09/04/2016 10:54 AM
Bueno compañeros, pues ya estamos aquí con una nueva entrega, esta es más corta que las anteriores, y creo que algo más especifica. Siempre me ha gustado ponerme en el punto de vista de los "Villanos" Espero que os guste.
EL PRIMER HERALDO
Contempló desde la atalaya como el humo ascendía, lento pero inexorable hacia un cada vez más encapotando cielo, sesgando el tenue resplandor de luna, velando la visión de masacre que acontecía allí abajo; la veleidad del ser humano. ¡Por lo que sentía un goce insospechado! El plan se estaba llevando según lo previsto. Bueno, casi. Era cierto que se había producido una pequeña variación en alguno que otro de los acontecimientos que ya había predispuestos, pero nada que él no pudiese solventar después de todo. Por lo tanto, no se desanimó en absoluto. Es más, si se paraba a pensarlo durante un instante, que era un aliciente si un acaso.
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba del sabor del caos.
El Arghbat Malakhias procuró que no se percibiera en su expresión asomo alguno de la excitación que lo embargaba mientras se apretaba contra el muro del mirador. Casi temblaba por el regocijo de la emancipación.
Aquel era el cuarto cuerpo que ocupaba tras su reciente liberación, y debía admitir de que estaba un tanto exhausto de tanto salto. Contempló los miembros viejos y gastados del comandante de la ciudad mientras suspiraba. No eran ni de lejos tan vigorosos y robustos como los del capitán Ashrans, advirtió con pesar. Se congratulaba de haber plantado la simiente en el sujeto antes que de dejarlo igual de seco como a los anteriores. Un cascarón sin vida más que no le serviría para sus propósitos, y tampoco era lo que necesitaba en esos momentos. En conclusiva. El capitán Ashrans seguía vivo y de esa forma tenía la potestad de manipularlo a su antojo si así lo decidiera cuando llegara la necesidad; incluso a distancia como ocurría en aquellos mismos instantes.
A través de sus ojos vio como iniciaba una carga contra un grupo de Incondicionales. Sonrió para sus adentros por todo lo que representaba aquella escena, un espectáculo digno del mejor dramaturgo. Una digna mascarada que aplaudir. El comienzo del fin de la hegemonía humana.
Tras un rato dejó de pensar en el sujeto y volvió a las tribulaciones que lo ocupaban, se concentró en el trabajo que tenía entre manos. En aquellos instantes debía conformarse con el cuerpo que poseía, concluyó, no sin poco desdén. Pero a fin de cuentas, el comandante era quien estaba al mando en los conflictos marciales que pudiesen afectar a la ciudad en última instancia. Quien regía en las situaciones de emergencia. Por lo que allí estaba.
Lanzó un esputo por encima del muro y mientras observaba su parábola descendiente hacia el patio de más abajo, reflexionó; en realidad tampoco no le quedaba más alternativa que aguantarse y adaptarse al plan establecido de todos modos. Sin duda no sería tan divertido como se había imaginado en un principio, pero en absoluto le apetecía ser la causa del mal genio que gastaba su señor. Y ya puestos, mucho menos ser el claro blanco de su enfurecimiento dado el caso. Bien sabía que podía acabar con él de un solo plumazo.
Miró en torno suyo. Aunque tenía admitir de que no dejaban de sorprenderlo los insignificantes humanos y su evolución durante el tiempo que ellos pasaron sufriendo mil y un tormentos en la Sima. La forma en que se manejaban, la forma que tenían de administrar sus problemas, su patética esencia. Lo confundía.
¿Cómo podía ser posible que aquellos seres demacrados y atrofiados que se engalanaban y emperifollaban como putas de burdel, gobernaran por encima de hombres fuertes como el capitán Ashrans, que se encontraban en la plena flor de la vida y eran mucho más solventes a la hora de manejarse en estados de emergencia como el que se encontraba sumida la ciudad en aquel momento? No tenía ninguna lógica para él su supuesta sofisticación. ¿Por qué no partir en dos a cualquiera de aquellas marchitos momias de alrededor suyo de un sablazo, incluyendo al propio cuerpo del Arghbat que en aquellos momentos parasitaba para ocupar su puesto? La verdad es que él tuvo que hacer una gran muestra de contención para no emprenderla a machetadas con esos debiluchos allí mismo, con saña y sin contención. Nunca acabaría de entender esa supina y compleja jerarquía en la que basaban su poder aquellos insignificantes seres. En su mundo la bestialidad y el encumbramiento, en conclusiva la fuerza bruta en el dominio, eran lo que primaba a la hora de someter la voluntad de cualquiera.
Los edecanes, sus mensajeros y algunos de los nobles demasiado viejos para unirse a las escaramuzas que tenían lugar en los Distritos, pululaban alrededor de él como las abejas lo harían en torno a un panal de miel. Una abejas asustadas a la par que algo histéricas que murmuraban entre dientes mil y una aseveraciones sin sentido, advirtió. Él se alimentaba del terror como un ternero recién nacido lo haría al agarrar la ubre de su madre para mamar con función. Se alimentaba de su turbación haciéndose cada vez más fuerte. Pronto acabarían con el teatro y muy probablemente, comenzarían a tejer otra trama más compleja si aún cabía. Preparando el comienzo del fin para la función principal.
Volvió a posar su atención en los ecos la muerte y la violencia que traían las brisas junto al dulce olor de la carne quemada. Puede que cuando se cumpliese con lo pactado pudiese bajarse al lugar y atiborrarse de la placentera visión de tanto dolor, la abnegación y el desespero, junto a los desgarradores y lastimeros llantos de sus víctimas. Eso al menos se lo merecía después de tantos años apartado de ese mundo.
Las tropas de asaltantes de los Incondicionales ya habían causado suficientes estragos como para haber captado la atención de las gentes de Mansour, supuso, por lo que ahora emprenderían una calculada retirada ante la carga del capitán Ashrans y los defensores de la ciudad. Pronto se dirigirían a las quebradas y allí los despistarían.
Un simple distracción para lo que tenía que acontecer.
Torció el gesto en una media sonrisa.
No tardó mucho tiempo en aparecerse un propio bañado en sudor, el cual no tardó en informarle más nervioso que un pavo de corral en un día festivo, que uno de los oficiales del pelotón de defensa lo esperaba en el salón para presentarle un reporte urgente. Un reporte que ya conocía de antemano, pero había que mantener el juego a fin de cuentas.
Mientras seguía al mozalbete hacia el interior de la torre, no sin antes tranquilizar a algunas de las seniles cabezas de familia que pululaban por allí, se preguntó ¿qué habría hecho el renegado al percatarse de que uno de sus hermanos venía a por él? ¿Qué haría cuando supiera que pronto recuperaría su cuerpo y comenzaría la caza de nuevo? Sabía que la última vez había huido con el rabo entre las patas. ¿Qué le impediría hacerlo de nuevo? Se dijo que era mejor no perderse en ese tipo de reflexione en los que claramente no debía inmiscuirse. Eran asuntos de su señor, por lo que no se le ocurriría alterar lo que tuviese planeado para él. Así que apartó aquel pensamiento y se centró en lo que realmente importaba ahora. Acabar con el muchacho y dejar la ciudad sumida en el completo caos.
En la sala, una habitación oval que se encontraba en una de las últimas plantas de aquella torre, esperaba sentado el teniente Mashba, con la cara y el peto cubierto de hollín mientras se frotaba inquietamente las manos. Sus ojos hundidos y la mandíbula prieta denotaban que no había sido una buena noche la suya.
Despidió al mozuelo y ordenó al par de guardias que se apostaban en las puertas que no los molestase nadie. Se sentó justo en frente y miró al teniente a los ojos, este lo miró a su vez a él antes de tragar saliva.
—¿Y bien —inquirió al ver que este no se animaba a hablar —, me va a decir qué diablos está pasando allí abajo o se va a quedar mirándome como un búho?
Si se conocía por algo al Argbaht Malakias, era por ser un hombre temperamental, alguien más apto para estar rodeado de enemigos en un campo de batalla o en cualquier otra escena de carnicería, que por un tipo que le gustase estar aislado y paciente entre perfumados aristócratas y desvergonzadas gallinas de salón. Un hombre curtido en mil y una batallas que ahora debía de conformarse con mantener la paz en la ciudad por su avanzada edad. Probablemente de allí que hubiese degenerado en un carácter tan avinagrado como el suyo, reflexionó.
—Discúlpeme, mi señor —se apresuró a contestar el teniente mientras tragaba saliva nuevamente y se recomponía. —Traigo noticias recientes de la puerta norte. El capitán Ashrans y el grupo de defensa han logrado repeler el ataque de unos tipos vestidos completamente de negro que se estaban dedicado a incendiar casas y matar a sus moradores en los Distritos cuando llegamos. Se han contado cerca de trescientos o trecientos cincuenta de esos atacantes—tras una bocanada de aire añadió—;al menos esa es la estimación aproximada. Hemos matado a unos cuantos de ellos, pero el resto ha huido, retirándose hacia la puerta norte; en estos instantes el capitán les está dando caza.
—¿Han logrado capturar a alguno, teniente Mashba?
El Arghbat reprimió una sonrisa, pues conocía la respuesta mejor que su interlocutor, aunque espero pacientemente la contestación del oficial.
—No mi señor, lo lamento, pero no ha sido posible capturar a ninguno de ellos con vida. Los miserables que se han visto rodeados y que han comprendido de que estábamos a punto de echarles el guante, han decidido suicidarse tragándose unas cápsulas compuestas de veneno. El resto ha logrado huir, en dirección norte como ya he explicado. El capitán Ashrans les va pisando los talones.
Frunció el ceño, aparentando que asimilaba las noticias como si se tratase de una cena fría, luego apretó los dientes e inquirió;
—¿Se ha visto al hijo del gobernador entre ellos, algo que evidencie su participación en todo esta abominable conspiración?
—Esos hombres se han dedicado a matar y a incendiar los distritos con aleatoriedad con una violencia indiscriminada mi señor —se limitó a decir mientras negaba con la cabeza. —Había demasiado caos para poder identificar a nadie, pero en ninguna de las escaramuzas que hemos tenido se ha visto u oído nada sobre el muchacho. —Tras parárselo a pensar durante unos breves segundos, añadió con más bien poca convicción —:Quizás esté ya fuera de la ciudad a estas alturas al ver frustrados sus planes.
El Argbaht advirtió el titubeo en su voz, en aquella afirmación. Así que el teniente seguía sin tenerlas todas consigo con todo lo sucedido durante aquella noche al parecer, reflexionó. Ya había mostrado cierto recelo cuando anunció por boca del capitán Ashrans las malas nuevas que le había confiado el gobernador en sus últimos estertores de muerte, y ahora parecía aún menos convencido de los inesperados acontecimientos que los acosaban.
‹‹Tarde o temprano tendré que hacer algo con este individuo si no quiero que se convierta en un cabo suelto en el futuro›› concluyó.
—Está bien, teniente —dijo tras un rato. —Antes de seguir al capitán Ashrans, mande a varias patrullas de retén para ayudar a sofocar los incendios. No queremos que toda la puñetera ciudad termine calcinada. Y que manden también avisar al gremio de sanadores para que atiendan y hagan lo que puedan con los heridos. El humor de la gente ya estaba lo suficiente agriado como para sumarle esta desdicha más.
—A sus órdenes —respondió el teniente con un saludo marcial antes de salir a paso ligero por la puerta. El Argbatht escuchó el taconeo de sus botas al correr por el pasillo poco después. Sonrió. ‹‹Quién sabe, puede que el hombre encuentre la muerte durante la noche sin que yo tenga que preocupar por el asunto si hay suerte›› se dijo. En el caso de que no fuese así, había mil y una maneras de apagar el brillo de los ojos de cualquier humano.
Tras un rato en silenció habló.
—Ya puedes salir detrás de esas cortinas.
Un muchacho espigado, con extravagante atuendo de lo más aparatoso y llamativo, salió de detrás de estas con lentitud; el brillo de sus ojos era febril. Como advirtió, recién se estaba curando de una reciente herida. Parte de su camisa de brocados estaba hecha un asco, estampada con sangre.
—Parece que recela —afirmó el tipo refiriéndose al teniente Mashba cuando se plantó en frente de él. —Puede ser un problema.
—No creas que no me he dado cuenta, pero ahora cumple una función —arguyó posando sus ojos en este y haciendo hincapié en aquello último. —Como todos. Y ahora dime, ¿Qué es lo que ha pasado?
—Uno de los que se hacen llamar "Hijos de la Noche" ha intercedido por nosotros cuando nos atacaban en el callejón, como ya habías previsto. Es el sirviente. Parece que usa un demonio de sombra. —El Argbath enarcó una ceja, pero no dijo nada. —Como predijiste, no le quedó más remedio de elegir la ruta de Institución cuando advirtió del caos en las calles, justo donde le esperaba la emboscada. El sirviente se quedó a cubrir la retaguardia mientras mandaba al objetivo dentro del edificio. Ese hombre es diestro y ha luchado como una fiera, acabando con muchos de los nuestros, pero antes de que pudieran acabar con él, ha aparecido una de las patrullas y ha aprovechado para escapar por los tejados. Los hombres se han tenido que dispersar y se ha perdido su localización.
—Bien, ese es un asunto menor por el momento —se dijo más para sí que para el lacayo. —¿Y estas seguro de que ese sirviente de la hermandad no se ha percatado de tu falsa muerte, supongo?
—En absoluto. Ese hombre será muy hábil con la espada, pero en su cerebro no parece contener más que serrín. En cuanto a Armen, llevo tantos años engañándolo como su mejor amigo, que seguramente ahora debe de estar llorando mi perdida como una viuda desconsolada —dijo Varsuf mientras componía una sonrisa maliciosa. —Pronto será carne para los buitres y seremos libres de actuar como nos plazca.
—No te quepa duda —respondió a su vez el Argbaht—, note quepa duda
‹‹Aunque no pienso vender la piel del lobo antes de cazarlo››
EL PRIMER HERALDO
Contempló desde la atalaya como el humo ascendía, lento pero inexorable hacia un cada vez más encapotando cielo, sesgando el tenue resplandor de luna, velando la visión de masacre que acontecía allí abajo; la veleidad del ser humano. ¡Por lo que sentía un goce insospechado! El plan se estaba llevando según lo previsto. Bueno, casi. Era cierto que se había producido una pequeña variación en alguno que otro de los acontecimientos que ya había predispuestos, pero nada que él no pudiese solventar después de todo. Por lo tanto, no se desanimó en absoluto. Es más, si se paraba a pensarlo durante un instante, que era un aliciente si un acaso.
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba del sabor del caos.
El Arghbat Malakhias procuró que no se percibiera en su expresión asomo alguno de la excitación que lo embargaba mientras se apretaba contra el muro del mirador. Casi temblaba por el regocijo de la emancipación.
Aquel era el cuarto cuerpo que ocupaba tras su reciente liberación, y debía admitir de que estaba un tanto exhausto de tanto salto. Contempló los miembros viejos y gastados del comandante de la ciudad mientras suspiraba. No eran ni de lejos tan vigorosos y robustos como los del capitán Ashrans, advirtió con pesar. Se congratulaba de haber plantado la simiente en el sujeto antes que de dejarlo igual de seco como a los anteriores. Un cascarón sin vida más que no le serviría para sus propósitos, y tampoco era lo que necesitaba en esos momentos. En conclusiva. El capitán Ashrans seguía vivo y de esa forma tenía la potestad de manipularlo a su antojo si así lo decidiera cuando llegara la necesidad; incluso a distancia como ocurría en aquellos mismos instantes.
A través de sus ojos vio como iniciaba una carga contra un grupo de Incondicionales. Sonrió para sus adentros por todo lo que representaba aquella escena, un espectáculo digno del mejor dramaturgo. Una digna mascarada que aplaudir. El comienzo del fin de la hegemonía humana.
Tras un rato dejó de pensar en el sujeto y volvió a las tribulaciones que lo ocupaban, se concentró en el trabajo que tenía entre manos. En aquellos instantes debía conformarse con el cuerpo que poseía, concluyó, no sin poco desdén. Pero a fin de cuentas, el comandante era quien estaba al mando en los conflictos marciales que pudiesen afectar a la ciudad en última instancia. Quien regía en las situaciones de emergencia. Por lo que allí estaba.
Lanzó un esputo por encima del muro y mientras observaba su parábola descendiente hacia el patio de más abajo, reflexionó; en realidad tampoco no le quedaba más alternativa que aguantarse y adaptarse al plan establecido de todos modos. Sin duda no sería tan divertido como se había imaginado en un principio, pero en absoluto le apetecía ser la causa del mal genio que gastaba su señor. Y ya puestos, mucho menos ser el claro blanco de su enfurecimiento dado el caso. Bien sabía que podía acabar con él de un solo plumazo.
Miró en torno suyo. Aunque tenía admitir de que no dejaban de sorprenderlo los insignificantes humanos y su evolución durante el tiempo que ellos pasaron sufriendo mil y un tormentos en la Sima. La forma en que se manejaban, la forma que tenían de administrar sus problemas, su patética esencia. Lo confundía.
¿Cómo podía ser posible que aquellos seres demacrados y atrofiados que se engalanaban y emperifollaban como putas de burdel, gobernaran por encima de hombres fuertes como el capitán Ashrans, que se encontraban en la plena flor de la vida y eran mucho más solventes a la hora de manejarse en estados de emergencia como el que se encontraba sumida la ciudad en aquel momento? No tenía ninguna lógica para él su supuesta sofisticación. ¿Por qué no partir en dos a cualquiera de aquellas marchitos momias de alrededor suyo de un sablazo, incluyendo al propio cuerpo del Arghbat que en aquellos momentos parasitaba para ocupar su puesto? La verdad es que él tuvo que hacer una gran muestra de contención para no emprenderla a machetadas con esos debiluchos allí mismo, con saña y sin contención. Nunca acabaría de entender esa supina y compleja jerarquía en la que basaban su poder aquellos insignificantes seres. En su mundo la bestialidad y el encumbramiento, en conclusiva la fuerza bruta en el dominio, eran lo que primaba a la hora de someter la voluntad de cualquiera.
Los edecanes, sus mensajeros y algunos de los nobles demasiado viejos para unirse a las escaramuzas que tenían lugar en los Distritos, pululaban alrededor de él como las abejas lo harían en torno a un panal de miel. Una abejas asustadas a la par que algo histéricas que murmuraban entre dientes mil y una aseveraciones sin sentido, advirtió. Él se alimentaba del terror como un ternero recién nacido lo haría al agarrar la ubre de su madre para mamar con función. Se alimentaba de su turbación haciéndose cada vez más fuerte. Pronto acabarían con el teatro y muy probablemente, comenzarían a tejer otra trama más compleja si aún cabía. Preparando el comienzo del fin para la función principal.
Volvió a posar su atención en los ecos la muerte y la violencia que traían las brisas junto al dulce olor de la carne quemada. Puede que cuando se cumpliese con lo pactado pudiese bajarse al lugar y atiborrarse de la placentera visión de tanto dolor, la abnegación y el desespero, junto a los desgarradores y lastimeros llantos de sus víctimas. Eso al menos se lo merecía después de tantos años apartado de ese mundo.
Las tropas de asaltantes de los Incondicionales ya habían causado suficientes estragos como para haber captado la atención de las gentes de Mansour, supuso, por lo que ahora emprenderían una calculada retirada ante la carga del capitán Ashrans y los defensores de la ciudad. Pronto se dirigirían a las quebradas y allí los despistarían.
Un simple distracción para lo que tenía que acontecer.
Torció el gesto en una media sonrisa.
No tardó mucho tiempo en aparecerse un propio bañado en sudor, el cual no tardó en informarle más nervioso que un pavo de corral en un día festivo, que uno de los oficiales del pelotón de defensa lo esperaba en el salón para presentarle un reporte urgente. Un reporte que ya conocía de antemano, pero había que mantener el juego a fin de cuentas.
Mientras seguía al mozalbete hacia el interior de la torre, no sin antes tranquilizar a algunas de las seniles cabezas de familia que pululaban por allí, se preguntó ¿qué habría hecho el renegado al percatarse de que uno de sus hermanos venía a por él? ¿Qué haría cuando supiera que pronto recuperaría su cuerpo y comenzaría la caza de nuevo? Sabía que la última vez había huido con el rabo entre las patas. ¿Qué le impediría hacerlo de nuevo? Se dijo que era mejor no perderse en ese tipo de reflexione en los que claramente no debía inmiscuirse. Eran asuntos de su señor, por lo que no se le ocurriría alterar lo que tuviese planeado para él. Así que apartó aquel pensamiento y se centró en lo que realmente importaba ahora. Acabar con el muchacho y dejar la ciudad sumida en el completo caos.
En la sala, una habitación oval que se encontraba en una de las últimas plantas de aquella torre, esperaba sentado el teniente Mashba, con la cara y el peto cubierto de hollín mientras se frotaba inquietamente las manos. Sus ojos hundidos y la mandíbula prieta denotaban que no había sido una buena noche la suya.
Despidió al mozuelo y ordenó al par de guardias que se apostaban en las puertas que no los molestase nadie. Se sentó justo en frente y miró al teniente a los ojos, este lo miró a su vez a él antes de tragar saliva.
—¿Y bien —inquirió al ver que este no se animaba a hablar —, me va a decir qué diablos está pasando allí abajo o se va a quedar mirándome como un búho?
Si se conocía por algo al Argbaht Malakias, era por ser un hombre temperamental, alguien más apto para estar rodeado de enemigos en un campo de batalla o en cualquier otra escena de carnicería, que por un tipo que le gustase estar aislado y paciente entre perfumados aristócratas y desvergonzadas gallinas de salón. Un hombre curtido en mil y una batallas que ahora debía de conformarse con mantener la paz en la ciudad por su avanzada edad. Probablemente de allí que hubiese degenerado en un carácter tan avinagrado como el suyo, reflexionó.
—Discúlpeme, mi señor —se apresuró a contestar el teniente mientras tragaba saliva nuevamente y se recomponía. —Traigo noticias recientes de la puerta norte. El capitán Ashrans y el grupo de defensa han logrado repeler el ataque de unos tipos vestidos completamente de negro que se estaban dedicado a incendiar casas y matar a sus moradores en los Distritos cuando llegamos. Se han contado cerca de trescientos o trecientos cincuenta de esos atacantes—tras una bocanada de aire añadió—;al menos esa es la estimación aproximada. Hemos matado a unos cuantos de ellos, pero el resto ha huido, retirándose hacia la puerta norte; en estos instantes el capitán les está dando caza.
—¿Han logrado capturar a alguno, teniente Mashba?
El Arghbat reprimió una sonrisa, pues conocía la respuesta mejor que su interlocutor, aunque espero pacientemente la contestación del oficial.
—No mi señor, lo lamento, pero no ha sido posible capturar a ninguno de ellos con vida. Los miserables que se han visto rodeados y que han comprendido de que estábamos a punto de echarles el guante, han decidido suicidarse tragándose unas cápsulas compuestas de veneno. El resto ha logrado huir, en dirección norte como ya he explicado. El capitán Ashrans les va pisando los talones.
Frunció el ceño, aparentando que asimilaba las noticias como si se tratase de una cena fría, luego apretó los dientes e inquirió;
—¿Se ha visto al hijo del gobernador entre ellos, algo que evidencie su participación en todo esta abominable conspiración?
—Esos hombres se han dedicado a matar y a incendiar los distritos con aleatoriedad con una violencia indiscriminada mi señor —se limitó a decir mientras negaba con la cabeza. —Había demasiado caos para poder identificar a nadie, pero en ninguna de las escaramuzas que hemos tenido se ha visto u oído nada sobre el muchacho. —Tras parárselo a pensar durante unos breves segundos, añadió con más bien poca convicción —:Quizás esté ya fuera de la ciudad a estas alturas al ver frustrados sus planes.
El Argbaht advirtió el titubeo en su voz, en aquella afirmación. Así que el teniente seguía sin tenerlas todas consigo con todo lo sucedido durante aquella noche al parecer, reflexionó. Ya había mostrado cierto recelo cuando anunció por boca del capitán Ashrans las malas nuevas que le había confiado el gobernador en sus últimos estertores de muerte, y ahora parecía aún menos convencido de los inesperados acontecimientos que los acosaban.
‹‹Tarde o temprano tendré que hacer algo con este individuo si no quiero que se convierta en un cabo suelto en el futuro›› concluyó.
—Está bien, teniente —dijo tras un rato. —Antes de seguir al capitán Ashrans, mande a varias patrullas de retén para ayudar a sofocar los incendios. No queremos que toda la puñetera ciudad termine calcinada. Y que manden también avisar al gremio de sanadores para que atiendan y hagan lo que puedan con los heridos. El humor de la gente ya estaba lo suficiente agriado como para sumarle esta desdicha más.
—A sus órdenes —respondió el teniente con un saludo marcial antes de salir a paso ligero por la puerta. El Argbatht escuchó el taconeo de sus botas al correr por el pasillo poco después. Sonrió. ‹‹Quién sabe, puede que el hombre encuentre la muerte durante la noche sin que yo tenga que preocupar por el asunto si hay suerte›› se dijo. En el caso de que no fuese así, había mil y una maneras de apagar el brillo de los ojos de cualquier humano.
Tras un rato en silenció habló.
—Ya puedes salir detrás de esas cortinas.
Un muchacho espigado, con extravagante atuendo de lo más aparatoso y llamativo, salió de detrás de estas con lentitud; el brillo de sus ojos era febril. Como advirtió, recién se estaba curando de una reciente herida. Parte de su camisa de brocados estaba hecha un asco, estampada con sangre.
—Parece que recela —afirmó el tipo refiriéndose al teniente Mashba cuando se plantó en frente de él. —Puede ser un problema.
—No creas que no me he dado cuenta, pero ahora cumple una función —arguyó posando sus ojos en este y haciendo hincapié en aquello último. —Como todos. Y ahora dime, ¿Qué es lo que ha pasado?
—Uno de los que se hacen llamar "Hijos de la Noche" ha intercedido por nosotros cuando nos atacaban en el callejón, como ya habías previsto. Es el sirviente. Parece que usa un demonio de sombra. —El Argbath enarcó una ceja, pero no dijo nada. —Como predijiste, no le quedó más remedio de elegir la ruta de Institución cuando advirtió del caos en las calles, justo donde le esperaba la emboscada. El sirviente se quedó a cubrir la retaguardia mientras mandaba al objetivo dentro del edificio. Ese hombre es diestro y ha luchado como una fiera, acabando con muchos de los nuestros, pero antes de que pudieran acabar con él, ha aparecido una de las patrullas y ha aprovechado para escapar por los tejados. Los hombres se han tenido que dispersar y se ha perdido su localización.
—Bien, ese es un asunto menor por el momento —se dijo más para sí que para el lacayo. —¿Y estas seguro de que ese sirviente de la hermandad no se ha percatado de tu falsa muerte, supongo?
—En absoluto. Ese hombre será muy hábil con la espada, pero en su cerebro no parece contener más que serrín. En cuanto a Armen, llevo tantos años engañándolo como su mejor amigo, que seguramente ahora debe de estar llorando mi perdida como una viuda desconsolada —dijo Varsuf mientras componía una sonrisa maliciosa. —Pronto será carne para los buitres y seremos libres de actuar como nos plazca.
—No te quepa duda —respondió a su vez el Argbaht—, note quepa duda
‹‹Aunque no pienso vender la piel del lobo antes de cazarlo››
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)