— ¡PAM!
La explosión resonó por toda la cueva mientras la bala salía disparada hacia su objetivo. El muchacho bajó el arma y movió la mano izquierda de un lado al otro en el aire para que la cortina de humo que le cegaba se disipara más rápido. Forzó la vista con los ojos enrojecidos con la esperanza de haber acertado al objetivo que se encontraba a 200 pasos de su posición, pero el maniquí seguía intacto. Había vuelto a fallar.
— ¡Ricot, no te he dicho mil veces que aguantes la respiración antes de apretar el gatillo! —le gritó enojado el anciano que vigilaba todos sus movimientos desde detrás—. No das ni una. Será mejor que tomemos un descanso…
Ricot respiró aliviado al escuchar que podía tomarse una pausa y siguió al sargento Thobías hasta las gradas de acero que se encontraban en un lateral del campo de prácticas de tiro en el que estaban entrenando. La mayoría de soldados o aprendices habían abandonado ya el lugar. Ricot no se dio cuenta de lo cansado que estaba hasta que se sentaron. Tras tres horas de insufribles prácticas tenía los brazos y los hombros fatigados y doloridos, su uniforme de aprendiz marrón cubierto de hollín y los oídos le zumbaban a causa de haber escuchado tantas pequeñas explosiones reverberando en las paredes rocosas de la cueva. Tenía ganas de cerrar los ojos y descansar tranquilamente, pero entonces Thobías empezó a relatar otra de sus inaguantables peroratas:
— "Recuerda, chaval, nuestro pueblo nació de la combinación del fuego y el metal, y esta arma letal que estás aprendiendo a usar creada por los alquimistas a partir de puro hierro fundido forjado en forma de tubo, que se dispara con una llave de chispa es la prueba definitiva. Puede atravesar hasta la más gruesa de las corazas y alcanzar a un enemigo a más de cien varas de distancia. Hay muchos monstruos allá fuera, pero mientras tengas tu arcabuz junto a ti podrás acabar con cualquiera de ellos de un solo disparo certero que queme y perfore su carne.
Por otro lado, la ballesta se considera hoy en día por parte de nuestro ejército un arma arcaica y poco digna puesto que se fabrica con madera y cuerda en lugar de metal, pero nadie duda de su eficacia. Disparada de forma certera contra una parte vital del enemigo puede ser igual de efectiva que el arcabuz…"
El sargento Thobías continuó incansable su discurso sobre el uso de las armas de proyectiles modernas, pero Ricot hacía ya rato que no le prestaba la más mínima atención. Llevaba ya dos meses a cargo del viejo, tiempo más que suficiente para haber aprendido que cuando Thobías (antiguo veterano de guerra del ejército de su Majestad reconvertido ahora en instructor de combate), empezaba a contar una de sus historias sobre estrategia militar o a quejarse de lo blandengues que se habían vuelto los jóvenes hoy en día, era mejor dejarle hacer. Ricot empezó a sentir que le dolía la cabeza y se preguntó una vez más cómo había acabado allí. Su destino nunca había sido el de convertirse en un belicista…
Era el tercer hijo de una familia bien estante apellidada Fergud. Tanto sus abuelos, como sus padres y como sus hermanos mayores, se dedicaban a la tradicional forja del hierro y de los objetos arcanos, por lo que se habían ganado merecidamente el prestigio de muchos de sus conciudadanos que admiraban sus fabricaciones. Todos ellos habían aprendido el arte de forjar en la institución conocida como "la Fábrica". Cuando Ricot alcanzó la edad de los 17 años, tal y como era la costumbre familiar, se presentó ante los herreros arcanos de la Fábrica para pasar unas pruebas con la intención de ser admitido y poder aprender el oficio. Sin embargo, para sorpresa de todos (incluso de sí mismo), Ricot demostró no poseer ningún tipo de aptitud mágica para poder ejercer la forja. Los herreros arcanos le explicaron que no poseía afinidad suficiente con el metal y el fuego, y que estos elementos eludían sus órdenes y se descontrolaban en sus manos. No podía ser admitido en la Fábrica.
Sus padres no dijeron nada al conocer la noticia, pero Ricot podía ver la decepción camuflada tras sus rostros pétreos. ¿Qué iban a hacer con él?
Su padre tenía varios contactos con sus clientes e intentó enchufar a su hijo en algún lugar donde pudiese labrarse un futuro digno. Sin embargo, tanto los pertenecientes al gremio de alquimistas como al de constructores no querían hacerse cargo de un muchacho a punto de llegar a la edad adulta que no poseía cualidades mágicas. Al final, un antiguo conocido de su padre llamado Thobías, accedió a entrenar a Ricot en el uso de las armas asegurándole que en el ejército tendría una buena vida. A falta de una mejor solución, sus padres accedieron y mandaron a Ricot con su nuevo maestro a un cuartel militar, destinando el dinero que habían guardado para su aprendizaje en la Fábrica a que aprendiese a usar la pica, la rodela, la ballesta y el arcabuz.
— "…y ya sabes que además una coraza o una cota de malla no serán rival… ¡¿Me estás escuchando, cadete?!"
Thobías se había detenido súbitamente al darse cuenta de que su alumno estaba mirando embobado las antorchas que iluminaban desde lo alto la cueva en lugar de prestarle atención. Ricot dio un brinco que elevó su trasero varios centímetros por encima del banco de la grada y se apresuró a responder lo primero que le vino a la cabeza:
— ¡Sí, señor! ¡Me preguntaba por qué, señor, no existe en el ejército una unidad de arcabuceros a caballo!
— ¿Cómo? ¡Cabalgar con un arcabuz! Menuda idiotez. Sabes muy bien que nosotros no cabalgamos. En mi opinión los caballos son bestias mimadas y poco fiables. ¿De dónde has sacado eso, novato?
— Pensaba en los caballeros de la antigüedad, señor. Ellos peleaban a caballo en épicos combates cuerpo a cuerpo.
— Épicos dice… Dime, chico, ¿qué tiene de épico una pelea a mamporros montado sobre un jamelgo?
— Eran muy valientes señor, se lanzaban a la carga en pos del honor y la gloria.
— ¿Y dónde están esos caballeros ahora? ¿Por qué crees que desaparecieron? Yo no veo que hay de honorable en formar parte del bando perdedor.
— Pero ellos…
— Basta, chico. ¿Es que no te he enseñado nada? Las tropas del Imperio combaten en formaciones cerradas de infantería, no hay lugar para el individualismo. Luchamos unidos en bloque como un solo hombre y es esa disciplina, determinación férrea y espíritu de compañerismo lo que nos hace triunfar sobre nuestros enemigos. Lees demasiados libros viejos. Te hace falta ver más mundo… Créeme, será un arcabuz el que te protegerá de los peligros del mundo cuando las palabras no basten; no la épica, la caballerosidad o la valentía.
Ricot calló ante aquella sentencia que a él le parecía injusta, pero sabía que no ganaría nada más que un entrenamiento mucho más duro al día siguiente si seguía discutiendo. Puede que los caballeros de antaño que portaban armaduras completas, bardas decorativas sobre sus caballos de guerra y pendones ondulando al viento en lo alto de sus lanzas hubieran desaparecido, pero él no dejaba de admirar las gestas que narraban los escritores y cantaban los bardos solo porque las órdenes de caballería hubiesen desaparecido.
— Esta tarde escribiré a tus padres para contarles tus progresos. Nos queda mucho por hacer, pero creo que para la próxima cacería tu entrenamiento ya estará terminado. Venga, es hora de continuar practicando.
Mientras se levantaban, Ricot no supo si su instructor le acababa de decir aquellas palabras con la intención de zanjar de tema, de darle ánimos o al verle muy distraído. Fuera como fuese, no contestó, volvió a coger el arcabuz, se colocó en posición y se preparó para disparar. Ojalá esa vez acertase al maldito maniquí…
Carta a la familia Fergud:
"Su pimpollo está aprendiendo rápido, estoy contento con sus progresos y habilidades. Ya sabe usar la pica y el arcabuz, las armas principales de todo entrenamiento militar que se precie, y pronto le daré clases para el uso de la ballesta y la rodela. Estoy seguro de que llegará a formar parte de las mejores unidades de élite del ejército de su Majestad, ¿y quién sabe? quizá incluso llegue a capitán del cuerpo de arcabuceros o de piqueros.
En cuanto a su actitud, es verdad que es un tanto alocado y fantasioso, pero así son los jóvenes de hoy. Confío en que tan solo le haga falta un poco más de mano dura y experiencia vital para convertirse en un hombre hecho y derecho. Puede que en ocasiones sea duro con él, pero ustedes saben tan bien como yo lo que le aguarda ahí fuera, más allá de las fronteras de nuestro glorioso Imperio. Más vale ser duro con él en estos momentos de su vida, pues seguro que este entrenamiento que ustedes le están pagando le ayudará a sobrevivir a los peligros con los que se encontrará más adelante."
Siempre es un honor,
Sargento Thobías
La explosión resonó por toda la cueva mientras la bala salía disparada hacia su objetivo. El muchacho bajó el arma y movió la mano izquierda de un lado al otro en el aire para que la cortina de humo que le cegaba se disipara más rápido. Forzó la vista con los ojos enrojecidos con la esperanza de haber acertado al objetivo que se encontraba a 200 pasos de su posición, pero el maniquí seguía intacto. Había vuelto a fallar.
— ¡Ricot, no te he dicho mil veces que aguantes la respiración antes de apretar el gatillo! —le gritó enojado el anciano que vigilaba todos sus movimientos desde detrás—. No das ni una. Será mejor que tomemos un descanso…
Ricot respiró aliviado al escuchar que podía tomarse una pausa y siguió al sargento Thobías hasta las gradas de acero que se encontraban en un lateral del campo de prácticas de tiro en el que estaban entrenando. La mayoría de soldados o aprendices habían abandonado ya el lugar. Ricot no se dio cuenta de lo cansado que estaba hasta que se sentaron. Tras tres horas de insufribles prácticas tenía los brazos y los hombros fatigados y doloridos, su uniforme de aprendiz marrón cubierto de hollín y los oídos le zumbaban a causa de haber escuchado tantas pequeñas explosiones reverberando en las paredes rocosas de la cueva. Tenía ganas de cerrar los ojos y descansar tranquilamente, pero entonces Thobías empezó a relatar otra de sus inaguantables peroratas:
— "Recuerda, chaval, nuestro pueblo nació de la combinación del fuego y el metal, y esta arma letal que estás aprendiendo a usar creada por los alquimistas a partir de puro hierro fundido forjado en forma de tubo, que se dispara con una llave de chispa es la prueba definitiva. Puede atravesar hasta la más gruesa de las corazas y alcanzar a un enemigo a más de cien varas de distancia. Hay muchos monstruos allá fuera, pero mientras tengas tu arcabuz junto a ti podrás acabar con cualquiera de ellos de un solo disparo certero que queme y perfore su carne.
Por otro lado, la ballesta se considera hoy en día por parte de nuestro ejército un arma arcaica y poco digna puesto que se fabrica con madera y cuerda en lugar de metal, pero nadie duda de su eficacia. Disparada de forma certera contra una parte vital del enemigo puede ser igual de efectiva que el arcabuz…"
El sargento Thobías continuó incansable su discurso sobre el uso de las armas de proyectiles modernas, pero Ricot hacía ya rato que no le prestaba la más mínima atención. Llevaba ya dos meses a cargo del viejo, tiempo más que suficiente para haber aprendido que cuando Thobías (antiguo veterano de guerra del ejército de su Majestad reconvertido ahora en instructor de combate), empezaba a contar una de sus historias sobre estrategia militar o a quejarse de lo blandengues que se habían vuelto los jóvenes hoy en día, era mejor dejarle hacer. Ricot empezó a sentir que le dolía la cabeza y se preguntó una vez más cómo había acabado allí. Su destino nunca había sido el de convertirse en un belicista…
Era el tercer hijo de una familia bien estante apellidada Fergud. Tanto sus abuelos, como sus padres y como sus hermanos mayores, se dedicaban a la tradicional forja del hierro y de los objetos arcanos, por lo que se habían ganado merecidamente el prestigio de muchos de sus conciudadanos que admiraban sus fabricaciones. Todos ellos habían aprendido el arte de forjar en la institución conocida como "la Fábrica". Cuando Ricot alcanzó la edad de los 17 años, tal y como era la costumbre familiar, se presentó ante los herreros arcanos de la Fábrica para pasar unas pruebas con la intención de ser admitido y poder aprender el oficio. Sin embargo, para sorpresa de todos (incluso de sí mismo), Ricot demostró no poseer ningún tipo de aptitud mágica para poder ejercer la forja. Los herreros arcanos le explicaron que no poseía afinidad suficiente con el metal y el fuego, y que estos elementos eludían sus órdenes y se descontrolaban en sus manos. No podía ser admitido en la Fábrica.
Sus padres no dijeron nada al conocer la noticia, pero Ricot podía ver la decepción camuflada tras sus rostros pétreos. ¿Qué iban a hacer con él?
Su padre tenía varios contactos con sus clientes e intentó enchufar a su hijo en algún lugar donde pudiese labrarse un futuro digno. Sin embargo, tanto los pertenecientes al gremio de alquimistas como al de constructores no querían hacerse cargo de un muchacho a punto de llegar a la edad adulta que no poseía cualidades mágicas. Al final, un antiguo conocido de su padre llamado Thobías, accedió a entrenar a Ricot en el uso de las armas asegurándole que en el ejército tendría una buena vida. A falta de una mejor solución, sus padres accedieron y mandaron a Ricot con su nuevo maestro a un cuartel militar, destinando el dinero que habían guardado para su aprendizaje en la Fábrica a que aprendiese a usar la pica, la rodela, la ballesta y el arcabuz.
— "…y ya sabes que además una coraza o una cota de malla no serán rival… ¡¿Me estás escuchando, cadete?!"
Thobías se había detenido súbitamente al darse cuenta de que su alumno estaba mirando embobado las antorchas que iluminaban desde lo alto la cueva en lugar de prestarle atención. Ricot dio un brinco que elevó su trasero varios centímetros por encima del banco de la grada y se apresuró a responder lo primero que le vino a la cabeza:
— ¡Sí, señor! ¡Me preguntaba por qué, señor, no existe en el ejército una unidad de arcabuceros a caballo!
— ¿Cómo? ¡Cabalgar con un arcabuz! Menuda idiotez. Sabes muy bien que nosotros no cabalgamos. En mi opinión los caballos son bestias mimadas y poco fiables. ¿De dónde has sacado eso, novato?
— Pensaba en los caballeros de la antigüedad, señor. Ellos peleaban a caballo en épicos combates cuerpo a cuerpo.
— Épicos dice… Dime, chico, ¿qué tiene de épico una pelea a mamporros montado sobre un jamelgo?
— Eran muy valientes señor, se lanzaban a la carga en pos del honor y la gloria.
— ¿Y dónde están esos caballeros ahora? ¿Por qué crees que desaparecieron? Yo no veo que hay de honorable en formar parte del bando perdedor.
— Pero ellos…
— Basta, chico. ¿Es que no te he enseñado nada? Las tropas del Imperio combaten en formaciones cerradas de infantería, no hay lugar para el individualismo. Luchamos unidos en bloque como un solo hombre y es esa disciplina, determinación férrea y espíritu de compañerismo lo que nos hace triunfar sobre nuestros enemigos. Lees demasiados libros viejos. Te hace falta ver más mundo… Créeme, será un arcabuz el que te protegerá de los peligros del mundo cuando las palabras no basten; no la épica, la caballerosidad o la valentía.
Ricot calló ante aquella sentencia que a él le parecía injusta, pero sabía que no ganaría nada más que un entrenamiento mucho más duro al día siguiente si seguía discutiendo. Puede que los caballeros de antaño que portaban armaduras completas, bardas decorativas sobre sus caballos de guerra y pendones ondulando al viento en lo alto de sus lanzas hubieran desaparecido, pero él no dejaba de admirar las gestas que narraban los escritores y cantaban los bardos solo porque las órdenes de caballería hubiesen desaparecido.
— Esta tarde escribiré a tus padres para contarles tus progresos. Nos queda mucho por hacer, pero creo que para la próxima cacería tu entrenamiento ya estará terminado. Venga, es hora de continuar practicando.
Mientras se levantaban, Ricot no supo si su instructor le acababa de decir aquellas palabras con la intención de zanjar de tema, de darle ánimos o al verle muy distraído. Fuera como fuese, no contestó, volvió a coger el arcabuz, se colocó en posición y se preparó para disparar. Ojalá esa vez acertase al maldito maniquí…
Carta a la familia Fergud:
"Su pimpollo está aprendiendo rápido, estoy contento con sus progresos y habilidades. Ya sabe usar la pica y el arcabuz, las armas principales de todo entrenamiento militar que se precie, y pronto le daré clases para el uso de la ballesta y la rodela. Estoy seguro de que llegará a formar parte de las mejores unidades de élite del ejército de su Majestad, ¿y quién sabe? quizá incluso llegue a capitán del cuerpo de arcabuceros o de piqueros.
En cuanto a su actitud, es verdad que es un tanto alocado y fantasioso, pero así son los jóvenes de hoy. Confío en que tan solo le haga falta un poco más de mano dura y experiencia vital para convertirse en un hombre hecho y derecho. Puede que en ocasiones sea duro con él, pero ustedes saben tan bien como yo lo que le aguarda ahí fuera, más allá de las fronteras de nuestro glorioso Imperio. Más vale ser duro con él en estos momentos de su vida, pues seguro que este entrenamiento que ustedes le están pagando le ayudará a sobrevivir a los peligros con los que se encontrará más adelante."
Siempre es un honor,
Sargento Thobías
"El pasado nunca deja de perseguirnos."