15/02/2017 09:09 PM
Buenas compañeros, pues aquí os traigo la tercera y ultima entrega de este capitulo. No está todo lo revisado que me gustaría, y no se si quizás algo precipitado, pero tengo la cabeza un tanto de corcho estos últimos meses así que no se que tal entrará a la vista. Al menos es un texto cortito XD Que lo disfrutéis. Un saludo y nos leemos.
Juntando Piezas 3 Parte
No sabía cómo actuar, ni lo que debía esperar a partir de ahora; estaba completamente desubicado como para poder reaccionar con racionalidad. Su compañero sin duda no le ayudaba a calmar sus enturbiados ánimos. No es que hubiesen dialogado mucho hasta entonces. Era un hombre de pocas palabras al parecer. Un tipo hosco, arisco y un tanto autoritario, brutal con los que le llevaban la contraria como ya habían comprobado algunos soldados de la guarnición. Su contacto.
Un reguero de sudor cayó por sus sienes a pesar del tiempo templado que hacía aquella noche, sentía en su espalda la fría superficie de la pirámide en la que se apoyaba, mientras oía claramente como sus perseguidores se acercaban por ambos lados para dar con ellos. Respiró profundamente varias veces e intentó calmar sus nervios, soltó de una tacada todo el aire que había retenido. Las cosas pintaban mal, muy mal, y él no estaba preparado en absoluto para ello.
Había estado observando a Medar durante gran parte de la noche, y si sus ojos no lo engañaban, por sus expresiones a lo largo del periplo, juraría que el hombre había estado manteniendo complejas conversaciones consigo mismo. Lo cual lo había llevado a pensar, en que si no se estaría dejándose guiar por un loco de remate. Como también era de locos la idea de intentar colarse en palacio precisamente aquel día; con la que estaba cayendo en los suburbios. Intentó no pensar demasiado en aquel problema en particular. Muy a pesar de que se jugaban el pescuezo los dos.
—Nos están acorralando por ambos lados —dijo en voz alta finalmente para acallar sus pensamientos. —Ya no nos quedan más salidas
Medar lo miró con aquellos ojos amarillentos y se sonrió.
—Las salidas más evidentes sí que están cerradas para nosotros, pero no lo están todas —respondió mientras volvía a echar otro vistazo hacia la parte más alta de la pirámide.
Sarosh lo miraba sin acabar de comprender a que venía tal afirmación.
—Disculpa sí no me acabo de enterar de tu estrategia, pero como tu intención no sea la de salir volando, tendremos que enfrentarnos a todos los hombres que en estos momentos están viniendo en tropel.
—Eso sería engorroso —respondió este con un mohín.
‹‹¿Engorroso? ¡¿Engorroso?! ¡Suicida sería la palabra que mejor definiría nuestra situación!››
Ya se comenzaban a oír las voces de sus perseguidores, el ruido metálico de sus corazas los delataba, estaban a punto de aparecerse por la esquina. Se despegó de la pared y se puso en guardia, agarrando fuertemente la empuñadura de su espada.
—Me da que más pronto que temprano lo vamos a averiguar.
Medar lo miró y negó con la cabeza.
—Eso no va a pasar hoy muchacho.
Le devolvió la mirada arqueando una ceja, pero este ni se inmutó.
De pronto comenzó a hacer unos extraños sellos con sus manos, mientras lo veía murmurar en un idioma desconocido que no había escuchado en la vida. Al poco un aura oscura comenzó a envolver su cuerpo por completo. Sarosh contempló el espectáculo con los ojos abiertos de par en par sin poder creérselo. El tiempo se detuvo, el aura oscura pronto se disipó, y los ojos de Medar refulgieron como dos brasas .Comprobó como una especie de runas de un color bermejo aparecían gravadas en sus mejillas, como si hubieran sido pintadas con sangre.
—¿Qué diablos te ha sucedido? —preguntó confuso.
—Ya te dije antes que había muchas cosas del ritual que desconocías, y esta se encuentra entre una de ellas. Pero ahora no es momento de hablar ni de teología ni de teoría llevada a la práctica. Ahora es hora de que te agarres a mi espalda y dejes de hacer preguntas de niñato.
—¿Insinúas que me suba a tu espalda? —casi pregunto con burla.—¿Estás hablando en serio?
—Ta solo haz lo que te digo y no rechistes.
Sarosh estuvo un par de segundos decidiendo sí le estaba tomando el pelo o se le acababa de ir la cabeza del todo. ¿Que pretendía pidiéndole que se le subiera al lomo? ¿Cómo se iban a defender entonces sí los cogían en aquella ridícula posición? La cabeza comenzaba a darle vueltas. Todo estaba siendo demasiado inesperado y tortuoso para él. Cuando ya estaba a punto de plantearse una rotunda negativa, advirtió que en la expresión seria de Medar no había burla alguna, tan solo una inconfundible determinación. Por Inexplicable que pareciese, su cuerpo actuó casi en contra de su propia voluntad. Cuando quiso darse cuenta sus brazos ya le rodeaban el cuello. De repente, para su asombro, Medar comenzó a escalar por la lisa e inclinada superficie de la pirámide de jaspe, como si de una salamandra se tratara, cargándolo a él a espalda mientras se agarrába fuertemente para no caer. Se fijó que en vez de manos eran dos garras las que se clavaban en la superficie de la estructura, aupándose, abriéndose camino a surcos, lento pero sin pausa, hasta que acabaron ganando los treinta metros de altura. El aire soplaba alrededor suyo y no se atrevía mirar hacia abajo, por lo que miró hacia enfrente. El castillo al igual que la ciudad se abría en todo su esplendor por delante suyo. Los tejados de las casas quedaban muy por debajo como comprobó. Al igual que los soldados de la guarnición que acababan de aparecer de pronto.
—Ya los tenemos debajo —dijo entre dientes mientras se agarraba fuertemente al cuerpo de Medar.
—Qué te parece si te dejas de obviedades hasta que se marchen —lo regañó este.
Aguantó el aire en los pulmones mientras rezaba porque a nadie le diera por mirar por encima de sus cabezas. Unos extraños emparrados en aquel majestuoso monumento. ¿Qué pensarían?
Los hombres estuvieron un rato discutiendo por la dirección que habían tomado ellos, alzando la voz y haciendo aspavientos con los brazos, mientras por su parte esperaba vacilante en las espaldas de Medar. No sabía cuánto tiempo dedicarían a debatir sobre su insólita desaparición, ni cuánto tiempo aguantarían suspendidos a aquella apabullante altura, pero empezaban a dolerle los brazos. También desconocía que había sido ese ritual que había acometido Medar, ni en qué se había convertido ahora. Menos sabía aún, que pintaba él en todo ello. No sabía nada en realidad. Era frustrante ser consciente de su propia impotencia en ese momento tan crucial para su vida.
Tras un rato de infructuosa discusión, los hombres se pusieron en marcha, dispersándose nuevamente por el jardín, como hormigas exploradoras partiendo del hormiguero.
—Vale, ¿y ahora que se han marchado qué hacemos?
No contestó de inmediato, pero tras una larga pausa dijo:
—Llegamos tarde, maldita sea.
—¿Cómo? ¿Dónde?
—No estoy hablando contigo ahora chaval.
Y parecía ser cierto que no lo hacía, pues Medar no le había estado prestando ninguna clase atención a lo que le decía. No quiso ni pensar con quién hablaba entonces. La cuestión es que vio como estaba absorto mirando hacia la escena que se desarrollaba en uno de sus salones del castillo. Desde aquella altura tenían una privilegiada visión de lo que allí acontecía. Unos soldados tenían rodeados a un muchacho y a un hombretón de proporciones épicas, que para más inri andaba en taparrabos. Los amenazaban con sus picas mientras los hacían retroceder hasta la pared. Notó como todo el cuerpo de su compañero vibraba, y no sabía si era de rabia o por la tensión del momento. Gruñó de una forma antinatural mientras negaba con la cabeza.
—¿Te encuentras bien?
—No —fue su sucinta respuesta.
—¿Es que conoces alguna de las personas que se encuentran en ese salón?.
—No tengo tiempo que perder ahora explicándote la situación, pero te diré que sí te deja más tranquilo —dijo mientras apretaba los dientes. —Y como precisamente conozco a una de las personas que se encuentran en el lugar, digo, que tenemos que llegar antes de que los descuarticen.
Tenía serias dudas de que pudiesen llegar a tiempo.
Los soldados seguían avanzando mientras el hombretón y el joven petimetre seguían retrocediendo hasta tocar con la pared. ¿A quién conocería Medar de los dos? Se preguntó Sarosh. ¿Sería aquella bestia medio desnuda o el escuálido chaval que parecía a punto de salir silbando de sus calzones?
—Pues la cosa pinta mal.
Medar lo miró con cara de muy pocos amigos.
—Agárrate bien.
—¿Otra vez?
Sin más explicaciones comenzó a trepar los metros que les quedaban para llegar a la cúspide, donde remataba un pináculo dorado con forma de sol, el cual era representación simbológica de adoración al dios Sol Sansemar. Llegaron a la parte más alta y allí pararon. Las rachas de viento eran mucho más perceptibles a aquella altura. No sabía qué sentido tenía trepar hasta allí arriba si luego debían de bajar. Serían unos quince metros los que separaban el castillo de la estructura en la que estaban. ¿Que pretendía hacer ahora, saltar? Su corazón le palpitaba con fuerza, sus nervios estaban a flor de piel. De pronto Medar saltó sin más. Los ojos comenzaron a lagrimear antes de que su consciente le asegurara de que estaban volando por los aires hacía la balconada que daba hacia el salón.
¡¡¡Por los testículos de Sansemar!!!
Juntando Piezas 3 Parte
No sabía cómo actuar, ni lo que debía esperar a partir de ahora; estaba completamente desubicado como para poder reaccionar con racionalidad. Su compañero sin duda no le ayudaba a calmar sus enturbiados ánimos. No es que hubiesen dialogado mucho hasta entonces. Era un hombre de pocas palabras al parecer. Un tipo hosco, arisco y un tanto autoritario, brutal con los que le llevaban la contraria como ya habían comprobado algunos soldados de la guarnición. Su contacto.
Un reguero de sudor cayó por sus sienes a pesar del tiempo templado que hacía aquella noche, sentía en su espalda la fría superficie de la pirámide en la que se apoyaba, mientras oía claramente como sus perseguidores se acercaban por ambos lados para dar con ellos. Respiró profundamente varias veces e intentó calmar sus nervios, soltó de una tacada todo el aire que había retenido. Las cosas pintaban mal, muy mal, y él no estaba preparado en absoluto para ello.
Había estado observando a Medar durante gran parte de la noche, y si sus ojos no lo engañaban, por sus expresiones a lo largo del periplo, juraría que el hombre había estado manteniendo complejas conversaciones consigo mismo. Lo cual lo había llevado a pensar, en que si no se estaría dejándose guiar por un loco de remate. Como también era de locos la idea de intentar colarse en palacio precisamente aquel día; con la que estaba cayendo en los suburbios. Intentó no pensar demasiado en aquel problema en particular. Muy a pesar de que se jugaban el pescuezo los dos.
—Nos están acorralando por ambos lados —dijo en voz alta finalmente para acallar sus pensamientos. —Ya no nos quedan más salidas
Medar lo miró con aquellos ojos amarillentos y se sonrió.
—Las salidas más evidentes sí que están cerradas para nosotros, pero no lo están todas —respondió mientras volvía a echar otro vistazo hacia la parte más alta de la pirámide.
Sarosh lo miraba sin acabar de comprender a que venía tal afirmación.
—Disculpa sí no me acabo de enterar de tu estrategia, pero como tu intención no sea la de salir volando, tendremos que enfrentarnos a todos los hombres que en estos momentos están viniendo en tropel.
—Eso sería engorroso —respondió este con un mohín.
‹‹¿Engorroso? ¡¿Engorroso?! ¡Suicida sería la palabra que mejor definiría nuestra situación!››
Ya se comenzaban a oír las voces de sus perseguidores, el ruido metálico de sus corazas los delataba, estaban a punto de aparecerse por la esquina. Se despegó de la pared y se puso en guardia, agarrando fuertemente la empuñadura de su espada.
—Me da que más pronto que temprano lo vamos a averiguar.
Medar lo miró y negó con la cabeza.
—Eso no va a pasar hoy muchacho.
Le devolvió la mirada arqueando una ceja, pero este ni se inmutó.
De pronto comenzó a hacer unos extraños sellos con sus manos, mientras lo veía murmurar en un idioma desconocido que no había escuchado en la vida. Al poco un aura oscura comenzó a envolver su cuerpo por completo. Sarosh contempló el espectáculo con los ojos abiertos de par en par sin poder creérselo. El tiempo se detuvo, el aura oscura pronto se disipó, y los ojos de Medar refulgieron como dos brasas .Comprobó como una especie de runas de un color bermejo aparecían gravadas en sus mejillas, como si hubieran sido pintadas con sangre.
—¿Qué diablos te ha sucedido? —preguntó confuso.
—Ya te dije antes que había muchas cosas del ritual que desconocías, y esta se encuentra entre una de ellas. Pero ahora no es momento de hablar ni de teología ni de teoría llevada a la práctica. Ahora es hora de que te agarres a mi espalda y dejes de hacer preguntas de niñato.
—¿Insinúas que me suba a tu espalda? —casi pregunto con burla.—¿Estás hablando en serio?
—Ta solo haz lo que te digo y no rechistes.
Sarosh estuvo un par de segundos decidiendo sí le estaba tomando el pelo o se le acababa de ir la cabeza del todo. ¿Que pretendía pidiéndole que se le subiera al lomo? ¿Cómo se iban a defender entonces sí los cogían en aquella ridícula posición? La cabeza comenzaba a darle vueltas. Todo estaba siendo demasiado inesperado y tortuoso para él. Cuando ya estaba a punto de plantearse una rotunda negativa, advirtió que en la expresión seria de Medar no había burla alguna, tan solo una inconfundible determinación. Por Inexplicable que pareciese, su cuerpo actuó casi en contra de su propia voluntad. Cuando quiso darse cuenta sus brazos ya le rodeaban el cuello. De repente, para su asombro, Medar comenzó a escalar por la lisa e inclinada superficie de la pirámide de jaspe, como si de una salamandra se tratara, cargándolo a él a espalda mientras se agarrába fuertemente para no caer. Se fijó que en vez de manos eran dos garras las que se clavaban en la superficie de la estructura, aupándose, abriéndose camino a surcos, lento pero sin pausa, hasta que acabaron ganando los treinta metros de altura. El aire soplaba alrededor suyo y no se atrevía mirar hacia abajo, por lo que miró hacia enfrente. El castillo al igual que la ciudad se abría en todo su esplendor por delante suyo. Los tejados de las casas quedaban muy por debajo como comprobó. Al igual que los soldados de la guarnición que acababan de aparecer de pronto.
—Ya los tenemos debajo —dijo entre dientes mientras se agarraba fuertemente al cuerpo de Medar.
—Qué te parece si te dejas de obviedades hasta que se marchen —lo regañó este.
Aguantó el aire en los pulmones mientras rezaba porque a nadie le diera por mirar por encima de sus cabezas. Unos extraños emparrados en aquel majestuoso monumento. ¿Qué pensarían?
Los hombres estuvieron un rato discutiendo por la dirección que habían tomado ellos, alzando la voz y haciendo aspavientos con los brazos, mientras por su parte esperaba vacilante en las espaldas de Medar. No sabía cuánto tiempo dedicarían a debatir sobre su insólita desaparición, ni cuánto tiempo aguantarían suspendidos a aquella apabullante altura, pero empezaban a dolerle los brazos. También desconocía que había sido ese ritual que había acometido Medar, ni en qué se había convertido ahora. Menos sabía aún, que pintaba él en todo ello. No sabía nada en realidad. Era frustrante ser consciente de su propia impotencia en ese momento tan crucial para su vida.
Tras un rato de infructuosa discusión, los hombres se pusieron en marcha, dispersándose nuevamente por el jardín, como hormigas exploradoras partiendo del hormiguero.
—Vale, ¿y ahora que se han marchado qué hacemos?
No contestó de inmediato, pero tras una larga pausa dijo:
—Llegamos tarde, maldita sea.
—¿Cómo? ¿Dónde?
—No estoy hablando contigo ahora chaval.
Y parecía ser cierto que no lo hacía, pues Medar no le había estado prestando ninguna clase atención a lo que le decía. No quiso ni pensar con quién hablaba entonces. La cuestión es que vio como estaba absorto mirando hacia la escena que se desarrollaba en uno de sus salones del castillo. Desde aquella altura tenían una privilegiada visión de lo que allí acontecía. Unos soldados tenían rodeados a un muchacho y a un hombretón de proporciones épicas, que para más inri andaba en taparrabos. Los amenazaban con sus picas mientras los hacían retroceder hasta la pared. Notó como todo el cuerpo de su compañero vibraba, y no sabía si era de rabia o por la tensión del momento. Gruñó de una forma antinatural mientras negaba con la cabeza.
—¿Te encuentras bien?
—No —fue su sucinta respuesta.
—¿Es que conoces alguna de las personas que se encuentran en ese salón?.
—No tengo tiempo que perder ahora explicándote la situación, pero te diré que sí te deja más tranquilo —dijo mientras apretaba los dientes. —Y como precisamente conozco a una de las personas que se encuentran en el lugar, digo, que tenemos que llegar antes de que los descuarticen.
Tenía serias dudas de que pudiesen llegar a tiempo.
Los soldados seguían avanzando mientras el hombretón y el joven petimetre seguían retrocediendo hasta tocar con la pared. ¿A quién conocería Medar de los dos? Se preguntó Sarosh. ¿Sería aquella bestia medio desnuda o el escuálido chaval que parecía a punto de salir silbando de sus calzones?
—Pues la cosa pinta mal.
Medar lo miró con cara de muy pocos amigos.
—Agárrate bien.
—¿Otra vez?
Sin más explicaciones comenzó a trepar los metros que les quedaban para llegar a la cúspide, donde remataba un pináculo dorado con forma de sol, el cual era representación simbológica de adoración al dios Sol Sansemar. Llegaron a la parte más alta y allí pararon. Las rachas de viento eran mucho más perceptibles a aquella altura. No sabía qué sentido tenía trepar hasta allí arriba si luego debían de bajar. Serían unos quince metros los que separaban el castillo de la estructura en la que estaban. ¿Que pretendía hacer ahora, saltar? Su corazón le palpitaba con fuerza, sus nervios estaban a flor de piel. De pronto Medar saltó sin más. Los ojos comenzaron a lagrimear antes de que su consciente le asegurara de que estaban volando por los aires hacía la balconada que daba hacia el salón.
¡¡¡Por los testículos de Sansemar!!!
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)