01/08/2018 05:24 AM
La mayor parte de tu respuesta me da la razón y aun así desemboca en una conclusión totalmente distinta. Sí, la existencia de una serie de elementos en torno a algo implica la posibilidad de analizarlos, eso para empezar. Además, si precisamente esta crítica nace de la existencia a su vez de una serie de análisis cada vez más habituales sobre el estancamiento de un género concreto como es la fantasía épica, siendo lógico que, como tomar la parte por el todo es un error analítico que invalidará muy posiblemente la crítica expuesta, deba extrapolarse de lo concreto una serie de características generales en torno a la Industria Cultural, para ver cómo todo producto de la cultura de masas está ceñido a los mismos engranajes de producción.
La confusión de la crítica a la industria cultural, o a la sociedad del espectáculo, con un deseo de adaptar los criterios de la masa a un gusto individual, no es otra cosa que una falacia ad hominem. Las dinámicas de producción de la industria cultural de hecho son las mismas desde que se codificaron todos sus elementos hace ya más de setenta años (que es de hecho cuando surge una teoría crítica desde la Escuela de Frankfurt, y más adelante con la obra de Debord "La Sociedad del Espectáculo", lo cual cito como muestra de que ya entonces existía esta problemática intrínseca al capitalismo a partir de mediados del siglo XX). A lo largo del siglo XX hay constantes hitos de planteamientos consolidados y a su vez críticos, sin que esa crítica supusiera en absoluto su no adaptación a un nicho cultural. Yo mismo, de hecho, sin ánimo de compararme con ninguno de estos y solamente por ofrecer un ejemplo mucho más modesto, simple y cercano en el tiempo, tengo mi propio recorrido y mi público (amén de otros experimentos que estoy empezando a probar en estas últimas semanas y aún no sé qué tal saldrán, como el Patreon, y de algún que otro fracaso rotundo en concreto), he tenido libros míos en varias librerías de mi ciudad hasta agotar una edición, he dado alguna charla en la universidad de mi ciudad, he participado en la feria del libro de mi ciudad y unas cuantas cosas más (las cuales por cierto he hecho siendo bastante joven) y eso no implica que tenga que transigir con un modo de producción concreto y todas las contradicciones que lo componen.
En cualquier caso, el avance (lento o rápido) de una corriente en concreto no implica en absoluto la intervención del público. Todas las corrientes de la historia del arte han avanzado y ninguna lo ha hecho por impulso del público. Ni en fantasía épica hay una obra siquiera que signifique algo nuevo con respecto a anteriores debido a esa influencia, que solo se refleja a posteriori, en la forma en la que el público la recibe (y ni siquiera en la forma en la que la consume, de lo cual es testigo una larga lista de obras denostadas pero con unos altos márgenes de beneficios). Canción de Hielo y Fuego supuso un avance bastante claro en el género por varios factores (a destacar tal vez la definición de un modelo de sociedad concreto y las intrigas internas en su clase dominante, o la "transliteración" de unas estructuras televisivas a la narrativa) así como El Nombre del Viento (puede ser que por su construcción crepuscular, la dislocación del espacio narrativo, etc.), pero ninguna de ellas se escribió como respuesta a la demanda del público, sino como forma de expresión de sus creadores a partir de su propio bagaje, ni se publicó para satisfacer ese impulso popular, sino por criterios de mercado de las empresas a las que entregan sus derechos de distribución. Pasa exactamente lo mismo con Memorias de Idhún, un despliegue estético novedoso y un voto de confianza a una autora consagrada en un campo más discreto para que de rienda suelta a su ambición de sacar adelante una saga de gran tamaño de fantasía épica que llevaba años teniendo en el cajón. Mismo impulso desde la industria cultural, gran producción y beneficio, y un resultado mediocre en muchos aspectos en cuanto a recepción crítica, pero que no ha impedido que Laura Gallego vendiera hace unos meses los derechos a Movistar+ para una adaptación. Las tres obras supusieron diversas novedades, pero con resultados distintos entre sí, y ninguna surgió como respuesta a una demanda sino por la propia evolución del autor en función de su propio recorrido.
La confusión de la crítica a la industria cultural, o a la sociedad del espectáculo, con un deseo de adaptar los criterios de la masa a un gusto individual, no es otra cosa que una falacia ad hominem. Las dinámicas de producción de la industria cultural de hecho son las mismas desde que se codificaron todos sus elementos hace ya más de setenta años (que es de hecho cuando surge una teoría crítica desde la Escuela de Frankfurt, y más adelante con la obra de Debord "La Sociedad del Espectáculo", lo cual cito como muestra de que ya entonces existía esta problemática intrínseca al capitalismo a partir de mediados del siglo XX). A lo largo del siglo XX hay constantes hitos de planteamientos consolidados y a su vez críticos, sin que esa crítica supusiera en absoluto su no adaptación a un nicho cultural. Yo mismo, de hecho, sin ánimo de compararme con ninguno de estos y solamente por ofrecer un ejemplo mucho más modesto, simple y cercano en el tiempo, tengo mi propio recorrido y mi público (amén de otros experimentos que estoy empezando a probar en estas últimas semanas y aún no sé qué tal saldrán, como el Patreon, y de algún que otro fracaso rotundo en concreto), he tenido libros míos en varias librerías de mi ciudad hasta agotar una edición, he dado alguna charla en la universidad de mi ciudad, he participado en la feria del libro de mi ciudad y unas cuantas cosas más (las cuales por cierto he hecho siendo bastante joven) y eso no implica que tenga que transigir con un modo de producción concreto y todas las contradicciones que lo componen.
En cualquier caso, el avance (lento o rápido) de una corriente en concreto no implica en absoluto la intervención del público. Todas las corrientes de la historia del arte han avanzado y ninguna lo ha hecho por impulso del público. Ni en fantasía épica hay una obra siquiera que signifique algo nuevo con respecto a anteriores debido a esa influencia, que solo se refleja a posteriori, en la forma en la que el público la recibe (y ni siquiera en la forma en la que la consume, de lo cual es testigo una larga lista de obras denostadas pero con unos altos márgenes de beneficios). Canción de Hielo y Fuego supuso un avance bastante claro en el género por varios factores (a destacar tal vez la definición de un modelo de sociedad concreto y las intrigas internas en su clase dominante, o la "transliteración" de unas estructuras televisivas a la narrativa) así como El Nombre del Viento (puede ser que por su construcción crepuscular, la dislocación del espacio narrativo, etc.), pero ninguna de ellas se escribió como respuesta a la demanda del público, sino como forma de expresión de sus creadores a partir de su propio bagaje, ni se publicó para satisfacer ese impulso popular, sino por criterios de mercado de las empresas a las que entregan sus derechos de distribución. Pasa exactamente lo mismo con Memorias de Idhún, un despliegue estético novedoso y un voto de confianza a una autora consagrada en un campo más discreto para que de rienda suelta a su ambición de sacar adelante una saga de gran tamaño de fantasía épica que llevaba años teniendo en el cajón. Mismo impulso desde la industria cultural, gran producción y beneficio, y un resultado mediocre en muchos aspectos en cuanto a recepción crítica, pero que no ha impedido que Laura Gallego vendiera hace unos meses los derechos a Movistar+ para una adaptación. Las tres obras supusieron diversas novedades, pero con resultados distintos entre sí, y ninguna surgió como respuesta a una demanda sino por la propia evolución del autor en función de su propio recorrido.