Capítulo 2 —El despertar—
«Tengo frío, la oscuridad me rodea, estoy vacío…».
«Recuerdo vagamente la luz, pero he olvidado cómo huelen las cosas…».
«A veces escucho voces. Al principio me ilusionaba, después me di cuenta de que solo eran los ecos de mi desesperación…».
«No sé si estoy vivo o muerto… Aunque en el fondo eso da igual. Lo que me preocupa es que empiezo a olvidar quién soy…».
«Me gustaría dejar de existir. Daría lo que fuera por no volver a escucharme… Estoy cansado de oír mis pensamientos, los odio… y creo que también me odio…».
«Qué cruel es este reino de oscuridad. A veces le gusta burlarse de mí imitando el graznido de Laht… ¿Laht?».
«No sé cuánto llevo aquí. Mucho, supongo. Aunque no puedo saberlo con exactitud porque cada cierto tiempo mi mente se apaga… Es como si durmiera sin poder soñar… atrapado en las tinieblas, sin esperanza…».
«¿Cuántas veces me he despertado ya? ¿Cientos? ¿Miles? ¿Millones?».
«Creo que mi mente por fin se ha roto. Debo de estar alucinando, porque siento calor; lejos, muy lejos, pero parece calor…».
«Después de despertarme otros cientos de veces, el calor se ha vuelto más intenso…».
«Tras más despertares a ese calor le empieza a acompañar otra cosa, creo que es…».
«No puede ser, es imposible, noto el viento... y además lo escucho, ¿qué clase de brujería es esta?».
Tengo los ojos cerrados pero soy consciente. Además he recuperado la sensibilidad, ya que siento cómo la piel de mi cara roza algo áspero. Un poco de esa sustancia entra en mi boca; la toco con la lengua y sé lo que es: finos granos de arena árida. «¿El desierto?».
—¿Tú crees que el Gárdimo nos dará algunas monedas por este? —escucho cómo alguien pregunta.
—Supongo, tienen escasez de esclavos en Lardia. Y este, aunque se ve débil, no tiene marca. No tiene dueño. —Noto cómo me gira y me deja boca arriba. Aun teniendo los párpados cerrados la luz de sol me hace daño en los ojos. Intento tapármelos con el antebrazo, aunque me cuesta mucho moverlo.
—Por Daldamen, está agonizando. Maldita nuestra suerte. —Suspira—. A lo que hemos tenido que llegar la milicia Darikia, a capturar hombres para venderlos.
—No te quejes tanto, al menos aquí tenemos cierta libertad, estamos lejos de los criaderos y de las naciones esclavas.
—Ya —dice antes de cargarme al hombro—, vaya libertad. Tú, yo e incluso el Gárdimo y los Altos Señores, todos somos tan esclavos como lo será este desgraciado. —Me deja sobre un caballo…, al menos creo que es un caballo. Todavía me cuesta moverme y no puedo tocarlo con las manos, pero el tacto de mi cara pegada a su piel y el olor que desprende, me recuerdan a los caballos.
—Deja ya de llorar, pareces un anciano quejándose de que antes todo era mejor.
El otro ríe y, luego, contesta:
—Como si los ancianos hubieran vivido tiempos mejores. El mundo siempre ha sido un sucio estercolero.
Ambos sueltan carcajadas. Sin embargo, cada vez las escucho más lejos. Siento cómo mi cuerpo me suplica por un poco de descanso y noto cómo mi mente se va sumergiendo en el silencio.
Cuando me lanzan un cubo de agua en la cara, de mi interior surge un grito ahogado. Abro los ojos y veo a un hombre fornido con los músculos del pecho llenos de cicatrices.
—¿Qui… quie.. quién? —me cuesta mucho pronunciar la pregunta.
—El seleccionador —dice mientras me coge de los mofletes y me abre la boca.
Por cómo se mueven sus ojos parece que inspecciona cómo tengo los dientes. Me suelta y se acerca a dos tablones que, clavados en los ladrillos de barro de las paredes, sirven de mesa. Anota algo en un papel, pero mientras escribe detiene la pluma. Parece que duda; me mira unos segundos y acaba la palabra con un trazo.
Esto es tan confuso y estoy tan cansado. ¿Es real lo que me rodea? ¿La paja del techo es una ilusión? ¿Existe esa puerta de madera seca y agrietada? Y, ¿ese fortachón es parte de un sueño? No entiendo nada. ¿De verdad están ardiendo las brasas que avivan ese fuego? No lo sé, no sé si esto existe. Y tampoco sé si el pasado, que siento tan lejano, alguna vez fue real.
¿Un cuervo creado con la energía de mi alma? ¿Un monstruo peludo con brillantes ojos de serpiente? ¿Silentes? ¿Seres que poseen los cuerpos y se alimentan del alma humana? Es todo tan fantástico; todo tan lejano; todo tan irreal…
Y el gigantón malhumorado, ¿cómo va un hombre a canalizar la energía de la tierra en su hacha? Y, ¿cómo voy yo a crear una espada con la energía de mi alma? Todo eso ha tenido que ser parte de un sueño. Sí, tuvo que serlo. Y esto… esto no sé qué es.
Una mujer rubia, ataviada con un uniforme que parece de combate, entra por la puerta y me saca de mis pensamientos. Me mira y pone cara de asco. Sus ojos reflejan desprecio y, quizá, odio. Gira la cabeza y le dice al fortachón:
—Estamos necesitados de hombres capaces. —Él la mira. Ella cierra el puño, lo alza con rabia y escupe—: Los juegos no deben detenerse nunca. Y esta escoria —me señala— es lo único que hemos conseguido en la última semana. ¿Entiendes la gravedad que supone que no podamos darle al pueblo unos juegos dignos del décimo año del reinado del Gárdimo?
—Tú tienes tu trabajo y yo el mío —contesta con tono seco.
—¡Maldito insensato! —grita acercándose a él.
De repente las facciones del seleccionador cambian y reflejan un profundo odio.
—¡Furcia de mierda, no me alces la voz! —Con una mano la abofetea y con la otra agarra una barra de hierro que tiene la punta en las brasas.
La mujer se toca la mejilla, escupe sangre al suelo y coge la empuñadura de su espada.
—Voy a disfrutar destripándote —ríe y desenvaina el arma.
Es extraño, una corriente de aire sopla dentro de la habitación. Noto su caricia en mi piel, veo cómo mece la melena de la mujer y escucho cómo aviva las brasas.
—Niños, niños. No se os puede dejar solos —la voz se mueve con el aire; es como si alguien hablara desde todos los rincones.
—Etháro, esto no es cosa tuya —dice la mujer, moviendo los ojos, siguiendo algo que yo no veo.
—Tiene razón —interviene el fortachón—, vete y no vuelvas hasta que le haya incrustado la Marca dentro del cráneo.
¿La Marca? Me fijo en la barra que blande y, en la punta, veo un símbolo enrojecido por el calor.
—¿De veras queréis que el Gárdimo se entere de vuestros jueguecitos? —Durante unos segundos nadie habla—. Ya decía yo. Dharta, regresa con la guardia de la Gladia. —La mujer aprieta los dientes y, por un segundo, parece que va a atacar al fortachón. Sin embargo, envaina la espada y abandona la habitación maldiciendo.
El seleccionador se gira, me mira y, mientras se acerca, dice:
—Etháro, aunque Dharta es una zorra y no sabe decir las cosas sin alterarse, tiene razón. Cada vez nos llegan menos esclavos.
—Lo sé…
—Fíjate en este —dice, señalándome con el hierro al rojo—, es un residuo de hombre. No aguantará ni un segundo en La Gladia.
—Esperemos que al menos aguante medio —se ríe.
—Esperemos —susurra y aprieta la Marca contra mi pecho.
Bajo la cabeza y, mientras chillo, me doy cuenta de que estoy desnudo de cintura para arriba. Intento levantar el brazo para coger la barra; para defenderme. Pero apenas puedo alzar un poco la mano. Miro cómo sale el humo de mi carne, lo huelo y, aunque intento evitarlo, me desmayo.
Tengo la boca pastosa y muevo la lengua para que genere saliva. Me duele mucho la cabeza y, al abrirlos, también me duelen los párpados. Aunque intento aclarar la visión, no lo consigo. Por más que pestañeo, lo único que veo con cierta claridad es la paja sobre la que estoy tumbado. Más allá de eso todo son sombras.
—Parece que está despierto… —No logro ubicar al que habla.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta otro con voz ronca—. Desde donde estás no puedes saber si ha abierto los ojos… y no se mueve. —Hace una pausa—. Seguro que ya mora en las colinas de las sombras.
—¿Las colinas de las sombras? —Interviene alguien más; su voz es aguda y alarga mucho las eses—. Nunca entendí cómo vuestra herejía cobró tanta fuerza. Siempre fueron las colinas de las sombras relucientes. Siempre. —Maldice—. Hasta que tuvo que venir un iluminado de tu pueblo decidido a mentir y a reescribir parte del libro sagrado.
—¡¿Cómo te atreves a llamar mentiroso al Saerir?! —Escucho el ruido que producen las cadenas al moverse y chocar las unas contra las otras—. ¡Porque no llego a tu cuello de Dogmalista!
—Dejadlo ya —alza la voz el que habló primero—, dentro de unos días todos encontraremos la muerte y entonces descubriréis quién tenía razón. Sabréis cómo son esas colinas… —Suspira y, aunque me cuesta, escucho lo que susurra—: Si es que existen.
Apenas puedo moverme y no puedo verlos. No sé quiénes son, pero tras unos segundos intuyo que los tres se han recluido en sus mentes; quizá buscando la paz; quizá buscando el calor de los recuerdos…
No lo sé, solo sé que me duele la cabeza y que tengo el cuerpo dolorido. Sigo dudando de si esto es real; aunque ahora estoy seguro de que no es un sueño. Si esto no forma parte de mi imaginación, sin duda estoy atrapado en una pesadilla.
Mi mente me susurra; me pide que cierre los ojos y que le dé un poco de descanso. Aunque me gustaría negarme, levantarme y averiguar dónde estoy. Lo cierto es que no tengo fuerzas para hacerlo y solo puedo obedecer.
Antes de dormirme me parece escuchar el graznido de un cuervo. Por un segundo, esperanzado, afino el oído. Sin embargo, lo único que oigo son las respiraciones de los tres que hablaron. Con cierta tristeza, me doy por vencido y dejo que las aguas de la corriente del silencio me acojan.
Enlace a la novela: El mundo en silencio