duquesa nos decía esto, levantándose de su sillón, sacudiéndose el regazo.
– ¡Por supuesto! Os llevaré a la Laguna de Arces, a unos kilómetros de aquí. Que ando de humor para zambullirme en el agua. – Fabiola nos decía esto, levantándose de la cama velozmente. En eso, alguien tocaba la puerta de la habitación.
– Su alteza... los condes Hosenfeld están buscando a la señorita Victoria. – Uno de los guardias nos decía esto, por lo que las tres volteamos a vernos.
–Bueno… ya me tengo que ir, chicas. Las veré después. – Le decía a Katalina, sonriéndoles energéticamente.
–Pueden ir a visitarme, siempre que lo deseen, chicas. Les avisaré a mis guardias sobre ustedes, cuando llegue a mi casa. – La joven duquesa me decía esto, sonriéndome tiernamente, ayudándome a levantarme del sillón.
–Cuenta con ello, Kat. – La princesa le decía esto a la duquesa, abrazando a nosotras dos.
–Nos veremos otra vez, señorita Katalina. – Al terminar de decir eso, yo le devolvía el abrazo a las dos chicas.
– ¡Recuerda esto, Victoria! Nuestros caminos son distintos, pero la fuerza de nuestra alma es lo que nos reunirá en el mismo lugar. – Terminada de decir esta frase, la duquesa se despide con una cálida sonrisa en el rostro, mientras yo me despedía de ambas muchachas. Un rato después, mis padres y yo subimos a nuestra carroza y salimos de ese lugar.
–Dime, hija mía… ¿te divertiste esta noche? – Mi padre me decía esto, mientras se recargaba en sus piernas y me observaba detenidamente.
–Como nunca en mi vida, papá. Jamás olvidaré esta noche. – Le decía a mi padre, observando el panorama nocturno de esa noche nevada.
–Me alegra que hayas conocido a alguien quien te cayera bien, Victoria. – Mi madre me decía esto, sonriendo gentilmente, acariciándome la cabeza.
–Y mi corazón reboza de felicidad por la idea de poder volver a verla otra vez, puesto que la fuerza de nuestra alma nos llevará al mismo lugar. – Le decía a mi madre, sonriendo emocionadamente, esperando con ahínco poder visitar a Katalina… la persona a la cual le entregaría mi vida. Aquella persona cuyo camino la llevaría al mismo lugar que al que yo voy.
Disfrútenlo.
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