06/07/2015 05:09 PM
IV.
Cassia galopaba agitada junto a su señor padre y a los quince hombres de la guardia Rossal. Había soportado los primeros días de viaje dentro del carruaje, pero el camino de piedra que unía Fuerte Roble con Muros Blancos se hacía tan irregular que el carro saltaba al andar sin parar. Prefería el manso galope de su blanco caballo. Alexandor, el encargado del establo, le había obsequiado a Luna dos semanas antes que la hermosa doncella partiera. Lord Domen temía que el joven caballo no se acostumbrara tan deprisa a un nuevo dueño, sin embargo, la conexión entre Luna y Cassia fue inmediata; era un caballo manso y muy rápido cuando la joven se lo ordenaba.
El viaje había sido largo y tedioso, los bosques y pequeñas colinas se alzaban por el Este mientras que el Mar de los Dioses brillaba en el Oeste, los pequeños puertos y villas que se esparcían por la Bahía de los Cangrejos eran pobres y desaliñadas; muchos de sus habitantes se arrastraban hasta el camino de piedra para pedir alguna limosna. Los guardias Rossal amenazaban y empujaban a todos los que osaran acercarse a su señor o a la doncella, sin embargo Cassia se compadecía de ellos.
A lo lejos divisaron Muros Blancos; el castillo se alzaba encima de las murallas relucientes y el poblado a su alrededor parecía limpio y tranquilo. La joven Rossal se percató que el follaje no era tan abundante como en Fuerte Roble, quizá porque cada vez se acercaban más a El Cruce y a las Tierras de Fuego.
«Y allí casi nunca crecen flores».
Cassia sintió un nudo en el estómago, hace mucho tiempo que no veía a Altaír El Bello y cada vez estaba más cerca de conocer Piedrafuego y a la familia Real. Había sido difícil despedirse de su señora madre, de Lander, de Myro y hasta de Iona. Cassia tuvo que secar sus lágrimas cuando se despidió con un fuerte abrazo. Sabía que pasaría bastante tiempo para poder volver a ver a sus hermanos, especialmente a la pequeña que había sido prometida a Los Antiguos, como dictaba la tradición de los elementos. Por otro lado, sabía que Lander y Myro no dejarían en paz a las nodrizas, les jugarían bromas pesadas e irritarían a madre.
Sin embargo algo más inquietaba a Cassia Rossal. Desde el incidente que presenció en el Gran Roble junto a Alexandor, no había podido conciliar el sueño; cada noche sentía un calor que emergía de su interior, resequedad en las manos y despertaba ahogada y desesperada. Lady Lena ordenó de inmediato traer a la herborista más conocida de la región, quien por suerte, se hallaba en los bosques de Fuerte Roble buscando hierbas para sus pócimas. Pero ninguna milagrosa pócima logró sanar lo que le acontecía a la joven Cassia por las noches, sin embargo, Cassia mintió a su señora madre, afirmando que ya estaba mejor; no quería que cancelaran su viaje a la capital.
Cuando llegaron a las puertas del castillo de Muros Blancos, los barrotes de hierro comenzaron a subir lentamente. Ser Keont, el castellano, estaba parado en el gran patio central, mientras que un pequeño grupo de hombres de la guardia Lemar se erguían cansados.
Lord Domen Rossal desmontó torpemente su caballo y se acercó al grupo.
―Sois bienvenido, Mi Conde―saludó recio Keont.
El Lord observó a su hija e hizo un gesto para que se acercara.
―Muchas gracias castellano―respondió sin parecer importarle y observando hacia su alrededor. ― ¿Dónde está Altaír?
―Mi Señor se encuentra dándose un baño en estos momentos, pensamos que demorarían más en llegar.
―Decidle a tu Lord que tendrá tiempo de darse baños de chicas más tarde― dijo Domen lanzando un bufido―. Hay asuntos más importantes que discutir.
―Por favor, acompañadme al gran salón, haré llamar a nuestro Señor de inmediato.
Cassia entregó las riendas de Luna a un regordete niño que estaba encargado del establo. El blanco caballo lanzó un bufido y retrocedió.
―Tranquila, tranquila…―susurró Cassia acariciando el pelaje de Luna.―Volveré de inmediato.
Inmediatamente el animal se tranquilizó y el niño, que había estado tironeando las cuerdas, se marchó junto al caballo con los mofletes colorados.
―Mi Dama, será mejor que camine junto a vuestro padre―dijo Lomber, un fornido miembro de su guardia.
Cassia avanzó por los iluminados pasillos del castillo; nunca había visto paredes tan blancas y limpias. En Fuerte Roble, la madera que cubría los muros comenzaba a podrirse por la humedad y el moho tenía que ser limpiado constantemente.
«Aquí todo es tan puro».
Los tibios rayos del sol de invierno entraban por una magnífica cúpula de cristal que cubría el gran salón. Tenía forma pentagonal, piso de madera oscura y una redonda mesa adherida al suelo se erguía imponente. Lord Domen saludaba amablemente a un joven que Cassia no demoró en reconocer; Altaír El Bello.
El joven llevaba el cabello corto, de un castaño claro, ojos verdes como los que ella poseía y mandíbula cuadrada. Vestía un jubón púrpura de seda brocado con figuras en forma de flores color bronce, una pequeña gorguera que apretaba su cuello y calzas blancas que parecían lavadas en lejía.
―Mi Dama―saludó Altaír esbozando una amplia sonrisa.― es un gusto veros después de tanto tiempo. Seguís tan bella como os recordaba.
Cassia sintió que sus pómulos comenzaban a arder.
«No te pongas nerviosa, los hombres de tierra detestan a las doncellas tímidas».
―Lo mismo podría decir de vos, Mi señor―trató de mantener una voz firme.―Estáis mucho más alto desde la última vez que os vi.
―Sé que estaréis un poco cansada luego de tan largo viaje, Mi Dama―dijo con una voz suave.―pero me preguntaba si era posible enseñaros los jardines de orquídeas antes de que celebremos el banquete.
Cassia se percató que su padre clavaba sus caídos ojos sobre el muchacho.
―Si es que vuestro padre lo concede―volteó su rostro hacia el Lord.
Lord Domen soltó una carcajada grotesca.
―Por supuesto que puede, Cassia ha estado ansiosa de verte desde que celebró su banquete―contestó mientras ajustaba la correa que estrangulaba su barriga prominente.―cuando vuelvas podremos hablar de nuestros asuntos.
«Padre ¿por qué me avergüenzas así?» pensó la joven mientras depositaba su brazo en el regazo que le ofrecía Altaír.
Los jardines de orquídeas se situaban en la parte trasera del castillo, estaban rodeados de pequeños muros para que los campesinos y gente del pueblo no entraran a robar o a pernoctar en el lugar. También tenía un camino de piedras rojas que formaban una cruz y en cada extremo un jardín crecía; el primero de orquídeas blancas, luego de árboles frutales; hierbas medicinales y pequeñas hortalizas para la comida.
Altaír llevaba del brazo a Cassia hacía al medio del jardín, donde había una glorieta de madera cubierta por pequeñas flores.
―Es magnífico este lugar, Mi señor ―dijo Cassia halagándolo―. Sabéis bien que en Fuerte Roble no tenemos estos hermosos jardines. Las rosas crecen de manera libre en los bosques.
―Estos jardines fueron construidos hace cientos de años por Alexer II, lo llamaban El Jardinero ―respondió Altaír observándola a los ojos―. Se dice que Alexer se enamoró de la Princesa del Bosque, pero ella tenía solamente ojos para el Rey de los Frexnos.
― ¿Los Frexnos? ¿Aquellos antiguos árboles caminantes? ―preguntó Cassia sorprendida.
―Así es. Alexer mandó a llamar a todos los herboristas de la zona para que recolectaran las especies más raras de plantas y flores; quería realizar las pócimas más fuertes del amor, para así enamorar a la dulce y recóndita princesa.
»Sin embargo, nada de eso funcionó. Fue entonces cuando Alexer mandó a llamar por segunda vez a los herboristas y también a los constructores para que erigieran un hermoso jardín; el buen Lord pretendía ganarse el favor de la princesa con el mejor jardín de orquídeas que existiese en todo el Reino. La princesa comenzó a visitar el jardín cuando el sol se ocultaba por el mar, así ningún Frexno podía observarla. No obstante, Alexer fue traicionado por un Antiguo devoto de la tierra que estaba a su servicio.
» Xendhou, el rey de los Frexnos, al enterarse de lo que acontecía, envió a su ejército a destruir el jardín. Aquellos días fueron oscuros y sangrientos, docenas de mujeres, niños y hombres fueron masacrados por los Frexnos.
»Alexer observó cómo su jardín quedaba reducido a escombros desde esa torre―apuntó Altaír hacia una gran columna que se erguía en la zona trasera del castillo―. Pero no se dio por vencido. Tiempo después llamó a constructores y herbarios de otras regiones, volvieron a construir y los Frexnos lo volvieron a destruir. Así pasaron muchas lunas llenas e incluso años, pero el amor que sentía Alexer por la princesa era demasiado fuerte para dejarse vencer.
»Cuando ya ningún herbario o constructor quería edificar algo que sería inmediatamente destruido, el buen Lord decidió hacerlo con sus manos, moldeo un jardín tan bello que no solo atrajo a la princesa del bosque, sino a todas las damiselas nobles del Reino. Xendhou cansado de la insolencia de Alexer Lemar, marchó solo en busca de su princesa. Una gran batalla se llevó a cabo en Muros Blancos aquel atardecer. Se dice que Alexer fue capaz de controlar la tierra que había bajo sus pies, que fue así como, a pesar de sus años, logró vencer a Xendhou, convirtiéndolo en esta glorieta de madera en la que estamos ahora mismo.
―Es una historia magnífica, Mi señor― dijo Cassia mirándolo embobada―. Sois muy sabio.
―Pero es solo una leyenda, Mi Dama― respondió con un tono solemne―. Dudo que todas aquellas cosas hayan pasado alguna vez.
Cassia se percató que Altaír observaba el suelo.
― ¿Os acontece algo, Mi señor?
―Nada que os deba preocuparos, Mi Dama― esbozó una falsa sonrisa―. Es simplemente que tengo una sensación amarga. A veces no sabemos si hemos tomado una decisión sabia o no, no sabemos si las consecuencias serán positivas o nefastas; solo tenemos incertidumbre.
―Os vuelvo a repetir, Mi señor― dijo Cassia consolándolo―. Parecéis muy sabio, sea cual se aquella decisión, estoy segura que fue la correcta.
―Y vos sois muy observadora, Mi Dama― dijo Altaír tomando su mano.
« ¡Dioses de Tierra! Tranquila ¿Es ahora cuando viene un beso?, su aliento huele a limón. ¿Deberé besarlo yo? ¡Anda! No seáis estúpida, los hombres son los que deben besar primero»
―Está oscureciendo y vuestro padre quiere hablar algunos asuntos antes del banquete―dijo Altaír soltándole la mano―. Ve a cambiaros de ropa, me han dicho que has dejado a vuestra criada en Fuerte Roble, mi hermana Nora os esperará en vuestra habitación. Está encantada de serviros.
―Eh… Muchas gracias, Mi señor―respondió sonrojada Cassia.
Ambos jóvenes regresaron por el camino de tierra que cubría el jardín, los últimos rayos de sol se colaban por las ramas de los árboles que parecían estar alegres de escuchar una antigua leyenda.
Altaír observó que Cassia subía las frías escaleras de pedruscos oscuros junto a dos guardias Rossal.
El joven se dirigió hacia el gran salón, donde las criadas ya habían encendido los candelabros y las llamas de los cirios abrigaban el ambiente.
«Es una noche bastante iluminada― pensó mientras observaba la cúpula de cristal―. El cielo está despejado y las estrellas brillan con fuerza».
De pronto la puerta principal se abrió de golpe. Lord Domen venía murmurando con Ser Keont, sin embargo, al notar la presencia de Altaír ambos callaron de inmediato.
―Mi señor ―dijo Keont con una mirada tosca―. Os dejo con vuestro Conde, iré a cerciorarme de que el banquete se esté preparando apropiadamente.
Altaír sintió un extraño escalofrío. El joven asintió y el castellano se retiró silenciosamente. Lord Domen se sentó en la gran mesa que se erguía al centro de la habitación y Altaír agarró una jarra de vino que estaba depositada en una encimera del rincón.
El joven se dispuso a servir en la copa del Conde Rossal hasta que éste lo interrumpió.
―El vino es bebida de mujeres, muchacho ―dijo lanzando un gruñido―. ¿No tenéis acaso cerveza o algo más fuerte?
―Me temo que en la habitación no, Mi Conde ―respondió Altaír cuidadosamente―. Los barriles de cerveza serán ocupados en el banquete. Si os place puedo mandar a buscar un barril con las criadas.
―Olvidadlo, habrá tiempo de bebidas en el banquete. Vayamos a lo que importa.
El frío comenzaba a colarse por los huecos de las puertas, el gran Lord olía a sudor y tenía el aliento agrio.
― ¿Qué es lo que os acontece? ―preguntó sirviendo una copa de vino para él.
―Vos sabéis bien que el bienestar de mi familia es lo más importante para mí, especialmente de mi hija Cassia.
―Sin dudas, Mi señor. He escuchado que desde la muerte de Taro vuestra familia no ha podido estar completamente tranquila.
Lord Domen lo miró directamente a los ojos.
―Aquél muchacho era terco, le gustaba pescar y pelear con cualquiera que se le cruzase. Le advertí muchas veces que no subestimara el poder el mar, pero ya sabéis que sucedió.
―Una gran lástima, Mi señor.
Un tenso silencio se apoderó de la habitación.
―Pero no he pasado por Muros Blancos para lamentar fantasmas del pasado― cambió de tema el Lord―. He venido a haceros una propuesta.
―Soy todo oídos, Mi Conde ―dijo Altaír mientras tomaba un sorbo de vino.
―Sabéis bien que mi hija está enamorada de vos. Siempre lo ha estado, desde aquél baile de la cosecha que se celebró en Puerto Anchoa.
―Vuestra hija me admira mucho, tanto como yo la admiro a ella.
―No seáis humilde, muchacho ―lanzó una pequeña carcajada―. Sois tan guapo que cualquier chica caería a vuestros pies. Hasta los pervertidos os desearían.
Altaír se ruborizó.
« ¿A qué quiere llegar con todo esto?».
―Mi hija estará algún tiempo en Piedrafuego, sirviendo a la princesa Edda. No quiero que se quedé allí por mucho tiempo, ya es una mujer y necesita un hombre al que sirva.
El joven Lemar entendió a lo que quería llegar.
― ¿Queréis que pida su mano? ¿Qué unamos nuestras Casas?
―Exactamente muchacho, desde hace generaciones que los Rossal no se han casado por amor; mi hija estará feliz contigo y vuestro heredero será algún día Conde de las Tierras de las Flores y de las Tierras de los Minerales.
―Este… Es un trato justo, Mi señor…Pero… ―la voz de Altaír comenzó a temblar.
El gran Lord entre cerró los ojos.
― ¿Qué es lo que sucede, muchacho? Decidlo de una vez.
Altaír no sabía cómo decirlo.
―Hace algunas semanas el príncipe Ronn Dugues vino a visitarme y…
― ¿El cabrón Dugues os ha hecho una visita? ―preguntó sorprendido el Lord―. ¿Qué es lo que quería el hijo de puta?
Las manos de Altaír comenzaron a sudar, el frío parecía haber entrado en su interior, pues no dejaba de sentirlo a pesar de que sus mejillas ardían.
―Este… Ha venido a ofrecer ayuda para combatir a los mercenarios que están robando el oro en Montehierro y sus alrededores.
Lord Domen soltó una gran risotada que pareció extraña.
― ¿Qué pedía a cambio ese príncipe mendigo?―preguntó incrédulo el Lord―. Un Dugues nunca realiza un favor sin nada a cambio.
Altaír intentó escoger cuidadosamente sus palabras.
―Ha querido tomarme como pupilo de los Dugues, para que aprenda a ser un buen Señor y un respetado Conde, como lo sois vos, Mi señor.
―Me hubiese gustado ver su rostro cuando lo echasteis del castillo ―sonrió observando los ojos verdes del muchacho.
―Este… no, Mi señor ―dijo Altaír con la voz temblorosa―. Aquello no sucedió, he aceptado la propuesta del príncipe. Partiré a Colina Dorada apenas vosotros abandonéis el castillo.
La sonrisa de Lord Domen se desvaneció por completo y pareció apretar los dientes.
―Entonces la historia que me contó vuestro castellano era cierta ―dijo con un tono brusco.
Altaír palideció.
« ¿Ser Keont?... El bastardo se lo ha contado antes que yo ―pensó furioso―. Me ha traicionado, lo haría tarde o temprano….».
― ¿Qué creéis que sucederá cuando vos estéis lejos de Muros Blancos y de Montehierro?―preguntó el Lord subiendo el tono de su voz.
―El príncipe administrará este castillo y el de Montehierro―respondió sin tomar aliento―. Mi hermana Nora será guiada por un tutor que….
― ¿Es que acaso no habéis aprendido nada de los jodidos libros? ¡Sois un estúpido! ―gritó de pronto el hombre―. Te arrebatarán tu hogar, tus dominios, ¡Mis dominios!
Lord Domen se levantó de la mesa de golpe con la respiración agitada.
― Esto es un acto de traición, a los Folmener y a tu Señor ―continuó―. Recuerda que sois mi vasallo, niñato.
« Ya no soy un niño, hijo de puta ».
Altaír se levantó de la mesa y observó directamente a los ojos del Lord.
―Os recuerdo que yo también soy un Conde ―dijo apretando los dientes―. Las Tierras de los Minerales me pertenecen.
―Pero seguís siendo mi vasallo por las Tierra de las Flores. Un Rey de Tierra nunca se arrodillará ante un Rey de Fuego, mucho menos a un Conde, cabrón.
― ¿Habéis visto acaso alguna vez al Rey Larsh Folmener visitando este castillo? ¿O el vuestro?―preguntó Altaír con furia.― No les importamos a la corona de Fuego, solo quieren nuestros recursos. Los hombres de tierra quieren volver a la corona de Tierra, es allí donde pertenecemos. El príncipe Dugues me ha ofrecido protección, una protección que vos como Conde debía haberme brindado. La decisión ya está tomada.
―Mi deber es brindaros ayuda, sin dudas, Mi señor ―Lord Domen aplaudió dos veces―. Os ayudaré en terminar rápido con esta tontería.
Las puertas que estaban situadas a espaldas de Lord Domen se abrieron de golpe, diez hombres de su guardia entraron erguidos y con un casco que sólo dejaba ver sus ojos. La guardia se desperdigó por ambos lados de la habitación.
―Os haré entender por las palabras o por las espadas ―recitó lentamente el Lord.
Altaír comprendió lo que sucedía y agradeció a los dioses de Tierra, pues se había anticipado a aquel escenario.
― ¿Es que acaso os habéis quedado mudo? ¡Habla cabrón!
Altaír agarró su copa de vino y realizó tres fuertes golpes contra la mesa. Veinte hombres de la guardia Dugues entraron ordenadamente por el otro extremo de la habitación, algunos tenían cota de malla, mientras que los otros vestían prendas más livianas.
Cinco arqueros rápidamente agarraron una flecha de sus carcajes y la tensaron en sus cuerdas.
Lord Domen palideció.
―No quiero derramar sangre en estos salones, Mi señor ―dijo Altaír apretando sus mandíbulas―. Os pido que se retire inmediatamente de mi Castillo, os daré pan y trozos de cerdo para el camino de su hueste. Sólo iros de aquí.
― ¿Y dejar que manches las Tierras de las Flores con una traición que el Fuego no olvidará? Seré arrastrado como traidor junto a vos. Prefiero morir.―dijo con decisión Lord Domen Rossal―. ¡Hombres! ¡Tomad este castillo! ¡Asesinad a los jodidos guardias Dugues y tomad a este niñato! ¡Ahora!
Y fue en ese momento que Cassia, desde la habitación, escuchó el rugido del bosque.
Cassia galopaba agitada junto a su señor padre y a los quince hombres de la guardia Rossal. Había soportado los primeros días de viaje dentro del carruaje, pero el camino de piedra que unía Fuerte Roble con Muros Blancos se hacía tan irregular que el carro saltaba al andar sin parar. Prefería el manso galope de su blanco caballo. Alexandor, el encargado del establo, le había obsequiado a Luna dos semanas antes que la hermosa doncella partiera. Lord Domen temía que el joven caballo no se acostumbrara tan deprisa a un nuevo dueño, sin embargo, la conexión entre Luna y Cassia fue inmediata; era un caballo manso y muy rápido cuando la joven se lo ordenaba.
El viaje había sido largo y tedioso, los bosques y pequeñas colinas se alzaban por el Este mientras que el Mar de los Dioses brillaba en el Oeste, los pequeños puertos y villas que se esparcían por la Bahía de los Cangrejos eran pobres y desaliñadas; muchos de sus habitantes se arrastraban hasta el camino de piedra para pedir alguna limosna. Los guardias Rossal amenazaban y empujaban a todos los que osaran acercarse a su señor o a la doncella, sin embargo Cassia se compadecía de ellos.
A lo lejos divisaron Muros Blancos; el castillo se alzaba encima de las murallas relucientes y el poblado a su alrededor parecía limpio y tranquilo. La joven Rossal se percató que el follaje no era tan abundante como en Fuerte Roble, quizá porque cada vez se acercaban más a El Cruce y a las Tierras de Fuego.
«Y allí casi nunca crecen flores».
Cassia sintió un nudo en el estómago, hace mucho tiempo que no veía a Altaír El Bello y cada vez estaba más cerca de conocer Piedrafuego y a la familia Real. Había sido difícil despedirse de su señora madre, de Lander, de Myro y hasta de Iona. Cassia tuvo que secar sus lágrimas cuando se despidió con un fuerte abrazo. Sabía que pasaría bastante tiempo para poder volver a ver a sus hermanos, especialmente a la pequeña que había sido prometida a Los Antiguos, como dictaba la tradición de los elementos. Por otro lado, sabía que Lander y Myro no dejarían en paz a las nodrizas, les jugarían bromas pesadas e irritarían a madre.
Sin embargo algo más inquietaba a Cassia Rossal. Desde el incidente que presenció en el Gran Roble junto a Alexandor, no había podido conciliar el sueño; cada noche sentía un calor que emergía de su interior, resequedad en las manos y despertaba ahogada y desesperada. Lady Lena ordenó de inmediato traer a la herborista más conocida de la región, quien por suerte, se hallaba en los bosques de Fuerte Roble buscando hierbas para sus pócimas. Pero ninguna milagrosa pócima logró sanar lo que le acontecía a la joven Cassia por las noches, sin embargo, Cassia mintió a su señora madre, afirmando que ya estaba mejor; no quería que cancelaran su viaje a la capital.
Cuando llegaron a las puertas del castillo de Muros Blancos, los barrotes de hierro comenzaron a subir lentamente. Ser Keont, el castellano, estaba parado en el gran patio central, mientras que un pequeño grupo de hombres de la guardia Lemar se erguían cansados.
Lord Domen Rossal desmontó torpemente su caballo y se acercó al grupo.
―Sois bienvenido, Mi Conde―saludó recio Keont.
El Lord observó a su hija e hizo un gesto para que se acercara.
―Muchas gracias castellano―respondió sin parecer importarle y observando hacia su alrededor. ― ¿Dónde está Altaír?
―Mi Señor se encuentra dándose un baño en estos momentos, pensamos que demorarían más en llegar.
―Decidle a tu Lord que tendrá tiempo de darse baños de chicas más tarde― dijo Domen lanzando un bufido―. Hay asuntos más importantes que discutir.
―Por favor, acompañadme al gran salón, haré llamar a nuestro Señor de inmediato.
Cassia entregó las riendas de Luna a un regordete niño que estaba encargado del establo. El blanco caballo lanzó un bufido y retrocedió.
―Tranquila, tranquila…―susurró Cassia acariciando el pelaje de Luna.―Volveré de inmediato.
Inmediatamente el animal se tranquilizó y el niño, que había estado tironeando las cuerdas, se marchó junto al caballo con los mofletes colorados.
―Mi Dama, será mejor que camine junto a vuestro padre―dijo Lomber, un fornido miembro de su guardia.
Cassia avanzó por los iluminados pasillos del castillo; nunca había visto paredes tan blancas y limpias. En Fuerte Roble, la madera que cubría los muros comenzaba a podrirse por la humedad y el moho tenía que ser limpiado constantemente.
«Aquí todo es tan puro».
Los tibios rayos del sol de invierno entraban por una magnífica cúpula de cristal que cubría el gran salón. Tenía forma pentagonal, piso de madera oscura y una redonda mesa adherida al suelo se erguía imponente. Lord Domen saludaba amablemente a un joven que Cassia no demoró en reconocer; Altaír El Bello.
El joven llevaba el cabello corto, de un castaño claro, ojos verdes como los que ella poseía y mandíbula cuadrada. Vestía un jubón púrpura de seda brocado con figuras en forma de flores color bronce, una pequeña gorguera que apretaba su cuello y calzas blancas que parecían lavadas en lejía.
―Mi Dama―saludó Altaír esbozando una amplia sonrisa.― es un gusto veros después de tanto tiempo. Seguís tan bella como os recordaba.
Cassia sintió que sus pómulos comenzaban a arder.
«No te pongas nerviosa, los hombres de tierra detestan a las doncellas tímidas».
―Lo mismo podría decir de vos, Mi señor―trató de mantener una voz firme.―Estáis mucho más alto desde la última vez que os vi.
―Sé que estaréis un poco cansada luego de tan largo viaje, Mi Dama―dijo con una voz suave.―pero me preguntaba si era posible enseñaros los jardines de orquídeas antes de que celebremos el banquete.
Cassia se percató que su padre clavaba sus caídos ojos sobre el muchacho.
―Si es que vuestro padre lo concede―volteó su rostro hacia el Lord.
Lord Domen soltó una carcajada grotesca.
―Por supuesto que puede, Cassia ha estado ansiosa de verte desde que celebró su banquete―contestó mientras ajustaba la correa que estrangulaba su barriga prominente.―cuando vuelvas podremos hablar de nuestros asuntos.
«Padre ¿por qué me avergüenzas así?» pensó la joven mientras depositaba su brazo en el regazo que le ofrecía Altaír.
Los jardines de orquídeas se situaban en la parte trasera del castillo, estaban rodeados de pequeños muros para que los campesinos y gente del pueblo no entraran a robar o a pernoctar en el lugar. También tenía un camino de piedras rojas que formaban una cruz y en cada extremo un jardín crecía; el primero de orquídeas blancas, luego de árboles frutales; hierbas medicinales y pequeñas hortalizas para la comida.
Altaír llevaba del brazo a Cassia hacía al medio del jardín, donde había una glorieta de madera cubierta por pequeñas flores.
―Es magnífico este lugar, Mi señor ―dijo Cassia halagándolo―. Sabéis bien que en Fuerte Roble no tenemos estos hermosos jardines. Las rosas crecen de manera libre en los bosques.
―Estos jardines fueron construidos hace cientos de años por Alexer II, lo llamaban El Jardinero ―respondió Altaír observándola a los ojos―. Se dice que Alexer se enamoró de la Princesa del Bosque, pero ella tenía solamente ojos para el Rey de los Frexnos.
― ¿Los Frexnos? ¿Aquellos antiguos árboles caminantes? ―preguntó Cassia sorprendida.
―Así es. Alexer mandó a llamar a todos los herboristas de la zona para que recolectaran las especies más raras de plantas y flores; quería realizar las pócimas más fuertes del amor, para así enamorar a la dulce y recóndita princesa.
»Sin embargo, nada de eso funcionó. Fue entonces cuando Alexer mandó a llamar por segunda vez a los herboristas y también a los constructores para que erigieran un hermoso jardín; el buen Lord pretendía ganarse el favor de la princesa con el mejor jardín de orquídeas que existiese en todo el Reino. La princesa comenzó a visitar el jardín cuando el sol se ocultaba por el mar, así ningún Frexno podía observarla. No obstante, Alexer fue traicionado por un Antiguo devoto de la tierra que estaba a su servicio.
» Xendhou, el rey de los Frexnos, al enterarse de lo que acontecía, envió a su ejército a destruir el jardín. Aquellos días fueron oscuros y sangrientos, docenas de mujeres, niños y hombres fueron masacrados por los Frexnos.
»Alexer observó cómo su jardín quedaba reducido a escombros desde esa torre―apuntó Altaír hacia una gran columna que se erguía en la zona trasera del castillo―. Pero no se dio por vencido. Tiempo después llamó a constructores y herbarios de otras regiones, volvieron a construir y los Frexnos lo volvieron a destruir. Así pasaron muchas lunas llenas e incluso años, pero el amor que sentía Alexer por la princesa era demasiado fuerte para dejarse vencer.
»Cuando ya ningún herbario o constructor quería edificar algo que sería inmediatamente destruido, el buen Lord decidió hacerlo con sus manos, moldeo un jardín tan bello que no solo atrajo a la princesa del bosque, sino a todas las damiselas nobles del Reino. Xendhou cansado de la insolencia de Alexer Lemar, marchó solo en busca de su princesa. Una gran batalla se llevó a cabo en Muros Blancos aquel atardecer. Se dice que Alexer fue capaz de controlar la tierra que había bajo sus pies, que fue así como, a pesar de sus años, logró vencer a Xendhou, convirtiéndolo en esta glorieta de madera en la que estamos ahora mismo.
―Es una historia magnífica, Mi señor― dijo Cassia mirándolo embobada―. Sois muy sabio.
―Pero es solo una leyenda, Mi Dama― respondió con un tono solemne―. Dudo que todas aquellas cosas hayan pasado alguna vez.
Cassia se percató que Altaír observaba el suelo.
― ¿Os acontece algo, Mi señor?
―Nada que os deba preocuparos, Mi Dama― esbozó una falsa sonrisa―. Es simplemente que tengo una sensación amarga. A veces no sabemos si hemos tomado una decisión sabia o no, no sabemos si las consecuencias serán positivas o nefastas; solo tenemos incertidumbre.
―Os vuelvo a repetir, Mi señor― dijo Cassia consolándolo―. Parecéis muy sabio, sea cual se aquella decisión, estoy segura que fue la correcta.
―Y vos sois muy observadora, Mi Dama― dijo Altaír tomando su mano.
« ¡Dioses de Tierra! Tranquila ¿Es ahora cuando viene un beso?, su aliento huele a limón. ¿Deberé besarlo yo? ¡Anda! No seáis estúpida, los hombres son los que deben besar primero»
―Está oscureciendo y vuestro padre quiere hablar algunos asuntos antes del banquete―dijo Altaír soltándole la mano―. Ve a cambiaros de ropa, me han dicho que has dejado a vuestra criada en Fuerte Roble, mi hermana Nora os esperará en vuestra habitación. Está encantada de serviros.
―Eh… Muchas gracias, Mi señor―respondió sonrojada Cassia.
Ambos jóvenes regresaron por el camino de tierra que cubría el jardín, los últimos rayos de sol se colaban por las ramas de los árboles que parecían estar alegres de escuchar una antigua leyenda.
Altaír observó que Cassia subía las frías escaleras de pedruscos oscuros junto a dos guardias Rossal.
El joven se dirigió hacia el gran salón, donde las criadas ya habían encendido los candelabros y las llamas de los cirios abrigaban el ambiente.
«Es una noche bastante iluminada― pensó mientras observaba la cúpula de cristal―. El cielo está despejado y las estrellas brillan con fuerza».
De pronto la puerta principal se abrió de golpe. Lord Domen venía murmurando con Ser Keont, sin embargo, al notar la presencia de Altaír ambos callaron de inmediato.
―Mi señor ―dijo Keont con una mirada tosca―. Os dejo con vuestro Conde, iré a cerciorarme de que el banquete se esté preparando apropiadamente.
Altaír sintió un extraño escalofrío. El joven asintió y el castellano se retiró silenciosamente. Lord Domen se sentó en la gran mesa que se erguía al centro de la habitación y Altaír agarró una jarra de vino que estaba depositada en una encimera del rincón.
El joven se dispuso a servir en la copa del Conde Rossal hasta que éste lo interrumpió.
―El vino es bebida de mujeres, muchacho ―dijo lanzando un gruñido―. ¿No tenéis acaso cerveza o algo más fuerte?
―Me temo que en la habitación no, Mi Conde ―respondió Altaír cuidadosamente―. Los barriles de cerveza serán ocupados en el banquete. Si os place puedo mandar a buscar un barril con las criadas.
―Olvidadlo, habrá tiempo de bebidas en el banquete. Vayamos a lo que importa.
El frío comenzaba a colarse por los huecos de las puertas, el gran Lord olía a sudor y tenía el aliento agrio.
― ¿Qué es lo que os acontece? ―preguntó sirviendo una copa de vino para él.
―Vos sabéis bien que el bienestar de mi familia es lo más importante para mí, especialmente de mi hija Cassia.
―Sin dudas, Mi señor. He escuchado que desde la muerte de Taro vuestra familia no ha podido estar completamente tranquila.
Lord Domen lo miró directamente a los ojos.
―Aquél muchacho era terco, le gustaba pescar y pelear con cualquiera que se le cruzase. Le advertí muchas veces que no subestimara el poder el mar, pero ya sabéis que sucedió.
―Una gran lástima, Mi señor.
Un tenso silencio se apoderó de la habitación.
―Pero no he pasado por Muros Blancos para lamentar fantasmas del pasado― cambió de tema el Lord―. He venido a haceros una propuesta.
―Soy todo oídos, Mi Conde ―dijo Altaír mientras tomaba un sorbo de vino.
―Sabéis bien que mi hija está enamorada de vos. Siempre lo ha estado, desde aquél baile de la cosecha que se celebró en Puerto Anchoa.
―Vuestra hija me admira mucho, tanto como yo la admiro a ella.
―No seáis humilde, muchacho ―lanzó una pequeña carcajada―. Sois tan guapo que cualquier chica caería a vuestros pies. Hasta los pervertidos os desearían.
Altaír se ruborizó.
« ¿A qué quiere llegar con todo esto?».
―Mi hija estará algún tiempo en Piedrafuego, sirviendo a la princesa Edda. No quiero que se quedé allí por mucho tiempo, ya es una mujer y necesita un hombre al que sirva.
El joven Lemar entendió a lo que quería llegar.
― ¿Queréis que pida su mano? ¿Qué unamos nuestras Casas?
―Exactamente muchacho, desde hace generaciones que los Rossal no se han casado por amor; mi hija estará feliz contigo y vuestro heredero será algún día Conde de las Tierras de las Flores y de las Tierras de los Minerales.
―Este… Es un trato justo, Mi señor…Pero… ―la voz de Altaír comenzó a temblar.
El gran Lord entre cerró los ojos.
― ¿Qué es lo que sucede, muchacho? Decidlo de una vez.
Altaír no sabía cómo decirlo.
―Hace algunas semanas el príncipe Ronn Dugues vino a visitarme y…
― ¿El cabrón Dugues os ha hecho una visita? ―preguntó sorprendido el Lord―. ¿Qué es lo que quería el hijo de puta?
Las manos de Altaír comenzaron a sudar, el frío parecía haber entrado en su interior, pues no dejaba de sentirlo a pesar de que sus mejillas ardían.
―Este… Ha venido a ofrecer ayuda para combatir a los mercenarios que están robando el oro en Montehierro y sus alrededores.
Lord Domen soltó una gran risotada que pareció extraña.
― ¿Qué pedía a cambio ese príncipe mendigo?―preguntó incrédulo el Lord―. Un Dugues nunca realiza un favor sin nada a cambio.
Altaír intentó escoger cuidadosamente sus palabras.
―Ha querido tomarme como pupilo de los Dugues, para que aprenda a ser un buen Señor y un respetado Conde, como lo sois vos, Mi señor.
―Me hubiese gustado ver su rostro cuando lo echasteis del castillo ―sonrió observando los ojos verdes del muchacho.
―Este… no, Mi señor ―dijo Altaír con la voz temblorosa―. Aquello no sucedió, he aceptado la propuesta del príncipe. Partiré a Colina Dorada apenas vosotros abandonéis el castillo.
La sonrisa de Lord Domen se desvaneció por completo y pareció apretar los dientes.
―Entonces la historia que me contó vuestro castellano era cierta ―dijo con un tono brusco.
Altaír palideció.
« ¿Ser Keont?... El bastardo se lo ha contado antes que yo ―pensó furioso―. Me ha traicionado, lo haría tarde o temprano….».
― ¿Qué creéis que sucederá cuando vos estéis lejos de Muros Blancos y de Montehierro?―preguntó el Lord subiendo el tono de su voz.
―El príncipe administrará este castillo y el de Montehierro―respondió sin tomar aliento―. Mi hermana Nora será guiada por un tutor que….
― ¿Es que acaso no habéis aprendido nada de los jodidos libros? ¡Sois un estúpido! ―gritó de pronto el hombre―. Te arrebatarán tu hogar, tus dominios, ¡Mis dominios!
Lord Domen se levantó de la mesa de golpe con la respiración agitada.
― Esto es un acto de traición, a los Folmener y a tu Señor ―continuó―. Recuerda que sois mi vasallo, niñato.
« Ya no soy un niño, hijo de puta ».
Altaír se levantó de la mesa y observó directamente a los ojos del Lord.
―Os recuerdo que yo también soy un Conde ―dijo apretando los dientes―. Las Tierras de los Minerales me pertenecen.
―Pero seguís siendo mi vasallo por las Tierra de las Flores. Un Rey de Tierra nunca se arrodillará ante un Rey de Fuego, mucho menos a un Conde, cabrón.
― ¿Habéis visto acaso alguna vez al Rey Larsh Folmener visitando este castillo? ¿O el vuestro?―preguntó Altaír con furia.― No les importamos a la corona de Fuego, solo quieren nuestros recursos. Los hombres de tierra quieren volver a la corona de Tierra, es allí donde pertenecemos. El príncipe Dugues me ha ofrecido protección, una protección que vos como Conde debía haberme brindado. La decisión ya está tomada.
―Mi deber es brindaros ayuda, sin dudas, Mi señor ―Lord Domen aplaudió dos veces―. Os ayudaré en terminar rápido con esta tontería.
Las puertas que estaban situadas a espaldas de Lord Domen se abrieron de golpe, diez hombres de su guardia entraron erguidos y con un casco que sólo dejaba ver sus ojos. La guardia se desperdigó por ambos lados de la habitación.
―Os haré entender por las palabras o por las espadas ―recitó lentamente el Lord.
Altaír comprendió lo que sucedía y agradeció a los dioses de Tierra, pues se había anticipado a aquel escenario.
― ¿Es que acaso os habéis quedado mudo? ¡Habla cabrón!
Altaír agarró su copa de vino y realizó tres fuertes golpes contra la mesa. Veinte hombres de la guardia Dugues entraron ordenadamente por el otro extremo de la habitación, algunos tenían cota de malla, mientras que los otros vestían prendas más livianas.
Cinco arqueros rápidamente agarraron una flecha de sus carcajes y la tensaron en sus cuerdas.
Lord Domen palideció.
―No quiero derramar sangre en estos salones, Mi señor ―dijo Altaír apretando sus mandíbulas―. Os pido que se retire inmediatamente de mi Castillo, os daré pan y trozos de cerdo para el camino de su hueste. Sólo iros de aquí.
― ¿Y dejar que manches las Tierras de las Flores con una traición que el Fuego no olvidará? Seré arrastrado como traidor junto a vos. Prefiero morir.―dijo con decisión Lord Domen Rossal―. ¡Hombres! ¡Tomad este castillo! ¡Asesinad a los jodidos guardias Dugues y tomad a este niñato! ¡Ahora!
Y fue en ese momento que Cassia, desde la habitación, escuchó el rugido del bosque.