11/02/2018 08:08 PM
Muy bien, muchachos... tengo una nueva versión del primer capítulo. Hice algunos cambios, solo para acelerar el ritmo.
Disfruten.
Disfruten.
Una guerra se desató en el Paraíso; un bando compuesto por dioses deseaba gobernar sobre el mundo humano, mientras que el otro grupo se opuso, demandando que los humanos fueran libres de tomar sus destinos. El conflicto tomó incontables vidas, prolongándose por milenios. El ejército de Irgellaan estaba por tomar la victoria, cuando de pronto un grupo de diosas derrocó a él y a sus generales. Como represalia, las diosas exiliaron a los dioses traidores a una dimensión caótica. Conforme pasó el tiempo, la energía de la dimensión corrompió a esos dioses, mutándolos en criaturas llenas de rabia y dolor. Pasaron siglos de armonía, desde el final de esa guerra… pero poco sabíamos sobre los planes de Irgellaan y sus generales. Los exiliados aprendieron a manipular la energía caótica de esa dimensión, para usar magia de alto nivel. Solo tomó un día, para que el ejército de Irgellaan abriera un portal al mundo humano, lanzando un ataque a gran escala. Sin más dudarlo, mis compañeras y yo « bajamos », para detener el ataque. Aunque logramos repeler a los exiliados, el combate provocó más daño del percatado; nuestros poderes mágicos casi destruían el planeta, en nuestro afán de ayudar a la humanidad. Sabíamos bien que nuestros enemigos volverían al mundo humano, pero usar nuestras habilidades sin restricción produciría más daño que el necesitado. Mis amigas buscaron una manera de auxiliar a los humanos, sin llegar a esos extremos; la mejor opción era brindarles nuestros poderes a unos cuantos capaces de portarlos, por lo que creamos las exopiedras. Gemas preciosas, resguardando el alma de una de nosotras, en su interior. Desde ese entonces, historias de guerreras valerosas, las cuales usaban nuestros poderes en tiempos oscuros, empezaron a brotar. Durante el transcurso de la historia, ha habido centenares de historias así… pero por ahora, os contaré la historia de un grupo de amigas, las cuales confrontarán un conflicto más grande que ellas podrían imaginar…
Capítulo 1: Bienvenidos a la ciudad de Pralvea. El lugar donde las almas se enlazan.
14 de Enero de 884 Registros Etéreos. 4:00 P.M.
Una joven rubia de ojos azules encaminaba hacia un palacio, en la cima de una colina, cargando consigo una armadura y una espada ancha.
— ¿Señorita Victoria? —Uno de los mayordomos abrió la puerta, dejando entrar a la muchacha.
—Ando muy cansada, Rogelio. Perdóname si no me veo de humor para conversar o jugar ajedrez con usted. —La joven espadachina exclamó por su madre, al entrar a su casa.
—Sus padres salieron a la capital, para atender un asunto con el comandante Luttenberg. Han estado desapareciendo muchas personas en el sur del reino, y ocupan fondos para incrementar la seguridad en la frontera con Ucilia.
¬—Genial… Ahora ya son tres meses continuos, desde que ha estado pasando esto. Una semana más y ya tendremos nuevo récord.
—Una cosa más. La familia ha sido invitada a la fiesta de la princesa Fabiola. —La joven Victoria escuchó esto, antes de subir por las escaleras.
— ¿Fabiola? ¡El cumpleaños es hoy! Por las diosas… ¡Ni siquiera me he preparado! ¡Debo apurarme, Rogelio! —Entonces, el mayordomo le tomó de la muñeca.
—Relájese, señorita Victoria. La fiesta comienza, hasta las ocho de la noche. —Victoria lentamente recobró la compostura.
—Está bien, señor. —Tres horas después, la joven se había arreglado con un traje militar de gala rojo carmesí, camisa blanca, corbata rosa, unas botas de cuero y elegantes guantes blancos. Su madre estaba vistiendo un vestido de gala color azul oscuro, con encajes dorados, zapatillas y guantes azules. Su padre vestía en un traje de gala blanco, con camisa negra, corbata blanca, guantes y zapatos negros.
—Te ves divina con esa vestimenta militar, Victoria. No pensaba que la ropa de tu papá te quedara muy bien.
—Un favor y deja de jalarme las mejillas, mamá. Ya estoy muy grande para este tipo de gestos.
—Bueno, mis bellas damas, es hora de irnos a la fiesta. El carruaje está esperando por nosotros. —El padre les dio la señal a ambas damas de subir, por lo que asentaron con la cabeza, entrando al carro. El conductor le da la señal a los sementales, para empezar la larga cabalgada, hasta el castillo de la familia real de Kartina, donde se celebraría la fiesta.
—Madre, Padre… Hay algo que quería preguntarles…—Victoria entonces agachó la mirada.
— ¿Qué sucede, hija? Te noto muy triste. ¿Qué acaso no quieres ir a la fiesta de su alteza Fabiola? —La madre apoyaba su mano derecha sobre el hombro de ella, mirándome.
— ¿Cómo se sintieron ustedes cuando les fue dado el título de condes?
— ¿A qué viene esa pregunta, pequeña? —Su padre preguntó esto.
— ¿Alguna vez se han sentido que han perdido mucho tiempo sin saber que van a hacer con sus vidas? —Ambos padres voltearon a verse mutuamente por un rato, al escuchar esta pregunta.
—Jamás me he sentido así, Victoria. Yo quise dedicarme a estudiar medicina, pero cuando me casé con tu padre y me dieron el título de condesa, puse en práctica mis conocimientos para volverme médico de campo. No me pidas luchar, pero si puedo ayudar desde las trincheras. —La madre de guiñó el ojo, al decir esto.
—Tu abuelo solicitó un título para mí, cuando tenía quince años. Debo admitir que me sentí nervioso cuando él hizo eso. Pensé que jamás estaría a la altura que nuestros antepasados establecieron. Pero luego entendí que uno debe sobresalir por aquello en lo que es habilidoso y no en todo. No soy el mejor espadachín de la familia, pero sí que se planear estrategias de combate. Ahora… ¿a qué viene la pregunta, cariño?
—Yo… no sé a qué quiero dedicarme… —Victoria ladeó su cabeza, al decir esto.
—Cariño… —Su padre colocó su mano en el hombro de la muchacha—. No tienes por qué sentirte mal por ello. Tarde o temprano lo sabrás. —La joven respondió con un « gracias », asentando con su cabeza. El carro continuó su rumbo, en lo que Victoria se encandecía por las luces que abundaban en las calles. La familia avanzaba por la avenida principal, hasta que finamente llegaron al castillo de la familia real.
—Muy bien, chicas, hemos llegado. —El padre decía esto, en lo que uno de los sirvientes les diría donde estacionar nuestro carruaje.
—Su majestad, el rey Fernando, se siente honrado con su presencia, señor Homero. Esperamos que disfruten la fiesta de cumpleaños de la princesa Fabiola. —Al estacionarse, la familia salió del carruaje, entrando al edifico. Rápidamente, la familia se topó con otros miembros de la realeza y la nobleza, hasta figuras populares, como músicos, científicos, miembros del ejército, etcétera. Los padres no dudaron en saludar a los invitados, pero la joven Victoria se agitaba por la multitud ahí reunida.
—Vayamos a la oficina del rey Fernando, muchachas. —
— ¡Oye, Victoria… puedo ver que viniste! —Un joven alto, de cabello café rojizo y ojos marrones se acercaba a la familia, sonriendo socarronamente.
— ¡J-joven Giesler! —La joven volteó a verle.
—Joven Saúl… que linda sorpresa verle por aquí. ¿Vino solo o lo acompañaron sus padres? —La madre decía esto.
—Me adelanté un poco. Un placer saludarla, condesa Hosenfeld. —Saúl respondía—. Me sorprende que Victoria haya venido a la fiesta.
— ¡Por supuesto que voy a venir! ¡Fabiola va a matarme, si es que no asisto a su fiesta de cumpleaños!
— ¿Y qué pasó con tus modales, Victoria? ¿Qué acaso se te olvida de quien hablas? —La muchacha se cruzó de brazos, al escuchar esto.
—La princesa Leonhardt va a matarme, si es que me ausento a la fiesta, marqués Giesler… —El joven marqués se rio socarronamente.
—Mucho mejor.
—Vayamos a la oficina de sus majestades, muchachos. —Entonces, el grupo se dirigió arriba, para hablar con los reyes y la princesa. Durante el transcurso, ambos jóvenes intercambiaban comentarios sarcásticos, hasta que llegaron a la puerta de la recamara.
—Las damas primero. —Homero abrió la puerta y le sonreía a las damas, entrando a la oficina. Ya adentro, el grupo se topó con otros miembros de la nobleza Kartiniana. Algunos estaban conversando, otros estaban tomando vino, otros estaban hablando con el rey Fernando, el cual estaba sentado en su escritorio—. Vayamos con su majestad y su alteza. —Ya en frente del escritorio, la familia y el marqués se toparon con el rey Fernando Alfonso Leonhardt. El rey era alto y muy fornido, de cabello pelirrojo y con canas, de ojos grises. Él vestía con un traje de gala azul y una capa violeta, cargando un bastón de oro y su corona.
—Nos encargaremos de la situación en la frontera norte, cuando el equipo de investigación nos mande más datos, señor Montesco. —El rey se encontraba hablando con los archiduques Federico y Belinda Gallows Montesco. Belinda era una dama de cuarenta y cinco años, algo baja, de cabello negro azulado y ojos verdes. Federico era un señor de cincuenta años, de cabello rubio cenizo y ojos azul claro; el rostro de él era muy robusto y tosco, pero su mirada notaba una paz interior inmutable.
—Muchísimas gracias por la información, su majestad. —El archiduque le respondía con esto al rey, haciendo una reverencia. Su esposa hizo lo mismo.
—Buenas noches, su majestad. ¿O prefieres que te llame Fernando? —Entonces, mi padre se acercaba a él, inclinándose un poco. Mi madre, Saúl y yo hicimos lo mismo.
— ¡Homero, Adelaida! ¡Los estaba esperando, desde hace horas! Puedo ver que Victoria vino también. Tan sagaz como un zorro rojo. —Fernando le frotó la cabeza a Victoria, al decir esto.
—Su majestad… ¿me permite hablar con la princesa Fabiola? Vine a verla a ella, por su cumpleaños.
— ¿Podréis tan amables de dar vuestros nombres? —La archiduquesa decía esto, bebiendo un poco de vino, volteando a verlos.
—Somos la familia Hosenfeld. ¿Y con quien tenemos el grato placer de hablar? —Adelaida dijo esto.
—Somos los archiduques Montesco. Es un placer conocer a una familia de vuestra índole, madame. No siempre se puede conocer a un miembro de una de las familias fundadoras de Kartina. ¿O nos equivocamos? —La archiduquesa le preguntaba esto, dando un sorbo a su copa.
—Montesco… El apellido suena familiar. ¿De pura casualidad, ustedes están relacionados con la familia real de Ucilia? —Mi padre preguntaba esto, viendo a los archiduques con la mirada entrecerrada.
—Soy el hijo del difunto rey Luis Mario Montesco, hermano del rey Luis Felipe Montesco. —Federico respondió con esto.
—Es un placer conocer a los descendientes de la familia fundadora de Ucilia, de ser así. —Homero estrechó su mano, al comentar esto.
—Lo mismo digo, señor Homero. —En eso, Federico volteó a ver a Victoria, sonriendo—. No sois tan diferentes a nosotros, ¿sabéis? Ambos somos descendientes de los forjadores de nuestra patria natal, estamos casados, y también puedo ver que vosotros tienen una hija.
— ¿Hija? ¿Ella asistió a la fiesta? —La condesa preguntó esto.
—Katalina salió al tocador para damas. En unos minutos llegará a la oficina. —La archiduquesa replicó con esto.
—Tengo que saberlo, su excelencia Federico… ¿Cómo fue que usted terminó aquí, en Kartina? —Homero frotó su barbilla, recalcando esto.
—Mi padre le cedió el trono a mi hermano, antes de morir. Felipe me mandó a Kartina, para ayudar en la embajada. —Federico tomó un poco de ron, de su copa.
— ¿Y cómo ha disfrutado la estancia en Kartina, su excelencia Federico?
—No me quejo, señor Homero. Me gustan los climas fríos. —Un bostezo se dejó escuchar de Saúl.
—Mejor me voy de aquí. No ando de humor para este tipo de conversaciones…—Entonces, alguien le tapó los ojos al marqués, por detrás—. ¿¡Pero qué!?
— ¡Adivina! — Una dama de cabello albino y ojos color miel era quien le cubría los ojos a Saúl. Ella cargaba un vestido de gala rojo con encajes rosas, sin mangas y con guanteletes. Tampoco hacía falta la tiara.
—Fabiola… ahora no, por favor. —Saúl le decía esto a ella, en lo que la princesa le destapaba los ojos.
—Que aburrido… Uno que quiere jugar un poco y otro que lo rechaza. —La princesa le decía esto, cruzando sus brazos.
—Feliz cumpleaños, princesa. Tan inquieta y despreocupada como siempre, ¿eh? —Cuando Victoria dijo esto, la joven princesa fue y abrazó fuertemente a ella.
— ¡Victoria! ¡Me alegra mucho que hayas venido! —La joven solo se rio un poco, devolviendo el abrazo.
—Diecisiete años y sigues actuando como de nueve.
—Papá… ¿¡puedo salir con Victoria!? ¡Quiero hablar con ella, a solas! —Entonces, la princesa volteó a ver al rey Fernando, preguntándole esto, saltando un poco.
—Un favor y no lo grites a los cuatro vientos, Fabiola… —Victoria dijo esto.
—No te tardes mucho, pequeña. El recital va a empezar en media hora. —El rey le frotó la cabeza a Fabiola, diciendo esto.
— ¡Gracias, papá! ¡Vayamos ya, Victoria!
— ¡Espérame, Fabiola! —Cuando Saúl exclamó esto, los tres muchachos salieron de la habitación—. Fabiola… Necesito hablar contigo, después de la fiesta. Es por algo que quiero darte.
— ¡Por supuesto, Saúl! Pero recuerda… Se puede ver, pero no se puede tocar. —La princesa le respondía con esto, guiñándole el ojo.
— ¡Diablos! —Al escuchar esto, el marqués golpeaba el piso con su pie.
—Momento… ¿ustedes dos son…? —Antes que Victoria terminara la frase, ella es inmediatamente callada por Fabiola.
—Mi padre apenas si arregló nuestro matrimonio. —La joven solo asentó su cabeza, al oir esto.
—E-está bien…
—Voy con mis padres, Fabiola. Nos vemos más tarde, cariño. —Antes de irse, Saúl se inclinó ante la princesa, retirándose de ahí.
— ¡Nos vemos después, Saúl! —Victoria solo se cruzó de brazos, al ver esto.
—Así que están comprometidos, ¿eh? No pensé que Saúl, de todas las personas en este reino, fuera a caer rendido a tus brazos. ¿Y desde cuándo, amiga?
—Fue hace tres días atrás. Mis padres y yo estábamos buscando alguien con quien pudiera esposarme. Conozco a Saúl por más tiempo del que tú lo conoces. Cuando descubrí que yo le gustaba, le pedí a mi padre que me arreglara un matrimonio con él. El dinero que su familia hace cada año por exportación de joyas es algo que no le caerá mal al reino; especialmente para reforzar los sistemas de seguridad, con todas las desapariciones que han pasado.
— ¿Y cómo fue que supiste que le gustabas?
—Si te soy sincera, él me ha gustado desde hace mucho tiempo. Él fue la primera persona con la que fui, para decirle sobre mi matrimonio arreglado. Básicamente, yo le dije que él me gustaba. Debiste haber visto cómo reaccionó, cuando escuchó esto. Nos gastamos tres monedas de oro en incienso, para despertarlo. —Fabiola decía esto, devolviendo una sonrisa—. Tengo que saberlo, Victoria… ¿te gusta alguien?
—Siendo honesta, no me gustan los chicos. ¿Por qué preguntas? —La princesa se quedó callada por unos segundos.
— ¿En serio? Guau… No… no sabía eso. Debí haberme dado cuenta… —Entonces, unos copos de nieve caían del cielo—. Qué lindo… ¿Te gustaría pedir chocolate caliente y buñuelos para comer, Victoria?
—Ya me está entrando el apetito, ahora que lo dices, Fabiola. ¿Pero qué querías decirme?
— ¡Por supuesto! ¡Quiero invitarte a la Ceremonia de Ascensión! —La princesa exclamaba esto, pero Victoria se cruzó de brazos, sin entender de lo que hablaba.
— ¿Qué es una « Ceremonia de Ascensión »?
— ¡Iré al templo del Glaciar de los Lirios, para participar en un ritual mágico! —Victoria se rascó la nuca, en ese momento.
—Dame contexto sobre la ceremonia, mujer. Que no sé de qué hablas.
—La Ceremonia de Ascensión es un ritual con el cual una persona puede convertirse la vasija de una diosa. —Cuando la princesa explicaba esto, la joven retrocede un poco.
— ¿Una diosa? ¿Podrás decirme más, por favor?
—Dicen leyendas antiguas que, cuando las horas más oscuras de la humanidad hayan comenzado, los dioses bajarán de los cielos para ayudarnos a salir adelante. Se dice que los dioses bajarán en forma de distintas piedras preciosas, para otorgarle sus poderes a solo aquellos que consideren dignos de cargar su poder. Estas gemas son conocidas como exopiedras Y también se dice que ha habido héroes de leyenda que han usado el poder de esas gemas, para realizar logros inimaginables, como el salvar a una nación entera. La Ceremonia de Ascensión va a darse para ver si puedo volverme la vasija de un dios.
—Guau… No pensé que se era capaz de hacer eso. Pero… ¿por qué quieres volverte una vasija, Fabiola? Suena como algo que puede ser potencialmente peligroso. —Entonces, la joven princesa dio la espalda, levantando la mirada.
—Quiero ayudar con cuanto me sea posible a este reino. Tú más que nadie debería entender lo que significa ser una noble; servir de ejemplo al resto del reino y no solo sentarse todo el día en frente de un trono de ébano, esperando a que las cosas se arreglen por sí solas. ¿O me equivoco? —La mirada de Fabiola se volvía más seria, al mismo tiempo en que ella encogía sus hombros—. Estoy harta de escuchar las quejas de los aldeanos, diciendo a cada rato que la nobleza no sirve para nada. Y lo peor del caso es que ni siquiera puedo combatir esa falacia, porque otras familias nobles se quedan indiferentes, ante todo lo que les pasa alrededor. Todo el peso del karma cae en un justo, en lugar de un pecador…
—Fabiola…
—Este es el camino que yo escogí, y nada en este mundo puede cambiar mi opinión. —En eso, Victoria tomó las manos de la princesa, sonriéndole.
—No sé mucho de diosas o de magia, pero si necesitas ayuda, puedes contar conmigo.
—Gracias… Eres lo mejor, Victoria. —Al decir esto, la princesa abraza fuertemente, sollozando.
—Eres toda una dulzura, ¿lo sabias?
—Vendrás conmigo a la ceremonia, ¿verdad? —Fabiola abrazó más fuerte a Victoria, preguntando esto, quien le frotó la cabeza.
—Por supuesto, Fabiola.
— ¡Muchísimas gracias, Victoria! —Al exclamar esto, la joven princesa empujó a Victoria, cayendo al suelo—. Perdón…
—No has cambiado un poco, desde que nos conocimos, ¿lo sabes? Vamos a la sala principal; el recital ya va a comenzar. —Terminada la conversación, las dos chicas se retiraron del balcón, dirigiéndose al vestíbulo; cuando de pronto se topan con una joven de catorce años, cabello largo negro azulado, ojos verde esmeralda, nariz pequeña y respingada, carnosos labios rojo carmín. Estaba vistiendo un lujoso vestido de gala, color azul real, con encajes de zafiro y amatista, unos guanteletes azules, aretes y collar de zafiro.
—Con permiso, señoritas. —La muchacha les dijo esto.
—Buenas noches, señorita. —Victoria decía esto a ella, devolviendo el saludo.
—Victoria… esa chica… esa chica se parece a la archiduquesa Belinda… —Fabiola recalcaba esto.
— ¿Crees que sea la señorita Katalina?
—Me sorprende que recordaras ese nombre, Victoria. —Entonces, el rostro de la muchacha se sonrojó.
—Es un bonito nombre. Es todo…
—Vayamos a saludarla. Tenemos tiempo de sobra, antes del recital. —Al decir esto, ambas chicas van a donde iba Katalina—. Disculpe, señorita… —La joven volteó a verlas, sonriéndoles.
— ¿Sucede algo, señoritas?
— ¿Es usted Katalina Montesco? —La princesa preguntó esto.
—Soy la duquesa Katalina Montesco. Un placer conocerles. ¿Con quién tengo el placer de hablar?
— ¿Es usted una duquesa, señorita Montesco? —Victoria preguntó esto.
—Mi padre me otorgó el título nobiliario, antes de irnos de Ucilia. —En eso, la sonrisa de la duquesa se transformó en uno de tristeza.
— ¿Qué pasa, señorita Montesco?
—Extraño Galecia; la capital de Ucilia… mi ciudad natal. No he estado ahí, desde hace casi dos años. Es todo... —Se lograba ver una pequeña lágrima recorrer su rostro.
—Nosotras hablamos con su padre, unos minutos atrás. Si hay una manera en la que podamos animarle, solo díganoslo. —La princesa le decía esto a la joven duquesa.
— ¿Habláis en serio? Muchísimas gracias, señoritas. ¿Y con quien tengo el honor de hablar?
— ¡Mi nombre es Fabiola! ¡Un placer conocerla!
— ¿¡Usted es la princesa Leonhardt!? ¡Un-un placer conocerla, su alteza! —La duquesa exclamaba esto, inclinándose rápidamente.
—No es necesario ser tan cordial, su excelencia Katalina. Si su padre hubiera sido el heredero al trono de Ucilia, usted sería una princesa también. —Fabiola respondió con esto—. ¿Y a qué se dedica? A parte de ser una noble, claro está.
—Investigo una anomalía arcana, en la escuela de magia de Pralvea.
— ¿Nos puede contar más, su excelencia Montesco? —Victoria dijo esto.
—Estudio un fenómeno conocido como « sinergia arcana ». Es cuando dos o más magos realizan un « hechizo combinado » Aún no se sabe con exactitud cómo funciona, y me encantaría investigar más sobre ello.
— ¿Y cómo es que funcionan los hechizos? ¿Solo… funcionan?
— ¡La magia no funciona, solo porque sí! —Al ver esta reacción, Fabiola y Victoria quedaron mudas por un momento. Al ver lo que había hecho, Katalina se tranquilizó un poco, agachando la mirada—. Perdón… me molesta cuando la gente dice cosas así sobre la magia.
—Quiero saber más sobre ello, su grandeza. Si no le molesta, conversemos un rato. —Victoria dijo esto, acercándose un poco.
— ¿¡Habláis en serio!? ¡Genial! Muchísimas gracias, señorita… ahmmmm…
—Hosenfeld. Victoria Hosenfeld. Un placer conocerla. —Victoria le sonrió un poco, diciendo esto.
— ¡Que así sea, de ser así! Solo démonos prisa, que tengo que tocar el piano, en unos minutos más. —Fabiola le sonrió a Katalina, también—.Vayamos al jardín. No es la mejor locación del mundo, pero al menos tendremos una bella vista al estanque. —Entonces, las tres chicas salieron al jardín, para continuar la conversación. Un minuto después, ellas llegaron al jardín de la familia real. La nieve cubría algunas de las rosas, lirios y orquídeas que estaban en éste; había algo de escarcha cristalina en el estanque del jardín.
—Que hermoso… —La duquesa decía esto, lentamente adentrándose en el jardín.
—Tenga cuidado, su excelencia Montesco. —Entonces, Victoria tomó de la mano a Katalina, ayudándole a caminar entre la nieve.
—Gracias, señorita Hosenfeld. Sois muy amable. —Al ver esto, la duquesa se sonrojaba un poco, moviéndose lentamente entre la nieve, llegando a una sección del jardín donde crecían lirios, sentándose.
— ¡Adelante! Explícanos cómo funciona la magia, señorita Katalina. —Fabiola le dijo esto.
—Bueno… dejadme ver esto… La magia es el arte y la ciencia que se encarga de manipular el mundo que nos rodea, usando la fuerza de voluntad. El principio inicial de la magia es el de influenciar la conciencia del mundo alrededor, usando la propia conciencia del individuo. Para hacer esto, se necesita primero entender sobre el éter. El éter es la materia prima del Universo, todo es construido de éter y así mismo todo vuelve a ser éter, su manifestación está plasmada en absolutamente todo. Aprender a usar magia requiere usar el éter del alma de una persona, para conectar espiritualmente con el mundo que le rodea. Se necesita mucho conocimiento del funcionamiento del mundo, así como un arduo entrenamiento físico y espiritual, para conectar espiritualmente con la conciencia del mundo a nuestro alrededor, debido a que se gasta mucho éter durante el enlace. También se pueden usar catalizadores mágicos, para disminuir la cantidad de éter necesario para usar magia y el desgaste físico que conlleva usar magia. Los catalizadores pueden variar mucho; desde simples runas, bastones, conjuros escritos en grimorios, inclusive se pueden usar armas encantadas para ello.
— ¿Y cuánto tiempo has estudiado magia, señorita Montesco? Por su manera de hablar, yo diría que al menos toda su vida. —Fabiola preguntó esto.
—Desde los nueve años, su alteza. He aprendido a hacer cosas como esto… —En eso, Katalina extendió su brazo izquierdo hacia donde el estanque, jalando un poco de agua hacia donde estaban las chicas. La duquesa rápidamente movía aquella burbuja de agua por el aire, dándole distintas formas, hasta que de pronto ésta se congelaba de golpe, al momento en que Katalina chasqueaba sus dedos.
— ¡Eso fue genial, señorita Montesco! ¿¡Puede enseñarme a hacer eso!? —La princesa exclamaba esto.
—No hay garantía en que pueda replicar lo que yo hice, su alteza. El tipo de afinación mágica que una persona puede tener varía dependiendo de la personalidad de la persona. Puedo enseñarle el hechizo, más aun así éste puede tener una resolución distinta.
—Está bien...
—Su alteza… —Las tres escucharon a un guardia acercarse, por lo que se levantaron del suelo—. Señorita Fabiola, su padre necesita verla ahora mismo. Es sobre el recital.
— ¡Vámonos, muchachas! ¡La sesión de piano va a comenzar!—La joven princesa se retiró rápidamente, dejando atrás a Victoria y Katalina.
—Permítame ayudarla, su excelencia Montesco. —La joven doncella estiró su mano.
—Muchas gracias, señorita Victoria. —Al salir de la nieve, ambas chicas toman rumbo a la sala principal.
—Dígame, señorita Hosenfeld… ¿A qué se dedicáis vos?
—Practico esgrima. ¿Por qué pregunta?
— ¿Nada más? ¿No hay algo en específico en lo que queréis dedicarse?
—Aún no, señorita Montesco. Pero me encantaría poder encontrar mi camino de vida. —En eso, Victoria volteo a verla y le sonrió.
—Eso suena muy bien, señorita Hosenfeld. Encontrar el camino de vida de una persona no siempre es tan fácil como parece. También es muy difícil encontrar alguien quien se muestre interesado en lo que te gusta y que te apoye en ello… —Entonces, Katalina agachó la mirada.
— ¿Que sucede, señorita Montesco?
—Mis padres me insisten en que me dedique a la alquimia, como el resto de la familia. Eso es lo que pasa. A veces me siento muy sola por ello… —Victoria se detuvo al ver esta reacción de la duquesa.
—Señorita Montesco… ¿de pura casualidad, usted tiene amigos?
—No. Siendo sincera, no… —Entonces, una lágrima se veía recorrer el rostro de la joven duquesa. La doncella se acercó a ella, secándole la cara con su mano—. Señorita Hosenfeld...
—Por favor, no llore, su excelencia. —Al presenciar esto, la duquesa trataba de devolver una sonrisa, pero su rostro aún se estremecía de melancolía.
—Señorita Hosenfeld… muchas gracias…
—Démonos prisa, señorita Montesco. La pieza musical va a comenzar.
—Me alegra mucho que hayan aceptado mi compañía, señorita Victoria. Esto significa mucho para mí. —Unos segundos después, ambas entraron al salón principal, donde estaban los demás invitados; Fabiola estaba en medio de la sala, sentándose al lado del piano que estaba ahí.
—Queridos invitados… estoy muy agradecida por vuestra presencia en mi fiesta de cumpleaños. Como muestra de gratitud, esta noche tocaré una pieza musical de piano para ustedes. —Al terminar de decir esto, la joven princesa se sentó en frente del piano, empezando a tocar. Al escuchar esta melodía, los demás invitados tomaron a una pareja y empezaron a bailar vals. Victoria volteó a ver a la duquesa, estirando su mano.
—Señorita Montesco… ¿le gustaría acompañarme durante esta pieza? Sé que suena extraño, viniendo esto de otra mujer, pero no creo que a alguien le importe.
—E-está bien, señorita Hosenfeld. Es un lindo detalle, para alguien quien apenas conocí hoy. —Entonces, Katalina sonreía de vuelta, en lo que ambas fueron al centro de la sala para bailar. La doncella tomaba de la cintura a la duquesa, lentamente moviendo sus pies en sincronía a la música. La pieza musical aceleraba su ritmo, por lo cual ellas se movieron más rápido, llamando la atención del resto de los invitados, quienes estaban impresionados ante la imagen de dos mujeres bailando vals. Lo que era visto como un amor prohibido se presenciaba en la pista de baile. Victoria podía oler el aroma del perfume de moras silvestres, de la joven duquesa. Al terminar la pieza musical, la doncella extendió a la duquesa en frente de ella, teniendo su rostros muy cerca. En eso, una ovación se escucha en la sala, dirigida hacia Fabiola.
—Eso… eso fue divertido, señorita Mon- Katalina. ¿No-no te molesta si te llamo Katalina, verdad? —Victoria decía esto, sonrojándose.
—Po-podéis llamarme Katalina si lo deseáis, señorita Hosenfeld. O mejor dicho, Victoria. Y yo también me divertí mucho. No me esperaba a que vos supierais bailar tan bien. Sois tan amable conmigo, para apenas conocerme. ¿Por qué lo hacéis? —Victoria se quedó callada por unos segundos.
—Siendo honesta, usted y yo no somos muy diferentes, Katalina. Puedo decir por el perfume que usa que a usted también le gustan las moras salvajes. ¿Verdad? —Katalina solo se rio nerviosamente, al oír este comentario.
—Me sorprende que vos se hayáis dado cuenta de ello, Victoria. Y puedo ver que a vos le gustáis los lirios, ¿verdad? —Katalina recalcaba esto, sonrojándose un poco; Victoria se rio también.
—Sí. Me gustan los lirios. Aunque suelo darme mi tiempo para coleccionar más perfumes de otras flores.
— ¿Victoria? ¿Quién es la señorita con la que andas? —Adelaida llegó a la sala junto a Homero, caminando hacia donde estaban ellas.
—Disculpe, ¿quién sois vos? —La joven duquesa preguntó esto.
—Soy la condesa Adelaida Redmont Hosenfeld, madre de esta linda muchachita aquí presente. Y Vaya, Victoria… ¿quién es tu linda acompañante? —La condesa contestó con esto.
—Soy la duquesa Katalina. Es un placer conocerles. —La joven duquesa dijo esto, haciendo una reverencia a los dos.
— ¡Con que usted es la joven Duquesa Montesco! Habíamos platicado con vuestros padres, hace unos minutos atrás. Soy el conde Homero Hosenfeld. —El conde comentó esto, inclinándose.
— ¿Vinieron con vosotros, de pura casualidad?
—Ellos se quedaron en la oficina del rey Fernando, discutiendo acerca de incrementar la seguridad en la frontera norte.
¬—Sí… claro… debí imaginarlo.
— ¿Victoria? ¿Katalina? —Fabiola llegó con las otras muchachas, en ese momento.
— ¿Su alteza? ¿Qué se le ofrece? —Adelaida preguntó esto.
—Condes Hosenfeld… ¿me permiten hablar con Victoria y la duquesa Montesco, a solas?
—Con gusto, su alteza. Les avisaremos cuando tengamos que irnos. —Homero respondió con esto.
— ¡Muchísimas gracias, condes Hosenfeld! —Entonces, Fabiola tomaba a Katalina y a Victoria de la mano, llevándonos por las escaleras.
— ¡Volvemos en un rato, mamá! —Cuando la doncella dijo esto, ellas se fueron corriendo por las escaleras. Al subir a la habitación, las damitas continuaron con su conversación, comiendo buñuelos con chocolate caliente, hablando sobre una junta directiva que la madre de Fabiola tuvo con un empresario de la ciudad república de Astrid, al norte del reino. Sin que ellas se dieran cuenta, los minutos pasaron velozmente; pero no les importó en lo absoluto. Al final de la noche, las chicas se encontraban riendo de sus conversaciones, sus chistes y puntos de vista.
—Por las diosas… Jamás me había divertido así en mi vida. Ustedes dos son lo máximo. —Fabiola decía esto, acostada en su cama, rodando de la risa.
—Lo mismo digo yo, Fabiola. Y eso que no nos metiste en problemas. —Victoria se reía un poco.
—Me encantaría conocerlas mejor, muchachas. ¿Qué les parece si nos reunimos la siguiente semana? —La duquesa se reía delicadamente.
— ¡Por supuesto! ¡Las llevaré a la Laguna de Arces, a unos kilómetros de aquí, que ando de humor para zambullirme en el agua! —Cuando la princesa terminó de exclamar esto, alguien tocaba la puerta de la habitación.
—Su alteza... los condes Hosenfeld están buscando a la señorita Victoria. —Uno de los guardias nos decía esto, por lo que las tres volteamos a vernos.
—Bueno… ya me tengo que ir, chicas. Las veré después. —La doncella dijo esto.
—Podéis ir a visitarme, siempre que lo deseéis, chicas. Les avisaré a mis guardias sobre vosotras, cuando llegue a mi casa. —Katalina entonces ayudó a Victoria a levantarse del suelo.
— ¡Entendido y anotado, capitana! —La princesa dijo esto, abrazando a las dos.
—Nos veremos otra vez, señorita Katalina. —La doncella le devolvió el abrazo a Fabiola y la duquesa.
— ¡Recuerda esto, Victoria! Nuestros caminos son distintos, pero la fuerza de nuestra alma es lo que nos reunirá en el mismo lugar. —Terminada de decir esta frase, la duquesa se despide con una cálida sonrisa en el rostro. Un rato después, Victoria y su familia subieron a su carroza, saliendo del castillo.
—Dime, hija mía… ¿te divertiste esta noche? —El conde preguntó esto.
— ¡Como nunca en mi vida, papá!
—Me alegra que hayas conocido a alguien quien te cayera bien, Victoria. —Adelaida le devolvió una sonrisa a Victoria, al decir esto.
—Y mi corazón reboza de felicidad por la idea de poder volver a verla otra vez, puesto que la fuerza de nuestra alma nos llevará al mismo lugar. —Al terminar de decir esto, la carroza sale a la avenida principal, terminando así la velada.
Capítulo 1: Bienvenidos a la ciudad de Pralvea. El lugar donde las almas se enlazan.
14 de Enero de 884 Registros Etéreos. 4:00 P.M.
Una joven rubia de ojos azules encaminaba hacia un palacio, en la cima de una colina, cargando consigo una armadura y una espada ancha.
— ¿Señorita Victoria? —Uno de los mayordomos abrió la puerta, dejando entrar a la muchacha.
—Ando muy cansada, Rogelio. Perdóname si no me veo de humor para conversar o jugar ajedrez con usted. —La joven espadachina exclamó por su madre, al entrar a su casa.
—Sus padres salieron a la capital, para atender un asunto con el comandante Luttenberg. Han estado desapareciendo muchas personas en el sur del reino, y ocupan fondos para incrementar la seguridad en la frontera con Ucilia.
¬—Genial… Ahora ya son tres meses continuos, desde que ha estado pasando esto. Una semana más y ya tendremos nuevo récord.
—Una cosa más. La familia ha sido invitada a la fiesta de la princesa Fabiola. —La joven Victoria escuchó esto, antes de subir por las escaleras.
— ¿Fabiola? ¡El cumpleaños es hoy! Por las diosas… ¡Ni siquiera me he preparado! ¡Debo apurarme, Rogelio! —Entonces, el mayordomo le tomó de la muñeca.
—Relájese, señorita Victoria. La fiesta comienza, hasta las ocho de la noche. —Victoria lentamente recobró la compostura.
—Está bien, señor. —Tres horas después, la joven se había arreglado con un traje militar de gala rojo carmesí, camisa blanca, corbata rosa, unas botas de cuero y elegantes guantes blancos. Su madre estaba vistiendo un vestido de gala color azul oscuro, con encajes dorados, zapatillas y guantes azules. Su padre vestía en un traje de gala blanco, con camisa negra, corbata blanca, guantes y zapatos negros.
—Te ves divina con esa vestimenta militar, Victoria. No pensaba que la ropa de tu papá te quedara muy bien.
—Un favor y deja de jalarme las mejillas, mamá. Ya estoy muy grande para este tipo de gestos.
—Bueno, mis bellas damas, es hora de irnos a la fiesta. El carruaje está esperando por nosotros. —El padre les dio la señal a ambas damas de subir, por lo que asentaron con la cabeza, entrando al carro. El conductor le da la señal a los sementales, para empezar la larga cabalgada, hasta el castillo de la familia real de Kartina, donde se celebraría la fiesta.
—Madre, Padre… Hay algo que quería preguntarles…—Victoria entonces agachó la mirada.
— ¿Qué sucede, hija? Te noto muy triste. ¿Qué acaso no quieres ir a la fiesta de su alteza Fabiola? —La madre apoyaba su mano derecha sobre el hombro de ella, mirándome.
— ¿Cómo se sintieron ustedes cuando les fue dado el título de condes?
— ¿A qué viene esa pregunta, pequeña? —Su padre preguntó esto.
— ¿Alguna vez se han sentido que han perdido mucho tiempo sin saber que van a hacer con sus vidas? —Ambos padres voltearon a verse mutuamente por un rato, al escuchar esta pregunta.
—Jamás me he sentido así, Victoria. Yo quise dedicarme a estudiar medicina, pero cuando me casé con tu padre y me dieron el título de condesa, puse en práctica mis conocimientos para volverme médico de campo. No me pidas luchar, pero si puedo ayudar desde las trincheras. —La madre de guiñó el ojo, al decir esto.
—Tu abuelo solicitó un título para mí, cuando tenía quince años. Debo admitir que me sentí nervioso cuando él hizo eso. Pensé que jamás estaría a la altura que nuestros antepasados establecieron. Pero luego entendí que uno debe sobresalir por aquello en lo que es habilidoso y no en todo. No soy el mejor espadachín de la familia, pero sí que se planear estrategias de combate. Ahora… ¿a qué viene la pregunta, cariño?
—Yo… no sé a qué quiero dedicarme… —Victoria ladeó su cabeza, al decir esto.
—Cariño… —Su padre colocó su mano en el hombro de la muchacha—. No tienes por qué sentirte mal por ello. Tarde o temprano lo sabrás. —La joven respondió con un « gracias », asentando con su cabeza. El carro continuó su rumbo, en lo que Victoria se encandecía por las luces que abundaban en las calles. La familia avanzaba por la avenida principal, hasta que finamente llegaron al castillo de la familia real.
—Muy bien, chicas, hemos llegado. —El padre decía esto, en lo que uno de los sirvientes les diría donde estacionar nuestro carruaje.
—Su majestad, el rey Fernando, se siente honrado con su presencia, señor Homero. Esperamos que disfruten la fiesta de cumpleaños de la princesa Fabiola. —Al estacionarse, la familia salió del carruaje, entrando al edifico. Rápidamente, la familia se topó con otros miembros de la realeza y la nobleza, hasta figuras populares, como músicos, científicos, miembros del ejército, etcétera. Los padres no dudaron en saludar a los invitados, pero la joven Victoria se agitaba por la multitud ahí reunida.
—Vayamos a la oficina del rey Fernando, muchachas. —
— ¡Oye, Victoria… puedo ver que viniste! —Un joven alto, de cabello café rojizo y ojos marrones se acercaba a la familia, sonriendo socarronamente.
— ¡J-joven Giesler! —La joven volteó a verle.
—Joven Saúl… que linda sorpresa verle por aquí. ¿Vino solo o lo acompañaron sus padres? —La madre decía esto.
—Me adelanté un poco. Un placer saludarla, condesa Hosenfeld. —Saúl respondía—. Me sorprende que Victoria haya venido a la fiesta.
— ¡Por supuesto que voy a venir! ¡Fabiola va a matarme, si es que no asisto a su fiesta de cumpleaños!
— ¿Y qué pasó con tus modales, Victoria? ¿Qué acaso se te olvida de quien hablas? —La muchacha se cruzó de brazos, al escuchar esto.
—La princesa Leonhardt va a matarme, si es que me ausento a la fiesta, marqués Giesler… —El joven marqués se rio socarronamente.
—Mucho mejor.
—Vayamos a la oficina de sus majestades, muchachos. —Entonces, el grupo se dirigió arriba, para hablar con los reyes y la princesa. Durante el transcurso, ambos jóvenes intercambiaban comentarios sarcásticos, hasta que llegaron a la puerta de la recamara.
—Las damas primero. —Homero abrió la puerta y le sonreía a las damas, entrando a la oficina. Ya adentro, el grupo se topó con otros miembros de la nobleza Kartiniana. Algunos estaban conversando, otros estaban tomando vino, otros estaban hablando con el rey Fernando, el cual estaba sentado en su escritorio—. Vayamos con su majestad y su alteza. —Ya en frente del escritorio, la familia y el marqués se toparon con el rey Fernando Alfonso Leonhardt. El rey era alto y muy fornido, de cabello pelirrojo y con canas, de ojos grises. Él vestía con un traje de gala azul y una capa violeta, cargando un bastón de oro y su corona.
—Nos encargaremos de la situación en la frontera norte, cuando el equipo de investigación nos mande más datos, señor Montesco. —El rey se encontraba hablando con los archiduques Federico y Belinda Gallows Montesco. Belinda era una dama de cuarenta y cinco años, algo baja, de cabello negro azulado y ojos verdes. Federico era un señor de cincuenta años, de cabello rubio cenizo y ojos azul claro; el rostro de él era muy robusto y tosco, pero su mirada notaba una paz interior inmutable.
—Muchísimas gracias por la información, su majestad. —El archiduque le respondía con esto al rey, haciendo una reverencia. Su esposa hizo lo mismo.
—Buenas noches, su majestad. ¿O prefieres que te llame Fernando? —Entonces, mi padre se acercaba a él, inclinándose un poco. Mi madre, Saúl y yo hicimos lo mismo.
— ¡Homero, Adelaida! ¡Los estaba esperando, desde hace horas! Puedo ver que Victoria vino también. Tan sagaz como un zorro rojo. —Fernando le frotó la cabeza a Victoria, al decir esto.
—Su majestad… ¿me permite hablar con la princesa Fabiola? Vine a verla a ella, por su cumpleaños.
— ¿Podréis tan amables de dar vuestros nombres? —La archiduquesa decía esto, bebiendo un poco de vino, volteando a verlos.
—Somos la familia Hosenfeld. ¿Y con quien tenemos el grato placer de hablar? —Adelaida dijo esto.
—Somos los archiduques Montesco. Es un placer conocer a una familia de vuestra índole, madame. No siempre se puede conocer a un miembro de una de las familias fundadoras de Kartina. ¿O nos equivocamos? —La archiduquesa le preguntaba esto, dando un sorbo a su copa.
—Montesco… El apellido suena familiar. ¿De pura casualidad, ustedes están relacionados con la familia real de Ucilia? —Mi padre preguntaba esto, viendo a los archiduques con la mirada entrecerrada.
—Soy el hijo del difunto rey Luis Mario Montesco, hermano del rey Luis Felipe Montesco. —Federico respondió con esto.
—Es un placer conocer a los descendientes de la familia fundadora de Ucilia, de ser así. —Homero estrechó su mano, al comentar esto.
—Lo mismo digo, señor Homero. —En eso, Federico volteó a ver a Victoria, sonriendo—. No sois tan diferentes a nosotros, ¿sabéis? Ambos somos descendientes de los forjadores de nuestra patria natal, estamos casados, y también puedo ver que vosotros tienen una hija.
— ¿Hija? ¿Ella asistió a la fiesta? —La condesa preguntó esto.
—Katalina salió al tocador para damas. En unos minutos llegará a la oficina. —La archiduquesa replicó con esto.
—Tengo que saberlo, su excelencia Federico… ¿Cómo fue que usted terminó aquí, en Kartina? —Homero frotó su barbilla, recalcando esto.
—Mi padre le cedió el trono a mi hermano, antes de morir. Felipe me mandó a Kartina, para ayudar en la embajada. —Federico tomó un poco de ron, de su copa.
— ¿Y cómo ha disfrutado la estancia en Kartina, su excelencia Federico?
—No me quejo, señor Homero. Me gustan los climas fríos. —Un bostezo se dejó escuchar de Saúl.
—Mejor me voy de aquí. No ando de humor para este tipo de conversaciones…—Entonces, alguien le tapó los ojos al marqués, por detrás—. ¿¡Pero qué!?
— ¡Adivina! — Una dama de cabello albino y ojos color miel era quien le cubría los ojos a Saúl. Ella cargaba un vestido de gala rojo con encajes rosas, sin mangas y con guanteletes. Tampoco hacía falta la tiara.
—Fabiola… ahora no, por favor. —Saúl le decía esto a ella, en lo que la princesa le destapaba los ojos.
—Que aburrido… Uno que quiere jugar un poco y otro que lo rechaza. —La princesa le decía esto, cruzando sus brazos.
—Feliz cumpleaños, princesa. Tan inquieta y despreocupada como siempre, ¿eh? —Cuando Victoria dijo esto, la joven princesa fue y abrazó fuertemente a ella.
— ¡Victoria! ¡Me alegra mucho que hayas venido! —La joven solo se rio un poco, devolviendo el abrazo.
—Diecisiete años y sigues actuando como de nueve.
—Papá… ¿¡puedo salir con Victoria!? ¡Quiero hablar con ella, a solas! —Entonces, la princesa volteó a ver al rey Fernando, preguntándole esto, saltando un poco.
—Un favor y no lo grites a los cuatro vientos, Fabiola… —Victoria dijo esto.
—No te tardes mucho, pequeña. El recital va a empezar en media hora. —El rey le frotó la cabeza a Fabiola, diciendo esto.
— ¡Gracias, papá! ¡Vayamos ya, Victoria!
— ¡Espérame, Fabiola! —Cuando Saúl exclamó esto, los tres muchachos salieron de la habitación—. Fabiola… Necesito hablar contigo, después de la fiesta. Es por algo que quiero darte.
— ¡Por supuesto, Saúl! Pero recuerda… Se puede ver, pero no se puede tocar. —La princesa le respondía con esto, guiñándole el ojo.
— ¡Diablos! —Al escuchar esto, el marqués golpeaba el piso con su pie.
—Momento… ¿ustedes dos son…? —Antes que Victoria terminara la frase, ella es inmediatamente callada por Fabiola.
—Mi padre apenas si arregló nuestro matrimonio. —La joven solo asentó su cabeza, al oir esto.
—E-está bien…
—Voy con mis padres, Fabiola. Nos vemos más tarde, cariño. —Antes de irse, Saúl se inclinó ante la princesa, retirándose de ahí.
— ¡Nos vemos después, Saúl! —Victoria solo se cruzó de brazos, al ver esto.
—Así que están comprometidos, ¿eh? No pensé que Saúl, de todas las personas en este reino, fuera a caer rendido a tus brazos. ¿Y desde cuándo, amiga?
—Fue hace tres días atrás. Mis padres y yo estábamos buscando alguien con quien pudiera esposarme. Conozco a Saúl por más tiempo del que tú lo conoces. Cuando descubrí que yo le gustaba, le pedí a mi padre que me arreglara un matrimonio con él. El dinero que su familia hace cada año por exportación de joyas es algo que no le caerá mal al reino; especialmente para reforzar los sistemas de seguridad, con todas las desapariciones que han pasado.
— ¿Y cómo fue que supiste que le gustabas?
—Si te soy sincera, él me ha gustado desde hace mucho tiempo. Él fue la primera persona con la que fui, para decirle sobre mi matrimonio arreglado. Básicamente, yo le dije que él me gustaba. Debiste haber visto cómo reaccionó, cuando escuchó esto. Nos gastamos tres monedas de oro en incienso, para despertarlo. —Fabiola decía esto, devolviendo una sonrisa—. Tengo que saberlo, Victoria… ¿te gusta alguien?
—Siendo honesta, no me gustan los chicos. ¿Por qué preguntas? —La princesa se quedó callada por unos segundos.
— ¿En serio? Guau… No… no sabía eso. Debí haberme dado cuenta… —Entonces, unos copos de nieve caían del cielo—. Qué lindo… ¿Te gustaría pedir chocolate caliente y buñuelos para comer, Victoria?
—Ya me está entrando el apetito, ahora que lo dices, Fabiola. ¿Pero qué querías decirme?
— ¡Por supuesto! ¡Quiero invitarte a la Ceremonia de Ascensión! —La princesa exclamaba esto, pero Victoria se cruzó de brazos, sin entender de lo que hablaba.
— ¿Qué es una « Ceremonia de Ascensión »?
— ¡Iré al templo del Glaciar de los Lirios, para participar en un ritual mágico! —Victoria se rascó la nuca, en ese momento.
—Dame contexto sobre la ceremonia, mujer. Que no sé de qué hablas.
—La Ceremonia de Ascensión es un ritual con el cual una persona puede convertirse la vasija de una diosa. —Cuando la princesa explicaba esto, la joven retrocede un poco.
— ¿Una diosa? ¿Podrás decirme más, por favor?
—Dicen leyendas antiguas que, cuando las horas más oscuras de la humanidad hayan comenzado, los dioses bajarán de los cielos para ayudarnos a salir adelante. Se dice que los dioses bajarán en forma de distintas piedras preciosas, para otorgarle sus poderes a solo aquellos que consideren dignos de cargar su poder. Estas gemas son conocidas como exopiedras Y también se dice que ha habido héroes de leyenda que han usado el poder de esas gemas, para realizar logros inimaginables, como el salvar a una nación entera. La Ceremonia de Ascensión va a darse para ver si puedo volverme la vasija de un dios.
—Guau… No pensé que se era capaz de hacer eso. Pero… ¿por qué quieres volverte una vasija, Fabiola? Suena como algo que puede ser potencialmente peligroso. —Entonces, la joven princesa dio la espalda, levantando la mirada.
—Quiero ayudar con cuanto me sea posible a este reino. Tú más que nadie debería entender lo que significa ser una noble; servir de ejemplo al resto del reino y no solo sentarse todo el día en frente de un trono de ébano, esperando a que las cosas se arreglen por sí solas. ¿O me equivoco? —La mirada de Fabiola se volvía más seria, al mismo tiempo en que ella encogía sus hombros—. Estoy harta de escuchar las quejas de los aldeanos, diciendo a cada rato que la nobleza no sirve para nada. Y lo peor del caso es que ni siquiera puedo combatir esa falacia, porque otras familias nobles se quedan indiferentes, ante todo lo que les pasa alrededor. Todo el peso del karma cae en un justo, en lugar de un pecador…
—Fabiola…
—Este es el camino que yo escogí, y nada en este mundo puede cambiar mi opinión. —En eso, Victoria tomó las manos de la princesa, sonriéndole.
—No sé mucho de diosas o de magia, pero si necesitas ayuda, puedes contar conmigo.
—Gracias… Eres lo mejor, Victoria. —Al decir esto, la princesa abraza fuertemente, sollozando.
—Eres toda una dulzura, ¿lo sabias?
—Vendrás conmigo a la ceremonia, ¿verdad? —Fabiola abrazó más fuerte a Victoria, preguntando esto, quien le frotó la cabeza.
—Por supuesto, Fabiola.
— ¡Muchísimas gracias, Victoria! —Al exclamar esto, la joven princesa empujó a Victoria, cayendo al suelo—. Perdón…
—No has cambiado un poco, desde que nos conocimos, ¿lo sabes? Vamos a la sala principal; el recital ya va a comenzar. —Terminada la conversación, las dos chicas se retiraron del balcón, dirigiéndose al vestíbulo; cuando de pronto se topan con una joven de catorce años, cabello largo negro azulado, ojos verde esmeralda, nariz pequeña y respingada, carnosos labios rojo carmín. Estaba vistiendo un lujoso vestido de gala, color azul real, con encajes de zafiro y amatista, unos guanteletes azules, aretes y collar de zafiro.
—Con permiso, señoritas. —La muchacha les dijo esto.
—Buenas noches, señorita. —Victoria decía esto a ella, devolviendo el saludo.
—Victoria… esa chica… esa chica se parece a la archiduquesa Belinda… —Fabiola recalcaba esto.
— ¿Crees que sea la señorita Katalina?
—Me sorprende que recordaras ese nombre, Victoria. —Entonces, el rostro de la muchacha se sonrojó.
—Es un bonito nombre. Es todo…
—Vayamos a saludarla. Tenemos tiempo de sobra, antes del recital. —Al decir esto, ambas chicas van a donde iba Katalina—. Disculpe, señorita… —La joven volteó a verlas, sonriéndoles.
— ¿Sucede algo, señoritas?
— ¿Es usted Katalina Montesco? —La princesa preguntó esto.
—Soy la duquesa Katalina Montesco. Un placer conocerles. ¿Con quién tengo el placer de hablar?
— ¿Es usted una duquesa, señorita Montesco? —Victoria preguntó esto.
—Mi padre me otorgó el título nobiliario, antes de irnos de Ucilia. —En eso, la sonrisa de la duquesa se transformó en uno de tristeza.
— ¿Qué pasa, señorita Montesco?
—Extraño Galecia; la capital de Ucilia… mi ciudad natal. No he estado ahí, desde hace casi dos años. Es todo... —Se lograba ver una pequeña lágrima recorrer su rostro.
—Nosotras hablamos con su padre, unos minutos atrás. Si hay una manera en la que podamos animarle, solo díganoslo. —La princesa le decía esto a la joven duquesa.
— ¿Habláis en serio? Muchísimas gracias, señoritas. ¿Y con quien tengo el honor de hablar?
— ¡Mi nombre es Fabiola! ¡Un placer conocerla!
— ¿¡Usted es la princesa Leonhardt!? ¡Un-un placer conocerla, su alteza! —La duquesa exclamaba esto, inclinándose rápidamente.
—No es necesario ser tan cordial, su excelencia Katalina. Si su padre hubiera sido el heredero al trono de Ucilia, usted sería una princesa también. —Fabiola respondió con esto—. ¿Y a qué se dedica? A parte de ser una noble, claro está.
—Investigo una anomalía arcana, en la escuela de magia de Pralvea.
— ¿Nos puede contar más, su excelencia Montesco? —Victoria dijo esto.
—Estudio un fenómeno conocido como « sinergia arcana ». Es cuando dos o más magos realizan un « hechizo combinado » Aún no se sabe con exactitud cómo funciona, y me encantaría investigar más sobre ello.
— ¿Y cómo es que funcionan los hechizos? ¿Solo… funcionan?
— ¡La magia no funciona, solo porque sí! —Al ver esta reacción, Fabiola y Victoria quedaron mudas por un momento. Al ver lo que había hecho, Katalina se tranquilizó un poco, agachando la mirada—. Perdón… me molesta cuando la gente dice cosas así sobre la magia.
—Quiero saber más sobre ello, su grandeza. Si no le molesta, conversemos un rato. —Victoria dijo esto, acercándose un poco.
— ¿¡Habláis en serio!? ¡Genial! Muchísimas gracias, señorita… ahmmmm…
—Hosenfeld. Victoria Hosenfeld. Un placer conocerla. —Victoria le sonrió un poco, diciendo esto.
— ¡Que así sea, de ser así! Solo démonos prisa, que tengo que tocar el piano, en unos minutos más. —Fabiola le sonrió a Katalina, también—.Vayamos al jardín. No es la mejor locación del mundo, pero al menos tendremos una bella vista al estanque. —Entonces, las tres chicas salieron al jardín, para continuar la conversación. Un minuto después, ellas llegaron al jardín de la familia real. La nieve cubría algunas de las rosas, lirios y orquídeas que estaban en éste; había algo de escarcha cristalina en el estanque del jardín.
—Que hermoso… —La duquesa decía esto, lentamente adentrándose en el jardín.
—Tenga cuidado, su excelencia Montesco. —Entonces, Victoria tomó de la mano a Katalina, ayudándole a caminar entre la nieve.
—Gracias, señorita Hosenfeld. Sois muy amable. —Al ver esto, la duquesa se sonrojaba un poco, moviéndose lentamente entre la nieve, llegando a una sección del jardín donde crecían lirios, sentándose.
— ¡Adelante! Explícanos cómo funciona la magia, señorita Katalina. —Fabiola le dijo esto.
—Bueno… dejadme ver esto… La magia es el arte y la ciencia que se encarga de manipular el mundo que nos rodea, usando la fuerza de voluntad. El principio inicial de la magia es el de influenciar la conciencia del mundo alrededor, usando la propia conciencia del individuo. Para hacer esto, se necesita primero entender sobre el éter. El éter es la materia prima del Universo, todo es construido de éter y así mismo todo vuelve a ser éter, su manifestación está plasmada en absolutamente todo. Aprender a usar magia requiere usar el éter del alma de una persona, para conectar espiritualmente con el mundo que le rodea. Se necesita mucho conocimiento del funcionamiento del mundo, así como un arduo entrenamiento físico y espiritual, para conectar espiritualmente con la conciencia del mundo a nuestro alrededor, debido a que se gasta mucho éter durante el enlace. También se pueden usar catalizadores mágicos, para disminuir la cantidad de éter necesario para usar magia y el desgaste físico que conlleva usar magia. Los catalizadores pueden variar mucho; desde simples runas, bastones, conjuros escritos en grimorios, inclusive se pueden usar armas encantadas para ello.
— ¿Y cuánto tiempo has estudiado magia, señorita Montesco? Por su manera de hablar, yo diría que al menos toda su vida. —Fabiola preguntó esto.
—Desde los nueve años, su alteza. He aprendido a hacer cosas como esto… —En eso, Katalina extendió su brazo izquierdo hacia donde el estanque, jalando un poco de agua hacia donde estaban las chicas. La duquesa rápidamente movía aquella burbuja de agua por el aire, dándole distintas formas, hasta que de pronto ésta se congelaba de golpe, al momento en que Katalina chasqueaba sus dedos.
— ¡Eso fue genial, señorita Montesco! ¿¡Puede enseñarme a hacer eso!? —La princesa exclamaba esto.
—No hay garantía en que pueda replicar lo que yo hice, su alteza. El tipo de afinación mágica que una persona puede tener varía dependiendo de la personalidad de la persona. Puedo enseñarle el hechizo, más aun así éste puede tener una resolución distinta.
—Está bien...
—Su alteza… —Las tres escucharon a un guardia acercarse, por lo que se levantaron del suelo—. Señorita Fabiola, su padre necesita verla ahora mismo. Es sobre el recital.
— ¡Vámonos, muchachas! ¡La sesión de piano va a comenzar!—La joven princesa se retiró rápidamente, dejando atrás a Victoria y Katalina.
—Permítame ayudarla, su excelencia Montesco. —La joven doncella estiró su mano.
—Muchas gracias, señorita Victoria. —Al salir de la nieve, ambas chicas toman rumbo a la sala principal.
—Dígame, señorita Hosenfeld… ¿A qué se dedicáis vos?
—Practico esgrima. ¿Por qué pregunta?
— ¿Nada más? ¿No hay algo en específico en lo que queréis dedicarse?
—Aún no, señorita Montesco. Pero me encantaría poder encontrar mi camino de vida. —En eso, Victoria volteo a verla y le sonrió.
—Eso suena muy bien, señorita Hosenfeld. Encontrar el camino de vida de una persona no siempre es tan fácil como parece. También es muy difícil encontrar alguien quien se muestre interesado en lo que te gusta y que te apoye en ello… —Entonces, Katalina agachó la mirada.
— ¿Que sucede, señorita Montesco?
—Mis padres me insisten en que me dedique a la alquimia, como el resto de la familia. Eso es lo que pasa. A veces me siento muy sola por ello… —Victoria se detuvo al ver esta reacción de la duquesa.
—Señorita Montesco… ¿de pura casualidad, usted tiene amigos?
—No. Siendo sincera, no… —Entonces, una lágrima se veía recorrer el rostro de la joven duquesa. La doncella se acercó a ella, secándole la cara con su mano—. Señorita Hosenfeld...
—Por favor, no llore, su excelencia. —Al presenciar esto, la duquesa trataba de devolver una sonrisa, pero su rostro aún se estremecía de melancolía.
—Señorita Hosenfeld… muchas gracias…
—Démonos prisa, señorita Montesco. La pieza musical va a comenzar.
—Me alegra mucho que hayan aceptado mi compañía, señorita Victoria. Esto significa mucho para mí. —Unos segundos después, ambas entraron al salón principal, donde estaban los demás invitados; Fabiola estaba en medio de la sala, sentándose al lado del piano que estaba ahí.
—Queridos invitados… estoy muy agradecida por vuestra presencia en mi fiesta de cumpleaños. Como muestra de gratitud, esta noche tocaré una pieza musical de piano para ustedes. —Al terminar de decir esto, la joven princesa se sentó en frente del piano, empezando a tocar. Al escuchar esta melodía, los demás invitados tomaron a una pareja y empezaron a bailar vals. Victoria volteó a ver a la duquesa, estirando su mano.
—Señorita Montesco… ¿le gustaría acompañarme durante esta pieza? Sé que suena extraño, viniendo esto de otra mujer, pero no creo que a alguien le importe.
—E-está bien, señorita Hosenfeld. Es un lindo detalle, para alguien quien apenas conocí hoy. —Entonces, Katalina sonreía de vuelta, en lo que ambas fueron al centro de la sala para bailar. La doncella tomaba de la cintura a la duquesa, lentamente moviendo sus pies en sincronía a la música. La pieza musical aceleraba su ritmo, por lo cual ellas se movieron más rápido, llamando la atención del resto de los invitados, quienes estaban impresionados ante la imagen de dos mujeres bailando vals. Lo que era visto como un amor prohibido se presenciaba en la pista de baile. Victoria podía oler el aroma del perfume de moras silvestres, de la joven duquesa. Al terminar la pieza musical, la doncella extendió a la duquesa en frente de ella, teniendo su rostros muy cerca. En eso, una ovación se escucha en la sala, dirigida hacia Fabiola.
—Eso… eso fue divertido, señorita Mon- Katalina. ¿No-no te molesta si te llamo Katalina, verdad? —Victoria decía esto, sonrojándose.
—Po-podéis llamarme Katalina si lo deseáis, señorita Hosenfeld. O mejor dicho, Victoria. Y yo también me divertí mucho. No me esperaba a que vos supierais bailar tan bien. Sois tan amable conmigo, para apenas conocerme. ¿Por qué lo hacéis? —Victoria se quedó callada por unos segundos.
—Siendo honesta, usted y yo no somos muy diferentes, Katalina. Puedo decir por el perfume que usa que a usted también le gustan las moras salvajes. ¿Verdad? —Katalina solo se rio nerviosamente, al oír este comentario.
—Me sorprende que vos se hayáis dado cuenta de ello, Victoria. Y puedo ver que a vos le gustáis los lirios, ¿verdad? —Katalina recalcaba esto, sonrojándose un poco; Victoria se rio también.
—Sí. Me gustan los lirios. Aunque suelo darme mi tiempo para coleccionar más perfumes de otras flores.
— ¿Victoria? ¿Quién es la señorita con la que andas? —Adelaida llegó a la sala junto a Homero, caminando hacia donde estaban ellas.
—Disculpe, ¿quién sois vos? —La joven duquesa preguntó esto.
—Soy la condesa Adelaida Redmont Hosenfeld, madre de esta linda muchachita aquí presente. Y Vaya, Victoria… ¿quién es tu linda acompañante? —La condesa contestó con esto.
—Soy la duquesa Katalina. Es un placer conocerles. —La joven duquesa dijo esto, haciendo una reverencia a los dos.
— ¡Con que usted es la joven Duquesa Montesco! Habíamos platicado con vuestros padres, hace unos minutos atrás. Soy el conde Homero Hosenfeld. —El conde comentó esto, inclinándose.
— ¿Vinieron con vosotros, de pura casualidad?
—Ellos se quedaron en la oficina del rey Fernando, discutiendo acerca de incrementar la seguridad en la frontera norte.
¬—Sí… claro… debí imaginarlo.
— ¿Victoria? ¿Katalina? —Fabiola llegó con las otras muchachas, en ese momento.
— ¿Su alteza? ¿Qué se le ofrece? —Adelaida preguntó esto.
—Condes Hosenfeld… ¿me permiten hablar con Victoria y la duquesa Montesco, a solas?
—Con gusto, su alteza. Les avisaremos cuando tengamos que irnos. —Homero respondió con esto.
— ¡Muchísimas gracias, condes Hosenfeld! —Entonces, Fabiola tomaba a Katalina y a Victoria de la mano, llevándonos por las escaleras.
— ¡Volvemos en un rato, mamá! —Cuando la doncella dijo esto, ellas se fueron corriendo por las escaleras. Al subir a la habitación, las damitas continuaron con su conversación, comiendo buñuelos con chocolate caliente, hablando sobre una junta directiva que la madre de Fabiola tuvo con un empresario de la ciudad república de Astrid, al norte del reino. Sin que ellas se dieran cuenta, los minutos pasaron velozmente; pero no les importó en lo absoluto. Al final de la noche, las chicas se encontraban riendo de sus conversaciones, sus chistes y puntos de vista.
—Por las diosas… Jamás me había divertido así en mi vida. Ustedes dos son lo máximo. —Fabiola decía esto, acostada en su cama, rodando de la risa.
—Lo mismo digo yo, Fabiola. Y eso que no nos metiste en problemas. —Victoria se reía un poco.
—Me encantaría conocerlas mejor, muchachas. ¿Qué les parece si nos reunimos la siguiente semana? —La duquesa se reía delicadamente.
— ¡Por supuesto! ¡Las llevaré a la Laguna de Arces, a unos kilómetros de aquí, que ando de humor para zambullirme en el agua! —Cuando la princesa terminó de exclamar esto, alguien tocaba la puerta de la habitación.
—Su alteza... los condes Hosenfeld están buscando a la señorita Victoria. —Uno de los guardias nos decía esto, por lo que las tres volteamos a vernos.
—Bueno… ya me tengo que ir, chicas. Las veré después. —La doncella dijo esto.
—Podéis ir a visitarme, siempre que lo deseéis, chicas. Les avisaré a mis guardias sobre vosotras, cuando llegue a mi casa. —Katalina entonces ayudó a Victoria a levantarse del suelo.
— ¡Entendido y anotado, capitana! —La princesa dijo esto, abrazando a las dos.
—Nos veremos otra vez, señorita Katalina. —La doncella le devolvió el abrazo a Fabiola y la duquesa.
— ¡Recuerda esto, Victoria! Nuestros caminos son distintos, pero la fuerza de nuestra alma es lo que nos reunirá en el mismo lugar. —Terminada de decir esta frase, la duquesa se despide con una cálida sonrisa en el rostro. Un rato después, Victoria y su familia subieron a su carroza, saliendo del castillo.
—Dime, hija mía… ¿te divertiste esta noche? —El conde preguntó esto.
— ¡Como nunca en mi vida, papá!
—Me alegra que hayas conocido a alguien quien te cayera bien, Victoria. —Adelaida le devolvió una sonrisa a Victoria, al decir esto.
—Y mi corazón reboza de felicidad por la idea de poder volver a verla otra vez, puesto que la fuerza de nuestra alma nos llevará al mismo lugar. —Al terminar de decir esto, la carroza sale a la avenida principal, terminando así la velada.
«No hay nada que ganar, cuando no hay nada que perder» https://discord.gg/4r9TF