09/12/2017 01:34 PM
Aquí les dejo un nuevo capitulo, para las pocas personas que les interese.
Capítulo 3: Una princesa, una diosa… Una responsabilidad divina
Nos encontrábamos a las afueras del barracón, después de haber practicado algunas nuevas posiciones y formas, descansando un poco; Geraldo y yo nos encontrábamos apoyados en el muro del ala oeste del edificio.
– ¡Vaya Victoria, hoy estás que ardes en el entrenamiento! Dime, ¿Qué te trae tan inspirada? – Geraldo me preguntaba esto, secándose el sudor de la frente, con un pañuelo blanco.
– ¿Eh? ¿De qué hablas, Geraldo? Yo estoy perfectamente bien. – Le decía al muchacho, confundida, rascándome la nuca. No me había dado cuenta de cuanto había mejorado mi rendimiento ese mismo día.
– ¡Sabes bien de lo que hablo, Victoria! – En eso, Geraldo se levantaba del suelo y me miraba exaltado, haciendo ademanes de manos, simulando los movimientos de esgrima. –Tus movimientos, bloqueos y evasiones se han vuelto mucho más precisos y más veloces. Te has agotado menos y tus ataques son mucho más fuertes; peleas como si estuvieras poseída. ¿No te habías dado cuenta? – Él continuaba haciendo ademanes con las manos, mirándome impresionado, pero yo le miraba aún más confundida.
–La verdad es que no. Yo sólo me dediqué a pelear; nada más. – Le contesté a Geraldo, cruzando los brazos.
–Entonces… ¿en qué estaba pensando, mientras peleaba, Vic?- El muchacho me preguntaba esto, sentándose a mi derecha. “Lo que estaba pensando en ese momento…” Sí recuerdo lo que estaba pensando en ese momento. Estaba recordando la velada del cumpleaños de Fabiola, cuando estaba con Katalina.
–Bueno… sonará estúpido, pero estaba pensando en la fiesta que asistí dos días atrás; la princesa Fabiola y yo conocimos y conversamos con la duquesa Katalina Montesco.
– ¿La señorita Montesco? ¿¡Conoces a la duquesa Montesco!? –
– Por supuesto. ¿Por qué preguntas? –
–Por nada en especial, Victoria. Solo me sorprende que la hayas conocido. ¿Qué más hiciste allá en la fiesta, Vic? – Geraldo me preguntó esto, colocándose en frente de mí, cruzando sus brazos. No sabía si era buena idea decirle sobre el ritual al que Fabiola iba a someterse; parte de mí no quería que se involucrara en algo que lo sobrellevaba. Pero no podía mentirle.
–Si te lo digo, ¿prometes no involucrarte? – Al decirle esto al muchacho, éste asentaba con la cabeza, diciendo que sí. –La princesa Fabiola va a realizar un extraño ritual que va a convertirle en una vasija para una deidad. –
– ¿Una… vasija? ¿Podrías explicarme un poco mejor sobre ello? – En eso, el muchacho se acercaba más a mí, inclinándose hacia adelante.
–La princesa básicamente va a ser un ritual para que un dios escoja su cuerpo como una vasija. No quise decirte esto, por miedo a que ella se enojara conmigo si supiera que fui a esparcir la noticia. Ella es mi mejor amiga; lo que menos quiero es perderla. –
–N-no te preocupes, Victoria. Prometo no decirle a alguien sobre esto. ¿Pero qué llevó a la princesa a tomar esa decisión? –
–Ella me dijo que quería hacerlo para poder ayudar con cuanto fuera posible al reino. Lo más que puedo hacer es asistir a la Ceremonia de Ascensión. –
–Te pediría que me dejaras ir… Pero esa no es la mejor opción. No quiero que la princesa se enoje contigo. –
–Hablando de una razón para luchar, ¿cómo ha estado tu familia? –
–…Las cosas no han mejorado en mi casa, desde que mi padre abandonó a mi madre y a mis hermanas por otra mujer. – Geraldo regresaba al muro del barracón y se recargaba en éste, bajando la mirada entristecido. –Siendo que ahora soy el hombre de la casa, depende de mí de darle el sustento a mi familia. Por eso quise volverme espadachín; para poder darle un mejor futuro a mi familia, porque sé que ellos dependen de mí ahora. – Me quedaba mirando intrigada al muchacho, en lo que él continuaba explicándome sus razones para volverse espadachín. En ese entonces, no sabía en la situación que se encontraba. Sin haberme dado cuenta, me dirigía hacia donde él estaba y colocaba mi mano en su hombro, devolviéndole una sonrisa.
–No te preocupes. Si tu fuerza del alma es realmente grande, tu meta será alcanzada. –
– ¿Cómo dices, Victoria? – El muchacho volteaba a verme, con una mirada llena de incertidumbre, secándose las lágrimas de sus ojos.
–La señorita Montesco me dijo esto, cuando hablé con ella en la fiesta de antier: “Nuestros caminos son distintos, pero la fuerza de nuestra alma es lo que nos reunirá en el mismo lugar”. Por lo que entendí de esa frase, es que si nuestra fuerza de voluntad para conseguir aquello que queremos es igual de grande, aún si nuestros caminos difieren, podremos reunirnos una vez más. – Le decía a Geraldo, llevando mi mano izquierda al pecho y volteaba a ver hacia arriba, con un semblante pacifico.
–Guau… Si la duquesa Montesco le dijo eso, me imagino que también debe de ser muy sabia, para su joven edad. Espero que pueda conocerla uno de estos días. –
–Jeje. Ya llegará la oportunidad, Geraldo. –
–Sois muy linda cuando sonríes. ¿Lo sabías? –
–Gracias, Geraldo. –
–Otra cosa, Vic… cuando veas a la princesa, dígale que le mando saludos. –
–No te molestes, Geraldo. Ella ya está comprometida con Saúl. – Le dije esto al muchacho, encogiendo los hombros.
– ¿El marqués Saúl es su prometido? Diablos… Todas las chicas bonitas ya tienen pareja…– Entonces, Geraldo se retiraba del lugar, viéndose muy derrotado. Yo solo rodaba los ojos, sonriendo socarronamente. Ni siquiera trata de ocultar su nivel de perversión, tras esa carita de angelito.
14 de Febrero de 884. 11:00 A.M.
Ha pasado un mes desde la fiesta de cumpleaños de Fabiola. La Ceremonia de Ascensión se daba ese día. Aún no sabía a qué atenerme… ¿qué iba a pasar con la princesa, si ella terminara siendo rechazada? Debía estar ahí, para darle cuanto apoyo ella necesitara. Me encontraba en la entrada del castillo real, esperando a Fabiola y a sus padres.
– ¿Por qué se tarda tanto? – Inmediatamente, la princesa Fabiola y sus padres salían del edificio.
–Señorita Hosenfeld… ¿está segura que quiere venir a la ceremonia? No es por ser grosera, pero esto puede incomodarle un poco. – La reina me decía esto, caminando hacia donde estaba yo.
–Vuestra hija es mi mejor amiga. Lo más que puedo hacer es apoyarle moralmente. –
–…Gracias, Victoria…– La princesa me decía esto, sonriéndome un poco. Al voltear a verla, podía notar algo de nerviosismo en su rostro; ha de estar temblando del miedo por dentro, pero está haciendo su mayor esfuerzo por disimularlo.
–Subamos al carruaje, señoritas. La ceremonia comienza en dos horas más. – El rey Fernando nos decía esto, abriendo la puerta de la carroza, para dejarnos pasar. Nosotras tres asentábamos con la cabeza, entrando al coche; los reyes se sentaban en el asiento al frente, mientras que Fabiola y yo nos sentábamos atrás. –Adelante. – Entonces, Fernando le daba la orden al conductor de poner en marcha la carroza. Ya con esto, el conductor les daba la orden a los caballos para moverse, por lo que nuestro viaje al santuario comenzaba.
–Su majestad Cornelia… hay algo que quiero saber. Se trata de lo que fue a hacer a Astrid. – Le decía esto a la reina, colocando mis manos sobre el regazo. Tenía curiosidad por saber lo que hizo en la nueva república.
– ¿La nueva ruta comercial? No hay mucho que decir, señorita Hosenfeld. Fui a firmar un tratado con el nuevo presidente de Astrid: Samuel Ford. – Al terminar la explicación de la reina, yo me cruzaba de brazos. –Astrid aún se está recuperando de la guerra que tuvo contra el reino de Astea. – Aún no entendía algo. ¿A qué se debió esa guerra? Me daba curiosidad saberlo.
– ¿Exactamente por qué entraron en guerra, su majestad Cornelia? – Le preguntaba esto a la reina, recargándome un poco sobre el asiento.
–Astrid fue por mucho tiempo una colonia del reino de Astea. Los habitantes de la ahora república se hartaron de vivir bajo la opresión del reino; querían su propia independencia. Pero Astea no estaba de acuerdo con esta ideología; ahí fue cuando sus perspectivas chocaron. Solo una debía imperar. Me imagino que ya sabes a que consolido eso, señorita Hosenfeld. –
–Es una lástima, por las vidas que se perdieron en esa guerra. Pero al menos las generaciones futuras tendrán un mejor mundo donde vivir. –
–Lamento haberme perdido tu fiesta de cumpleaños, Fabiola. Te prometo que, de regalo, la próxima semana podrás ir al norte del reino a comprar lo que quieras para ti. –
–Gracias, madre…– La princesa aún se veía algo preocupada, agachando la mirada, frotando sus manos. Queriendo apaciguar el miedo de ella, yo le tomaba las manos, sonriéndole cariñosamente.
–Vas a salir victoriosa de esto, Fabiola. Ya lo verás. –
–Gracias, Victoria. Sabía que podía contar contigo. – A veces Fabiola suele actuar más despreocupada y valiente de lo que realmente es. Ésta no era una de esas ocasiones.
1:30 P.M.
Ya habíamos llegado al Templo del Aesir, en el Glaciar de los Lirios. Los reyes Leonhardt y yo estábamos en medio de la sala principal, la cual estaba adornada por estatuas de dioses valkinianos, contenedores que quemaban incienso aromático y un pequeño estanque cubierto por pétalos de rosas. La princesa se había ido a ponerse ropas ceremoniales; los monjes del lugar estaban colocando extraños grabados en el suelo, cantando algo en un idioma antiguo que no podía entender muy bien. En eso, Fabiola entraba a la recamara, portando una toga blanca, con un collar de oro y rubíes, sin maquillaje. Los monjes dentro de la habitación sacaban unos tambores, los cuales tocaban lentamente, al mismo tiempo en que la princesa caminaba lentamente al estanque. Entre más se acercaba a éste, más rápido retumbaban los tambores y más rápido los cantos eran emitidos. Uno de los monjes encendía unas veladoras a los lados del templo, cerrando las ventanas y las cortinas.
– ¿Qué está pasando…? – Me decía esto a mí misma en voz baja, encogiéndome un poco. El ambiente del lugar se veía muy espantoso, con la poca iluminación y los cantos. Yo no era la única que estaba nerviosa hasta el espinazo; por más que tratara de disimularlo, se podía ver a Fabiola temblar un poco.
–Dioses que habitan en el Paraíso… esta joven doncella está reunida aquí, para volverse la vasija de uno de ustedes. Si la princesa Fabiola Leonhardt es digna de portar el alma de alguno de ustedes, haced presencia en este templo, ahora mismo. – Uno de los monjes decía esto, mientras los cantos y los tambores resonaban más fuerte. Las runas en el suelo inmediatamente se prendieron de una en una, envolviendo a la princesa en un halo de luz.
– ¡Fabiola! – Yo exclamaba esto, cubriendo mis ojos con mis brazos. Solo podía desear que ella estuviera bien. El destello se atenuaba poco a poco, por lo cual me destapaba los ojos, viendo lo que la princesa hacía. ¡Una gema de color aguamarina había aparecido justo en frente de Fabiola!
– ¿Que? ¡Sí! ¡Eso es lo que quiero! Pero… ¿quién sois vos? – La princesa decía esto, mirando a la gema, la cual palpitaba un brillo especial. ¿Eso… eso era una exopiedra? Entonces, la princesa alcanzaba lentamente la gema, cuando de repente ésta emite un brillo incandescente que abarcaba todo el cuarto. – ¡KYAAAAAAAA! – Lo único que pude escuchar fue un grito proveniente de Fabiola. Quería ir a ver qué pasaba, pero no podía ver. Aquel halo de luz duró unos segundos; cuando éste se disipó, los reyes y yo volteamos a ver a donde estaba la princesa. Fabiola estaba inconsciente en el suelo, vistiendo una armadura color morado claro con encajes rosa, un peto que tenía forma de alas de ángel, chalina cruzada de color rojo, faldón corto, pero con placas medianas a los lados de las piernas y botas largas. Lo que en verdad llamaba nuestra atención eran un par de alas de mariposa plateadas que brotaron de la espalda de ella; éstas revoloteaban rápidamente, soltando mucho viento por la habitación.
– ¡FABIOLA! – Fernando, asombrado ante lo ocurrido, corrió fugazmente hacia donde estaba la princesa, tomándola entre sus brazos.
–Áine…– Esto era lo único que se podía escuchar de los labios de la princesa, la cual lentamente recuperó la consciencia, abriendo los ojos. – ¿Padre? ¿Qué pasa? ¿Lo-lo logré? – Fabiola, intentando levantarse, posaba su mano derecha sobre su rostro.
–Cariño… por favor, no te exaltes. – La reina pasaba delante de la sala, diciendo esto a la princesa, ayudando a levantarse.
– ¿Por-por qué dices eso? – Ya de pie, Fabiola prestó detallada atención a cómo es que se veía en ese momento. – ¡WAHHHHHHHHHHHHHH! – La princesa saltó del suelo de la conmoción, por lo cual yo me acercaba a donde estaba ella, llevando mi mano a la frente.
– ¡Mantén la calma, Fabiola! – Le dije esto a ella, inclinándome un poco hacia adelante.
–Tengo que hablar con Áine. ¡Áine… ¿dónde estás?! – La princesa exclamaba esto, volteando a ver a todos lados, cuando de pronto una silueta femenina aparecía a un lado de ella; una mujer de cabello rojo lacio, ojos violeta y un vestido color verde con morado, con alas violeta.
– ¿Me hablabas, Fabiola? – La doncella le preguntaba esto, inclinándose un poco.
– ¿¡Q-quién es usted!? – Fernando le preguntaba esto a aquella dama, inclinándose un poco.
–Mi nombre es Áine. De donde vengo, soy la diosa del amor y fertilidad. – Áine le decía esto a Fernando, inclinándose un poco, sonriéndole.
– ¿La… diosa del amor? – Al escuchar esto, yo me incliné ante ella, agachando la mirada. –Mis respetos, su grandeza Áine. – Aún no podía creer que estaba en frente de una diosa. Tanto tiempo el cual pensé que esos conceptos solo existían en los cuentos de hadas… ahora presentes ante mi mirada.
–De pura casualidad, ¿no hay una manera de poder volverse la vasija de dos dioses? – La princesa preguntaba eso, observando a la diosa.
–Lo siento, Fabiola. Sólo se puede ser la vasija de una deidad a la vez. Esas son las reglas; nunca vas a tener lo que deseas, más vas a conseguir lo que necesitas. – Al terminar de decir esto, Áine agachaba la cabeza, encogiendo los hombros.
–…Lo importante es que logré convertirme en una vasija. No sabéis cuan agradecida estoy, Áine. – Entonces, Fabiola se inclinaba ante la diosa, mostrando respeto hacia ella.
–Y yo estoy igual de agradecida de ser tu vasija, Fabiola. – Áine le respondía con esto a la princesa, sonriéndole tiernamente.
–Ahora… ¿cómo vuelvo a mi forma normal, Áine? Sería muy incómodo para el resto del púbico verme andar con éstas atrás. –La joven le decía esto a la diosa, señalando a sus alas.
–Concéntrate en la apariencia que tenías antes de la transformación. Es simple. – Cuando la diosa terminó de decir esto, la joven princesa cerraba los ojos por un rato; un haz de luz le envolvió por unos segundos, y cuando éste se disipó, Fabiola regresó a la “normalidad”.
–Fabiola… estoy tan orgulloso de ti. – El rey Fernando abrazaba a Fabiola fuertemente, por lo que ella le devolvía el abrazo, cerrando los ojos.
–Gracias, papá. Gracias, mamá. Me alegra mucho que decidieran apoyarme con esto. No saben cuánto significa mucho para mí. – Al terminar de decir esto, la princesa soltaba a los reyes y se dirigía a mí, para abrazarme. –No sabes cuanta ayuda me diste con solo estar aquí, Victoria. Sabía que podía contar contigo. – Teniendo su rostro tan cerca del mío, pude escucharla sollozar un poco; queriendo apaciguarla, le abrazaba de vuelta, sonriéndole un poco.
– ¿Para qué son las amigas? –
–Chicas… ¿dónde está la gema? – La reina Cornelia nos decía esto, inspeccionando a Fabiola de reojo.
– ¡La exopiedra! ¿¡Dónde está!? – Al notar esto, Fabiola inmediatamente buscaba la gema entre su ropa, viéndose muy agitada.
–No te preocupes, Fabiola. La exopiedra está a salvo. – Áine reaparece en frente de nosotros y nos decía esto, inclinándose un poco.
– ¡Áine! ¿Sabéis dónde está? – La princesa volteaba a ver a la diosa, con sus manos en el pecho.
–Cuando una deidad realiza el pacto con su vasija, la exopiedra se fusiona dentro del cuerpo del usuario. En otras palabras, la gema está dentro de ti. –
– ¿Y cómo se puede saber eso, Áine? –
–Las vasijas adquieren una marca en el cuerpo, simbolizando su pacto con un dios. –
–Gracias por la información, Áine. La necesitaba. –
–Cualquier cosa en la que me necesitas, solo avisa, cariño. – La diosa entonces le decía esto a ella, sonriéndole gentilmente, desvaneciéndose lentamente.
–Volvamos a casa, Fabiola. Debemos anunciarle al reino sobre esto. – Fernando posaba su mano sobre el hombro de la princesa, diciéndole esto.
– ¿En serio debemos exclamarlo a los cuatro vientos, papá? Dejémoslo así, por favor. –
–Si eso es lo que quieres…– El rey le respondió con esto, encogiendo los hombros, agachando la cabeza. –Muchísimas gracias por vuestra paciencia, sacerdote. Espero que vuestro compañero regrese pronto de Duwanga. Tengo entendido que fue a entrenar en cuerpo a cuerpo, ¿o me equivoco? –
–El sacerdote Barkhorn volverá dentro de un año, su majestad. Y no hay nada que agradecer. Nosotros trabajamos para aquellos que están buscando la ayuda de los dioses. – El monje le respondía con esto al rey, haciendo una reverencia.
–Que tengan un buen día, señores. – Cornelia le decía esto a los monjes, inclinándose también, sonriéndoles gentilmente.
–Gracias por su ayuda, señores. Prometo que les ayudaré como pueda. – Fabiola le decía esto a ellos, haciendo una reverencia, sonriéndoles igualmente. Y con eso, la ceremonia había terminado; solo faltaba que la princesa se cambiara de ropa para irnos de ahí. Esa fue la primera vez que presencie ese ritual…
3:30 P.M.
Después de un largo camino, nosotros cuatro llegamos a mi casa. Aún no podía sacarme de la cabeza aquella imagen de Fabiola. ¡Era amiga de una diosa! Por muchos años, pensé que los dioses no existían; menos mal que no dije eso en frente de Áine. No quería imaginarme como respondería. Debía de recolectar mis pensamientos, antes que pudiera hablar sobre la ceremonia a Fabiola.
–Papá… ¿me permites hablar con Victoria… a solas? – La princesa le preguntó esto al rey, agachando un poco la mirada, mientras la carroza se paraba en frente de la mansión.
–No te tardes mucho, Fabiola. Recuerda que aún tengo papeleo que atender. – Fernando decía esto, asentando con la cabeza, en lo que Fabiola y yo salíamos por la puerta derecha del carruaje. Ya en tierra firme, la princesa me toma de la mano derecha y me llevó algo lejos del carruaje, para que sus padres no nos escucharan.
– ¿Qué pasa, Fabiola? – Le decía esto a ella, con mis manos en la cadera. Solo podía esperar a que no me restregara en la cara que era una diosa.
–Victoria… voy a tomar clases de magia con Katalina. Ahora que soy una diosa, me encantaría aprender a usarla. Sé que no voy a poder usar los mismos conjuros que Kat usa, pero para este punto, ya me da igual. Con usar mi propia afinación mágica es suficiente. – Al decirme esto, Fabiola colocaba ambas manos en el pecho, observándome directamente. Algo me daba muy mala espina con eso que dijo; conociéndola, estaba segura que terminaría metiéndose en problemas, si aprendiera a usar magia. No es la primera vez que me he metido en problemas por culpa de Fabiola.
–De ser así, voy a asistir a tus clases. Quiero mantener un ojo encima. – Le respondía a la joven, entrecerrando la mirada, cruzando mis brazos.
–Awwwwww… sabía que era mala idea decírtelo. – La princesa entonces agachaba la mirada, jugando con las yemas de sus dedos.
– ¿Sabes bien que, aunque no me lo dijeras, Katalina me lo terminaría diciendo tarde o temprano? – Al decirle esto a Fabiola, ella entonces colocaba sus manos detrás de la espalda.
–Está bien… solo hago esto porque soy tu amiga. Como sea… ya me tengo que ir, Victoria. Espero que nos veamos pronto. Les diré a mis padres sobre ello. – Ya habiendo dicho esto, la princesa me abrazaba fuertemente, sonriéndole gentilmente.
–Jejeje… Nos vemos luego, Fabiola. No andes buscando problemas, ahora que sois una diosa. – Le decía esto a ella, devolviéndole el abrazo, sonriéndole un poco. La princesa ya se despegaba de mí y se dirigía a la carroza, entrando dentro de ésta. El conductor rápidamente daba la orden a los caballos de ponerse en marcha, los cuales galopearon rápidamente con dirección a la capital. Solo quedaba entrar a la mansión y descansar un poco, antes de la cena. Explicarles a mis padres sobre lo que pasó hoy seria… muy interesante, por así decirlo; pero ese mismo día iba a conseguir más información con respecto a mi familia.
7:00 P.M.
Ya era la hora de cenar; mis padres y yo nos encontrábamos en el comedor, cenando filete de cerdo con ensalada y ale. Con lo mucho que me gusta la carne roja…
–Oye, papá… necesito hablar de lo que hice hoy. – Le decía esto a mi padre, comiendo lentamente de mi trozo de filete.
– ¿Hmmmm? ¿Qué sucede? – Mi padre me preguntaba esto, dando un trago a su copa de ale.
–No sé si sepas de esto, pero… ¿sabes lo que es una exopiedra? – Al decirle esto a mi padre, él tragaba fuertemente, golpeando su pecho un poco.
– ¿Exopiedra? ¿Quién te habló sobre eso, Victoria? – Al escuchar estas palabras de mi padre, yo dirigía mi mirada hacia él, asentando con la cabeza.
–Hoy salí al Templo del Aesir, para asistir a la Ceremonia de Ascensión de Fabiola. Ella recibió una exopiedra, formando un pacto con la diosa Áine. ¿Qué tanto sabes sobre eso? – Le preguntaba esto a él, comiendo un poco más de filete.
– ¡Momento…! ¿¡La princesa Fabiola hizo un pacto con la diosa Áine!? – Mi padre exclamaba esto, golpeando la mesa con ambas manos, haciéndose un poco hacia atrás de la impresión.
–Recuerda tu presión arterial, cariño. – Mi madre le dijo esto a mi padre, sonriéndole nerviosamente.
–Así es, padre. ¿Qué tanto sabes de la diosa Áine y de las exopiedras? – Le preguntaba esto a mi padre, tomando un poco de mi taza de jugo de fresa. No suelo tomar ale, así que decidí tomar otra cosa; y solo jugo había. Mi padre tomaba aire fuertemente, tranquilizándose poco a poco.
–Ajam… a ver… De Áine, solo sé que ella es la diosa del amor y la fertilidad, frecuentemente conocida en el reino de Astea como la Reina Hada. Se dice que ella ayudó a la gente de ese reino a practicar la agricultura, además de que mató a un rey que intentó violarla. – Mi padre me decía esto, tomando un poco de ale.
– ¿Tenías que mencionar ese tema durante la cena, cariño? – Mi madre recalcaba esto, sonriéndole un poco molesta.
–Que interesante, por así decirlo…– Yo le respondía a mi padre, tomando un trozo de carne con un tenedor. No pude haber concordado tanto con lo que dijo mi madre. – Ahora… ¿qué tanto sabes de las exopiedras? –
–…Pensé que jamás íbamos a hablar sobre ello, cariño. Pero veo que ahora estás interesada en las diosas del Paraíso, supongo que éste es el momento adecuado…– Al decir esto, mi padre retiraba su plato y se acomoda la solapa. –Nuestro antepasado, Jaden Hosenfeld, fue el portador de la exopiedra de Lumina; diosa de la luz del imperio de Bizencia, ahora conocido como el reino de Ucilia. Mis abuelos dijeron que él obtuvo este favor al haber salvado a otra “vasija”, durante la Gran Guerra Continental. Desde ese entonces, nuestra familia ha venerado a las diosas del Paraíso, buscando formar un pacto con una de ellas. Hasta ahora, nadie ha tenido ese privilegio. Aunque no sea de nuestra familia, es una bendición para el reino entero, el que la princesa se haya convertido en una diosa. ¿Pero qué fue lo que le motivó a contactar a una diosa? No te molestaría decirme eso, ¿verdad, Victoria? – Al decir esto, mi padre sonreía un poco, cruzándose de brazos. No sabía se era buena idea decirle sobre ello a mi padre, pero la familia Leonhardt y la mía han estado en muy buenos términos, desde hace mucho tiempo.
–Ella me dijo que quería volverse una diosa, para ayudar a cuanta gente le sea posible. Fabiola me invitó a la ceremonia, para apoyarle moralmente. Ahora ella a asistir a clases de magia, con la duquesa Katalina. Yo la acompañaré, para evitar que se meta en problemas. – Le decía esto a mi padre, tomando un poco de jugo, cerrando los ojos.
– ¿En serio? Bien por ti, cariño. Es lindo que puedas pasar más tiempo con otras chicas de tu edad, Victoria. – Mi madre me decía esto, tomando un poco de ale, sonriéndome gentilmente.
–No quise insistirte con hacer una Ceremonia de Ascensión para ti, como el resto de la familia, tomando en cuenta que no parecías interesada en las deidades del Paraíso. Quise dejar que fueras la dueña de tu propio destino. Pero si quieres probar suerte, podemos acordar un ritual para ti, Victoria. – Mi padre me decía esto, tomando otro poco de carne con su tenedor. Yo solo negaba con la cabeza un poco, agachando la mirada.
–Me encantaría, pero no creo que haya sido llamada para eso, padre. Que Fabiola siga su camino de vida y yo sigo con el mío. – Le decía esto a mi padre, comiendo un poco más de carne. De haberme animado a volverme una vasija en ese momento, tantas cosas hubieran cambiado; tantos eventos hubieran sido prevenidos.
–Si vas a ir a vigilar a la princesa, te recomiendo que lleves a alguien contigo. Si conoces a alguien quien pueda ayudarte con eso, pídeselo. O si quieres, puedes pedírnoslo. – Mi padre me decía esto, terminando de comer, levantándose de su silla. “Pedir ayuda para vigilar a Fabiola”… Eso no sonaba tan mal.
–Creo conocer a la persona perfecta para ese trabajo, papá. Y sé que no dirá “no” como respuesta. – Al decirle esto a mi padre, yo me levantaba de mi asiento y salía del comedor, terminando de comer. –Buenas noches, papá. Buenas noches, mamá. – Terminando de decir esto, me dirigí a mi cuarto a descansar. No estaba tan mal la idea de pedirle ayuda a Geraldo para vigilar a Fabiola; sabía bien que él no diría “no” al hecho de rodearse de mujeres, especialmente si se trataban de damas tan encantadoras como la princesa y Katalina. Solo esperaba que Fabiola no me matara, por andar involucrando a otras personas en sus actividades…
Disfrútenlo.
Capítulo 3: Una princesa, una diosa… Una responsabilidad divina
Nos encontrábamos a las afueras del barracón, después de haber practicado algunas nuevas posiciones y formas, descansando un poco; Geraldo y yo nos encontrábamos apoyados en el muro del ala oeste del edificio.
– ¡Vaya Victoria, hoy estás que ardes en el entrenamiento! Dime, ¿Qué te trae tan inspirada? – Geraldo me preguntaba esto, secándose el sudor de la frente, con un pañuelo blanco.
– ¿Eh? ¿De qué hablas, Geraldo? Yo estoy perfectamente bien. – Le decía al muchacho, confundida, rascándome la nuca. No me había dado cuenta de cuanto había mejorado mi rendimiento ese mismo día.
– ¡Sabes bien de lo que hablo, Victoria! – En eso, Geraldo se levantaba del suelo y me miraba exaltado, haciendo ademanes de manos, simulando los movimientos de esgrima. –Tus movimientos, bloqueos y evasiones se han vuelto mucho más precisos y más veloces. Te has agotado menos y tus ataques son mucho más fuertes; peleas como si estuvieras poseída. ¿No te habías dado cuenta? – Él continuaba haciendo ademanes con las manos, mirándome impresionado, pero yo le miraba aún más confundida.
–La verdad es que no. Yo sólo me dediqué a pelear; nada más. – Le contesté a Geraldo, cruzando los brazos.
–Entonces… ¿en qué estaba pensando, mientras peleaba, Vic?- El muchacho me preguntaba esto, sentándose a mi derecha. “Lo que estaba pensando en ese momento…” Sí recuerdo lo que estaba pensando en ese momento. Estaba recordando la velada del cumpleaños de Fabiola, cuando estaba con Katalina.
–Bueno… sonará estúpido, pero estaba pensando en la fiesta que asistí dos días atrás; la princesa Fabiola y yo conocimos y conversamos con la duquesa Katalina Montesco.
– ¿La señorita Montesco? ¿¡Conoces a la duquesa Montesco!? –
– Por supuesto. ¿Por qué preguntas? –
–Por nada en especial, Victoria. Solo me sorprende que la hayas conocido. ¿Qué más hiciste allá en la fiesta, Vic? – Geraldo me preguntó esto, colocándose en frente de mí, cruzando sus brazos. No sabía si era buena idea decirle sobre el ritual al que Fabiola iba a someterse; parte de mí no quería que se involucrara en algo que lo sobrellevaba. Pero no podía mentirle.
–Si te lo digo, ¿prometes no involucrarte? – Al decirle esto al muchacho, éste asentaba con la cabeza, diciendo que sí. –La princesa Fabiola va a realizar un extraño ritual que va a convertirle en una vasija para una deidad. –
– ¿Una… vasija? ¿Podrías explicarme un poco mejor sobre ello? – En eso, el muchacho se acercaba más a mí, inclinándose hacia adelante.
–La princesa básicamente va a ser un ritual para que un dios escoja su cuerpo como una vasija. No quise decirte esto, por miedo a que ella se enojara conmigo si supiera que fui a esparcir la noticia. Ella es mi mejor amiga; lo que menos quiero es perderla. –
–N-no te preocupes, Victoria. Prometo no decirle a alguien sobre esto. ¿Pero qué llevó a la princesa a tomar esa decisión? –
–Ella me dijo que quería hacerlo para poder ayudar con cuanto fuera posible al reino. Lo más que puedo hacer es asistir a la Ceremonia de Ascensión. –
–Te pediría que me dejaras ir… Pero esa no es la mejor opción. No quiero que la princesa se enoje contigo. –
–Hablando de una razón para luchar, ¿cómo ha estado tu familia? –
–…Las cosas no han mejorado en mi casa, desde que mi padre abandonó a mi madre y a mis hermanas por otra mujer. – Geraldo regresaba al muro del barracón y se recargaba en éste, bajando la mirada entristecido. –Siendo que ahora soy el hombre de la casa, depende de mí de darle el sustento a mi familia. Por eso quise volverme espadachín; para poder darle un mejor futuro a mi familia, porque sé que ellos dependen de mí ahora. – Me quedaba mirando intrigada al muchacho, en lo que él continuaba explicándome sus razones para volverse espadachín. En ese entonces, no sabía en la situación que se encontraba. Sin haberme dado cuenta, me dirigía hacia donde él estaba y colocaba mi mano en su hombro, devolviéndole una sonrisa.
–No te preocupes. Si tu fuerza del alma es realmente grande, tu meta será alcanzada. –
– ¿Cómo dices, Victoria? – El muchacho volteaba a verme, con una mirada llena de incertidumbre, secándose las lágrimas de sus ojos.
–La señorita Montesco me dijo esto, cuando hablé con ella en la fiesta de antier: “Nuestros caminos son distintos, pero la fuerza de nuestra alma es lo que nos reunirá en el mismo lugar”. Por lo que entendí de esa frase, es que si nuestra fuerza de voluntad para conseguir aquello que queremos es igual de grande, aún si nuestros caminos difieren, podremos reunirnos una vez más. – Le decía a Geraldo, llevando mi mano izquierda al pecho y volteaba a ver hacia arriba, con un semblante pacifico.
–Guau… Si la duquesa Montesco le dijo eso, me imagino que también debe de ser muy sabia, para su joven edad. Espero que pueda conocerla uno de estos días. –
–Jeje. Ya llegará la oportunidad, Geraldo. –
–Sois muy linda cuando sonríes. ¿Lo sabías? –
–Gracias, Geraldo. –
–Otra cosa, Vic… cuando veas a la princesa, dígale que le mando saludos. –
–No te molestes, Geraldo. Ella ya está comprometida con Saúl. – Le dije esto al muchacho, encogiendo los hombros.
– ¿El marqués Saúl es su prometido? Diablos… Todas las chicas bonitas ya tienen pareja…– Entonces, Geraldo se retiraba del lugar, viéndose muy derrotado. Yo solo rodaba los ojos, sonriendo socarronamente. Ni siquiera trata de ocultar su nivel de perversión, tras esa carita de angelito.
14 de Febrero de 884. 11:00 A.M.
Ha pasado un mes desde la fiesta de cumpleaños de Fabiola. La Ceremonia de Ascensión se daba ese día. Aún no sabía a qué atenerme… ¿qué iba a pasar con la princesa, si ella terminara siendo rechazada? Debía estar ahí, para darle cuanto apoyo ella necesitara. Me encontraba en la entrada del castillo real, esperando a Fabiola y a sus padres.
– ¿Por qué se tarda tanto? – Inmediatamente, la princesa Fabiola y sus padres salían del edificio.
–Señorita Hosenfeld… ¿está segura que quiere venir a la ceremonia? No es por ser grosera, pero esto puede incomodarle un poco. – La reina me decía esto, caminando hacia donde estaba yo.
–Vuestra hija es mi mejor amiga. Lo más que puedo hacer es apoyarle moralmente. –
–…Gracias, Victoria…– La princesa me decía esto, sonriéndome un poco. Al voltear a verla, podía notar algo de nerviosismo en su rostro; ha de estar temblando del miedo por dentro, pero está haciendo su mayor esfuerzo por disimularlo.
–Subamos al carruaje, señoritas. La ceremonia comienza en dos horas más. – El rey Fernando nos decía esto, abriendo la puerta de la carroza, para dejarnos pasar. Nosotras tres asentábamos con la cabeza, entrando al coche; los reyes se sentaban en el asiento al frente, mientras que Fabiola y yo nos sentábamos atrás. –Adelante. – Entonces, Fernando le daba la orden al conductor de poner en marcha la carroza. Ya con esto, el conductor les daba la orden a los caballos para moverse, por lo que nuestro viaje al santuario comenzaba.
–Su majestad Cornelia… hay algo que quiero saber. Se trata de lo que fue a hacer a Astrid. – Le decía esto a la reina, colocando mis manos sobre el regazo. Tenía curiosidad por saber lo que hizo en la nueva república.
– ¿La nueva ruta comercial? No hay mucho que decir, señorita Hosenfeld. Fui a firmar un tratado con el nuevo presidente de Astrid: Samuel Ford. – Al terminar la explicación de la reina, yo me cruzaba de brazos. –Astrid aún se está recuperando de la guerra que tuvo contra el reino de Astea. – Aún no entendía algo. ¿A qué se debió esa guerra? Me daba curiosidad saberlo.
– ¿Exactamente por qué entraron en guerra, su majestad Cornelia? – Le preguntaba esto a la reina, recargándome un poco sobre el asiento.
–Astrid fue por mucho tiempo una colonia del reino de Astea. Los habitantes de la ahora república se hartaron de vivir bajo la opresión del reino; querían su propia independencia. Pero Astea no estaba de acuerdo con esta ideología; ahí fue cuando sus perspectivas chocaron. Solo una debía imperar. Me imagino que ya sabes a que consolido eso, señorita Hosenfeld. –
–Es una lástima, por las vidas que se perdieron en esa guerra. Pero al menos las generaciones futuras tendrán un mejor mundo donde vivir. –
–Lamento haberme perdido tu fiesta de cumpleaños, Fabiola. Te prometo que, de regalo, la próxima semana podrás ir al norte del reino a comprar lo que quieras para ti. –
–Gracias, madre…– La princesa aún se veía algo preocupada, agachando la mirada, frotando sus manos. Queriendo apaciguar el miedo de ella, yo le tomaba las manos, sonriéndole cariñosamente.
–Vas a salir victoriosa de esto, Fabiola. Ya lo verás. –
–Gracias, Victoria. Sabía que podía contar contigo. – A veces Fabiola suele actuar más despreocupada y valiente de lo que realmente es. Ésta no era una de esas ocasiones.
1:30 P.M.
Ya habíamos llegado al Templo del Aesir, en el Glaciar de los Lirios. Los reyes Leonhardt y yo estábamos en medio de la sala principal, la cual estaba adornada por estatuas de dioses valkinianos, contenedores que quemaban incienso aromático y un pequeño estanque cubierto por pétalos de rosas. La princesa se había ido a ponerse ropas ceremoniales; los monjes del lugar estaban colocando extraños grabados en el suelo, cantando algo en un idioma antiguo que no podía entender muy bien. En eso, Fabiola entraba a la recamara, portando una toga blanca, con un collar de oro y rubíes, sin maquillaje. Los monjes dentro de la habitación sacaban unos tambores, los cuales tocaban lentamente, al mismo tiempo en que la princesa caminaba lentamente al estanque. Entre más se acercaba a éste, más rápido retumbaban los tambores y más rápido los cantos eran emitidos. Uno de los monjes encendía unas veladoras a los lados del templo, cerrando las ventanas y las cortinas.
– ¿Qué está pasando…? – Me decía esto a mí misma en voz baja, encogiéndome un poco. El ambiente del lugar se veía muy espantoso, con la poca iluminación y los cantos. Yo no era la única que estaba nerviosa hasta el espinazo; por más que tratara de disimularlo, se podía ver a Fabiola temblar un poco.
–Dioses que habitan en el Paraíso… esta joven doncella está reunida aquí, para volverse la vasija de uno de ustedes. Si la princesa Fabiola Leonhardt es digna de portar el alma de alguno de ustedes, haced presencia en este templo, ahora mismo. – Uno de los monjes decía esto, mientras los cantos y los tambores resonaban más fuerte. Las runas en el suelo inmediatamente se prendieron de una en una, envolviendo a la princesa en un halo de luz.
– ¡Fabiola! – Yo exclamaba esto, cubriendo mis ojos con mis brazos. Solo podía desear que ella estuviera bien. El destello se atenuaba poco a poco, por lo cual me destapaba los ojos, viendo lo que la princesa hacía. ¡Una gema de color aguamarina había aparecido justo en frente de Fabiola!
– ¿Que? ¡Sí! ¡Eso es lo que quiero! Pero… ¿quién sois vos? – La princesa decía esto, mirando a la gema, la cual palpitaba un brillo especial. ¿Eso… eso era una exopiedra? Entonces, la princesa alcanzaba lentamente la gema, cuando de repente ésta emite un brillo incandescente que abarcaba todo el cuarto. – ¡KYAAAAAAAA! – Lo único que pude escuchar fue un grito proveniente de Fabiola. Quería ir a ver qué pasaba, pero no podía ver. Aquel halo de luz duró unos segundos; cuando éste se disipó, los reyes y yo volteamos a ver a donde estaba la princesa. Fabiola estaba inconsciente en el suelo, vistiendo una armadura color morado claro con encajes rosa, un peto que tenía forma de alas de ángel, chalina cruzada de color rojo, faldón corto, pero con placas medianas a los lados de las piernas y botas largas. Lo que en verdad llamaba nuestra atención eran un par de alas de mariposa plateadas que brotaron de la espalda de ella; éstas revoloteaban rápidamente, soltando mucho viento por la habitación.
– ¡FABIOLA! – Fernando, asombrado ante lo ocurrido, corrió fugazmente hacia donde estaba la princesa, tomándola entre sus brazos.
–Áine…– Esto era lo único que se podía escuchar de los labios de la princesa, la cual lentamente recuperó la consciencia, abriendo los ojos. – ¿Padre? ¿Qué pasa? ¿Lo-lo logré? – Fabiola, intentando levantarse, posaba su mano derecha sobre su rostro.
–Cariño… por favor, no te exaltes. – La reina pasaba delante de la sala, diciendo esto a la princesa, ayudando a levantarse.
– ¿Por-por qué dices eso? – Ya de pie, Fabiola prestó detallada atención a cómo es que se veía en ese momento. – ¡WAHHHHHHHHHHHHHH! – La princesa saltó del suelo de la conmoción, por lo cual yo me acercaba a donde estaba ella, llevando mi mano a la frente.
– ¡Mantén la calma, Fabiola! – Le dije esto a ella, inclinándome un poco hacia adelante.
–Tengo que hablar con Áine. ¡Áine… ¿dónde estás?! – La princesa exclamaba esto, volteando a ver a todos lados, cuando de pronto una silueta femenina aparecía a un lado de ella; una mujer de cabello rojo lacio, ojos violeta y un vestido color verde con morado, con alas violeta.
– ¿Me hablabas, Fabiola? – La doncella le preguntaba esto, inclinándose un poco.
– ¿¡Q-quién es usted!? – Fernando le preguntaba esto a aquella dama, inclinándose un poco.
–Mi nombre es Áine. De donde vengo, soy la diosa del amor y fertilidad. – Áine le decía esto a Fernando, inclinándose un poco, sonriéndole.
– ¿La… diosa del amor? – Al escuchar esto, yo me incliné ante ella, agachando la mirada. –Mis respetos, su grandeza Áine. – Aún no podía creer que estaba en frente de una diosa. Tanto tiempo el cual pensé que esos conceptos solo existían en los cuentos de hadas… ahora presentes ante mi mirada.
–De pura casualidad, ¿no hay una manera de poder volverse la vasija de dos dioses? – La princesa preguntaba eso, observando a la diosa.
–Lo siento, Fabiola. Sólo se puede ser la vasija de una deidad a la vez. Esas son las reglas; nunca vas a tener lo que deseas, más vas a conseguir lo que necesitas. – Al terminar de decir esto, Áine agachaba la cabeza, encogiendo los hombros.
–…Lo importante es que logré convertirme en una vasija. No sabéis cuan agradecida estoy, Áine. – Entonces, Fabiola se inclinaba ante la diosa, mostrando respeto hacia ella.
–Y yo estoy igual de agradecida de ser tu vasija, Fabiola. – Áine le respondía con esto a la princesa, sonriéndole tiernamente.
–Ahora… ¿cómo vuelvo a mi forma normal, Áine? Sería muy incómodo para el resto del púbico verme andar con éstas atrás. –La joven le decía esto a la diosa, señalando a sus alas.
–Concéntrate en la apariencia que tenías antes de la transformación. Es simple. – Cuando la diosa terminó de decir esto, la joven princesa cerraba los ojos por un rato; un haz de luz le envolvió por unos segundos, y cuando éste se disipó, Fabiola regresó a la “normalidad”.
–Fabiola… estoy tan orgulloso de ti. – El rey Fernando abrazaba a Fabiola fuertemente, por lo que ella le devolvía el abrazo, cerrando los ojos.
–Gracias, papá. Gracias, mamá. Me alegra mucho que decidieran apoyarme con esto. No saben cuánto significa mucho para mí. – Al terminar de decir esto, la princesa soltaba a los reyes y se dirigía a mí, para abrazarme. –No sabes cuanta ayuda me diste con solo estar aquí, Victoria. Sabía que podía contar contigo. – Teniendo su rostro tan cerca del mío, pude escucharla sollozar un poco; queriendo apaciguarla, le abrazaba de vuelta, sonriéndole un poco.
– ¿Para qué son las amigas? –
–Chicas… ¿dónde está la gema? – La reina Cornelia nos decía esto, inspeccionando a Fabiola de reojo.
– ¡La exopiedra! ¿¡Dónde está!? – Al notar esto, Fabiola inmediatamente buscaba la gema entre su ropa, viéndose muy agitada.
–No te preocupes, Fabiola. La exopiedra está a salvo. – Áine reaparece en frente de nosotros y nos decía esto, inclinándose un poco.
– ¡Áine! ¿Sabéis dónde está? – La princesa volteaba a ver a la diosa, con sus manos en el pecho.
–Cuando una deidad realiza el pacto con su vasija, la exopiedra se fusiona dentro del cuerpo del usuario. En otras palabras, la gema está dentro de ti. –
– ¿Y cómo se puede saber eso, Áine? –
–Las vasijas adquieren una marca en el cuerpo, simbolizando su pacto con un dios. –
–Gracias por la información, Áine. La necesitaba. –
–Cualquier cosa en la que me necesitas, solo avisa, cariño. – La diosa entonces le decía esto a ella, sonriéndole gentilmente, desvaneciéndose lentamente.
–Volvamos a casa, Fabiola. Debemos anunciarle al reino sobre esto. – Fernando posaba su mano sobre el hombro de la princesa, diciéndole esto.
– ¿En serio debemos exclamarlo a los cuatro vientos, papá? Dejémoslo así, por favor. –
–Si eso es lo que quieres…– El rey le respondió con esto, encogiendo los hombros, agachando la cabeza. –Muchísimas gracias por vuestra paciencia, sacerdote. Espero que vuestro compañero regrese pronto de Duwanga. Tengo entendido que fue a entrenar en cuerpo a cuerpo, ¿o me equivoco? –
–El sacerdote Barkhorn volverá dentro de un año, su majestad. Y no hay nada que agradecer. Nosotros trabajamos para aquellos que están buscando la ayuda de los dioses. – El monje le respondía con esto al rey, haciendo una reverencia.
–Que tengan un buen día, señores. – Cornelia le decía esto a los monjes, inclinándose también, sonriéndoles gentilmente.
–Gracias por su ayuda, señores. Prometo que les ayudaré como pueda. – Fabiola le decía esto a ellos, haciendo una reverencia, sonriéndoles igualmente. Y con eso, la ceremonia había terminado; solo faltaba que la princesa se cambiara de ropa para irnos de ahí. Esa fue la primera vez que presencie ese ritual…
3:30 P.M.
Después de un largo camino, nosotros cuatro llegamos a mi casa. Aún no podía sacarme de la cabeza aquella imagen de Fabiola. ¡Era amiga de una diosa! Por muchos años, pensé que los dioses no existían; menos mal que no dije eso en frente de Áine. No quería imaginarme como respondería. Debía de recolectar mis pensamientos, antes que pudiera hablar sobre la ceremonia a Fabiola.
–Papá… ¿me permites hablar con Victoria… a solas? – La princesa le preguntó esto al rey, agachando un poco la mirada, mientras la carroza se paraba en frente de la mansión.
–No te tardes mucho, Fabiola. Recuerda que aún tengo papeleo que atender. – Fernando decía esto, asentando con la cabeza, en lo que Fabiola y yo salíamos por la puerta derecha del carruaje. Ya en tierra firme, la princesa me toma de la mano derecha y me llevó algo lejos del carruaje, para que sus padres no nos escucharan.
– ¿Qué pasa, Fabiola? – Le decía esto a ella, con mis manos en la cadera. Solo podía esperar a que no me restregara en la cara que era una diosa.
–Victoria… voy a tomar clases de magia con Katalina. Ahora que soy una diosa, me encantaría aprender a usarla. Sé que no voy a poder usar los mismos conjuros que Kat usa, pero para este punto, ya me da igual. Con usar mi propia afinación mágica es suficiente. – Al decirme esto, Fabiola colocaba ambas manos en el pecho, observándome directamente. Algo me daba muy mala espina con eso que dijo; conociéndola, estaba segura que terminaría metiéndose en problemas, si aprendiera a usar magia. No es la primera vez que me he metido en problemas por culpa de Fabiola.
–De ser así, voy a asistir a tus clases. Quiero mantener un ojo encima. – Le respondía a la joven, entrecerrando la mirada, cruzando mis brazos.
–Awwwwww… sabía que era mala idea decírtelo. – La princesa entonces agachaba la mirada, jugando con las yemas de sus dedos.
– ¿Sabes bien que, aunque no me lo dijeras, Katalina me lo terminaría diciendo tarde o temprano? – Al decirle esto a Fabiola, ella entonces colocaba sus manos detrás de la espalda.
–Está bien… solo hago esto porque soy tu amiga. Como sea… ya me tengo que ir, Victoria. Espero que nos veamos pronto. Les diré a mis padres sobre ello. – Ya habiendo dicho esto, la princesa me abrazaba fuertemente, sonriéndole gentilmente.
–Jejeje… Nos vemos luego, Fabiola. No andes buscando problemas, ahora que sois una diosa. – Le decía esto a ella, devolviéndole el abrazo, sonriéndole un poco. La princesa ya se despegaba de mí y se dirigía a la carroza, entrando dentro de ésta. El conductor rápidamente daba la orden a los caballos de ponerse en marcha, los cuales galopearon rápidamente con dirección a la capital. Solo quedaba entrar a la mansión y descansar un poco, antes de la cena. Explicarles a mis padres sobre lo que pasó hoy seria… muy interesante, por así decirlo; pero ese mismo día iba a conseguir más información con respecto a mi familia.
7:00 P.M.
Ya era la hora de cenar; mis padres y yo nos encontrábamos en el comedor, cenando filete de cerdo con ensalada y ale. Con lo mucho que me gusta la carne roja…
–Oye, papá… necesito hablar de lo que hice hoy. – Le decía esto a mi padre, comiendo lentamente de mi trozo de filete.
– ¿Hmmmm? ¿Qué sucede? – Mi padre me preguntaba esto, dando un trago a su copa de ale.
–No sé si sepas de esto, pero… ¿sabes lo que es una exopiedra? – Al decirle esto a mi padre, él tragaba fuertemente, golpeando su pecho un poco.
– ¿Exopiedra? ¿Quién te habló sobre eso, Victoria? – Al escuchar estas palabras de mi padre, yo dirigía mi mirada hacia él, asentando con la cabeza.
–Hoy salí al Templo del Aesir, para asistir a la Ceremonia de Ascensión de Fabiola. Ella recibió una exopiedra, formando un pacto con la diosa Áine. ¿Qué tanto sabes sobre eso? – Le preguntaba esto a él, comiendo un poco más de filete.
– ¡Momento…! ¿¡La princesa Fabiola hizo un pacto con la diosa Áine!? – Mi padre exclamaba esto, golpeando la mesa con ambas manos, haciéndose un poco hacia atrás de la impresión.
–Recuerda tu presión arterial, cariño. – Mi madre le dijo esto a mi padre, sonriéndole nerviosamente.
–Así es, padre. ¿Qué tanto sabes de la diosa Áine y de las exopiedras? – Le preguntaba esto a mi padre, tomando un poco de mi taza de jugo de fresa. No suelo tomar ale, así que decidí tomar otra cosa; y solo jugo había. Mi padre tomaba aire fuertemente, tranquilizándose poco a poco.
–Ajam… a ver… De Áine, solo sé que ella es la diosa del amor y la fertilidad, frecuentemente conocida en el reino de Astea como la Reina Hada. Se dice que ella ayudó a la gente de ese reino a practicar la agricultura, además de que mató a un rey que intentó violarla. – Mi padre me decía esto, tomando un poco de ale.
– ¿Tenías que mencionar ese tema durante la cena, cariño? – Mi madre recalcaba esto, sonriéndole un poco molesta.
–Que interesante, por así decirlo…– Yo le respondía a mi padre, tomando un trozo de carne con un tenedor. No pude haber concordado tanto con lo que dijo mi madre. – Ahora… ¿qué tanto sabes de las exopiedras? –
–…Pensé que jamás íbamos a hablar sobre ello, cariño. Pero veo que ahora estás interesada en las diosas del Paraíso, supongo que éste es el momento adecuado…– Al decir esto, mi padre retiraba su plato y se acomoda la solapa. –Nuestro antepasado, Jaden Hosenfeld, fue el portador de la exopiedra de Lumina; diosa de la luz del imperio de Bizencia, ahora conocido como el reino de Ucilia. Mis abuelos dijeron que él obtuvo este favor al haber salvado a otra “vasija”, durante la Gran Guerra Continental. Desde ese entonces, nuestra familia ha venerado a las diosas del Paraíso, buscando formar un pacto con una de ellas. Hasta ahora, nadie ha tenido ese privilegio. Aunque no sea de nuestra familia, es una bendición para el reino entero, el que la princesa se haya convertido en una diosa. ¿Pero qué fue lo que le motivó a contactar a una diosa? No te molestaría decirme eso, ¿verdad, Victoria? – Al decir esto, mi padre sonreía un poco, cruzándose de brazos. No sabía se era buena idea decirle sobre ello a mi padre, pero la familia Leonhardt y la mía han estado en muy buenos términos, desde hace mucho tiempo.
–Ella me dijo que quería volverse una diosa, para ayudar a cuanta gente le sea posible. Fabiola me invitó a la ceremonia, para apoyarle moralmente. Ahora ella a asistir a clases de magia, con la duquesa Katalina. Yo la acompañaré, para evitar que se meta en problemas. – Le decía esto a mi padre, tomando un poco de jugo, cerrando los ojos.
– ¿En serio? Bien por ti, cariño. Es lindo que puedas pasar más tiempo con otras chicas de tu edad, Victoria. – Mi madre me decía esto, tomando un poco de ale, sonriéndome gentilmente.
–No quise insistirte con hacer una Ceremonia de Ascensión para ti, como el resto de la familia, tomando en cuenta que no parecías interesada en las deidades del Paraíso. Quise dejar que fueras la dueña de tu propio destino. Pero si quieres probar suerte, podemos acordar un ritual para ti, Victoria. – Mi padre me decía esto, tomando otro poco de carne con su tenedor. Yo solo negaba con la cabeza un poco, agachando la mirada.
–Me encantaría, pero no creo que haya sido llamada para eso, padre. Que Fabiola siga su camino de vida y yo sigo con el mío. – Le decía esto a mi padre, comiendo un poco más de carne. De haberme animado a volverme una vasija en ese momento, tantas cosas hubieran cambiado; tantos eventos hubieran sido prevenidos.
–Si vas a ir a vigilar a la princesa, te recomiendo que lleves a alguien contigo. Si conoces a alguien quien pueda ayudarte con eso, pídeselo. O si quieres, puedes pedírnoslo. – Mi padre me decía esto, terminando de comer, levantándose de su silla. “Pedir ayuda para vigilar a Fabiola”… Eso no sonaba tan mal.
–Creo conocer a la persona perfecta para ese trabajo, papá. Y sé que no dirá “no” como respuesta. – Al decirle esto a mi padre, yo me levantaba de mi asiento y salía del comedor, terminando de comer. –Buenas noches, papá. Buenas noches, mamá. – Terminando de decir esto, me dirigí a mi cuarto a descansar. No estaba tan mal la idea de pedirle ayuda a Geraldo para vigilar a Fabiola; sabía bien que él no diría “no” al hecho de rodearse de mujeres, especialmente si se trataban de damas tan encantadoras como la princesa y Katalina. Solo esperaba que Fabiola no me matara, por andar involucrando a otras personas en sus actividades…
Disfrútenlo.
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