19/08/2015 02:07 PM
UNA HISTORIA DE ENANOS
PARTE I
Los ojos de los siete enanos estaban fijos en el mismo punto. Una delgada columna de humo blanquecino se elevaba perezosa desde la parte baja del valle, destacándose claramente contra el brillante cielo de la mañana.—No me gusta —dijo uno de ellos, de pie con los brazos cruzados y semblante serio—. Ayer no había nada cuando pasamos por allí. Lo habríamos visto.
—No me digas —resopló otro, sentado sobre una roca un poco más atrás. Descansaba ambas manos sobre el mango de un hacha de batalla tan enorme como él mismo, que apoyaba contra el suelo, a modo de bastón. A su lado había un escudo redondo de los que tanto gustaban a los enanos.
—¿Algún problema? —replicó el primero, volviéndose a medias—. ¿Quieres que te diga otra cosa?
—Gollin, Draid, ya basta. No es momento para peleas —dijo un tercero. Ambos cruzaron una última mirada y luego agacharon la cabeza, dando por zanjada la disputa—. ¿Qué opinas tú, Fionnor? —La pregunta iba dirigida a un enano de pelo blanco y barba igualmente blanca que estaba de pie a su lado. Era con diferencia el más viejo de todos.
Fionnor tardó unos instantes en responder.
—No lo sé. Podría no tener ninguna relación con nosotros —comenzó, sin apartar la vista del horizonte. Todos guardaban silencio, atentos a sus palabras—. O quizá sí. Si me estás pidiendo consejo, yo no me arriesgaría. —Volvió su mirada hacia el enano que le había preguntado—. Pero la decisión es tuya, Brunden. Tú eres el jefe.
Brunden miró a sus compañeros. El gigantón, Gollin, seguía sentado, pero su hacha descansaba ahora sobre sus rodillas. El susceptible de Draid oteaba de nuevo el horizonte con cara de pocos amigos, lo mismo que Leid, el cronista del grupo, tan joven que aún no podía dejarse crecer la barba. Los hermanos, Hagrin y Sonn, los mejores cazadores de todo el país a decir de muchos, le miraban expectantes, al igual que Fionnor.
—¡Mirad! —gritó de pronto Leid. Todos se volvieron hacia la dirección que indicaba el brazo extendido del joven. Una segunda columna de humo acababa de aparecer en la parte alta del valle, justo en el extremo contrario al de la primera. Gollin escupió.
—Apuesto mi parte del botín a que sí tiene relación con nosotros —dijo.
Fionnor le miró de soslayo, pero no dijo nada. Ni siquiera Draid hizo comentario alguno. Un pesado silencio se adueñó del grupo. Ya no había duda posible, todos sabían el significado de esas columnas de humo. En algún lugar graznó un cuervo.
—Está bien, escuchadme. —Brunden avanzó unos pasos y se situó en el centro de todos ellos—. Parece que vamos a tener problemas, pero todos sabíamos los riesgos que conlleva un viaje como éste. ¿Es que vamos a salir corriendo como chiquillas elfas al primer contratiempo? Según el mapa, ya estamos muy cerca de la Puerta de Aedlin. Pensad en todo lo que podemos encontrar allí. ¿Queréis abandonar justo ahora? —giró sobre sí mismo, mirándolos uno a uno—. ¿Queréis regresar y arrepentiros el resto de vuestra vida? —se irguió en toda su estatura—. ¡Por el Gran Gusano, yo voy a continuar! ¿Quién de vosotros está conmigo?
Gollin golpeó su enorme hacha contra el escudo.
—Si va a haber una fiesta, no me la quiero perder —bramó—. ¡Yo estoy con Brunden!
—¡Y yo! —gritaron Draid y Leid a la vez.
—Nosotros también —dijo Hagrin, el mayor de los hermanos.
Brunden miró a Fionnor, que no había dicho nada aún. Éste le sostuvo la mirada por unos instantes. Finalmente, asintió levemente con la cabeza.
—Muy bien —dijo Brunden con una sonrisa—. Levantad el campamento. Seguimos.
***
—Este lugar es casi demasiado perfecto —dijo Hagrin—. Hay un pequeño arroyo detrás de esa línea de pinos, y estos peñascos nos protegerán del viento.
—De todas formas, no tenemos mucho tiempo antes de que se ponga el sol —murmuró Brunden tras echar una ojeada al pequeño claro que había descubierto Hagrin—. Pasaremos aquí la noche, chicos —gritó volviéndose hacia los demás.
Ese día habían recorrido más distancia de lo habitual y apenas habían parado a descansar a mediodía, así que todos dejaron caer las mochilas con alivio. Fionnor dijo algo en voz baja, y Gollin, que estaba a su lado, soltó una carcajada.
—Hagrin, ve a ver si se puede pescar algo en ese arroyo —el enano corrió a cumplir la orden—. Los demás, hay que buscar leña y encender un fuego.
Draid se acercó hasta donde estaba su jefe.
—¿Qué te parece si preparo unos regalitos por si tenemos visita esta noche? Creo que todos dormiríamos más tranquilos.
—Buena idea —asintió Brunden—. ¿Por qué no dejas que te acompañe Leid?
—Preferiría ir solo —contestó, frunciendo el ceño.
—¡Leid! –llamó Brunden. El enano levantó la cabeza con rapidez—. ¿No querías aprender algo más sobre runas? —Draid resopló, pero no dijo nada. Brunden lo miraba, divertido—. Acompaña a Draid, nosotros prepararemos el fuego.
El cronista dejó inmediatamente lo que estaba haciendo y corrió a unirse a Draid, que ya se alejaba hacia los árboles a grandes zancadas, rezongando por lo bajo.
—Venga chico, no te quedes atrás —le dijo cuando llegó a su altura—. Cuidado no tropieces con algo, ¿eh? No querría tener que hacer de enfermera también.
Abandonaron juntos el claro y se adentraron unos metros en el bosque.
—¿Qué tipo de runas vamos a hacer, ann Draid? —Draid pareció ignorar la pregunta. Leid estaba dudando si repetirla o dejarlo correr cuando el enano más mayor se detuvo junto al tronco de un enorme pino. Leid hizo otro tanto.
—Runas de proximidad—le contestó mientras rebuscaba en una pequeña bolsa—. Si alguien se acerca a menos de diez pasos, recibirá una descarga de energía que dejaría tieso a un jabalí. Por desgracia, sólo funcionan una vez.
Por fin encontró lo que estaba buscando. Era un pequeño cuchillo, con mango de hueso.
—¿Ves algo especial? —preguntó, mostrándoselo a Leid. Éste lo miró con atención. Se veía viejo pero afilado. Había unas iniciales grabadas en el mango, pero aparte de eso no tenía nada de raro.
—Pues… no, no sé. Creo que no —titubeó, un poco nervioso.
—¡Ja! —soltó el otro—. Eso es porque es un cuchillo normal y corriente —dijo con una media sonrisa que no pudo ocultar—. Por eso las runas que vamos a hacer no durarán ni un día. Si tuviera un cuchillo en condiciones, con la hoja grabada y todo eso, podríamos hacer runas mucho mejores, pero esto es lo que hay —se encogió de hombros—. De todas formas, tampoco necesitamos que duren más allá de esta noche —añadió, mientras le tendía el cuchillo a Leid y se arrodillaba al pie del árbol. El cronista se arrodilló junto a él.
—Para que una runa funcione —el enano comenzó a limpiar la corteza de una parte del tronco— debes estar concentrado en todo momento. La runa debe estar bien escrita, claro —cogió el cuchillo que sostenía Leid—, pero no sólo eso: tienes que tener claro qué quieres que haga esa runa, y transmitirlo mientras estás escribiendo. Si te distraes, la runa no funcionará, o peor aún, hará algo totalmente imprevisible.
Calló y comenzó a tallar sobre la madera del pino. Manejaba el cuchillo con seguridad y precisión. Al poco, la tensión hizo que el sudor comenzara a resbalarle por la frente. Leid permanecía en silencio a su lado, fascinado. Todo a su alrededor se desvaneció: ruidos, olores… sólo existía aquel cuchillo tallando firme la madera, sin descanso, transmitiendo la energía de su dueño a los misteriosos trazos de las runas. Al cabo de un tiempo que a Leid le pareció una eternidad, Draid se relajó y se incorporó despacio.
—Bueno, ya está —murmuró—. ¿Tienes el colgante?
—¿Cómo?
—Que si llevas puesto el colgante, chico —repitió Draid con irritación—. La runa está a punto de activarse, si no tienes el amuleto la energía que desprendes la disparará y acabarás frito. Probablemente no te mataría, pero aun así no creo que quieras probarlo.
Leid vio como la runa comenzaba a brillar tenuemente con una luz verdeazulada. Se palpó rápidamente el cuello por encima de la camisa, y notó el pequeño colgante de hueso que les había dado Brunden a todos al principio del viaje. Asintió con fuerza.
—Bien, ahora escucha. No todas las runas sirven para lo mismo —le explicó Draid, mientras daba golpecitos con el cuchillo en el tronco—. Tienes que saber elegir cuál es la mejor para el uso que quieras darle, y luego tienes que saber combinarlas. Una runa aislada no tiene mucho poder, pero si las encadenas de forma apropiada puedes conseguir efectos increíbles. ¿Lo has entendido, chico? —Leid asintió de nuevo—. Bueno, vamos a por la segunda.
Leid miró hacia atrás mientras se alejaban y vio como el brillo de la runa se apagaba con rapidez. Ahora cualquiera que no tuviera protección se llevaría un mal recuerdo de esa noche.
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