31/12/2020 03:59 PM
(This post was last modified: 28/12/2021 10:33 PM by Muad Atreides.)
3
Nirak se acercó al cadáver, aún fascinado por la escena que acababa de ver. Siempre había querido conocer a los legendarios guerreros de asdarh, sin embargo verlos en acción fue algo que no pensó que vería jamás. Se detuvo a unos pasos del varanus. La criatura, inmóvil, aún conservaba el calor de una vida ya extinta. Se agachó para observar las heridas infringidas por aquellas lanzas, notando cómo un pedazo de madera astillada sobresalía del pecho de la criatura.
—Increíble —susurró para sí. Luego se volvió hacia los jinetes, quienes en ese momento desmontaban ágilmente de sus caballos—. Jamás había visto este tipo de material —dijo, absorto en el estudio de la madera y en cómo había penetrado la piel escamosa del lagarto.
Un relincho agónico llamó su atención. El caballo del jinete que había sido atacado por el varanus yacía tendido sobre la arena. Su respiración se notaba débil e irregular. Nirak se acercó. Los demás guerreros hicieron lo mismo. El viejo emisar se sorprendió al notar que el jinete que se hallaba junto al corcel era una mujer. Entonces recordó las historias que hablaban de mujeres que combatían en el desierto codo a codo junto a los hombres; incluso sabía de tribus que eran lideradas por mujeres, por lo que no debería estar tan impresionado.
La asdarh posó una mano sobre el animal, notando de inmediato que la herida era mortal. Luego se apartó con lágrimas en los ojos. Con decisión desenvainó un sencillo puñal y se dispuso a sacrificar al corcel.
—Espera. —Nirak le aferró el brazo, deteniéndola.
La asdarh lo observó, como si fuese la primera vez que lo veía.
—Apártate anciano —dijo de manera amenazante.
—¡Puedo salvarlo! —exclamó, aunque su rostro, lleno de dudas, no convenció ni por un segundo a la mujer.
Aún así se incorporó y enfrentó a ese viejo harapiento, que sin dudas no era un asdarh.
—Esa es una herida mortal —explicó, señalando con su daga al intruso y luego al animal—; nadie puede sobrevivir a eso, sea hombre o bestia.
—Te repito, puedo salvarlo, solo necesito mi hueso.
Nirak se alejó unos pasos, mirando a su alrededor con ansiedad, ajeno a los jinetes que, ahora, lo observaban con curiosidad. La desesperación lo llevó a gatear sobre la arena, como un niño que había perdido un juguete, mientras maldecía por no poseer el don de la vista en ese momento.
—Abuelo.
La voz de Salia lo devolvió a la realidad. La joven corría hacia él, dejándose caer a su lado. Luego lo examinó, buscando una herida inexistente.
—Estoy bien —la tranquilizó—. El caballo —logró decir entre jadeos, señalando el lugar donde los asdarh se reunían alrededor de la jinete, quien volvía a arrodillarse junto a su montura—, necesito sanarlo.
Salia extendió la mano y le ofreció el hueso que relucía tenuemente en medio de la noche. Su color azulado reconfortó al viejo emisar, sin embargo dudó en tomarlo. Ahora que tenía el poder a su alcance la incertidumbre regresó a su mente, y recordó con un estremecimiento las veces que había perdido el control.
—Tómalo —insistió Salia—, estaré a tu lado por si algo sale mal, pero solo tú puedes lograrlo.
Reconfortado por las palabras de su nieta, Nirak tomó el hueso y, suspirando, regresó junto a la mujer guerrera y su caballo moribundo. Los asdarh le hicieron lugar. No era de extrañar aquella actitud, ya que los emisar eran reconocidos por dos cosas: sus uniformes y sus huesos. Al menos ahora tenía lo último, y eso, al parecer, era suficiente para que aquellos jinetes lo respetaran.
Apretó el hueso y se concentró en la herida abierta del corcel. Las garras del varanus habían abierto la piel, desgarrando la carne e incluso llegando a alcanzar las costillas del desdichado animal. Primero se concentró en regenerar la sangre perdida, para ello tuvo que extraer una gran cantidad de la energía que se generaba en su mano, desplazándola como hilos invisibles hacia la corriente sanguínea del caballo. Una vez allí la energía se extendió por su cuerpo, llenando los espacios en donde el vital elemento escaseaba.
Una vez más Nirak sintió la exaltación; esa euforia que lo invadía cada vez que utilizaba el poder oculto en los huesos. En medio de esa vorágine exploró la sangre, hasta un nivel que jamás había llegado a conocer, y comprendió cómo mejorarla para que el animal fuese más ágil y resistente. Notó el poder de la regeneración cerrando la herida del caballo, pero su mente se hallaba en otro lugar, sumida en el proceso del aire que entraba en los pulmones, en donde se mezclaba con la sangre y a su vez se transformaba en algo diferente, siendo absorbida en el palpitante corazón, para luego viajar por todo el cuerpo.
Su consciencia retrocedió, hasta regresar a los pulmones; supo instintivamente que para lo que quería lograr el nivel de exigencia sería demasiado para el corazón, por lo que optó por intervenir en la mezcla de la sangre. Por el contario, logró modificar dicha mezcla, dotándola de mayor cantidad de aire, y así el cuerpo del animal tendría que exigir menos a su corazón.
Luego de terminado el proceso se retiró. Abrió los ojos (no recordaba haberlos cerrado), notando la mirada de Salia en él. Se sintió incómodo, avergonzado de pronto por lo que había hecho, ya que de haber salido mal aquel cuerpo podría haber colapsado y no hubiese logrado hacer nada por él.
Sin embargo no podía dejar de sentir cierto orgullo por lo que había logrado. Cuando se dispuso a devolver el hueso solo quedaba un fino polvillo azulado en la palma de su mano, el cual voló con el viento. Salia estiró la mano y una ráfaga repentina agitó la arena, provocando un pequeño remolino que fue convirtiéndose en una cara sonriente. Nirak no pudo ocultar su asombro al comprobar que aquel rostro era el suyo.
Jamás dejes de crear, es muy aburrido.