20/06/2015 09:04 PM
II.
Altaír Lemar leía un antiguo libro sobre los primeros hombres que poblaron los Reinos de los Elementos hacia siglos, se decía que habían emergido de lo más profundo de la tierra, de los mares azules, de los volcanes y de las alturas de los cielos y que eliminaron a los Hombres de la Sombra, quienes habían ensuciado las sagradas tierras fértiles con sus pecaminosos estilos de vida y construcciones traídas de los confines… «Siglos después vendrían a reclamar de vuelta sus tierras desde el Aguijón» pensó mientras volteaba hacía la siguiente página.
Se relataban las seguidillas de batallas que se libraron entre los Reinos de los Elementos luego de eliminar a las Sombras. Según las antiguas leyendas, existían hombres y mujeres capaces de mover montañas, crear tormentas, hacer arder a sus enemigos o ahogarlos con gigantescas olas. Y así fue como el agua atacó al fuego, el aire a la tierra y los reinos sangraron hasta la destrucción. Le resultaba doloroso recordar como Lord Ricker, su señor padre, pasaba noches enteras recitando poemas sobre ésas antiguas batallas a su señora madre, con ojos caídos, a él y a Nora. «Y aun así, después de escucharlo largas horas, no sonreía hasta que todos nos paráramos a aplaudir». Una leve brisa entró en la oscura biblioteca, las velas se derretían en los plateados candelabros y un fuerte olor a rosas penetraba en la habitación. Las grandes estanterías se alzaban como murallas infinitas, algunos libros estaban apilados en la esquina del salón, mientras que los otros estaban en la mesa de transcripción. Los Lemar eran conocidos por su predilección hacia los libros, ostentaban la biblioteca más grande en el Reino Tierra después de Los Antiguos. Sin embargo, no tenían suficientes campos de entrenamiento para los hombres de la guardia y generalmente éstos eran tomados como pupilos de otras Casas.
Los oscuros ojos de Altaír comenzaban a entrecerrarse, desde la muerte de Lord Ricker y Lady Eleana, el joven había permanecido una semana entera dentro de la biblioteca, pensando en qué hubiera pasado si en vez de ir a cazar jabalíes con sus pesados primos, hubiera estado camino a la Justa de los Caballeros de Hierro. «¿Habrán sentido dolor? ¿O fue todo de manera inmediata?»
El Castellano Keont se había encargado de la administración de Muros Blancos pero muchos jinetes arribaban con mensajes de peticiones y reclamos desde Montehierro. Altaír El Bello no solo había heredado los grandes muros de piedra caliza, sino que también las ricas Tierras de los Minerales. «Ahora sois un Conde, Milord» le había dicho su pequeña hermana Nora cuando entró a la biblioteca a dejarle un guisado.
De pronto las largas puertas de la habitación se abrieron de golpe.
― ¡Milord! ¡Milord!―el Antiguo Thorum corría con la respiración agitada y su voz retumbaba en la gran biblioteca. ― Disculpadme la interrupción, pero es un asunto de suma urgencia.
―Decidme de una vez que sucede― sentenció Altaír mientras se paraba con el libro entre las manos.
―Nadie lo ha visto venir―prosiguió el sacerdote. ― ¡El príncipe Ronn Dugues está en las afueras del castillo con una veintena de hombres!
« ¿El príncipe? Un Dugues no saldría de su Reino ni aunque estuviera lloviendo oro» pensó Altaír mientras dejaba el libro en la oscura estantería.
― ¿Ser Keont lo ha recibido en el patio?
― Me temo que no, Milord―dijo Thorum con su característica voz suave. ―el príncipe está esperando fuera de los muros blancos.
― ¡¿Qué?! ― gritó Altaír mientras caminaba apresurado hacia la salida.
― Milord, usted sabe que Ser Keont desprecia abiertamente a los Dugues. ―lo seguía mientras levantaba levemente su túnica blanca para no tropezar.
Un largo y lúgubre pasillo conectaba la biblioteca con el gran salón de banquetes, unos pocos criados estaban parados sobre inestables escaleras mientras limpiaban y reforzaban la pintura blanca de las paredes. Altaír divisó a la encargada de la cocina y pidió de forma urgente un pequeño banquete para el príncipe y la preparación de siete habitaciones de huéspedes, la mujer parecía preocupada y corrió hacia las cocinas esquivando las escaleras. El techo del pasillo y del salón de banquetes estaba decorado con pinturas que habían realizado los primeros Lores de Muros Blancos, tenían la forma de antiguos Dioses en forma de Árbol y de colosales Montañas. Cuando el Antiguo Thorum y Altaír llegaron al final del pasillo dos guardias abrieron las pesadas puertas que conectaban el patio central y los largos muros blancos. Altaír debía encontrar al castellano cuanto antes, sabía que era de carácter duro y era capaz de dejar morir de hambre a la mismísima Reina de los Dugues. Despreciaba a la Casa Real de Tierra desde La Gran Guerra de la Sombra, ya que según él, fue el Fuego quién expulsó a las sombras mientras la Tierra se escondía bajo el polvo.
Los cabellos rizados de Altaír danzaban con las frías corrientes que provenían del sur, el patio central estaba cubierto de cerámicas azules y de orquídeas que se esparcían en largos maceteros, el pueblo vivía fuera de las murallas, preferían asentarse junto al mar de los Dioses, aunque el mercadillo y algunas tabernas estaban ubicadas en el gran patio. El joven divisó la gran muralla blanca que brillaba con el sol de otoño, junto a ella había cinco hombres de la guardia, y Ser Keont, de cabello cano, estaba parado firme frente a los garrotes de hierro.
― Como ya lo habréis escuchado, el pequeño Señor está ocupado y no aceptará a un Dugues amenazando a las puertas de su hogar.―dijo el castellano Keont mientras el príncipe observaba callado.
De pronto los hombres de la guardia Lemar se irguieron firmes con sus lanzas apuntando el cielo. Altaír avanzó entre ellos y se acercó a Ser Keont, quien lo miraba sorprendido aunque aún con el rostro rígido.
― Perdonad la actitud de nuestro castellano, Mi Príncipe.― dijo Altaír observando al joven real. ― Soy Altaír de la Casa Lemar, Señor de Muros Blancos y Montehierro. ¡Dejad entrar al príncipe Ronn y a sus hombres!
Los hombres encargados de las puertas comenzaron a girar las manivelas y los barrotes subieron lentamente. El príncipe se bajó de su fuerte caballo y avanzó lentamente hasta la entrada; era más alto que Altaír y fornido, de cabellos tan largos como una dama, aunque atados en forma de cola que caía por su hombro derecho. Se situó frente a Altaír y lo observó a los ojos, un pequeño silencio se formó en el patio y los campesinos que se encontraban cerca del mercadillo se acercaron a observar.
« ¿Qué estará esperando?... ¡Debo arrodillarme, es un hombre de la realeza!» pensó mientras miraba de reojo a los hombres de la guardia real que entraban con sus finas armas. Hincó su rodilla derecha bajando lentamente su cuero, aunque las calzas de verde oscuro bordado con hilos blancos que llevaba puesto le apretaba las piernas. Llevó la mano hacia su corazón y agachó su cabeza.
― Mi príncipe―dijo con una voz seca.
Todos los presentes se arrodillaron ante el príncipe al ver que su Lord lo hacía. Ser Keont se mantuvo de pie, apretó su puño y clavó una fría mirada hacia el joven Altaír.
― Levantaos― respondió el príncipe levantándolo con ambas manos―. No hay necesidad de tanta formalidad.
« Los ojos del príncipe son celestes como el cielo despejado, es guapo, mucho más guapo que yo».
― Lamento absolutamente lo que aconteció a vuestros padres― dijo el príncipe con una voz profunda.― No alcancé a conocer a Lady Eleana, pero vuestro padre, Lord Ricker, visitaba muchas veces Colina Dorada para comprar libros. Era un hombre decente.
― De eso no hay duda― intercedió Ser Keont―. Ya habéis ofrecido vuestras condolencias al pequeño Señor. Lamento que hayáis tenido que viajar cientos de leguas desde tu Capital hacía aquí.
Ronn Dugues observó de reojo a su Guardia Real.
― ¿Estáis acaso echando a vuestro príncipe de éste castillo?― preguntó un Guardia Real con la voz firme y agarrando el puñal de su gran espada.
―Él no es mi príncipe―sentenció el viejo castellano.― Mis príncipes son Lorrick Folmener y Olaf Folmener, mis príncipes son de Fuego, no de Tierra.
El corpulento hombre de la Guardia desenvainó la espada, el estruendo del metal asustó a Altaír, quien retrocedió lentamente.
―Él tiene razón― dijo el príncipe observando al guardia.― Guardaos vuestra espada Ser Bodoc. Estas tierras ahora pertenecen a los Folmener, nosotros sólo somos una visita que no recibió invitación.
―Siempre seréis bienvenido, Mi príncipe― intervino el Antiguo Thorum suavemente.
―Así es…― se incorporó Altaír.― Permitidme invitaros a vuestros aposentos, hemos preparado habitaciones para usted y su Guardia Real, los demás hombres podrán armar campamento en las afueras de las murallas. Dentro de unas horas celebraremos un pequeño banquete en su honor.
―No tenéis necesidad Milord― contestó el príncipe esbozando una amplia sonrisa.―Antes de darme un baño, me gustaría conversar algo con usted, en privado.
―Por supuesto…. Por supuesto― repitió rápidamente Altaír. ― Acompañadme a nuestra biblioteca.
El príncipe comenzó a caminar mientras sus cadenas de oros que rodeaban su cuello sonaban con cada paso que realizaba, Ser Bodoc y los demás guardias reales lo seguían sin pestañear. Antes de que Altaír pudiera dar un paso, el castellano Keont lo agarró fuertemente del brazo.
―Estáis cometiendo un grave error, Milord― sentenció entrecerrando sus aceitunados ojos.
Altaír sacudió levemente su brazo librándose del castellano y siguió su camino junto al Antiguo Thorum. «Todavía creen que soy un niño… » Comprendió molesto.
Cuando entró a la gran biblioteca, dos criadas jóvenes terminaban de cambiar las velas de los candelabros y se retiraban rogando perdón, se observaba en sus ojos la emoción de ver a un príncipe, quizá no el príncipe de fuego que el pueblo tanto amaba, pero al fin y al cabo era miembro de una realeza que alguna vez fue amada.
El sol comenzaba a ocultarse y apenas se filtraban por las pesadas cortinas negras que resistían la luz. El príncipe avanzó observando las altas columnas repletas de libros que se alzaban a su vista, parecía sorprendido.
―Este lugar hace justica a tantas canciones que he oído sobre los Lemar y sus libros― dijo el príncipe volviéndose hacia Altaír.― ¡Tenéis la historia completa de todos los reinos!
―Me alaga, Mi príncipe― respondió sin pensarlo y se acercó hacia el mesón en donde escribía sus cartas.― ¿Queréis una copa de vino?
―Tomaré una.
El príncipe parecía encantado con el lugar, se sentó frente a Altaír quien sirvió temblorosamente el vino.
« Es un príncipe, no un Dios, pude mostrarme amable y firme allí afuera con el pueblo mirándome ¿Por qué no lo podré hacer aquí, sin nadie más observándome?».
―Curioso lugar es Muros Blancos―dijo Ronn Dugues luego de tomar un sorbo de vino.― ¿Habéis escuchado lo que sucedió en estas tierras cuando los Hombres de la Sombra invadieron el Reino Aire y avanzaron hasta aquí?
―Todo hombre, mujer y niño lo sabe―sentenció Altaír mirándolo a los ojos.―Mutilaron a los hombres para sus rituales negros, violaron y convirtieron en esclavas a las mujeres y se comieron a los niños esa misma noche.
―Y se libró una sangrienta batalla―prosiguió el príncipe observando al vacío.― por suerte tu aún no habías nacido y yo era un niño de pecho que se quejaba y lloraba el día entero en Colina Dorada. El Reino Aire debía mantener a los Hombres de la Sombra alejado de las planicies de la costa, pero es sabido que esos cobardes viven en montañas tan altas que son tragadas por las nubes. El ejército de mi padre esperó en El Paso Silencioso, pero nunca aparecieron; los bastardos se dispersaron por los valles y lograron entrar por Las Tierras de las Flores.
El príncipe dejó la copa vacía en la mesa. Altaír entendió que deseaba más vino y sirvió en silencio.
―Cuando habían llegado aquí era demasiado tarde, la mitad del ejército de Tierra había muerto, algunos grupos aislados atacaban los campamentos de noche, se robaban las provisiones y envenenaban a los caballos― sus celestes ojos seguían observando fantasmas del pasado.―La Batalla Blanca se llevó acabo al amanecer, se dice que mi señor padre junto a sus guardias reales asesinaron a doscientas sombras aquél día. Hasta Lord Ricker Lemar luchó aquel día ¿Te había contado tu padre eso?
« ¿Mi señor padre utilizando armadura y llevando una espada? »
―No― respondió Altaír perplejo y situó su copa a medio llenar en el gran mesón.
―La muerte danzó por estas tierras aquél día...
― Hasta que el Ejército de Fuego avanzó por El Cruce, ganó la batalla, quemó a los sobrevivientes y expulsó a los Hombres de la Sombra de los Reinos.
―Hasta que los Folmener los expulsó…― repitió el príncipe asintiendo levemente la cabeza.― Y de paso anexaron las Tierras de las Flores y las Tierras de los Minerales.
― Estaban en su derecho―respondió cuidadosamente Altaír al notar la ironía del príncipe.― Ellos salvaron al Reino de las peligrosas sombras.
El príncipe sonrió con los ojos y pasó su mano por sus oscuros cabellos.
―Disculpad la pregunta, príncipe Ronn. ¿Por qué habréis venido hasta aquí?
―Muchos jinetes de Montehierro han llegado a Colina Dorada con cartas de pequeños señores que ruegan ayuda―la voz del príncipe Ronn se tornó solemne.―Al parecer un grupo de mercenarios está saqueando las minas de oro, convirtiendo en esclavo a los hombres y enviándolos más allá del Aguijón. El ejército de Montehierro no está organizado y no es capaz de combatir a esos bandidos. Me sorprende verlo tan tranquilo, Milord.
« Ser Keont se encargaría de estos asuntos »
―Eh…Este…Ser Keont mandará a algunos hombres capaces de organizar la guardia de Montehierro y...
―Me he fijado que no tenéis campos de entrenamiento, Milord―lo interrumpió el príncipe.― ¿Es que acaso sabéis algo sobre como gobernar pequeño Conde?
― Estoy haciendo lo posible por aprender a ser un buen Conde, sin embargo, la política de mi señor padre y de nuestros ancestros siempre ha sido un libro por sobre una espada― contestó sin pensarlo.―El conocimiento es más efectivo que mil espadas.
― ¿Vais a detener a un grupo de mercenarios expertos en guerra lanzándoles libros?― volvió a esbozar esa sonrisa que comenzaba a molestarle a Altaír.― No tengo dudas en tu voluntad de convertiros en un buen Conde. Es precisamente por eso que he cabalgado hasta aquí, Altaír Lemar.
Un silencio se apoderó de la habitación entera, sólo se escuchaba como la cera de las velas caían hacia el suelo.
« Vamos, decidlo de una vez »
―Os quiero invitar a Colina Dorada, a la Corte Real― rompió el silencio el príncipe.― Eres una espada por afilar, o mejor dicho un libro que aún debe ser escrito. Podéis aprender de los expertos en el arte de gobernar.
« ¿La Corte Real? Podré estar rodeado de los intelectuales de la capital… Pero no puedo irme de aquí, soy un Conde.»
―No puedo príncipe. ¿Qué pasará con mi pueblo? soy el Señor de Muros Blancos, de Montehierro y Conde de Las Tierras de los Minerales.
― Un buen Conde siempre piensa en el bien de su pueblo―contestó el príncipe suspirando.― ¿Qué creéis que pasará cuando los mercenarios lleguen a Muros Blancos? Mis hombres y mi guardia real no estarán aquí, y como he dicho, no tenéis hombres ni campos de entrenamiento.
― ¿Y si acepto vuestra propuesta…?
― Tendréis trescientos hombres en vuestro castillo y mil quinientos hombres en Las Tierras de los Minerales.
― Pero si estaré en Colina Dorada ¿Quién se encargará de éste castillo y de Montehierro? ¿Mi hermana Nora?
― Por supuesto que no, Milord― soltó una carcajada. ― Yo mismo podría encargarme por un tiempo de dirigir las tropas y eliminar de raíz a esos mercenarios, establecer un poco de orden en la explotación de las minas de oro y organizar una buena cosecha. ¿Sabéis tu algo de eso? ¿Cosechar, piedras preciosas o manejar tropas?
―No, Mi Príncipe.
―Entonces ¿queréis ser un buen Conde?―preguntó Ronn erguido en la silla.― ¿Queréis ser recordado como tu padre, Lord Ricker Lemar?
«Todavía creen que soy un niño…―se repetía a si mismo― Dejaré de serlo desde ahora y demostraré lo que puedo llegar a ser… »
―Sí, quiero.
Altaír Lemar leía un antiguo libro sobre los primeros hombres que poblaron los Reinos de los Elementos hacia siglos, se decía que habían emergido de lo más profundo de la tierra, de los mares azules, de los volcanes y de las alturas de los cielos y que eliminaron a los Hombres de la Sombra, quienes habían ensuciado las sagradas tierras fértiles con sus pecaminosos estilos de vida y construcciones traídas de los confines… «Siglos después vendrían a reclamar de vuelta sus tierras desde el Aguijón» pensó mientras volteaba hacía la siguiente página.
Se relataban las seguidillas de batallas que se libraron entre los Reinos de los Elementos luego de eliminar a las Sombras. Según las antiguas leyendas, existían hombres y mujeres capaces de mover montañas, crear tormentas, hacer arder a sus enemigos o ahogarlos con gigantescas olas. Y así fue como el agua atacó al fuego, el aire a la tierra y los reinos sangraron hasta la destrucción. Le resultaba doloroso recordar como Lord Ricker, su señor padre, pasaba noches enteras recitando poemas sobre ésas antiguas batallas a su señora madre, con ojos caídos, a él y a Nora. «Y aun así, después de escucharlo largas horas, no sonreía hasta que todos nos paráramos a aplaudir». Una leve brisa entró en la oscura biblioteca, las velas se derretían en los plateados candelabros y un fuerte olor a rosas penetraba en la habitación. Las grandes estanterías se alzaban como murallas infinitas, algunos libros estaban apilados en la esquina del salón, mientras que los otros estaban en la mesa de transcripción. Los Lemar eran conocidos por su predilección hacia los libros, ostentaban la biblioteca más grande en el Reino Tierra después de Los Antiguos. Sin embargo, no tenían suficientes campos de entrenamiento para los hombres de la guardia y generalmente éstos eran tomados como pupilos de otras Casas.
Los oscuros ojos de Altaír comenzaban a entrecerrarse, desde la muerte de Lord Ricker y Lady Eleana, el joven había permanecido una semana entera dentro de la biblioteca, pensando en qué hubiera pasado si en vez de ir a cazar jabalíes con sus pesados primos, hubiera estado camino a la Justa de los Caballeros de Hierro. «¿Habrán sentido dolor? ¿O fue todo de manera inmediata?»
El Castellano Keont se había encargado de la administración de Muros Blancos pero muchos jinetes arribaban con mensajes de peticiones y reclamos desde Montehierro. Altaír El Bello no solo había heredado los grandes muros de piedra caliza, sino que también las ricas Tierras de los Minerales. «Ahora sois un Conde, Milord» le había dicho su pequeña hermana Nora cuando entró a la biblioteca a dejarle un guisado.
De pronto las largas puertas de la habitación se abrieron de golpe.
― ¡Milord! ¡Milord!―el Antiguo Thorum corría con la respiración agitada y su voz retumbaba en la gran biblioteca. ― Disculpadme la interrupción, pero es un asunto de suma urgencia.
―Decidme de una vez que sucede― sentenció Altaír mientras se paraba con el libro entre las manos.
―Nadie lo ha visto venir―prosiguió el sacerdote. ― ¡El príncipe Ronn Dugues está en las afueras del castillo con una veintena de hombres!
« ¿El príncipe? Un Dugues no saldría de su Reino ni aunque estuviera lloviendo oro» pensó Altaír mientras dejaba el libro en la oscura estantería.
― ¿Ser Keont lo ha recibido en el patio?
― Me temo que no, Milord―dijo Thorum con su característica voz suave. ―el príncipe está esperando fuera de los muros blancos.
― ¡¿Qué?! ― gritó Altaír mientras caminaba apresurado hacia la salida.
― Milord, usted sabe que Ser Keont desprecia abiertamente a los Dugues. ―lo seguía mientras levantaba levemente su túnica blanca para no tropezar.
Un largo y lúgubre pasillo conectaba la biblioteca con el gran salón de banquetes, unos pocos criados estaban parados sobre inestables escaleras mientras limpiaban y reforzaban la pintura blanca de las paredes. Altaír divisó a la encargada de la cocina y pidió de forma urgente un pequeño banquete para el príncipe y la preparación de siete habitaciones de huéspedes, la mujer parecía preocupada y corrió hacia las cocinas esquivando las escaleras. El techo del pasillo y del salón de banquetes estaba decorado con pinturas que habían realizado los primeros Lores de Muros Blancos, tenían la forma de antiguos Dioses en forma de Árbol y de colosales Montañas. Cuando el Antiguo Thorum y Altaír llegaron al final del pasillo dos guardias abrieron las pesadas puertas que conectaban el patio central y los largos muros blancos. Altaír debía encontrar al castellano cuanto antes, sabía que era de carácter duro y era capaz de dejar morir de hambre a la mismísima Reina de los Dugues. Despreciaba a la Casa Real de Tierra desde La Gran Guerra de la Sombra, ya que según él, fue el Fuego quién expulsó a las sombras mientras la Tierra se escondía bajo el polvo.
Los cabellos rizados de Altaír danzaban con las frías corrientes que provenían del sur, el patio central estaba cubierto de cerámicas azules y de orquídeas que se esparcían en largos maceteros, el pueblo vivía fuera de las murallas, preferían asentarse junto al mar de los Dioses, aunque el mercadillo y algunas tabernas estaban ubicadas en el gran patio. El joven divisó la gran muralla blanca que brillaba con el sol de otoño, junto a ella había cinco hombres de la guardia, y Ser Keont, de cabello cano, estaba parado firme frente a los garrotes de hierro.
― Como ya lo habréis escuchado, el pequeño Señor está ocupado y no aceptará a un Dugues amenazando a las puertas de su hogar.―dijo el castellano Keont mientras el príncipe observaba callado.
De pronto los hombres de la guardia Lemar se irguieron firmes con sus lanzas apuntando el cielo. Altaír avanzó entre ellos y se acercó a Ser Keont, quien lo miraba sorprendido aunque aún con el rostro rígido.
― Perdonad la actitud de nuestro castellano, Mi Príncipe.― dijo Altaír observando al joven real. ― Soy Altaír de la Casa Lemar, Señor de Muros Blancos y Montehierro. ¡Dejad entrar al príncipe Ronn y a sus hombres!
Los hombres encargados de las puertas comenzaron a girar las manivelas y los barrotes subieron lentamente. El príncipe se bajó de su fuerte caballo y avanzó lentamente hasta la entrada; era más alto que Altaír y fornido, de cabellos tan largos como una dama, aunque atados en forma de cola que caía por su hombro derecho. Se situó frente a Altaír y lo observó a los ojos, un pequeño silencio se formó en el patio y los campesinos que se encontraban cerca del mercadillo se acercaron a observar.
« ¿Qué estará esperando?... ¡Debo arrodillarme, es un hombre de la realeza!» pensó mientras miraba de reojo a los hombres de la guardia real que entraban con sus finas armas. Hincó su rodilla derecha bajando lentamente su cuero, aunque las calzas de verde oscuro bordado con hilos blancos que llevaba puesto le apretaba las piernas. Llevó la mano hacia su corazón y agachó su cabeza.
― Mi príncipe―dijo con una voz seca.
Todos los presentes se arrodillaron ante el príncipe al ver que su Lord lo hacía. Ser Keont se mantuvo de pie, apretó su puño y clavó una fría mirada hacia el joven Altaír.
― Levantaos― respondió el príncipe levantándolo con ambas manos―. No hay necesidad de tanta formalidad.
« Los ojos del príncipe son celestes como el cielo despejado, es guapo, mucho más guapo que yo».
― Lamento absolutamente lo que aconteció a vuestros padres― dijo el príncipe con una voz profunda.― No alcancé a conocer a Lady Eleana, pero vuestro padre, Lord Ricker, visitaba muchas veces Colina Dorada para comprar libros. Era un hombre decente.
― De eso no hay duda― intercedió Ser Keont―. Ya habéis ofrecido vuestras condolencias al pequeño Señor. Lamento que hayáis tenido que viajar cientos de leguas desde tu Capital hacía aquí.
Ronn Dugues observó de reojo a su Guardia Real.
― ¿Estáis acaso echando a vuestro príncipe de éste castillo?― preguntó un Guardia Real con la voz firme y agarrando el puñal de su gran espada.
―Él no es mi príncipe―sentenció el viejo castellano.― Mis príncipes son Lorrick Folmener y Olaf Folmener, mis príncipes son de Fuego, no de Tierra.
El corpulento hombre de la Guardia desenvainó la espada, el estruendo del metal asustó a Altaír, quien retrocedió lentamente.
―Él tiene razón― dijo el príncipe observando al guardia.― Guardaos vuestra espada Ser Bodoc. Estas tierras ahora pertenecen a los Folmener, nosotros sólo somos una visita que no recibió invitación.
―Siempre seréis bienvenido, Mi príncipe― intervino el Antiguo Thorum suavemente.
―Así es…― se incorporó Altaír.― Permitidme invitaros a vuestros aposentos, hemos preparado habitaciones para usted y su Guardia Real, los demás hombres podrán armar campamento en las afueras de las murallas. Dentro de unas horas celebraremos un pequeño banquete en su honor.
―No tenéis necesidad Milord― contestó el príncipe esbozando una amplia sonrisa.―Antes de darme un baño, me gustaría conversar algo con usted, en privado.
―Por supuesto…. Por supuesto― repitió rápidamente Altaír. ― Acompañadme a nuestra biblioteca.
El príncipe comenzó a caminar mientras sus cadenas de oros que rodeaban su cuello sonaban con cada paso que realizaba, Ser Bodoc y los demás guardias reales lo seguían sin pestañear. Antes de que Altaír pudiera dar un paso, el castellano Keont lo agarró fuertemente del brazo.
―Estáis cometiendo un grave error, Milord― sentenció entrecerrando sus aceitunados ojos.
Altaír sacudió levemente su brazo librándose del castellano y siguió su camino junto al Antiguo Thorum. «Todavía creen que soy un niño… » Comprendió molesto.
Cuando entró a la gran biblioteca, dos criadas jóvenes terminaban de cambiar las velas de los candelabros y se retiraban rogando perdón, se observaba en sus ojos la emoción de ver a un príncipe, quizá no el príncipe de fuego que el pueblo tanto amaba, pero al fin y al cabo era miembro de una realeza que alguna vez fue amada.
El sol comenzaba a ocultarse y apenas se filtraban por las pesadas cortinas negras que resistían la luz. El príncipe avanzó observando las altas columnas repletas de libros que se alzaban a su vista, parecía sorprendido.
―Este lugar hace justica a tantas canciones que he oído sobre los Lemar y sus libros― dijo el príncipe volviéndose hacia Altaír.― ¡Tenéis la historia completa de todos los reinos!
―Me alaga, Mi príncipe― respondió sin pensarlo y se acercó hacia el mesón en donde escribía sus cartas.― ¿Queréis una copa de vino?
―Tomaré una.
El príncipe parecía encantado con el lugar, se sentó frente a Altaír quien sirvió temblorosamente el vino.
« Es un príncipe, no un Dios, pude mostrarme amable y firme allí afuera con el pueblo mirándome ¿Por qué no lo podré hacer aquí, sin nadie más observándome?».
―Curioso lugar es Muros Blancos―dijo Ronn Dugues luego de tomar un sorbo de vino.― ¿Habéis escuchado lo que sucedió en estas tierras cuando los Hombres de la Sombra invadieron el Reino Aire y avanzaron hasta aquí?
―Todo hombre, mujer y niño lo sabe―sentenció Altaír mirándolo a los ojos.―Mutilaron a los hombres para sus rituales negros, violaron y convirtieron en esclavas a las mujeres y se comieron a los niños esa misma noche.
―Y se libró una sangrienta batalla―prosiguió el príncipe observando al vacío.― por suerte tu aún no habías nacido y yo era un niño de pecho que se quejaba y lloraba el día entero en Colina Dorada. El Reino Aire debía mantener a los Hombres de la Sombra alejado de las planicies de la costa, pero es sabido que esos cobardes viven en montañas tan altas que son tragadas por las nubes. El ejército de mi padre esperó en El Paso Silencioso, pero nunca aparecieron; los bastardos se dispersaron por los valles y lograron entrar por Las Tierras de las Flores.
El príncipe dejó la copa vacía en la mesa. Altaír entendió que deseaba más vino y sirvió en silencio.
―Cuando habían llegado aquí era demasiado tarde, la mitad del ejército de Tierra había muerto, algunos grupos aislados atacaban los campamentos de noche, se robaban las provisiones y envenenaban a los caballos― sus celestes ojos seguían observando fantasmas del pasado.―La Batalla Blanca se llevó acabo al amanecer, se dice que mi señor padre junto a sus guardias reales asesinaron a doscientas sombras aquél día. Hasta Lord Ricker Lemar luchó aquel día ¿Te había contado tu padre eso?
« ¿Mi señor padre utilizando armadura y llevando una espada? »
―No― respondió Altaír perplejo y situó su copa a medio llenar en el gran mesón.
―La muerte danzó por estas tierras aquél día...
― Hasta que el Ejército de Fuego avanzó por El Cruce, ganó la batalla, quemó a los sobrevivientes y expulsó a los Hombres de la Sombra de los Reinos.
―Hasta que los Folmener los expulsó…― repitió el príncipe asintiendo levemente la cabeza.― Y de paso anexaron las Tierras de las Flores y las Tierras de los Minerales.
― Estaban en su derecho―respondió cuidadosamente Altaír al notar la ironía del príncipe.― Ellos salvaron al Reino de las peligrosas sombras.
El príncipe sonrió con los ojos y pasó su mano por sus oscuros cabellos.
―Disculpad la pregunta, príncipe Ronn. ¿Por qué habréis venido hasta aquí?
―Muchos jinetes de Montehierro han llegado a Colina Dorada con cartas de pequeños señores que ruegan ayuda―la voz del príncipe Ronn se tornó solemne.―Al parecer un grupo de mercenarios está saqueando las minas de oro, convirtiendo en esclavo a los hombres y enviándolos más allá del Aguijón. El ejército de Montehierro no está organizado y no es capaz de combatir a esos bandidos. Me sorprende verlo tan tranquilo, Milord.
« Ser Keont se encargaría de estos asuntos »
―Eh…Este…Ser Keont mandará a algunos hombres capaces de organizar la guardia de Montehierro y...
―Me he fijado que no tenéis campos de entrenamiento, Milord―lo interrumpió el príncipe.― ¿Es que acaso sabéis algo sobre como gobernar pequeño Conde?
― Estoy haciendo lo posible por aprender a ser un buen Conde, sin embargo, la política de mi señor padre y de nuestros ancestros siempre ha sido un libro por sobre una espada― contestó sin pensarlo.―El conocimiento es más efectivo que mil espadas.
― ¿Vais a detener a un grupo de mercenarios expertos en guerra lanzándoles libros?― volvió a esbozar esa sonrisa que comenzaba a molestarle a Altaír.― No tengo dudas en tu voluntad de convertiros en un buen Conde. Es precisamente por eso que he cabalgado hasta aquí, Altaír Lemar.
Un silencio se apoderó de la habitación entera, sólo se escuchaba como la cera de las velas caían hacia el suelo.
« Vamos, decidlo de una vez »
―Os quiero invitar a Colina Dorada, a la Corte Real― rompió el silencio el príncipe.― Eres una espada por afilar, o mejor dicho un libro que aún debe ser escrito. Podéis aprender de los expertos en el arte de gobernar.
« ¿La Corte Real? Podré estar rodeado de los intelectuales de la capital… Pero no puedo irme de aquí, soy un Conde.»
―No puedo príncipe. ¿Qué pasará con mi pueblo? soy el Señor de Muros Blancos, de Montehierro y Conde de Las Tierras de los Minerales.
― Un buen Conde siempre piensa en el bien de su pueblo―contestó el príncipe suspirando.― ¿Qué creéis que pasará cuando los mercenarios lleguen a Muros Blancos? Mis hombres y mi guardia real no estarán aquí, y como he dicho, no tenéis hombres ni campos de entrenamiento.
― ¿Y si acepto vuestra propuesta…?
― Tendréis trescientos hombres en vuestro castillo y mil quinientos hombres en Las Tierras de los Minerales.
― Pero si estaré en Colina Dorada ¿Quién se encargará de éste castillo y de Montehierro? ¿Mi hermana Nora?
― Por supuesto que no, Milord― soltó una carcajada. ― Yo mismo podría encargarme por un tiempo de dirigir las tropas y eliminar de raíz a esos mercenarios, establecer un poco de orden en la explotación de las minas de oro y organizar una buena cosecha. ¿Sabéis tu algo de eso? ¿Cosechar, piedras preciosas o manejar tropas?
―No, Mi Príncipe.
―Entonces ¿queréis ser un buen Conde?―preguntó Ronn erguido en la silla.― ¿Queréis ser recordado como tu padre, Lord Ricker Lemar?
«Todavía creen que soy un niño…―se repetía a si mismo― Dejaré de serlo desde ahora y demostraré lo que puedo llegar a ser… »
―Sí, quiero.