05/12/2015 08:38 AM
Vale, estoy de acuerdo con vuestras opiniones. He reescrito (y editado) el texto introductorio de arriba, el de Ricot (mi protagonista) por si os lo queréis volver a leer, ha cambiado bastante. Por otro lado, he decidido saltarme unos cuantos capítulos y dejar escrito ya el siguiente capítulo importante de la historia. Aquí lo tenéis, pero falta el trozo de la conversación entre los ángeles, que aun me estoy pensando qué poner. Cuando la historia esté mejor cuadrada la escribiré (porque aun me falta por presentar al malo, jajaja). Para que os pongáis en situación, Ricot se ha convertido ya en cazador pero se ha quedado solo en el bosque y sabe que los hombres bestia que han atacado a su unidad andan cerca. Espero que os guste, este ha sido duro de escribir:
Ricot se ocultó lo mejor que pudo entre unos matojos. Iba a ser una noche larga. Pensaba mantenerse despierto hasta que saliese el sol y no iba a separarse de su arcabuz ni para ir al baño. Sobreviviría.
De pronto, rompiendo el silencio absoluto, una brisa sacudió levemente las ramas de los árboles produciendo algunos crujidos de madera. Sus manos se anclaron con aun más fuerza al frío hierro de su arma. Presentía que no estaba solo, allí cerca había alguien o algo más, se lo aseguraba su instinto de cazador. Ricot se puso de cuclillas y empezó a alzarse poco a poco. Una vez sus ojos estuvieron por encima del tronco proporcionándole visibilidad se detuvo, teniendo mucho cuidado de no moverse ni hacer el más mínimo ruido mientras escrutaba los alrededores. La luna llena brillaba en el firmamento, iluminando los árboles con su pálida luz resplandeciente acompañada de sombras perturbadoras. El bosque estaba sumamente quieto. No vio nada fuera de lo común. Ricot suspiró aliviado, convencido de que su instinto le había jugado una mala pasada. Empezaba ya a inclinarse para volver a su escondite cuando volvió a notar aquella brisa haciendo crujir las ramas, y entonces fue cuando lo vio.
Una figura borrosa cruzó el cielo a toda velocidad por encima de su cabeza y Ricot se ocultó de nuevo lo más rápido que pudo. Esperó unos segundos que se le hicieron eternos, pero no pasó nada más. Por suerte, fuera lo que fuera aquello, no debía de haberle visto. Estaba asustado, agazapado en su escondite, pero un sentimiento se abrió paso en su mente más allá del pánico: la curiosidad. Ricot habría jurado que la silueta que acababa de pasar volando por encima de él correspondía a la de un humano, pero eso no podía ser cierto. Intrigado, y dejando de lado la parte racional y precavida de su cerebro que le gritaba que huyese de allí lo antes posible, Ricot volvió a incorporarse lentamente para echar otra ojeada.
La silueta humana aterrizó suavemente sobre la superficie del lago, varios metros por debajo de su posición y completamente a la vista desde donde él se encontraba. Ricot ahora veía el perfil de la figura recortado contra la luna, por lo que la oscuridad ocultaba la mayor parte de sus rasgos, pero en cambio marcaba con claridad el contorno de las grandes alas que surgían de su espalda y el hecho de que en lugar de apoyar los pies en el suelo, el ser flotaba en el aire ligeramente suspendido sobre el agua cristalina y calmada. ¿Qué demonios era aquella criatura con forma de humano capaz de volar? Nunca había visto nada semejante.
La criatura permaneció inactiva en su posición. Pasó un minuto, y luego otro. Ricot se preguntó que estaría haciendo allí quieta. Por un momento se preguntó qué ocurriría si saliese de su escondrijo y bajase hasta el lago en busca de su ayuda, pero descartó la idea de inmediato. A esas alturas estaba ya claro que no se trataba de ningún ser humano; aquella criatura, fuera lo que fuese, en definitiva no era más que un monstruo. Continuó observándola, a la espera de un movimiento en falso, de una señal; pero seguía allí plantada, inmóvil. No iba a tener una mejor oportunidad. Poco a poco, Ricot se fue incorporando y apuntó su arcabuz en dirección al monstruo. Solo tendría una oportunidad, si fallaba la criatura retomaría el vuelo y se escaparía, o lo que era peor, iría a por él. Respiró hondo y relajó los hombros en un intento de acompasar la respiración. Era un tiro lejano, pero el objetivo estaba tan inanimado como las dianas del campo de prácticas con las que aprendió a disparar. Colocó su ojo derecho en la mirilla a la vez que cerraba el contrario y sacó la lengua entre sus labios inconscientemente al concentrarse. Notó las manos sudorosas y los músculos agarrotados cuando colocó su dedo índice sobre el gatillo. Tomó aire por última vez y…
Ricot detuvo el disparo en el último instante. Por el rabillo del ojo vio como otra figura aparecía en el claro. Al igual que la primera, flotó por encima de las aguas y se dirigió hasta el centro del lago, donde se colocó de cara a su compañero, que le recibió con un leve asentimiento de cabeza. 'Demonios…' maldijo en voz baja Ricot bajando el arma. Poco podría hacer en un combate desigual contra dos monstruos. Por ahora lo mejor sería esperar.
Ricot volvió a ocultarse una vez más tras el tronco, pero esta vez no perdió de vista a su presa. El silencio era total, por lo que no tuvo problemas para oír la conversación que empezó entre los dos seres, cuyas melodiosas voces resonaban por el bosque como si de una melancólica canción se tratase.
/* Ricot escucha la conversación entre los ángeles. Al acabar de hablar emprenden el vuelo. */
Era la última oportunidad. Ricot levantó el arcabuz rápidamente, apuntó lo mejor que pudo y disparó sin pensárselo dos veces.
El humo le cegó momentáneamente, pero en cuanto recuperó la visión pudo ver que uno de los monstruos se elevaba hacia los cielos y desaparecía entre las nubes, mientras que el otro perdía altura por momentos mientras se precipitaba hacia el suelo con un vuelo irregular. '¡Le alcancé!', pensó Ricot lleno de júbilo y sin podérselo creer mientras seguía su trayectoria hasta verle desplomarse contra la orilla del lago. Pero aun era pronto para cantar victoria. Ahora el juego consistiría en cazar o ser cazado. Si el monstruo había sobrevivido y lograba avisar a su compañero de algún modo y éste volvía para ayudarle su situación se complicaría aun más. Debía rematar lo cuanto antes.
Ricot recargó el arcabuz y emergió al fin de su guarida para descender la montaña intentando llegar lo más velozmente posible hasta el lago; eso sí, sin dejar de escrutar el cielo por si el segundo monstruo aparecía de nuevo.
Cuando llegó hasta la orilla del lago se detuvo un instante a mirar a la víctima de su disparo. Su cuerpo descansaba contra el suelo en una postura extraña y retorcida fruto de la caída. No se movía. Se acercó cautelosamente, con el arma lista para volver a disparar al notar el más leve movimiento, para confirmar su muerte. Al llegar junto a él le dio un fuerte puntapié. No reaccionó. Bajó el arma y contempló el cadáver. El cuerpo había quedado destrozado a causa de la caída, y apenas se discernían ya las facciones humanas. Todo lo que quedaba de él era un amasijo de músculos desgarrados y huesos rotos sobre un charco de sangre escarlata y plumas blancas. Sin embargo, aun en aquel estado, Ricot discernió cierta belleza fuera de lo común en las pocas partes de aquel ser que quedaban intactas. A pesar de la hemorragia y las contusiones su piel semejaba marfil al reflejarse la luz de la luna sobre ella, vestía elegantes ropas de alta costura y sus cabellos parecían sedosos y suaves. Ricot contempló todo aquello embobado, como si lo estuviese viendo en un sueño, y al despertar se dio cuenta de que estaba haciendo el tonto. Seguro que los hombres bestia habrían oído el disparo y se dirigían en esos mismos momentos hacia allí. Cuando llegasen seguirían el rastro de sangre y devorarían los restos. Eso les mantendría ocupados y le brindaría a él la oportunidad perfecta para escapar. Sin dudar ni un minuto más, Ricot abandonó el cadáver del monstruo, rodeó el lago hasta llegar al otro extremo, y echó a correr montaña abajo.
Ricot se ocultó lo mejor que pudo entre unos matojos. Iba a ser una noche larga. Pensaba mantenerse despierto hasta que saliese el sol y no iba a separarse de su arcabuz ni para ir al baño. Sobreviviría.
De pronto, rompiendo el silencio absoluto, una brisa sacudió levemente las ramas de los árboles produciendo algunos crujidos de madera. Sus manos se anclaron con aun más fuerza al frío hierro de su arma. Presentía que no estaba solo, allí cerca había alguien o algo más, se lo aseguraba su instinto de cazador. Ricot se puso de cuclillas y empezó a alzarse poco a poco. Una vez sus ojos estuvieron por encima del tronco proporcionándole visibilidad se detuvo, teniendo mucho cuidado de no moverse ni hacer el más mínimo ruido mientras escrutaba los alrededores. La luna llena brillaba en el firmamento, iluminando los árboles con su pálida luz resplandeciente acompañada de sombras perturbadoras. El bosque estaba sumamente quieto. No vio nada fuera de lo común. Ricot suspiró aliviado, convencido de que su instinto le había jugado una mala pasada. Empezaba ya a inclinarse para volver a su escondite cuando volvió a notar aquella brisa haciendo crujir las ramas, y entonces fue cuando lo vio.
Una figura borrosa cruzó el cielo a toda velocidad por encima de su cabeza y Ricot se ocultó de nuevo lo más rápido que pudo. Esperó unos segundos que se le hicieron eternos, pero no pasó nada más. Por suerte, fuera lo que fuera aquello, no debía de haberle visto. Estaba asustado, agazapado en su escondite, pero un sentimiento se abrió paso en su mente más allá del pánico: la curiosidad. Ricot habría jurado que la silueta que acababa de pasar volando por encima de él correspondía a la de un humano, pero eso no podía ser cierto. Intrigado, y dejando de lado la parte racional y precavida de su cerebro que le gritaba que huyese de allí lo antes posible, Ricot volvió a incorporarse lentamente para echar otra ojeada.
La silueta humana aterrizó suavemente sobre la superficie del lago, varios metros por debajo de su posición y completamente a la vista desde donde él se encontraba. Ricot ahora veía el perfil de la figura recortado contra la luna, por lo que la oscuridad ocultaba la mayor parte de sus rasgos, pero en cambio marcaba con claridad el contorno de las grandes alas que surgían de su espalda y el hecho de que en lugar de apoyar los pies en el suelo, el ser flotaba en el aire ligeramente suspendido sobre el agua cristalina y calmada. ¿Qué demonios era aquella criatura con forma de humano capaz de volar? Nunca había visto nada semejante.
La criatura permaneció inactiva en su posición. Pasó un minuto, y luego otro. Ricot se preguntó que estaría haciendo allí quieta. Por un momento se preguntó qué ocurriría si saliese de su escondrijo y bajase hasta el lago en busca de su ayuda, pero descartó la idea de inmediato. A esas alturas estaba ya claro que no se trataba de ningún ser humano; aquella criatura, fuera lo que fuese, en definitiva no era más que un monstruo. Continuó observándola, a la espera de un movimiento en falso, de una señal; pero seguía allí plantada, inmóvil. No iba a tener una mejor oportunidad. Poco a poco, Ricot se fue incorporando y apuntó su arcabuz en dirección al monstruo. Solo tendría una oportunidad, si fallaba la criatura retomaría el vuelo y se escaparía, o lo que era peor, iría a por él. Respiró hondo y relajó los hombros en un intento de acompasar la respiración. Era un tiro lejano, pero el objetivo estaba tan inanimado como las dianas del campo de prácticas con las que aprendió a disparar. Colocó su ojo derecho en la mirilla a la vez que cerraba el contrario y sacó la lengua entre sus labios inconscientemente al concentrarse. Notó las manos sudorosas y los músculos agarrotados cuando colocó su dedo índice sobre el gatillo. Tomó aire por última vez y…
Ricot detuvo el disparo en el último instante. Por el rabillo del ojo vio como otra figura aparecía en el claro. Al igual que la primera, flotó por encima de las aguas y se dirigió hasta el centro del lago, donde se colocó de cara a su compañero, que le recibió con un leve asentimiento de cabeza. 'Demonios…' maldijo en voz baja Ricot bajando el arma. Poco podría hacer en un combate desigual contra dos monstruos. Por ahora lo mejor sería esperar.
Ricot volvió a ocultarse una vez más tras el tronco, pero esta vez no perdió de vista a su presa. El silencio era total, por lo que no tuvo problemas para oír la conversación que empezó entre los dos seres, cuyas melodiosas voces resonaban por el bosque como si de una melancólica canción se tratase.
/* Ricot escucha la conversación entre los ángeles. Al acabar de hablar emprenden el vuelo. */
Era la última oportunidad. Ricot levantó el arcabuz rápidamente, apuntó lo mejor que pudo y disparó sin pensárselo dos veces.
El humo le cegó momentáneamente, pero en cuanto recuperó la visión pudo ver que uno de los monstruos se elevaba hacia los cielos y desaparecía entre las nubes, mientras que el otro perdía altura por momentos mientras se precipitaba hacia el suelo con un vuelo irregular. '¡Le alcancé!', pensó Ricot lleno de júbilo y sin podérselo creer mientras seguía su trayectoria hasta verle desplomarse contra la orilla del lago. Pero aun era pronto para cantar victoria. Ahora el juego consistiría en cazar o ser cazado. Si el monstruo había sobrevivido y lograba avisar a su compañero de algún modo y éste volvía para ayudarle su situación se complicaría aun más. Debía rematar lo cuanto antes.
Ricot recargó el arcabuz y emergió al fin de su guarida para descender la montaña intentando llegar lo más velozmente posible hasta el lago; eso sí, sin dejar de escrutar el cielo por si el segundo monstruo aparecía de nuevo.
Cuando llegó hasta la orilla del lago se detuvo un instante a mirar a la víctima de su disparo. Su cuerpo descansaba contra el suelo en una postura extraña y retorcida fruto de la caída. No se movía. Se acercó cautelosamente, con el arma lista para volver a disparar al notar el más leve movimiento, para confirmar su muerte. Al llegar junto a él le dio un fuerte puntapié. No reaccionó. Bajó el arma y contempló el cadáver. El cuerpo había quedado destrozado a causa de la caída, y apenas se discernían ya las facciones humanas. Todo lo que quedaba de él era un amasijo de músculos desgarrados y huesos rotos sobre un charco de sangre escarlata y plumas blancas. Sin embargo, aun en aquel estado, Ricot discernió cierta belleza fuera de lo común en las pocas partes de aquel ser que quedaban intactas. A pesar de la hemorragia y las contusiones su piel semejaba marfil al reflejarse la luz de la luna sobre ella, vestía elegantes ropas de alta costura y sus cabellos parecían sedosos y suaves. Ricot contempló todo aquello embobado, como si lo estuviese viendo en un sueño, y al despertar se dio cuenta de que estaba haciendo el tonto. Seguro que los hombres bestia habrían oído el disparo y se dirigían en esos mismos momentos hacia allí. Cuando llegasen seguirían el rastro de sangre y devorarían los restos. Eso les mantendría ocupados y le brindaría a él la oportunidad perfecta para escapar. Sin dudar ni un minuto más, Ricot abandonó el cadáver del monstruo, rodeó el lago hasta llegar al otro extremo, y echó a correr montaña abajo.
"El pasado nunca deja de perseguirnos."