18/01/2018 03:20 PM
Muy bien, muchachos... a partir de este punto, la situación se pondrá más fea, con respecto a la historia.
Lamento si hemos tardado mucho en llegar hasta acá. Os prometo que arreglaré el ritmo de la historia, durante la etapa de depuración.
Por ahora, disfruten:
Capítulo 7: Lady Victoria a sus servicios. La maestría de la espada se ha completado.
Han transcurrido cinco maravillosos años, desde que me había vuelto amiga de la joven duquesa, Katalina Montesco. El tiempo que había pasado con ella y con Fabiola, era definitivamente lo más añorable que tenía en mi vida. El grupo pasamos los días que andábamos juntas, ya sea yendo al mercado a comprar ropa u otras cosas o a los bares, donde tomaríamos unos tragos y cantaríamos durante un rato, así como pasando los días de primavera en los extensos prados del reino, admirando el paisaje o platicando un rato, acerca de que pensábamos de lo que acontecía en nuestro mundo o lo que pasaba por nuestra mente. Comúnmente, solía acudir a las sesiones de practica mágica, al igual que ella venia al barracón donde yo entrenaba, para verme a mí. Pero… aún existía esa emoción inquietante que sentía hacia la duquesa. No podía entenderla del todo; cada vez que la veía sonreír, mi corazón ardía de felicidad. Cada vez que platicaba con ella, solo deseaba que el tiempo se detuviera. Ese mismo fervor... era el mismo que sentía, cuando entrenaba en los barracones. ¿Pero qué significaba eso? No importaba como… Debía encontrar la respuesta.
Yo me encontraba en la entrada de la casa de Katalina, adentro de la carroza de la princesa, esperando a que ella bajara. Solo faltaban dos horas para que comenzara la ceremonia, por lo que debíamos darnos prisa.
– ¡Date prisa, Katalina! ¡Vamos a llegar tarde! – Fabiola le gritaba esto a Katalina, cuando entonces ella salía del edificio, acompañada por sus guardias, vistiendo un vestido azul.
– Ya. Ya. Espérenme, chicas. – La duquesa comentaba esto, sonriéndome un poco. Los guardias se inclinaban ante ella, cuando llegó a la entrada del castillo. –Un favor y quédense aquí, muchachos. Os prometo que estaré bien. Ustedes pueden quedarse a cuidar de mis padres. –
– ¡Sí, su excelencia! – Los guardias responden a esto con un saludo, componiéndose firmemente.
– ¡Adelante, pues! – Ya habiendo dicho esto, Katalina, Fabiola y yo salíamos en marcha a los barracones.
–Ustedes dos se tardan demasiado, poniéndose maquillaje. ¿Lo sabían? – Le decía esto a Katalina, colocando mis manos detrás de mi nuca.
–Venga, Victoria. Que a ti no te guste maquíllate, no quiere decir que nosotras no podamos hacerlo. – La princesa contestaba con esto, cruzándose de brazos.
–Me sorprende que tus padres no vayan a ver la ceremonia, Victoria. ¿A qué se debe eso? – Entonces, la duquesa me pregunta esto, levantando la mirada para observarme.
–Ellos salieron a la frontera con Ucilia. Ha habido más casos de desapariciones. Jmmmmm… Y pensar que después de cinco años, los plagios no han disminuido un poco; pero no. Pareciera que la situación empeora conforme más pasa el tiempo. – Le decía esto a Katalina, bajando la mirada. La frecuencia con la que los secuestros han estado pasando me tienen asustada… ¿Y si terminan secuestrando a las chicas? Jamás me lo perdonaría, si eso pasara.
– ¿Tú crees que haya un grupo criminal interesado en tráfico de personas? – Kat preguntó esto a Fabiola, colocando su mano izquierda en su mentón. La joven princesa no respondió, por al menos unos segundos; solo se quedó callada, con la cabeza agachada. – ¿Fabio? –
–No quiero hablar de eso, Kat…– En eso, la chica albina volteaba a vernos, con un tono de voz muy serio, no característico de ella.
–Sea lo que sea, no permitiré que alguien te lleve de mi lado, Kat. – Le decía esto a Katalina, sonriéndole amablemente.
– ¡No es necesario! – Cuando la joven princesa nos dijo esto, la duquesa y yo volteamos a verla; ella se puso muy exaltada por ese comentario, por lo que veía. –Ahmmmm… deja que la armada se encargue del caso, Victoria. Ellos ya están en el caso. – Terminado de decir esto, ella nos devolvió una sonrisa nerviosa, rascándose la nuca.
–Fabiola…– La duquesa se quedó mirándole algo confundida, sin comentar algo más.
– ¡Oigan! – Entonces, la carroza se topaba con Geraldo, el cual cargaba su armadura.
– ¡Geraldo…! ¿Te gustaría acompañarnos a los barracones? – Fabiola preguntaba esto al joven, asomándose por la ventana.
– ¡Por supuesto! ¡Allá me dirijo! – El espadachín nos respondía, asentando con la cabeza, por lo que le abrimos la puerta para que entrara a la carroza. – ¿Qué tal están, chicas? –
–Estábamos hablando sobre las desapariciones que han ocurrido en el reino. – Katalina le comentaba esto, asentando con la cabeza.
–Ohhhh… ¿Sobre ello? Bueno… ahora que voy a volverme un espadachín, creo que voy a ir a la capital, a solicitar trabajo en los cuarteles generales. Me gustaría poder ayudar con el asunto de las desapariciones. – Geraldo comentaba esto, rascándose la nuca.
– ¿En serio? Que interesante. – La joven duquesa respondía con esto, devolviéndole la mirada.
–Mi familia necesita el dinero; completar ese trabajo podría sacarnos de la pobreza. A parte, se bien que solo soy un hombre. Pero un hombre basta para hacer la diferencia. – El muchacho colocaba sus manos detrás de su espalda, sonriéndonos de manera optimista, pero el rostro de Fabiola se mostraba más preocupado.
– ¿Estás seguro que esto es lo que quieres, Geraldo? – Al preguntar esto, la princesa agachaba la mirada, al mismo tiempo en que sus labios temblaban.
–Por supuesto. ¿Qué tiene de malo buscar algo de gloria? – Justo después que el muchacho le respondiera, la chica albina golpeó sus piernas, inclinándose hacia adelante.
– ¿Solo te importa eso? – La reacción de ella nos había dejado perplejos; no parecía la impudente y arrogante Fabiola que conocíamos. –Pe-perdón, chicos… he estado algo ajetreada con todo el trabajo que tengo. Es todo. – Entonces, la chica agachaba la cabeza, cerrando los ojos.
–No te preocupes, cariño. Tienes nuestro apoyo moral. – Cuando Katalina terminó de decir esto, dibujando una sonrisa en su rostro, Fabiola levantó la mirada y asentó con la cabeza.
–Gracias, Kat. Pero este es un trabajo que quiero terminar por mí sola. – Algo no encajaba bien… podía sentirlo. Parte de mí quería preguntarle a Fabiola sobre “ese trabajo” que ella está atendiendo, pero terminaría sonando grosera. No quería enfurecerla, a parte. La próxima vez que ella y yo estemos solas, lo iba a hacer.
1:00 .P.M.
Mis compañeros, Katalina y yo, nos encontrábamos en el barracón donde solía entrenar, donde Fabiola estaba ayudando con la conmemoración de caballería. Todos, excepto Katalina, estábamos vestidos con una armadura de hierro; algo barata, pero práctica. Ninguno de nosotros estaba usando el casco de nuestra armadura, para así poder apreciar mejor la escena. El siguiente en línea era Saúl.
–Saúl Giesler… pase en frente y escoja su arma, por favor. – La princesa daba la indicación al marqués, para pasar al frente de la sala.
–Está bien, su alteza. – En eso, el joven pasaba adelante, haciendo una reverencia, para luego tomar lo que parecía ser un berdiche; un hacha de batalla cruzada con una lanza.
–Escojo el berdiche, su alteza. – Al dar esta indicación, él tomó el hacha entre sus manos y caminó hacia donde estaba la albina.
–Inclínese, por favor. – Fabiola le decía esto a Saúl, desenvainando una espada que cargaba.
–Sí, su majestad. – El joven pelirrojo entonces se arrodillaba ante ella, agachando la mirada. –Fabiola…–
–Yo, princesa Fabiola Leonhardt, te nombro Sir Saúl Giesler. – Entonces, la joven albina le otorgaba el título de caballero al marqués, sonriéndole un poco.
–Gracias, su alteza. – Ya habiendo terminado esto, el joven se levantó del suelo, volviendo a donde el resto del grupo. Pude notar una gota transitar su rostro, pero éste se volteó muy rápido.
–Geraldo Kruger, es su turno de escoger su arma. – La princesa daba la indicación con la mano a Geraldo de pasar, por lo que él inmediatamente hace eso.
–En seguida, su alteza. – El muchacho se quedó observando variedad de sables; claymores, zweihanders, estoques y demás. Él continuó caminando por unos segundos, cuando de pronto se detuvo y posó su mirada sobre un escudo y una espada ancha. –Escojo el escudo y espada, su alteza. – El joven se acomodaba los anteojos y decía esto, tomando el escudo y la espada ancha.
–El escudo y espada… que así sea. Pase en frente, por favor. – Fabiola decía esto, mientras ella y Geraldo hacían una reverencia. El joven rápidamente se arrodillaba ante ella, esperando la conmemoración. –Yo, la princesa Fabiola Leonhardt, te nombro Sir Geraldo Kruger. –
–Gracias, su alteza. – Geraldo se levantaba del suelo, sonriéndole a ella, inclinándose nuevamente. Ya era mi turno... Pasaba al frente de la sala principal, donde mi amiga me iba a conmemorar espadachín, y escogería la espada que portaría de por vida.
–Escoge tu arma, Victoria Hosenfeld. El arma que escojas, no solo define tu futuro estilo de pelea, si no también define tu propia personalidad. – En eso, la joven dio la indicación de pasar, para escoger mi arma de preferencia. Si debía decidir qué tipo de espada debería de usar, debería de escogerla basándome más en mi propia personalidad y en el estilo de pelea que busco. Quiero un arma que combine con mi estilo que estoy buscando; volar con la gracia de una mariposa, la velocidad de una avispa y la fuerza de un escarabajo ermitaño. Con la determinación de toda mi alma, pasaba a tomar un estoque, de entre las espadas del arsenal; un sable delgado, pero flexible y letal, en las manos correctas. Me quedé observándolo, por un rato, sintiendo como es que me susurraba: “¿deseas mi poder? ¿Deseas ser mi acompañante?”
–Elijo el estoque, su alteza. – Le decía a Fabiola, volteando a verle con el estoque en la mano, inclinándome ante ella.
–Perfecto… Si esa es el arma que te acompañara por el resto de tu vida como espadachín, que así sea. Ahora inclínate, por favor. – La princesa me decía esto, devolviéndome la reverencia. Yo solo asentaba con la cabeza, arrodillándome ante ella. –Yo, princesa Fabiola Leonhardt, te nombro Lady Victoria Hosenfeld. –
–Jmjmjmjm. – Pude escuchar una risa a mi derecha, por lo que volteé disimuladamente; la joven Katalina se cubría la boca, sonriendo un poco.
–Jmmmm… gracias, su alteza. – Le respondía a Fabiola, levantándome del suelo, inclinándome un poco. En eso, yo volvía con mi grupo de compañeros, a formarme en la fila.
–Desde este momento, ustedes ya no son mis alumnos. Con todo el orgullo del mundo, os declaro a vosotros espadachines oficiales. Que el camino de la espada os dirija al futuro que deseen. – Al terminar de decirnos estas inspiradoras palabras, el maestro Álvaro hacia una reverencia final, a la cual nosotros respondíamos con una propia.
–Como vuestra princesa y vasija de Áine, les doy una bendición y mi protección en vuestro camino de vida. – En eso, la chica albina nos decía esto, devolviéndonos una sonrisa. Terminada la reverencia, Kat, Geraldo, Saúl, Fabiola y yo nos dábamos un abrazo grupal. No podía expresar con palabras la felicidad que sentía en ese momento. Finalmente había completado ese arduo entrenamiento que me había tomado tantos años. ¡Me había convertido en un espadachín pleno!
2:00 P.M.
Después de la ceremonia, Nosotros salíamos con dirección a mi casa. Había empezado a nevar; se podía ver las calles y las praderas de ese lugar, llenarse de un manto blanco y helado. Buen día para no haber traído un abrigo, pero al menos nos iremos en un carruaje.
–Debo volver a mi casa, chicas. Tengo que enlistar mis cosas para irme a vivir a la capital… Aún no sé cómo es que mi mamá va a reaccionar a esto. –Geraldo se colocaba una capucha café y nos comentaba esto, devolviéndonos una sonrisa a ambas.
– Pero necesitaba decirle algo a todos ustedes, chicos. – La princesa le decía esto, cruzando los brazos.
–Si se trata sobre ir a la frontera con Astrid, para ir a comprar más joyería…– Antes que el marqués terminara la frase, Fabiola le interrumpía golpeando en suelo con su pie.
– ¡No es eso, Saúl! ¡Quería hacer una fiesta para nosotros, como celebración de vuestra conmemoración! – Al escuchar las palabras de la princesa, nosotros le veíamos asombrados por la noticia. Yo levantaba la ceja derecha, cruzando mis brazos, también.
–Pero si tu cumpleaños fue hace poco. ¿Estás segura que tus padres te permitirán ese lujo? Me imagino que ellos se terminarán molestando por todo el gasto de dinero. –
–No necesito que me des mal augurio, Victoria. – Ella me respondía con esto, con las manos en la cintura.
–No es por darte la contraria, cariño… ¿pero no crees que muy poca gente asistirá a la fiesta? O sea, ¿no se te hace muy frívolo ese motivo para realizarla? ¿Qué te parece si reducimos la fiesta a una cena grupal, para solo nosotros cinco? – La joven duquesa dio su opinión, sonriéndole nerviosamente.
–Concuerdo con Montesco, cariño. – El joven pelirrojo replicaba el comentario de Katalina, asentando con la cabeza.
–Yo también. Lo siento, su alteza. – Geraldo también decía esto, agachando la mirada de la vergüenza. Yo simplemente miraba a la joven albina, encogiendo mis hombros, dando a entender lo que pensaba.
–Awwwww… está bien. Ya que. – Fabiola nos decía esto, agachando la mirada, con sus manos en la espalda. En ese momento, me había acordado de la conversación de la mañana, donde ella actuaba muy sospechosamente inusual. Este era el mejor momento para obtener respuestas, pero debía estar solamente con ella.
–Oye, Fabio… necesito hablar contigo, a solas. – Entonces, yo entrecerraba la mirada, cruzando mis brazos.
–Está bien, Victoria. – Ya habiendo dicho esto, ella y yo nos íbamos a otra parte del barracón, donde los chicos no pudieran escucharnos. – ¿Que sucede? – Me quedé mirando lascivamente a la princesa, por un rato, la cual retrocedía un poco ante esto.
–Quiero que seas honesta, Fabiola. ¿Por qué estás tan firme en que no nos involucremos en las desapariciones? – Le preguntaba esto, cruzándome de brazos.
–No tengo idea de que me hablas. – Fabiola me decía esto, mirándome fijamente, achicando su cuerpo.
– ¿Y por qué te encoges, de ser así? – Al decirle esto a la joven, ésta saltó un poco hacia atrás de la impresión.
–N-no es nada, Victoria. Te-te juro por Áine que estoy diciendo la verdad- ¡Ayyyyy! No debí haber dicho eso. Ahora se enojará conmigo. – La princesa me decía esto, con las manos en la cabeza, revoloteando del miedo.
–Debemos serle sinceras a la señorita Victoria, Fabiola. – Entonces, la diosa se manifestaba en frente de nosotras, algo preocupada.
–…Está bien… supongo que no tengo otra opción. Pero necesito pedirte algo a cambio, Vic… No disipes esta información a otra gente; no se lo digas a tus padres o a los chicos. – La joven princesa me decía esto, acercándose lentamente hacia mí, observándome de manera muy seria.
–E-está bien, Fabio. Pero si es algo ilegal, tendré que intervenir. – Al decirle esto a Fabiola, ladeaba la cabeza un poco agachando la mirada.
–No es eso, Vic. He estado ayudando al ejército y al comandante Luttenberg a investigar más sobre las desapariciones. Unos meses atrás, conocí a otra vasija, pero de ello no puedo hablarte. Solo digamos que me ha estado ayudando con la localización de los desaparecidos... Pero… No… no puedo continuar. – Fabiola iba a detener su explicación, pero de pronto la diosa le detiene, cruzándose de brazos.
–Fabio…– Al escuchar esto, la joven princesa agachó la cabeza y desvió la mirada.
–Está bien… Hace poco encontramos restos de cuerpos humanos, a las afueras de la zona residencial. Después de un arduo análisis, encontramos marcas de mordidas y garras que no pertenecían a nada antes visto. – Cuando terminé de escuchar estas palabras, me llevaba mi mano al pecho, con el rostro algo pálido.
–Quieres decir que… la gente desparecida- – Entonces, la chica albina me daba la indicación con su mano de detenerme.
–Es por esto por lo que no quiero involucrarlos, Victoria. Hay algo merodeando este reino, devorando docenas de personas. Jamás me perdonaría el que ustedes terminasen así, también. ¿Podemos volver con los demás, por favor? No quiero seguir hablando sobre esto. – Fabiola terminaba de decirme esto, dándose la media vuelta para dirigirse a donde los muchachos.
–Sabes bien que no puedes con este problema tú sola, ¿verdad? – Entonces, yo me colocaba en frente de la albina, bloqueando el paso, mirándole lascivamente. Ella estaba loca si en verdad pensaba que podía resolver este caso, por si sola. Especialmente si algo que come decenas de personas de desayuno anda al acecho, en el reino.
–Esta es mi responsabilidad, como princesa… como diosa. Por favor… mantente fuera de la línea de fuego, amiga. – Después de decirme esto, la joven princesa agachó la mirada, con las manos en el pecho. Tratando de animarle, yo colocaba mi mano en su hombro, sonriéndole gentilmente.
–Cuídate mucho y no quieras hacerte la valiente, si las cosas empeoran. Es todo lo que tengo que decir. – En eso, Fabiola se lanza sobre mí, abrazándome fuertemente. Pude escuchar unos cuantos sollozos, teniendo su rostro a un lado mío.
–Gracias, Victoria…– Sin saber que más hacer, le devolvía el abrazo, frotando su cabeza.
–Volvamos con los demás, Fabio. Está nevando más fuerte. – Al haberle dicho esto, la joven asentaba con la cabeza y volvíamos con el grupo; Fabiola se secaba las lágrimas de sus ojos velozmente, sonriéndole a los chicos.
–Vámonos ya, muchachos. No quiero que nosotros atrapemos un resfriado. – La princesa le dice esto al grupo, levantando su mano derecha.
–Adelante, Fabio. – Katalina decía esto, subiendo al carruaje con Saúl y Geraldo. Ya adentro, nos pusimos en marcha para ir a mi casa. Solo podía esperar que Fabiola no tirara su vida a la basura, haciendo una tontería. Algunas cosas no cambian, por más que el tiempo avanza.
2:30 P.M.
Finalmente llegamos al palacio, donde me despediría de los chicos. La carroza estaba estacionada en frente de la entrada, mientras que nosotros intercambiábamos palabas.
–Debo apurarme, muchachos. Necesito resolver el asunto que tengo pendiente. – La princesa nos decía esto, dando una señal con su cabeza. –La próxima semana les llevaré a cenar, como celebración ¿Qué les parece? –
–Me encantaría, Fabiola. – Katalina le dice esto, sonriéndole gentilmente.
–Bien... yo me bajo aquí, pues. Cuídense mucho y que las diosas les protejan. – Le dije esto al grupo, saliendo de la carroza cuidadosamente.
–Nos vemos después, Lady Victoria. – La duquesa me respondía con esto, sonriéndome de vuelta.
–Nos vemos después, Kat…– Ya habiendo dicho esto, me bajaba del carruaje, el cual se puso en marcha con rumbo a la capital. Entonces, entraba dentro de mi casa, topándome con Rogelio, quien estaba barriendo el piso.
–Señorita Victoria… ¿qué tal le fue con la conmemoración? – El mayordomo preguntaba esto, dirigiéndose hacia mí.
–Perfecto, señor Rogelio. ¿Ya volvieron mis padres? – Le preguntaba esto al sirviente, sentándome en uno de los sillones.
–Lamentablemente no, señorita. ¿Hay algo que se le ofrecía? – Rogelio me decía esto, sentándose a mi lado.
–No, realmente. Solo tenía curiosidad. – Al decirle esto, me recargaba un poco más sobre el sillón, mirando hacia arriba.
– ¿Le gustaría un poco de té, señorita? – El mayordomo me decía esto, volteando a verme un poco.
–Té verde, con unas galletas de chocolate, por favor. ¿Andas de humor para jugar ajedrez? – Le preguntaba a él, mirándole un poco cansada. Se podía escuchar mi estómago gruñir fuertemente, por lo que me sonrojaba un poco.
–Por supuesto que me gustaría jugar, señorita. Traeré la comida en seguida. – El mayordomo replicaba con esto, levantándose del sillón, dirigiéndose a la cocina. Ahora que era un caballero, ¿en qué podría trabajar? ¿Debería solicitar un título nobiliario, como mis padres? ¿O debería trabajar para la armada, como Geraldo? Unos minutos después, Rogelio regresa a la sala, cargando consigo una bandeja de galletas con una tetera. –Aquí tiene, señorita Hosenfeld. – El señor entonces puso la comida en la mesilla de la recamara, yendo por el tablero de ajedrez.
–Gracias, Rogelio. – Le respondía al sirviente, tomando una galleta, sirviéndome un poco de té en una taza. –Has trabajado para la familia, desde antes que yo naciera, ¿verdad? –
–No realmente, joven Victoria. Mi padre conoció a sus abuelos, antes que su tío, Walter Hosenfeld, se mudara al reino de Elbea. – Rogelio me decía esto, colocando el tablero y las piezas en la mesa. – ¿Cuáles piezas desea usar, señorita? – Al preguntar esto, el mayordomo se sentaba en el otro sillón, quedando en frente de mí.
–Las blancas. Gracias por preguntar. – Le decía esto, acomodando las piezas a mi lado, tomando un poco más de té. – ¿Y que llevó a mi tío a tomar esa decisión? – Entonces, tomaba otra galleta de la bandeja, comiéndola rápidamente.
–Su tío quiso abrir una tienda de perfumes, en la ciudad de Camberia; la capital de Elbea. Ahí fue donde conoció a vuestra tía Mariana, después de todo. – Él me decía esto, acomodando sus piezas en el lado de su tablero.
– ¿En serio? Eso explica el acento de mi tía. La próxima vez que los vea, voy a comprarles un perfume de lirios, para cierta amiga mía. – Le decía esto, moviendo una pieza hacia adelante.
– ¿Es para su alteza? – El sirviente me preguntó esto, moviendo una de sus piezas, observándome detenidamente, levantando una ceja.
–No. No es para ella. Es para Katalina. – Le decía esto a Rogelio, moviendo otro de mis peones, sonrojándome un poco. –Ahmmmmm… No sé si sea una buena idea, pero me encantaría saber cómo fue que usted conoció a su esposa. – En eso, el mayordomo frotaba su barbilla, continuando con el juego.
– ¿Y a qué viene eso, señorita Victoria? – Al escuchar esto, yo negaba con la cabeza, sonrojando mi rostro.
–Curiosidad. Es todo. –
–Je. La curiosidad mató al gato, si es que no lo sabía. Pero me halaga que usted desee escuchar uno de mis relatos, para variar. – El señor me decía esto, tomando un poco de té, sonriendo un poco. –Fue hace 41 años atrás, cuando Ernesto Leonhardt aún era el rey. La conocí, cuando mi familia vivía en el sur del reino, en el Valle de las Violetas. Ella era una bella campesina; cabello dorado cual trigo, ojos azules tal cual cielo, y esa sonrisa de ángel que me dejo cautivado de por vida. – Cuando Rogelio terminó de decir esto, yo asentaba con mi cabeza.
–Ella murió hace poco, ¿verdad? – Le decía esto al mayordomo, el cual agachaba la mirada.
–Dos años atrás, para ser más preciso. – Unos segundos después, él movía una de sus piezas, tomando un poco más de té. No debí haber mencionado eso; debía de animar la conversación inmediatamente.
–Mis-mis condolencias, señor Rogelio. Me-mejor continúe hablando de cómo conoció a mi familia. No quiero lastimarlo más. – Le decía esto, tomando un poco de té, sonriéndole nerviosamente, moviendo una de mis piezas.
–S-sí, señorita. Y gracias por el apoyo moral. – El sirviente me contestaba con esto, sonriéndome un poco. –Yo tenía 22 años, cuando sus abuelos murieron. La leucemia de mi padre empeoró; sus padres me ofrecieron trabajar para ellos, cuando asistí al funeral de Julius. Necesitaba el dinero, para el tratamiento mágico de mi padre. Lamentablemente, ya era demasiado tarde; mi padre murió, unos años después de sus abuelos. – Al haber dicho esto, Rogelio se tapaba la cara con ambas manos, agachado su cuerpo. Ahora había empeorado la situación… Y pensar que podía evadir la flecha, cambiando de tema.
–No quería deprimirlo, pero terminé llevándolo a un lugar del cual no quería hablar. Metí la pata, otra vez. – Le dije esto a mi acompañante, frotando mis brazos, desviando la mirada.
–No-no es su culpa, señorita Victoria. Sé que duele, pero al menos puedo dejarlo ir, hablándolo con usted. – En eso, Rogelio levantaba la mirada, sonriendo un poco, comiendo una galleta. –Es un placer conversar con usted, sin tener que preocuparme por andar curando heridas. –
–Jejeje… Y pensar que han pasado cinco años, desde la última vez que me metí en un pleito callejero. – Le decía esto al mayordomo, desviando la mirada.
–Bien por usted, señorita Victoria. Ese es un hábito que es difícil de eliminar. – El señor me decía esto, moviendo una de sus piezas.
–No podía evitarlo. Los brabucones de la escuela y de los barracones no podían salirse con las suyas, maltratando a las otras chicas. Si yo no las defendía nadie más lo hubiera hecho. ¿Qué acaso no es esa la responsabilidad de un noble? –Al haberle dicho esto, yo movía una de mis piezas, eliminando una de las de Rogelio.
–Su causa es noble, pero vuestros medios son defectuosos, señorita Victoria. Ganar una batalla requiere más que solo fuerza bruta. – Entonces, Rogelio movía una de sus piezas, eliminando una de las mías.
–Mi padre me ha hablado de ello, cuando empecé mis clases de esgrima. Ese consejo me ha ayudado, como no se lo imagina. – Le decía esto, sonriéndole un poco.
–Dígame, señorita… ¿Qué planea hacer con su vida, ahora que se volvió un caballero? – El sirviente me preguntaba esto, tumbando una de mis piezas. Si movía una pieza equivocada, mi rey y/o mi reina quedaría expuestas; debía proseguir con más precaución.
–Si le soy honesta, aún no lo sé. Ya han pasado cinco años desde que esa duda apareció en mi cabeza, y aún no la he resuelto. Todos mis amigos ya tienen o tendrán trabajo, pero yo sigo sin saber a dónde quiero ir. Infantería, exploración, servicio secreto, investigación criminal o guardaespaldas… Todo suena tan llamativo, y ese es el problema. ¿Qué debería escoger? – Cuando le dije esto a Rogelio, recargaba mi rostro sobre mis manos, bajando el cuerpo. Ahora era yo quien se sentía desanimada; no podía sacarme de la cabeza, el hecho que sigo en el mismo lugar.
–Señorita Victoria… a veces no es tan simple encontrar el camino de vida de uno mismo. Pero he conocido casos de personas como usted, que estaban sin rumbo y sin trabajo; ellos lograron salir adelante, siguiendo lo que más les apasionaba. Aquello que su corazón deseaba. Quizás no sea mucho, pero le recomiendo que escuche vuestro interior y encuentre esa llama que la guie al camino que desea. Tengo fe en que lo logrará. – Al terminar de decirme esto, el mayordomo acariciaba mi cabeza, sonriendo gentilmente.
–Gracias, Rogelio… Continuemos jugando, por favor. – Yo levantaba la cabeza, sonriéndole de vuelta, para luego continuar jugando. No lo sabía aun, pero existía una llama de pasión dentro de mí, la cual crecía más y más grande a cada segundo. Y no sabría cuál era la razón, sino hasta que llegó ese lúgubre día. Ese día que mi vida cambiaría.
5:00 P.M.
Mis padres ya habían vuelto de la capital. Nosotros nos encontrábamos en el comedor, listos para comer estofado de res. Genial… más carne roja para cenar…
–Entonces, tu padre y yo encontramos un cachorro de oso en el Bosque de Magnolia, pensando que era un bandido. Menos mal que decidimos no atacar. Jamás me hubiera perdonado el hecho de matar a un animal indefenso. – Mi madre nos relataba una historia de su época de juventud, limpiando su boca con una servilleta.
–Ohhhhh… jeje. Esa sí que fue una luna de miel poco usual. – Le decía esto a mi madre, comiendo dudosamente el estofado.
–Y yo que quería ir a la costa de Ucilia, pero tu madre me convenció en ir a las montañas del sur. Ahí tienes una muestra del talento de tu madre. – Mi padre comentó esto, entrecerrando la mirada, agachando la mirada un poco.
–Madre… ¿cómo fue que mi padre te pidió noviazgo, por cierto? – Le preguntaba esto a mi madre, ya habiendo terminado de comer el estofado.
– ¿Él pedirme noviazgo a mí? ¡Ja! Hasta crees que tu padre se animaría a hacer eso. Yo le pedí eso a tu padre. – Mi madre entonces se reía un poco, devolviendo una sonrisa sarcástica hacia mi padre y a mí. –Eso fue hace como treinta años atrás, cuando yo estaba en la escuela de medicina. Tu padre me había llevado a la laguna del castillo Leonhardt, para ir a pescar. Ya llevaba un tiempo desde que me había enamorado de tu padre, por lo que aproveché la situación para decirle lo que sentía por él. Cuando se lo dije, él se cayó del bote donde pescábamos. Jajajaja. – Al terminar de decir esto, mi padre se sonrojó fuertemente, agachando aún más la mirada.
–Gracias por dejarme en ridículo, cariño. – Yo no pude evitar reírme, ante esa anécdota que mi madre dijo. Ya podía visualizar a mi padre gritar como una niña, pataleando en el agua.
–Voy a mi cuarto, padres. – Yo decía esto, levantándome de la silla, haciendo una reverencia. Solo podía esperar a que la comida no me hiciera vomitar.
–Espera, Victoria… Hay algo que debo decirte. – Entonces, mi padre me detenía diciendo esto, por lo que yo volteé a verle a la brevedad.
– ¿Qué pasa, papá? –
–Es con respecto a la cita que nos dio el comandante Luttenberg. – Al decirme esto, mi padre agachaba la mirada un poco, mientras mi madre ladeaba la cabeza, cerrando los ojos. –La armada necesita ayuda para rastrear cualquier pista que nos dé con los desaparecidos. – Al escuchar estas palabras de mi padre, casi me caía sentada de la pura impresión. Fabiola me dijo que no me involucrara con este caso, y ahora mi padre me estaba pidiendo que le ayudara. Si la princesa se enteraba sobre esto, estaba segura que me mataría.
–Esto es una broma, ¿verdad? – Le decía esto a él, temblando un poco en el ojo derecho.
–No te lo estaría diciendo ahora mismo, si fuera una broma, cariño. ¿Vienes o no? – Mi padre me respondía con esto, cruzándose de brazos. Me quedé un rato pensando, con la cabeza abajo; si decía que sí, corría el riesgo de dañar mi amistad con Fabio. Si decía que no. expondría a mi padre a un peligro fatal. No quiero romper mis lazos con ella, pero mi padre necesita mi ayuda.
–…Déjame pensarlo, por favor… Va a tomarme tiempo. – Le dije esto, dando la media vuelta, para no verle a los ojos.
–Nomás no te tomes mucho tiempo, cariño. La expedición es en dos semanas. – Mi padre me decía esto, tomando un poco de vino.
–Descansa bien, Victoria. – Mi madre se levantaba de su silla para abrazarme, devolviéndome una cálida sonrisa, antes de irme a mi habitación. Ahí fue cuando me di cuenta que las cosas no iban a mejorar…
Lamento si hemos tardado mucho en llegar hasta acá. Os prometo que arreglaré el ritmo de la historia, durante la etapa de depuración.
Por ahora, disfruten:
Capítulo 7: Lady Victoria a sus servicios. La maestría de la espada se ha completado.
Han transcurrido cinco maravillosos años, desde que me había vuelto amiga de la joven duquesa, Katalina Montesco. El tiempo que había pasado con ella y con Fabiola, era definitivamente lo más añorable que tenía en mi vida. El grupo pasamos los días que andábamos juntas, ya sea yendo al mercado a comprar ropa u otras cosas o a los bares, donde tomaríamos unos tragos y cantaríamos durante un rato, así como pasando los días de primavera en los extensos prados del reino, admirando el paisaje o platicando un rato, acerca de que pensábamos de lo que acontecía en nuestro mundo o lo que pasaba por nuestra mente. Comúnmente, solía acudir a las sesiones de practica mágica, al igual que ella venia al barracón donde yo entrenaba, para verme a mí. Pero… aún existía esa emoción inquietante que sentía hacia la duquesa. No podía entenderla del todo; cada vez que la veía sonreír, mi corazón ardía de felicidad. Cada vez que platicaba con ella, solo deseaba que el tiempo se detuviera. Ese mismo fervor... era el mismo que sentía, cuando entrenaba en los barracones. ¿Pero qué significaba eso? No importaba como… Debía encontrar la respuesta.
Yo me encontraba en la entrada de la casa de Katalina, adentro de la carroza de la princesa, esperando a que ella bajara. Solo faltaban dos horas para que comenzara la ceremonia, por lo que debíamos darnos prisa.
– ¡Date prisa, Katalina! ¡Vamos a llegar tarde! – Fabiola le gritaba esto a Katalina, cuando entonces ella salía del edificio, acompañada por sus guardias, vistiendo un vestido azul.
– Ya. Ya. Espérenme, chicas. – La duquesa comentaba esto, sonriéndome un poco. Los guardias se inclinaban ante ella, cuando llegó a la entrada del castillo. –Un favor y quédense aquí, muchachos. Os prometo que estaré bien. Ustedes pueden quedarse a cuidar de mis padres. –
– ¡Sí, su excelencia! – Los guardias responden a esto con un saludo, componiéndose firmemente.
– ¡Adelante, pues! – Ya habiendo dicho esto, Katalina, Fabiola y yo salíamos en marcha a los barracones.
–Ustedes dos se tardan demasiado, poniéndose maquillaje. ¿Lo sabían? – Le decía esto a Katalina, colocando mis manos detrás de mi nuca.
–Venga, Victoria. Que a ti no te guste maquíllate, no quiere decir que nosotras no podamos hacerlo. – La princesa contestaba con esto, cruzándose de brazos.
–Me sorprende que tus padres no vayan a ver la ceremonia, Victoria. ¿A qué se debe eso? – Entonces, la duquesa me pregunta esto, levantando la mirada para observarme.
–Ellos salieron a la frontera con Ucilia. Ha habido más casos de desapariciones. Jmmmmm… Y pensar que después de cinco años, los plagios no han disminuido un poco; pero no. Pareciera que la situación empeora conforme más pasa el tiempo. – Le decía esto a Katalina, bajando la mirada. La frecuencia con la que los secuestros han estado pasando me tienen asustada… ¿Y si terminan secuestrando a las chicas? Jamás me lo perdonaría, si eso pasara.
– ¿Tú crees que haya un grupo criminal interesado en tráfico de personas? – Kat preguntó esto a Fabiola, colocando su mano izquierda en su mentón. La joven princesa no respondió, por al menos unos segundos; solo se quedó callada, con la cabeza agachada. – ¿Fabio? –
–No quiero hablar de eso, Kat…– En eso, la chica albina volteaba a vernos, con un tono de voz muy serio, no característico de ella.
–Sea lo que sea, no permitiré que alguien te lleve de mi lado, Kat. – Le decía esto a Katalina, sonriéndole amablemente.
– ¡No es necesario! – Cuando la joven princesa nos dijo esto, la duquesa y yo volteamos a verla; ella se puso muy exaltada por ese comentario, por lo que veía. –Ahmmmm… deja que la armada se encargue del caso, Victoria. Ellos ya están en el caso. – Terminado de decir esto, ella nos devolvió una sonrisa nerviosa, rascándose la nuca.
–Fabiola…– La duquesa se quedó mirándole algo confundida, sin comentar algo más.
– ¡Oigan! – Entonces, la carroza se topaba con Geraldo, el cual cargaba su armadura.
– ¡Geraldo…! ¿Te gustaría acompañarnos a los barracones? – Fabiola preguntaba esto al joven, asomándose por la ventana.
– ¡Por supuesto! ¡Allá me dirijo! – El espadachín nos respondía, asentando con la cabeza, por lo que le abrimos la puerta para que entrara a la carroza. – ¿Qué tal están, chicas? –
–Estábamos hablando sobre las desapariciones que han ocurrido en el reino. – Katalina le comentaba esto, asentando con la cabeza.
–Ohhhh… ¿Sobre ello? Bueno… ahora que voy a volverme un espadachín, creo que voy a ir a la capital, a solicitar trabajo en los cuarteles generales. Me gustaría poder ayudar con el asunto de las desapariciones. – Geraldo comentaba esto, rascándose la nuca.
– ¿En serio? Que interesante. – La joven duquesa respondía con esto, devolviéndole la mirada.
–Mi familia necesita el dinero; completar ese trabajo podría sacarnos de la pobreza. A parte, se bien que solo soy un hombre. Pero un hombre basta para hacer la diferencia. – El muchacho colocaba sus manos detrás de su espalda, sonriéndonos de manera optimista, pero el rostro de Fabiola se mostraba más preocupado.
– ¿Estás seguro que esto es lo que quieres, Geraldo? – Al preguntar esto, la princesa agachaba la mirada, al mismo tiempo en que sus labios temblaban.
–Por supuesto. ¿Qué tiene de malo buscar algo de gloria? – Justo después que el muchacho le respondiera, la chica albina golpeó sus piernas, inclinándose hacia adelante.
– ¿Solo te importa eso? – La reacción de ella nos había dejado perplejos; no parecía la impudente y arrogante Fabiola que conocíamos. –Pe-perdón, chicos… he estado algo ajetreada con todo el trabajo que tengo. Es todo. – Entonces, la chica agachaba la cabeza, cerrando los ojos.
–No te preocupes, cariño. Tienes nuestro apoyo moral. – Cuando Katalina terminó de decir esto, dibujando una sonrisa en su rostro, Fabiola levantó la mirada y asentó con la cabeza.
–Gracias, Kat. Pero este es un trabajo que quiero terminar por mí sola. – Algo no encajaba bien… podía sentirlo. Parte de mí quería preguntarle a Fabiola sobre “ese trabajo” que ella está atendiendo, pero terminaría sonando grosera. No quería enfurecerla, a parte. La próxima vez que ella y yo estemos solas, lo iba a hacer.
1:00 .P.M.
Mis compañeros, Katalina y yo, nos encontrábamos en el barracón donde solía entrenar, donde Fabiola estaba ayudando con la conmemoración de caballería. Todos, excepto Katalina, estábamos vestidos con una armadura de hierro; algo barata, pero práctica. Ninguno de nosotros estaba usando el casco de nuestra armadura, para así poder apreciar mejor la escena. El siguiente en línea era Saúl.
–Saúl Giesler… pase en frente y escoja su arma, por favor. – La princesa daba la indicación al marqués, para pasar al frente de la sala.
–Está bien, su alteza. – En eso, el joven pasaba adelante, haciendo una reverencia, para luego tomar lo que parecía ser un berdiche; un hacha de batalla cruzada con una lanza.
–Escojo el berdiche, su alteza. – Al dar esta indicación, él tomó el hacha entre sus manos y caminó hacia donde estaba la albina.
–Inclínese, por favor. – Fabiola le decía esto a Saúl, desenvainando una espada que cargaba.
–Sí, su majestad. – El joven pelirrojo entonces se arrodillaba ante ella, agachando la mirada. –Fabiola…–
–Yo, princesa Fabiola Leonhardt, te nombro Sir Saúl Giesler. – Entonces, la joven albina le otorgaba el título de caballero al marqués, sonriéndole un poco.
–Gracias, su alteza. – Ya habiendo terminado esto, el joven se levantó del suelo, volviendo a donde el resto del grupo. Pude notar una gota transitar su rostro, pero éste se volteó muy rápido.
–Geraldo Kruger, es su turno de escoger su arma. – La princesa daba la indicación con la mano a Geraldo de pasar, por lo que él inmediatamente hace eso.
–En seguida, su alteza. – El muchacho se quedó observando variedad de sables; claymores, zweihanders, estoques y demás. Él continuó caminando por unos segundos, cuando de pronto se detuvo y posó su mirada sobre un escudo y una espada ancha. –Escojo el escudo y espada, su alteza. – El joven se acomodaba los anteojos y decía esto, tomando el escudo y la espada ancha.
–El escudo y espada… que así sea. Pase en frente, por favor. – Fabiola decía esto, mientras ella y Geraldo hacían una reverencia. El joven rápidamente se arrodillaba ante ella, esperando la conmemoración. –Yo, la princesa Fabiola Leonhardt, te nombro Sir Geraldo Kruger. –
–Gracias, su alteza. – Geraldo se levantaba del suelo, sonriéndole a ella, inclinándose nuevamente. Ya era mi turno... Pasaba al frente de la sala principal, donde mi amiga me iba a conmemorar espadachín, y escogería la espada que portaría de por vida.
–Escoge tu arma, Victoria Hosenfeld. El arma que escojas, no solo define tu futuro estilo de pelea, si no también define tu propia personalidad. – En eso, la joven dio la indicación de pasar, para escoger mi arma de preferencia. Si debía decidir qué tipo de espada debería de usar, debería de escogerla basándome más en mi propia personalidad y en el estilo de pelea que busco. Quiero un arma que combine con mi estilo que estoy buscando; volar con la gracia de una mariposa, la velocidad de una avispa y la fuerza de un escarabajo ermitaño. Con la determinación de toda mi alma, pasaba a tomar un estoque, de entre las espadas del arsenal; un sable delgado, pero flexible y letal, en las manos correctas. Me quedé observándolo, por un rato, sintiendo como es que me susurraba: “¿deseas mi poder? ¿Deseas ser mi acompañante?”
–Elijo el estoque, su alteza. – Le decía a Fabiola, volteando a verle con el estoque en la mano, inclinándome ante ella.
–Perfecto… Si esa es el arma que te acompañara por el resto de tu vida como espadachín, que así sea. Ahora inclínate, por favor. – La princesa me decía esto, devolviéndome la reverencia. Yo solo asentaba con la cabeza, arrodillándome ante ella. –Yo, princesa Fabiola Leonhardt, te nombro Lady Victoria Hosenfeld. –
–Jmjmjmjm. – Pude escuchar una risa a mi derecha, por lo que volteé disimuladamente; la joven Katalina se cubría la boca, sonriendo un poco.
–Jmmmm… gracias, su alteza. – Le respondía a Fabiola, levantándome del suelo, inclinándome un poco. En eso, yo volvía con mi grupo de compañeros, a formarme en la fila.
–Desde este momento, ustedes ya no son mis alumnos. Con todo el orgullo del mundo, os declaro a vosotros espadachines oficiales. Que el camino de la espada os dirija al futuro que deseen. – Al terminar de decirnos estas inspiradoras palabras, el maestro Álvaro hacia una reverencia final, a la cual nosotros respondíamos con una propia.
–Como vuestra princesa y vasija de Áine, les doy una bendición y mi protección en vuestro camino de vida. – En eso, la chica albina nos decía esto, devolviéndonos una sonrisa. Terminada la reverencia, Kat, Geraldo, Saúl, Fabiola y yo nos dábamos un abrazo grupal. No podía expresar con palabras la felicidad que sentía en ese momento. Finalmente había completado ese arduo entrenamiento que me había tomado tantos años. ¡Me había convertido en un espadachín pleno!
2:00 P.M.
Después de la ceremonia, Nosotros salíamos con dirección a mi casa. Había empezado a nevar; se podía ver las calles y las praderas de ese lugar, llenarse de un manto blanco y helado. Buen día para no haber traído un abrigo, pero al menos nos iremos en un carruaje.
–Debo volver a mi casa, chicas. Tengo que enlistar mis cosas para irme a vivir a la capital… Aún no sé cómo es que mi mamá va a reaccionar a esto. –Geraldo se colocaba una capucha café y nos comentaba esto, devolviéndonos una sonrisa a ambas.
– Pero necesitaba decirle algo a todos ustedes, chicos. – La princesa le decía esto, cruzando los brazos.
–Si se trata sobre ir a la frontera con Astrid, para ir a comprar más joyería…– Antes que el marqués terminara la frase, Fabiola le interrumpía golpeando en suelo con su pie.
– ¡No es eso, Saúl! ¡Quería hacer una fiesta para nosotros, como celebración de vuestra conmemoración! – Al escuchar las palabras de la princesa, nosotros le veíamos asombrados por la noticia. Yo levantaba la ceja derecha, cruzando mis brazos, también.
–Pero si tu cumpleaños fue hace poco. ¿Estás segura que tus padres te permitirán ese lujo? Me imagino que ellos se terminarán molestando por todo el gasto de dinero. –
–No necesito que me des mal augurio, Victoria. – Ella me respondía con esto, con las manos en la cintura.
–No es por darte la contraria, cariño… ¿pero no crees que muy poca gente asistirá a la fiesta? O sea, ¿no se te hace muy frívolo ese motivo para realizarla? ¿Qué te parece si reducimos la fiesta a una cena grupal, para solo nosotros cinco? – La joven duquesa dio su opinión, sonriéndole nerviosamente.
–Concuerdo con Montesco, cariño. – El joven pelirrojo replicaba el comentario de Katalina, asentando con la cabeza.
–Yo también. Lo siento, su alteza. – Geraldo también decía esto, agachando la mirada de la vergüenza. Yo simplemente miraba a la joven albina, encogiendo mis hombros, dando a entender lo que pensaba.
–Awwwww… está bien. Ya que. – Fabiola nos decía esto, agachando la mirada, con sus manos en la espalda. En ese momento, me había acordado de la conversación de la mañana, donde ella actuaba muy sospechosamente inusual. Este era el mejor momento para obtener respuestas, pero debía estar solamente con ella.
–Oye, Fabio… necesito hablar contigo, a solas. – Entonces, yo entrecerraba la mirada, cruzando mis brazos.
–Está bien, Victoria. – Ya habiendo dicho esto, ella y yo nos íbamos a otra parte del barracón, donde los chicos no pudieran escucharnos. – ¿Que sucede? – Me quedé mirando lascivamente a la princesa, por un rato, la cual retrocedía un poco ante esto.
–Quiero que seas honesta, Fabiola. ¿Por qué estás tan firme en que no nos involucremos en las desapariciones? – Le preguntaba esto, cruzándome de brazos.
–No tengo idea de que me hablas. – Fabiola me decía esto, mirándome fijamente, achicando su cuerpo.
– ¿Y por qué te encoges, de ser así? – Al decirle esto a la joven, ésta saltó un poco hacia atrás de la impresión.
–N-no es nada, Victoria. Te-te juro por Áine que estoy diciendo la verdad- ¡Ayyyyy! No debí haber dicho eso. Ahora se enojará conmigo. – La princesa me decía esto, con las manos en la cabeza, revoloteando del miedo.
–Debemos serle sinceras a la señorita Victoria, Fabiola. – Entonces, la diosa se manifestaba en frente de nosotras, algo preocupada.
–…Está bien… supongo que no tengo otra opción. Pero necesito pedirte algo a cambio, Vic… No disipes esta información a otra gente; no se lo digas a tus padres o a los chicos. – La joven princesa me decía esto, acercándose lentamente hacia mí, observándome de manera muy seria.
–E-está bien, Fabio. Pero si es algo ilegal, tendré que intervenir. – Al decirle esto a Fabiola, ladeaba la cabeza un poco agachando la mirada.
–No es eso, Vic. He estado ayudando al ejército y al comandante Luttenberg a investigar más sobre las desapariciones. Unos meses atrás, conocí a otra vasija, pero de ello no puedo hablarte. Solo digamos que me ha estado ayudando con la localización de los desaparecidos... Pero… No… no puedo continuar. – Fabiola iba a detener su explicación, pero de pronto la diosa le detiene, cruzándose de brazos.
–Fabio…– Al escuchar esto, la joven princesa agachó la cabeza y desvió la mirada.
–Está bien… Hace poco encontramos restos de cuerpos humanos, a las afueras de la zona residencial. Después de un arduo análisis, encontramos marcas de mordidas y garras que no pertenecían a nada antes visto. – Cuando terminé de escuchar estas palabras, me llevaba mi mano al pecho, con el rostro algo pálido.
–Quieres decir que… la gente desparecida- – Entonces, la chica albina me daba la indicación con su mano de detenerme.
–Es por esto por lo que no quiero involucrarlos, Victoria. Hay algo merodeando este reino, devorando docenas de personas. Jamás me perdonaría el que ustedes terminasen así, también. ¿Podemos volver con los demás, por favor? No quiero seguir hablando sobre esto. – Fabiola terminaba de decirme esto, dándose la media vuelta para dirigirse a donde los muchachos.
–Sabes bien que no puedes con este problema tú sola, ¿verdad? – Entonces, yo me colocaba en frente de la albina, bloqueando el paso, mirándole lascivamente. Ella estaba loca si en verdad pensaba que podía resolver este caso, por si sola. Especialmente si algo que come decenas de personas de desayuno anda al acecho, en el reino.
–Esta es mi responsabilidad, como princesa… como diosa. Por favor… mantente fuera de la línea de fuego, amiga. – Después de decirme esto, la joven princesa agachó la mirada, con las manos en el pecho. Tratando de animarle, yo colocaba mi mano en su hombro, sonriéndole gentilmente.
–Cuídate mucho y no quieras hacerte la valiente, si las cosas empeoran. Es todo lo que tengo que decir. – En eso, Fabiola se lanza sobre mí, abrazándome fuertemente. Pude escuchar unos cuantos sollozos, teniendo su rostro a un lado mío.
–Gracias, Victoria…– Sin saber que más hacer, le devolvía el abrazo, frotando su cabeza.
–Volvamos con los demás, Fabio. Está nevando más fuerte. – Al haberle dicho esto, la joven asentaba con la cabeza y volvíamos con el grupo; Fabiola se secaba las lágrimas de sus ojos velozmente, sonriéndole a los chicos.
–Vámonos ya, muchachos. No quiero que nosotros atrapemos un resfriado. – La princesa le dice esto al grupo, levantando su mano derecha.
–Adelante, Fabio. – Katalina decía esto, subiendo al carruaje con Saúl y Geraldo. Ya adentro, nos pusimos en marcha para ir a mi casa. Solo podía esperar que Fabiola no tirara su vida a la basura, haciendo una tontería. Algunas cosas no cambian, por más que el tiempo avanza.
2:30 P.M.
Finalmente llegamos al palacio, donde me despediría de los chicos. La carroza estaba estacionada en frente de la entrada, mientras que nosotros intercambiábamos palabas.
–Debo apurarme, muchachos. Necesito resolver el asunto que tengo pendiente. – La princesa nos decía esto, dando una señal con su cabeza. –La próxima semana les llevaré a cenar, como celebración ¿Qué les parece? –
–Me encantaría, Fabiola. – Katalina le dice esto, sonriéndole gentilmente.
–Bien... yo me bajo aquí, pues. Cuídense mucho y que las diosas les protejan. – Le dije esto al grupo, saliendo de la carroza cuidadosamente.
–Nos vemos después, Lady Victoria. – La duquesa me respondía con esto, sonriéndome de vuelta.
–Nos vemos después, Kat…– Ya habiendo dicho esto, me bajaba del carruaje, el cual se puso en marcha con rumbo a la capital. Entonces, entraba dentro de mi casa, topándome con Rogelio, quien estaba barriendo el piso.
–Señorita Victoria… ¿qué tal le fue con la conmemoración? – El mayordomo preguntaba esto, dirigiéndose hacia mí.
–Perfecto, señor Rogelio. ¿Ya volvieron mis padres? – Le preguntaba esto al sirviente, sentándome en uno de los sillones.
–Lamentablemente no, señorita. ¿Hay algo que se le ofrecía? – Rogelio me decía esto, sentándose a mi lado.
–No, realmente. Solo tenía curiosidad. – Al decirle esto, me recargaba un poco más sobre el sillón, mirando hacia arriba.
– ¿Le gustaría un poco de té, señorita? – El mayordomo me decía esto, volteando a verme un poco.
–Té verde, con unas galletas de chocolate, por favor. ¿Andas de humor para jugar ajedrez? – Le preguntaba a él, mirándole un poco cansada. Se podía escuchar mi estómago gruñir fuertemente, por lo que me sonrojaba un poco.
–Por supuesto que me gustaría jugar, señorita. Traeré la comida en seguida. – El mayordomo replicaba con esto, levantándose del sillón, dirigiéndose a la cocina. Ahora que era un caballero, ¿en qué podría trabajar? ¿Debería solicitar un título nobiliario, como mis padres? ¿O debería trabajar para la armada, como Geraldo? Unos minutos después, Rogelio regresa a la sala, cargando consigo una bandeja de galletas con una tetera. –Aquí tiene, señorita Hosenfeld. – El señor entonces puso la comida en la mesilla de la recamara, yendo por el tablero de ajedrez.
–Gracias, Rogelio. – Le respondía al sirviente, tomando una galleta, sirviéndome un poco de té en una taza. –Has trabajado para la familia, desde antes que yo naciera, ¿verdad? –
–No realmente, joven Victoria. Mi padre conoció a sus abuelos, antes que su tío, Walter Hosenfeld, se mudara al reino de Elbea. – Rogelio me decía esto, colocando el tablero y las piezas en la mesa. – ¿Cuáles piezas desea usar, señorita? – Al preguntar esto, el mayordomo se sentaba en el otro sillón, quedando en frente de mí.
–Las blancas. Gracias por preguntar. – Le decía esto, acomodando las piezas a mi lado, tomando un poco más de té. – ¿Y que llevó a mi tío a tomar esa decisión? – Entonces, tomaba otra galleta de la bandeja, comiéndola rápidamente.
–Su tío quiso abrir una tienda de perfumes, en la ciudad de Camberia; la capital de Elbea. Ahí fue donde conoció a vuestra tía Mariana, después de todo. – Él me decía esto, acomodando sus piezas en el lado de su tablero.
– ¿En serio? Eso explica el acento de mi tía. La próxima vez que los vea, voy a comprarles un perfume de lirios, para cierta amiga mía. – Le decía esto, moviendo una pieza hacia adelante.
– ¿Es para su alteza? – El sirviente me preguntó esto, moviendo una de sus piezas, observándome detenidamente, levantando una ceja.
–No. No es para ella. Es para Katalina. – Le decía esto a Rogelio, moviendo otro de mis peones, sonrojándome un poco. –Ahmmmmm… No sé si sea una buena idea, pero me encantaría saber cómo fue que usted conoció a su esposa. – En eso, el mayordomo frotaba su barbilla, continuando con el juego.
– ¿Y a qué viene eso, señorita Victoria? – Al escuchar esto, yo negaba con la cabeza, sonrojando mi rostro.
–Curiosidad. Es todo. –
–Je. La curiosidad mató al gato, si es que no lo sabía. Pero me halaga que usted desee escuchar uno de mis relatos, para variar. – El señor me decía esto, tomando un poco de té, sonriendo un poco. –Fue hace 41 años atrás, cuando Ernesto Leonhardt aún era el rey. La conocí, cuando mi familia vivía en el sur del reino, en el Valle de las Violetas. Ella era una bella campesina; cabello dorado cual trigo, ojos azules tal cual cielo, y esa sonrisa de ángel que me dejo cautivado de por vida. – Cuando Rogelio terminó de decir esto, yo asentaba con mi cabeza.
–Ella murió hace poco, ¿verdad? – Le decía esto al mayordomo, el cual agachaba la mirada.
–Dos años atrás, para ser más preciso. – Unos segundos después, él movía una de sus piezas, tomando un poco más de té. No debí haber mencionado eso; debía de animar la conversación inmediatamente.
–Mis-mis condolencias, señor Rogelio. Me-mejor continúe hablando de cómo conoció a mi familia. No quiero lastimarlo más. – Le decía esto, tomando un poco de té, sonriéndole nerviosamente, moviendo una de mis piezas.
–S-sí, señorita. Y gracias por el apoyo moral. – El sirviente me contestaba con esto, sonriéndome un poco. –Yo tenía 22 años, cuando sus abuelos murieron. La leucemia de mi padre empeoró; sus padres me ofrecieron trabajar para ellos, cuando asistí al funeral de Julius. Necesitaba el dinero, para el tratamiento mágico de mi padre. Lamentablemente, ya era demasiado tarde; mi padre murió, unos años después de sus abuelos. – Al haber dicho esto, Rogelio se tapaba la cara con ambas manos, agachado su cuerpo. Ahora había empeorado la situación… Y pensar que podía evadir la flecha, cambiando de tema.
–No quería deprimirlo, pero terminé llevándolo a un lugar del cual no quería hablar. Metí la pata, otra vez. – Le dije esto a mi acompañante, frotando mis brazos, desviando la mirada.
–No-no es su culpa, señorita Victoria. Sé que duele, pero al menos puedo dejarlo ir, hablándolo con usted. – En eso, Rogelio levantaba la mirada, sonriendo un poco, comiendo una galleta. –Es un placer conversar con usted, sin tener que preocuparme por andar curando heridas. –
–Jejeje… Y pensar que han pasado cinco años, desde la última vez que me metí en un pleito callejero. – Le decía esto al mayordomo, desviando la mirada.
–Bien por usted, señorita Victoria. Ese es un hábito que es difícil de eliminar. – El señor me decía esto, moviendo una de sus piezas.
–No podía evitarlo. Los brabucones de la escuela y de los barracones no podían salirse con las suyas, maltratando a las otras chicas. Si yo no las defendía nadie más lo hubiera hecho. ¿Qué acaso no es esa la responsabilidad de un noble? –Al haberle dicho esto, yo movía una de mis piezas, eliminando una de las de Rogelio.
–Su causa es noble, pero vuestros medios son defectuosos, señorita Victoria. Ganar una batalla requiere más que solo fuerza bruta. – Entonces, Rogelio movía una de sus piezas, eliminando una de las mías.
–Mi padre me ha hablado de ello, cuando empecé mis clases de esgrima. Ese consejo me ha ayudado, como no se lo imagina. – Le decía esto, sonriéndole un poco.
–Dígame, señorita… ¿Qué planea hacer con su vida, ahora que se volvió un caballero? – El sirviente me preguntaba esto, tumbando una de mis piezas. Si movía una pieza equivocada, mi rey y/o mi reina quedaría expuestas; debía proseguir con más precaución.
–Si le soy honesta, aún no lo sé. Ya han pasado cinco años desde que esa duda apareció en mi cabeza, y aún no la he resuelto. Todos mis amigos ya tienen o tendrán trabajo, pero yo sigo sin saber a dónde quiero ir. Infantería, exploración, servicio secreto, investigación criminal o guardaespaldas… Todo suena tan llamativo, y ese es el problema. ¿Qué debería escoger? – Cuando le dije esto a Rogelio, recargaba mi rostro sobre mis manos, bajando el cuerpo. Ahora era yo quien se sentía desanimada; no podía sacarme de la cabeza, el hecho que sigo en el mismo lugar.
–Señorita Victoria… a veces no es tan simple encontrar el camino de vida de uno mismo. Pero he conocido casos de personas como usted, que estaban sin rumbo y sin trabajo; ellos lograron salir adelante, siguiendo lo que más les apasionaba. Aquello que su corazón deseaba. Quizás no sea mucho, pero le recomiendo que escuche vuestro interior y encuentre esa llama que la guie al camino que desea. Tengo fe en que lo logrará. – Al terminar de decirme esto, el mayordomo acariciaba mi cabeza, sonriendo gentilmente.
–Gracias, Rogelio… Continuemos jugando, por favor. – Yo levantaba la cabeza, sonriéndole de vuelta, para luego continuar jugando. No lo sabía aun, pero existía una llama de pasión dentro de mí, la cual crecía más y más grande a cada segundo. Y no sabría cuál era la razón, sino hasta que llegó ese lúgubre día. Ese día que mi vida cambiaría.
5:00 P.M.
Mis padres ya habían vuelto de la capital. Nosotros nos encontrábamos en el comedor, listos para comer estofado de res. Genial… más carne roja para cenar…
–Entonces, tu padre y yo encontramos un cachorro de oso en el Bosque de Magnolia, pensando que era un bandido. Menos mal que decidimos no atacar. Jamás me hubiera perdonado el hecho de matar a un animal indefenso. – Mi madre nos relataba una historia de su época de juventud, limpiando su boca con una servilleta.
–Ohhhhh… jeje. Esa sí que fue una luna de miel poco usual. – Le decía esto a mi madre, comiendo dudosamente el estofado.
–Y yo que quería ir a la costa de Ucilia, pero tu madre me convenció en ir a las montañas del sur. Ahí tienes una muestra del talento de tu madre. – Mi padre comentó esto, entrecerrando la mirada, agachando la mirada un poco.
–Madre… ¿cómo fue que mi padre te pidió noviazgo, por cierto? – Le preguntaba esto a mi madre, ya habiendo terminado de comer el estofado.
– ¿Él pedirme noviazgo a mí? ¡Ja! Hasta crees que tu padre se animaría a hacer eso. Yo le pedí eso a tu padre. – Mi madre entonces se reía un poco, devolviendo una sonrisa sarcástica hacia mi padre y a mí. –Eso fue hace como treinta años atrás, cuando yo estaba en la escuela de medicina. Tu padre me había llevado a la laguna del castillo Leonhardt, para ir a pescar. Ya llevaba un tiempo desde que me había enamorado de tu padre, por lo que aproveché la situación para decirle lo que sentía por él. Cuando se lo dije, él se cayó del bote donde pescábamos. Jajajaja. – Al terminar de decir esto, mi padre se sonrojó fuertemente, agachando aún más la mirada.
–Gracias por dejarme en ridículo, cariño. – Yo no pude evitar reírme, ante esa anécdota que mi madre dijo. Ya podía visualizar a mi padre gritar como una niña, pataleando en el agua.
–Voy a mi cuarto, padres. – Yo decía esto, levantándome de la silla, haciendo una reverencia. Solo podía esperar a que la comida no me hiciera vomitar.
–Espera, Victoria… Hay algo que debo decirte. – Entonces, mi padre me detenía diciendo esto, por lo que yo volteé a verle a la brevedad.
– ¿Qué pasa, papá? –
–Es con respecto a la cita que nos dio el comandante Luttenberg. – Al decirme esto, mi padre agachaba la mirada un poco, mientras mi madre ladeaba la cabeza, cerrando los ojos. –La armada necesita ayuda para rastrear cualquier pista que nos dé con los desaparecidos. – Al escuchar estas palabras de mi padre, casi me caía sentada de la pura impresión. Fabiola me dijo que no me involucrara con este caso, y ahora mi padre me estaba pidiendo que le ayudara. Si la princesa se enteraba sobre esto, estaba segura que me mataría.
–Esto es una broma, ¿verdad? – Le decía esto a él, temblando un poco en el ojo derecho.
–No te lo estaría diciendo ahora mismo, si fuera una broma, cariño. ¿Vienes o no? – Mi padre me respondía con esto, cruzándose de brazos. Me quedé un rato pensando, con la cabeza abajo; si decía que sí, corría el riesgo de dañar mi amistad con Fabio. Si decía que no. expondría a mi padre a un peligro fatal. No quiero romper mis lazos con ella, pero mi padre necesita mi ayuda.
–…Déjame pensarlo, por favor… Va a tomarme tiempo. – Le dije esto, dando la media vuelta, para no verle a los ojos.
–Nomás no te tomes mucho tiempo, cariño. La expedición es en dos semanas. – Mi padre me decía esto, tomando un poco de vino.
–Descansa bien, Victoria. – Mi madre se levantaba de su silla para abrazarme, devolviéndome una cálida sonrisa, antes de irme a mi habitación. Ahí fue cuando me di cuenta que las cosas no iban a mejorar…
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