10/06/2019 04:48 PM
(This post was last modified: 10/06/2019 08:35 PM by FrancoMendiverry95.)
VI
Geralt y Vesemir estaban sentados en una mesa de la posada, el regidor les acompañaba tal como habían solicitado.
—¿Y para qué me habéis convocado, maeses brujos?
—Ahora que los ghules están muertos —dijo el viejo maestro, bajando la jarra de cerveza—, podremos echar un vistazo a la cripta…
—No digáis más —le interrumpió el regidor, con brusquedad—, lo que vosotros queréis es más dinero.
—Los brujos no cobramos por adelantado —replicó Vesemir—, así que sí, diré más. Lo que necesitamos antes de seguir es información más precisa acerca de… la maldición.
Al ser pronunciada esa palabra, hubo un murmullo en el local, y Geralt miró con arrogancia a las mesas de alrededor. Y allí, entre rostros cabizbajos que poco a poco volvían a centrarse en lo suyo, vio otra vez a la muchacha, sentada poco más allá, delante de un plato de comida que aún estaba lleno.
—Ohhh… eso —dijo el regidor, casi ahogándose con su trago—. Ya os dije que no tenéis de qué preocuparos, brujos, que nada les afecta a vosotros la dicha maldición.
Vesemir no se dejó convencer tan fácil.
—¿Alguien conoce su contenido completo?
El regidor adoptó una voz grave, exagerada, solemne:
—Quien cruce el primero esta puerta, sea macho o hembra, perderá a su primogénito el día del… un solsticio, no recuerdo cuál. También verá el cielo negro sobre su casa, y toditas todas las tierras suyas se volverán yermas, y nadie, por nunca jamás, tendrá en ellas vida pacífica. —El regidor soltó una carcajada—. ¡Ja! Me la sé de memoria a la hija de puta.
Los brujos también rieron lo suyo, pero Geralt dejó de hacerlo en cuanto su mirada retornó a la joven: ella se había crispado en la silla, arañaba su muslo bajo la mesa, nerviosa.
Vesemir codeó a su pupilo.
—Más que una maldición —dijo entonces el de los cabellos blancos, forzando una broma para complacer a su maestro—, parece una bendición hecha a medida para nosotros. Cruzar esa puerta nos asegura que tendremos trabajo hasta el día que la palmemos.
El regidor rio su broma.
—Ya os dije, maeses brujos, que les haría gracia a vosotros también. Entonces, ¿cuándo habrán de ir?
—Mañana por la noche —contestó Vesemir—, siempre que consigamos algo del fantasma o no podremos invocarlo y habremos de aguardar más. Por lo pronto, haremos ronda por el pueblo, esperándole.
—¡Estupendo! Me gusta su predisposición, maeses brujos. ¿Pero, ya se van?
—Nos vamos —convino Geralt, incorporándose tras su maestro.
Y se fueron, pero poco recorrieron de la calle antes de que el joven pupilo detuviera a su maestro por el hombro.
—¿A qué vino todo eso, Vesemir? ¿Desde cuándo los brujos debemos informar lo que hacemos?
—Lobo, también tú advertiste que esa muchacha tenía puesta no una, sino las dos orejas en nuestra conversación. Y además, la vi detrás nuestro antes de dividirnos la tarea de hablar con los pueblerinos. Y lo del camino… Geralt, no es coincidencia. Quiero saber por qué va dónde nosotros.
El joven pupilo comprendió entonces: su maestro había hablado para ella, no para el regidor, plantando el cebo.
—¿Crees que ahora…?
—Sí, también nos seguirá. Lobo, óyeme bien, haremos esto…
Y Geralt escuchó con atención.
Los brujos caminaban lentamente por las calles del pueblo, conversando en voz baja y tranquila, parecían dos guardias haciendo la ronda. Y eso es lo que lo querían aparentar, de hecho, estar a la espera de la aparición del fantasma. Pero en su mente tenían una idea bien distinta…
La sentían detrás de ellos. Aunque se esforzara en moverse con pasos felinos de sombra en sombra, aunque en ningún momento uno u otro miraron a sus espaldas, y aunque sus medallones nada percibían a esa distancia, ambos sabían quién les seguía los pasos.
Y tenían algo preparado para ella: en un abrir y cerrar de ojos, tras girar por segunda vez en una esquina, los brujos se separaron y se escabulleron en la oscuridad.
Con rápidas zancadas, y con el camino ya trazado en su mente, el joven pupilo corrió de regreso a la posada, con la capucha puesta remontó los escalones y entró a la habitación. No a la suya, sino a la de la misteriosa muchacha. Y allí, acomodando la silla en un oscuro rincón, se sentó a esperar.
La puerta se abrió, la figura encapuchada se metió dentro, cerró detrás con un resoplido de fastidio. Se deshizo de los guantes, dejó la capa en el perchero y sobre esta su espada, el brujo observó la empuñadura con fascinación. Luego la muchacha encendió una pequeña lámpara y, bajo su tenue luz, se quitó el cinturón, las botas y los protectores de cuero que llevaba en los brazos. A continuación, sin siquiera mirar a su alrededor, comenzó a desabrocharse la camisa. La sonrisa de Geralt se alargó más y más ante cada botón que ella desprendía con rabia, devorándola con la mirada, con los dedos clavados en los muslos para controlarse. Pero entonces la muchacha siguió con sus pantalones, y aunque el brujo tuvo por un momento la idea de dejarla hacer, se arrepintió al momento, pensando que eso era propio de un depravado mirón de pueblo y no de él, y por ello se removió en la silla. Y ese mero movimiento, por suerte, bastó para que la muchacha le advirtiera y diera un respingo, con los ojos bien abiertos.
Geralt se incorporó y avanzó unos pocos pasos, la luz pálida que se filtraba por los postigos dibujó su sombra sobre ella. La muchacha se apresuró a mantener cerrada su camisa con las manos, visiblemente inquieta ante su presencia.
—Bonita espada —dijo el brujo, volviendo a mirar la empuñadura con atención—. Zireael. Golondrina, en la lengua antigua.
—¿Qué demonios haces aquí? —replicó, áspera—. ¿Acaso vienes a darme clases?
—¿Por qué nos sigues?
—No lo hago.
—¡Ja! —se burló Geralt, con un gruñido que quiso ser una risa—. Lo haces, eso no admite discusión, pero, ¿por qué?
La muchacha guardó silencio, firme en su postura, el brujo negó apenas con la cabeza.
—¿Quién eres?
—Nadie —contestó, y Geralt captó un ligero temblor en su voz. Ella se dio cuenta de eso y añadió, nerviosa—: Y sal ahora mismo de mi habitación, ¿acaso vas hasta arriba de gaviota?
Al oír esa palabra, que hasta entonces solo había oído de boca de sus hermanos y de su maestro, el joven pupilo se extrañó tanto que avanzó otro paso y fue brusco al preguntar:
—¿Dónde aprendiste a luchar como un brujo y a hablar como un brujo?
—Quizá sea una bruja.
—No lo eres. No tienes las mutaciones, ni hay ninguna mujer que lo sea. —El fastidio ya brotaba en sus palabras—. Contesta a la pregunta.
La muchacha no rehuyó la mirada de sus ojos dorados, pareció buscar la respuesta más acertada para sus intereses ocultos. Aquello desagradó al brujo, y al mismo tiempo le gustó, ese halo de misterio que flotaba sobre ella le tenía prisionero.
De pronto la joven humedeció su boca con la punta de la lengua, Geralt la siguió en todo su recorrido, imaginándose mil cosas en un solo instante, luego ella mordió su labio inferior y el brujo no pudo evitar hacer lo mismo.
—Me gustan los brujos… sobre todo, los que llevan al lobo colgado del cuello…
La joven levantó la mano y tocó su medallón, Geralt pudo sentir las vibraciones en su pecho, sus músculos se pusieron en tensión.
Cuidado, parecía susurrarle el lobo de plata, cuidado, es poderosa.
Y yo soy débil, pensó él, mirando los ojos verdes, esos labios tan cerca de los suyos...
La misteriosa joven comenzó a recorrer la cadena con un dedo, trepando con lentitud hacia su cuello. Geralt apretó los puños, otra vez se hallaba frente a la tentación, y otra vez perdía. Sin que pudiera dominarlo, aun siendo el mutante que era, el corazón se le aceleró, el ritmo de su respiración cambió.
Recházala, decía el medallón, es fuego, te quemará.
De pronto la joven dejó de sostener su camisa. La mirada del brujo bajó de repente, atraída como un imán, se posó en sus senos, que ahora se apreciaban parcialmente.
Es fuego, se dijo Geralt, y yo una hoja seca.
Y al decir esto, el brujo ya no supo controlarse. Se lanzó hacia ella y atrapó su boca con la suya, aprisionándole la cintura con manos firmes, imprimiendo en ese beso todo su deseo, su ardor, su inexperiencia. La muchacha pareció sorprendida, pero tras un instante dejó de rehuirle y sus lenguas se buscaron, ansiosas, disfrutando una de la otra.
Geralt sintió que podría pasar la vida entera en ese beso, pero al mismo tiempo su cuerpo quería más, mucho más. Entonces la atrajo hacia sí con fuerza, ella le correspondió echándole los brazos al cuello. Al sentirla tan cerca, pegada él, el brujo apreció la electricidad del medallón recorriéndole el cuerpo, y aquello sólo aumentó su placer.
Deteniendo el beso por un momento, cargó en brazos a la joven y la llevó a la cama, como el novio a la novia en su noche de bodas, reanudando el beso.
La dejó allí con suavidad, se puso a horcajadas sobre ella, comenzó a desabotonarse el jubón. Pero los dedos se le habían vuelto torpes, las manos le temblaban de puro deseo. Dejándose llevar por el frenesí del momento, Geralt rompió los botones de un tirón, luego se deshizo de su camisa y se apresuró a quitarle la suya a la joven.
Se inclinó entonces sobre ella, buscó sus labios, que le esperaban abiertos. De pronto el brujo se hizo a un lado, con su mano recorrió poco a poco la piel tersa y pálida de la joven, ella se arqueó con más insistencia a medida que él descendía hacia su sexo.
Geralt volvió a besarla, ahora sus besos eran cortos pero continuos, ávidos, mientras se entretenía quitándole el pantalón, que parecía resistirse. Al mismo tiempo, se quitó las botas, que cayeron al suelo con dos estampidos, su pantalón se lo hizo más sencillo, lo lanzó lejos de la cama, sin mirar.
El brujo se acomodó encima de la joven, separándole las piernas con la cadera, entonces levantó el torso, se ayudó con la mano y entró en ella con un movimiento lento, soltando un gemido. La muchacha también gimió al sentir su ímpetu, Geralt se dejó caer de nuevo y le recorrió el cuello con la lengua, cogiendo sus hombros con garras en lugar de manos, sirviéndose de ese agarre para penetrarla con más fuerza. La muchacha le envolvió con sus piernas, le mordió con suavidad la oreja y le susurró su nombre.
Aquello fue el detonador del deseo del brujo. Sus movimientos se volvieron fogosos, instintivos, salvajes, apenas si fue capaz de devolver el beso que la muchacha le exigía, pues sus jadeos hicieron la tarea imposible.
La joven se apartó de repente.
—¡Detente, para! —exclamó—. Estás demasiado excitado, si sigues así no podrás aguantar mu…
En ese momento Geralt soltó un grito ronco, apoyó la frente en el pecho de la muchacha, todo su cuerpo sacudiéndose por espasmos de placer.
La muchacha le apartó a un lado, frustrada, enfadada.
—¿Te has quedado a gusto, brujo? –le espetó.
Tendido boca abajo, con la cara hundida en la almohada, Geralt abrió un ojo y la miró, satisfecho y tranquilo.
—Mucho.
—¡Pues yo no! ¿Es que sólo te preocupas por tu propio placer? ¡Pues vaya un amante que estás hecho!
El joven pupilo cerró el ojo y, despacio, buscando una disculpa, se acercó a ella.
—Lo siento —dijo con una caricia—, pero es que hacía mucho que no…
—Eso no es excusa. ¿Es que no sabes controlarte? Puedes esperar, asegurarte de que no seas solo tú quien culmine.
—Si esperas un poco, podré satisfacerte. Nada me agradaría más.
La muchacha gruñó, pero en su mirada Geralt vio que estaba más que dispuesta a esperar. Sonrió. Ella se levantó para limpiarse discretamente.
—Mientras tanto —pronunció el brujo, con una mueca divertida que también tenía su parte de reproche—, podrías explicarme por qué nos sigues.
La muchacha volvió a la cama y se tendió junto a él, boca arriba.
—¿Crees en las maldiciones, Geralt?
—En pocas.
—Pues deberías. Deberías tener cuidado con ellas, también.
El joven pupilo le restó importancia al asunto:
—Los brujos somos inmunes a la mayoría.
—Pero no a todas.
Geralt se apoyó sobre el vientre, alzando el rostro por encima del de la muchacha, la miró con curiosidad.
—¿A dónde quieres llegar? —preguntó—. ¿Qué intentas decirme?
—Geralt… por favor… ya sé que no nos conocemos, pero quiero pedirte algo. Algo que, aunque no lo parezca, es muy importante para mí.
—¿Qué es? Si está en mi mano, lo haré —aseguró, posando sus labios en la cálida piel del hombro de la joven.
—Cuando vayas a la cripta, por lo que más quieras, no entres el primero. Es importante, Geralt.
El brujo alargó su mano y le acarició la barbilla con suavidad.
—¿Te preocupas por mí?
—Esto va más allá de tu persona. Pero sí, también me preocupo por ti. Promételo, Geralt.
—¿Por qué habría de hacerlo? Es una estupidez…
El brujo advirtió que los ojos de la muchacha se ensombrecieron por su respuesta, y el asomo de una lágrima apareció en ellos.
—Si entras el primero, destrozarás mi vida —pronunció—. Tienes que creer en mí. No puedo decirte más, no puedo…
A Geralt le conmovió su voz, el temor que se palpaba en ella. Entonces acercó la mano a su pálida mejilla y atrapó una lágrima con su pulgar.
—No llores… si tanto significa para ti, te doy mi palabra. Lo haré por ti.
Acercó su rostro al suyo y la besó despacio, profundo.
—Intentaré satisfacerte, aquí y en la cripta… —dijo con una media sonrisa, mientras su mano descendía del cuello pálido de muchacha hacia su pecho.
Con una velocidad que le sorprendió, ella agarró su muñeca y le detuvo.
—Quieto. Dado que, obviamente, te falta experiencia, yo te enseñaré lo que le gusta a una mujer… Será una lección que agradecerás y te agradecerán... Dame tu mano, brujo, y bésame, no dejes de besarme…
—Mhmmm —se relamió Geralt—, creo que la lección va a gustarme… Y cómo…
El fuego volvió a brotar donde un instante atrás solo había brasas, y esta vez se entregaron el uno al otro despacio, disfrutando la sensación de cada momento. La muchacha ahogó el grito de su culminación en el hombro del brujo, luego le animó a alcanzar la suya, él poco tardó en estremecerse con un profundo gemido, se derrumbó sobre ella y sintió un cálido beso en la sien.
Pasado un momento, Geralt se dio la vuelta y se dejó caer boca arriba.
—¿Mejor? —preguntó, con una sonrisa de satisfacción.
Ella le correspondió.
—Mucho mejor, mi brujo. Te irá muy bien con las mujeres.
El joven pupilo frunció el ceño, eso último no era lo que esperaba oír.
—¿Por qué me hablas de otras mujeres? No hay otra mujer que me intere…
—Shhh —susurró la muchacha, poniéndole un dedo sobre los labios—. Eres un brujo. Y yo una golondrina.
Geralt la apartó con suavidad, pero aún más confundido.
—¿Qué significa eso?
—Que los brujos y las golondrinas se van.
El brujo calló unos momentos, sin soltarle la mano.
—Puede que juntos —dijo entonces, mirándola a los ojos con más que solo deseo. Mucho más.
Ella suspiró, apoyándole la cabeza en el hombro.
—Puede que un día… —le concedió.
Cuando él la rodeó con el brazo, contento con tenerla cerca, oyeron un grito prolongado proveniente de la calle. Los nervios del brujo se crisparon al instante y se puso en pie de un salto, buscó su ropa entre la de ella.
—¿Qué ocurre? —preguntó la muchacha, sentándose en la cama.
—Tengo que irme —respondió mientras se ponía el pantalón—. Tengo una cita con un fantasma y llego tarde.
—Ten cuidado, brujo.
—Eh, a quien se lo dices —dijo, guiñándole el ojo con arrogancia.
Y tras coger sus espadas, Geralt salió de la habitación a toda prisa.
Se colgó el tahalí a la espalda mientras bajaba las escaleras, y corriendo de esta a la puerta intentó abrocharse el jubón, pero este conservaba solo uno de los botones: el resto se había desprendido en su loco afán de desnudarse.
Al salir a la calle oyó el agudo aullido de una mujer, echó a correr en esa dirección. Se sentía lento, torpe, agarrotado. Dobló en una esquina, giró en otra, vio ir hacia él a un hombre que corría desesperadamente en dirección contraria. Geralt desenvainó y gritó para que se apartara, pero de pronto el sujeto se vio separado del suelo, como si algo le alzase por las axilas, y ese algo le elevó en el aire para luego lanzarle desde lo alto sobre un tejado.
El joven pupilo corrió bajo el alero del edificio, miró arriba y con sus brazos y cuerpo amortiguó la caída del desgraciado sujeto, ambos cayeron al piso. El brujo se incorporó con lentitud, giró hacia la calle, a tiempo advirtió un mínimo movimiento en el aire, como cuando se mira a través del calor que emana una hoguera, y entonces lanzó un tajo. Pero la hoja no halló resistencia, y Geralt sintió el poderoso topetazo y cayó al suelo, y allí, sin ver de dónde venían, recibió arañazos y puñetazos, uno tras otro.
Vesemir llegó a toda velocidad en ese momento, vio a su pupilo caído y cómo este daba manotazos desesperados intentando defenderse, y supo, a pesar de no verle, que el fantasma estaba sobre él. Se acercó deprisa, hizo la señal de Yrden y, al activarse esta, el espectro se hizo corpóreo. Entonces Geralt pudo por fin detener el ataque, se lo sacó de encima con un puñetazo en la cabeza encapuchada, y un instante después el viejo brujo blandió su espada, la plata arrancó un trozo de los harapos del fantasma.
Sorprendido y asustado, el espectro soltó un aullido que les dejó sordos, y, en la confusión, se perdió entre las calles del pueblo.
Vesemir se apoyó pesadamente en su espada, la carrera le había agotado. Geralt se incorporó ayudándose con la pared del edificio, soltando un suspiro de alivio. Miró a su maestro, se dio cuenta que el viejo se fijaba en su jubón, y al mismo tiempo se acomodaba el suyo dentro del cinturón. Posó entonces su mirada en el cuello de Vesemir, y aunque este se esforzó por ocultarlo distraídamente con la camisa que llevaba debajo, fue demasiado tarde: ahí estaba, un chupetón como los que él solía llevar. Geralt se relajó, sonrió.
—Menos mal que estábamos atentos, ¿eh?
Vesemir resopló.
—Uf, ni que lo digas. —Le señaló con la cabeza—. El hijo de puta te arrancó los botones.
El joven pupilo torció los labios, se señaló el cuello con aire divertido:
—Y mira —dijo—, a ti te ha dejado unos buenos chupetones.
El viejo brujo hizo una mueca, volviéndose a cubrir.
—Un cabrón de los buenos —murmuró—, ni siquiera me he dado cuenta cuando me los hizo.
VII
Los brujos durmieron durante buena parte del día siguiente, pues debían estar bien descansados para descender a la cripta por la noche. El resto de las horas las pasaron buscando la mejor alternativa para enfrentarse al fantasma. De ello, resolvieron que agotarían todas las instancias para expulsarlo por las buenas, y que solo se enfrentarían a él como último recurso. Geralt no dijo nada, pero notó que Vesemir tenía cierto recelo hacia el fantasma, como si lo creyese más poderoso de lo que se mostraba en el pueblo.
En la oscuridad es que los monstruos salen.
El posadero tenía buena parte de razón al decir esas palabras, pensó Geralt ahora, mientras se internaban en la profundidad de la cripta. Sus ojos felinos, y los de su maestro, escudriñaban el frente aprovechando la mínima luz que arrojaban las lámparas que habían enviado encender durante la tarde. El peligro no estaba cerca todavía.
Pero… ¿A qué monstruos se refería el posadero? ¿A los que por su naturaleza se alimentaban de cadáveres, o a los que por mutaciones y duros entrenamientos les daban caza?
Tal vez a ambos. Sí, se dijo Geralt, se refería a ambos. Ambos les asustan por igual.
Caminaron y caminaron por los corredores de la cripta, siguiendo las vibraciones de sus medallones, que llevaban agitándose desde el momento en que traspusieron la verja del cementerio. Llegaron al punto donde la primera lámpara se había apagado, las miradas de ambos brujos se buscaron.
A partir de aquí, decían esos ojos dorados.
La oscuridad se hizo más profunda, mas no lo suficiente para hacer frente a las mutaciones de los brujos. Continuaron. Poco más adelante, en un cruce de pasillos, ambos se detuvieron en seco y vieron pasar de izquierda a derecha una sombra, una criatura encapuchada que se movía lenta pero grácil, sin ningún movimiento de piernas. Una aparición.
Los brujos no volvieron a andar hasta que hubieron pasado varios segundos. A partir de allí, el avance se hizo lento, peligroso. Ser descubierto por una de ellas significaba alertar también a las demás, y en un lugar como ese, podría haber decenas.
Tal vez de encontrarse solo, el joven pupilo hubiera tenido serios problemas. Sabía que contra ellas debía invocar la señal Yrden y mantenerse dentro de sus zonas acción, que sus movimientos debían ser rápidos y constantes, que jamás debía quedarse quieto. Pero allí se encontraba ahora con su maestro, y Vesemir, que entendía que esas apariciones eran una consecuencia y no la causa del problema mayor, le guio con prudencia y consiguieron pasar desapercibidos a través de ellas.
De ese modo, los brujos llegaron, sin blandir sus espadas, hasta donde el medallón quería llevarles: una puerta de doble hoja.
Vesemir se adelantó y limpió de polvo la madera, soplando y barriendo con su mano enguantada. Poco a poco fueron apareciendo unos caracteres raspados a cuchillo, los brujos reconocieron la lengua élfica. Cuando el viejo maestro acabó, pudieron apreciar una frase que hermanaba ambas hojas:
“Quien franquee primero esta puerta, sea varón o mujer, perderá a su primogénito, nacido o por nacer, el día del solsticio de invierno. Quien ose ignorar esta advertencia, verá ponerse el sol en su casa para jamás volver a emerger, y todas las tierras de su posesión se volverán estériles, y nadie, hasta el fin de los tiempos, hallará en ellas una vida pacífica”.
—Ja —carcajeó Vesemir, codeó a Geralt buscando un comentario divertido de su parte.
Pero este no llegó. El viejo brujo miró entonces a su pupilo, se extrañó al darse cuenta que este había retrocedido unos pocos pasos al leer esas palabras.
—¿Qué sucede, Lobo?
La petición de la muchacha golpeaba la cabeza de Geralt como martillo a un yunque, una y otra vez; el joven brujo se llevó la mano a la sien y apretó para callar esa voz.
—No puedo… —balbució Geralt—. No debo…, una maldición.
—Lobo, los brujos somos inmunes a la mayoría de ellas.
—Pero no a todas —replicó con aspereza. Suspiró—. No a todas.
—Geralt, los brujos no tenemos ni tendremos hijos, no tenemos tierras, no buscamos una vida pacífica. Y el sol nunca caerá en Kaer Morhen, siempre y cuando mantengamos su secreto.
El joven pupilo meneó la cabeza.
—Esto va más allá de mí. Es por…. No, Vesemir. No seguiré adelante si tengo que ser el primero en cruzar esta puerta maldita. Si quieres que avance, tendrá que ser tras tus pasos.
Vesemir le puso una mano en el hombro.
—Algo te sucede, Lobo, y me enoja que no quieras decírmelo. Pero no te exigiré que lo hagas. Cruzaré el primero.
Y dicho esto, y tras levantar la tranca que aseguraba la puerta, abrió y cruzó el umbral en la delantera. Tras unos pocos metros, se volvió a su pupilo.
—¿Vendrás?
Geralt asintió.
—Iré.
La sala al otro lado era un gran círculo, de unos treinta metros de diámetro. Unos finos haces de luz pálida se filtraban desde arriba, las partículas de polvo flotaban casi estáticas en el aire. Geralt cerró la puerta, la selló con una señal, luego fue tras su maestro. Vesemir caminó hasta el centro, giró sobre sus pies, abarcó con la mirada toda la circunferencia, donde se sucedían una buena cantidad de nichos.
Ambos medallones les enviaban señales de advertencia.
—Gonjer Barrabas —recitó el viejo, volviéndose hacia su pupilo—. Búscale.
Vesemir se descolgó el morral que cargaba, se puso de rodillas y lo vació sobre el suelo. Cogió de entre todo ello el especiero que robaron en la posada, se incorporó y dibujó un círculo con la sal, de unos dos metros de diámetro, asegurándose de no quedar encerrado dentro. Luego cogió las velas de mecha doble, las acomodó una a una a intervalos regulares, rompiendo con mucho cuidado la línea blanca. Por último, abrió el tarro hermético y, con gran cautela, hizo caer dentro del círculo el pequeño trozo de tela que la hoja de plata había arrancado al espectro.
Satisfecho, Vesemir retrocedió algunos pasos, volvió a arrodillarse, sentándose sobre sus talones.
—¿Geralt? —preguntó sin mirar—. ¿Las tienes?
El joven pupilo apareció por un lado, se acercó a la línea blanca y arrojó algo dentro del círculo, sobre la tela: dos orejas marchitas y ensangrentadas. Luego desenvainó la espada, se apartó unos pocos pasos y asintió ante la mirada inquisitiva de su maestro. Con un simple gesto suyo, las velas se encendieron.
Vesemir pronunció:
—De rodillas en la cripta donde reposan tus restos mortales, yo, un brujo, te invoco a ti, Gonjer Barrabas, usando el nombre que te dieron al nacer. —A medida que recitaba el conjuro, un frío invernal se adueñó del aire de aquella cámara, tanto así que las siguientes palabras del viejo brujo abandonaron su boca acompañadas de vaho—. Yo, un brujo, exijo que oigas mis palabras y te muestres bajo tu forma verdadera, aquí y ahora.
Cuando hubo acabado de pronunciar esa exigencia, las llamas de las velas se volvieron azules, y de ellas manó una nube de humo que se estacionó a baja altura dentro del círculo, para luego esfumarse en un instante. Y allí, encerrada por la sal, flotando sobre una nube negra en lugar de piernas, quedó al descubierto una criatura alta y delgada, cuyo rostro era una profunda oscuridad cercada por una capucha.
—Tú —dijo el espectro, con un susurro grave.
Vesemir cogió su espada, que yacía en el suelo, se incorporó con tranquilidad.
—Yo —respondió, mirando a donde debían estar los ojos del fantasma.
—¿Por qué perturbas a un muerto?
—Porque tú irritas a los vivos, y mi trabajo es responder por ellos. —El espectro se movió hacia adelante, como si intentara abalanzarse sobre él, pero fue incapaz de atravesar la línea de velas y sal. Vesemir frunció el ceño—. ¿Qué es lo que tiene atado a este mundo, hamreir? Eso es lo que eres ahora, ¿cierto? Sí, un alma corrompida por un secreto oscuro. ¿Cuál es el tuyo? ¿Qué escondiste en vida, Gonjer Ba…
—¡Silencio! —Por un instante, un par de ojos rojos se encendieron en la negrura de su rostro—. ¡Brujo insolente! ¡Gonjer Barrabas no tenía secretos, su bondad era por todos conocida!
El viejo no se amilanó.
—Hay rumores en el pueblo, hamreir —dijo—, que hablan de una elfa que fue tu sirvienta.
En la mano del espectro apareció una espada negra. Geralt se removió, afirmó los pies preparándose para el combate, pero Vesemir le calmó con un gesto. Había una manera de expulsar al espectro sin blandir la espada, y él intentaría seguirla hasta el final.
—¿Te inquietan esos rumores, verdad? Claro que sí. A mí también me molestarían… si fueran ciertos.
—¡Son falsos! ¡Falsos cada uno de ellos! ¡Un hechizo, un hechizo es lo que me ata a este mundo! Descubre quién lo hizo, brujo, y libérame, te lo ruego.
Vesemir meneó la cabeza.
—Te he dado la oportunidad, hamreir, pero la oscuridad ha cubierto por completo tu alma, y no te deja verla. Debes ser expulsado por la espada.
Con calma, el maestro brujo invocó en el suelo la señal de Yrden, miró a Geralt, asintió con la cabeza. El joven pupilo lanzó Aard y la poderosa corriente de aire barrió el círculo de sal. Viéndose libre, el espectro arremetió contra Vesemir con un tajo vertical, pero al entrar en el radio de acción del glifo su espada y todo su cuerpo se materializó, y el viejo brujo fue capaz de detener el ataque alzando la hoja de plata sobre su cabeza, el estallido metálico resonó en la cripta.
De inmediato, Geralt se acercó al fantasma por un lado y lanzó una estocada, el espectro se hizo atrás a tiempo y desapareció.
Los brujos pegaron sus espaldas, giraron en círculos, atentos, ambos con la espada a la izquierda del cuerpo, listos para un bloqueo. Sin previo aviso, Geralt vio surgir de la nada la hoja negra, sostenida por el brazo harapiento del fantasma, la rechazó a un lado con la suya propia, giró veloz las muñecas y respondió con un golpe ascendente desde el codo. El filo de plata rasgó bajo la axila derecha del espectro, la sangre que salpicó se evaporó en el aire.
—¡Lobo, el glifo! —gritó Vesemir.
El joven pupilo miró a sus pies, vio que la luz del sello se esfumaba, se extinguía, supo que debía ser él quien invocara otro, su maestro no podría hacerlo tan pronto. Separó una mano de la empuñadura, la bajó hacia el piso, se distrajo solo un instante. Pero un instante a veces es mucho. Fue capaz de advertir la aparición del hamreir a su derecha, de ver venir la espada en un barrido lateral, mas su quiebro fue tardío: la hoja atravesó el cuero de la armadura y le desgarró el costado, Geralt soltó un grito ahogado, vio su sangre chorrear y trazar una línea curva al impactar el suelo.
Vesemir se volvió al escuchar la caída de su pupilo, repelió al fantasma agitando la espada en un molinete. Bajo sus pies, el glifo de Yrden se evaporó por completo.
—¡Lobo, la señal! —gritó, mirándole con los ojos desencajados, con una mueca de rabia en el rostro.
Geralt soltó una maldición, se hincó, doblado sobre su flanco. Entonces golpeó la piedra con la palma de la mano e invocó un nuevo glifo, dos segundos antes de que el espectro se abalanzara sobre Vesemir. Las espadas chocaron, el viejo y el espectro tajaban, bloqueaban y contraatacaban igual de rápidos, en movimientos difíciles de seguir para un ojo no entrenado.
El joven pupilo se puso en pie apoyándose en su espada con la mano izquierda, se tambaleó al avanzar, cayó de nuevo. Continuó arrastrándose como una serpiente herida hacia la retaguardia del harmeir, resistiendo el inmenso dolor que amenazaba con quitarle el sentido, se apoyó en el antebrazo derecho y desde el suelo alzó la hoja cuanto pudo, a traición, artero. Su espada penetró al fantasma apenas por encima de la nube oscura sobre la que flotaba, este se dobló y echó la cabeza hacia atrás, soltando un largo y profundo alarido, uno que Vesemir silenció con una estocada que atravesó la negrura oculta bajo la capucha.
Al arrancar la espada de un tirón, el fantasma se esfumó con un grito, y sus harapos cayeron al suelo sin una pizca de vida.
De inmediato, el viejo brujo se acuclilló junto a su pupilo. Geralt tenía la piel casi tan blanca como sus cabellos, pero estaba consciente y todavía sostenía su espada. Y a pesar del dolor, consiguió esbozar una sonrisa.
—De nada —dijo con descaro.
Vesemir rio, nervioso, miró la herida de su costado de reojo.
—No es momento para echarse a descansar —pronunció. Cogió el brazo de Geralt, lo pasó por detrás de su cuello, le ayudó a levantarse—. Pon de tu parte también, no obligues a este viejo a hacer todo el trabajo.
—No estaría mal… por una vez.
Cruzaron la cripta a oscuras, tan deprisa como fueron capaces, cada pocos pasos Vesemir le preguntaba algo a su pupilo, cualquier cosa con tal de oír una respuesta de su boca.
Las apariciones de los pasillos se habían esfumado al ser expulsado el hamreir; tal como el viejo brujo había sabido, no eran sino un efecto secundario. Sus medallones de brujo ya no se agitaban.
Vesemir recordaba el camino y consiguieron hallar la salida sin problema, emergieron renqueantes y agotados. Al recorrer apenas unos pocos metros bajo el dosel de la noche, la misteriosa muchacha apareció de entre las lápidas, corriendo hacia ellos, guardando su espada.
Se detuvieron.
—¡Geralt! —aulló ella, con los ojos desencajados. Él, encorvado y exhausto, hizo un esfuerzo vano por ocultar la sangre que manchaba su costado—. ¡Estás herido!
Alzó la cabeza despacio, la miró cara a cara, vio el terror en sus ojos y sintió pena por ella. ¿Por qué?, preguntó con la mirada, ¿Por qué te preocupas por mí? Solo soy un brujo más…
—Tú otra vez… —consiguió articular con dificultad el joven pupilo, ahogando un quejido. Tosió, alargó los labios en una sonrisa fingida—. ¿Qué haces aquí? ¿Aún no te has cansado de seguirnos?
—Tiene que verte un médico —replicó la muchacha, apartándole del rostro sus cabellos blancos—. ¿Podrás montar?
—Podré —contestó enseguida. ¿Podré?, se preguntó a sí mismo.
Entre ambos le ayudaron a llegar hasta los caballos. La misteriosa muchacha subió a lomos de Sardinilla, Vesemir le ayudó a él a montarse por detrás, Geralt se agarró a la cintura de ella con manos trémulas.
Llevaban prisa, pero partieron sin apurar el paso más de la cuenta, la muchacha debía notar lo difícil que le estaba siendo mantenerse estable en la silla. Sin embargo, al recorrer solo unas decenas de metros, algo decidió a la muchacha, algo le hizo gritar:
—¡Cógete bien a mí, descansa tu cuerpo en mi espalda, brujo! ¡Y, sobre todo, no te caigas!
Geralt dejó que su cabeza se apoyara en la nuca de ella, apretó su cintura con más fuerza, le enterró los dedos en la piel.
Y así, ambos caballos se lanzaron al galope.
Fue el posadero quien había ido a por el médico, al verles cargar con el brujo herido. Ahora atendía a su pupilo en su habitación, donde ellos le habían acostado, ya inconsciente. Vesemir esperaba con el trasero apoyado en la barandilla, de brazos cruzados y de cara a la puerta, esforzándose por ocultar el temblor de sus manos. Con el rabillo del ojo, el viejo brujo advertía que la desconocida muchacha se removía inquieta, sin saber bien que hacer, hecha un manojo de nervios. Vesemir sintió el deseo de acercársele y tranquilizarla, pero ella se había vuelto a poner su capucha y eso significaba que rechazaría todo acercamiento.
Igual la miró, ella bajó la vista. El viejo maestro se hartó de todo aquello.
—Sigues intentando a toda costa que no vea tu rostro. Y ya lo he visto. —Hizo una pausa, esperando que ella recapacitase y entendiera que no le importaba quién era, que les había ayudado y con eso le bastaba. Pero ella mantuvo la cabeza gacha. Soltando un suspiro, Vesemir decidió que debía soltar todo lo que rondaba por su cabeza—: Lo he visto, muchacha, y no te conozco. Lo sabes, y aun así, sigues ocultándolo. Eso me dice, que si no te conozco, te habré de conocer. En algún momento. Y no quieres que te recuerde.
Entonces, poco a poco, la muchacha se atrevió a levantar la cabeza, le miró con sus ojos verdes bien abiertos, asustados.
El maestro sintió la pena crecer en su interior, tragó saliva con un chasquido. Luego, de pronto, esbozó una sonrisa sincera.
—No temas, tu secreto irá conmigo a la tumba, pase lo que pase.
—¿Por qué? ¿Por qué habrías de hacerlo?
Vesemir se encogió de hombros.
—Porque soy brujo viejo que ha visto mucho de todo. Y porque tus ojos hablan lo que tu boca calla.
La muchacha se lo quedó mirando, pensando en sus palabras.
En ese momento el médico salió de la habitación.
—Se pondrá bien —anunció escueto, antes de irse por el pasillo.
El viejo maestro dibujó una media sonrisa hacia la joven, le señaló la puerta con la cabeza.
Ella cruzó el umbral y cerró.
Geralt la vio entrar y la siguió con la vista mientras se acercaba y se sentaba a su lado.
—¿Cómo estás? —le preguntó la muchacha.
El joven pupilo hizo una mueca.
—He estado mejor, no lo niego. Pero los brujos…
—Curáis rápido —le interrumpió.
Geralt irguió apenas la cabeza, dolorido, miró los ojos verdes, buscando en ellos las respuestas a sus preguntas.
—¿Quién eres?
—¿Lo hiciste? ¿Hiciste lo que te pedí?
—Lo hice —respondió, volviendo a recostarse sobre la almohada.
La muchacha suspiró con alivio.
—Gracias…
El joven pupilo frunció el ceño, aún era incapaz de comprenderlo.
—¿Por qué me pediste eso? Esa maldición no afecta a un brujo… —Meneó la cabeza—. ¿Quién eres?
—Soy… alguien a quien debes olvidar.
La desconocida joven atinó a levantarse, pero él alargó la mano y le sujetó la muñeca, deteniéndola. No quería dejarla ir, pero al mismo tiempo sabía que si ella no partía, él sí lo haría, más temprano que tarde. La muchacha le acarició entonces la mejilla, pasando el pulgar por su mentón con delicadeza. Geralt la acercó hacia sí, ella se inclinó sobre su pecho y le besó, largo y profundo, había en ese beso más sentimientos que deseo, de parte de ambos.
Fue ella quien se apartó.
—Te vas… —dijo el joven pupilo, seguro de que así era. La muchacha asintió—. ¿Volveré a verte?
—¿Crees en el destino?
Él fue sincero:
—No.
Ella sonrió, caminó hacia la puerta, dubitativa.
—¿Ni siquiera me vas a decir tu nombre? —insistió Geralt, incorporándose, apoyándose en un brazo.
La misteriosa muchacha se detuvo, giró medio cuerpo hacia él. Entonces, despacio, metió una mano en el bolsillito de su pantalón y extrajo un pequeño objeto dorado, luego, ante su atenta mirada, se lo puso en el dedo anular de la mano izquierda. Era un anillo de boda. El brujo, dolido, volvió a recostarse sobre la almohada.
—No puedo decírtelo —articuló la muchacha con la voz ligeramente quebrada.
Y dicho esto, abrió la puerta y salió.
Geralt, tendido en la cama, no pudo evitar que una lágrima se le escapara de los ojos.
—Adiós, Golondrina —susurró.
Vesemir, en el pasillo, pudo ver los ojos vidriosos de la muchacha, desvió la mirada para no incomodarla. Pero ella se le acercó, quitándose la capucha, sorbiendo por la nariz y limpiándose las lágrimas de las mejillas. El viejo brujo volvió a mirarla, observando con detenimiento sus rasgos y cabello, y entonces le sonrió con cariño.
De pronto ella alargó los brazos y le abrazó, y él, tras reponerse de la sorpresa, le correspondió con fuerza, protector.
—Cuida de él, viejo maestro… Y de ti.
Vesemir asintió suavemente, sin saber qué decir. Y todavía en silencio, la vio marcharse por el pasillo.
—Te volveré a ver, niña —murmuró, mirándola por encima de la barandilla—. Algún día te volveré a ver.
El joven pupilo agradeció en silencio que su maestro, sabio como pocos, esperara un tiempo prudente antes de entrar en la habitación. Se le sentó a su lado, en la silla, miró con atención la herida de su costado.
—Una cicatriz para el recuerdo —dijo Vesemir.
Algo en el tono de su voz le hizo dudar a Geralt si esas palabras encerraban algo más de lo que parecía. Prefirió cambiar de tema:
—Debes volver a la cripta y recuperar…
—Lobo —le cortó, con una sonrisa—, sé lo que ha de hacerse con un espectro para que no regrese, no enseñes a tu padre a hacer hijos.
Se le veía más distendido que de costumbre, el joven pupilo se preguntó hasta qué punto el viejo se había preocupado por él hasta hacía un momento. No quiso ni imaginarlo.
—Vesemir, yo, me distraje, la señal… debí advertirlo solo…
—Estás bien, y eso es lo que importa. Nada más.
—Pero casi…
—Sin peros, Geralt.
El joven pupilo se calló de pronto. Rara vez su maestro usaba su nombre, solo cuando realmente no estaba dispuesto a discutir de un tema específico, cuando era su palabra, y solo la suya, la que deseaba escuchar.
—No le des más vueltas, que te sirva como aprendizaje —continuó el viejo, con el gesto endurecido. Hizo una pequeña pausa—. Y no me refiero solo a lo que ocurrió dentro de la cripta.
El joven pupilo miró los ojos de su maestro, molesto por el hecho de que relacionara una cosa con la otra.
—Vesemir…
—Lobo, no. No discutas, guárdate las excusas. —El tono del viejo era serio, pero también paternal—. Yo te comprendo. También he vivido lo que tú una vez, hace años, largos años. Y créeme, con ello solo consigues hacerte daño, y hacérselo también a otros. Lobo, escúchame. Ama a las mujeres, pero no te enamores de ellas: a los brujos no suele salirnos bien.
—¿Por qué, Vesemir? ¿Por qué tiene que ser así?
—Es el precio de nuestra profesión. Un brujo debe ir y venir; dar caza a los monstruos, no esperarlos. Por eso, Geralt, no te enamores más que de tu espada, pues es la única que estará dispuesta a seguirte en la Senda. Nadie más.
Y dicho esto, el viejo le dio unas palmadas en el muslo y se encaminó hacia la puerta.
—Vesemir —le llamó Geralt, deteniéndole a mitad de camino—. Será difícil olvidarla.
El maestro meneó la cabeza.
—Lo harás, Lobo. Solo debes aprender a superar su recuerdo, eso es lo que hace un brujo.
Geralt asintió con desgana, miró al techo con aire abatido.
—Si te sirve de algo —dijo Vesemir—, había amor en sus ojos.
—Y un anillo de boda en su dedo —replicó el joven, torciendo la boca con disgusto al volver a mirarle.
El viejo maestro arqueó una ceja.
—Ups, vaya…
Y Geralt, al ver la mueca de sorpresa y embarazo en el rostro de su maestro, se echó a reír. Y su risa, que rara vez solía oírse tan sincera y espontánea, contagió a Vesemir.
Viviendo a la sombra del destino.