Bueno compañeros, mucho tiempo sin poder pasarme por este hilo, las musas me han estado evitando hasta ahora, pero tras una larga negociación hemos pactado que estos espacios (vacacionales) no se alarguen tanto. Aunque no tengo muy claro cuando montarán la próxima huelga, de momento he aprovechado el tirón. Espero que os guste.
CIUDAD EN LLAMAS
Le pareció advertir que alguien lo andaba siguiendo, una tenue percepción que logró distinguir por el rabillo del ojo, una pequeña oscilación que atestiguaba crípticos movimientos en la oscuridad, incluso sintió una cierta picazón en la espalda. No obstante, cada vez que se giraba para escrutar en aquella dirección, la calle aparecía desierta y no se apreciaba a nadie rondando por sus alrededores.
Farfulló una maldición y siguió su curso avivando el paso. Las campanas seguían tañendo con actividad, las algaradas solapadas al estruendo general, eran traídas por los vientos que llegaban de la catarsis que había montada en los arrabales de la ciudad. ‹‹¿Dónde diablos me he metido?›› se preguntó mientras giraba por otra bocacalle. No tardó en comprobar cómo se cerraban puertas y contraventanas a su paso, mientras poco a poco el ambiente se iba cargando de una tensa expectación. Todo en su conjunto se había teñido con un cariz bien raro.
Nuevamente percibió que lo observaban, por lo que se detuvo mientras se volteaba a una velocidad sorprendente. La verdad es que no sorprendió a nadie. Había tenido la esperanza de que con aquel furtivo movimiento iba a coger a su supuesto perseguidor a contrapié. La desértica calle volvió a devolverlo a la realidad. Miro hacia ambas direcciones, giró trescientos sesenta grados, y nada. Chasqueó la lengua preguntándose si no se estaría comenzando a volver majareta en aquella fastuosa ciudad del demonio, que veía acechantes sombras en cualquier esquina. Otro movimiento por el rabillo del ojos copó su atención. Pero invariablemente cada vez que se giraba en la dirección en que le dictaban sus instintos, no encontraba ningún motivo que justificase sus recelos. Concluyó que sus sospechas eran infundadas, probablemente por su nerviosismo y la situación reinante. Hizo de tripas corazón y prosiguió andando.
No había salvado tanta rémoras a lo largo de su vida para que ahora lo embargaran los miedos o las dudas. Tenía que pensar con claridad, pues su situación así lo exigía. Dejar las divagaciones para un momento más propicio sería lo más sensato. Era su Prueba de Templanza y allí estaba, sin saber ni por dónde empezar a lidiar con aquel berenjenal. No era un muy buen comienzo.
Meneó la cabeza con resignación, desentumeciendo sus pensamientos. Como si no tuviese suficientes problemas de los que preocuparse, como dar con su contacto y conocer la misión que se le había asignado, que ahora debía añadirle una posible revuelta y la quema premeditada de la ciudad. Contempló como lentamente el negro humo de los incendios comenzaba a ascender progresivamente hacia los barrios de la Ciudadela, engullendo lentamente las parcelas en una bruma espectral. Miró en dirección a las altas murallas que separaban la Ciudadela de los Distritos, aturdido comprobó como las llamas lamian el horizonte, superando ya en varias varas la altura del propio amurallado. Puede que incluso pretendieran calcinar la ciudadela y todo, pensó con cierto espanto.
Siguió caminando.
Mientras avanzaba por la vía no le pasaron desapercibidos unos quirópteros tan grandes como puños que bailaban alrededor de las lámparas de aceite, medio agitados medio fascinados por la deflagración que tenía lugar a no muchas yardas de allí. Contempló con estupefacción como una señora más seca que un higo, con un rictus en la expresión que sería la envidia de cualquier malévolo ser salido de la Sima, cerraba la contraventana de su casa con tanto ímpetu, que temió que no se le fuera a venir el techo encima. No era el único receloso en aquella rocambolesca noche, supuso. Aunque ello no le reportó beneficio alguno.
No era fácil asimilar que uno andaba en una ciudad que desconocía por competo, rodeado de gente que dejaba bastante que desear y que, para más inri, por alguna pintoresca broma de los dioses, estaban gestando una revuelta en la que se mataban mutuamente de forma indiscriminada.
Francamente, no era lo que había esperado enfrentar en su Prueba de Templanza. Y eso siempre que todo aquel embrollo tuviera algo que ver con él.
‹‹Un viaje jodidamente maravilloso››
Era enervante sentirse así de expuesto, ignorante de lo que le pudiera acontecer, por lo que decidió que lo más sensato era, volver a La Dama Sobria cuanto antes. Conocer en que avispero se acababa de meter. Se había convertido en una prioridad vital si quería acabar de una pieza al terminar la noche. Y hablaba en el sentido más literal de la palabra.
Pasado un rato confirmó que definitivamente alguien marchaba detrás de él, tras un rato más de peregrinación lo corroboró. Alguien iba saltando de sombra en sombra con mucho oficio. Había sentido una sensación de escrutinio desde que hubo salido de posada, una mirada calculadora y fría como la de un depredador prendida en él. Nunca había estado muy inclinado a creer en las coincidencias, y dudaba que se pudiese achacar a ningún eventual fisgón. Inverosímilmente ahora esa sensación se hacía más intensa. No sabía si era un individuo o más quien marchaba detrás suyo, lo cual le llevó a pensar en los dos personajes con los que se había topado en la puerta del local. ¿Podía tratarse de ellos? Tras ver sus gestos al ver que iba armado, no parecía que fueran a querer saltar a la gresca otra vez.
Le costó un mundo no reprimir el impulso de darse la vuelta, pero pensó, para qué molestarse siquiera. Tratase de quién se tratase se había tomado las suficientes molestias para no ser visto hasta el momento. La pregunta radicaba en para qué lo hacía, o para quién.Tras un rato meditando multitud de posibilidades, concluyó, que no tenía ni la más remota idea de en qué narices andaba metido.
Decidió seguir caminando por esa misma vía, aparentando que no se había percatado de que lo espiaban, mirando fijamente al adoquinado como si intentara desentrañar los misterios del rudimentario oficio de la pavimentación de suelos. Realmente estaba intentando idear un plan que lograse sacar a la luz a su dedicado admirador de su escondite. En su mente comenzó a germinar la idea, pero antes tenía que cerciorarse a lo que debía atenerse antes de ponerla en marcha. No podía precipitarse a tomar una decisión equivocada que lo indujera a cometer un error del que tuviese que arrepentirse más tarde.
Paró en la siguiente intersección.
Mientras se apoyaba con las manos en la cadera, con la expresión confusa de quién no sabe muy bien a donde está, o más bien con una expresión más tirando a idiota, miró hacia ambos lados aparentando que buscaba alguna indicación que lograra posicionar su ubicación. Tomó la calle de su derecha, cambiando premeditadamente el curso del trayecto que se había propuesto en primer lugar. Quería llegar a La Dama Sobria cuanto antes, pero primero burlaría a su misterioso perseguidor.
No sabía muy bien hacia donde se estaba dirigiendo, y en esta ocasión no le hizo ninguna falta el esfuerzo de disimular. Estuvo andando un buen rato, ora girando a la derecha ora girando a la izquierda, sin un rumbo aparente. Mientras seguía avanzando, intento de vez en cuando desentrañar sí se sucedía algún otro movimiento a sus espaldas, pero sus esfuerzos no daban fruto alguno. Como ya supuso en un primer lugar. Comenzaba a invadirle un humor tirando a agrio. No le apetecía jugar al gato y al ratón con ningún cretino en aquellos instantes, tenía suficientes problemas en la cabeza. Menos ganas tenía aún de coger a dicho cretino y partirle cada uno de sus huesos para hacer pagarle toda la tensión que llevaba acumulada desde que había llegado a la maldita Mansour.
‹‹Mejor será que te calmes Sarosh, no caigas en la irritación›› se dijo mientras respiraba varias veces profundamente hasta lograr sosegar el creciente enojo. Aunque no pudo mitigar su inquietud. Al fin y al cabo, media ciudad seguía en llamas. Cerró los ojos unos instantes antes de abrirlos más calmado. ‹‹¿A alguien le apetece jugar? ¡Pues que así sea!››
De pronto se lanzó a una vertiginosa carrera, en esta ocasión sin necesidad de mirar atrás, estaba seguro de que la cara de pasmo que se les habría quedado a sus perseguidores de tan repentina reacción, no tendría precio. Sonrió para sus adentros al imaginar las muecas. Y allí comenzó la persecución.
Subió raudo como una centella por esa misma vía, con sus largas y rápidas zancadas vio cómo iba dejando las lujosas casas y los frondosos jardines atrás. Los bancos de piedra y las gallardas esfinges fueron testigos de su sorprendente agilidad. Sentía una excitación creciendo en él, la cual creía haber perdido muchos años atrás, soterrada bajo amargos recuerdos de la infancia y compaginada con los años de adiestramiento en la Hermandad. En esta ocasión giró nuevamente a la izquierda, comprobó sorprendido como enfrente, se alzaba un imponente templo dedicado a Sansemar. Corrió hacía él y zigzagueó por entre sus columnatas, sintiéndose vivo de nuevo. Imprimió mucha más velocidad a la cadencia de sus pisadas. Al rato dio a una enorme plaza, a aquella horas desiertas. La cruzó y bajó por la siguiente calle, la cual tenía una pendiente tan pronunciada que por poco no pierde el paso. Recuperó el equilibrio mientras se permitía echar una ojeada atrás y… ¡Allí estaba! Lo acababa de ver perfectamente, o casi. Había podido ver como una especie de borrón que inmediatamente antes de acabar de girarse, de alguna manera logró mimetizarse con las sombras de un callejón varias parcelas más atrás. Casi se rompe los dientes al apretar sus mandíbulas de la frustración. Tenía que admitir que, tratase de quien se tratase, era bueno el muy jodido. Frenó en seco derrapando en el adoquinado, girando ciento ochenta grados mientras contemplaba anonadado hacia la negrura. El juego había acabado. Sacó la espada de su vaina y se puso en guardia, preparado para lo que pudiese suceder. No pensaba dejar que nadie le cogiera con la guardia baja. Apretó fuertemente la empuñadura de su espada y esperó.
Allí solo predominaban los claroscuros que generaban las lámparas que iluminaban pírricamente el lugar. El jadeo de su respiración y el retumbar de su corazón, casi competían con el bullicio que aún llegaba de los Distritos.
—Te concedo que ha sido un placer y una experiencia revitalizante, cuanto menos vertiginosa, eso de tener que perseguirte por las calles como un ladronzuelo del montón —Aquella voz cascada había susurrado esas palabras prácticamente en su oreja. Un escalofrió recorrió su espinazo, de los dedos de los pies hasta la punta de su coronilla.
‹‹¿Pero cómo es posible que se me haya puesto detrás?››
Arremetió con un instintivo revés, imprimiendo mucha fuerza a la inercia del giro. Habría partido a cualquier otra persona en dos, aunque este no fue el caso. El filo de la espada se detuvo en seco, sin notar en ningún instante la mordida del acero, por tan solo dos de los dedos de su interlocutor.
—¿Qué tal si guardas tu espada y hablamos como personas civilizadas?
Lo miró a los ojos incrédulo, el tipo con las pupilas del color de la limonada lo contempló a su vez ecuánime, antes de enseñarle los dientes y dedicarle una sonrisa lobuna. Se apartó de un brinco, con la sangre helada en las venas, mientras apuntaba con la punta de su espada a su garganta.
—¿Quién demonios eres tú? —inquirió agitando el arma.
En realidad hubiese querido saber que narices era, pues estaba claro que aún no había conocido a nadie antes que fuese capaz de parar el filo de una espada con el pulgar y el dedo anular de su mano. Aunque al final decidió que no sería muy inteligente por su parte preguntar nada más por el momento, por lo que desistió.
Era un tipo alto y delgado como una vara de sauce, con una expresión dura como un erial. De su anguloso rostro, medio cubierto por las greñas, despuntaba una nariz rapaz y destacaban aquellos incandescentes ojos. Por el color de su piel podría ser originario de la región de Husmna o de Ihundur, aunque no podía estar del todo seguro. Entre la poca iluminación y las barbas que me lucía, era imposible ni siquiera empezar a concretar. En conjunto tenía las pintas de alguien que acababa de salir de una prospección minera. De no ser por las ropas que vestía y que tan solo hacía un rato había podido ver llevando a parte de la soldadesca que se dirigía a los arrabales de la ciudad, junto a esa escalofriante aura que desprendía, lo hubiese creído plausible.
‹‹¿Puede tratarse de algún ser salido de la Sima?›› se preguntó al fin, con un miedo que iba en aumento.
Es cierto que había entrenado durante años en la Hermandad, y estudiado todo lo que se podía saber sobre esos seres y sus formas de proceder, pero nunca había tenido que enfrentarse a ninguno. ¿Era uno de ellos, entonces? Y si era así ¿Por qué no lo había atacado aún? Ponderó aquella línea de reflexión mientras observaba al sujeto que tenía enfrente, el cual, por su parte, aún no se había movido un ápice de su posición.
—¿Así es como lo hacéis ahora los cachorros de la Hermandad, —arguyó el tipo finalmente con una pizca de sorna en el tono de su cascada voz. —, sacáis vuestras armas a las primeras de cambio y amenazáis al primer desconocido que se planta enfrente vuestro?
Aquel simple comentario por poco no lo desarma del todo. Estaba claro que el hombre, (o lo que diablos fuera) que tenía delante, sabía que era un miembro de la Hermandad, y por su afirmación al llamarlo ¨cachorro¨, daba a entender que estaba al tanto de que tan solo era un simple acólito y no un miembro de pleno derecho aún. Así que, si realmente era un enemigo potencial como temía, podría decirse que estaba acabado. Aun y así se armó de valor y respondió a su soniquete con voz firme.
—Solo con los desconocidos que se dedican a acechar en las sombras sin mostrarse de cara.
El tipo recibió la contestación entornando los ojos peligrosamente, él se preparó para lo peor. Para su sorpresa el tipo suspiro.
—Supongo que allí me has dado. En eso llevas la razón —arguyó con un simple encogimiento de hombros. —Aunque no te creas que ha sido por puro placer. Tenía que cerciorarme primero de quien eras.
‹‹Que paradójico, pues a mí me sucede lo mismo contigo››
—Sigues sin responder a mi pregunta —dijo en cambio mientras recalcaba sus palabras haciendo un ademán con el arma. —¿Quién diablo eres tú?
E l tipo volvió a fulminarlo con la mirada mientras torcía el gesto.
—Sí te digo que un amigo, ¿no te lo creerás verdad? —Sarosh le sostuvo la mirada, a pesar de que estaba prácticamente seguro de que iba a pasar a mejor vida. —Ya veo que va a ser que no. A ver si con esto te das por aludido —añadió molesto antes de recitar.
Soy un hijo de la noche, protector en la sombra,
en las oscuridad sin estrella todo el infame teme.
Soy un hijo de la noche, sentencia de la ira de Dios,
la neutra justicia de mí daga, castigará en este mundo y no en el otro.
Soy un hijo de la noche y estoy aquí para equilibrar,
la balanza de mi honra no se suele equivocar.
Soy un hijo de la noche, marcado, sin rumbo y sin estrella,
mas existo en este mundo para servir a la Hermandad.
Amor, odio, guerra o paz, nuestra vigilia es eterna.
Muerte, vida o un glorioso final, no nos importa que nos suceda.
Soy un hijo de la noche, protector de sombra,
Soy un hijo de la noche, protector de mi Hermandad,
mientras una gota de mi sangre aún mane, no cederé en mi
obligación.
Sarosh lo contemplaba patidifuso, como si acabase de descubrir girar la rueda. Aquel hombre había recitado verso a verso el juramento que se prestaba en la Hermandad, a pesar de que lo había hecho con una desgana evidente, no podía dejar de estar sobrecogido. ¿Acababa de dar con su contacto en Mansour? El tipo estaba allí plantado, con una expresión neutra. Nadie que no fuera un miembro juramentado o un acólito de la Hermandad, hubiese podido conocer los versos. Y aquel hombre no tenía ninguna pinta de ser un aprendiz. Aquellos ojos, el aura que desprendía. ¡Detenía espadas con los dedos, por los santos testículos de Sansemar!
El denso y acre humo se fue expandido por toda la calle mientras permanecía mudo, intentando encontrar palabras. Todo era tan poco natural…
—Hace mucho tiempo de la última vez que los recité al completo, pero por tu reacción, algo me dice que sabes de lo que estoy hablando, ¿verdad, muchacho? —rezongó tras un rato el tipo.
—Eres de la Hermandad —logró articular Sarosh al fin.
—Vamos progresando —asintió, aunque por el tono no parecía satisfecho en modo alguno. Aquella aura y sus ojos, seguían haciendo que se le pusieran los pelos como escarpias. —Y ahora, ¿qué tal si bajas el hierro?
—¿Entonces tú eres mi contacto en la ciudad? —dijo bajando el arma, no sin cierta reticencia y estupefacción. El hombre volvió a asentir. —¿Y aquí tengo que llevar a cabo mi Prueba de Templanza, con todo ardiendo a nuestro alrededor?
El sujeto en esta ocasión sospesó la respuesta durante unos breves segundos, luego respondió con un simple encogimiento de hombros.
—Estás aquí, ¿no?
En absoluto era la contestación que se esperaba. No parecía que fuese un hombre muy dado a dialogar después de todo. Por su aspecto se diría, que estaba más acostumbrado a que el acero háblese por él. La compañía ideal para que se sintiera como en casa, pensó.
‹‹¡Fantástico!››
—¿Al menos me dirás que es lo que tengo que hacer en estas tierras, no?
—Ya lo irás viendo sobre la marcha —contestó con una sonrisa que para nada se reflejó en sus ojos antes de empezar a andar. —Ahora debemos dirigirnos hacia palacio lo más rápido posible.
Sarosh sin moverse aún del sitió inquirió.
—¿Al palacio, pero para qué?
—Ya te he dicho que te lo explico por el camino. Ahora sígueme y no te quedes allí plantado como una puñetera estaca, novato.— Sarosh lo alcanzó mientras se ponía a su lado mirándolo sin entender nada . ¿Quién sería el tipo ese? Se preguntó. A lo que este respondió como si hubiese estando leyéndole los pensamientos. —Me llamo Medar, novato, y hasta allí llegan las presentaciones por el momento.
Mientras eran engullidos por la noche, Sarosh no dejó de pensar que había escuchado pronunciar aquel nombre con temor en multitud de ocasiones, siempre relacionado con sucesos atroces que harían padecer a cualquier verdugo. La pregunta era, ¿se trataba de la misma persona? Trago saliva, mas no dijo nada.
CIUDAD EN LLAMAS
Le pareció advertir que alguien lo andaba siguiendo, una tenue percepción que logró distinguir por el rabillo del ojo, una pequeña oscilación que atestiguaba crípticos movimientos en la oscuridad, incluso sintió una cierta picazón en la espalda. No obstante, cada vez que se giraba para escrutar en aquella dirección, la calle aparecía desierta y no se apreciaba a nadie rondando por sus alrededores.
Farfulló una maldición y siguió su curso avivando el paso. Las campanas seguían tañendo con actividad, las algaradas solapadas al estruendo general, eran traídas por los vientos que llegaban de la catarsis que había montada en los arrabales de la ciudad. ‹‹¿Dónde diablos me he metido?›› se preguntó mientras giraba por otra bocacalle. No tardó en comprobar cómo se cerraban puertas y contraventanas a su paso, mientras poco a poco el ambiente se iba cargando de una tensa expectación. Todo en su conjunto se había teñido con un cariz bien raro.
Nuevamente percibió que lo observaban, por lo que se detuvo mientras se volteaba a una velocidad sorprendente. La verdad es que no sorprendió a nadie. Había tenido la esperanza de que con aquel furtivo movimiento iba a coger a su supuesto perseguidor a contrapié. La desértica calle volvió a devolverlo a la realidad. Miro hacia ambas direcciones, giró trescientos sesenta grados, y nada. Chasqueó la lengua preguntándose si no se estaría comenzando a volver majareta en aquella fastuosa ciudad del demonio, que veía acechantes sombras en cualquier esquina. Otro movimiento por el rabillo del ojos copó su atención. Pero invariablemente cada vez que se giraba en la dirección en que le dictaban sus instintos, no encontraba ningún motivo que justificase sus recelos. Concluyó que sus sospechas eran infundadas, probablemente por su nerviosismo y la situación reinante. Hizo de tripas corazón y prosiguió andando.
No había salvado tanta rémoras a lo largo de su vida para que ahora lo embargaran los miedos o las dudas. Tenía que pensar con claridad, pues su situación así lo exigía. Dejar las divagaciones para un momento más propicio sería lo más sensato. Era su Prueba de Templanza y allí estaba, sin saber ni por dónde empezar a lidiar con aquel berenjenal. No era un muy buen comienzo.
Meneó la cabeza con resignación, desentumeciendo sus pensamientos. Como si no tuviese suficientes problemas de los que preocuparse, como dar con su contacto y conocer la misión que se le había asignado, que ahora debía añadirle una posible revuelta y la quema premeditada de la ciudad. Contempló como lentamente el negro humo de los incendios comenzaba a ascender progresivamente hacia los barrios de la Ciudadela, engullendo lentamente las parcelas en una bruma espectral. Miró en dirección a las altas murallas que separaban la Ciudadela de los Distritos, aturdido comprobó como las llamas lamian el horizonte, superando ya en varias varas la altura del propio amurallado. Puede que incluso pretendieran calcinar la ciudadela y todo, pensó con cierto espanto.
Siguió caminando.
Mientras avanzaba por la vía no le pasaron desapercibidos unos quirópteros tan grandes como puños que bailaban alrededor de las lámparas de aceite, medio agitados medio fascinados por la deflagración que tenía lugar a no muchas yardas de allí. Contempló con estupefacción como una señora más seca que un higo, con un rictus en la expresión que sería la envidia de cualquier malévolo ser salido de la Sima, cerraba la contraventana de su casa con tanto ímpetu, que temió que no se le fuera a venir el techo encima. No era el único receloso en aquella rocambolesca noche, supuso. Aunque ello no le reportó beneficio alguno.
No era fácil asimilar que uno andaba en una ciudad que desconocía por competo, rodeado de gente que dejaba bastante que desear y que, para más inri, por alguna pintoresca broma de los dioses, estaban gestando una revuelta en la que se mataban mutuamente de forma indiscriminada.
Francamente, no era lo que había esperado enfrentar en su Prueba de Templanza. Y eso siempre que todo aquel embrollo tuviera algo que ver con él.
‹‹Un viaje jodidamente maravilloso››
Era enervante sentirse así de expuesto, ignorante de lo que le pudiera acontecer, por lo que decidió que lo más sensato era, volver a La Dama Sobria cuanto antes. Conocer en que avispero se acababa de meter. Se había convertido en una prioridad vital si quería acabar de una pieza al terminar la noche. Y hablaba en el sentido más literal de la palabra.
Pasado un rato confirmó que definitivamente alguien marchaba detrás de él, tras un rato más de peregrinación lo corroboró. Alguien iba saltando de sombra en sombra con mucho oficio. Había sentido una sensación de escrutinio desde que hubo salido de posada, una mirada calculadora y fría como la de un depredador prendida en él. Nunca había estado muy inclinado a creer en las coincidencias, y dudaba que se pudiese achacar a ningún eventual fisgón. Inverosímilmente ahora esa sensación se hacía más intensa. No sabía si era un individuo o más quien marchaba detrás suyo, lo cual le llevó a pensar en los dos personajes con los que se había topado en la puerta del local. ¿Podía tratarse de ellos? Tras ver sus gestos al ver que iba armado, no parecía que fueran a querer saltar a la gresca otra vez.
Le costó un mundo no reprimir el impulso de darse la vuelta, pero pensó, para qué molestarse siquiera. Tratase de quién se tratase se había tomado las suficientes molestias para no ser visto hasta el momento. La pregunta radicaba en para qué lo hacía, o para quién.Tras un rato meditando multitud de posibilidades, concluyó, que no tenía ni la más remota idea de en qué narices andaba metido.
Decidió seguir caminando por esa misma vía, aparentando que no se había percatado de que lo espiaban, mirando fijamente al adoquinado como si intentara desentrañar los misterios del rudimentario oficio de la pavimentación de suelos. Realmente estaba intentando idear un plan que lograse sacar a la luz a su dedicado admirador de su escondite. En su mente comenzó a germinar la idea, pero antes tenía que cerciorarse a lo que debía atenerse antes de ponerla en marcha. No podía precipitarse a tomar una decisión equivocada que lo indujera a cometer un error del que tuviese que arrepentirse más tarde.
Paró en la siguiente intersección.
Mientras se apoyaba con las manos en la cadera, con la expresión confusa de quién no sabe muy bien a donde está, o más bien con una expresión más tirando a idiota, miró hacia ambos lados aparentando que buscaba alguna indicación que lograra posicionar su ubicación. Tomó la calle de su derecha, cambiando premeditadamente el curso del trayecto que se había propuesto en primer lugar. Quería llegar a La Dama Sobria cuanto antes, pero primero burlaría a su misterioso perseguidor.
No sabía muy bien hacia donde se estaba dirigiendo, y en esta ocasión no le hizo ninguna falta el esfuerzo de disimular. Estuvo andando un buen rato, ora girando a la derecha ora girando a la izquierda, sin un rumbo aparente. Mientras seguía avanzando, intento de vez en cuando desentrañar sí se sucedía algún otro movimiento a sus espaldas, pero sus esfuerzos no daban fruto alguno. Como ya supuso en un primer lugar. Comenzaba a invadirle un humor tirando a agrio. No le apetecía jugar al gato y al ratón con ningún cretino en aquellos instantes, tenía suficientes problemas en la cabeza. Menos ganas tenía aún de coger a dicho cretino y partirle cada uno de sus huesos para hacer pagarle toda la tensión que llevaba acumulada desde que había llegado a la maldita Mansour.
‹‹Mejor será que te calmes Sarosh, no caigas en la irritación›› se dijo mientras respiraba varias veces profundamente hasta lograr sosegar el creciente enojo. Aunque no pudo mitigar su inquietud. Al fin y al cabo, media ciudad seguía en llamas. Cerró los ojos unos instantes antes de abrirlos más calmado. ‹‹¿A alguien le apetece jugar? ¡Pues que así sea!››
De pronto se lanzó a una vertiginosa carrera, en esta ocasión sin necesidad de mirar atrás, estaba seguro de que la cara de pasmo que se les habría quedado a sus perseguidores de tan repentina reacción, no tendría precio. Sonrió para sus adentros al imaginar las muecas. Y allí comenzó la persecución.
Subió raudo como una centella por esa misma vía, con sus largas y rápidas zancadas vio cómo iba dejando las lujosas casas y los frondosos jardines atrás. Los bancos de piedra y las gallardas esfinges fueron testigos de su sorprendente agilidad. Sentía una excitación creciendo en él, la cual creía haber perdido muchos años atrás, soterrada bajo amargos recuerdos de la infancia y compaginada con los años de adiestramiento en la Hermandad. En esta ocasión giró nuevamente a la izquierda, comprobó sorprendido como enfrente, se alzaba un imponente templo dedicado a Sansemar. Corrió hacía él y zigzagueó por entre sus columnatas, sintiéndose vivo de nuevo. Imprimió mucha más velocidad a la cadencia de sus pisadas. Al rato dio a una enorme plaza, a aquella horas desiertas. La cruzó y bajó por la siguiente calle, la cual tenía una pendiente tan pronunciada que por poco no pierde el paso. Recuperó el equilibrio mientras se permitía echar una ojeada atrás y… ¡Allí estaba! Lo acababa de ver perfectamente, o casi. Había podido ver como una especie de borrón que inmediatamente antes de acabar de girarse, de alguna manera logró mimetizarse con las sombras de un callejón varias parcelas más atrás. Casi se rompe los dientes al apretar sus mandíbulas de la frustración. Tenía que admitir que, tratase de quien se tratase, era bueno el muy jodido. Frenó en seco derrapando en el adoquinado, girando ciento ochenta grados mientras contemplaba anonadado hacia la negrura. El juego había acabado. Sacó la espada de su vaina y se puso en guardia, preparado para lo que pudiese suceder. No pensaba dejar que nadie le cogiera con la guardia baja. Apretó fuertemente la empuñadura de su espada y esperó.
Allí solo predominaban los claroscuros que generaban las lámparas que iluminaban pírricamente el lugar. El jadeo de su respiración y el retumbar de su corazón, casi competían con el bullicio que aún llegaba de los Distritos.
—Te concedo que ha sido un placer y una experiencia revitalizante, cuanto menos vertiginosa, eso de tener que perseguirte por las calles como un ladronzuelo del montón —Aquella voz cascada había susurrado esas palabras prácticamente en su oreja. Un escalofrió recorrió su espinazo, de los dedos de los pies hasta la punta de su coronilla.
‹‹¿Pero cómo es posible que se me haya puesto detrás?››
Arremetió con un instintivo revés, imprimiendo mucha fuerza a la inercia del giro. Habría partido a cualquier otra persona en dos, aunque este no fue el caso. El filo de la espada se detuvo en seco, sin notar en ningún instante la mordida del acero, por tan solo dos de los dedos de su interlocutor.
—¿Qué tal si guardas tu espada y hablamos como personas civilizadas?
Lo miró a los ojos incrédulo, el tipo con las pupilas del color de la limonada lo contempló a su vez ecuánime, antes de enseñarle los dientes y dedicarle una sonrisa lobuna. Se apartó de un brinco, con la sangre helada en las venas, mientras apuntaba con la punta de su espada a su garganta.
—¿Quién demonios eres tú? —inquirió agitando el arma.
En realidad hubiese querido saber que narices era, pues estaba claro que aún no había conocido a nadie antes que fuese capaz de parar el filo de una espada con el pulgar y el dedo anular de su mano. Aunque al final decidió que no sería muy inteligente por su parte preguntar nada más por el momento, por lo que desistió.
Era un tipo alto y delgado como una vara de sauce, con una expresión dura como un erial. De su anguloso rostro, medio cubierto por las greñas, despuntaba una nariz rapaz y destacaban aquellos incandescentes ojos. Por el color de su piel podría ser originario de la región de Husmna o de Ihundur, aunque no podía estar del todo seguro. Entre la poca iluminación y las barbas que me lucía, era imposible ni siquiera empezar a concretar. En conjunto tenía las pintas de alguien que acababa de salir de una prospección minera. De no ser por las ropas que vestía y que tan solo hacía un rato había podido ver llevando a parte de la soldadesca que se dirigía a los arrabales de la ciudad, junto a esa escalofriante aura que desprendía, lo hubiese creído plausible.
‹‹¿Puede tratarse de algún ser salido de la Sima?›› se preguntó al fin, con un miedo que iba en aumento.
Es cierto que había entrenado durante años en la Hermandad, y estudiado todo lo que se podía saber sobre esos seres y sus formas de proceder, pero nunca había tenido que enfrentarse a ninguno. ¿Era uno de ellos, entonces? Y si era así ¿Por qué no lo había atacado aún? Ponderó aquella línea de reflexión mientras observaba al sujeto que tenía enfrente, el cual, por su parte, aún no se había movido un ápice de su posición.
—¿Así es como lo hacéis ahora los cachorros de la Hermandad, —arguyó el tipo finalmente con una pizca de sorna en el tono de su cascada voz. —, sacáis vuestras armas a las primeras de cambio y amenazáis al primer desconocido que se planta enfrente vuestro?
Aquel simple comentario por poco no lo desarma del todo. Estaba claro que el hombre, (o lo que diablos fuera) que tenía delante, sabía que era un miembro de la Hermandad, y por su afirmación al llamarlo ¨cachorro¨, daba a entender que estaba al tanto de que tan solo era un simple acólito y no un miembro de pleno derecho aún. Así que, si realmente era un enemigo potencial como temía, podría decirse que estaba acabado. Aun y así se armó de valor y respondió a su soniquete con voz firme.
—Solo con los desconocidos que se dedican a acechar en las sombras sin mostrarse de cara.
El tipo recibió la contestación entornando los ojos peligrosamente, él se preparó para lo peor. Para su sorpresa el tipo suspiro.
—Supongo que allí me has dado. En eso llevas la razón —arguyó con un simple encogimiento de hombros. —Aunque no te creas que ha sido por puro placer. Tenía que cerciorarme primero de quien eras.
‹‹Que paradójico, pues a mí me sucede lo mismo contigo››
—Sigues sin responder a mi pregunta —dijo en cambio mientras recalcaba sus palabras haciendo un ademán con el arma. —¿Quién diablo eres tú?
E l tipo volvió a fulminarlo con la mirada mientras torcía el gesto.
—Sí te digo que un amigo, ¿no te lo creerás verdad? —Sarosh le sostuvo la mirada, a pesar de que estaba prácticamente seguro de que iba a pasar a mejor vida. —Ya veo que va a ser que no. A ver si con esto te das por aludido —añadió molesto antes de recitar.
Soy un hijo de la noche, protector en la sombra,
en las oscuridad sin estrella todo el infame teme.
Soy un hijo de la noche, sentencia de la ira de Dios,
la neutra justicia de mí daga, castigará en este mundo y no en el otro.
Soy un hijo de la noche y estoy aquí para equilibrar,
la balanza de mi honra no se suele equivocar.
Soy un hijo de la noche, marcado, sin rumbo y sin estrella,
mas existo en este mundo para servir a la Hermandad.
Amor, odio, guerra o paz, nuestra vigilia es eterna.
Muerte, vida o un glorioso final, no nos importa que nos suceda.
Soy un hijo de la noche, protector de sombra,
Soy un hijo de la noche, protector de mi Hermandad,
mientras una gota de mi sangre aún mane, no cederé en mi
obligación.
Sarosh lo contemplaba patidifuso, como si acabase de descubrir girar la rueda. Aquel hombre había recitado verso a verso el juramento que se prestaba en la Hermandad, a pesar de que lo había hecho con una desgana evidente, no podía dejar de estar sobrecogido. ¿Acababa de dar con su contacto en Mansour? El tipo estaba allí plantado, con una expresión neutra. Nadie que no fuera un miembro juramentado o un acólito de la Hermandad, hubiese podido conocer los versos. Y aquel hombre no tenía ninguna pinta de ser un aprendiz. Aquellos ojos, el aura que desprendía. ¡Detenía espadas con los dedos, por los santos testículos de Sansemar!
El denso y acre humo se fue expandido por toda la calle mientras permanecía mudo, intentando encontrar palabras. Todo era tan poco natural…
—Hace mucho tiempo de la última vez que los recité al completo, pero por tu reacción, algo me dice que sabes de lo que estoy hablando, ¿verdad, muchacho? —rezongó tras un rato el tipo.
—Eres de la Hermandad —logró articular Sarosh al fin.
—Vamos progresando —asintió, aunque por el tono no parecía satisfecho en modo alguno. Aquella aura y sus ojos, seguían haciendo que se le pusieran los pelos como escarpias. —Y ahora, ¿qué tal si bajas el hierro?
—¿Entonces tú eres mi contacto en la ciudad? —dijo bajando el arma, no sin cierta reticencia y estupefacción. El hombre volvió a asentir. —¿Y aquí tengo que llevar a cabo mi Prueba de Templanza, con todo ardiendo a nuestro alrededor?
El sujeto en esta ocasión sospesó la respuesta durante unos breves segundos, luego respondió con un simple encogimiento de hombros.
—Estás aquí, ¿no?
En absoluto era la contestación que se esperaba. No parecía que fuese un hombre muy dado a dialogar después de todo. Por su aspecto se diría, que estaba más acostumbrado a que el acero háblese por él. La compañía ideal para que se sintiera como en casa, pensó.
‹‹¡Fantástico!››
—¿Al menos me dirás que es lo que tengo que hacer en estas tierras, no?
—Ya lo irás viendo sobre la marcha —contestó con una sonrisa que para nada se reflejó en sus ojos antes de empezar a andar. —Ahora debemos dirigirnos hacia palacio lo más rápido posible.
Sarosh sin moverse aún del sitió inquirió.
—¿Al palacio, pero para qué?
—Ya te he dicho que te lo explico por el camino. Ahora sígueme y no te quedes allí plantado como una puñetera estaca, novato.— Sarosh lo alcanzó mientras se ponía a su lado mirándolo sin entender nada . ¿Quién sería el tipo ese? Se preguntó. A lo que este respondió como si hubiese estando leyéndole los pensamientos. —Me llamo Medar, novato, y hasta allí llegan las presentaciones por el momento.
Mientras eran engullidos por la noche, Sarosh no dejó de pensar que había escuchado pronunciar aquel nombre con temor en multitud de ocasiones, siempre relacionado con sucesos atroces que harían padecer a cualquier verdugo. La pregunta era, ¿se trataba de la misma persona? Trago saliva, mas no dijo nada.
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)