28/12/2020 04:24 PM
(This post was last modified: 28/12/2021 10:33 PM by Muad Atreides.)
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La noche era tan apacible que Nirak comenzó a ver el desierto con otros ojos; por un momento pensó que podría llegar a ser el bálsamo que su alma necesitaba. Las estrellas del firmamento dotaban a las dunas de una cualidad espectral que le permitió escarbar en la memoria colectiva de ese lugar. Al mismo tiempo las voces que inundaban su mente callaron. Entonces comenzó a ver escenas que se sucedían vertiginosamente, y todas ellas tenían en común a una niña, una pequeña asdarh con el don de un emisar.
A través del abismo que los separaba la niña lo observó entre confusa y fascinada. El viejo emisar supo que lo reconocía como a uno de los suyos, y eso le provocó una gran alegría. Dio unos pasos hacia la nada en donde habitaba la niña bruja, posando la palma de su mano en una mejilla inexistente. Ella se desvaneció en el aire, como si jamás hubiese estado allí. Sin embargo, un instante antes de desaparecer sus ojos se agrandaron, como si algo la hubiese sorprendido o asustado.
El viejo emisar volvió al presente, alzó la mirada al cielo y descubrió, gracias al don de la vista, la piedra que Salia había arrojado a las alturas: caía con la fuerza del mundo. Ese patrón, que permitía ver en la noche como si no hubiese oscuridad, le había salvado la vida en más de una ocasión, aunque también había supuesto que engañar fuese más sencillo. Lo cierto es que supo, sin saber muy bien cómo, que dicha piedra no lastimaría a su nieta; hasta logró precisar el lugar exacto en el cual caería. Sacudió la cabeza, como queriendo despojarse de aquellos pensamientos, pues temía influir de alguna manera en la trayectoria del objeto. No sería la primera vez que algo así le sucedía.
Luego continuó su camino, atraído cada vez más por un sonido rítmico que provenía del mismo desierto. Algo que, se dio cuenta, había comenzado a escuchar desde las visiones del pasado que había experimentado segundos atrás. Asió con fuerza el hueso que aún conservaba, intentando apartar el torbellino de pensamientos que invadía su mente; sabía que si se despojaba del hueso la locura disminuiría. Si bien no desaparecería del todo (ni siquiera en sus sueños lo hacía), al menos lograría pensar con más claridad.
Sin embargo, aún sentía la necesidad de estar en contacto con aquel hueso venido de un pasado que, quizás, deberían haber dejado en paz. Le intrigaba, por sobre todas las cosas, la niña asdarh. De todos modos sabía que lo mejor era dejar de usar ese poder; apartarse de una vez de la orden y vivir una vida tranquila. Al menos sus últimos años los transitaría en paz. Por ello arrojó el hueso con todas sus fuerzas lejos de él, de modo que no tuviera oportunidad de recuperarlo. De inmediato las voces se alejaron, pero a pesar de ello el latido del desierto se sentía cada vez más fuerte, como si un dios quisiera emerger de sus entrañas.
Cuando el enorme varanus surgió de la arena, la mente perturbada de Nirak pensó que, efectivamente, se trataba de un dios. El lagarto gigante se abalanzo sobre él con la velocidad de un rayo, quien al verse privado del hueso no tuvo más opción que aceptar su destino. No obstante, y para su sorpresa, el varanus volteó a último momento, rugiendo de manera aterradora y cubriendo de arena el rostro del confundido emisar.
Aun en su estupor Nirak logró ver cómo el varanus se vio rodeado de innumerables jinetes del desierto. Los asdarh formaron a su alrededor, con sus turbantes negros cubriendo en parte unos rostros pétreos y decididos, curtidos por el rigor de extenuantes jornadas a la intemperie. Los jinetes no apartaron la mirada del varanus. Se lanzaron al ataque como un solo organismo. Nirak estimó que esas lanzas estaban hechas de simple madera, por lo que temió por aquellos hombres, pues sabía que ante la fuerza devastadora de un varanus un arma tan tosca como aquella no sería suficiente. Desesperadamente comenzó a buscar el hueso que había arrojado segundos atrás, a pesar de que temía que sería imposible hallarlo a tiempo.
De pronto sintió un alarido que lo hizo estremecer, y cuando volteó vio cómo un jinete y su caballo retrocedían ante la embestida del fiero reptil. Luego notó la lanza incrustada en el pecho de la bestia. Pero a pesar de estar herido de muerte, el varanus consiguió alcanzar con una de sus garras el flanco del caballo, el cual relinchó e intentó golpearlo con sus patas delanteras.
Al tiempo que se desarrollaba este drama, los restantes jinetes embistieron al animal por ambos lados, penetrando con sus lanzas el abdomen expuesto del varanus. Segundos después el enorme lagarto dejó de existir.
Jamás dejes de crear, es muy aburrido.